lunes, 23 de julio de 2007

Pajillero

Según Freud, todos los problemas tienen una base sexual.

Una vida sexual normal es aquella acorde a la moral imperante en la época que vivimos. Quizá, gracias a Freud, vivimos una época de gran liberación sexual. Hay una enorme variedad de práctica sexuales que se asumen como normales -o, al menos, comprensibles por la mayoría de la sociedad-.

En internet se difunden a escala mundial ingentes cantidades de pornografía -en muchos casos, y cada vez más, con la mujer en situación más cercana al sufrimiento que al goce-. Esto crea un extraño efecto en nosotros, los grandes consumidores de pornografía: por un lado, nos gusta ver a las mujeres en posturas denigrantes, conscientes de que será difícil vernos implicados en semejantes escenas en la vida real; por otro, somos conscientes de lo poco ético del asunto, y de las fantasías tan perversas en las que nos recreamos.

En general, entra dentro de los cánones morales cualquier práctica sexual en la que todos los miembros disfruten un montón y haya consentimiento mutuo -o, más bien, que todos deseen realizar esa práctica-. Sin dinero de por medio.

Hemos conseguido una sociedad liberal, sexualmente hablando, y con igualdad entre hombres y mujeres... más o menos. Sin embargo, sigue existiendo el sexo al margen de la moral. Quizá el instinto sexual tiene esa tendencia a salirse del cauce en el que le queremos encajonar. Sólo que, al haber ampliado el margen de lo normal, hay que buscar la ilegalidad más allá, no basta con el adulterio, ahora la perversión roza la violencia.

El instinto sexual es un instinto de vida, busca expandirse. Y, en su afán de expansión, no tiene miramientos en dejar los campos arrasados a su paso.