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martes, 23 de enero de 2024

Los telecos y el intrusismo laboral

El otro día estaba tomando algo con los compis de trabajo y soltaron la frase: -Es que los telecos son así... Y ese así quería decir un montón de cosas: que tienen aspiraciones muy altas, que se creen por encima de otros ingenieros -informáticos, industriales...-, que merecen cobrar más, o dedicarse sólo a tareas de gestión, a dar charlas... Y, claro, tuve que decirlo: -Oye, chicos, que yo "soy" teleco.

El caso es que sigo a vueltas con la fenomenología -ahora con Heidegger-. Heidegger se pregunta mucho por el ser. Y decir que "soy" teleco, así, sin más, me rechinó bastante y sentí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre mi ser y desvelar si realmente yo era eso que llevaba tanto tiempo atribuyéndome. Es cierto: saqué la carrera con mucho esfuerzo, sudor, lágrimas -y alguna alegría-, por ahí tengo un papel que lo acredita. Supongo que, desde una mirada institucional y burocrática, soy eso: ese papel, un ente del tipo teleco.

Y, por haber superado la formidable hazaña de conseguir el título, pertenezco a esa clase de engreídos cuya aspiración debería ser trabajar en la NASA o similar. Pero una cosa son las categorías y conceptos con los que ordenamos nuestro estrecho mundo y otra el Ser, o la verdad de ese título: ¿Nos revela alguna realidad lo que hay apuntado en ese papel?

La cosa es que lo de ser teleco lo asocio a algo bastante pragmático -el mero ser poseedor de un título es algo muy burocrático, muy teórico, muy del mundo de lo inmaterial, de las ideas... un papel que certifica que tienes los conocimientos sobre algo-. Realmente no es así, realmente implica una práctica y una ejercitación que ha sido reconocida y validada por comités de expertos -los profes, los auténticos telecos-. Pero podría tener el título que me curré hace 1000 años y estar cuidando un rebaño de 1000 ovejas, o especulando con la vivienda en mi propia inmobiliaria, o escribiendo artículos sobre tecnología en un periódico... Incluso podría tener por ahí otro título, de yo qué sé: Filosofía! Entonces sería teleco? El burro es de donde nace o de donde pace?

Imaginamos que ser cualquier cosa debe implicar un ejercer y practicar. Así, el teleco tendría no sólo que haber sido sino "estar" ahí, en lo suyo, en el mundo de las telecomunicaciones: diseñando, implementando, comprando, arreglando... En lo que quiera que sea "el mundo de las telecomunicaciones". Que, si lo asociamos con los contenidos teóricos que se imparten en la carrera, viene a ser un área de conocimiento bien amplia. Abarcando gran parte de la matemática, lógica, estadística, física y cualquier área tecnológica con base electrónica, todo ello aderezado con la gestión de proyectos, personas, finanzas y cualquier adventicia demanda de los mercados y/o empresas tecnológicas. Vamos, que el mundo de las telecomunicaciones es tan vasto, que cualquier empleo tecnológico o de formación dentro de la empresa privada o pública nos valdría. Abarca un área tan grande que se disuelve en la nada. Y es lo que de facto ocurre con los telecos: que no tienen un área definida de trabajo y se mueven continuamente en el intrusismo. Yo, sin ir más lejos, siempre me he ganado la vida en el área de la informática. Y supongo que eso es también lo que motiva la frase de "es que los telecos sois así...". Esa idea de que estamos devaluando las profesiones en las que nos insertamos. Pareciera que cualquiera, sin una formación específica, puede ejercerlas. Somos como los inmigrantes: venimos a quedarnos con los trabajos de los que son de aquí y deberíamos largarnos a "lo nuestro".

Así que, igual sí que "soy" teleco: tengo mi título y desenvuelvo mi trabajo en un área que no se ciñe a los contenidos teóricos o prácticos de la carrera. Pasó con muchas otras titulaciones: los licenciados acabamos por ahí currando de cualquier cosa, algunos porque les atraían más otras áreas y otros porque no quedó más remedio -nos movemos en esa clase social en necesitamos ingresos para sostener la vida-. En mi caso, cuando empecé la carrera no es que tuviera una vocación brutal por las telecomunicaciones. Sí, siempre me gustó la tecnología, pero empecé sólo porque era bueno estudiando, me daba la nota y tenía salidas laborales. Y cuando me puse puse a trabajar en el sector de la informática fue porque mis inquietudes me habían acercado ahí, pero sobre todo porque la mayoría de ofertas de trabajo se movían en ese ámbito.

Un compañero de universidad comentó que: -Si hubiera invertido todo ese tiempo en estudiar economía y finanzas, seguramente tendría ahora mucho más dinero. Pero lo cierto es que, cuando nos esforzábamos hasta la casi extenuación en aprobar los exámenes de antenas, microondas, fotónica o electrónica, ya se veía venir la tragedia... -Oye, que lo mismo no vienen las empresas a rifársenos por nuestros maravillosos y bizarros conocimientos. -Que aquí hay mucha peña y tampoco hay tanto trabajo
Ya en los últimos años se hablaba de que -Bueno, lo importante no son tanto los conocimientos adquiridos como las actitudes y aptitudes. -Vuestra formación como ingenieros os permitirá adaptaros a las volátiles demandas de los mercados de trabajo. Vamos, que podíamos utilizar nuestro juego de cintura y nuestro lomo curtido a palos para ir medrando hasta las posiciones más altas... Vamos, que nos habían entrenado para ser intrusos, oportunistas. Y creo que fue un poco decepcionante para todos -seguramente para todos los universitarios de esa generación-, porque la imagen que manejábamos de un ingeniero o licenciado era la de alguien muy importante al que todo el mundo le allanaba el terreno para que realizara sus precisas y sofisticadas intervenciones en las grandes estructuras de los estados o las compañías internacionales. Una imagen del hombre ingeniero de la revolución industrial: adinerado, de familia bien, que había trabajado duro -y lo seguía haciendo- para estar en su posición actual. Una imagen que también se cultivaba desde los ámbitos académicos de la universidad -los profes se daban mucha importancia-. Una fantasía que se desmoronó con la burbuja de las ".com" y que nos tocó asimilar al insertarnos en el mercado laboral durante los primeros 2000. Y, realmente, el trabajo duro nunca nos faltó, ni la competencia feroz, ni la continua formación, las largas jornadas, el móvil y ordenador. Hordas de titulados para construir un mundo peor al servicio del capital y el control estatal.


De todas formas, si me preguntan qué soy -en lo laboral que es la única dimensión en la que a alguien se le pregunta por el ser-, yo nunca respondo que soy teleco. Siempre digo que soy programador informático o algo similar. Pero lo cierto es que programo poco... y ando por ahí tratando de descifrar lo que otros han hecho, para copiar, modificar o intervenir en el lugar adecuado, configurando servidores, haciendo pruebas, planificando, desmarañando información... Cada día me cuesta más decir qué soy. Y me gusta esa idea Heideggeriana del Dasein -el ser ahí, el estar- y la idea Bergsoniana del tiempo como bola de nieve... Soy eso que está ahí, que ha sido traído a un mundo fuertemente codificado, adaptándose a las circunstancias y acumulando experiencias. Porque, eso sí: en mi formación para la vida y como teleco, siempre fui educado en el trabajo constante. Supongo que encontré cierto placer en extraer conocimiento de la experiencia... en transformar ese trabajo duro en un trabajar también para mí, para los míos, para mi mundo imaginado. Y en ese mundo fantaseado se necesita saber de antenas, microondas, fenomenología, motosierras, ovejas, blogs, fotografía, cocina y un montón de mierdas que nada tienen que ver con la rentabilidad. Y creo que eso sí que es parte importante de mi ser -quizá también de todos los que consiguieron su título de teleco-: ese continuo movimiento y abrir líneas de fuga más allá de la estrecha racionalidad técnica y laboral, más allá de las dinámicas económicas, empresariales, la superación personal, o la rentabilización del tiempo.

Quizá esa sobreformación que recibimos para incorporarnos a un mercado laboral que ya demandaba otras cosas nos hizo tomar consciencia prematuramente de lo que ya se venía advirtiendo en teorías marxistas: que el trabajo no lo es todo, que tenemos ciertas curiosidades que necesitan ser satisfechas y que muchas de esas satisfacciones requieren trabajo, un trabajo diferente al alienado -al de por cuenta ajena-. Que nuestro ser va mucho más lejos de lo que pone en el CV.

Lejos de ser una simple actividad económica, el trabajo es la "actividad existencial" del hombre, su "actividad libre, consciente" -de ninguna manera sólo un medio para mantener su vida (Lebensmittel), sino para desarrollar su "naturaleza universal". - H. Marcuse. Marx y el trabajo alienado. Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1969, p.10.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Sobre ingenieros y filósofos

Los ingenieros son resolutivos engreídos.
Podrían ser filósofos, pero no tienen tiempo: tienen que llegar a una solución, y no tiene por qué ser la mejor posible -seguramente no lo será- pero será una solución rápida y eficiente.

En el fondo, un ingeniero no deja de ser un soldado, un mercenario. En los ejércitos siempre han tenido gran relevancia los cuerpos de ingenieros, con sus artilugios de destrucción y muerte. En la batalla no importa por qué o contra qué se lucha -de hecho no te va a aportar ninguna ventaja competitiva el saberlo- lo que importa es ganar al menor coste posible. Y en eso son los mejores: en optimizar. Y en eso se refugian: - Yo, salvo vidas. - Creo puestos de trabajo. - Creo riqueza. - Ahorro esfuerzo. - Produzco... Así que son tenidos en alta estima por los miembros de su equipo -la sociedad-.

Son experimentales, aprenden haciendo, probando y errando, son hombres de acción. La excelencia les llega siendo jóvenes, ya con algo de experiencia, pero aún con agilidad mental, cierta temeridad, agresividad... Entonces se convierten en grandes profesionales y se enfrentan de forma intuitiva a los escenarios complejos en que deben realizar sus acciones precisas y eficaces.
Toda su labor transcurre tras una apariencia fría, calculadora, compleja... Bajo el paradigma de la neutralidad, del que tiene una misión, un objetivo y unos determinados recursos para cumplirla. Pero sumidos en sus batallas no tienen tiempo de mirar lo que les rodea, ni tan siquiera para recrearse en alguna ideología. La ideología no existe para el ingeniero, sólo hay  problemas y soluciones. Sólo hay un camino posible: Que consiste en mejorar la situación presente. Así que, acaba trabajando para las ideologías de otros, siguiendo el camino que otros han marcado y establecido como bueno, realista, práctico, deseable, seductor.

Por tonto, el ingeniero es un hombre y además un soldado -más bien un mercenario, ya que se desenvuelve en el más despiadado de los capitalismos-. Su labor consiste en planificar la batalla desde la retaguardia. Frío, sin deseos, ni pasiones. De las emociones sólo se permite agresividad y firmeza, porque no tiene tiempo que perder en dialogar -justificar a cada paso el objetivo-, ni argumentos para tanta violencia.
Así que no es de extrañar que existan pocas mujeres en las carreras técnicas. Con tales modelos, con tales casos de éxito... Hay que estar educadx bajo condicionantes muy severos.

Pero el ingeniero es socialmente valorado, porque como se ha dicho: produce. No es como el banquero, el directivo, el comercial, el político, el cura, el maestro... Es el capataz perfecto de una sociedad capitalista, competitiva, consumista, de crecimiento acelerado... en la que no hay tiempo para nada que no sea mesurable en la unidad por excelencia -el dinero-.

El cine americano ha contribuido a forjar el mito del ingeniero/científico -que suele estar loco cuando está del lado de los malos-, del tipo excéntrico y entregado de lleno a su trabajo, en proyectos super-secretos en lugares restringidos a la población civil. El superhéroe armado de tecnología hasta los dientes. El inventor que se ha lucrado a base de patentes, el emprendedor y su evolución lógica: el empresario.

No es de extrañar que abunden los que se vuelven atrás, los que se echan al monte, o los que cuando llevan varios decenios de profesión, retorcidos por todos los tics nerviosos, envidias, males de ojo, dolores de estómago, odio... ya no pueden más. Es una profesión para jóvenes ambiciosos.
Después de todo, no son más que personas normales, que han seguido un duro entrenamiento de gestión del tiempo y rentabilización del mismo. El cansancio también les afecta y, al mirar a su alrededor, es fácil echar las cuentas - ¿Es necesario tanto sufrimiento? - ¿Por un puñado de dólares? - ¿Cuándo crucé la delgada línea roja?

Los soldados también sufren: Algunos tienen sus propios valores morales, se hacen preguntas, o incluso tienen ideales que abarcan una realidad amplia. Hasta en la guerra del Vietnam surgieron movimientos críticos dentro del propio Imperio.



Nota personal a cerca del entrenamiento del ingeniero:
Aún recuerdo con cierta aprehensión los años de carrera. Duras jornadas de estudio y prácticas de laboratorio para, al final: suspender el examen. 
Muchos abandonaron, todos estuvimos seriamente tentados de hacerlo. Pero aprendes: que no hay tiempo de abarcarlo todo, o de hacerlo todo lo bien que quisieras, que tus recursos son limitados, que hay que tomar decisiones (y no importa si son acertadas o no -quizá puedas corregirlas a posteriori-), que hay que pasar un examen, que hay que entregar los trabajos en fecha y, sólo tienen que cumplir especificaciones. Que hay que especializarse y mirar hacia adelante.

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El ingeniero ofrece soluciones, el filósofo plantea preguntas. Es una anciana, alguien que ha vivido y leído mucho. Así que es una especie marginal en una sociedad del speed y la cocaína.
Seguramente nunca será un caso de éxito, ni habrá películas americanas hablando de sus elaboradas teorizaciones del mundo.
La filosofía no produce beneficios monetarios, ni tiene ninguna prisa. Y quizá esa es su diferencia más importante con respecto a la Ciencia. La ciencia progresa con la tecnología. La filosofía se queda en la retaguardia, en el subconsciente -del individuo o de la colectividad- por detrás de Religión y Autoayuda que ofrecen respuestas rápidas y concisas.

Pero a mí, me maravilla cuando un profesor de filosofía es interrogado por sus alumnos con alguna pregunta estúpida, ingenua, arbitraria... Entonces el profesor intenta comprender qué es lo que ese alumno despistado intenta decir, e incluso intenta desarrollar la vía expuesta, hasta conseguir tipificar la idea, tratarla -si corresponde en ese ámbito-, o dejarla para cuando sea pertinente. El filósofo no crea nada: coge, ordena, deduce, nombra, infiere... Al contrario que el ingeniero, que siempre cree estar haciendo cosas novedosas, revolucionarias, visionarias...

El filósofo no tiene un objetivo, a lo sumo un área que examinar y ordenar, pero que será explorada siguiendo todos los caminos posibles -todos los que el lenguaje y las preconcepciones permitan imaginar-. Sin sentimientos, sin intuición, sólo diálogos, hipótesis y deducciones. En el intento de comprender la cambiante realidad.
En el fondo, un filósofo no deja de ser un analista de sistemas.