Mostrando entradas con la etiqueta ocio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ocio. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de octubre de 2022

Corre, David, corre!

El otro día fui a buscar a mi hija mayor a la salida de las extraescolares, al Palacio de la Cultura. Cuando empieza el curso escolar, por las tardes, siempre está petado de niñxs. Hay un bar-cafetería y suele haber un montón de madres que hacen tiempo entre una extraescolar y otra. El "Palacio" está enclavado en una plazoleta, diáfana con unas pequeñas gradas alrededor. Así que las niñas y los niños más pequeños se adueñan del espacio mientras esperan en su tránsito entre una clase y otra. Se transforma en un lugar bullicioso. Yo pensaba recoger a mi hija y largarme a casa porque siempre tengo muchas cosas que hacer. Pero llegaron sus amigxs y me pidieron que se quedara, que en un rato debía entrar a escolanía, con Laia -su hermana pequeña-, que venía en su bici conmigo porque no había nadie en casa. Había salido sin móvil, sin dinero... Pero como era poco tiempo -unos 45 minutos- y me perecieron majetes, cedí. Y allí me quedé, sentado en un escalón, sin hacer nada, mirando como correteaban las niñas de allí para acá... Hacía mucho tiempo que no me paraba así, sin más... No estoy preparado para la improductividad. Serán las cosas de la edad, ese tomar consciencia de que el tiempo se pasa y no conseguimos encontrar el hueco para hacer todas aquellas cosas que de jóvenes pensábamos que algún día haríamos, que fuimos postponiendo hasta que llegara una época más tranquila, en la que aparecería ese tiempo, como por arte de magia, como cuando éramos niños y nos aburríamos sin saber en qué ocupar el tiempo... Se estaba poniendo el sol y, a pesar de que el entorno era bastante feo -un pastiche de edificios comerciales, culturales y viviendas sociales-, el cielo estaba precioso. Era el cielo de un otoño caluroso y nublado que iba transitando todos los colores del espectro... hasta que se encendió el alumbrado público y la oscuridad se hizo la dueña. Las niñas entraron a escolanía y yo me fui a casa cargando con la bicicleta, contento de haber estado rodeado de niñxs felices y despreocupadxs, de haber intercambiado algunas palabras con abuelos y abuelas, de haber experimentado ese paréntesis totalmente "improductivo".

Y es que con el trabajo nuevo estoy a tope... y me gusta: me entretiene ver cómo hacen las cosas en otras empresas. Pero tengo que tomármelo con más tranquilidad, incluso por la calidad del trabajo en sí. Los compis son muy jóvenes y van muy acelerados, pero yo ya sé que las prisas no sirven de nada, al contrario, generan caos. Aún así me resulta difícil evitar contagiarme de esa actividad desenfrenada: las reuniones, los cambios de contexto, la sociabilidad, la evolución dentro del sector... Escuchaba en un programa de radio, que toda esa autoexigencia y motivación en el trabajo, nos vacía por dentro y hace posible que podamos llenarnos con los objetivos de empresa, el coaching y toda ese lenguaje con el que hablan las compañías: el lenguaje del crecimiento y el dinero como fines en sí mismos. Es fácil perderse en esa vorágine de promoción, producción, competitividad... Y olvidar todas aquellas cosas para las que de jóvenes pensábamos que algún día tendríamos tiempo: la pintura, escribir, el campo, leer, la filosofía, la familia, los trabajos manuales, la fotografía...

La sensación es bastante extraña porque, al final de la jornada, acabas extenuado, necesitas tumbarte, desconectar, realizar algún trabajo físico, deporte... El viernes me acosté a siesta, hasta que llegó la hora de salir y beber cerveza. El trabajo embrutece, lleva asociada cierta pulsión de muerte, sádica. Y ya que te sacrificas tanto, habrá que gastarse el dinero en algo. En cosas que de jóvenes no imaginábamos: artilugios electrónicos, contenidos digitales, viajes y otras vacías experiencias.

Cuando voy a las ciudades por trabajo acabo comiendo un montón de basura: shawarmas, hamburguesas, perritos... Lo hago compulsivamente, pero después del segundo atracón ya no quiero más, empiezo a sentirme pesado, inflado y triste... la vida se me representa como un sinsentido. Es similar a lo que me ocurre cuando corto de currar un día de mucha intensidad. Porque hay que cortar y descansar la mente y además hay que hacer las cosas de casa, atender a los tuyos, planificar el ocio... Definitivamente: no tiene sentido.

jueves, 16 de diciembre de 2021

De aceitunas y suicidas

Estaba muy contento.. Había comprado una vara y una manta nuevas! Este año no iba a dejar ni una aceituna en el suelo!
Era finales de otoño -el puente de diciembre-. No había helado fuerte aún. Por las mañanas calentaba el sol. 
Dando palos con la vara, estirazando de las mantas, con los sacos al hombro hasta la furgoneta... sudaba como un gorrino. El sudor, el aceite, las ramas sacudidas del olivo, el canto de los pájaros... Generaban un ambiente y sonoridad bucólica... Pero el día avanzaba y aquello no tenía vistas de acabarse. Era un trabajo duro. 
Siempre lo digo: -Lo que hace penoso un trabajo son las condiciones en que se realiza. Recoger aceitunas una mañana está bien. Pero si lo tienes que hacer 90 días seguidos, a destajo, sin vacaciones y cobrando poco, se convierte en trabajo esclavo
Hay personas que creen que por haber estudiado en su adolescencia y juventud no debieran desempeñar ese tipo de trabajos. Pero, claro... ahora estudia mucha gente. Y los trabajos penosos siguen existiendo -alguien tiene que llevarlos acabo-. Es curioso que, con tantas personas estudiando, no se haya conseguido un reparto más justo de las tareas. Sólo excusas para que los trabajos duros los desempeñe "el otro": el rumano, la sudamericana, el pobre... 

-Bueno, he sido un estudiante mediocre, no tengo ninguna habilidad especial, ningún talento, nunca hago nada por nadie... Pero soy de aquí, del país. Sé contar los euros, tengo algunos vicios... me merezco mis privilegios arbitrarios.

*****************

Hace unos días, los medios, dieron la noticia de que Verónica Forqué se había suicidado -a sus 66 años-. No tengo ni idea de cómo era su vida, así que no puedo saber qué la pudo llevar a cometer un acto así. Era una actriz famosa, seguía saliendo en la TV, seguro que tenía una situación económica holgada. Seguro que no se veía obligada a realizar trabajos penosos. 
Se hicieron algunos análisis -en clave anticapitalista- que apuntaban a nuestros estilos de vida como causas del suicidio -del suicidio en general, no el concreto de Verónica-. Estilos de vida que generan malestar: aislamiento, soledad, estrés... incluso culpa -por no estar invirtiendo correctamente nuestro tiempo o dinero-. Un malestar que lleva a la inseguridad, la desconfianza y el odio hacia el otro. 

Yo también lo percibo así. Cuando era joven no me preocupaba mucho el dinero: mis padres me proveían de techo, comida y ocupación -estudios-. Luego empecé a dar tumbos por los trabajos, intentando abrirme hueco: ganar más dinero, conseguir mejores condiciones... Después vinieron las niñas... y las preocupaciones comenzaron a girar en torno a ellas: mantener el hogar, el coche, el seguro, los ahorros, el colegio... 
En todas las etapas me topaba con la perseverante ansiedad: sacar mejores notas, estudiar más, un máster, una certificación, idiomas, conseguir mejor salario, un seguro más barato, un coche mejor, una casa más grande, piscina, comprar acciones, echar la lotería... Una espiral en la que nunca se llega a la meta, en la que nunca nos es dado disfrutar de lo conseguido. Hay que trabajar más, formarse, invertir, diversificar... porque existen un montón de amenazas que pueden arrebatártelo todo: la inflación, los impuestos, las crisis, el paro... 
-Ya cuando me jubile lo haré todo: los viajes, los libros, los amigos, pintar... Pero nada de eso nos llega. Porque todo ese marco ideológico del trabajo, el esfuerzo, el consumo y el progreso hacia capas económicas cada vez más altas, nos ha calado tan hondo que hemos perdido la consciencia de que sea solo una posibilidad entre muchas otras. 

Los del trabajo penoso sufren. Pero también sufren los que participan del éxito y el dinero, los que estirazan y aprietan el nudo de la soga que nos asfixia.

***************** 

Llevé las aceitunas al molino de la cooperativa. La maquinaria que separaba las hojas y pesaba la aceituna limpia, hacía un ruido terrible. Pero resultaba muy reconfortante: ver llegar la gente con su carga, poniendo su trabajo de pequeños grupos autónomos en común; te sentías parte de algo, de un pueblo, una historia...


[...] aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Fragmento del poema "Aceituneros" de Miguel Hernández

miércoles, 21 de julio de 2021

Una historia de violencia y ocio vacacional siberiano

Miraba Peloche desde el satélite, y la transformación del paisaje se me apareció como una historia de violencia: la inundación de las tierras, la continua subida y bajada del nivel del agua, las orillas muertas del pantano, el pueblo parapetado de las crecidas, la playa de hormigón, la aridez...

"En sus apenas cien años de dominación como clase, la burguesía ha creado fuerzas de producción más masivas y colosales que todas las generaciones anteriores juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la roturación de continentes enteros, la transformación de los ríos en vías navegables, las poblaciones surgidas de repente, como brotadas del suelo..." - Fragmento del Manifiesto comunista de Marx y Engels

Ahora utilizamos el término "zona de sacrificio" para los lugares donde es necesario implantar las nuevas tecnologías verdes -campos alicatados de placas solares o ventilados por molinos de viento- y extraer los metales necesarios para su construcción -minas a cielo abierto-. Y, oh! Sorpresa! Muchas de esas zonas se encuentran en Extremadura.  Los vehículos eléctricos no echan humo por el tubo de escape, pero siguen consumiendo materiales y energía -y toda esa porquería nos cae encima, como ya nos cayeran los pantanos y las centrales nucleares-.

Cuando se hicieron los pantanos había un dictador en el gobierno y no cabía la protesta. Se hacía por el bien de la Nación. Un verdadero patriota está dispuesto incluso a morir por construir ese proyecto conjunto al que llamamos España, España, bandera, bandera...

Pero lo del patriotismo ha decaído bastante. Ya nadie está dispuesto a inmolarse por un concepto tan abstracto y, mucho menos, por un proyecto común. Ahora somos individuos prácticos. Queremos que el sacrificio tenga una recompensa -en forma económica-: puestos de trabajo, industria, beneficios fiscales... Ha cambiado la fundamentación del sistema, pero la violencia sigue siendo la misma. Porque el sacrificio se va a realizar, sí o sí: vivimos en una democracia, sometidos al voto de la mayoría -y la mayoría no vive en pueblos chicos-. El precio que pagamos algunos por vivir bajo la protección de un Estado -más o menos violento, más o menos arbitrario- es más alto que el pagan otros -y no hablo de los impuestos, que son iguales para todos-. Las universidades, los hospitales, las autovías, los regadíos, los puertos deportivos... son a costa de parte del ganado atrapado en el barro de algún pantano.

Oveja atrapada en el lodo a la altura del Puente de las Mestas, en el embalse de Cijara (pantano que precede al de García Sola, el de Peloche). Imagen extraída del perfil de Facebook de una vecina de Villarta de los Montes

Seguramente no exista compensación económica que supla la transformación del paisaje y las formas de vida de un pueblo. En los pueblos resulta difícil sentir que trabajamos por el progreso y, más bien, lo percibimos como una forma de violencia que se impone desde arriba, desde las instituciones: el Estado, la Junta, Diputación, Confederación... Desde donde se nos dicta lo que tenemos que ser, dónde invertir, qué trabajos privilegiar, qué costumbres abandonar... Esa violencia permea en la propia población: en el control social de unos sobre otros, en el establecimiento de una moralidad represiva y una normalidad que se ajusta a los planes de progreso. 

Desde hace unos años, se está haciendo un gran esfuerzo desde las instituciones por fomentar el turismo en la zona. Otras zonas del país con características similares son turísticas ¿Por qué nosotros no? Obviamente, el turismo de interior no es una actividad tan invasiva como un pantano. Pero el turismo es una actividad destinada al visitante -no a los emigrados o los propios vecinos-. A los locales se les exige se adapten a esta nueva actividad económica -en detrimento de otras-, los espacios públicos se diseñan pensando en estos potenciales turistas, se marcan los hitos, se regula su acceso... Se nos dice que es la única forma de vencer la despoblación, que genera riqueza... Que las aceitunas, los pinos y las ovejas no son rentables, que son trabajos duros, que no rinden. No somos nosotros, es el mercado amigos: que no tiene en cuenta vuestra identidad cultural, ni los deseos y anhelos de la gente de pueblo.

Porque, al final, se trata sólo de eso: del sometimiento de unos a los deseos de otros. Y para imponer esos deseos, la iniciativa privada necesita del brazo armado de las instituciones públicas y sus mecanismos de propaganda. 

En Peloche, el ayuntamiento, invierte en su playa y sus monumentos. Regula su acceso, se publicitan los negocios que sirven al fin turístico y los productos con denominación de origen. Mientras, el pueblo se vacía, se llena el pantano, se cierran escuelas, proliferan las segundas residencias y la actividad agroganadera sigue siendo tan sacrificada como hace 100 años.

En ese sueño húmedo de capitalizar el turismo, alcaldes y diputados, fantasean con la construcción de un EuroVegas a las orillas del Guadiana, entre Castilblanco y Herrera. Porque no importa lo que aquí hubiera: aquí todo es campo. En eso radica la violencia que se ejerce contra estas tierras: en considerar que está todo vacío y que se debe llenar de cualquier cosa. Como cuando los europeos descubrimos y conquistamos las américas.
El progreso avanza en una única y exclusiva dirección... Y sólo puedes subirte al carro o resultar arroyado.

1956 - Aún no se habían inundado los terrenos

1973-1986 Se adaptan los caminos y carreteras a los contornos del agua

1980-1986 El nivel sube

1998 Sube

2002 Se mantiene

2019 Baja

La Barca, Peloche y el Pelochejo. 1956 bajo 2019 retorciéndose cabreado en angulosas formas

Los pantanos tienen el cruel defecto de aislar aún más a las poblaciones que los acogen. Porque no es tan sencillo cruzar esas enormes masas de agua. Las carreteras y caminos dan tremendos rodeos para llegar a un punto que visualizas desde la otra orilla. Aún así, Peloche ha crecido en extensión -no en población-. Incluso se construyeron barrios de chalets a orillas de la cola del Pelochejo. Lo que antes era un pequeño afluente del Guadiana que se secaba en verano, se ha convertido en lugar de ocio privado y goce, tal como se entiende hoy día: piscina, tumbona, copazo, barca a motor...

Para mi familia también es un lugar de ocio. Solemos ir a bañarnos en puntos arbitrarios. Creo que en los 80's y 90's era incluso más común: cuando venían los emigrados de la ciudad a veranear. Se cargaba el coche de muchachxs, la merienda, las cañas de pescar, los flotadores -hechos con recámara de rueda-... Se buscaba un rincón apañado: te calzabas las cangrejeras, chapoteabas, jugabas con el barro, las piedras... No era un ocio solitario y, mucho menos, relajante. Era puro esparcimiento, una desconexión de la cotidianidad en nuestro entorno cercano. 
Era un poco como aquella serie de Verano Azul, donde lo importante no era estar en la playa -en un paraje idílico-, lo importante era estar con los amigos, la familia y cantar el "No nos moverán". Pienso que ese imaginario de las vacaciones y la ociosidad han cambiado. Por eso proliferan las piscinas privadas en Herrera, los chalets en la cola del Pelochejo o las megatorres de apartamentos en Benidorm. Cada cual según su poder adquisitivo. Todo se parcela, se individualiza y se ajusta a cada bolsillo. En las redes sociales, los anuncios y las películas se construyen los imaginarios de la casa y el viaje ideal... Y ya no tienen nada que ver con el Verano Azul. Se impone la violencia de la tarjeta de crédito y la transformación de los paisajes para ese goce efímero del tiempo de vacaciones.

Hace un par de años, la comarca se declaró Reserva de la Biosfera, como reconocimiento a sus valores naturales e integración armónica de lo natural y lo humano. Un paso más en la turisficación del territorio, su incorporación al tren del progreso y al imaginario de lo que debe ser un territorio rural -según la mirada de la Unión Europea-.
El imaginario del paraíso natural y la actividad económica sostenible se tiende sobre la realidad social del territorio. Ocultando la violencia infringida, la desigualdad entre pueblos, los conflictos por la tierra y el agua, la carencia de servicios, las demandas de ciertos sectores... Todos esos detalles que pudieran enturbiar la experiencia turística y que, por otro lado, no importan lo más mínimo al visitante -se encuentra de paso, para él todo esto es campo-.

Para las diferentes instituciones locales y regionales resulta muy importante proyectar esa imagen biosférica. Convertirla en la realidad predominante, la que integra el territorio en el capitalismo global del consumo de experiencias. Como antes fueran, la actividad cultural -de identidad regional- o deportiva, las que nos integraban en el proyecto de Nación -pan y circo, para apaciguar el malestar social-. Píldoras efervescentes de placer que aplacan el dolor causado por las violencias a que nos sometemos a diario: trabajo, burocracia, deberes, disciplina, represión moral, estrechez económica...


**********

Esta semana ha sido noticia la prueba piloto de dos ultrarricos para convertir los viajes al espacio en experiencias turísticas.
Los viajes a la playa y a los balnearios de la alta burguesía, en el pasado siglo, han degenerado en ingleses borrachos saltando a la piscina desde el balcón del hotel.
Los viajes de aventura y naturaleza se han convertido en barbacoas con carnes de baja calidad en casas rurales.
Los viajes en avión están al alcance de un público cada vez más amplio y las lunas de miel ocurren en lugares cada vez más lejanos...
Cada vez se ahoga más gente en el Mediterráneo, el índice de desigualdad aumenta, el hambre, la enfermedad...
Las zonas rurales siguen perdiendo población -cada vez son más campo- y, aunque las luces de neón brillen en calles concretas de grandes ciudades, los habitantes del pantano saben -esa electricidad- de dónde sale.
Parece que la crisis del Coronavirus no ha hecho más que aumentar estas desigualdades y el control de los gobiernos sobre sus gobernados.

Ya no sabemos dónde nos conducirán las chifladuras de los más ricos, en qué tipo de ocio degenerará su imaginario, ni qué precio vamos a tener que pagar. Lo que sí sabemos es que poco o nada tendrá que ver con las aspiraciones y deseos de los rurales de antes del éxodo a la ciudad.

domingo, 25 de octubre de 2020

El precio del fin del arte

Pienso que, hoy día, resulta difícil definir el Arte -el Arte con mayúsculas, el de los museos y galerías- si no se trata de una mercancía. Pareciera que, el hecho de que algo entre a formar parte de los circuitos comerciales del Arte, es lo que lo confirma como tal. Si es caro o lujoso, entonces es Arte. Sin precio no sabemos calibrar su valor -porque, probablemente, hemos perdido toda capacidad de medirlo en otras unidades que no sea el dinero-. Si es barato, o gratis, nos cuesta darle la categoría de Arte: en ese caso preferimos hablar de artesanía, ocio, entretenimiento, afición...

Del Arte, además, esperamos una intencionalidad estética. Que vaya más allá de lo meramente útil o necesario. Que juegue de forma ingeniosa y ambigua con conceptos, ideas, posibilidades...

Arte es lo que hacen los Artistas. Artista es el que se gana la vida produciendo Arte. El dinero es lo que rompe ese círculo de recursividad y permite a alguien consagrarse a ese tipo de actividades.

Seguramente, en otras épocas -previas al capitalismo de consumo-, el Arte no tenía un componente de mercancía tan alto como ahora. Quizá era más una demostración de poder, una forma de explicar y dar a conocer la religión, de comprender el entorno, de transmitir valores culturales, de comunicar sentimientos, emociones, denunciar abusos, pensar nuevas realidades, innovar...

En su momento, Hegel, ya habló del fin del fin del arte. No indicando que este hubiera desaparecido o que estuviera condenado a hacerlo, sino apuntando a ese papel muy secundario que ocupaba en nuestras sociedades. De un científico esperamos que nos revele exactamente cómo funciona el sistema solar o el universo, ya no nos conformamos con las vaguedades a las que apunta el Arte o las metáforas de la religión. 

Según Hegel, el Arte sí que llegó a tener un papel predominante en la Grecia clásica, como si sus estatuas sobre dioses fuesen representaciones fidedignas de esos entes que eran absolutamente reales y que regían la vida cotidiana y sus pasiones. 

Con el cristianismo, el arte pasaría a estar sometido a la religión revelada, como una forma de apoyo para hacer llegar al pueblo su doctrina con imágenes sensibles e intuitivas.

Hoy día, la religión ha pasado a un plano tan secundario como pueda haberlo hecho el arte. Ahora mandan la ciencia y la tecnología como agentes transformadores y explicitadores de la Naturaleza. Pero es el capital quien organiza la sociedad: los tiempos de trabajo, de ocio y de consumo. Y es también quien marca la dirección en que debe avanzar la ciencia y la tecnología.

El Arte sigue teniendo su papel aquí, pero ya no construye nuevos atributos para los dioses, ni mitos más complejos que expliquen el comportamiento humano, o los avatares de la sociedad. A lo más, ha quedado como una crítica a la ciencia, la tecnología y la forma de organización social. En la mayoría de los casos es sólo un complemento del ocio. Y, me atrevería a decir, que su función principal es la de ser un objeto de consumo.

Por ejemplo, existen infinidad de grafiteros, fotógrafas, pintores, poetas, cantantes... Y, la forma de valorarlos y juzgarlos es por el precio que alcanza su obra en el mercado. Y, de hecho, la mayoría de estos artistas no se les llama de esta forma hasta que empiezan a transitar las galerías. Así, las otras dimensiones de la obra, se convierten en algo meramente accesorio al precio, son solo una forma de justificarlo, una especie de currículum para ser contratado por el mercado.


El Guernica de Picasso narra los horrores de la guerra civil española. Pero, ante todo, es un cuadro caro. Eso le da una tremenda visibilidad y difusión, y permite que su mensaje llegue a un montón de gente, en muy diversos lugares y épocas. Es tan caro, y ha alcanzado tal popularidad, que sería difícil que circulara por los mercados del Arte. Pero el resto de su obra sí lo hace. Y es ahí donde esta ha perdido cualquier efectividad como denuncia o codificación de nuevas realidades. Su obra ha sido fagocitada por un sistema que se alimenta de ella.

Adaptación de El Guernica. Mural conmemorativo del 1-O realizado por Eduard Altarriba en Moià. Extraído de https://www.elmundo.es/cronica/2020/10/10/5f808ec3fc6c83b6198b45ba.html

Pienso que, hoy día, resultan más relevantes todas esas manifestaciones artísticas que surgen al margen de los circuitos comerciales del Arte. Sería un arte con minúsculas, que elaboran de forma esporádica personas anónimas -o no-, que se reapropia de otras obras, que juega... Con fines de lo más diversos: crítica social, entretenimiento, diversión, decorativo, expresivo... Codifican realidades mundanas, ofrecen estilos de vida, patrones estéticos, de conducta.... Un arte al margen. Que todavía tiene efectividad en la sociedad aunque, una vez ha cumplido su función, pueda acabar en los museos o inserto en el capitalismo de consumo.


 ***********************

Hubo un tiempo en que, en los círculos de las vanguardias del Arte y la cultura, se puso de moda la fotografía de pobres, trabajadores y de ambientes marginales. Ese tipo de fotografía se incluyó dentro de la categoría que se conoce como fotografía documental. Porque daba cuenta de la realidad, de lo verdadero, de lo que pasaba en el mundo. Lo traía a la luz, le ponía un marco y el foco mediático. Era todo lo opuesto a la fotografía de viajes, la fotografía de moda, de lujo, de aristócratas, políticos, famosos... Que, bien mirado, son cosas bastante raras y bizarras -el 1% de la población mundial acumula el 82% de la riqueza-. Sin embargo, lo que tiene más presencia en nuestras pantallas son todas esas frikadas: perfumes, alta cocina, coches de alta gama, folclóricas, reyes, futbolistas...

Así, la foto del niño Aylan ahogado en una playa de Turquía, es claramente una foto documental. Mientras que la foto de Madonna besándose con Britney Spears en la gala de los premios MTV, a pesar de documentar un hecho, no se puede incluir en esa categoría. Porque la foto de Aylan retrata una realidad que nos pasa desapercibida -podríamos pensar, incluso, que se trata de ocultar-, nos está revelando una verdad sobre el mundo que habitamos. Mientras que la gala de la MTV es sólo un show, una ficción sin más intención que el mero entretenimiento. 

 

Beso entre Madonna y Britney Spears en la ceremonia de presentación de los premios MTV Awards, en 2003. Imgen extraída de https://www.guioteca.com/los-2000/la-historia-del-recordado-beso-entre-madonna-y-britney-spears-y-la-reaccion-imborrable-de-justin-timberlake/

Foto de Aylan muerto en 2015. Tomada por Alan Kurdi. Imagen extraída de https://www.codigonuevo.com/conciencia-social/libro-desvela-historia-muerte-aylan-realidad-llama-alan

Ambas fotografías pueden convertirse en objeto de coleccionismo o de Arte ¿Por qué no? De hecho sirven de base a numerosas pinturas, grafitis, cuentos... Son imágenes icónicas que nos remiten a realidades pasadas y que han dado la vuelta al mundo. Pero el capitalismo suele potenciar aquellas realidades que favorecen el consumo. Así, de estas dos imágenes, la más omnipresente sería siempre la de Madonna y Britney. 

La imagen de Aylan incomoda, da bajón y quita las ganas de comprar nada. Así que, poco a poco, se va hundiendo en el archivo de historias a olvidar. El capital, no sólo tiene la asombrosa capacidad de convertir prácticamente todo en mercancía, también selecciona aquello que le sirve para reproducirse y crecer, mientras descarta todo lo demás. Funciona así con la ciencia y la tecnología, y hace lo propio con el Arte.

Puede que esas imágenes se estudien en los colegios y se analicen entre los expertos. Quizá eso mantenga cierto potencial transformador en esos pequeños ambientes, mientras quedan en el olvido -o pasan desapercibidas- para el conjunto de la sociedad. Una sociedad encerrada en círculos que repiten los mismos errores y provocaciones de forma periódica, porque no consigue acoplarse con los flujos de la cultura y se agita como pollo sin cabeza.

Quizá, para salir de estos círculos, sea necesario prestar mayor atención a todos esos descartes del capital, a ese arte con minúsculas, a ese arte que se produce sin la pretensión de serlo. Aquel que nos habla desde una dimensión más allá del dinero, por encima de los cuadros de reyes o de las divas del pop.


lunes, 21 de septiembre de 2020

De vacaciones y pandemias

No soy muy de hacer apología de las vacaciones y los viajes, pero... Este año, con la pandemia, se han truncado muchos de nuestros planes. Y eso nos ha jodido. Estamos indignados, como si fuésemos coronapijos del barrio de Salamanca. Y por ello quería hacer una pequeña exaltación de las vacaciones... Como los poloflautas la hacen de la libertad -libertad de comprar, vender y acumular capital-.

Solíamos salir bastante del pueblo -para ver los amigos y la familia que tenemos dispersa por el territorio del Estado-. Pero, en verano, nos gusta pasar unos días recorriendo diferentes lugares, durmiendo en campings aquí y allá, sin un itinerario concreto, improvisando sobre la marcha.

Este año, la incertidumbre de no saber qué estará abierto, respetar aforos, localidades confinadas... Ha alterado nuestros planes. Y ha contribuido a que considere esta pandemia como una pandemia poco seria: sin apenas muertos, con escasas consecuencias para la salud, ahora te confino, mascarilla no, mascarilla sí, hacer deporte no, el bar sí... No sé, cualquiera diría que se han sobredimensionado las medidas, al menos algunas medidas, o en algunos lugares. 

No tiene porqué ser todo muerte y destrucción. En esto de las pandemias parece que también hay grados: pueden ir desde brotes de gripe a epidemias de peste bubónica.

Después de guardar estricto confinamiento, llega el verano y ¡Venga! Todos a moverse de aquí para allá, llevando el virus a lugares donde nunca había aparecido. Ahora, en septiembre, lxs niñxs vuelven al cole, con mascarillas, gel hidroalcohólico y lavado continuo de manos... No sé, parece todo una broma macabra, como si el virus fuera peligroso sólo bajo ciertas circunstancias -que tienen que ver con frenar o no el consumo y la actividad productiva-. 

En la tele y las redes sociales no dejan de hacer recuento de casos. Sí, muchos casos... Pero ya nadie habla de frenar la curva o de construir más plazas hospitalarias. La sanidad pública se queda como está, aunque la curva siga creciendo ¿La enfermedad no era tan grave? ¿Ha disminuido su virulencia?... Uno ya duda hasta de los conteos de muertos. Sí, es verdad que el número de muertes de los meses de confinamiento son más altos de lo normal y que había muchos ingresos hospitalarios -pero es que se ha tenido que ir a dramatizar las muertes en las residencias de ancianos, cuando lo habitual es que se ignoren-. 

Hay quien las ha pasado canutas, incluso quien las ha palmado con coronavirus -otra cosa sería determinar si la causa principal fue el coronavirus-. Yo no soy virólogo, ni epidemiólogo, pero da la sensación de que, si esto hubiese pasado hace 50 años, nadie habría reparado en que existió una enfermedad nueva. Quizá se hubiera percibido que aumentaba la tasa de mortalidad y enfermedad, quizá se hubiese achacado al virus de la gripe, la contaminación del aire, a deficiencias del sistema sanitario... Pero tenemos el foco permanentemente puesto en la enfermedad. Y uno acaba con la misma sensación de agobio que invade cuando habla con trabajadores del ámbito hospitalario -para los que todo son desgracias, peligros y muertes evitables-.

Independientemente de si la enfermedad es tan grave como pregonan los medios, el caso es que, a nosotros, nos ha jodido la ruta de campings. En su lugar nos hemos visto obligados a recortar los días y buscar apartamento -por eso del distanciamiento social y no utilizar zonas comunes-. Uno prefiere ser prudente: llevar siempre la mascarilla y respetar las leyes -aunque parezcan absurdas en muchos casos-. Soy una persona civilizada, respeto los miedos y creencias de los demás... No quiero problemas con la ley, ni que una enfermedad tonta se lleve por delante a ninguno de mis seres queridos. Realmente a mí no me supone un gran sacrificio -estoy hablando de no salir de vacaciones un año, ponerme una mascarilla o mantener las distancias, no de perder mi trabajo y quedarme sin ingresos-.

Sea como fuere, el no haber disfrutado de unas vacaciones en las condiciones que me hubiera gustado, me ha hecho valorar lo que de bueno tienen. Para mí, era algo que siempre dejaba un regusto amargo -un vacío-, quizá porque esperaba demasiado de ellas y, cuando acababan, me daba cuenta de que sólo viví una fantasía. Otras veces me decía que lo hacía por escapar del clima tan horrible del verano en La Siberia, o por la presión social -Venga! ¿Cómo no te vas a ir de vacaciones! ¡No seas roñoso! 

"Elige un trabajo que te apasione y no tendrás que trabajar jamás". Es verdad, hay ciertas personas que encuentran tremenda gratificación en el trabajo y no serían felices teniendo que desperdiciar su tiempo en unas estúpidas vacaciones con la familia o los amigos. Pero la mayoría de las personas trabajamos por necesidad y, casi siempre, el tipo de trabajo que desempeñamos depende más de las demandas del mercado que de nuestros propios intereses. Trabajos a destajo que nos obligan a delegar las tareas del hogar. Que hacen que las familias deban acostumbrarse a nuestra ausencia durante horarios laborales extensos.

Yo curro en casa, vivo en un pueblo chico, me es más o menos fácil participar en la vida del hogar. Pero resulta una actividad muy exigente: trabajo, comidas, limpieza, ayudar con los deberes de las niñas, estar pendiente de las facturas, regar las plantas, echar de comer al gato, reuniones del cole, extraescolares, desmamonar olivos, cocinar, compromisos sociales... Así que, cuando llegan las vacaciones y te largas, por fin se abre un paréntesis. Todo queda en suspenso y puedes dedicarte solo a vivir esa otra experiencia. Te sales de ti y miras tu vida desde fuera, tomas distancia, conoces otros lugares y otras formas de habitar los territorios... Resulta liberador y enriquecedor a la vez. Una ventana desde la que imaginar otras vidas posibles.

Es algo que viene bien a cualquiera. Todos somos un cúmulo de dimensiones -trabajo, familia, amigos, ocio...- cuantas más sumamos y experimentamos más fácil es que tomemos decisiones acertadas -que nos hagan felices, a nosotros y nuestro entorno-.

Playa de Portimão - Portugal - Septiembre de 2020

 

Me parece muy burgués y muy egoísta haber escrito esto... Soy consciente de que hay quien, aún teniendo trabajo, no puede permitirse poner su vida entre paréntesis.

domingo, 7 de julio de 2019

La fábula del pastor y el maestro

Escuchaba en la radio a un pastor trashumante hablar de lo exótico, curioso y vocacional de su trabajo. Pero, a pesar de todas las bondades que relataba, deseaba que sus hijos no siguieran sus pasos: -El campo es muy esclavo, hay que estar pendiente de los animales los 365 días del año. Es gratificante y no es excesivamente duro pero no tienes períodos de vacaciones.

Y es que hace tiempo que asumimos que los trabajos han de ser desagradables, que los hacemos para obtener dinero y que, por tanto, necesitamos de tiempo de ocio y evasión. Así que, cuantas menos horas laborables se exijan y cuanto mayor sea el salario, mejor es el puesto (más deseable).


Unos días antes, escuchaba a un maestro deseoso de que llegaran las vacaciones: -Para ir tranquilamente a la piscina, tomar la cervecita, hacer deporte, pasear por la playa...
Es verdad que, comparado con el del pastor trashumante, el trabajo de maestro puede parecer bastante desagradable y, por tanto, es lógico que necesiten de períodos extensos de vacaciones.
Reprimir -o motivar- a las despreocupadas criaturas, condicionarlas y entrenarlas para incorporarlas a la sociedad (mercado de trabajo), además de atender a la extensa burocracia -que emana desde Bruselas hasta materializarse en el plan educativo de un centro- se aparece como el paradigma más absoluto de trabajo enajenado en pro del aparato represor de los estados.

Sin embargo, la mayoría de maestrxs estarían conformes en que sus hijxs siguieran sus pasos: -Es una buena profesión, tienes un salario aceptable, pocas horas semanales, muchas vacaciones y es muy fácil conciliar la vida familiar. El Estado es la empresa más segura del mundo.


En el más loco de los mundos, el pastor, que desempeña una actividad libertaria, vocacional, respetuosa con la tradición y el entorno, desea que sus hijxs no sigan su camino porque quedarían excluidos del sistema capitalista de ocio y consumo -quizá también del sistema de protección y seguridad social, si no consigue los ingresos suficientes-. Mientras que el maestro, el funcionario que trabaja por mantener el orden y el sistema de poder que le da de comer, goza de prestigio social, salario, vacaciones pagadas...
La estricta burocracia a la que se somete a los trabajadores de los estados marca los horarios laborales, los períodos vacacionales, los rangos salariales... En fin, establece los límites entre el trabajo digno y el que no lo es. Y hacen que el trabajo del pastor sea irreconciliable con una vida familiar que transcurra en los cauces de la normalidad que marca el capital -porque podría aceptarse, sin demasiadas objeciones, que los Estados son principalmente herramientas del capital para el intercambio comercial en entornos seguros y para la provisión de mano de obra-.

El pastor quizá no lo sabe, pero es un contraejemplo, un antisistema, forma parte de la resistencia, es un héroe que lucha a contracorriente para demostrar que otro mundo es posible. Y eso es lo que hace duro su trabajo.

El maestro no. El maestro es sólo un engranaje del Estado que hace imposible que el del pastor sea un caso de éxito. Así que no es de extrañar que, desde que Focault popularizara la semejanza entre las cárceles y las escuelas, se haya intentado contrarrestar ese símil desde la lógica capitalista: publicitando una imagen de los colegios más moderna, dinámica, abierta, participativa, democrática, customizable... En la que el conjunto de la sociedad asume la responsabilidad de estar educando su descendencia para sacrificarla en el altar de un mercado laboral elitista y destructivo para con el entorno que nos vio nacer como civilización. Todo sea por la rentabilidad y porque nuestros hijos encuentren un trabajo como el Mercado [de]manda.

Gracias por nada. (1ª imagen: Trasterminancia de rebaño de ovejas merinas negras - Siruela - Noviembre de 2016; 2ª imagen: extraída del perfil de facebook de "El blog del maestro" )

We don't need no education
We don't need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teacher, leave them kids alone
Hey!, Teacher, leave them kids alone
All in all it's just another brick in the wall
All in all you're just another brick in the wall.
Letra de Another Brick in the Wall - Pink Floyd


"El torturador es un funcionario. 
El dictador es un funcionario.   
Burócratas armados, que pierden su empleo si no cumplen con eficiencia su tarea. 
Eso, y nada más que eso.   
No son monstruos extraordinarios.   
No vamos a regalarles esa grandeza."
Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra

martes, 7 de abril de 2015

La vida artificial, la jungla de cristal y el trabajo pringoso

He pasado las vacaciones de Semana Santa en el pueblo, en el mismo donde ahora vivo. Y he aprovechado a hacer un montón de cosas para las que no encuentro tiempo en el día a día.
En el día a día estoy atrapado en un mundo virtual, artificial... Es por el trabajo, nada físico, hiperconectado a todos los aparatos electrónicos. Así que, al acabar la jornada laboral, uno está estresado, cansado y con mil historias que resolver al día siguiente. Y, por supuesto, no has hecho nada para ti, tu hogar o tu familia, sólo has justificado el ingreso de un salario en la cuenta corriente... Eso es lo enajenado: privar al obrero del fruto de su trabajo a cambio de dinero.

La eficiencia es un concepto genial: resolver la mayor cantidad de tareas en el menor tiempo posible. Somos esclavos de la eficiencia, tratando de aplicarla en cualquier ámbito, a cada momento... Si vas al campo a pasear, fantaseas con tu negocio rural. Si vas a cortar leña, pergeñas cortar la máxima posible de forma "sostenible". Porque, en el fondo: el dinero se ha convertido en requisito indispensable, en la condición necesaria para emprender cualquier acción.

Luego están las ciudades, las junglas de asfalto y de metal, donde no se produce nada. Donde se consumen cosas de ningún lugar. Pero donde el dinero fluye con mayor rapidez y en cantidades más grandes. Es obscena tanta desigualdad! Se acaba por odiar el dinero. Pero también se ama... Tener mucho es mejor que no tener nada... Cubrir las necesidades básicas... Incorporar los hijos en el escalón más alto... Viajar más lejos... trabajar menos... tener más ocio!

Trabajar menos, tener más ocio y ganar más. En una sociedad que odia su trabajo (porque es enajenado) y ama cosas que no son suyas, que son ficticias, breves: escapadas con encanto, lujo, deporte... El ocio no es más que estar ocupado en algo que no sea el trabajo, y es más completo cuando requiere una inversión monetaria.

La Naturaleza queda totalmente fuera de este esquema. Tampoco parece importarnos mucho. De cuando en cuando, salimos al campo y nos maravillamos, nos conmovemos... Pero el ritmo frenético nos vuelve a poner en lo enajenado, la tele y el sofá. Así que, al intentar leer a los clásicos (Heráclito, Aristóteles, Cervantes...), nos damos cuenta que no los comprendemos, que nuestra cosmovisión ha cambiado completamente... ¡Hemos escapado a las leyes de la Naturaleza! Y, realmente, estamos a punto de salirnos de ella. Sólo somos esclavos de nuestras propias leyes: de convivencia, del mercado... Pero eso no las hace más justas. Está claro que habitamos un mundo de injusticias y desigualdades. Así que, lo que hemos hecho ha sido eludir el capricho, la incertidumbre y el libre albedrío de la Naturaleza, para adentrarnos en un nuevo cosmos de leyes de dominación y sometimiento humanas. Tenemos nuestro propio tablero, con reglas que se han ido imponiendo en violentos juegos de poder.

Someterse a las reglas, aprobar los exámenes, obedecer... Lo importante no es el sacrificio, sino el sometimiento. Aceptar el dinero, sin cuestionarlo, y seguir el camino allanado del funcionario, del trabajador por cuenta ajena. Pero el sometimiento es cobarde y repugnante. Así que lo externalizamos, decimos que no es algo nuestro, que lo hacemos porque necesitamos la pasta. Y ese "necesitar la pasta" lo justifica todo: sometimiento, avaricia, desigualdad, guerras,...

Así que, aquella idea clásica del "logos": una razón, una lógica, un Dios que rige el cosmos y al conjunto de los hombres, que lo gobierna todo. Esa idea no tiene cabida hoy día. Hoy día todo son oportunidades que hay que ir aprovechando, oportunidades que nos brindan los grupos de poder: delegar sus tareas para abarcar más y conseguir sus objetivos, más dinero, más poder...

***********

Pasó el día del trabajador, de los que construimos la jungla de cristal, de los que adornamos las paredes de la cárcel, de los que soñamos con una libertad robada, que ya no nos es dada disfrutar... nos destruiría.
Así me contento:
sacando la cabeza fuera
para sentir como sopla el viento.

---------

Es la época en que florece la jara pringosa. La flor es grande y destaca desde la carretera. Es blanca y suave, como un vestido de comunión... La imagen de un gran jaral en flor... es un tanto impúdica. Como en las pelis americanas: cuando la amiga fea del chico popular se viste de princesa, se pinta los labios e intenta seducir, sin sutilezas. Pero no importa que se pinte o abra de piernas: porque es fea y pringosa. Como todas esas flores de labios blancos diciendo: -fóllame..., ámame...- Repugnan, hieren el gusto del guerrero.



viernes, 15 de abril de 2011

Goyas 2011

Ya he visto tres de las películas con más nominaciones a los Goya 2011. No ha sido así, de golpe, una detrás de otra, sino de forma esporádica, casi espontánea y por diferentes medios, alquiler en el videoclub, cine, descarga con amule.


Desde luego, para mí, la mejor ha sido “Balada triste de trompeta”, consolidando a Alex de la Iglesia como el “Tarantino español”. El comienzo es apoteósico, con una batalla al más puro estilo “300” pero con un trasfondo y final mucho más mundano, menos heroico. Además, la película está llena de referencias socioculturales que forman parte del imaginario colectivo de la sociedad española. Referencias fruto de la globalización, la sociedad de la información, migraciones, movimientos culturales, etc. y que han ido dejando su poso en el territorio nacional. La acción transcurre en el contexto de la guerra civil y la transición (tema recurrente de nuestro cine), en el ámbito del circo (las artes escénicas), casi a modo de homenaje a este sector tan reducido de la sociedad, lo que contribuye aún más a la imagen grotesca que deja la película en el espectador. Este aspecto grotesco, la sangre corriendo a borbotones, violencia, “frikis”... hace que no sea una película muy “académica”, pero desde luego no deja indiferente, muy en la línea de “El día de la Bestia”, muy iconoclasta.


“También la lluvia” es otro tipo de película, con tintes de documental pero manteniéndose claramente en la línea del cine narrativo. La acción transcurre en Bolivia y, aunque de forma indirecta, se mueve entre dos contextos históricos: el actual y, el de conquista y sometimiento de los pueblos sudamericanos por el reino de Castilla. Plantea reflexiones muy interesantes sobre el descubrimiento y la conquista del “Nuevo Mundo”, la propiedad del agua, las relaciones de las grandes multinacionales con los países en vías de desarrollo, la escasa implantación de los derechos humanos, corrupción, desigualdad... No sólo muestra la existencia de estos problemas, sino que plantea la contradicción y los conflictos morales que la existencia de esta dicotomía entre primer y tercer mundo supone a un grupo de occidentales de corte progresista (otra vez pertenecen al mundo de las artes escénicas, el cine). El tipo de película que le hace a uno sentirse impotente e incómodo por permitir la injusticia, siempre que esté lo suficientemente lejos como para no verla directamente.



Por último “Pa Negre”, por supuesto la vi en catalá, con subtítulos en espanyol. Transcurre también en el período de la guerra civil y la posguerra, en la Catalunya de interior, en el ámbito rural, donde los caciques burgueses hacen y deshacen a su antojo. Es una película “correcta”, la imagen y la fotografía están bien, la historia te mantiene más o menos expectante, “enganchado”. Quizá lo más destacable, desconcertante, es la manera de tratar el aspecto cruel y violento de la naturaleza humana. Y, cómo ese ser “maligno” que todos llevamos dentro, ya existe desde la infancia. Si bien los motivos que llevan a liberarlo son distintos en la edad adulta (por dinero, necesidad, venganza..), mientras que en la infancia resulta más arbitrario. Este es un tema recurrente en las obras de Agustí Villaronga, al menos en las que he visto.