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jueves, 16 de septiembre de 2021

Facebook y la patria chica

Cuando apareció Facebook y similares, todos nos lanzamos a colgar fotos, etiquetar a nuestros amigos, buscar la gente que conocíamos... Éramos jóvenes, guapos, esbeltos... o, simplemente, nos sentíamos cómodos con nuestra imagen. Hacíamos bromas, intercambiábamos banalidades, nos divertíamos... Se había convertido en el patio del colegio -o en nuestro pueblo chico-. 

A medida que íbamos haciéndonos mayores, los contenidos que compartíamos eran cada vez menos personales, menos banales y cotidianos. Subíamos menos fotos de nuestros cuerpos -que ya no eran tan esbeltos-. Ee cuando en cuando, fotos de nuestras caras o de acontecimientos muy especiales -bodas, comuniones -en las que aparecíamos anormalmente adornados-...
Como en la vida real: nos fuimos dejando ver menos por los espacios públicos y nos refugiamos en nuestra propiedad privada. Mientras, los más jóvenes buscaron otras redes, como Instagram, en las que exhibirse -es lo bueno de Internet, que el espacio es infinito y no tienes que esperar a que tus viejos se vayan de la discoteca para ir tú-.
No se diferencia mucho ese proceso de socialización en la red del que se da en la vida real. Un proceso en el que vamos comprendiendo que, a pesar de ser vecinos o amigos, no tenemos las mismas ideas ni intereses. 
Para no ofender, o no enredarnos en eternas discusiones, empezamos a publicar menos: "los demás no necesitan saber tanto de nuestras vidas", "te puede causar problemas publicar dónde estás y demás", "no quiero parecer egocéntrico hablando de lo que hago o pienso", "yo pienso esto, pero no lo voy a decir porque no quiero que nadie me rebata", "no soy famosa, ni tengo nada que aportar", "no quiero parecer tonto", "hay gente muy desconfiada y malpensada, mucho ofendidito"... 

Los muros empezaron a llenarse de silencio y aburrimiento... Algo que una empresa que vive del entretenimiento no podía permitir. Así, Facebook fue rellenando esos silencios de publicidad, de anuncios de grupos que te podrían interesar, de negocios, de política nacional e internacional, de fútbol... Los profesionales de la producción de contenidos los vertieron también en esta red, nos sacaron de lo local y personal y nos devolvieron a lo global. A pesar de que para nosotros resultarían más interesantes el nuevo peinado de la vecina, las ovejas de aquel, el huerto del otro, el coche nuevo del colmenero, las mayas del profesor de spinning o los enredos del equipo local de fútbol.
Las pequeñas cosas que nos ilusionaban y entretenían se arrinconaron y comenzamos a engullir propaganda y contenidos como veníamos haciendo en los medios tradicionales: tv, periódicos, radio...

A Facebook, como compañía, ya le venía bien este giro de los acontecimientos: es una empresa que cotiza en bolsa y sus accionistas obtienen beneficios. Pero tener una cuenta es gratis ¿Cómo puede ser? ¿De dónde sale la pasta? Entonces hubo personas avispadas que pensaron "si es gratis es que nosotros somos el producto...". Y no queremos que nadie se aproveche de nosotros sin compartir los dineros.
Pero el identificarnos como producto no nos hizo libres. Al contrario: asumimos que sólo los famosos, o la gente que tiene una imagen pública, es la que debe compartir sus pensamientos o sus actividades. Ejercimos nuestro micropoder coercitivo para callar a los demás y a nosotros mismos y consentimos que los mismos grupos de poder de siempre siguieran arrojándonos sus mensajes para que asumiéramos sus poses. 

"El medio es el mensaje" y Facebook se ha convertido, principalmente, en un medio clásico, que vive de la distribución de contenidos y la publicidad.
Se parece poco a la idea inicial de mantenerte conectado con tus conocidos y seres queridos -o la de cotillear a tus vecinos-. Y, aunque siguen subsistiendo, esas funciones resultan prácticamente marginales, o bien se han desplazado al Whatssap o redes más privadas. 
No creo que haya sido una estrategia fríamente calculada. Más bien, un ir improvisando, sobre la marcha, aprovechando las corrientes y oportunidades. Facebook empezó como una especie de reto tecnológico o juego sociológico: crear una plataforma que atrajera a millones de usuarios... Luego ya verían cómo rentabilizar algo así.
Y el resultado les ha queda bien. Tienen un montón de usuarios que entran a su plataforma, les da                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     un poco de lo que quieren: información de sus amigos y entorno cercano y, de paso, les endosan un montón de publicidad y contenidos generalistas -mejor o peor dirigidos a un público objetivo-.

Por todas partes comenzaron a surgir tutoriales y gurús que explicaban cómo gestionar los perfiles de negocio en estas redes sociales. Trucos y consejos para conseguir mayor visibilidad, mayor alcance, mejores valoraciones... Se profesionalizó el patio del colegio. Y, como teníamos cuenta en esa red, también comenzamos a pensar que debíamos profesionalizarnos nosotros: mostrar nuestro mejor perfil -postureo-, ser políticamente correctos, ciudadanos del mundo globalizado, opinadores de la actualidad del país, haters del otro bando...

 

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Yo utilizo Facebook para consumir contenidos y también para publicarlos. Me gusta, es una forma de socialización y entretenimiento como otra cualquiera. Me gusta saber qué cosas preocupan, gustan o ilusionan en mi entorno cercano, qué ven mis amigxs desde sus ventanas, qué opinan sobre las diferentes noticias, intercambiar opiniones, mirar sin ser visto, cómo les va la vida a los antiguos compañeros de uni, cómo crece su prole, si ya han empezado a coger setas, cuándo siembran las patatas, dónde van a castrar, los festivales a los que van, los libros que han leído o si la última de Disney les pareció mejor que la anterior.

También me gusta hacer fotos y publicarlas. Sé que existen redes más apropiadas para la fotografía, pero encuentro cierto encanto en hacerlo en ese cajón de sastre en que se ha convertido Facebook. Un lugar donde aparece mezclado lo personal, lo global, lo comercial, imágenes, audios, vídeos... Donde la única coherencia está en el muro personal de cada cual: como pequeñas moléculas enlazadas con otras, en estructura rizomática -aisladas y conectadas a la vez-.

También me gusta compartir noticias, pensamientos, pequeños textos... Sin ninguna pretensión especial. Como pequeñas notas que se me aparecen interesantes para mí y para mi círculo de "amigos". Pequeñas líneas de fuga que nos saquen del cerco del algoritmo y los puntos de interés que se definen desde los centros de poder y comunicación. Uno ya sabe que no puede alcanzar repercusión más allá de su círculo -tampoco lo deseo, porque no considero mi ocio como una actividad a rentabilizar-, eso da mucha liberdad, como da libertad escribir sabiendo que nadie -o muy pocos- lo van a leer.

Quizá lo que más me gusta de esta red social es el parecido con un pueblo chico. Porque mi red de "amigos" está muy localizada en torno a mi pueblo -supongo que Facebook controla de ubicaciones y siempre prioriza los contenidos de quién está cerca-. Un pueblo donde, cómo siempre, ciertos órganos de poder pueden alzar la voz sobre la de los demás, pero donde la turba también puede boicotear esos intentos de imposición de opinión y dar la batalla -aunque sea en desigualdad de fuerzas-.

Por ejemplo: hace unos meses, el alcalde del pueblo y el partido en el poder, decidieron, de forma unilateral, cobrar para acceder a la playa de Peloche. Lo anunciaron por Facebook, como si fuera un logro novedoso, puntero y por el bien de la ciudadanía -por lo del Coronavirus-. Inmediatamente, la población comenzó a quejarse por una medida a todas luces injusta, que sólo podía venir de alguien totalmente desconectado de la realidad de la localidad. Las quejas no se quedaron sólo en Facebook -quizá aquí se forjó el convencimiento de la injusticia que se estaba cometiendo- y trascendieron al plano de lo real: se organizaron manifestaciones, protestas, escritos formales... Incluso volvió a salir el tema en un pleno del ayuntamiento -aunque los poderes públicos no dieron su brazo a torcer-.

Así que, sí, Facebook sigue teniendo esos recovecos, escondrijos y el potencial revolucionario o democrático que muchos esperábamos se desatara con el desarrollo tecnológico de internet -y nunca llegó-.
También tiene sus cosas malas -muchas derivadas del hecho de no tratarse de un servicio público sino de un negocio-: la adicción causada por el sistema de notificaciones y recompensas, problemas de privacidad... Pero eso ya lo hemos tratado en otros posts de este blog


Imagen de Ella Ottersbach-Edwards. Extraída de Living For Likes: The Unspoken Addiction

jueves, 29 de julio de 2021

Instantáneas de verano

Allí estábamos, sentados en unas precarias sillas de madera. En la explanada del puerto, con las mascarillas mal ajustadas. Habían montado un escenario modesto, no hacía falta más. La brisa del mar nos mantenía frescos.
Fueron subiendo, eran un montón de gente, 40 o más. También había una pequeña banda: teclado, guitarra eléctrica, batería y bajo. Yo siempre había pensado que esos grupos de gospel, que gustaban tanto por aquí, eran una frikada... Aunque sentía curiosidad. 

Empezaron a cantar y... Aquello molaba! Aún llevando mascarillas, el coro se veía súper relajado, feliz... La directora era pura energía. Con su expresión corporal y su sonrisa, si te lanzaba una mirada de refilón, era capaz de hacerte pensar que podías cantar como Aretha Franklin -o, por lo menos, tocar las palmas con ritmo-. No es de extrañar que ese estilo musical haya traspasado los muros de las iglesias y todas las fronteras. 

Se hizo de noche, pero aquello era absolutamente luminoso. Nos sentíamos como si hubiésemos sido tocados por el dedo Dios -pero no el dios iracundo de la culpa, sino un Dios liberador-.

Gospelsons: grupo de gospel de Mataró. Foto extraída de la web del grupo: https://gospelsons.org/

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Alguien escribió en un grupo de Facebook que había creado un perfil anónimo para denunciar asuntos perpetrados desde los poderes públicos locales. Y la peña se le echó encima diciendo que diera la cara, que se identificara... 

Pensé sobre cómo se ha perdido el anonimato en Internet. Antes de las redes sociales todos teníamos perfiles falsos, avatares molones... Tu identidad virtual no solía coincidir con tu identidad física -a menos que fueras un personaje público- y podías llevar una doble vida. Ahora nuestros perfiles virtuales son una marca, un sello de identidad de nuestros perfiles físicos... Y los poderes nos pueden someter en ambos planos. Pero Remedios Zafra trata mucho mejor estos temas de lo que puedo hacerlo yo.

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Me sentía eufórica! Él había dado positivo en Coronavirus y yo no. Él debía confinarse en casa y yo era libre! Libre!

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En la televisión no paraban de salir noticias sobre los beneficios económicos que había traído la legalización de la marihuana en ciertos estados -EEUU- y cómo se había extendido a otros. También aparecían noticias de cómo los propietarios de invernaderos, en la vieja Europa, se estaban adaptando al cultivo del cáñamo legal: con usos medicinales, para elaborar ciertos ungüentos, fibras vegetales... -Es mucho más rentable que la fruta o las flores - decían.  

Cuando el capitalismo le niega el saludo al narco, la legalización está cerca.

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Estábamos solos, en un rinconcito al que se accedía por una vieja carretera abandonada. El pantano daba miedo. Todos los años llegaban historias de ahogamientos. Las niñas jugaban en la  orilla. -Allí están seguras. -Pensaba aliviado. Me sentía pesado, gordo...
Ya nadan muy bien. No quiero que vayan a lo hondo. Este calor me mata, saca lo peor de mí, quiero que llegue mediados de agosto...
¿Y si hubiera monstruos?

Algún punto del pantano de García de Sola - Julio 2021

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Habían habilitado un trozo de playa para los perros -al otro lado del puerto-. Los dueños se bañaban allí con ellos. Era una escena extraña: pechos desnudos, perros mojados, ladridos y conversaciones, las olas del mar... Todo se aparecía sucio e irónicamente feliz

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Habían hecho una pequeña presa en el cauce del río. Siempre había agua corriendo. Era muy somero: pocos tramos cubrían por encima del ombligo. Los fresnos y sauces proporcionaban una agradable sombra en las orillas cubiertas de césped. La gente se reunía en pequeños corrillos. Muchos llevaban su merienda. También había un chiringuito. Había gente, pero sin aglomeraciones -circulaba el aire-. El agua era fresca -pero no fría-.
Un lugar de goce y esparcimiento en Hoyos (Cáceres)

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El calor y la humedad eran horribles en la estación de Sants. -Otro tren cancelado! -Joder! Esto se está petando de peña... Íbamos bien apretados en el vagón. Todos con mascarilla. Yo procuraba no respirar muy fuerte. En Plaça Catalunya se subió más gente. Los niños lo tocaban todo. Una señora mayor busca asiento... Afortunadamente se lo cede alguien que está más cerca -no me quiero mover-. Dos tipos hablan despreocupados sobre no sé qué movida que quiere hacer en su salón. Yo sólo veo Coronavirus! Coronavirus por todas partes!

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Era el típico lugar de ocio familiar en el Levante. Enclavado entre la paradisíaca playa de arena y unos montes rocosos que se aventuraban hasta el mar. Se veía mucho guiri. Tenían sus propios guetos: los alemanes, los belgas... La primera línea de playa era asediada por altas torres de apartamento y hotel, bares, restaurantes... Las montañas cercanas plagadas de chalets -que de lejos asemejaban garrapatas-. Al fondo se apreciaban las formas grotescas de Benidorm. Pero Calpe era un pueblo tranquilo, mantenía un centro histórico coqueto. Un lugar para dejarse morir sobre la fina arena, mecido por las aguas calientes... Sí, la población se veía envejecida, conservadora, complaciente con los neonazis de Desokupa...
Una gran formación fálica rocosa presidía la playa: el Peñón de Ifach. Me gustaba llamarlo el peñón de iFacha...

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Se rompió la cámara subiendo al peñón. Por fin me había liberado de aquel artefacto del demonio. No tenía que llevar ese peso a la espalda: los objetivos, la batería, el trípode... Miraba el mundo de otra manera: narrado, en un continuo fluir de palabras -no como este post, que es una sucesión de instantáneas-.


Playa de Calpe con el peñón de Ifach. Imagen extraída de El País

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Después de 12 de horas de viaje, con sus atascos. Bajamos del coche, como quien se baja de una nave espacial... Hace fresquito. Suena música ligera en directo. No hay humedad. Nos reciben con tortilla de patatas -crudita-, revuelto de calabacín, tomates frescos... El Castillo nos vigila. Corre una agradable brisa... Herrera se nos aparece como el paraíso en la tierra ❤

martes, 20 de abril de 2021

Sobre parques infantiles y puntos de desencuentro

De pequeño no recuerdo visitar los parques infantiles. Supongo que sí existían... Quizá en el cole había columpios y toboganes -de esos de metal que, a buen seguro, ahora nos parecerían superpeligrosos-. Estoy convencido de que en el patio del cole había dos tubos de cemento -de los que se usan para el alcantarillado- y saltábamos de uno a otro, nos metíamos dentro...

Ahora es otra historia, los parques son auténticas obras de arte. Se cuida cada detalle, se integran perfectamente en los diferentes espacios públicos de la ciudad, se les lima cada arista, cada posible peligro...

Barcos piratas repletos de pasarelas, toboganes, cuerdas y redes para trepar, rocódromos... Dragones con rincones secretos, rampas deslizantes...

Parc de la Pegaso - Barcelona. Imagen extraída de TimeOut

 

Aunque vayamos en coche, las niñas los ven desde lejos y, yo... les voy cogiendo el gustillo. Normalmente prefiero aquellos más antiguos: los que tienen árboles bien formados con buena sombra y bancos. Aunque los ideales son aquellos que cuentan con la terraza de un bar cerca y, desde ahí, puedes controlar a las niñas. Pero tampoco le hago ascos a llevarme las yonkilatas -si voy con amigos-.

 

En los pueblos, tengo la impresión, no se da mucha importancia a los parques. Al estar rodeados de campo, parecieran prescindibles las zonas verdes. O quizá sea el arrastrar una tradición en la que se jugaba en la calle, y ya se establecían -de facto- ciertos puntos de encuentro: la plaza, el pretil, las pistas polideportivas... Una tradición en la que los vehículos no se habían apoderado aún de todos los espacios.

Pero los parques tienen una ventaja, son lugares cercanos en los que las niñas se pueden encontrar con otros niños. Los padres podemos entablar conversaciones con las madres. Y, si no hay nadie, no importa, porque las niñas se entretienen con cualquiera de las atracciones mientras los adultos chequeamos el móvil, o leemos un libro, sabiéndonos en lugar seguro.

 

Existen familias que tienen casas grandes, con patio, piscina... Y quizá no sientan la necesidad de salir a un parque a relacionarse con nadie -pueden vivir en su absoluta individualidad-. Pero el caso más común es el de familias que habitan pisos pequeños -la estabilidad económica nos llega tarde, si es que llega, y no podemos esperar a tener 40 años para engendrar hijos-. Así que, los parques suponen un gran alivio al agobio de los espacios cerrados privados. En general, todas las zonas comunes de pueblos y ciudades vienen a complementar las carencias de los hogares: para eso nos organizamos en sociedades -y toleramos a cambio cierto malestar en la sociedad-.

Supongo que dentro de unos años las niñas no querrán que las acompañemos al parque, o quizá prefieran otro tipo de lugares y formas de ocio: pistas deportivas, de skate, sitios oscuros para fumar, navegar por las redes sociales... 


Con la pandemia se han cerrado los parques infantiles y ha sido necesario proveer de dispositivos electrónicos a los niños. Una combinación fatal. Creo que no hay sensación más terrorífica que ver la cara de un crío con las pupilas dilatadas clavadas en la pantalla y la piel iluminada por el brillo de los contenidos cambiando a velocidad de vértigo... 

Los niños tienen ganas de jugar y estar acompañados, pero les dejamos solos con la pantalla. Les cerramos los parques, limitamos sus movimientos y su interacción con los demás. Los metemos en el mundo virtual para que suplan sus carencias... Pero es algo que no queremos ni para nosotros. Las redes sociales están llenas de malos rollos, de gente que se habla de forma grosera, que responden con zascas, troleos, que sacan las cosas de contexto, noticias falsas, odio, comportamientos adictivos... Hay que realizar tremendo esfuerzo para que nuestra red social no se convierta en un estercolero. Resulta muy difícil practicar la empatía en ambientes tan hostiles. En la vida real, cara a cara -con contacto físico y visual-, creo que no son tan comunes estas prácticas depredadoras. Aunque siempre han existido los que van buscando bronca, los que no tienen modales, o los encabronados y despotricadores contra todo -sin apenas venir a cuento-. 


Hace unos días, en un consejo escolar, los profesores manifestaban su preocupación por los casos de acoso infantil -que vienen acrecentándose por el uso intensivo de móviles y tabletas desde edades muy tempranas-. En el cole, profes y alumnos se encuentran afanados impartiendo e interiorizando los contenidos que dicta la ley. Luego tienen su rato de juego y esparcimiento -que pueden utilizar también para hacer el mal- y, más tarde, se van a sus casas -a encerrarse con sus equipos electrónicos-. Seguramente sería mejor para sus relaciones -y para su salud física y mental- que salieran al parque a jugar y relacionarse con otros niños, bajo la tutela de los padres. Si surgiera algún conflicto: padres, madres, hijos y amigos podrían colaborar para solucionarlo -de forma más o menos amable, inmediata, pública, transparente..-. Pero en las redes sociales -y los grupos de mensajería- los conflictos se enquistan, se ocultan, pasan desapercibidos para unos, o se visibilizan demasiado para otros... No se resuelven, van creciendo, de forma asíncrona, por oleadas... Si nuestras redes sociales son un vertedero de opiniones encabronadas y ofensas gratuitas, no debería sorprendernos que lxs niñxs repitan esos patrones.

El distanciamiento físico, la mediación de las relaciones por los dispositivos electrónicos, los algoritmos -que nos sugieren siempre lo que es similar a lo que ya conocemos-... Todo ello va conformando un mapa de divisiones en las que nos resulta muy fácil identificar al "otro". Y, al "otro", se le puede humillar, marginar, apartar... y no volver a verlo nunca más: porque no va a existir un punto de encuentro donde puedas comprobar que es más lo que nos une que lo que nos separa.

 

Creo que uno de los problemas más graves que trae esta pandemia es la disgregación social, la pérdida de vínculos y, en definitiva, la pérdida de humanidad. El aislamiento en pequeñas burbujas, enfrentadas a las otras: mi propiedad privada, tu virus, mi vacuna... Algunos ya señalan el aumento de las crisis de ansiedad, niños acosando a otros niños, jóvenes apáticos -sin futuro-, adicciones a redes sociales, juegos online, televisión...

Y, mientras, los pequeños espacios de terapia -los parques infantiles- se encuentran cerrados -o han estado cerrados durante gran parte de la pandemia-. En un mundo donde prima lo privado y donde pareciera que sólo el consumo y la economía merecen ser salvados.

 

Parque infantil del Pilarito de Consolación - Herrera del Duque - Abril de 2021

En el pueblo existen algunos parques en las afueras. Pero están hechos polvo: vandalizados, sin mantenimiento... Son utilizados principalmente por jóvenes y adolescentes -que pueden desplazarse hasta allí, en bici o en coche, sin la compañía de los padres-. 

En el interior del pueblo, en el patio del cole, existe otro parque -cerrado desde que empezó la pandemia-. Es este un lugar incómodo, feo y asediado por el sol, pero que a los niños encanta. Las niñas solían pedirme que las llevara y, alguna vez, me convencían -lo bueno de su cierre es que ya no me veo obligado a ir-. Las familias con niños pequeños, expulsadas del parque, ahora colonizan otros espacios: la Plaza de España, la plaza del Palacio de la Cultura... Seguramente menos apropiados para los niños, pero donde los padres nos encontramos cómodos -con terrazas para tomar-. Y, después de todo ¿A quién le importa el bienestar de la infancia?

jueves, 19 de noviembre de 2020

El limón

Hay muchas formas de "obligar" al espectador a fijar la mirada en un punto concreto de la imagen. 

La de esta fotografía es ciertamente explícita, casi obscena.

De lo explícito y lo obsceno sabemos mucho en las redes sociales y la televisión. 

Vemos infinidad de trozos de cosas: posts, tuits, podcasts, memes, vídeos, gifts, noticias, anuncios... 

Engullimos contenidos como Deep Throat engullía falos en los 70's. 

Claro que, el porno también se ha vuelto más violento, se ha fragmentado, acelerado... Y viaja a la velocidad del limón hacia el agujero negro de nuestros cerebros destruidos. 

Zoom sobre uno de los limones del limonero - Noviembre 2019

viernes, 2 de junio de 2017

Miedo y asco en las redes sociales

Hay gente que tiene miedo del facebook, el twitter, internet... De esos medios que democratizan la sociedad, que fluyen en horizontal y no en vertical?
Por eso Belén Esteban es tan importante... cuando lo podría ser cualquier vecina de tu localidad. Por eso el Madrid y el Barça tienen tantos seguidores, cuando el equipo de tu barrio puede ser tanto o incluso más divertido.

Y tienen motivo para ser recelosos: las redes sociales y el internet resultan adictivos, impiden centrar la atención, se pierde el tiempo rellenando formularios, buscando ofertas, información relevante, tratando de entender... Al final, a uno le queda la sensación  de ser un títere que va de aquí para allá, a merced de no sabe muy bien quién o qué.

Hay otra gente que no tenemos miedo. Pero sentimos que las esperanzas de cambio, de participación y justicia, que brindaban las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, se han visto cercenadas: que la web no es tan participativa, que los grupos de poder no han desaparecido sino que han incrementado su presencia en nuestra cultura.

Los grandes organismos y los grandes medios han inundado la web 2.0 con sus contenidos. Y, claro que sigue quedando espacio para el underground: que otra vez ha quedado oculto bajo lo masivo y estridente, bajo la sospecha de la inseguridad informática, el spam, terrorismo...

Los temerosos, lo son de perder su privacidad, que las fotos y contenidos que publican puedan volverse en su contra, o en la contra de los seres que aman, que les tomen por tontos, pedantes, que roben sus derechos de autor...
Y la vida virtual no deja de ser como la vida real: -Si quieres que algo no se sepa no lo publiques, no hables de ello... - Si quieres que algo se sepa: Hazlo público! Háblalo! No seas ñoño, no esperes que nadie venga con la cucharilla a rascar tus sabrosos contenidos. -¡Ahórrate el psicólogo o el cura! ¡Cuéntaselo a la red social!- Todos estamos solos! -¡Ahórrate el bote de pintura y escríbelo en el muro del ayuntamiento de tu localidad...
-¿Quién sabe? Quizá alguien conecte con tus preocupaciones, intereses... Aunque, lo más probable, es que sean considerados irrelevantes (como en la vida real). Belén Esteban solo puede haber una, es suficiente.

También hay acosadores e impertinentes. Las patologías se proyectan en las redes sociales:
"un idiota que se da mucha importancia
un baboso que no mide las distancias"
Son los mismos problemas que siempre hemos tenido cuando nos relacionamos con otros. Con el añadido de que ahora tenemos dudas técnicas, dudas sobre el alcance, la duración en el tiempo, dudas legales...

Las redes sociales son propiedad de grandes empresas que lo único que quieren es ganar dinero. Y, bien mirado, esa es la tónica general en nuestra vida: aseguradoras, bancos, compañías energéticas...
El cómo se gana el dinero es siempre contingente: depende de la oferta y la demanda, de gustos, tendencias, recelos... Lo que ayer era lícito puede no serlo mañana. Lo que estaba bien puede que otro día esté mal... la inestabilidad e incertidumbre es la que asusta...
¿Por qué renunciar a estos servicios (comunicarse y relacionarse con los demás) a cambio de que una empresa americana utilice tus datos para diseñar sus estrategias de mercado? ¿Por qué arriesgarse a amar si el desengaño produce un gran dolor?

Las compañías se han convertido en mediadoras en nuestras interacciones: entre los contenidos que publicamos y los usuarios a los que llega, entre el producto de nuestro trabajo y los bienes que adquirimos. Y es una mediación con intereses mercantilistas, para crear un mundo donde al usuario se le ofrezcan los productos que desea, antes incluso de que él sepa que los desea, un mundo donde fluye el capital...
Organizan los contenidos para que sean útiles a sus intereses y los de sus patrocinadores: en líneas de tiempo, tags que tematizan y organizan la información. Y, ciertamente, resulta también útil y atractivo a los usuarios... Existe esa codependencia: los grupos de poder invierten porque los usuarios se sienten atraídos por esa red y, a su vez, los grupos de poder se sienten atraídos por estas redes que concentran enormes masas de personas. Pero el control final lo tienen las compañías y, solo en la medida en que obtienen un beneficio, ofrecen el servicio. Solo en la medida en que tus intereses no confronten con los de los grupos de poder, tienes cabida en sus redes sociales. Solo en la medida en que te acomodes a su funcionamiento, tu actividad tendrá éxito.




En cierto modo, me molestaba 
su rígida estructura
y la línea de tiempo,
lo efímero de las publicaciones.
-Vale... que sí, que dejaban rastro.
Pero al abrir...
siempre me aparecía lo último.
Yo, solo quería ver las notificaciones,
esos avisos chillones en color rojo.
Pero la sensación de frescura me atrapaba...
y continuaba... 
Scroll down
Scroll down
Down en el mismo instante de tiempo.
Hasta la saciedad:
de publicidad,
de los que quieren que me interese por su proyecto,
impersonal,
de la difusión de pensamiento único,
de sentirme un medio, 
una estadística.
Yo, que amo lo personal, la felicidad.
Y también la libertad y diversidad:
de opiniones, ideas, relaciones...
Estúpidamente esclavo,
de la pose y la dejadez.
Sacrificando el deber
en el altar del malestar,
del porno y la red social.


domingo, 3 de febrero de 2013

Sobre los límites del lenguaje y mi paja web

El otro día me alegré un montón: ¡Mi página web volvía a ser visible! Ya la había dado por perdida y empezaba a reciclar sus componentes. Finalmente, algún administrador del sistema hizo público el procedimiento para acceder: era sólo un tema de permisos (y eso que ante la duda siempre doy todos los permisos a todo el mundo -777-, la seguridad y la privacidad son lo primero :-)

No la suelo actualizar. De vez en cuando algún cambio: estético principalmente, correcciones, textos largos, imágenes grandes...
Así que, básicamente, es una fotografía de cuando empezó a interesarme el hacer público mi enfermo pensamiento.
Así que parece todo un tanto pueril: inocente, intenso, rebelde, dañino, explícito... mucha prueba y error.
Casi me resulto extraño. Ya no me preocupan exactamente las mismas cosas, o no con la misma intensidad –podría decirse que es sólo cuestión de matices, pero “en Filosofía el matiz es concepto”-.
También veo caminos cerrados -no podemos seguirlos todos, en ocasiones hay que elegir-, o quizá eran caminos cortos, breves e intensos.
Así que... le tengo cariño a "mi paja web” y no quiero perderla (aunque tampoco quiero pagar por mantenerla).

Aparte del contenido, me ha servido para experimentar con el HTML, javascript y CSS, como si fuese un artista de lo conceptual. Expresándome libremente, con la única limitación que me imponía el lenguaje. No como el blog de blogger, donde tienes que adaptarte a un formato: -¡Esto es un blog y este espacio es para escribir!-. Sí, es verdad, el blog facilita mucho las cosas: al escritor porque sólo escribe, al lector por que se encuentra con una estructura que le resulta familiar. Y, desde luego, queda muy profesional con un esfuerzo nimio en cuanto a los aspectos de presentación.
Y aunque puedes dedicar largas horas a cambiar la apariencia de la plantilla y dejarla a tu gusto, siempre tendrá esa apariencia de blog. Yo lo he hecho, lo reconozco, tengo ese cruel defecto que empuja a destripar, a tocar lo que no se recomienda tocar, a usar las cosas creadas con una finalidad para otra distinta, presionar los límites para ver hasta donde puedes llegar, hackear...

La mía es una web 1.0, no hay interacción con el usuario, es sólo hipertexto e imágenes estáticas en dos dimensiones. Una parte de mi absurdo plan para inundar la inter-red de información irrelevante. Pero lo más importante es que es una creación a partir de nada, como rellenar una página en blanco. Eso es lo que hay cuando, con el gedit, empiezas a insertar tags <html>, defines los estilos css, editas las imágenes, escribes los textos... Un proceso muy artesanal, que hace que el producto sea único: con sus irregularidades, imperfecciones y transgresiones de lo que una página web debería ser.
Y es que uno se cansa de hacer las cosas “como deberían ser”, de adecuarse a un framework, de rellenar campos dentro de un formulario, de cumplir cánones estéticos, de adaptar el contenido a los hábitos esquizofrénico-acelerado-intuitivos de las masas de navegantes de la web...
No tengo que cumplir con ninguna cuenta de resultados, ni conseguir 10 millones de visitas. Es un entretenimiento, la satisfacción de una necesidad (de expresión, exhibicionismo). Una necesidad de expandir los límites de la normalidad, descubrir nuevas posibilidades que permitan pensar un mundo más allá de la última y más novedosa herramienta (tan intuitiva que con un sólo click hace todo aquello que querías hacer con el más "cool" y aséptico de los resultados; y si no estás contento con el resultado es que eres torpe, idiota, o no eres profesional, vamos, que eres un cutre :-)

Cuando empecé con mi paja web, tenía una obsesión casi enfermiza en poner imagen de fondo a todo, con muy poca idea de programas de retoque fotográfico (como el GIMP); por tanto, siempre había demasiado contraste. Pero yo tenía un truco! Seleccionar el texto con el ratón, así quedaba resaltado y se podía leer por encima de las imágenes.
Tampoco tenía mucho respeto por los derechos de autor –creo que ahora tampoco–: imagen que veía por internet, imagen que metía en mi página web. Con el tiempo, he ido sustituyendo algunas por otras generadas por mí. Me gustaría poner el nombre de todos los autores, pero no lo apunté en su día, así que... ya lo iré solucionando.

Un batiburrillo de muchas cosas, una amalgama de pasado y presente sin ningún orden cronológico, un cajón de sastre: de emociones, pensamiento, ego, trastornos psicológicos e imágenes inconexas. Eso es mi paja web!

viernes, 4 de noviembre de 2011

Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

Seguro que en más de una ocasión te has pasado todo el día  delante de tu computadora, ipad, iphone... hiperconectado a Internet, leyendo noticias, actualizando el facebook, twitter, o quizá tu blog, chateando, buscando entradas de cine, ofertas de empleo, canciones en el spotify, vídeos en youtube... Todo a la vez ¿por qué no? Y has acabado con la impresión de no haber hecho nada, de no haber acabado nada, deseando volver a conectarte porque estás teniendo un montón de ideas mientras acurrucas tu cabeza en la almohada.

Yo he experimentado estos síntomas de rata de laboratorio, pulsando F5 para recibir mi recompensa. Y, al parecer, no soy el único.

La pregunta es: ¿Esto es malo?
Leerte el libro no te va a dar la respuesta, pero analiza de forma amena los cambios que está introduciendo el uso y/o abuso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en nuestras vidas.
Y el principal efecto que denuncia el autor es que nos volvemos superficiales, que no profundizamos, que estamos todo el rato de aquí para allá, leyendo transversalmente, pulsando en el siguiente hipervínculo, o saltando al nuevo correo, contestando el chat... En este ajetreo sin tregua, es normal que nuestro pobre cerebro no de a bastos para fijar el contenido.
Utilizando las tan socorridas analogías informáticas, estamos todo el rato tirando de RAM, de micro y de tarjeta gráfica, porque hay muchas imágenes, mucho flash, vídeo... es todo muy seductor. Al desconectar, no hemos guardado nada en el disco duro. Pero no importa, porque todo está en la Red y podemos acudir a ella siempre que lo necesitemos.

Nuestro cerebro no es un ordenador, y estos comportamientos dejan su huella física. El cerebro es un músculo plástico, moldeable. Ejercitarlo en el arte de navegar en la web va en detrimento de otras de sus capacidades, como: la concentración, profundización y elaboración de un pensamiento crítico integrador de todas las experiencias y conocimientos del individuo.

Perdemos profundidad, memoria y capacidad de concentración. Pero ganamos en rapidez a la hora de tomar decisiones, con un solo vistazo sabemos si el contenido nos interesa y vamos cerrando el círculo de nuestra búsqueda. También ganamos en nuestra capacidad de inmersión en un nuevo contexto, aunque sea por un espacio de tiempo breve.

En cierto modo, se produce una atrofia del músculo, como cuando el leñador pasó del hacha al motosierra. La herramienta se convierte en una extensión más de nuestro cuerpo y este ha de adaptarse a ella. Así conseguimos ser más eficientes, pero también más mecánicos. Tareas que antes pudieran parecer divertidas, interesantes o artesanales, se convierten en pasos fijos y calculados, nos alienamos.

El autor, también hace un repaso por todas las tecnologías del conocimiento, lenguaje oral, escritura, imprenta, el libro, el reloj... y los relaciona con los efectos en nuestras mentes. A la vez ofrece ejemplos de experimentos relacionados con cada aspecto y anécdotas de personajes históricos, como la que narra el cambio en el estilo de Nietzsche cuando pasó a utilizar la fría y rígida máquina de escribir.

Internet nos ha dado mucho, eso es innegable, inmediatez en los trámites y el acceso a la información, en las comunicaciones... Pero no hay comida gratis.


Mis apreciaciones sobre el libro de Nicholas G. Carr "The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains"

lunes, 26 de septiembre de 2011

Internet y el espectador activo

Con el uso masivo de internet, se han abierto infinidad de posibilidades para los espectadores. Los consumidores de contenidos ahora podemos escapar a la rutina de sentarnos frente al televisor y tragarnos todo lo que escupe la "caja tonta".
Podemos elegir qué engullir, siempre dentro de los límites que nos imponen: nuestra comodidad, el tiempo dedicado a la búsqueda, el ancho de banda y, por supuesto, que no todo lo que nos interese tiene porqué estar en formato de vídeo o audio.

La comodidad es muy importante, porque lo más cómodo es dar al botón de la TV y que nos sorprenda con lo que se está radiando en ese momento. El típico aburrido espectador pasivo. Es el comportamiento más común, sobre todo si utilizamos la TV como ruido de fondo, como compañía. No hay que molestarse siquiera en elegir qué queremos ver o a qué hora lo queremos ver. Aunque sea como ruido de fondo, su mensaje nos está llegando, porque los mensajes son repetitivos, se repiten en el tiempo y en la frecuencia (no importa que cambies de canal). Así, al final, acabas conociendo lo que conoce todo el mundo, acabarás hablando de lo que habla todo el mundo y pensando como piensa todo el mundo, porque de eso se trata, de uniformar.

Lo mejor para salir de este círculo de vicio y perversión es, conectar tu TV al ordenador (y a internet) para eliminar el mayor número de barreras que hacen engorroso el acto de elegir el contenido. Porque elegir requiere un esfuerzo y un tiempo: la libertad también tiene un precio.

Lo que me ha hecho lanzarme de lleno al mundo del espectador activo ha sido la televisión a la carta, concretamente rtve a la carta. Porque puedes ver cualquier programa, documental, etc, en el momento que tú elijas. No es necesario que lo pongas a descargar y, por supuesto, no es necesario que te quedes un sábado por la noche en tu casa para ver "la Noche Temática", o poner a grabar el vídeo en caso de que tengas un compromiso ineludible. La banda ancha (que siempre parece demasiado estrecha) de cualquier ADSL o incluso 3G es más que suficiente, ya que, para ver "Redes", "la 2 Noticias" o cualquier otro programa no necesitamos la "alta definición".
El facilitar los vídeo y audio en streaming ha sido un gran avance en internet.

No sólo está rtve a la carta, existen otros canales que cuelgan sus contenidos en la web, aunque, la televisión pública ofrece un muy buen servicio, con una gran cantidad y variedad de contenidos y sin publicidad (por fin unos impuestos bien empleados). También existen sitios con enlaces y reseñas a documentales como Naranjas de Hiroshima o películas y series como cuevana.
Por último, para los amantes del porno, o los simples y convulsivos pajilleros, existen infinidad de páginas que ofrecen vídeos de este género en streaming y gratis!!!

Por supuesto, es muy importante tener también el "aMule", para bajar películas, música, series, documentales... todo aquello que no encontramos en streaming. Y poder visionarlo en el momento en que se complete la descarga, sin tener que grabar en un CD o un pen drive. Otro de los grandes avances de internet: las redes P2P, que permiten compartir archivos sin servidores dedicados. Compartiendo das nueva vida a esos contenidos cubiertos de polvo en tu disco duro.
Además, los videoclubs siguen existiendo, y muchas bibliotecas ofrecen DVD's para alquilar. Todo es compatible y complementable.

Sí, el internet nos abre las puertas de una cultura inmensa. Pero no sólo eso, existen peligros: la pérdida de tiempo es el principal. Hay infinidad de contenidos, los hiperenlaces, la multitarea... facilitan que nuestra atención se disperse en múltiples frentes cada vez que nos acercamos a un ordenador, sobre todo si lo hacemos con motivo de ocio. Y puede, que al intentar acceder a la cultura, acabes perdido en un océano de banalidades y con la conciencia manchada por el estrés y el haber querido hacer mucho y no haber conseguido nada.