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jueves, 21 de febrero de 2019

El silencio de otros

El miércoles fui al cine del pueblo. Proyectaban la película-documental "El silencio de otros". Que trata sobre las víctimas republicanas de la guerra civil española -y las que también lo fueron durante los casi 40 años de dictadura franquista-.

El documental empieza fuerte: señalando la continuidad de las instituciones y personajes de la dictadura en la nueva y flamante democracia.
Una idea que ahora nos parece obvia -que no puedes venir de una dictadura y volverte demócrata de toda la vida- es un pensamiento que se nos ha negado durante décadas, por el bien de la propia  democracia. Porque pone de manifiesto que lo importante no es el sistema de elección de los gobernantes, o de los cargos públicos que ejercen poder sobre la población, sino que los gobernantes y poderosos sigan la línea marcada.

Uno tiene la sensación de que no sólo se nos ha negado la crítica a la transición, sino también el conocimiento de nuestra historia del pasado siglo. De la guerra y de la dictadura no se habla en los colegios ni en las familias.
Yo nací en la democracia, ya con ciertas ideas consolidadas en la opinión pública:
  • La transición fue modélica y pacífica
  • La ley de amnistía del 77 era necesaria para dejar de mirar al pasado y entrar de lleno en el ilusionante futuro democrático
  • El rey nos salvó del golpe de estado de tejero
  • Republicanos y sublevados cometieron crímenes por igual
40 años después, estos puntos empiezan a someterse a crítica y a ponerse en cuestión. Concretamente, el documental pone el acento en la ley de amnistía del 77 y nos presenta la lucha de colectivos del bando republicano por conseguir cierta reparación y reconocimiento, en lo que se conoce como la "querella argentina".
En la guerra civil murieron gentes a ambos lados. Pero no hay que olvidar que fue franco quien se levantó en armas contra el gobierno legítimo. Y que, una vez en el poder, otorgó reparación y reconocimiento a los vencedores, y represión y violencia para los que perdieron la guerra.
Así que, no son lo mismo los crímenes de uno y otro bando.

La continuidad del régimen franquista en la actual democracia se trata de forma menos directa en el documental. Utilizando imágenes de un franco ya moribundo que deja al rey al cargo, con su famosa frase de "Todo está atado y bien atado". Y con imágenes de dirigentes del PP como los principales interesados en pasar la página de franco -algo bastante sesgado, porque el PSOE ha gobernado un porrón de años con el mismo interés en remover la historia-.
Esto es quizá lo que menos me gustó del documental, que cargaba de forma obscena contra el PP, cuando el olvido a que se ha sometido esta época de la historia es responsabilidad de todas las facciones políticas que han ostentado el poder desde la muerte del dictador.

Pero la continuidad del régimen franquista no quedaba sólo en el ámbito de la política, sino también en las propias instituciones del estado. Como demuestra el robo de bebés, durante los 80's, en hospitales, para ser adoptados por personas adineradas. Práctica que se había consolidado durante el régimen -los bebés se robaban a los rojos, madres solteras y demás pecadores-.

Durante los 40 años de dictadura los vencedores estuvieron escribiendo la historia. Y, en los otros 40 años de democracia, durante los que hemos podido recuperar el relato de los vencidos, preferimos olvidarla y mirar al futuro con infantil ilusión... Como si nada hubiera pasado, como si aquello no fuera con nosotros, como si eso fueran historias de otros...

En esta línea se trata el tema de nombres de calles y monumentos en honor al régimen franquista. Eliminar esos nombres de los espacios públicos es necesario, no por negar u olvidar la historia, sino porque esos personajes no merecen ningún honor ni admiración, más bien todo lo contrario, son nombres que atemorizaron, sometieron y violentaron a una parte muy importante de la población

El documental es ameno, muy cuidado y emotivo. Muy en la línea del cine español de las últimas décadas sobre la guerra civil. Y es que el cine español ha hecho una labor muy importante por intentar reconstruir la mirada de los perdedores -algo que nunca ha hecho el sistema educativo o las instituciones de este país-. Con todo, hay que tener en cuenta que la mirada del cine no es la de la historia -como ciencia de estudio del pasado- sino la mirada del arte, de la intuición.


martes, 6 de febrero de 2018

El rey Bobón y otros cuentos de empoderamiento

Últimamente no dejamos de ver noticias de raperos, twitteros, cooperantes, titiriteros... envueltos en procesos judiciales por sus comentarios, letras, publicaciones o acciones.

Desde mi punto de vista, hay que estar muy enfermo, y muy ocioso, para acudir a un juzgado a denunciar a esta gente. Exactamente no comprendo qué tipo de imaginario deben manejar las personas que se dedican a buscar twitts o estudiar las letras de estos raperos para acusarlos. Supongo que se consideran iluminados defensores  del Status quo: los garantes de la estabilidad, la ley, el orden y el buen gusto (el gusto de las clases dominantes).
Tampoco alcanzo a comprender qué idea pueden tener de Justicia. Será que tienen la idea más acorde con la realidad: que la justicia está ahí para defender los intereses del capital, someter y amedrentar a la mayoría, mantenerla fuera de los círculos elitistas.

Viendo la serie de titulares, parece una cruzada contra cualquier minoría que se atreva a cuestionar que vivimos en el mejor de los países posibles. Y quiero pensar que, al menos los que se levantan por la mañana y van a un juzgado a formalizar la denuncia, forman parte de ese "mejor mundo", el mundo privilegiado, el mundo orgulloso de sí mismo porque se ha apropiado de todo gracias únicamente a sus méritos (y los de sus padres, abuelos, prácticas abusivas, monopolios, favoritismos...)

Les acusan de delitos relacionados con el odio, incitación a la violencia, tráfico de personas... Pero, lo que realmente incita al odio, son las situaciones de degradación personal y desigualdad (además de la exigencia de una actitud de respeto y legitimidad sobre ciertos hechos y personajes que no lo merecen). Sin embargo, en lugar de luchar contra la desigualdad y opresión, se instiga al sistema legal para que actúe contra los que expresan ese malestar general. Se les tacha de "antisistema", se les criminaliza y se les expone públicamente para lanzar un mensaje de escarmiento.
Independientemente de si finalmente resultan culpables o no: pasar por procesos judiciales que se prolongan durante años, perder el tiempo en busca de abogados, salas de espera, insultos, incertidumbre... es una medida disuasoria eficaz.

Las situaciones denunciadas por estos "antisistema", son ciertamente indignantes, nos revuelven las tripas a muchos de los que las observamos. Y no es para menos. Vivimos en un país de tremendas desigualdades. Por mucho que se reprima a los que le ponen voz, nos distraigan con partidos de fútbol, reyertas nacionalistas y anuncios publicitarios; el rey, los altos cargos, los multimillonarios siguen ahí, exhibiéndose, en los medios, a la vista de todos. Los raperos solo ponen música y letra a lo que es obvio: que su lujo es nuestra ruina.

Para mí, el caso de la familia real resulta especialmente flagrante: una familia que vive a todo trapo a costa del trabajo de todos los súbditos del país. Es simplemente un insulto para el conjunto de la población que, estando sometida a las leyes de un mercado salvaje (al que además le sobra mano de obra), observa incrédula este anacronismo pomposo que parece decirnos a todos: -Siempre ha habido ricos, lo único que podéis hacer es seguir trabajando y aguantando para pagar nuestro bienestar-

¿Por qué no podemos fantasear con la cabeza del monarca rodando tras el filo de una guillotina? ¿Por qué se nos niega el imaginar un mundo sin sus privilegios?.
Porque en cuanto estas cosas se plantean, aunque sea en ámbitos tan distendidos y experimentales como el arte o las redes sociales, los sectores más rancios y conservadores de la sociedad echan mano de su justicia, sus banderas y su unidad inquebrantable del estado-nación, para acallar cualquier discrepancia, para dejar claro que ellos pueden gritar más fuerte y que la tienen más grande.
Afortunadamente, ya no se puede asesinar o torturar. En su lugar nos mandan a juicio. Será el juez el que decida, en base a leyes escritas, si hay delito o no. Pero a nadie se le escapa que no son los ciudadanos los que escriben leyes y organizan su aplicación. Y que los jueces, policías y demás cargos públicos han jurado fidelidad a unas instituciones, documentos y banderas, que pagan sus salarios, y que estos "antisistema" se atreven a cuestionar.


El empoderamiento 
Nos adoctrinaron para vivir temerosos de dios y, ahora que no cuela, nos inyectan el miedo al paro, las crisis, la precariedad, la justicia...
Cuando uno de estos atrevidos "antisistema" alza su voz contra el rey, el presidente, las leyes, la brecha social... y no lo hace con una actitud sumisa sino, muy al contrario, con una actitud incriminatoria y amenazante, no hace sino alzar la voz de todos los oprimidos, nos visten con la dignidad de la que carecen las élites, nos empoderan.
Constatan que el rey va desnudo, que es igual a la trabajadora del Telepi, al cajero del Metadona, el teleoperador de Vomitar, las jornaleras...
 Solo nuestra complacencia, y su falta de escrúpulos, hace que pueda celebrar fiestas en lujosos yates privados, mientras otros se juegan la vida en frágiles pateras.

Y eso es lo que molesta a los que están arriba, a los defensores del orden y la ley: el saberse igual al resto de humanos, mientras disfrutan unos privilegios que no merecen, que han sido usurpados con malas artes, cobardía y violencia.

Como exclamó un cabreado Labordeta a los diputados del partido popular en el congreso:
-“Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder ustedes toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y reprimidos por la dictadura a poder hablar. ¡Eso es lo que les jode a ustedes! ¡Coño! Y es verdad, ¡joder!”


lunes, 1 de junio de 2015

Ministerio de Trabajo, Política y Desigualdad

La inspiración te tiene que sorprender escribiendo, con los colores en la mano o la cámara colgada del cuello... Pero hay tantas cosas por hacer, durante todo el día... uno no puede permitirse esos lujos. Pasan los años y no eres bueno en nada... en tu trabajo sí (le dedicas muchas horas), pero justo eso es lo que menos te importaba: Eres un gran profesional!

Como le ocurre al político de la oposición, sin cargo fijo, sin dedicación. La política debería ser participativa, no representativa. Pero hay tantas cosas por hacer, durante todo el día... Es tan odioso que tomen decisiones por uno, sin consultar.

Los partidos están presididos por una figura, a la que sus partidarios adoran y sus opositores odian: Ese es el juego de la política. Mucha gente dice votar a la "persona", a esa que representa un papel y que posa para la foto. Pero todos sabemos que la persona no importa, todas las personas son prescindibles, puedes quitarla, poner otra, y el programa de la gente que empujó a la primera a la cabeza del cartel, se seguiría cumpliendo.
Lamentablemente: No hay programa. Hay ideas vagas, oportunismo, tapar agujeros, luchas de poder y populismo (cuando llega la hora de revalidar los votos).
Y es normal que esto sea así, porque sólo los que se dedican profesionalmente a la política tienen tiempo para ella, el resto somos aficionados, a tiempo esporádico... En el trabajo sí! En eso eres un gran profesional!

La persona infantil es aquella a la que le hacen todo: Únicamente va al colegio/trabaja. Así que podría decirse que vivimos en una sociedad infantilizada, por la alta especialización: Dedícate solo a tu profesión, el resto pagas a alguien (si no encuentras quien te lo haga gratis).
Has de darlo todo en el trabajo, para luego disfrutar consumiendo.
A la vez que te liberas de tu dinero comprando objetos y experiencias, te liberas de las tensiones del trabajo... es una liberación temporal. En cambio, el trabajo se repite día tras día... hasta la extenuación.

Con la edad, mucha gente se vuelve conservadora. En cierto modo les va calando la doctrina de que lo más importante es generar y acumular capital. No quieren perder lo que han acumulado con tanto trabajo. Prefieren confiar en los que aparentemente comparten su visión.
El pobre también quiere ser como ellos, se siente atraído por su superfluo y brillante modo de vida, quiere volver a ser un niño... que otros hagan cosas por él...
Y votan conservador, lo de siempre, que ya les parece bien. Porque con la doctrina del capital entra la meritocracia: Que el que más tiene es mejor (se lo ha ganado), es más listo o tiene unas habilidades de las que otros carecen. Así se siente merecedores.

Es verdad, todos tenemos habilidades diferentes, unas son más útiles, otras más demandadas, a otras las decimos chorradas,... y todas se pueden adquirir y potenciar. Así, consideramos que hay profesiones que deben ser mejor remuneradas que otras. Por ejemplo: si para acceder a un cargo hay que formarse durante 2 años y para otro 5, entonces el de los 5 años debe tener un salario superior. Hasta cierto punto tiene sentido, ya que el de los 5 años debe recuperar su inversión (lo que ha gastado, más lo que no ha ganado). Pero, ¡Y lo que ha disfrutado mientras estudiaba! ¡Lo que ha satisfecho su curiosidad o ha ampliado su horizonte! Eso no cuenta porque, lo que la sociedad demanda de una titulación, es una formación para poder ejercer un trabajo. Así que la gente que ha estudiado y no consigue un empleo (o este no es acorde a sus expectativas) se indigna...
La vida es realmente injusta... Las leyes están bien: A grandes rasgos concuerdan con los miedos y deseos de la sociedad. Pero vivimos en un sociedad de desigualdades, donde es fácil encontrar alguien que trabaja 40 horas semanales por 650€ al mes y alguien que por la mismas horas llegue a ganar 2, 3 y hasta 10 veces más... y eso no lo justifican los estudios que uno u otro hayan realizado, ni tan siquiera su habilidad o incompetencia en el cargo que desempeñen: Es la injusticia misma arraigada en la base de la sociedad.

A mí personalmente me indigna cuando alguien sugiere la idea de que es justo que otro tenga un salario mucho más elevado: -Es que tiene mucha responsabilidad-. -Es que así garantizas que no se corrompa-. -Tiene en sus manos la vida de los demás-. Un salario mayor no es garantía de responsabilidad, de decencia o profesionalidad. Solo se me ocurre justificar un salario mayor, para aquellos puestos que nadie quiera desempeñar... y justo esos suelen ser los peor pagados. Porque vivimos en una sociedad esclavista, donde por dinero y abuso de poder se puede someter a otros.
Esa injusticia no debe dejarnos indiferentes, ni mucho menos debe dejarnos ser conservadores, pasivos... meros aprovechadores de las oportunidades del mercado.

miércoles, 18 de junio de 2014

Azorín entre pantanos, pueblos y ciudades.

En las oficinas siempre hay alguien que se queja amargamente de las condiciones, que está continuamente mirando a tal o cual empresa donde determinados parámetros son mucho más ventajosos: que si en Alemania se cobra 10 veces más, que si en Dinamarca se trabaja 10 veces menos, que vaya chollo el de los funcionarios,... intentan meter el veneno dentro. ¿Con qué intención?: ¿Desahogarse? ¿Deshacerse de los demás y poder ascender? ¿Una revolución?
Pero lo cierto es que tenemos mucho aguante (como canta Calle 13).

En las ciudades nos quejamos de los atascos, lo artificial de la comida y la soledad entre tanta gente. Aún así, hay colectivos que se mueven, se asocian y tratan de paliar lo que consideran injusto o indeseable.
En los pueblos también hay descontentos, pero pasa como en las empresas: que el espíritu fatalista pone trabas a lo nuevo. En el mundo empresarial, al fatalismo se suman la relaciones de poder que frenan el asociacionismo o el movimiento hacia formas de reparto de cargas y beneficios más justas. En los pueblos es más importante el factor masa crítica: hay poca gente, con intereses tan diversos, tan anclados a lo que nunca cambia, la tierra... que es difícil salirse de los cauces de la tradición, del orden establecido, aunque pueda resultar injusto para algunos.

De joven me gustaba leer a Azorín... ahora me siento un poco en su situación, retirado en mi Yecla particular. Debería encontrar un cura con el que rebatir la ausencia de Dios.

En los pueblos hay muchas cosas, no sólo paz y tranquilidad. Pero se desea lo que hay en la ciudad: polígonos industriales, multinacionales, autovías, centros comerciales... Así que, objetivos y logros, van en esa dirección.

Los dirigentes de las ciudades tienen una serie de variables que deben maximizar: el número de turistas, el tráfico, el consumo, el comercio, la industria... planifican y trabajan para conseguirlo (en ese sentido son creativos).
En los pueblos lo tienen mucho más fácil porque el modelo ya existe. Sólo hay que imitarlo, a menor escala, así, en plan cutre... lo que requiere de no poca imaginación también.

Siempre me resulta impactante que nadie se tome en serio parámetros como la felicidad, la justicia, el bienestar, la cultura, el arte, la Naturaleza o la participación en la vida pública.
No importa si es una Villa, una Megalópolis o un desierto, al final todo se reduce a: Cuál es tu trabajo, tus posibles ingresos y las pajas mentales para aumentar lo segundo. Claro está que el trabajo embrutece, el ansia de dinero crea odio (además de envidia) y las pajas ostracismo. En términos psicológicos, trabajo y dinero son fuentes de malestar en la sociedad (sumadas a la represión moral y cultural). Pero tenemos mucho aguante...

Así que, huyendo a un pueblo no te puedes librar de los males que aquejan a la sociedad. Pero sí que puedes disminuir tu dependencia de lo artificial y tener un contacto más directo con la Naturaleza. A mí, de vuelta a vivir en el pueblo, me han llamado poderosamente la atención: los ciclos naturales, las estaciones, las lunas llenas, la migración de las golondrinas, los vencejos, o los "aviones", que pasan a gran altura, sin ruido ni atisbo de detenerse... Que no todo son "pájaros", que hay tordos, jilgueros, gorriones, petirrojos, abubillas... Que los insectos son muchos más que cucarachas, mosquitos y hormigas. Que el quejigo, aún siendo muy parecido a la encina, pierde sus hojas en otoño y es pariente cercano del roble... En general: La Naturaleza, que se adueña de todo y emerge por cualquier grieta.
Aunque puedes vivir en un pueblo y no apreciar esos detalles, vivir mirando las ciudades, las luces de neón, lo otro (the grass is always greener on the other side of the fence). Y es esa actitud la que resulta en malestar, además de ser destructiva: porque si no se es capaz de poner en valor lo que nos rodea o, incluso, se toma una pose de  ignorante odio hacia esas pequeñas cosas (como puedan ser los insectos, o el molesto canto de los pájaros), es probable que, en el momento de tomar una decisión, no se pestañee tampoco ante su desaparición (incluso se manifieste un fingido alivio y satisfacción, porque vamos en la dirección del progreso, el capital, la ciudad...). Y ocurre constantemente que, ante la posibilidad de una infraestructura, nadie mira lo que se lleva por delante: ríos, montañas o nidos de buitre negro.

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Todas estas cosas pensaba, mientras disfrutaba de un relajante baño en el embalse cercano al pueblo (ya a nadie importa lo que hubiera en esas tierras ahora inundadas, sólo queremos más cemento para la playa).
Olía a trigo recién segado, tomillo, protección solar, estiércol y untuosa lana. Salí a las duchas: porque, aunque el agua del río no tiene cloro ni sal, deja su olor característico, entre cieno y peces vivos. Soplaba un aire abrasador. El cemento estaba plagado de restos de vidrios y cardos secos. Al pulsar el botón, una infinidad de gotas de agua se derramó sobre mi pelo y cuerpo... caliente, como el orín de mil ovejas. Un rebufo de aire me trajo olores de establo y gato muerto... A pesar de todo, aquello era pura gloria... en una calurosa tarde del mes de Junio.

jueves, 17 de junio de 2010

Comunismo?

Si fuera verdad que nuestras creencias, nuestra moral, nuestra cultura, nuestra economía... ha sido organizada por los más ricos, los poderosos, la casta dirigente (Iglesia, nobleza, bankeros), que realmente son una minoría. Entonces nuestra supuesta democracia no sería más que un fraude, porque la mayoría viviríamos atrapados en su "sueño americano", seríamos gratuitamente explotados para mantener su estatus y, estaríamos tan embebidos en esa dinámica que nos sería imposible ver donde está el verdadero bien, el bien de todos. Marx no tendría razón y la clase obrera no miraría el mundo desde una posición privilegiada para su reorganización.
Pero el poderoso, lo es, porque es capaz de digerir la injusticia y alimentarse de ella. ¿Cómo se sale de aquí? Sólo con la razón, el diálogo, la voluntad, la esperanza... Todo lo contrario que los actuales mensajes de miedo, racismo, intolerancia, proliferación de lo banal... el consumo.
Está claro que el comunismo ha sido satanizado desde nuestra sociedad occidental, también sus implementaciones bajo regímenes autoritarios han ayudado.
Aún así, parece que el problema del capitalismo es la tremenda desigualdad que produce y que no tiene vistas de disminuir. Tragamos con ello porque, idealmente, el libre mercado conduce a una situación de beneficio 0, un mundo donde existen infinidad de pequeños capitales que en una perfecta competencia se afanan sólo por no ser expulsados del mercado a manos de otro capital. Pero, incluso dentro del Estado Kapitalista por antonomasia, EEUU, prolifera la segmentación de la población, los muy ricos, los muy pobres, la clase media... (el gran capital acaba absorbiendo a todos los demás). En el fondo nos justificamos con que sólo somos clase media, mediocres, nosotros también somos víctimas!!
Independientemente de que el ideal capitalista sea o no crear un mundo más justo o un mundo de mayor bienestar, resulta difícil defender dicho idealismo, más en la situación actual, donde pocas personas se atreverían a acabar con el intervencionismo, aún tratándose de un intervencionismo corrupto, como el que existe en la mayoría de los Estados. Tal vez sería bueno plantear seriamente si el Kapitalismo es el mejor modelo, tal vez lo fue en una época donde una pequeña parte del mundo se vio en la obligación (o la oportunidad) de explotar los recursos del resto del planeta.
Incluso desde occidente, desde una posición privilegiada como la nuestra, creo que resulta difícil admitir que trabajamos por un mundo más justo (kantianamente hablando), o por un mundo de mayor bienestar (bienestar aristotélico, pero no restringido hoy a la polis sino aplicado al conjunto de la humanidad). Uno sabe que tiene que trabajar, que tiene que producir, pero el bienestar individual no puede justificar tanto sacrificio, quizá de ahí ese pensar obsesivo en el futuro de los hijos, ese aspirar a bienes que a uno no se le ocurriría que existen sino fuese por la mano totalizadora de la TV,...

...No tienen ni fidelidad ni gratitud para con sus jefes; éstos no están unidos con sus subordinados por ningún sentimiento de benevolencia; no los conocen como hombres, sino como instrumentos de la producción que deben aportar lo más posible y costar lo menos posible. Estas masas de obreros, cada vez más apremiadas, ni siquiera tienen la tranquilidad de estar siempre empleadas; la industria que las ha convocado sólo las hace vivir cuando las necesita, y tan pronto como puede pasarse sin ellas las abandona sin el menor remordimiento; y los trabajadores... están obligados a ofrecer su persona y su fuerza por el precio que quiera concedérseles. Cuanto más largo, penoso y desagradable sea el trabajo que se les asigna, tanto menos se les paga...
Karl Marx – Manuscritos de economía y filosofía

Si va a resultar que lo que soy es marxista, y sólo he necesitado 29 años para darme cuenta...

domingo, 21 de septiembre de 2008

Gilles Lipovetsky - “El ocaso del deber”

Interesante libro que defiende vivimos en una era post-moralista o del post-deber.

En el libro no hay diferenciación entre ética y moral, tal y como se definió en el post de este blog. A efectos prácticos son la misma cosa. Aunque podría identificarse la ética con los “valores humanistas” que se mencionan a menudo en el libro.

Con el término “moral” hace referencia al conjunto de principios e ideales que las sociedades adoptan con diferentes fines y causas. Y es que, en el escenario planteado por el autor, la sociedad post-moderna, la actual, no existen los valores supremos y, si existen, nadie está dispuesto a sacrificarse por ellos (o solo ciertas minorías).

¿Por qué ahora no hay moral? Sí que la hay, solo que es una moral utilitarista, que únicamente sirve al placer, a la búsqueda del máximo bienestar. En cierto modo es capitalismo aplicado a la moral: maximizar el placer (beneficio). “Si todos buscamos el placer (generar el mayor capital), todo el mundo se beneficiará, activa o pasivamente.” El máximo beneficio no es siempre lo más útil, o lo más eficiente, o lo más justo; así, el máximo placer no tiene porqué repercutir en la máxima felicidad, utilidad o justicia.


Analiza temas de candente actualidad (aborto, eutanasia, drogas, sexo, caridad) y cómo se relacionan con esta transvalorización de la moral.


La moral es solo un conjunto de normas que una sociedad adopta para favorecer las relaciones entre sus miembros y el ambiente que los rodea. ¡Qué importa si esas normas se han fijado en base a unos ideales o en base al máximo placer? Ambas formas de crear valores tienen su lado oscuro.


Los placeres son muy personales, muy dependientes, de la genética, la infancia, la educación... Sin embargo, a la hora de la verdad, están socialmente muy limitados. Quizá la seducción del placer a corto plazo nos impide ver la dictadura de la masa.

¿Somos superhombres que crean sus propios valores morales!


La moral actual va más allá del individuo, es una moral donde todo está justificado si con ello se obtiene placer, una moral que rechaza el sacrificio, el deber, que no cree en las prohibiciones, sino en las recomendaciones, en la higiene y la salud.

En el inicio del individualismo, el hombre era lo más importante y cada uno debía luchar y sacrificarse por mejorarse así mismo y la raza humana, acorde a unos principios humanistas o éticos.
Ahora ya no se cree en esos principios clásicos humanistas de conocimiento, caridad, sacrificio...
Ahora todo es más light, ahora no se redactan pecados, leyes o prohibiciones en base a esos principios, ahora todo se justifica con la reducción del gasto público, una vida más saludable, más higiénica, más cómoda, más útil, más segura... Los Estados se han dado cuenta de que esta técnica es más eficaz que no las leyes prohibitivas, los grandes castigos...

Y, así mirado, no parece un asunto tan malo, de un plumazo nos hemos librado de la posibilidad de una dictadura, mientras la sugestión siga funcionando mejor que el castigo y la prohibición... Los radicalismos e integrismos siguen existiendo y agitan la sociedad, pero es una agitación superficial que no altera el orden despreocupado, cómodo, pasivo...


¿Y la libertad? Ese objetivo se ha perdido arropado por la voluntad de masas. Se ha pasado de los ideales de “liberté, igualité y fraternité”, a una vuelta a valores más conservadores, eso sí, eliminando todo posible elemento de sufrimiento (Matrimonio sí, pero solo mientras dure el amor; Suicidio no, pero eutanasia y aborto sí; Trabajo duro, siempre que sea algo que nos guste;...)


Son muchos los autores que achacan la inexistencia de cohesión social, que ya no hay grandes movimientos, revoluciones... La búsqueda de placer es la vacuna. No, no existen ideales, hoy, más que nunca, no existe la esfera ideal de la que hablaba Platón. Solo existe lo inmediato, y se percibe en la forma de vivir, en la rapidez, en las nuevas enfermedades: estrés, ansiedad, anorexia, en el cine, el arte... Hemos dejado atrás la histeria del sentimiento de culpa.


Vivimos en un estado de bienestar, pero es solo eso, no hay felicidad, ni sueños... solo un extraño vacío inquieto.