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domingo, 21 de febrero de 2021

La muchacha falangista

Esta semana fue trending topic el vídeo de una muchacha vestida de falangista, lanzando proclamas antisemitas ante un puñado de neonazis.

Y, claro, los demócratas se llevaban las manos a las cabeza con gestos sobreactuados: -¿Qué hemos hecho mal para que la juventud vuelva a estas ideas? ¿Acaso no son la democracia representativa y el estado de derecho la mejor forma de gobierno? ¿Acaso no estamos en una democracia plena -el mejor de los mundos posibles-?

 

Es conocido que las derechas sienten admiración por el fascismo y el nacismo. Saben mucho de sus procesos constitutivos y de expansión. Cualquier persona, mínimamente ilustrada, a la derecha del espectro político, puede hablar largo y tendido sobre sus metodologías marciales, errores, virtudes... Aunque siempre se desmarcan de las actitudes racistas o, al menos, del empleo de la violencia sistemática contra el "otro" -las otras etnias, o los otros ideales-. Todo dejando siempre un cierto tufillo supremacista: -Sí, eso de matar judíos era horrible, no puede justificarse. Pero hay que reconocer que nosotros, los arios, estamos muy por encima y merecemos más.

 

La muchacha falangista decía ser también socialista. A mucha gente esto le sonaba a gilipollez sin sentido. Porque socialista se vincula actualmente al PSOE. Que, sin estar muy claro qué tipo de ideología representa este partido, parece que debiera ser opuesta al falangismo: puesto que el PSOE se considera el brazo político de los que perdieron la Guerra Civil y el falangismo, por el contrario, se le posiciona a favor de franco.

Lo que habitualmente entendemos por socialismo -sin vincularlo al PSOE- es una suerte de reparto de la riqueza y sistema de apoyo mutuo, entre una cierta comunidad -normalmente un Estado o parte de este-. En las derechas, la comunidad sobre la que se aplica el socialismo estaría más restringida -los arios, los puros, los propietarios, los ricos- y también, quizá, más jerarquizada -o, al menos, no tenderían a una abolición de las clases sociales, sino a justificar cierto elitismo-. El ejemplo paradigmático de socialismo de izquierdas sería la antigua Unión Soviética; y, el nazismo, sería el socialismo de derechas.

Todo resulta aún más complicado cuando el liberalismo económico se une a estas posiciones políticas: multiplicando las facciones. El socialismo, tanto de derechas como de izquierdas, no puede sino entrar en conflicto con esta ideología tan individualista. Pero lo cierto es que, el neoliberalismo, ha conseguido alzarse en la teoría económica por excelencia: las derechas lo apoyan como una suerte de vara de medir el éxito evolutivo en esta lucha darwiniana por acaparar la riqueza -pueden sustituir así su concepto de raza por el más objetivo de éxito en los negocios-. Las izquierdas también abrazan tímidamente el liberalismo, aunque restringiendo y tratando de controlar las desigualdades que provoca.


La muchaha falangista desató tremendo interés. Yo creo fue porque ponía encima de la mesa la existencia de otras teorías políticas -ideologías-, más allá del neoliberalismo y la democracia representativa, en las que nos hayamos inmersos. Y a las que parece no existir alternativa... Salvo la chifladura del falangismo, o la violencia de los antisistema que piden libertad para Pablo Hassel... El sistema se defiende caricaturizando como radical todo lo que lo cuestiona.

Imagen de la muchacha falangista. Extraída de El Liberal


miércoles, 2 de octubre de 2019

Apropiación turística de lo rural

Cogí una silla de plasticucho rojo, de esas con propaganda de cerveza que suele haber en las terrazas de los bares más cutres. Era de noche, no había ni una sola nube, tampoco luna. Planté la silla en un lugar abierto, sin árboles, y me puse a mirar el cielo.
Allí, en medio del campo, a 10Km del pueblo más cercano, el cielo resulta muy entretenido.
Las niñas dormían, las luces de la pequeña casilla estaban apagadas. De cuando en cuando pasaba algún coche o camión por la cercana carretera, rompiendo con su estruendo el cantar de los grillos, el croar de las ranas y el mugir de las vacas.

Siempre que miro a las estrellas no puedo evitar acordarme de los antigüedad clásica, de sus teorías para explicar los "movimientos" de los astros, de sus mitos para memorizar la cartografía celeste y orientarse cuando no había otra referencia. Seguro que el cielo que observaban era muy diferente del nuestro.
Veía aviones pasar en todas direcciones, con el insistente parpadeo de sus luces. No se escuchaban, así que debían estar muy lejos.
En poco rato vi caer 3 estrellas fugaces, y no tenía tantos deseos preparados. - ¡Montañas de hachís! - Solíamos decir en nuestra juventud -después de toda una infancia asediados por el eslogan publicitario de una liebre sobreexcitada pidiendo a gritos "¡Montañas de Nesquik!"-
Recordé algunas noticias que hacían referencia a la gran cantidad de basura espacial en las órbitas de nuestros satélites. - Ni el espacio exterior se libra de nuestra contaminación. - Pensé.
Nunca supe diferenciar muy bien un satélite de un planeta o una estrella. Y, con tantos restos de misiones espaciales orbitando a nuestro alrededor... Resultan demasiadas variables para estar seguro de a qué clase pertenece cada punto que brilla en el firmamento.
Sí, Ptolomeo lo tendría más difícil para elaborar una teoría que le permitiese predecir los acontecimientos celestes.

Hacía años que no dedicaba unos minutos a tan interesante menester. Las prisas, la contaminación lumínica, el cansancio...
Ahora hay empresas especializadas que se dedican a mostrar las maravillas de los cielos nocturnos a despreocupados turistas y gente que busca experiencias diferentes, relajantes, en contacto con la naturaleza... Hoy en día existen actividades muy raras, muy específicas.
Y no es que estime preocupante la especialización... Sino, cómo una actividad tan simple como mirar las estrellas, ha llegado a convertirse en una actividad mercantilizada de ocio.

Durante el día estuve con mi padre recogiendo y apilando la leña cortada durante el año anterior. Los inviernos son cada vez más cálidos, pero sigue siendo necesario calentarse.
También separamos las ovejas paridas de las que no lo estaban. Hay poca comida en el campo -hasta que lleguen las lluvias o empiece a caer la bellota- y, si hay que ayudar con pienso al ganado, resulta más óptimo hacerlo sólo con el que tiene prole, que además sufre más desgaste.
Después preparamos algo para comer. Nos reunimos una buena porción de familia: niñas, padres, madres, abuelos, bisabuelas, primos, primas...
No tenemos televisión y, últimamente, hasta se nos olvida poner la radio o la música. El campo es muy entretenido: hay infinidad de bichos, plantas, cosas por hacer...
No es exactamente turismo, pero se parece. Hay mucho de evasión, de escapar de los trabajos que nos apremian. Pasar tiempo en familia. Colaborar en las tareas del hogar. Descubrir el medio y el ambiente que nos rodean...


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Hace unos días tuvo lugar un acto de celebración en el pueblo, debido a que nuestra comarca había sido declarada Reserva de la Biosfera. En el acto habló mucha gente, mucho rato... La verdad que no prestaba atención a lo que decían. Pero, en algún momento, "alguien" dijo algo así como que en la Siberia se podían comer las mejores chuletillas de cordero de toda Extremadura. Pero, claro, sólo podían comerlas los autóctonos, los pastores o sus amigos e invitados -aludiendo a que no se servían en los restaurantes-. Ese "alguien" se apresuró en hacer notar que, con la declaración de Reserva de la Biosfera, se potenciaría el turismo y cualquiera con dinero podría probar esas famosas chuletillas.
Y aquello sonó como si lo de la declaración de Reserva no fuera más que una artimaña para que todos los políticos y cargos públicos que estaban en el escenario difundiendo sus bondades sólo quisieran arrebatar las chuletillas de cordero a los autóctonos, convertir nuestros lujos de pobre en mercancía para turistas -souvenirs del tipo experiencia-.


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Todos recordamos un Labordeta cabreado riñendo a los diputados del partido popular en el congreso porque no le dejaban hablar:
-“Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder ustedes toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y reprimidos por la dictadura a poder hablar. ¡Eso es lo que les jode a ustedes! ¡Coño! Y es verdad ¡Joder!”
Pero también grabó una serie de programas muy interesantes, donde daba voz y visibilidad a las zonas rurales  y sus habitantes -se ve que lo suyo era la defensa de las causas perdidas-.
Claro que, todo eso fue justo antes de que la palabra desarrollo estuviera completamente impregnada de su actual significado "desarrollo neoliberal".

En la 2 de TVE están reponiendo los capítulos de "Un país en la mochila". Justo a esa hora hago un descanso para comer. La verdad que la visión que ofrece el programa de la España rural dista mucho de la que vemos hoy día en los medios de comunicación, en programas de similares características -por ejemplo, Agrosfera-.
Labordeta va recorriendo los pueblos y entablando conversaciones con los vecinos para descubrirnos sus oficios, su historia, su gastronomía, sus formas de ocio... Nos muestra los pueblos como una organización social enraizada en el entorno.
Ahora no, ahora cuando los pueblos salen en la televisión es para mostrarnos lo exóticos que resultan. No interesa tanto el pueblo en sí -como un todo, como comunidad y parte del ecosistema-  como lo que el turista individual -el turista como ente global y cierto poder adquisitivo- puede encontrar en él: bucólicos paisajes, oficios perdidos, lujosas casas rurales, actividades en la naturaleza, cocina de autor...

Un país en la mochila se grabó en la década de los 90's. Ya en democracia, con salud y educación pública plenamente instauradas. Una época en la que ya no se padecía miseria en el campo.
Desde entonces hemos progresado mucho... Hemos progresado en la dirección del neoliberalismo económico. Todo se puede comprar y vender, hasta las experiencias. Todo se ha globalizado. El sector turístico es muy importante en nuestro país ¿Por qué no habrían de turistificarse también los pueblos?
Pero ese turismo tiene una estética muy burguesa -de postureo, que nos gusta decir ahora-. No se parece en nada a los viajes de Labordeta, o al acto tan sencillo de coger una silla, plantarla en la puerta de tu casa y ponerte a mirar las estrellas, o entablar una banal conversación con algún vecino y disfrutar sin más -sin consumo-.

Hontanaya (Cuenca) - Camino del Cahorzo - Septiembre de 2019


lunes, 16 de septiembre de 2019

Del colegio ruinoso a la venta de los servicios públicos

La semana pasada, desde la dirección del colegio, nos comunicaron a padres y madres que había una pared que corría riesgo de desprenderse de la estructura del edificio. Habían vallado un perímetro de seguridad en el patio al que daba esa pared y, adicionalmente, se había prohibido a lxs chavalxs utilizar dicho patio.
El edificio no es viejo -unos 50 o 60 años-. Pero se encuentra en unas condiciones ruinosas: mal aislado del frío y el calor, goteras... Y, ahora, con paredes que se desprenden. 
No es precisamente lujoso, más bien todo lo contrario: austero y funcional. Porque no hay que convencer a nadie para que escolarice a sus hijos ahí -es la única opción en el pueblo-. 


Uno no deja de escuchar voces que advierten de que el Estado está en venta, que cada vez es más pequeño, que todos los servicios se externalizan (privatizan). Y, de cuando en cuando, aparecen artículos como este: "Educación concertada: una apuesta por la desigualdad". 

No tengo nada en contra de lo privado -ni a favor-. El que tenga un alto poder adquisitivo es muy coherente en llevar a su prole a colegios caros y lujosos. Para que interioricen esa normalidad y se relacionen con otras personas de su misma escala social -o superior-, que sus referentes sean gentes ricas y poderosas. 
Pero en el pueblo, lxs hijxs de la boticaria, del notario, del albañil, de la apicultora, de lxs paradxs... tienen que convivir en los mismos espacios. Lo hacen por necesidad -no por gusto- porque la alternativa privada no está interesada en las zonas rurales -no obtendría lucro-. Quizá la concertada sería posible, siempre que la administración pública asumiese los costes. Pero en este pueblo nunca se han planteado esas opciones.
Así, nos encontramos con ciertos servicios públicos que parecen intencionalmente abandonados, dejados: colegios, institutos, hospitales... Servicios básicos y de obligada prestación -según nuestra Constitución- que se ofrecen en espacios ruinosos. Mientras vemos que nuestros impuestos -el fruto de nuestro trabajo- se invierte en otras estructuras: salones de actos, plazas, instalaciones deportivas... Susceptibles de ser publicitados en los medios de comunicación y que, curiosamente, son utilizadas por los gestores de lo público en la celebración de pomposos y multitudinarios eventos.
Gestores de lo público -políticos y altos funcionarios- que constituyen en sí mismos sumideros de nuestros impuestos. Que viven lujosamente y utilizan los servicios privados y concertados para escapar de lo toscos y rudos servicios públicos.
No es esto un alegato en defensa de la educación pública, ni su retorcida burocracia -que ciertos sectores pueden saltarse alegremente para acelerar sus decisiones y que, también, puede utilizarse para poner trabas a las demandas de otros colectivos-. Es un intento de clarificar una estafa que se nos va imponiendo lenta y silenciosamente.
Si admitimos la idea, un tanto naíf, de que el Estado se basa en el "contrato social", podemos pensar que alguien no está cumpliendo su parte del contrato. Y que, además, el fruto de nuestro trabajo -los impuestos- no sólo se está empleando en el lucro de políticos y gestores, sino también de los grandes beneficiarios de la externalización de los servicios públicos.

La alternativa privada o concertada no es rentable en las zonas rurales. Pero puede llegar a serlo si nos vemos instigados a elegir entre trabajar de sol a sol para pagar la educación  de nuestrxs hijxs o correr el riesgo de que les caiga una pared encima.
En nuestras sociedades globales y masificadas, la política funciona así: en base a estadísticas, que nos dicen que bajar la inversión pública en ciertos sectores atraerá la inversión privada para cubrir ese vacío. Pero en los pueblos no viene nadie a tapar las grietas y sólo va quedando el vacío... solo.



miércoles, 11 de septiembre de 2019

Neoliberalismo, ruralidad y democracia

Desde 1956 a la actualidad, Herrera -una pequeña localidad de la provincia de Badajoz- ha crecido un montón. Ha crecido en extensión, no así en población -que se ha reducido a casi la mitad-. Han mejorado los transportes y ahora puedes comprar espárragos de Perú, kiwis de Australia, leche gallega, o donuts de marca blanca -igual que si vivieras en Harlem-. Puedes jugar al pádel, practicar atletismo y natación todo el año, en flamantes instalaciones deportivas -como si vivieras en Beberly Hills-.

Imágenes satélite de Herrera del Duque. Robadas de "Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura" y superpuestas. Vuelo americano serie B 1956-1957 (blanco y negro) Vs Actual 2013 (color)

Sin duda, Herrera ha prosperado. Ha prosperado según la lógica neoliberal. Según la lógica -ideología- única. Porque el neoliberalismo se ha propagado como la pólvora y se ha impuesto en todas las regiones del mundo. 
Así, hemos ido sacrificando nuestra autonomía y autosuficiencia por un estilo de vida más global, impersonal, acorde a la idea de lujo y calidad de vida que se publicita en las pantallas de televisión.
Algo que contrasta con la añoranza de tiempos pasados que nos asalta al pisar las zonas rurales.
Hace unos días celebramos en el pueblo una romería -Jubileo- en honor de nuestra patrona. Los vecinos engalanaron sus caballos, se escenificaron bailes tradicionales y, los más religiosos, prepararon dulces típicos, acudieron a misa y desfilaron en procesión. Locales y forasteros reían, bebían y fotografiaban cada escena. Pero todo ese despliegue tenía el regusto de una identidad que se desvanece, que se esfuma, entre botellas de plástico, grandes todoterrenos, trap, reggaeton y comida preparada a base de carne producida en intensivo en cualquier provincia lejana.
La lógica neoliberal nos dice que esto ha de ser así. Que prosperamos en la dirección correcta: la del crecimiento. Crecimiento en lo económico -acumulación de capital-. Y eso solo es posible subiéndose al tren de los mercados globales, de las economías de escala: especializándose y encontrando los nichos de mercado en los que desplegar todo nuestro potencial. Ya se encargarán otros de proveernos de salchichas, frutas, coches, equipos de música y contenidos audiovisuales que nunca hubiésemos soñado -y mucho menos deseado-.
En una suerte de extraña contradicción: se nos pide especializarnos para alcanzar un estilo de vida generalista. La tradición se esfuma y la supervivencia depende por completo de productos externos. El trabajo se convierte en una actividad alienante, en la que lo producido no nos pertenece y tampoco tiene sentido si no forma parte de la cadena global.

Imágenes satélite de Herrera del Duque. Robadas de "Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura" y puestas una junto a otra. Vuelo americano serie B 1956-1957 (blanco y negro) Vs Actual 2013 (color)

En Herrera también estamos dentro de las dinámicas neoliberales.
Somos menos, pero okupamos más espacio que hace 60 años -¿Vivimos mejor? o ¿Necesitamos más para vivir?-.
El espacio se lo hemos robado al campo, sobre todo a la dehesa. Y es que se necesitan mayores instalaciones para resguardar nuestros medios de transporte y herramientas. Pero también calles y carreteras más anchas por las que puedan circular. Las casas viejas no se adaptan a nuestros nuevos estilos de vida. La tecnología ha abaratado materiales y reducido los tiempos de construcción -el casco antiguo se abandona y se expanden las periferias-. Tareas que antes requerían la colaboración de muchas personas son realizadas ahora en solitario, con enormes y ruidosas maquinarias.
Podría pensarse que todos estos avances tecnológicos deberían redundar en jornadas laborales más cortas y una vida más relajada. Pero no es así. Al cambio tenemos paro y estrés. Y es que el neoliberalismo se funda sobre la base de la desigualdad y el beneficio siempre creciente. El capital tiende a concentrarse en unas pocas manos que exprimen, explotan y se nutren de los más vulnerables. No importa cuánto hayas acumulado, siempre querrás más.

Imágenes satélite de Herrera del Duque. Robadas de "Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura" y puestas una encima de la otra progresiva y animadamente. Vuelo americano serie B 1956-1957 (blanco y negro) Vs Actual 2013 (color)

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Wendy Brown habla en su libro "El pueblo sin atributos", de cómo la lógica del capitalismo neoliberal se ha impuesto en todos los ámbitos de la sociedad. Estamos inmersos en ella y, a pesar de que vivimos en regímenes democráticos, estas democracias no dejan de ser sino grupos de trabajo al servicio del capital: para garantizar la libre circulación de mercancias, formar la mano de obra, proteger la propiedad... Grupos de trabajo alineados con los intereses de "los mercados". Como las grandes compañías y sus pequeñas divisiones -en las que cada trabajador ha de responsabilizarse de sus tareas y asumir los riesgos-, también los Estados potencian las figura del emprendedor, la externalización de servicios -privatización- y la "gobernanza".
Elegimos a nuestros dirigentes porque creemos que conseguirán maximizar los beneficios y reducir los gastos, porque creemos que traerán prosperidad. Creemos que nos auto gobernamos cuando, realmente, estamos siguiendo los dictados del capital. 
La autora defiende que el neoliberalismo es un enemigo de la política y la democracia -si las entendemos como mecanismos para organizarnos en sociedad y alcanzar ciertas metas y bienes comunes- porque el capital ya tiene fijadas esas metas y los gobernantes no son más que los encargados de materializarlas.

Así que, es normal oír en tertulias políticas televisadas comentarios como:
-Tal o cual candidato es mejor estadista y atraerá la riqueza al país.
-Fulanito no tiene experiencia de gobierno.
-Menganito no tiene el beneplácito de las grandes empresas.
-Los otros son unos corruptos...
Y no dejan de ser más que aspectos de eficiencia que no cuestionan el modelo en sí: ¿Es esa la forma en que nos gusta organizarnos y vivir? ¿Es justa? ¿Es buena para todos? o ¿Sólo para unos pocos?... Lo llamamos política y no lo es.

Quizá no debería sorprendernos si dentro de unos años, esto de la democracia, acaba siendo una votación para elegir entre varios opciones a gestores de las administraciones públicas -en un modelo de sociedad y de Estado previamente fijado en los planes expansivos de grandes corporaciones transnacionales-. Quizá no debería sorprendernos si eso ha ocurrido ya.