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jueves, 16 de marzo de 2023

Peloche y la independencia

Buscaba información de Peloche y me encontré con esto en la Wikipedia 

"En el año de 1939 este municipio desaparece porque se integra en el municipio de Herrera del Duque..."

Una frase lapidaria: el municipio desaparece, deja de existir... Antes era un pueblo, con su ayuntamiento y sus movidas y, de repente, se convierte en un barrio residencial, o una suerte de resort turístico y reserva de exótico folklore -porque, si buscas en internet, se nos desvela como un destino de playa de agua dulce y sus tradicionales danzantes en la festividad de San Antón-. Internet se nos ofrece siempre raudo y veloz a proporcionar su particular visión de las cosas, una visión fresca, actual y atractiva -para los de fuera, porque internet nos muestra la realidad siempre desde fuera, desde un universo exterior virtual-. Pero, en lo que concierne a lo real, a sus vecinos: ¿Cuándo desapareció Peloche?

No parece que fuera algo repentino. En los últimos años de su historia ha sido  como el río que baña sus inmediaciones, el Guadiana: que aparece y desaparece y que, ahora, se encuentra oculto bajo los turbios pantanos apuntalados durante la dictadura.

Peloche tiene su iglesia, sus tradiciones, sus bares, su cementerio y su propia identidad. Salta a la vista que es un pueblo en sí mismo. Aunque haya sido desposeído de sus órganos de gobierno y de su territorio -con la disolución de su término municipal en el de Herrera del Duque y la construcción del pantano que inundó sus mejores tierras-.


La primera desaparición de Peloche que he encontrado documentada ocurre 

"En cumplimiento de una Real orden de 23 de octubre de 1867, la Diputación de Badajoz presentó el día 2 de enero de 1868 un anteproyecto para suprimir algunos distritos municipales y pueblos menores de 200 vecinos, según el censo de 1860.

Estas uniones se harían respetando el partido judicial y la diócesis a la que pertenecía cada pueblo. Dentro del partido de Herrera del Duque, Peloche, que tenía 137 vecinos*, se agregaría al ayuntamiento de Herrera (Comprendía el término municipal de Peloche 16 kilómetros y medio de circunferencia y 6 aproximadamente de diámetro. Tenía mancomunidad de aprovechamiento de pastos con Herrera, y un pósito con 400 fanegas de trigo. Los productos de los pastos que le fueron señalados, cuando se separó de Herrera, eran suficientes para cubrir sus presupuestos.)

Del capítulo Propuesta para hacer mancomunidades y suprimir ayuntamientos menores de 200 vecinos. Calderón López, Fernando (2021). La Siberia Extremeña. Crónicas del Siglo XIX. Gráficas Diputación de Badajoz

*Aquí, "vecinos", quiere decir unidad familiar o cédula de inscripción (Peloche tenía según el censo de 1860 137 vecinos que, en realidad eran 482 habitantes)


Más tarde, la Ley Municipal de Términos Municipales y de sus Habitantes de 20 de agosto de 1870 elevaba a 2000 el mínimo de habitantes para constituir un municipio. Y hasta 1924 no apareció una ley que eliminara la limitación de habitantes para constituir ayuntamiento*.

*Según el documento: Pons-Portella, Miquel (2016). Población mínima de los nuevos municipios: estado de la cuestión tras la Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local. Revista De Estudios De La Administración Local Y Autonómica

 

Así que, desde 1868 hasta 1924, la legalidad estatal no fue favorable a la independencia de Peloche. Sin embargo, parece que los pelochos se las ingeniaron para funcionar como municipio después de ser subordinados a Herrera del Duque en 1968. Ya que no parece que la anexión de Peloche a Herera llegara a hacerse efectiva o, si lo hizo, debió ser durante un período muy breve de tiempo. por lo que comentaremos en los párrafos siguientes y por los datos del INE.

Evolución de la población de Peloche según el INE. No aparecen datos en 1842, pero tampoco he encontrado indicios que apunten a que Peloche no fuera un municipio en sí mismo en esa fecha y fechas anteriores. 

 

En la Gaceta de Madrid número 34 del 3 de Febrero de 1934 se habla de 

"que la Diputación provincial de Badajoz dictó en 4 de Noviembre de 1898 suprimiendo el Ayuntamiento de Peloche [...] manifestándose en la Real orden de 1924 que el acuerdo de supresión que se confirmó en 1899 no se había cumplido hasta la fecha [1934] por el Gobierno civil de Badajoz.

Vamos, que en 1898, Peloche era, de facto, independiente y había seguido funcionando con autonomía, al menos hasta 1934 (porque la orden confirmada por la Diputación de Badajoz en 1899 de anexionarlo a Herrera no se había ejecutado).

De todas formas todo este período parece bastante turbulento, como confirma otro párrafo del texto de la Gaceta de Madrid número 34:

"La confusión sobre la existencia o no del Ayuntamiento de Peloche era general y alcanzaba a las Autoridades que con su actuación daban motivos para dudar de ella. Asimismo en el Censo del Instituto Geográfico ce­rrado en Diciembre de 1930, aparece el pueblo de Peloche constituyendo Ayun­tamiento, y el propio Gobernador civil convocó a elecciones de Concejales del Ayuntamiento de Peloche para el 12 de Abril de 1931".

 

De los años posteriores a 1934 sólo he encontrado esta nota al pie de página en el artículo La Siberia extremeña (1927-2017) de Juan Rodríguez Pastor:

"[...] el 15 de enero de 1937, en Castuera, el alcalde de Peloche, Benito Calderón, consiguió una orden del Gobernador concediendo a Peloche su independencia de Herrera (tras la guerra se deshizo la acción)".

La guerra empezó en el 36 pero las tropas del militar golpista no se hicieron con el control de Herrera y Peloche hasta prácticamente terminada, en 1939, momento a partir del cual Peloche nunca recuperó su independencia. Con franco todo quedó "atado y bien atado".


Con la democracia los pelochos realizaron algunos intentos de recuperar su autonomía, pero fracasaron. 

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Van ya varias generaciones que nos hemos criado con la cantinela de que Peloche es una pedanía de Herrera -y la de que, el lema "Peloche manda", es una chiquillada-. Sabemos que resulta un tanto incómodo para los pelochos, así que, los de Herrera, no nos jactamos de ello. Y no es sólo por respeto hacia nuestros vecinos, es porque sabemos que el poder político se ejerce de forma arbitraria, que responde a intereses diferentes a los de la población, que nadie está libre y que, si Herrera tiene su autonomía, no es porque la gente de Herrera sea más fuerte, más lista o haya luchado más, es porque otras instancias superiores -Diputación, la Comunidad Autónoma, el Estado...- así lo han decidido, o lo han estimado oportuno para sus intereses.

Peloche en 1957 y en la actualidad. Imagen extraída del portal Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura

 

En los últimos dos o tres siglos -en los que empezaron a conformarse los Estados modernos- el poder se ha ejercido siempre desde arriba hacia abajo, tanto en democracia como en dictadura -al capital no lo importan mucho los detalles de cómo se acceda al poder, mientras ese poder se ejerza y haga seguras sus transacciones-. Es sintomático cómo este tema de la independencia de Peloche continúa siendo en la zona una suerte de tabú del que nadie habla, permanece oculto, cancelado, como si no fuera relevante para nadie... Quizá, porque si se hablara, habría que actuar y, en nuestras democracias, los que actúan son los que están en las instituciones... Hasta eso nos han robado: la posibilidad de hablar, de organizarnos, de negociar y llegar a acuerdos.

Podemos afirmar, sin mucho problema, que la historia del capitalismo va de la mano de la historia de los Estados modernos, no se entienden los unos sin el otro. Y es esta una historia de desposesión. Desposesión de la autonomía de las gentes, acumulación de riqueza, monopolio -de los medios de producción, de la violencia, la cultura...-. Peloche es un ejemplo de todo esto: de acumulación y centralización de poder político, ordenación del territorio y construcción de mega infraestructuras para sostener el entramado Estado-Capital. 

Ahora Peloche tiene 257 habitantes... Y bajando. Como le ocurren a Herrera y el resto de pueblos de la comarca. No es la España "vacía", es la España "vaciada", desposeída y sacrificada para lubricar los nodos y vías por las que fluye el capital. Que no nos resulte extraño que, los mismos que se encargaron de vaciarnos -capital e instituciones-, se alíen ahora para llenar esto de cualquier cosa: minas, turistas, casinos o plantaciones de placas solares.


PD: gracias a las pelochas Isabel y Maripaz que me proporcionaron material e hilos de los que tirar.


domingo, 19 de febrero de 2023

A vueltas con el trabajo y el 25 de Marzo

Escuchaba a Jorge Javier Vázquez decir que había disfrutado mucho de su trabajo. Que, durante un período de unos 15 años, había estado completamente entregado a él. Que era algo que le divertía y entretenía mucho, que le brindaba la oportunidad de vivir una vida y unas experiencias absolutamente fuera del alcance del resto de la humanidad... Y todo lo que decía parecía verdad: los periodistas y presentadores de la tele viajan, conocen gente interesante, se rodean de lujos, fiestas, representan poses que sólo están permitidas en ese ámbito... Pero decía estar ahora en una época más calmada: trabaja menos -quizá porque el formato televisivo en el que se encuentra encasillado comienza a agotarse y hay que reinventarlo, aunque sólo sea con caras nuevas-. Decía estar contento en esta nueva etapa pero, al parar, se había dado cuenta de todo lo que había dejado al margen en esa vorágine de trabajo y breves períodos de descanso/desconexión/escapada. Había dejado al margen la vida normal que, obviamente, es mucho más tranquila pero tiene ciertas gratificaciones que la hacen más sostenible en el tiempo: hacer la compra, pasar tiempo con familiares, amigos, mascotas, cuidar de los que le rodean... No terminé de escuchar la entrevista porque ya se me hacía larga pero, os dejo aquí el enlace al podcast.

Yo me encuentro en una etapa laboral en la que no me cuesta comprender a Jorge Javier, obviamente no a ese nivel de dedicación y entrega, pero sí que estoy muy motivado -a veces pienso que demasiado-. Me entretiene mucho mi trabajo, soy una persona curiosa y me gusta aprender sobre nuevas tecnologías, desmontarlas, saber cómo funcionan por dentro... Hay muy buen ambiente con mis compañeros y eso hace que el ámbito que acapara lo laboral se expanda. Con estas premisas es fácil pasar por alto cosas como lo ético de ese trabajo -Jorge Javier también eludía abordar el aspecto moral-, o descuidar cosas que también producen sus gratificaciones (aunque no nos den dinero): cuidar de los nuestros, pasar tiempo con los amigos, los trabajos domésticos, las plantas, la filosofía...

Últimamente me cuesta mucho concentrarme en la filosofía, quizá no es sólo la motivación/implicación en el trabajo, quizá también el estar en el último curso con temas más densos y específicos y, por supuesto, el encontrarme en el pico de obligaciones de la edad adulta: las niñas siguen demandando cuidados, los abuelos se van retirando/delegando y, aunque los amigos no salimos tanto, todavía nos juntamos.

Al final, la filosofía -como esto de escribir el blog- no sirve para nada. Es más una cabezonería personal... Me gusta reflexionar, aprender cosas nuevas, saber como funcionan por dentro...

Parece que la fenomenología -la corriente filosófica en la que ando inmerso- está un poco en esa fase de la pregunta: la filosofía se ha ido desgajando en las diferentes ciencias y áreas de conocimiento... Entonces ¿Sirve para algo? ¿Tiene algún sentido? La respuesta que da es que sí, sí sirve. Porque nos descubre otra forma de conocer el mundo y relacionarnos con la realidad. Una forma más intuitiva, menos utilitarista, una búsqueda de alternativas no condicionadas por todo nuestro conocimiento y experiencia acumulados.  

La filosofía se me antoja como el único contrapunto posible a esa huida hacia adelante que son nuestros trabajos actuales y la obsesiva preocupación por el dinero, que nos convierte a todos en inversores y economistas -ya sea para ajustarse a exiguos presupuestos o para administrar el excedente en la pensión futura-. Ya no es sólo que nos relacionemos con el mundo como si todo fuesen cosas, la economización nos lleva por absurdos derroteros, irreflexivos, inmorales... que nos dejan cierta sensación de vacío... Como la de ese Jorge Javier retirado a la segunda línea.

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El otro día escuchaba un programa de flamenco donde hablaban sobre el 25 de Marzo, el presentador hacía una reflexión y repaso sobre el reparto y el acceso a la tierra en Extremadura -donde ha estado tradicionalmente en manos de grandes tenedores-. Ahora, el acceso a la tierra no es la máxima preocupación de nuestras sociedades, pero hubo un tiempo en que en las zonas rurales se vivía del y en el territorio. El sistema de propiedad fomentado desde el Estado no favoreció ninguna mejora para estas sociedades, sino que contribuyó a concentrar la riqueza en muy pocas manos. En un progresivo desposeer a los habitantes de su medio de vida -para desplazarlos a los sitios donde hacía falta mano de obra: la ciudad-. Y no es solo la propiedad, sino la continua limitación de acceso a los usos del territorio: para leña, pastos, siembra, rebusco, caza... Al final, la propiedad no deja de ser un conjunto de derechos y obligaciones sobre algo, derechos que se se pueden ampliar o restringir, que pueden ser de cualquiera: caciques, administraciones públicas, pequeños propietarios... La tendencia ha sido la desposesión de derechos y capacidad de decisión de la población sobre su medio de vida conectado al territorio -ya sea por los propietarios o las regulaciones impulsadas desde los Estados y administraciones-. Todo ello ha desembocado en que hoy se vean como deseables macro proyectos de granjas, mineros, de energías renovables, casinos... que atentan contra el territorio, porque la vida en los pueblos cada vez tiene menos que ver con lo rural y, al final, lo rural, aunque más despacio, se ha incorporado de lleno a esa huida hacia adelante de los objetos, el trabajo y lo económico.

sábado, 31 de diciembre de 2022

Sobre la vida en la ciudad y el ocio rural

El otro día me preguntaron si no tenía pensado mudarme a una ciudad... Yo siempre respondo lo mismo: -De momento no, mientras las niñas sean pequeñas y puedan ir al cole aquí... Es verdad que hay más cosas que me atan al pueblo: la familia, amigxs, la tierra... Pero los pueblos están llenos de incomodidades: siempre dependes del transporte privado -y hay que ser conscientes de que llegará un momento en que no estemos aptos para conducir-, todo -excepto la vivienda- es más caro, acabas teniendo un montón de enredos asociados a disfrutar de casas y parcelas más grandes, los servicios públicos son deficitarios, la oferta cultural y formativa escasa... Sí, también tienen sus cosas buenas: tranquilidad, no hay aglomeraciones ni atascos, hay pocos sitios donde gastar -así que, al final, gastas menos-, el aire limpio, los sonidos y olores del campo... 

En estas fechas, mucha gente viene de vacaciones. Está muy bien venir al pueblo y estar absolutamente ocioso. Yo ya no recuerdo esa sensación, siempre aprovecho para hacer todas las cosas que no me da tiempo en la semana laboral: arreglar lo que se va rompiendo, podar, hacer leña, pintar... Así que, me genera cierta envidia y morriña aquellos tiempos en que yo era un forastero en mi pueblo: venir a un lugar bonito, reunirme con lxs amigxs y familia, estar ociosos, salir a tomar, a pasear, leer... desconectar. Es verdad que cualquier lugar es bueno para estar de vacaciones. Tal vez la oferta gastronómica o de ocio de los pueblos no sea muy grande pero, como todos los visitantes vienen en la misma época, es difícil aburrirse.

Para el día a día, las ciudades son más apetecibles: los escaparates, las tiendas, los centros comerciales, la oferta cultural y de ocio, los espacios comunes, los parques, servicios públicos, bares, discotecas, restaurantes, el trasiego de personas... La vida en la ciudad está sostenida sobre el deseo: de cuerpos, de consumo... No como los pueblos, que tienen más que ver con el ascetismo, la sobriedad, el trabajo, la contemplación... 

Sí, los pueblos están condenados a desaparecer, en el mejor de los casos condenados al ocio vacacional. Pero yo seguiré aquí, porque las ciudades me dan alergia, me hacen estornudar y me salen sarpullidos. 

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Ayer fuimos a ver a las niñas cantar con la escolanía -una especie de coro de iglesia formado por adultos y niñxs del pueblo-. Aprovecharon que el auditorio se había llenado con los que íbamos a ver a los familiares, para meter la actuación de una niña que canta flamenquito y rumba -Clohe DelaRosa-. Estaba muy bien pero, claro, la mayoría de la gente no había ido a ver eso. Además, el sonido era horrible, no había manera de ajustar y acompasar el volumen de los instrumentos y la voz. Yo estaba un poco angustiado por la niña, porque era muy animada y los temas que cantaba molaban un montón, el padre -que la acompañaba a la guitarra- se veía un músico con muchas tablas, Clohe tenía una expresividad y gestualidad muy modernos, descarados... parecía una mujer. Y nosotros sentados en aquel auditorio... demasiado serio para aquel espectáculo. En mitad de la actuación Clohe no pudo más y se echó a llorar, dejó de lado la actuación y volvió a ser una niña. Nadie quiere ver sufrir a una niña -los espectadores que estábamos allí tampoco-- El padre la conocía bien, después de unas reflexiones y cantes a capela, la volvió a sacar arriba y volvió a ser Clohe, la cantista -cantante y artista-. El público hicimos lo que pudimos con nuestros aplausos y risas. Siempre me ha llamado la atención la asertividad de estos músicos populares: cómo apoyan a sus compañeros y los hacen sentir que pueden con todo, especialmente en situaciones en las que el común de los mortales tendemos a reñir y hundir al otro. Contrasta mucho con lo que solemos ver en músicos de conservatorio o en educación formal -un ambiente mucho más competitivo y estricto-. 

Se hacen muchos esfuerzos para traer cultura a las zonas rurales, pero ocurren a menudo estas cosas: que los artistas, lejos de encontrarse un público entregado e interesado en el espectáculo, se topan con un muro de indiferencia o incomprensión que es muy difícil de derribar en un espacio tan breve de tiempo.

sábado, 9 de julio de 2022

Relaciones de poder y ruralidad

Señalaba Foucault que el poder se ejerce sin violencia, de forma sinuosa. En cuanto se utiliza la violencia ya no hablamos de relaciones de poder, serían relaciones de sometimiento, esclavitud... Pero lo más importante en estas relaciones de poder es que se distribuyen ampliamente por los diferentes ámbitos y capas de nuestras sociedades: familia, asociaciones, instituciones educativas, gobiernos... De alguna manera, las relaciones de poder son inherentes a nuestra vida en sociedad. Como para Freud era inherente el que existiera cierto malestar -tenemos que retener y sublimar nuestras pasiones y deseos: no podemos estar fornicando con todo lo que se cruce en nuestro camino-.

Pero el que sean necesarias no quiere decir que todas las relaciones de poder sean positivas -de la misma manera que para Freud un mal equilibrio en la sublimación y represión de las pasiones llevaba a la histeria, la enfermedad o el rechazo social-. Quizá, ahora, que somos muy dados a señalar relaciones tóxicas, tenemos más fácil identificar esas otras relaciones de poder que no son las que se han documentado en los libros de historia: el poder ejercido desde los gobiernos.

El poder ejercido desde los gobiernos es quizá el más espectacular, por sus consecuencias transformadoras: en los paisajes que habitamos y, también, en nuestros comportamientos y relaciones con los demás. Es un poder que, además, puede tirar de violencia -leyes, policía, inspectores...- y represión -cárcel, palizas, multas...-. Es más que un poder y, como dijo el Tío Ben a Spiderman: -Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Con la democratización de nuestras sociedades, se ha intentado ir reduciendo la intervención de la violencia en las relaciones de poder que se ejercen desde los que ostentan los cargos públicos hacia la población general. El primer paso es hacer responsables a los ciudadanos de la elección de quienes les gobiernan y, en general, hacerles partícipes de las decisiones de gobierno -casi siempre de forma anecdótica, no vinculante o controlada-. Se trata más bien de crear una imagen o apariencia de participación, estabilidad, altos niveles de consumo, bienestar... Que eclipsen la conflictividad social.

Pero la conflictividad existe. Y se hace patente cuando el poder tiene que recurrir a la violencia para materializar, por ejemplo, sus proyectos urbanísticos. Unos proyectos que, como ya hemos comentado en otros posts de este blog, están determinados por cómo ven el mundo las capas dirigentes y cómo les gustaría que fuera. Un mundo que ven desde los despachos, las reuniones, los viajes, el lujo... Un mundo universal, globalizado, en el que todos somos turistas y visitantes de cualquier lugar. Con todas las connotaciones de clase y exclusión que tiene ese universo turistificado y tecnificado.


Siguiendo en la línea de higienización y modernización del entorno rural, el ayuntamiento de nuestra localidad decidió cepillarse un montón de árboles para remodelar el camino de bajada al cementerio -unos 50 árboles que contaban con unas décadas a sus espaldas y que habían conseguido, a duras penas, adaptarse al entorno y a las podas absurdas que se les realizaban-. Quizá, previendo que también los gobernantes pasarán por ese camino al más allá, como los faraones del antiguo Egipto se cuidaban de construir una gran pirámide, los de ahora se cuidan también de modelar los espacios públicos acorde a sus gustos suntuosos para trascender la historia.
Lo curioso del caso es que el nuevo proyecto también contempla la existencia de arbolado -pero el que ya estaba no era lo suficientemente bueno-. En un espacio absolutamente diáfano, en el que cabrían millones de posibilidades, se opta por quitar lo poco que existe para dejar el lienzo en blanco e inmaculado. La violencia de los gobiernos es también esa: un desprecio absoluto a lo que ya existía, al trabajo de generaciones anteriores, y a las características del entorno, para plasmar proyectos absurdamente nuevos y modernos, con los que no mantengamos ningún arraigo, en los que nos sintamos seguros, sin sorpresas ni irregularidades, lugares cualesquiera -según las modas y gustos del ciudadano universal-. No lugares, donde nuestra necesidad de diferenciación sólo sea posible a través del consumo.

Me daba pena ver los árboles cortados. La última vez que pasé por ahí fue para el entierro de mi abuela. Recuerdo que volví andando desde la puerta del cementerio hacia el tanatorio -para recoger el coche-. El lugar es horrible, un páramo seco donde aflora la pizarra a cada paso. Sólo los árboles proporcionaban cierta compañía. Resultaba un gran espectáculo que siguieran vivos -y con cierta entereza- en un ambiente tan duro y agreste.
Hay quien dice que se siembran cipreses en los cementerios para facilitar la subida de las almas a los cielos. A mí me gusta pensar que los árboles del camino del cementerio mantenían ese vínculo entre los difuntos y el pueblo, un camino tenue y efímero -que ya no existe-. Y se me antojó un acto de gran crueldad y violencia talarlos. Un acto que sólo puede darse si existe esa separación y aislamiento entre poderes y capas de la sociedad: entre el que ordena, el que se encarga de ejecutar la orden y los que reciben las consecuencias. Un acto que demuestra que la racionalidad técnica y política resultan mucho más dañinas que la racionalidad mágica o religiosa, en gran variedad de casos.

Mientras miraba por el retrovisor el espacio arrasado sentí pena, rabia y asco... Creo que no era el único que se sentía así. Seguro que Tío Ben tampoco aprobaba a los Spidermans de nuestro tiempo y lugar.


 


sábado, 5 de febrero de 2022

Contra Elysium City

Este jueves se publicó en el DOE un documento por el que la Junta de Extremadura daba por buena la construcción del macro proyecto de ocio llamado Elysium, en el entorno de Castilblanco.
Para la Junta, el pequeño ayuntamiento de Castilblanco y gran número de vecinos todo son elogios y una gran oportunidad de llenar la España vaciada de "cosas".

Antiguamente Extremadura era el cortijo de los señoritos. Eso ha cambiado: ahora nos parecemos más a África -y no es por el calentamiento y la sequía, que también, sino por su aspecto colonial-. Somos un territorio a colonizar por las grandes empresas -nacionales y extranjeras-. Resultan muy golosos nuestros recursos naturales, agrícolas, cinegéticos, hídricos, mineros... 
-Aquí hay mucho terreno y está vacío, sin explotar. -Deben pensar las corporaciones.

Pero aquí vive gente con su propia cultura, identidad e intereses. Que no se hayan esquilmando los recursos no quiere decir que no se hayan explotado. Es sólo que se ha hecho de forma tradicional y racional -durante siglos-.
Quizá no existía una planificación ecológica explícita. Pero parece dudoso que, comunidades que vivían de su territorio, estuvieran dispuestas a destrozarlo y a negar su uso y disfrute a las generaciones venideras.

Los señoritos venían aquí y llevaban al límite sus fantasías de dominación y castración -todavía queda mucho de eso-. Y, cuando creíamos que no podía haber nada peor, nos llega el desarrollismo y la incorporación a los mercados globales. Se empieza a llenar el territorio de pantanos, canales, plantaciones de pino y eucalipto, se roturan grandes zonas de regadío, nucleares, placas solares, tendidos eléctricos... A la par que se tecnifica el campo, se devalúan sus productos y se arrebata a la población los medios tradicionales de vida -forzando la emigración a la ciudad-.

Nos ha quedado un territorio muy desprotegido. Como cuando labras un olivar de montaña y lo tratas con veneno: cualquier lluvia sanadora se le puede llevar la tierra.

Con estos antecedentes viene anunciándose durante varios años el megaproyecto de ocio en las proximidades de Castilblanco: Elysium City, se autodenomina. Una suerte de ciudad inteligente, parque de atracciones y casino, que pretende albergar más población que la actualmente existente en toda la comarca. Concentrada en 1200 hectáreas de terreno. Eso sí, bien revestida de verde -con muchas placas solares, cero emisiones de CO2 y una eficiencia que emana como por arte de magia de la tecnología-.
Llevan años dándonos el coñazo con que son nuestros tractores y todoterrenos a gasoil los que están causando el cambio climático, pero construir una ciudad cepillándose una dehesa y tomando agua de los agostados pantanos es ecológico... Todo bien. 

Muchos vecinos se sienten ilusionados con el proyecto, aunque creen que no llegará a materializarse. Porque resulta una cosa absolutamente fuera de contexto, que nadie ha demandado. Una ida de olla casi imposible de imaginar... Más bien pareciera un timo, o un sumidero por el que se escurran nuestros impuestos a manos privadas. 

Y es que tenemos motivos para desconfiar. No es la primera vez que se nos aparecen megaproyectos que sólo son posibles financiados desde el exterior. Los llevamos sufriendo desde el tardofranquismo: cuando España empezó a abrirse a Europa y al mundo entero -y a nosotros nos encerraron entre pantanos, mientras veíamos cómo los puestos de trabajo iban disminuyendo y los beneficios económicos fluían hacia la capital-. Al menos en aquellos entonces nos sacrificábamos por el bien de España -🇪🇸bandera, bandera🇪🇸-.

Pero esta vez sí es la buena. Elysium se percibe como una oportunidad para la población local: puestos de trabajo, más gente en la zona para consumir nuestros productos y servicios, subida del valor de los terrenos... -¡Volverán los buenos tiempos! Como cuando se construía la central nuclear de Valdecaballeros y atábamos los perros con longanizas.
Ciertamente parece una actividad especulativa, no meramente extractiva y tampoco excesivamente peligrosa o contaminante. ¿Quién sabe? Quizá podamos practicar el inglés y empaparnos de otras culturas... Porque esta ciudad no es para nosotros, es para gente que vendrá de países lejanos a experimentar un estilo de vida que nos es totalmente ajeno -a ver cómo se las apañan para llegar: de forma ecológica, seguro-.

Imagen extraída de la web de la empresa promotora

Me cuesta ver el beneficio en nuestra comunidad a largo plazo. Quizá sí en el corto -por la generación de empleos y la demanda de bienes y servicios-. Y no me parece el impacto ecológico el aspecto más controvertido.
Lo peor es que, si existiera algo que pudiéramos llamar identidad de comarca, proyecto común, plan de acción, o un mero desarrollo en la línea que se ha venido materializando durante siglos -lo que se estaba consolidando con la declaración de Reserva de la Biosfera-, lanzarse a la construcción de este esperpéntico proyecto, es como pegarle una patada a lo que veníamos entendiendo como "La Siberia". Todo para pasar a la dependencia de capital extranjero y a nuevos modos de vida desconectados del territorio. En definitiva: perder soberanía y autonomía para entregarla a los intereses económicos de una corporación sobre la que la población no tiene ningún control.
Ya se le han hecho una ley a medida para facilitar su actividad (LEGIO) y también un plan de ordenación territorial. Se van a expropiar los terrenos. Y parece obvio que, las pequeñas localidades cercanas, tendrán que plegarse a los intereses de semejante monstruo -estos también querrán su trozo de pantano lleno en verano-. 

En Las Vegas también vivía gente, desde luego ya nadie se acuerda de eso -la cultura anglosajona es especialista en borrar el pasado y focalizarse en el futuro-. Yo creo que aquí todavía existe cierta idea de comunidad y un gran vínculo con el territorio. Las acciones de alcaldes y alcaldesas nos pueden parecer más o menos acertadas, más o menos caciquiles, pero por lo menos tienen que rendir cuentas cada cuatro años ¿Ante quién va a rendir cuentas una sociedad anónima?
Respuesta: ante sus accionistas

 "Oh! Hay black jack, póquer y la ruleta.
Una fortuna ganada y perdida en cada trato.
Todo lo que necesitas es un corazón fuerte y nervios de acero.
Viva Las Vegas, Viva Las Vegas!
Viva Las Vegas! Con tus flashes de neón
y tus máquinas tragaperras
tirando todas las esperanzas por el desagüe.
Viva Las Vegas! Convirtiendo el día en noche
convirtiendo la noche en día.
Si lo ves una vez
nunca volverás a ser el mismo."

viernes, 4 de febrero de 2022

Muerte entre los olivos

Hace un par de meses asesinaron a un hombre de unos 39 años en Villarta de los Montes, mientras recogía aceitunas. Un echo que pasó desapercibido en los medios regionales. Esos días también encontraron muerto a un estudiante de matemáticas en Badajoz, y los medios estuvieron focalizados en esto último. 

Villarta está a unos 40km de aquí. Existe bastante relación entre ambos pueblos: gente de aquí casada con alguien de allí, personas que van a trabajar allí... Sin embargo, era mucho más habitual que en las conversaciones y chismorreos estuviera presente el estudiante hallado muerto en la capital de la provincia -¿A quién podrían interesar asesinatos ocurridos en pequeñas localidades del extrarradio de la provincia?-.

Es cierto que el estudiante de matemáticas estuvo desaparecido unos días, y eso dio mucho juego a los medios de comunicación. Pero también es cierto que todos preferíamos conocer esa historia de una vida universitaria llena de posibilidades y buenos augurios que no la de un joven trabajador que tenía que levantarse por las mañanas para recoger aceitunas al tercio -alguien condenado a repetir los mismos ciclos de por vida-. 

No creo que sea un problema de los medios de comunicación. En este caso los medios sólo han dado lo que una sociedad clasista demandaba. Y seguro que quien trabaja en esos mismos medios se siente más conectado con el estudiante que con el aceitunero. Pero, oye, todo bien: como no tenemos medios de comunicación locales que presten atención a nuestra cotidianidad nos tocará convivir con asesinos.

Cuando una sociedad no se quiere, no se siente orgullosa de lo construido y se avergüenza de sí misma, tampoco le importa lo que pase a sus individuos o a su territorio... Ponemos la mirada lejos: en las luces de neón, en los políticos, el futbol y el bullicio de las capitales... con la esperanza de que plantados de perfil nadie nos dispare. Quizá con la infantil ilusión de poder escapar algún día de aquí, mientras nos camuflamos y conformamos entre ovejas, olivos, monterías, burocracias de funcionario o chanchullos de ayuntamiento.
Desde luego que este no sería el primer asesinato que queda impune por La Siberia en los últimos años. 

Imagen de la película "Muerte entre las flores"

jueves, 16 de diciembre de 2021

De aceitunas y suicidas

Estaba muy contento.. Había comprado una vara y una manta nuevas! Este año no iba a dejar ni una aceituna en el suelo!
Era finales de otoño -el puente de diciembre-. No había helado fuerte aún. Por las mañanas calentaba el sol. 
Dando palos con la vara, estirazando de las mantas, con los sacos al hombro hasta la furgoneta... sudaba como un gorrino. El sudor, el aceite, las ramas sacudidas del olivo, el canto de los pájaros... Generaban un ambiente y sonoridad bucólica... Pero el día avanzaba y aquello no tenía vistas de acabarse. Era un trabajo duro. 
Siempre lo digo: -Lo que hace penoso un trabajo son las condiciones en que se realiza. Recoger aceitunas una mañana está bien. Pero si lo tienes que hacer 90 días seguidos, a destajo, sin vacaciones y cobrando poco, se convierte en trabajo esclavo
Hay personas que creen que por haber estudiado en su adolescencia y juventud no debieran desempeñar ese tipo de trabajos. Pero, claro... ahora estudia mucha gente. Y los trabajos penosos siguen existiendo -alguien tiene que llevarlos acabo-. Es curioso que, con tantas personas estudiando, no se haya conseguido un reparto más justo de las tareas. Sólo excusas para que los trabajos duros los desempeñe "el otro": el rumano, la sudamericana, el pobre... 

-Bueno, he sido un estudiante mediocre, no tengo ninguna habilidad especial, ningún talento, nunca hago nada por nadie... Pero soy de aquí, del país. Sé contar los euros, tengo algunos vicios... me merezco mis privilegios arbitrarios.

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Hace unos días, los medios, dieron la noticia de que Verónica Forqué se había suicidado -a sus 66 años-. No tengo ni idea de cómo era su vida, así que no puedo saber qué la pudo llevar a cometer un acto así. Era una actriz famosa, seguía saliendo en la TV, seguro que tenía una situación económica holgada. Seguro que no se veía obligada a realizar trabajos penosos. 
Se hicieron algunos análisis -en clave anticapitalista- que apuntaban a nuestros estilos de vida como causas del suicidio -del suicidio en general, no el concreto de Verónica-. Estilos de vida que generan malestar: aislamiento, soledad, estrés... incluso culpa -por no estar invirtiendo correctamente nuestro tiempo o dinero-. Un malestar que lleva a la inseguridad, la desconfianza y el odio hacia el otro. 

Yo también lo percibo así. Cuando era joven no me preocupaba mucho el dinero: mis padres me proveían de techo, comida y ocupación -estudios-. Luego empecé a dar tumbos por los trabajos, intentando abrirme hueco: ganar más dinero, conseguir mejores condiciones... Después vinieron las niñas... y las preocupaciones comenzaron a girar en torno a ellas: mantener el hogar, el coche, el seguro, los ahorros, el colegio... 
En todas las etapas me topaba con la perseverante ansiedad: sacar mejores notas, estudiar más, un máster, una certificación, idiomas, conseguir mejor salario, un seguro más barato, un coche mejor, una casa más grande, piscina, comprar acciones, echar la lotería... Una espiral en la que nunca se llega a la meta, en la que nunca nos es dado disfrutar de lo conseguido. Hay que trabajar más, formarse, invertir, diversificar... porque existen un montón de amenazas que pueden arrebatártelo todo: la inflación, los impuestos, las crisis, el paro... 
-Ya cuando me jubile lo haré todo: los viajes, los libros, los amigos, pintar... Pero nada de eso nos llega. Porque todo ese marco ideológico del trabajo, el esfuerzo, el consumo y el progreso hacia capas económicas cada vez más altas, nos ha calado tan hondo que hemos perdido la consciencia de que sea solo una posibilidad entre muchas otras. 

Los del trabajo penoso sufren. Pero también sufren los que participan del éxito y el dinero, los que estirazan y aprietan el nudo de la soga que nos asfixia.

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Llevé las aceitunas al molino de la cooperativa. La maquinaria que separaba las hojas y pesaba la aceituna limpia, hacía un ruido terrible. Pero resultaba muy reconfortante: ver llegar la gente con su carga, poniendo su trabajo de pequeños grupos autónomos en común; te sentías parte de algo, de un pueblo, una historia...


[...] aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Fragmento del poema "Aceituneros" de Miguel Hernández

martes, 16 de noviembre de 2021

La fiesta de la democracia y el pleno infantil

Nuestra Democracia no es una democracia plena -es una democracia en minúsculas-. Hay colectivos que quedan excluidos incluso de depositar el voto en la urna. Como es el caso de migrantes en situación irregular, o los menores de edad.
Ir a votar cada 4 años es la forma que tenemos de participar en el gobierno. Pero a eso no podemos llamarlo participar en la vida política. A poco que rasquemos, nos daremos cuenta que participar de la política requiere dedicación, comunicación, reuniones, discusiones... Conflictos y resolución de los mismos. Por ello, sólo ciertas élites liberadas de las cargas del trabajo y cuidados, están llamadas a formar parte activa de la vida política.
Esto ha sido así siempre. También desde los inicios de la democracia: primero los que participaban eran los hombres BBVA -Blancos Burgueses Varones Adultos- y, con el avanzar de la historia, se han ido incorporando cada vez más colectivos a la fiesta... Pero el núcleo donde se hace la política sigue siendo elitista -burgués-.
Y, esto, en el mejor de los casos. Porque, lo que más a menudo vivimos en nuestras democracias, es la ocupación del poder por las facciones más agresivas de la burguesía, que consiguen legitimarse a través del voto -con tácticas de guerrilla, propaganda y militancias de partido-.

Hace unos días, nos anunciaron que el ayuntamiento del pueblo iba a organizar un pleno infantil. La verdad que la idea nos pareció súper revolucionaria: un colectivo -la infancia- que no tiene voz ni voto, se iba a presentar en el lugar donde se planifica y dirige la vida pública del pueblo para plantear sus inquietudes, exponer sus problemas, debatir y tomar decisiones vinculantes -que se materializarían en la forma de organización del pueblo y sus infraestructuras-... Bueno, lo reconozco, me estoy flipando :-)
Realmente no creo que sea posible la participación política en esos términos. No porque no dispongamos de las capacidades y potencialidades, sino por la mochila cultural y experiencial con la que cargamos. Por ejemplo: con mucho esfuerzo, después de décadas de medrar, se consiguió la ruptura del bipartidismo; con el auge del feminismo empezamos a ver mujeres en las posiciones de poder y, poco a poco, se atisba cierto diálogo y negociación en los debates políticos a nivel nacional -con gobiernos de coalición-. Ya digo, con décadas y, en muchos casos, generaciones de lucha desde abajo. Pero, en la política local y regional -lejos de los grandes núcleos poblacionales-, estamos a años luz de una situación así. Ya lo hemos comentado en otras ocasiones en este blog, a raíz de la similitud política de nuestra localidad con la China del partido único: el Amado Líder tiene la última palabra y no sirve razonar la conveniencia o no de satisfacer los deseos y necesidades de otros colectivos, sólo los que se alinean con los del hombre BBVA.

Venimos de 40 años de dictadura y otros tantos de alternancia de los dos partidos dominantes -haciendo y deshaciendo en favor de los grandes grupos económicos que los ponían en el poder-. Así que, tenemos muy interiorizada la idea de que el poder no puede ser compartido, sino que debe ejercerse de arriba hacia abajo -y ese arriba se configura en torno a la posesión de la riqueza y el control de la economía-. Incluso nuestras instituciones públicas y privadas están diseñadas para satisfacer esa estructura: con una cabeza visible ante la que deben responder el resto de subalternos. Todo ello resulta en un completo analfabetismo político: no conseguimos organizarnos, no sabemos dialogar, negociar... En el mejor de los casos, nos imponemos por la fuerza, o nos sometemos a la violencia de los votos. 

Los procesos de diálogo y negociación son lentos, pero los tiempos que corren exigen aceleración: hay que planificar y ejecutar, llegar a una solución aceptable y comprometernos con ella. No es un problema de este pueblo, de este alcalde, o de cualquier otro. Es estructural. Sostenido en la desigualdad de gobernantes sobre gobernados. La desigualdad de los que materializan su idea de sociedad sobre las masas de trabajadores -remunerados o no- que se encargan de realizarla.

En algunas ocasiones, nos referimos a los días en que se va a votar, como la fiesta de la democracia... Y de eso se trata: de organizar una gran fiesta! Recaudar el excedente, ponerlo en común y hacerse con todo lo necesario para construir ese ambiente que nos permita satisfacer nuestros deseos. 

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Nosotros tenemos un grupo de amigos bastante grande. Organizamos fiestas frecuentemente. Lo pasamos bien, pese a los conflictos y el trabajo que acarrean. Pero, en esta fiesta de la democracia, uno tiene la impresión de que sólo unos pocos lo pasan bien -a costa del malestar de muchos-.

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Se celebró el pleno infantil. Lxs niñxs llevaban escritos unos discursos y manifiestos que parecían preparados por adultos. Todo era muy serio. Incluso quienes asistíamos como público permanecíamos en riguroso silencio. Entre las preocupaciones de la infancia estaban la falta de pistas polideportivas gratuitas y parques -o su mal estado-. Querían más papeleras y mejor iluminación en las calles, más actividades, torneos... Les preocupaba el medio ambiente, el civismo, el reciclaje, el desarrollo sostenible... y, a lxs pobres, les habían plantado delante unas botellas de agua de plástico, de esas de un sólo uso.

Lxs voluntarixs del Pleno Infantil. Todxs con su botellita de plástico... ¿Todxs? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor. Imagen extraída del perfil de Facebook del Ayuntamiento de Herrera del Duque
 

Después, el alcalde, habló mucho rato de proyectos que ya estaban en marcha para satisfacer las demandas que le acababan de plantear lxs niñxs. Todos proyectos costosos, a largo plazo...

Bueno -pensé-: ya hemos vuelto a silenciar las voces de lxs niñxs y les hemos hecho caminar por los senderos que tenemos bien trillados. Entonces... Un niño alzó tímidamente la voz -justo cuando ya nos habíamos levantado para largarnos de allí-.
-Se me acaba de venir... Podrían abrir las pistas del cole y el insti por las tardes? Cuando no las utiliza nadie.
Apenas se le escuchó. Así que, algunos adultos trataron de traducir lo que el niño acababa de decir. Y, aquella intervención, fue lo mejor del evento -quizá lo único auténtico-. Supongo que el chaval pensó lo mismo que estábamos pensando todos: Que esto se acaba y salimos de aquí con las manos vacías -sólo promesas vanas, a largo plazo, de proyectos muy cuquis-. Queremos sitios para jugar y los queremos ya! Los vemos todos los días, vacíos, desaprovechados...

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En el pleno infantil el Alcalde comentó que estaban pendientes de resolver unos temas legales con la Iglesia, por la remodelación del entorno en que se asienta la parroquia. También nos dijo que andaban adquiriendo terrenos para hacer parques y zonas verdes. Uno de esos terrenos es donde se asienta la más antigua de las cooperativas de la localidad. Al parecer, habían aprovechado un pleno para declarar el terreno como dotacional -los cooperativistas se enteraron más tarde, cuando se publicó en el Boletín Oficial-. Es una práctica habitual en los ayuntamientos de la zona, aprovechar los plenos para desencadenar la maquinaria burocrática que lleve a los vecinos de cabeza hasta que asimilan el cambio -la imposición-.
Aún siendo los plenos algo público y de libre acceso, nadie asiste a los mismos -porque son un tostón-. Yo alguna vez he intentado ver alguno. Normalmente utilizan un lenguaje críptico y oscuro, enrevesado y lleno de acrónimos. Vamos, que resulta muy difícil enterarse de lo que se está hablando, a menos que lo hayas preparado a conciencia. Ocurre, además, que el partido en el poder tiene mayoría absoluta, así que no tiene mucha importancia lo que cualquier opositor tenga que decir -tendría voz, pero no voto- y creo que ese es el principal motivo por el que nadie asiste. 

Esto de pretender desplazar de lugar los edificios de la cooperativa es la última comidilla del pueblo. Un hecho tan aparentemente insignificante como llevar más a las afueras una asociación de ganaderos y agricultores que, además, huele a pan recién hecho -también es panadería-, se me apareció como un intento de eliminar toda ruralidad del pueblo -este es un pueblo moderno y no puede mancillarse con los olores del campo-. Y se me ocurrió pensar el ayuntamiento como un organismo agresivo que arremete con virulencia contra la Iglesia, contra la cooperativa, contra los vecinos de Peloche -a los que tiene en pie de guerra por su empeño en cobrar por acceder a la playa de cemento-... El ayuntamiento como una fuente de malestar y discordia, un organismo que se dedica a sembrar la crispación entre la población, dividirla, con la intención de imponer un modelo de localidad que, no sólo nadie ha pedido, sino que muy pocos desean. Un modelo urbanita, generalista, turistificable, impersonal, amable con el visitante y segmentado en zonas de: ocio, industria, patrimonio, cultura, deporte, consumo, vivienda... En fin, un modelo en el que no cabe la ruralidad y en el que no entran los vecinos -si no es como usuarios o trabajadores-. Un modelo alineado con los intereses del hombre BBVA: con el movimiento de la economía, el gasto como inversión -sobre todo si es con el dinero de otros-, la foto del calendario, lo suntuoso, la repercusión en las esferas de otros hombres de negocio...

Cualquier atisbo de proyecto común, de organización colectiva, pacífica, en busca de un buen vivir, queda así arrollado por esta maquinaria de hombres BBVA. Y poco importa si son hombres o mujeres, si están al frente de instituciones públicas o privadas.

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Aquel pleno tenía poco de de infantil -sólo la presencia de niñxs-. Se trataba realmente un marcaje de límites y fronteras -un aleccionamiento-. -Sí, podéis venir aquí a hablar y expresar vuestros anhelos e ilusiones. Pero sólo serán satisfechos en la medida en que se alineen con los intereses de los que tenemos el poder: los adultos serios, los hombres de negocios...

viernes, 24 de septiembre de 2021

El otoño y el círculo cerrado de las estaciones

Cuando escribo estas líneas comienza el otoño... Otro otoño más. Me encanta esa circularidad de las estaciones, el continuo fluir de una a la otra.
Los grandes conocedores de la Grecia clásica cuentan que, en aquella época, el mundo se concebía finito, cerrado entre las diferentes esferas -la de las estrellas fijas era la más lejana-. Un Mundo cerrado y cíclico... Los jóvenes sucedían a los viejos, los ríos se secaban en verano y volvían a correr en otoño, las festividades, los cultivos... Unos ciclos que parecían repetirse hasta la eternidad -eran muy sostenibles-.

En la actualidad es imposible una concepción así del mundo. La ciencia nos cuenta que el universo está en continua expansión, que el espacio es infinito.. Y nosotros tratamos siempre de llegar más lejos: la Luna, Marte, Andrómeda...
Pero también nuestra historia es una historia de avances en libertades y nuevas formas de gobierno. Nuestra economía no se concibe sino es en continuo crecimiento y expansión. Cada vez consumimos más recursos. La tecnología nos lleva cada vez más rápido, a lugares cada vez más lejanos... El nuestro es un mundo que avanza en línea recta a velocidad de vértigo. Y, muchas veces, pensamos que estamos a punto de pegarnos la hostia padre...

Es ese vértigo el que me lleva a recrearme en lo cíclico de la naturaleza, en aquella concepción griega del mundo. Como cuando subes a un sitio alto y no miras hacia abajo, sólo al siguiente escalón, la siguiente estación... 

En Facebook, creé un álbum de fotos por cada estación: verano, otoño, invierno y primavera. Sólo subo fotos de la comarca en la que vivo. Me relaja mucho ver que las mismas flores estallan en la misma época. Que, aunque vivamos a todo gas, hay cosas que siempre van a estar ahí y podremos volver a refugiarnos en ellas, en lo conocido. Y, aunque sabemos que no se trata de las mismas flores -que son otras- y también nosotros somos otros, en ese discurrir en que todo cambia y todo queda, en este mundo cerrado, finito y cíclico nos sentimos seguros, porque en otoño siempre llega la lluvia.
Dicen que si no hay ciclos, si no hay repetición, no hay ciencia, que sólo se puede hacer ciencia de lo repetible. Por eso la historia, el arte, la religión, la sociología... se resisten y especulamos, o nos guiamos por lo que nos gustaría que fuera y no es. Por eso la ciencia acierta mucho más y nos da seguridad.

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Con las primeras lluvias salieron las hormigas voladoras, eran como grandes gotas estampándose contra el parabrisas. Al llegar al cercado de las gallinas... estaban como locas capturándolas, se estaban dando un buen festín -ni hicieron caso al maíz que les llevaba-. 

Y para mí el otoño es eso, un festín. De almendras, nueces, granadas, bellotas, uvas, setas... No, no se me cae la hoja, es una de mis estaciones favoritas. Me gusta su luz, su olor, su temperatura y su humedad.

Foto de bellota de encina a finales de septiembre de 2021 en la Siberia

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A finales de Septiembre se celebran las fiestas de Hontanaya -el pueblo de mi padre-. Este año volvimos. Ya sólo voy para ese evento: mis abuelos murieron, no tenemos casa allí, vivimos en un pueblo todo el año... Me resulta muy grato reencontrarme con toda la gente... Pero da vértigo: los cuerpos envejecen, nos hacemos mayores, los hijos y las hijas van cerrando el círculo y nosotros vamos quedando fuera. La juventud lo celebra mucho, con mucho alcohol -como hacíamos nosotros-, bailan, cantan y dan la nota... Y nosotros nos quedamos un poco al margen, porque ya no tenemos esa energía, ni la ilusión, ni los mismos horarios...

jueves, 16 de septiembre de 2021

Facebook y la patria chica

Cuando apareció Facebook y similares, todos nos lanzamos a colgar fotos, etiquetar a nuestros amigos, buscar la gente que conocíamos... Éramos jóvenes, guapos, esbeltos... o, simplemente, nos sentíamos cómodos con nuestra imagen. Hacíamos bromas, intercambiábamos banalidades, nos divertíamos... Se había convertido en el patio del colegio -o en nuestro pueblo chico-. 

A medida que íbamos haciéndonos mayores, los contenidos que compartíamos eran cada vez menos personales, menos banales y cotidianos. Subíamos menos fotos de nuestros cuerpos -que ya no eran tan esbeltos-. Ee cuando en cuando, fotos de nuestras caras o de acontecimientos muy especiales -bodas, comuniones -en las que aparecíamos anormalmente adornados-...
Como en la vida real: nos fuimos dejando ver menos por los espacios públicos y nos refugiamos en nuestra propiedad privada. Mientras, los más jóvenes buscaron otras redes, como Instagram, en las que exhibirse -es lo bueno de Internet, que el espacio es infinito y no tienes que esperar a que tus viejos se vayan de la discoteca para ir tú-.
No se diferencia mucho ese proceso de socialización en la red del que se da en la vida real. Un proceso en el que vamos comprendiendo que, a pesar de ser vecinos o amigos, no tenemos las mismas ideas ni intereses. 
Para no ofender, o no enredarnos en eternas discusiones, empezamos a publicar menos: "los demás no necesitan saber tanto de nuestras vidas", "te puede causar problemas publicar dónde estás y demás", "no quiero parecer egocéntrico hablando de lo que hago o pienso", "yo pienso esto, pero no lo voy a decir porque no quiero que nadie me rebata", "no soy famosa, ni tengo nada que aportar", "no quiero parecer tonto", "hay gente muy desconfiada y malpensada, mucho ofendidito"... 

Los muros empezaron a llenarse de silencio y aburrimiento... Algo que una empresa que vive del entretenimiento no podía permitir. Así, Facebook fue rellenando esos silencios de publicidad, de anuncios de grupos que te podrían interesar, de negocios, de política nacional e internacional, de fútbol... Los profesionales de la producción de contenidos los vertieron también en esta red, nos sacaron de lo local y personal y nos devolvieron a lo global. A pesar de que para nosotros resultarían más interesantes el nuevo peinado de la vecina, las ovejas de aquel, el huerto del otro, el coche nuevo del colmenero, las mayas del profesor de spinning o los enredos del equipo local de fútbol.
Las pequeñas cosas que nos ilusionaban y entretenían se arrinconaron y comenzamos a engullir propaganda y contenidos como veníamos haciendo en los medios tradicionales: tv, periódicos, radio...

A Facebook, como compañía, ya le venía bien este giro de los acontecimientos: es una empresa que cotiza en bolsa y sus accionistas obtienen beneficios. Pero tener una cuenta es gratis ¿Cómo puede ser? ¿De dónde sale la pasta? Entonces hubo personas avispadas que pensaron "si es gratis es que nosotros somos el producto...". Y no queremos que nadie se aproveche de nosotros sin compartir los dineros.
Pero el identificarnos como producto no nos hizo libres. Al contrario: asumimos que sólo los famosos, o la gente que tiene una imagen pública, es la que debe compartir sus pensamientos o sus actividades. Ejercimos nuestro micropoder coercitivo para callar a los demás y a nosotros mismos y consentimos que los mismos grupos de poder de siempre siguieran arrojándonos sus mensajes para que asumiéramos sus poses. 

"El medio es el mensaje" y Facebook se ha convertido, principalmente, en un medio clásico, que vive de la distribución de contenidos y la publicidad.
Se parece poco a la idea inicial de mantenerte conectado con tus conocidos y seres queridos -o la de cotillear a tus vecinos-. Y, aunque siguen subsistiendo, esas funciones resultan prácticamente marginales, o bien se han desplazado al Whatssap o redes más privadas. 
No creo que haya sido una estrategia fríamente calculada. Más bien, un ir improvisando, sobre la marcha, aprovechando las corrientes y oportunidades. Facebook empezó como una especie de reto tecnológico o juego sociológico: crear una plataforma que atrajera a millones de usuarios... Luego ya verían cómo rentabilizar algo así.
Y el resultado les ha queda bien. Tienen un montón de usuarios que entran a su plataforma, les da                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     un poco de lo que quieren: información de sus amigos y entorno cercano y, de paso, les endosan un montón de publicidad y contenidos generalistas -mejor o peor dirigidos a un público objetivo-.

Por todas partes comenzaron a surgir tutoriales y gurús que explicaban cómo gestionar los perfiles de negocio en estas redes sociales. Trucos y consejos para conseguir mayor visibilidad, mayor alcance, mejores valoraciones... Se profesionalizó el patio del colegio. Y, como teníamos cuenta en esa red, también comenzamos a pensar que debíamos profesionalizarnos nosotros: mostrar nuestro mejor perfil -postureo-, ser políticamente correctos, ciudadanos del mundo globalizado, opinadores de la actualidad del país, haters del otro bando...

 

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Yo utilizo Facebook para consumir contenidos y también para publicarlos. Me gusta, es una forma de socialización y entretenimiento como otra cualquiera. Me gusta saber qué cosas preocupan, gustan o ilusionan en mi entorno cercano, qué ven mis amigxs desde sus ventanas, qué opinan sobre las diferentes noticias, intercambiar opiniones, mirar sin ser visto, cómo les va la vida a los antiguos compañeros de uni, cómo crece su prole, si ya han empezado a coger setas, cuándo siembran las patatas, dónde van a castrar, los festivales a los que van, los libros que han leído o si la última de Disney les pareció mejor que la anterior.

También me gusta hacer fotos y publicarlas. Sé que existen redes más apropiadas para la fotografía, pero encuentro cierto encanto en hacerlo en ese cajón de sastre en que se ha convertido Facebook. Un lugar donde aparece mezclado lo personal, lo global, lo comercial, imágenes, audios, vídeos... Donde la única coherencia está en el muro personal de cada cual: como pequeñas moléculas enlazadas con otras, en estructura rizomática -aisladas y conectadas a la vez-.

También me gusta compartir noticias, pensamientos, pequeños textos... Sin ninguna pretensión especial. Como pequeñas notas que se me aparecen interesantes para mí y para mi círculo de "amigos". Pequeñas líneas de fuga que nos saquen del cerco del algoritmo y los puntos de interés que se definen desde los centros de poder y comunicación. Uno ya sabe que no puede alcanzar repercusión más allá de su círculo -tampoco lo deseo, porque no considero mi ocio como una actividad a rentabilizar-, eso da mucha liberdad, como da libertad escribir sabiendo que nadie -o muy pocos- lo van a leer.

Quizá lo que más me gusta de esta red social es el parecido con un pueblo chico. Porque mi red de "amigos" está muy localizada en torno a mi pueblo -supongo que Facebook controla de ubicaciones y siempre prioriza los contenidos de quién está cerca-. Un pueblo donde, cómo siempre, ciertos órganos de poder pueden alzar la voz sobre la de los demás, pero donde la turba también puede boicotear esos intentos de imposición de opinión y dar la batalla -aunque sea en desigualdad de fuerzas-.

Por ejemplo: hace unos meses, el alcalde del pueblo y el partido en el poder, decidieron, de forma unilateral, cobrar para acceder a la playa de Peloche. Lo anunciaron por Facebook, como si fuera un logro novedoso, puntero y por el bien de la ciudadanía -por lo del Coronavirus-. Inmediatamente, la población comenzó a quejarse por una medida a todas luces injusta, que sólo podía venir de alguien totalmente desconectado de la realidad de la localidad. Las quejas no se quedaron sólo en Facebook -quizá aquí se forjó el convencimiento de la injusticia que se estaba cometiendo- y trascendieron al plano de lo real: se organizaron manifestaciones, protestas, escritos formales... Incluso volvió a salir el tema en un pleno del ayuntamiento -aunque los poderes públicos no dieron su brazo a torcer-.

Así que, sí, Facebook sigue teniendo esos recovecos, escondrijos y el potencial revolucionario o democrático que muchos esperábamos se desatara con el desarrollo tecnológico de internet -y nunca llegó-.
También tiene sus cosas malas -muchas derivadas del hecho de no tratarse de un servicio público sino de un negocio-: la adicción causada por el sistema de notificaciones y recompensas, problemas de privacidad... Pero eso ya lo hemos tratado en otros posts de este blog


Imagen de Ella Ottersbach-Edwards. Extraída de Living For Likes: The Unspoken Addiction

lunes, 6 de septiembre de 2021

A vueltas con las vacaciones

Estaba en Las Palmas de Gran Canaria de vacaciones. Y me acerqué a ver el museo de arte contemporáneo de la ciudad -el CAAM-. Me encanta ir a este tipo de museos. Fuera de los grandes referentes -el Reina Sofía, Pompidou...- suelen tener poco público y los baños están muy limpios. Fui solo, para poder pararme sin remordimientos donde realmente me interesara. Cuando voy con las niñas, o con gente, acaba siendo una experiencia un tanto decepcionante, porque estás pendiente de mil historias excepto de lo que has ido a ver -no hay nada de inmersión y es como estar con un ordenador con conexión a internet-.

Había una exposición de José Martín: un pintor local. La obra oscila entre la psicodelia y el subrrealismo, con un carácter muy naif. Con temáticas como la playa, las mujeres, el mar, los paisajes tropicales, el dinero, el sexo... Son muy curiosos y coloridos los cuadros, derrochan imaginación. 

Niños de la guerra, o de Rusia, 1991 - José Martín

 

Muchas veces acudimos a los museos de historia buscando una explicación del presente recreándolo sobre los datos del pasado. Y es una vía posible. Pero a mí me gustan más estas visiones contemporáneas que tratan de tender hilos conductores desde el presente hacia todos los puntos del espacio tiempo.

Me gustó mucho el vídeo donde se narraba la vida del artista, a partir de testimonios de quienes lo conocieron. Era un tipo curioso que se retiró a pintar en soledad en las inmediaciones de su pueblo -Tazacorte-. Debió de ser la comidilla de todo el pueblo. El vídeo estaba muy bien, porque da una idea de cómo había evolucionado la vida en la isla: los plátanos, el turismo...

Las Islas Canarias son un lugar realmente alucinante -al menos Tenerife y Gran Canaria, que es lo que conozco-. Tienes una enorme variedad de paisajes y ecosistemas recorriendo unas distancias muy cortas. A mí me gusta más el norte de las islas, que es más fresco. La alta montaña también tiene su encanto. Este año he podido conocer algo más su historia, parece que los primeros pobladores llegaron ya en edad romana o fenicia, procedentes del norte de África. De aquello sólo quedan restos: cuevas, momias, herramientas... Todo fue pisoteado por los europeos, cuando empezaron a especializarse en la navegación oceánica y la extracción de riquezas de lugares lejanos. Luego le llegó la revolución turística y, con el turismo, pareciera que la única función e historia de las islas sea el goce y solaz de los visitantes. 

Pensaba en que hay gente que no sería capaz de disfrutar un lugar así. Por ejemplo el típico turista de sol y playa que va a ponerse fino de comer y beber. Aunque quizá no sea realmente así: todos tenemos un bagaje cultural. Y, quizá, hasta el ingeniero más obsesionado con su trabajo disfrutaría observando los barcos cargueros, los molinos de viento, las instalaciones militares... Todos hemos sido jóvenes y hemos estado interesados únicamente en la fiesta, el sexo y las drogas. 

 

En vacaciones me gusta madrugar. Las horas del amanecer y el atardecer son las más apacibles, cuando la luz y la temperatura son más suaves y progresivas. Me encanta madrugar para aprovechar el día. No como cuando trabajo, que me gustaría quedarme en la cama más rato. Y me gusta saber cosas de los sitios que visito: un poco de historia, de qué vive la gente, la cocina, la flora, la fauna... Me gusta conocerlo in situ -o después, cuando llego a casa y voy madurando la experiencia-. Me gusta conectar con el sitio al que voy, mientras desconecto del sitio del que vengo.

Al subir al roque Nublo traté de imaginar qué sentirían los primeros pobladores, mientras el manto de estrellas se les echaba encima. Con su conocimiento y experiencia sobre los cielos, las constelaciones, las piedras, la vegetación, las señales que lanza la Naturaleza... No debían de aburrirse.
A mí me pasa algo similar en mi pueblo: no dejo de asombrarme con los continuos y cíclicos cambios.

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Este verano también estuvimos de camping en Villablino -un pueblo en la montaña leonesa-. La zona había sido próspera gracias a la minería de carbón, pero la actividad se había abandonado y la región estaba en decadencia poblacional. Visitamos una fábrica de cerveza y, además, la mina de carbón que se encontraba en las traseras -sólo el primer tramo de la entrada-. Era un lugar oscuro, húmedo y frío. Caía agua continuamente del techo y se escurría por las paredes y el suelo. El guía nos contaba cómo era la vida de los mineros. Un trabajo realmente duro y peligroso: derrumbes, explosiones, bolsas de gas... Pero el capitalista debe cobrar más porque arriesga más (-:

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Mientras comía, me quedé observando a mi compañero. Un tipo infantiloide con cara de salido y muy malos modos. Se creía el rey del mambo. Se le notaba que de pequeño y en la juventud le habían dado caña. El típico niño gordito con gafas que es carne de cañón. Carecía de habilidades sociales, no había sido bueno en los estudios... realmente, no había sido bueno en nada. Pero tenía suerte: estaba forrado. Su familia había amasado una gran fortuna y él había sabido mantenerla. Sus comentarios eran los del típico facha que va diciendo por ahí lo de que los jóvenes tienen que trabajar duro, que las tías son unas guarras que van provocando y que él está en su posición por méritos propios -cuando saltaba a la vista que estaría viviendo entre cartones si no hubiera contado con el soporte económico heredado-. Empujaba la comida con los dedos para cargar bien el tenedor. Engullía como un pavo. Se le iban quedando trozos de pescado entre los brackets. Se hincó la copa de vino blanco de un trago. -Échame más! Anda machote! Aquello sólo podía tener un final trágico -pensaba mientras veía al camarero desenfundar la katana-.

miércoles, 21 de julio de 2021

Una historia de violencia y ocio vacacional siberiano

Miraba Peloche desde el satélite, y la transformación del paisaje se me apareció como una historia de violencia: la inundación de las tierras, la continua subida y bajada del nivel del agua, las orillas muertas del pantano, el pueblo parapetado de las crecidas, la playa de hormigón, la aridez...

"En sus apenas cien años de dominación como clase, la burguesía ha creado fuerzas de producción más masivas y colosales que todas las generaciones anteriores juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la roturación de continentes enteros, la transformación de los ríos en vías navegables, las poblaciones surgidas de repente, como brotadas del suelo..." - Fragmento del Manifiesto comunista de Marx y Engels

Ahora utilizamos el término "zona de sacrificio" para los lugares donde es necesario implantar las nuevas tecnologías verdes -campos alicatados de placas solares o ventilados por molinos de viento- y extraer los metales necesarios para su construcción -minas a cielo abierto-. Y, oh! Sorpresa! Muchas de esas zonas se encuentran en Extremadura.  Los vehículos eléctricos no echan humo por el tubo de escape, pero siguen consumiendo materiales y energía -y toda esa porquería nos cae encima, como ya nos cayeran los pantanos y las centrales nucleares-.

Cuando se hicieron los pantanos había un dictador en el gobierno y no cabía la protesta. Se hacía por el bien de la Nación. Un verdadero patriota está dispuesto incluso a morir por construir ese proyecto conjunto al que llamamos España, España, bandera, bandera...

Pero lo del patriotismo ha decaído bastante. Ya nadie está dispuesto a inmolarse por un concepto tan abstracto y, mucho menos, por un proyecto común. Ahora somos individuos prácticos. Queremos que el sacrificio tenga una recompensa -en forma económica-: puestos de trabajo, industria, beneficios fiscales... Ha cambiado la fundamentación del sistema, pero la violencia sigue siendo la misma. Porque el sacrificio se va a realizar, sí o sí: vivimos en una democracia, sometidos al voto de la mayoría -y la mayoría no vive en pueblos chicos-. El precio que pagamos algunos por vivir bajo la protección de un Estado -más o menos violento, más o menos arbitrario- es más alto que el pagan otros -y no hablo de los impuestos, que son iguales para todos-. Las universidades, los hospitales, las autovías, los regadíos, los puertos deportivos... son a costa de parte del ganado atrapado en el barro de algún pantano.

Oveja atrapada en el lodo a la altura del Puente de las Mestas, en el embalse de Cijara (pantano que precede al de García Sola, el de Peloche). Imagen extraída del perfil de Facebook de una vecina de Villarta de los Montes

Seguramente no exista compensación económica que supla la transformación del paisaje y las formas de vida de un pueblo. En los pueblos resulta difícil sentir que trabajamos por el progreso y, más bien, lo percibimos como una forma de violencia que se impone desde arriba, desde las instituciones: el Estado, la Junta, Diputación, Confederación... Desde donde se nos dicta lo que tenemos que ser, dónde invertir, qué trabajos privilegiar, qué costumbres abandonar... Esa violencia permea en la propia población: en el control social de unos sobre otros, en el establecimiento de una moralidad represiva y una normalidad que se ajusta a los planes de progreso. 

Desde hace unos años, se está haciendo un gran esfuerzo desde las instituciones por fomentar el turismo en la zona. Otras zonas del país con características similares son turísticas ¿Por qué nosotros no? Obviamente, el turismo de interior no es una actividad tan invasiva como un pantano. Pero el turismo es una actividad destinada al visitante -no a los emigrados o los propios vecinos-. A los locales se les exige se adapten a esta nueva actividad económica -en detrimento de otras-, los espacios públicos se diseñan pensando en estos potenciales turistas, se marcan los hitos, se regula su acceso... Se nos dice que es la única forma de vencer la despoblación, que genera riqueza... Que las aceitunas, los pinos y las ovejas no son rentables, que son trabajos duros, que no rinden. No somos nosotros, es el mercado amigos: que no tiene en cuenta vuestra identidad cultural, ni los deseos y anhelos de la gente de pueblo.

Porque, al final, se trata sólo de eso: del sometimiento de unos a los deseos de otros. Y para imponer esos deseos, la iniciativa privada necesita del brazo armado de las instituciones públicas y sus mecanismos de propaganda. 

En Peloche, el ayuntamiento, invierte en su playa y sus monumentos. Regula su acceso, se publicitan los negocios que sirven al fin turístico y los productos con denominación de origen. Mientras, el pueblo se vacía, se llena el pantano, se cierran escuelas, proliferan las segundas residencias y la actividad agroganadera sigue siendo tan sacrificada como hace 100 años.

En ese sueño húmedo de capitalizar el turismo, alcaldes y diputados, fantasean con la construcción de un EuroVegas a las orillas del Guadiana, entre Castilblanco y Herrera. Porque no importa lo que aquí hubiera: aquí todo es campo. En eso radica la violencia que se ejerce contra estas tierras: en considerar que está todo vacío y que se debe llenar de cualquier cosa. Como cuando los europeos descubrimos y conquistamos las américas.
El progreso avanza en una única y exclusiva dirección... Y sólo puedes subirte al carro o resultar arroyado.

1956 - Aún no se habían inundado los terrenos

1973-1986 Se adaptan los caminos y carreteras a los contornos del agua

1980-1986 El nivel sube

1998 Sube

2002 Se mantiene

2019 Baja

La Barca, Peloche y el Pelochejo. 1956 bajo 2019 retorciéndose cabreado en angulosas formas

Los pantanos tienen el cruel defecto de aislar aún más a las poblaciones que los acogen. Porque no es tan sencillo cruzar esas enormes masas de agua. Las carreteras y caminos dan tremendos rodeos para llegar a un punto que visualizas desde la otra orilla. Aún así, Peloche ha crecido en extensión -no en población-. Incluso se construyeron barrios de chalets a orillas de la cola del Pelochejo. Lo que antes era un pequeño afluente del Guadiana que se secaba en verano, se ha convertido en lugar de ocio privado y goce, tal como se entiende hoy día: piscina, tumbona, copazo, barca a motor...

Para mi familia también es un lugar de ocio. Solemos ir a bañarnos en puntos arbitrarios. Creo que en los 80's y 90's era incluso más común: cuando venían los emigrados de la ciudad a veranear. Se cargaba el coche de muchachxs, la merienda, las cañas de pescar, los flotadores -hechos con recámara de rueda-... Se buscaba un rincón apañado: te calzabas las cangrejeras, chapoteabas, jugabas con el barro, las piedras... No era un ocio solitario y, mucho menos, relajante. Era puro esparcimiento, una desconexión de la cotidianidad en nuestro entorno cercano. 
Era un poco como aquella serie de Verano Azul, donde lo importante no era estar en la playa -en un paraje idílico-, lo importante era estar con los amigos, la familia y cantar el "No nos moverán". Pienso que ese imaginario de las vacaciones y la ociosidad han cambiado. Por eso proliferan las piscinas privadas en Herrera, los chalets en la cola del Pelochejo o las megatorres de apartamentos en Benidorm. Cada cual según su poder adquisitivo. Todo se parcela, se individualiza y se ajusta a cada bolsillo. En las redes sociales, los anuncios y las películas se construyen los imaginarios de la casa y el viaje ideal... Y ya no tienen nada que ver con el Verano Azul. Se impone la violencia de la tarjeta de crédito y la transformación de los paisajes para ese goce efímero del tiempo de vacaciones.

Hace un par de años, la comarca se declaró Reserva de la Biosfera, como reconocimiento a sus valores naturales e integración armónica de lo natural y lo humano. Un paso más en la turisficación del territorio, su incorporación al tren del progreso y al imaginario de lo que debe ser un territorio rural -según la mirada de la Unión Europea-.
El imaginario del paraíso natural y la actividad económica sostenible se tiende sobre la realidad social del territorio. Ocultando la violencia infringida, la desigualdad entre pueblos, los conflictos por la tierra y el agua, la carencia de servicios, las demandas de ciertos sectores... Todos esos detalles que pudieran enturbiar la experiencia turística y que, por otro lado, no importan lo más mínimo al visitante -se encuentra de paso, para él todo esto es campo-.

Para las diferentes instituciones locales y regionales resulta muy importante proyectar esa imagen biosférica. Convertirla en la realidad predominante, la que integra el territorio en el capitalismo global del consumo de experiencias. Como antes fueran, la actividad cultural -de identidad regional- o deportiva, las que nos integraban en el proyecto de Nación -pan y circo, para apaciguar el malestar social-. Píldoras efervescentes de placer que aplacan el dolor causado por las violencias a que nos sometemos a diario: trabajo, burocracia, deberes, disciplina, represión moral, estrechez económica...


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Esta semana ha sido noticia la prueba piloto de dos ultrarricos para convertir los viajes al espacio en experiencias turísticas.
Los viajes a la playa y a los balnearios de la alta burguesía, en el pasado siglo, han degenerado en ingleses borrachos saltando a la piscina desde el balcón del hotel.
Los viajes de aventura y naturaleza se han convertido en barbacoas con carnes de baja calidad en casas rurales.
Los viajes en avión están al alcance de un público cada vez más amplio y las lunas de miel ocurren en lugares cada vez más lejanos...
Cada vez se ahoga más gente en el Mediterráneo, el índice de desigualdad aumenta, el hambre, la enfermedad...
Las zonas rurales siguen perdiendo población -cada vez son más campo- y, aunque las luces de neón brillen en calles concretas de grandes ciudades, los habitantes del pantano saben -esa electricidad- de dónde sale.
Parece que la crisis del Coronavirus no ha hecho más que aumentar estas desigualdades y el control de los gobiernos sobre sus gobernados.

Ya no sabemos dónde nos conducirán las chifladuras de los más ricos, en qué tipo de ocio degenerará su imaginario, ni qué precio vamos a tener que pagar. Lo que sí sabemos es que poco o nada tendrá que ver con las aspiraciones y deseos de los rurales de antes del éxodo a la ciudad.