martes, 27 de octubre de 2020

De pueblo o rural?

Una persona rural es la que vive en un entorno rural. En localidades pequeñas, alejadas de las grandes urbes. Eso es lo que solemos pensar.

La RAE da una definición más acotada: Perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores.

Escuchaba un podcast dedicado a las escuelas rurales y alguien dijo algo así como: Vivir en un pueblo no te convierte en rural.

Y es verdad. Hoy día en los pueblos se tiene acceso a las mismas tecnologías, servicios y comunicaciones que se puedan tener en una ciudad. Quizá con peor calidad, más alejados, más incómodos, menos accesibles... pero en un par de horas, con tu transporte privado, te puedes plantar en una autovía, un núcleo urbano, un hospital o un aeropuerto, y la fibra óptica o las redes móviles te mantienen tan conectado como si vivieras en Pedralbes. 

Con la pandemia lo estamos viendo. Hay mucha gente a la que se nos exige trabajar o estudiar desde casa. Sólo necesitas un acceso a internet. Así que no importa si estás conectado desde tu piso de Madrid, desde el apartamento en la Costa Brava o desde el pueblo de tus abuelos. Vamos, que puedes vivir en un pueblo y permanecer totalmente ajeno a la vida del campo y a sus labores ¿Eres rural?

 

La realidad está en continuo cambio, seguramente cambie más aprisa que el lenguaje.  Quizá sea necesario retocar estos términos. 

Los pueblos habían cambiado poco durante siglos. Pero en las últimas décadas han sufrido una profunda transformación. A mediados del siglo pasado nadie pensaba que pudiera existir eso que llamamos "turismo rural"; o que un agricultor pudiera gestionar él solo, con su propia maquinaria, 200 hectáreas de terreno; o que, en el pueblo, comeríamos carne procedente de granjas intensivas situadas en cualquier otra parte del mundo... 

Sin tener la misma vitalidad, oportunidades, servicios y acceso a la cultura que existe en las ciudades, las pequeñas localidades han salido de su aislamiento.

Los que vivimos en pueblos ya no tenemos porqué ser unos palurdos -aunque podamos seguir siéndolo-. No tenemos porqué estar atados a una determinada tradición, ni porqué vivir pendientes del campo y sus labores, o votar lo que digan el cacique y el boticario. Vivir en un pueblo no implica ser rural: la leche sale del tetrabrick, las alitas de pollo ya vienen envasadas del supermercado y no tenemos porqué casarnos con nuestras primas -podemos conocer chicas por Tinder-. Formamos parte de la gran aldea globalizada y Amazon nos deja en la puerta sus paquetes.

Para algunos puede parecer que el encanto de los pueblos se ha perdido, que la tradición se diluye y que para vivir de esa forma mejor irse a la ciudad: que es más cómoda, está todo más a mano y hay más vidilla...

 

Yo, personalmente, tengo que reconocer que me apasiona la ruralidad. Me encanta estar pendiente de los ciclos de la naturaleza, de la agricultura, el ganado, las setas, los espárragos, el huerto... No concebiría vivir en un pueblo sin esa codependencia entre territorio y vida social. Sin participar de forma activa en la vida del campo, sin tener un vínculo con el entorno, sin hundir las manos en la tierra, sin correr detrás de las ovejas arrojándolas piedras, o, simplemente, saliendo a pasear con mi cámara.

 

En estos tiempos de pandemia, la ruralidad es lo único a lo que podemos aferrarnos. Si ya suele ser triste, aburrido y frío pasar un invierno aislados en el pueblo. Imaginemos cómo será si además nos imponen distanciamiento social... La enfermedad mental está asegurada :-)

 

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Empezábamos a levantar cabeza y, con el Coronavirus, otra vez quedaron expuestos nuestros pescuezos, rojos.

Aparceros blancos pobres de Alabama fotografiados por Walker Evans en 1936.

Redneck es un término utilizado en Estados Unidos y Canadá que hace referencia al estereotipo de un hombre blanco que vive en el interior del país y cuenta con bajos ingresos económicos. El origen está en que, por el trabajo constante de los trabajadores rurales expuestos al sol, sus cuellos terminan enrojecidos (del inglés red neck, "cuello rojo"). Hoy en día se suele utilizar para denominar peyorativamente a los blancos sureños conservadores.

domingo, 25 de octubre de 2020

El precio del fin del arte

Pienso que, hoy día, resulta difícil definir el Arte -el Arte con mayúsculas, el de los museos y galerías- si no se trata de una mercancía. Pareciera que, el hecho de que algo entre a formar parte de los circuitos comerciales del Arte, es lo que lo confirma como tal. Si es caro o lujoso, entonces es Arte. Sin precio no sabemos calibrar su valor -porque, probablemente, hemos perdido toda capacidad de medirlo en otras unidades que no sea el dinero-. Si es barato, o gratis, nos cuesta darle la categoría de Arte: en ese caso preferimos hablar de artesanía, ocio, entretenimiento, afición...

Del Arte, además, esperamos una intencionalidad estética. Que vaya más allá de lo meramente útil o necesario. Que juegue de forma ingeniosa y ambigua con conceptos, ideas, posibilidades...

Arte es lo que hacen los Artistas. Artista es el que se gana la vida produciendo Arte. El dinero es lo que rompe ese círculo de recursividad y permite a alguien consagrarse a ese tipo de actividades.

Seguramente, en otras épocas -previas al capitalismo de consumo-, el Arte no tenía un componente de mercancía tan alto como ahora. Quizá era más una demostración de poder, una forma de explicar y dar a conocer la religión, de comprender el entorno, de transmitir valores culturales, de comunicar sentimientos, emociones, denunciar abusos, pensar nuevas realidades, innovar...

En su momento, Hegel, ya habló del fin del fin del arte. No indicando que este hubiera desaparecido o que estuviera condenado a hacerlo, sino apuntando a ese papel muy secundario que ocupaba en nuestras sociedades. De un científico esperamos que nos revele exactamente cómo funciona el sistema solar o el universo, ya no nos conformamos con las vaguedades a las que apunta el Arte o las metáforas de la religión. 

Según Hegel, el Arte sí que llegó a tener un papel predominante en la Grecia clásica, como si sus estatuas sobre dioses fuesen representaciones fidedignas de esos entes que eran absolutamente reales y que regían la vida cotidiana y sus pasiones. 

Con el cristianismo, el arte pasaría a estar sometido a la religión revelada, como una forma de apoyo para hacer llegar al pueblo su doctrina con imágenes sensibles e intuitivas.

Hoy día, la religión ha pasado a un plano tan secundario como pueda haberlo hecho el arte. Ahora mandan la ciencia y la tecnología como agentes transformadores y explicitadores de la Naturaleza. Pero es el capital quien organiza la sociedad: los tiempos de trabajo, de ocio y de consumo. Y es también quien marca la dirección en que debe avanzar la ciencia y la tecnología.

El Arte sigue teniendo su papel aquí, pero ya no construye nuevos atributos para los dioses, ni mitos más complejos que expliquen el comportamiento humano, o los avatares de la sociedad. A lo más, ha quedado como una crítica a la ciencia, la tecnología y la forma de organización social. En la mayoría de los casos es sólo un complemento del ocio. Y, me atrevería a decir, que su función principal es la de ser un objeto de consumo.

Por ejemplo, existen infinidad de grafiteros, fotógrafas, pintores, poetas, cantantes... Y, la forma de valorarlos y juzgarlos es por el precio que alcanza su obra en el mercado. Y, de hecho, la mayoría de estos artistas no se les llama de esta forma hasta que empiezan a transitar las galerías. Así, las otras dimensiones de la obra, se convierten en algo meramente accesorio al precio, son solo una forma de justificarlo, una especie de currículum para ser contratado por el mercado.


El Guernica de Picasso narra los horrores de la guerra civil española. Pero, ante todo, es un cuadro caro. Eso le da una tremenda visibilidad y difusión, y permite que su mensaje llegue a un montón de gente, en muy diversos lugares y épocas. Es tan caro, y ha alcanzado tal popularidad, que sería difícil que circulara por los mercados del Arte. Pero el resto de su obra sí lo hace. Y es ahí donde esta ha perdido cualquier efectividad como denuncia o codificación de nuevas realidades. Su obra ha sido fagocitada por un sistema que se alimenta de ella.

Adaptación de El Guernica. Mural conmemorativo del 1-O realizado por Eduard Altarriba en Moià. Extraído de https://www.elmundo.es/cronica/2020/10/10/5f808ec3fc6c83b6198b45ba.html

Pienso que, hoy día, resultan más relevantes todas esas manifestaciones artísticas que surgen al margen de los circuitos comerciales del Arte. Sería un arte con minúsculas, que elaboran de forma esporádica personas anónimas -o no-, que se reapropia de otras obras, que juega... Con fines de lo más diversos: crítica social, entretenimiento, diversión, decorativo, expresivo... Codifican realidades mundanas, ofrecen estilos de vida, patrones estéticos, de conducta.... Un arte al margen. Que todavía tiene efectividad en la sociedad aunque, una vez ha cumplido su función, pueda acabar en los museos o inserto en el capitalismo de consumo.


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Hubo un tiempo en que, en los círculos de las vanguardias del Arte y la cultura, se puso de moda la fotografía de pobres, trabajadores y de ambientes marginales. Ese tipo de fotografía se incluyó dentro de la categoría que se conoce como fotografía documental. Porque daba cuenta de la realidad, de lo verdadero, de lo que pasaba en el mundo. Lo traía a la luz, le ponía un marco y el foco mediático. Era todo lo opuesto a la fotografía de viajes, la fotografía de moda, de lujo, de aristócratas, políticos, famosos... Que, bien mirado, son cosas bastante raras y bizarras -el 1% de la población mundial acumula el 82% de la riqueza-. Sin embargo, lo que tiene más presencia en nuestras pantallas son todas esas frikadas: perfumes, alta cocina, coches de alta gama, folclóricas, reyes, futbolistas...

Así, la foto del niño Aylan ahogado en una playa de Turquía, es claramente una foto documental. Mientras que la foto de Madonna besándose con Britney Spears en la gala de los premios MTV, a pesar de documentar un hecho, no se puede incluir en esa categoría. Porque la foto de Aylan retrata una realidad que nos pasa desapercibida -podríamos pensar, incluso, que se trata de ocultar-, nos está revelando una verdad sobre el mundo que habitamos. Mientras que la gala de la MTV es sólo un show, una ficción sin más intención que el mero entretenimiento. 

 

Beso entre Madonna y Britney Spears en la ceremonia de presentación de los premios MTV Awards, en 2003. Imgen extraída de https://www.guioteca.com/los-2000/la-historia-del-recordado-beso-entre-madonna-y-britney-spears-y-la-reaccion-imborrable-de-justin-timberlake/

Foto de Aylan muerto en 2015. Tomada por Alan Kurdi. Imagen extraída de https://www.codigonuevo.com/conciencia-social/libro-desvela-historia-muerte-aylan-realidad-llama-alan

Ambas fotografías pueden convertirse en objeto de coleccionismo o de Arte ¿Por qué no? De hecho sirven de base a numerosas pinturas, grafitis, cuentos... Son imágenes icónicas que nos remiten a realidades pasadas y que han dado la vuelta al mundo. Pero el capitalismo suele potenciar aquellas realidades que favorecen el consumo. Así, de estas dos imágenes, la más omnipresente sería siempre la de Madonna y Britney. 

La imagen de Aylan incomoda, da bajón y quita las ganas de comprar nada. Así que, poco a poco, se va hundiendo en el archivo de historias a olvidar. El capital, no sólo tiene la asombrosa capacidad de convertir prácticamente todo en mercancía, también selecciona aquello que le sirve para reproducirse y crecer, mientras descarta todo lo demás. Funciona así con la ciencia y la tecnología, y hace lo propio con el Arte.

Puede que esas imágenes se estudien en los colegios y se analicen entre los expertos. Quizá eso mantenga cierto potencial transformador en esos pequeños ambientes, mientras quedan en el olvido -o pasan desapercibidas- para el conjunto de la sociedad. Una sociedad encerrada en círculos que repiten los mismos errores y provocaciones de forma periódica, porque no consigue acoplarse con los flujos de la cultura y se agita como pollo sin cabeza.

Quizá, para salir de estos círculos, sea necesario prestar mayor atención a todos esos descartes del capital, a ese arte con minúsculas, a ese arte que se produce sin la pretensión de serlo. Aquel que nos habla desde una dimensión más allá del dinero, por encima de los cuadros de reyes o de las divas del pop.


jueves, 1 de octubre de 2020

¿La cultura ha fracasado? ¡Viva la muerte? ¡Muera la inteligencia???

El antisemitismo nazi durante la Segunda Guerra Mundial dejó una mancha de repugnante vergüenza en la conciencia de nuestras sociedades occidentales. Estábamos en la cumbre de la cultura, la técnica, la ciencia... Y, sin embargo, fuimos capaces de cometer aquellas atrocidades. 

Lo peor es que no parece hayamos quedado vacunados por la experiencia. En Europa siguen proliferando los partidos de corte xenófobo y ultranacionalista. En España tenemos a vox, un partido con un discurso bastante agresivo y simplista, que se basa en la idea de: los españoles primero... Pero no cualquier español, sino los españoles normales: los de la capital y la meseta, los que hablan bien el castellano, preferiblemente hombres, católicos, monárquicos, heteroxesuales... mejor si son ricos... Pero también atraen al votante pobre con la idea de que, expulsando a los extranjeros -inmigrantes-, habrá trabajo y dinero a espuertas para todos. 

Casi 4 millones de votos tuvo en las últimas elecciones. En este país siempre ha habido nostálgicos del militar golpista que gobernó España con mano firme durante casi 40 años. Yo siempre los había visto como gente rancia -pijos de otra época-, o bien, gente a la que la broma se les había ido de las manos -ese gustillo que tienen muchos por decir burradas para escandalizar al personal-. El problema es que esas burradas siguen estando en las instituciones, tienen voz y tienen poder.

Tweet publicado por el líder de vox, el día que se cumplían 100 años del surgimiento de la legión (el borbón, felipe VI, nunca fue legionario)
 

Los de vox utilizan una estética y una pose militarista. Algo así como si fueran señores feudales dispuestos a embarcarse en la conquista de América o en una cruzada contra los moros. Aunque, realmente, sólo son charlatanes, hacen política: hablan, presentan leyes, mociones de censura... Y, la verdad, la política española es bastante chabacana. Parecida a los combates de Pressing Catch. Puro teatro para proyectar imágenes simples que puedan despertar afinidades entre los electores.

 

Recuerdo que Pablo Iglesias -o cualquiera de los impulsores de Podemos- tenía un discurso muy sólido y valiente, antes de que su partido entrara en las instituciones. Luego todo eso cambió. Ahora sólo dice bobadas, perogrulladas, consignas simples. Evasivas o, bien, confrontamientos dialécticos. La política exige simpleza, rebajar el nivel intelectual para adaptar el discurso a las masas que observan distraídas. Militar, repetir insistentemente las consignas hasta que calen. Con todo y eso, hay grados. Y, aunque hay partidos que reducen más que otros, al final, ese tener que moverse en el marco de la legalidad, lo políticamente correcto, lo práctico, lo apto para todos los públicos... conducen al discurso binario del "estás conmigo o estás contra mí" -la confrontación-.


Por ejemplo, vox utiliza el concepto difuso de nacionalismo, para construir una cierta idea de hombre normal -varón, blanco, católico, promilitar, castellano parlante- contrapuesto a lo otro -las personas que ocupan las peores posiciones en la escala social: inmigrantes, mujeres, minorías étnicas, pobres...-. Suele ocurrir que, las personas que llamamos inmigrantes, acumulan todos esos roles. Así que, el discurso de vox, no es más que una forma de defender la desigualdad. Una desigualdad que es más bien una forma de opresión, ya que todos esos inmigrantes realizan los trabajos más duros y arriesgados de nuestras sociedades, sin ningún tipo de protección: jornaleros del campo, cuidadoras de personas dependientes, prostitutas, comerciantes de droga, trabajadoras del hogar... y, en general, la mayoría de trabajos que han de realizarse al margen de la ley.

También, cuando denigran lo "progre", o niegan la necesidad del feminismo, están defendiendo los intereses de esa "su normalidad". En nuestras sociedades occidentales salta a la vista que, aunque en un plano legal, la mujer pueda tener los mismos derechos y deberes que el hombre, no ocurre así en el plano social. La mujer continúa asumiendo el rol de ama del hogar, responsable de los cuidados y la educación de lx niñxs, es la que debe estar siempre guapa y arreglada, la que debe permanecer casta y sobria... Es verdad que lo único que obliga a asumir esos roles es la presión social. Y, aunque no sepamos muy bien en que unidades medir esa "presión social", lo cierto es que existe, y genera situaciones de estrés y sometimiento sobre las mujeres. Sometimiento que se proyecta también en los múltiples feminicidios  que ocurren cada año -el hombre se siente dueño y señor, el que controla la violencia y el que está en plenas facultades para ejercerla-. 

La derecha ofendidita siempre dice que no todos los hombres son maltratadores. Y tiene razón. Pero continúan existiendo costumbres arraigadas en bajos instintos, que encuentran nichos sociales en los que se refuerzan y acaban cebándose contra todos esos otros excluidos de la norma. Se puede estar en desacuerdo en cómo se afronta ese problema de forma práctica. Pero negar el problema, desde mi humilde opinión, es un error.

Quizá los feminicidios sean sólo la punta de un iceberg que se levanta sobre la industria del porno, la prostitución, las agresiones a inmigrantes, la ilegalización de colectivos, el acoso infantil... Vamos, que persisten un montón de actitudes que utilizan al otro como un medio, como un cuerpo sobre el que infligir dolor, sobre el que proyectar deseo u odio, o con el que comerciar como objeto de mercado.


Solemos pensar que la norma es lo más común, lo mayoritario. Pero ya hay muchos pensadores que nos advierten de que la norma es más bien algo raro. Algo que se fija con violencia y cuyo único objetivo es mantener ciertos privilegios. Aunque se trate de un privilegio tan estúpido como: -Yo me voy a jugar al paddle mientras tú haces los recados -y de paso te compras algo bonito para ti. Guapa!-. O tan macabro como: -Yo te esclavizo, te mato y te robo porque no hablas mi idioma, tienes la piel de color y la ciencia me ampara argumentando que perteneces a una raza inferior.  

-Sí, pero mira los dirigentes de Podemos: ahí, viviendo de puta madre a costa de decir que trabajan para las clases más desfavorecidas. Es verdad que Podemos parece sólo desear el poder, o que sólo le interesa la fama, la riqueza e inflar su ego. Eso es algo que tienen en común todos los dirigentes de los partidos y, en general, cualquiera que se alza en representante de los demás -y es algo sobre lo que siempre hay que estar alerta-. Pero el discurso de Podemos no es el de la explotación y el privilegio, como sí lo es el de vox. Y si vox fuese consecuente con su discurso, se vería obligado a utilizar la violencia contra toda esa otredad que tiene claramente identificada. Un tipo de violencia que iría en la línea de la ya implantada en muchos ámbitos del país y de Europa: vallas y alambradas para blindar fronteras, campos de refugiados, Centros de Internamiento de Extranjeros...  Ahora, con la COVID-19, vemos también como se aplican medidas policiales y de control más severas en los barrios de menor renta -donde las personas viven más hacinadas y tienen mayor dificultad para acceder a los servicios públicos de asistencia-. También hemos asistido en los últimos años a represión de ciertas manifestaciones culturales -Valtònyc, los titiriteros, Strawberry, Willy Toledo...- así como de los intentos de vincular una cierta identidad cultural con una legalidad -como ocurrió con la declaración de independencia de Catalunya-. La normalidad ataca con violencia cualquier intento de disidencia, justo porque se sabe que de "normalidad" no tiene nada.


Cuanto más simplista es el discurso de un partido, más insulsa y vacía es la apariencia de sus miembros. Así, la estética de los dirigentes de vox es la de gente que no le preocupa lo más mínimo las manifestaciones culturales o artísticas, salvo aquellas que sirven a sus intereses políticos o económicos. Una especie de zoquetes que no se van a dejar seducir por los cantos de sirena de "lo progre". No les interesa si la pintura ha evolucionado a través del expresionismo, la abstracción, el surrealismo... Ellos siguen fascinados con los retratos de reyes y el brillo del oro.

Así que, existen ciertos sectores de la sociedad que viven totalmente al margen de la cultura -del arte, la ciencia, la filosofía...- Y sólo les importa la simplicidad de sus consignas -para manejar grandes masas de gente, demasiado ocupadas en resolver los problemas que los apremian-. No es la cultura lo que ha fracasado, son la política, la desigual distribución del trabajo y la riqueza, o las formas de consumo compulsivo las que embrutecen a la humanidad y permiten que amplios sectores de la sociedad vivan de espaldas a la cultura.

La abolición de las clases sociales, o la restauración de los valores católicos europeos, están muy bien como marco teórico, o como medios para conseguir fines más elevados. Se pueden discutir, aprobar o reprobar. Pero, cuando llevar a la práctica esas teorías implica cualquier forma de violencia, debería hacernos sospechar que lo único que pretendemos es alzarnos en nueva normalidad, a costa de la explotación de otros.


En la película "Mientras dure la guerra", en el personaje de Unamuno, queda muy bien reflejado este problema de la cultura. Unamuno es un intelectual que añora los antiguos valores europeos y cristianos. Y, en un inicio, se posiciona a favor del levantamiento militar y en contra del gobierno de la república. Pero no tarda en darse cuenta del carácter violento del levantamiento. Una violencia especialmente encarnada en la persona de millán astray al grito de ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!

Pintada vista en Dublín - Enero de 2020