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sábado, 9 de julio de 2022

Relaciones de poder y ruralidad

Señalaba Foucault que el poder se ejerce sin violencia, de forma sinuosa. En cuanto se utiliza la violencia ya no hablamos de relaciones de poder, serían relaciones de sometimiento, esclavitud... Pero lo más importante en estas relaciones de poder es que se distribuyen ampliamente por los diferentes ámbitos y capas de nuestras sociedades: familia, asociaciones, instituciones educativas, gobiernos... De alguna manera, las relaciones de poder son inherentes a nuestra vida en sociedad. Como para Freud era inherente el que existiera cierto malestar -tenemos que retener y sublimar nuestras pasiones y deseos: no podemos estar fornicando con todo lo que se cruce en nuestro camino-.

Pero el que sean necesarias no quiere decir que todas las relaciones de poder sean positivas -de la misma manera que para Freud un mal equilibrio en la sublimación y represión de las pasiones llevaba a la histeria, la enfermedad o el rechazo social-. Quizá, ahora, que somos muy dados a señalar relaciones tóxicas, tenemos más fácil identificar esas otras relaciones de poder que no son las que se han documentado en los libros de historia: el poder ejercido desde los gobiernos.

El poder ejercido desde los gobiernos es quizá el más espectacular, por sus consecuencias transformadoras: en los paisajes que habitamos y, también, en nuestros comportamientos y relaciones con los demás. Es un poder que, además, puede tirar de violencia -leyes, policía, inspectores...- y represión -cárcel, palizas, multas...-. Es más que un poder y, como dijo el Tío Ben a Spiderman: -Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Con la democratización de nuestras sociedades, se ha intentado ir reduciendo la intervención de la violencia en las relaciones de poder que se ejercen desde los que ostentan los cargos públicos hacia la población general. El primer paso es hacer responsables a los ciudadanos de la elección de quienes les gobiernan y, en general, hacerles partícipes de las decisiones de gobierno -casi siempre de forma anecdótica, no vinculante o controlada-. Se trata más bien de crear una imagen o apariencia de participación, estabilidad, altos niveles de consumo, bienestar... Que eclipsen la conflictividad social.

Pero la conflictividad existe. Y se hace patente cuando el poder tiene que recurrir a la violencia para materializar, por ejemplo, sus proyectos urbanísticos. Unos proyectos que, como ya hemos comentado en otros posts de este blog, están determinados por cómo ven el mundo las capas dirigentes y cómo les gustaría que fuera. Un mundo que ven desde los despachos, las reuniones, los viajes, el lujo... Un mundo universal, globalizado, en el que todos somos turistas y visitantes de cualquier lugar. Con todas las connotaciones de clase y exclusión que tiene ese universo turistificado y tecnificado.


Siguiendo en la línea de higienización y modernización del entorno rural, el ayuntamiento de nuestra localidad decidió cepillarse un montón de árboles para remodelar el camino de bajada al cementerio -unos 50 árboles que contaban con unas décadas a sus espaldas y que habían conseguido, a duras penas, adaptarse al entorno y a las podas absurdas que se les realizaban-. Quizá, previendo que también los gobernantes pasarán por ese camino al más allá, como los faraones del antiguo Egipto se cuidaban de construir una gran pirámide, los de ahora se cuidan también de modelar los espacios públicos acorde a sus gustos suntuosos para trascender la historia.
Lo curioso del caso es que el nuevo proyecto también contempla la existencia de arbolado -pero el que ya estaba no era lo suficientemente bueno-. En un espacio absolutamente diáfano, en el que cabrían millones de posibilidades, se opta por quitar lo poco que existe para dejar el lienzo en blanco e inmaculado. La violencia de los gobiernos es también esa: un desprecio absoluto a lo que ya existía, al trabajo de generaciones anteriores, y a las características del entorno, para plasmar proyectos absurdamente nuevos y modernos, con los que no mantengamos ningún arraigo, en los que nos sintamos seguros, sin sorpresas ni irregularidades, lugares cualesquiera -según las modas y gustos del ciudadano universal-. No lugares, donde nuestra necesidad de diferenciación sólo sea posible a través del consumo.

Me daba pena ver los árboles cortados. La última vez que pasé por ahí fue para el entierro de mi abuela. Recuerdo que volví andando desde la puerta del cementerio hacia el tanatorio -para recoger el coche-. El lugar es horrible, un páramo seco donde aflora la pizarra a cada paso. Sólo los árboles proporcionaban cierta compañía. Resultaba un gran espectáculo que siguieran vivos -y con cierta entereza- en un ambiente tan duro y agreste.
Hay quien dice que se siembran cipreses en los cementerios para facilitar la subida de las almas a los cielos. A mí me gusta pensar que los árboles del camino del cementerio mantenían ese vínculo entre los difuntos y el pueblo, un camino tenue y efímero -que ya no existe-. Y se me antojó un acto de gran crueldad y violencia talarlos. Un acto que sólo puede darse si existe esa separación y aislamiento entre poderes y capas de la sociedad: entre el que ordena, el que se encarga de ejecutar la orden y los que reciben las consecuencias. Un acto que demuestra que la racionalidad técnica y política resultan mucho más dañinas que la racionalidad mágica o religiosa, en gran variedad de casos.

Mientras miraba por el retrovisor el espacio arrasado sentí pena, rabia y asco... Creo que no era el único que se sentía así. Seguro que Tío Ben tampoco aprobaba a los Spidermans de nuestro tiempo y lugar.


 


jueves, 12 de mayo de 2022

Peloche del río y la bandera azul

Ayer nos enteramos de que la playa de Peloche, junto con la de Puerto Peña y unas cuantas más de la cuenca del Guadiana -en la provincia de Badajoz-, habían obtenido la bandera azul. Todas ellas playas situadas en embalses de agua -pantanos-.

A muchos nos sorprendió la noticia, porque el referente que manejamos de playa de interior con bandera azul es Orellana. Una playa que está realmente bien, con gran cantidad de instalaciones y servicios para el ocio -puedes pasar un día completo y agradable sin salir del entorno-. Además, dispone de un agua bastante limpia, con unos niveles muy regulares -al encontrarse situada muy cerca de la cabeza de presa-. El agua se renueva a menudo, puesto que se utiliza para regar todas las Vegas Altas del Guadiana -que arrancan en Orellana- y que es la finalidad última con la que se creó todo este sistema de estrangulación y regulación del río. A esta playa acude gran cantidad de gente de todas las localidades cercanas. En temporada alta -Julio y Agosto- casi podríamos decir que se encuentra masificada. 

Lo primero que se me ocurrió pensar es que debían haber rebajado mucho los requisitos para obtener el calificativo de bandera azul -me voy a centrar en la playa de Peloche que es la que más conozco pero, seguramente, el análisis tenga puntos en común con algunas de las otras-.
Bien, esta playa no tiene la mejor de las ubicaciones: es una cola que ocupa el cauce de un arroyo -el Pelochejo- que se seca en verano y donde vierten las aguas sucias -ya depuradas- algunas localidades como Herrera. Así que, el agua no suele estar precisamente cristalina, depende mucho de las corrientes de aire y de cuánta gente haya en la orilla removiendo el fondo. Además, se encuentra en un pantano utilizado para regular el de Orellana, con lo que los niveles varían continuamente en plazos de días, más a lo largo del verano, que es cuando se riega en las Vegas del Guadiana, y más ahora que el agua embalsada en todo la cuenca es realmente escasa -este año se ha restringido la siembra de arroz, maíz y tomate, considerados los cultivos de mayor consumo de agua-.

A mí me gusta mucho bañarme en la playa de Peloche. Mis padres me llevaban de pequeño y ahora mis hijas lo siguen disfrutando. Y no sólo la playa de hormigón, cualquier rincón lleno de pizarras o barro también nos viene bien. Me parece un lugar paradisíaco. Pero también sé reconocer que mucha gente no lo ve así. Cuando llevas a alguien de fuera le suele dar asco. Se quedan sentados en la orilla mirando como retozas en las turbias aguas mientras se abrasan el trasero en el cemento -no soy tan mala persona y los llevo a últimas horas de la tarde, que es cuando mejor se está y, al menos, pueden disfrutar de unas puestas de sol realmente únicas-.
Incluso a la mayoría de gente de Herrera le da asco ese agua, muy pocos vamos allí a bañarnos. De hecho, si te das un paseo por Google Maps, verás que Herrera está trufado de piscinas particulares. La gente realiza verdaderos sacrificios por construirse y mantener una, teniendo la playa a pocos kilómetros e, incluso, dos piscinas municipales en la localidad -una de ellas cubierta-. 

La playa de Peloche, en el entorno del Espolón, se lleva construyendo desde hace décadas. El ayuntamiento empezó echando un poco de hormigón para facilitar el baño -así podías meterte sin las cangrejeras- y, progresivamente, se ha ido echando más hormigón, plantando árboles, ampliando el chiringuito, creando merenderos, arreglando el paseo hasta el Peloche de las casas... Las zonas de ocio del pueblo -el parque, la pista multideportes y la de futbol- se proyectan hacia la playa. Pareciera que todo se hacía para que los habitantes de Peloche y Herrera -y los forasteros que acudían a veranear- disfrutaran el entorno y tuvieran alternativas de ocio en unos meses que resultan especialmente aborrecibles -por lo desorbitado de las temperaturas-. Una mentalidad muy de los 80's y 90's. 

Pero la mentalidad de las capas dirigentes ha cambiado. Si antes todo se proyectaba hacia adentro -hacer más cómoda la vida de los que están aquí, o tienen vínculos directos con la zona-, ahora se proyecta hacia afuera: atraer a potenciales turistas que traigan divisas y generen trabajos precarios que nos permitan subsistir en la zona. La cosa se ha puesto jodida.
Esas capas organizativas y dirigentes de nuestros municipios se encuentran continuamente mirando al exterior, como si fueran el departamento de marketing de una empresa en crecimiento, tratando de proyectar una imagen seductora: de naturaleza virgen, biodiversidad y europeidad. Una imagen que nos resulta extraña, que incluso genera rechazo entre los que habitamos el territorio, entre los que mantenemos relaciones de interdependencia o vínculos emocionales con el mismo. Una suerte de contradicción que confronta con los deseos y anhelos de prosperidad económica que también nos asaltan.

Esa contradicción se apuntala en las condiciones materiales de los que habitamos el territorio. Unas condiciones materiales que añoran ese poner el foco en nosotros mismos, en nuestras propias alternativas para el ocio y disfrute: parques infantiles, zonas arboladas, lugares de reunión, fiestas, tradiciones, playas para los vecinos... Un retorno a una idealizada comunidad rural en que los niños jugaban sin peligro en la calle. La bandera azul está muy bien, pero no nos engañemos, es todo lo contrario a ese pasado idealizado: es un distintivo hacia afuera, un reclamo turístico... Una fantasía, un sueño húmedo quizá... Porque, como hemos apuntado antes: la situación de la playa no es la más idónea para quien venga a darse un baño de realidad en las turbias aguas de Julio y Agosto. Peloche no es Orellana -aunque las imágenes que se están difundiendo puedan hacértelo creer-. 

Peloche es un lugar maravilloso, casi mágico... Y debería tener su sello distintivo, pero creo que la bandera azul puede defraudar las expectativas de mucha gente: es un lugar remoto, mal comunicado y hay que hacer un esfuerzo considerable para acceder a él; no puede ocurrir que te encuentres el agua por debajo del cemento, el arrecife de algas, las sanguijuelas... y un señor que te pide dos euros por ocupar un recuadro de hormigón. 

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También es verdad que tengo serias dudas de que toda esta inversión de dinero público hacia afuera esté teniendo algún tipo de tasa de retorno -que realmente esté generando unos beneficios económicos superiores a los que se tendrían invirtiendo hacia adentro-. Porque sabemos, por otras experiencias a lo largo del litoral de la península, que el turismo genera trabajos precarios, desigualdad y contradicciones sociales -como puede ser: tener unas flamantes instalaciones de cara al visitante, mientras colegios, u otras infraestructuras básicas, se caen a trozos-. El visitante viene un día o dos y se lleva una grata experiencia. Pero el precio lo pagan los que se quedan aquí sosteniendo la proyección de una imagen que resulta dulce hacia afuera y amarga hacia adentro. Reforzando así el imaginario juvenil de convertirse también en turista de su tierra -emigrar-.

Foto tomada en la playa de Peloche - Junio 2016


viernes, 30 de abril de 2021

Remodelación de los sentimientos religiosos

No suelo escribir sobre temas de candente actualidad pero, como en los últimos días este asunto ha sido la comidilla del pueblo -y lo tengo fresco-, le he dedicado unas líneas. Porque, como cantan los Punsetes:

"España necesita conocer tu opinión de mierda.
La gente necesita que le des tu opinión de mierda.
Un montón de temas sueltos e inconexos.
Aguardan el veredicto del experto.
"

 

Hace unos días, el alcalde del pueblo anunció la presentación del proyecto de remodelación de las traseras de la iglesia. Y, claro, los vecinos estaban expectantes -porque nadie tenía ni puta idea de qué se iba a hacer ahí-. Estos proyectos caen siempre como si fueran un regalo de los Reyes Magos -pero sin escribir carta ni nada-. Se diseña el espacio, los materiales... y, cuando ya está cerrado, se dice a la gente: -¡Mira! Os vamos a hacer esto ¿Os gusta?... Más vale que os guste, porque cuesta un pastizal y lo pagáis vosotros.

Creo que el párroco y la diócesis no estaban muy de acuerdo, posiblemente por meras cuestiones económicas. La Iglesia siempre está ávida de pasar el cestillo. No es como los políticos, que pueden obligarte a soltar la pasta.

Los vecinos. Bueno... Los vecinos supongo están contentos con el proyecto. Después de todo, consiste en tirar un solar con un muro bastante alto que delimita el patio de la iglesia -con algunas edificaciones de uso parroquial-. Vamos, que ganan en amplitud y luminosidad, en un barrio antiguo de calles estrechas y tortuosas.
 

Iglesia en su estado actual, antes de la remodelación. Imagen extraída de Google Earth en Abril de 2021

Después de la presentación se hizo pública la maqueta y un vídeo simulación. Queda chulo. Mejor que estaba. La Iglesia pierde parte de sus espacios y, también, la casa del cura -parece que se llevarán a un lugar menos relevante-.

 

Maqueta del proyecto de remodelación. Extraída del perfil de Facebook del ayuntamiento

 

Para mí, esta reorganización del espacio no deja de ser el síntoma de la pérdida de fuerza de la religión en nuestra sociedad.

Seguramente, en otro tiempo pasado, cualquier remodelación de ese entorno hubiese tenido que ver con los sentimientos y las prácticas religiosas: construir la casa del cura pegada a la parroquia, un edificio para impartir la catequesis -o cualquier otro tipo de cursos-, talleres para reparar y guardar las imágenes... Yo no estoy pendiente de la vida religiosa del pueblo pero, tengo la sensación que, quitando ciertos actos puntuales -bodas, entierros y procesiones-, la gente no participa de la religiosidad, no entiende la religión como una práctica. No se niega la fe cristiana, pero muy pocos se partirían la cara por ella. Está ahí, como un residuo de otro tiempo, como el fantasma de una tradición superada.

La remodelación pone de manifiesto que lo importante de la iglesia es su carácter como edificio, su potencial turístico. Una construcción antigua que queda en medio de una plaza casi futurista. Deja de estar parapetada tras sus muros para quedar expuesta a las miradas despreocupadas. Y, aún así, seguirá siendo una iglesia aislada, separada de la gente. En un páramo diáfano, iluminada -para deleite de los fotógrafos y paseantes nocturnos-. Seguramente nada de eso conjuga muy bien con la concepción cristiana de casa de Dios, austeridad, acogimiento... 

Muy pocos, hoy día, se atreverían a defender su fe ante las provocaciones racionalistas de ateos y agnósticos. Se revelarían como locos vehementes y sufrirían el rechazo mayoritario. Aquí, incluso los que se denominan católicos, se refieren con el término despectivo de "beatas" a esas personas que sí que practican y viven su religiosidad. Un colectivo que, hasta no hace mucho, tenía cierto poder y podía influir la vida pública del pueblo, porque su espectro de influencia era realmente amplio: colegios, partidos, militares, clases altas... Parece que eso ya pasó y, ahora, nadie se atrevería a anteponer razones espirituales a argumentos económicos, utilitaristas o políticos. Lo religioso convive con lo profano, pero lo hace en un plano de inferioridad, el plano de lo espiritual: una suerte de terapia o comunidad de frikis, sin fuerza para transformar la realidad.

Seguramente el pueblo tenga las mismas posibilidades de convertirse en un atractivo turístico de las que tenga para convertirse en capital de su propia diócesis. Pero el imaginario del turismo, la modernidad y el progreso económico son mucho más atractivos y canalizan mucho mejor el deseo que la culpa, la austeridad y la caridad que predica la Iglesia.

Realmente me sorprendió que no se hicieran críticas al proyecto desde lo religioso. Porque lo fácil es decir: -Eso es lo mismo que se ha hecho en otras plazas. -Resulta muy hostil sin sombra y sin vegetación. -No es un sitio para estar. -Falta un bar. -No hay parque para lxs niñxs. -¿Y el aparcamiento?... Bueno, realmente, lo fácil es subirse al tren acelerado de lo contemporáneo y decir: -¡Qué chulada! Ya era hora de que se hiciera algo aquí, no tenemos porqué pagar con incomodidad la religiosidad de los demás.

martes, 20 de abril de 2021

Sobre parques infantiles y puntos de desencuentro

De pequeño no recuerdo visitar los parques infantiles. Supongo que sí existían... Quizá en el cole había columpios y toboganes -de esos de metal que, a buen seguro, ahora nos parecerían superpeligrosos-. Estoy convencido de que en el patio del cole había dos tubos de cemento -de los que se usan para el alcantarillado- y saltábamos de uno a otro, nos metíamos dentro...

Ahora es otra historia, los parques son auténticas obras de arte. Se cuida cada detalle, se integran perfectamente en los diferentes espacios públicos de la ciudad, se les lima cada arista, cada posible peligro...

Barcos piratas repletos de pasarelas, toboganes, cuerdas y redes para trepar, rocódromos... Dragones con rincones secretos, rampas deslizantes...

Parc de la Pegaso - Barcelona. Imagen extraída de TimeOut

 

Aunque vayamos en coche, las niñas los ven desde lejos y, yo... les voy cogiendo el gustillo. Normalmente prefiero aquellos más antiguos: los que tienen árboles bien formados con buena sombra y bancos. Aunque los ideales son aquellos que cuentan con la terraza de un bar cerca y, desde ahí, puedes controlar a las niñas. Pero tampoco le hago ascos a llevarme las yonkilatas -si voy con amigos-.

 

En los pueblos, tengo la impresión, no se da mucha importancia a los parques. Al estar rodeados de campo, parecieran prescindibles las zonas verdes. O quizá sea el arrastrar una tradición en la que se jugaba en la calle, y ya se establecían -de facto- ciertos puntos de encuentro: la plaza, el pretil, las pistas polideportivas... Una tradición en la que los vehículos no se habían apoderado aún de todos los espacios.

Pero los parques tienen una ventaja, son lugares cercanos en los que las niñas se pueden encontrar con otros niños. Los padres podemos entablar conversaciones con las madres. Y, si no hay nadie, no importa, porque las niñas se entretienen con cualquiera de las atracciones mientras los adultos chequeamos el móvil, o leemos un libro, sabiéndonos en lugar seguro.

 

Existen familias que tienen casas grandes, con patio, piscina... Y quizá no sientan la necesidad de salir a un parque a relacionarse con nadie -pueden vivir en su absoluta individualidad-. Pero el caso más común es el de familias que habitan pisos pequeños -la estabilidad económica nos llega tarde, si es que llega, y no podemos esperar a tener 40 años para engendrar hijos-. Así que, los parques suponen un gran alivio al agobio de los espacios cerrados privados. En general, todas las zonas comunes de pueblos y ciudades vienen a complementar las carencias de los hogares: para eso nos organizamos en sociedades -y toleramos a cambio cierto malestar en la sociedad-.

Supongo que dentro de unos años las niñas no querrán que las acompañemos al parque, o quizá prefieran otro tipo de lugares y formas de ocio: pistas deportivas, de skate, sitios oscuros para fumar, navegar por las redes sociales... 


Con la pandemia se han cerrado los parques infantiles y ha sido necesario proveer de dispositivos electrónicos a los niños. Una combinación fatal. Creo que no hay sensación más terrorífica que ver la cara de un crío con las pupilas dilatadas clavadas en la pantalla y la piel iluminada por el brillo de los contenidos cambiando a velocidad de vértigo... 

Los niños tienen ganas de jugar y estar acompañados, pero les dejamos solos con la pantalla. Les cerramos los parques, limitamos sus movimientos y su interacción con los demás. Los metemos en el mundo virtual para que suplan sus carencias... Pero es algo que no queremos ni para nosotros. Las redes sociales están llenas de malos rollos, de gente que se habla de forma grosera, que responden con zascas, troleos, que sacan las cosas de contexto, noticias falsas, odio, comportamientos adictivos... Hay que realizar tremendo esfuerzo para que nuestra red social no se convierta en un estercolero. Resulta muy difícil practicar la empatía en ambientes tan hostiles. En la vida real, cara a cara -con contacto físico y visual-, creo que no son tan comunes estas prácticas depredadoras. Aunque siempre han existido los que van buscando bronca, los que no tienen modales, o los encabronados y despotricadores contra todo -sin apenas venir a cuento-. 


Hace unos días, en un consejo escolar, los profesores manifestaban su preocupación por los casos de acoso infantil -que vienen acrecentándose por el uso intensivo de móviles y tabletas desde edades muy tempranas-. En el cole, profes y alumnos se encuentran afanados impartiendo e interiorizando los contenidos que dicta la ley. Luego tienen su rato de juego y esparcimiento -que pueden utilizar también para hacer el mal- y, más tarde, se van a sus casas -a encerrarse con sus equipos electrónicos-. Seguramente sería mejor para sus relaciones -y para su salud física y mental- que salieran al parque a jugar y relacionarse con otros niños, bajo la tutela de los padres. Si surgiera algún conflicto: padres, madres, hijos y amigos podrían colaborar para solucionarlo -de forma más o menos amable, inmediata, pública, transparente..-. Pero en las redes sociales -y los grupos de mensajería- los conflictos se enquistan, se ocultan, pasan desapercibidos para unos, o se visibilizan demasiado para otros... No se resuelven, van creciendo, de forma asíncrona, por oleadas... Si nuestras redes sociales son un vertedero de opiniones encabronadas y ofensas gratuitas, no debería sorprendernos que lxs niñxs repitan esos patrones.

El distanciamiento físico, la mediación de las relaciones por los dispositivos electrónicos, los algoritmos -que nos sugieren siempre lo que es similar a lo que ya conocemos-... Todo ello va conformando un mapa de divisiones en las que nos resulta muy fácil identificar al "otro". Y, al "otro", se le puede humillar, marginar, apartar... y no volver a verlo nunca más: porque no va a existir un punto de encuentro donde puedas comprobar que es más lo que nos une que lo que nos separa.

 

Creo que uno de los problemas más graves que trae esta pandemia es la disgregación social, la pérdida de vínculos y, en definitiva, la pérdida de humanidad. El aislamiento en pequeñas burbujas, enfrentadas a las otras: mi propiedad privada, tu virus, mi vacuna... Algunos ya señalan el aumento de las crisis de ansiedad, niños acosando a otros niños, jóvenes apáticos -sin futuro-, adicciones a redes sociales, juegos online, televisión...

Y, mientras, los pequeños espacios de terapia -los parques infantiles- se encuentran cerrados -o han estado cerrados durante gran parte de la pandemia-. En un mundo donde prima lo privado y donde pareciera que sólo el consumo y la economía merecen ser salvados.

 

Parque infantil del Pilarito de Consolación - Herrera del Duque - Abril de 2021

En el pueblo existen algunos parques en las afueras. Pero están hechos polvo: vandalizados, sin mantenimiento... Son utilizados principalmente por jóvenes y adolescentes -que pueden desplazarse hasta allí, en bici o en coche, sin la compañía de los padres-. 

En el interior del pueblo, en el patio del cole, existe otro parque -cerrado desde que empezó la pandemia-. Es este un lugar incómodo, feo y asediado por el sol, pero que a los niños encanta. Las niñas solían pedirme que las llevara y, alguna vez, me convencían -lo bueno de su cierre es que ya no me veo obligado a ir-. Las familias con niños pequeños, expulsadas del parque, ahora colonizan otros espacios: la Plaza de España, la plaza del Palacio de la Cultura... Seguramente menos apropiados para los niños, pero donde los padres nos encontramos cómodos -con terrazas para tomar-. Y, después de todo ¿A quién le importa el bienestar de la infancia?

viernes, 10 de julio de 2020

Urbanismo: directo al campo desde la ciudad

Del urbanismo pueden hacerse muchas lecturas. Después de todo, no deja de ser una obra colectiva en la que se van superponiendo capas de historia, conflictos sociales, tendencias estéticas, formas de poder, nuevas tecnologías, materiales...
A mí me gustan mucho las lecturas que resaltan el giro actual de la historia: que va de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control (Foucault).

En los pueblos todo ocurre a menor escala y resulta menos llamativo. Pero las tendencias y modas ensayadas en la arquitectura de la ciudad, aunque a destiempo, también llegan.

En cosa de un par de años se realizó la remodelación de dos espacios emblemáticos del pueblo: La Plaza de España y El Paseíllo -un boulevard con locales comerciales y de ocio-.

Creo que, hace 50 años, si hubiese surgido la necesidad de una reforma, no se hubiese parecido en nada a la actual. La sociedad ha cambiado, y también su imaginario. Ahora es una sociedad más individualista, celosa de su privacidad, consumista, desigual, viajera... Que demanda higiene, seguridad, eficiencia, rapidez, atractivo, facilidades para el turista ... Y los espacios públicos y privados se adaptan a esas dinámicas.
Antes, era habitual, al atardecer, ver a familias paseando por carreteras -arboladas en sus laterales-, o sentadas en un banco -mientras los niños jugaban-, o con las sillas en medio de la calle "al fresco" -conversando con los vecinos-...
Habías quedado. Salías. Esperabas a alguien en un banco -¡Anda! Pues se está agustito aquí (nos quedamos un rato más, no vamos al bar).
Los espacios públicos eran sitios para estar y socializar -entre la gente del lugar-. Los pueblos vivían para sí mismos, podían ser nodos de ciertas rutas comerciales pero no eran lugares donde viajeros se acercaran por ocio, o donde se asentasen las personas buscando una oportunidad -los que se acercaban lo hacían porque tenían algún una misión o vínculo con el territorio y sus gentes-.

En las grandes urbes, el aumento de la movilidad, la masificación y la desigualdad, generan problemas estéticos y conflictividad social: la marginalidad se apropia de los espacios públicos, se pierde el atractivo, los negocios se quejan, las familias no se sienten seguras... Se genera un malestar en la clase burguesa que reclama soluciones y, eso, sedimenta en un modelo de urbanismo aséptico, diáfano e, incluso, incómodo o disuasorio: -No vamos a acabar con la marginalidad, pero podemos invisibilizarla, desplazarla a otros lugares-.
Así, los espacios públicos se van transformando en lugares de paso -bellos, impactantes e icónicos para la fotografía de viaje, pero inhabitables como punto de reunión o encuentro-. No lugares. Fáciles de controlar y vigilar -seguros- para las clases que dirigen la sociedad, o las que explotan los espacios públicos para la obtención de beneficios.

Cuando a un pueblo le toca reformar o arreglar sus infraestructuras, el modelo ya se ha fijado y desarrollado en las ciudades y, a menos que se tenga una identidad muy marcada, lo que acaba por implantarse en los pueblos es ese modelo urbano. A pesar de que no costaría mucho imaginar pueblos con una identidad estética propia, vinculada al territorio: a su relieve, clima, flora, fauna, actividades económicas...

Herrera no ha crecido en población en los últimos 60 años, pero sí que ha crecido en extensión. Y, todo ese crecimiento acelerado, ha tenido como efecto que lo nuevo no guarde similitud alguna con lo anterior y, si existía una identidad propia, quedase escondida tras la uralita, el hormigón, el ladrillo perforado o estilos importados de cualquier punto del globo.
Siguen quedando lugares históricos, de referencia, pero resulta imposible determinar si lo bueno es aferrarse a lo antiguo o abrazar lo nuevo -lo práctico, lo eficiente, lo moderno-

Como en otros aspectos de la postmodernidad, en el urbanismo tampoco existe un principio universal del que podamos derivar cómo deben ser las cosas -una vez superadas las dificultades técnicas-. Y, para hacer una crítica -estética-, tenemos que movernos por terrenos pantanosos, sin saber muy bien a dónde vamos -en una especie de navegación de cabotaje, sin perder de vista la orilla-. Se lanzan lluvias de ideas que no llegan ni a mojar el suelo, porque el tiempo apremia y, o se hace ya, o no se hace.

En ese no recordar de dónde venimos y no saber a dónde queremos llegar. Se van colando los planes de control, el discurso securitario e higiénico, que allana  y normaliza el territorio para la expansión del capital y la comercialización del ocio en forma de turismo. Con unas arquitecturas efímeras -reemplazadas en cortos períodos de tiempo por otras más modernas-, a menudo, más allá de todo contexto.

Arriba: barrio antiguo entorno a la Iglesia. Abajo: barrio nuevo, el colegio, el palacio de la cultura.

En el barrio entorno a la Iglesia, las calles son estrechas y retorcidas. Caminas como huido: en cualquier giro podría aparecer un prestamista, el cura o la guardia civil, dispuestos a recriminarte algo.
En el barrio nuevo los espacios son más amplios y rectos -hay que dejar espacio a los coches-. Todo está a la vista, los negocios se anuncian con colores llamativos y las luces de la policía se ven desde lejos. No hay porqué preocuparse, todo está bajo control.

La Plaza

Arriba: La Plaza reformada. Abajo: La Plaza anterior

Siempre decimos: -La Plaza ha quedado mejor que estaba-.
Y... Es cierto. La rotonda era muy fea y estaba permanentemente asediada por coches inclinados -aparcados con las ruedas del lateral izquierdo en el bordillo del boulevard-, los árboles raquíticos, infectados...
Ahora luce más. Brilla insistente -de noche, por la iluminación de colores y, de día, por el reflejo de las baldosas-. Desde cualquier punto puedes ver lo que ocurre en el resto de la plaza.
Además, resulta muy accesible: en un instante aparcas, bajas del coche, sacas dinero, te tomas una caña en el bar, recoges la metadona en la farmacia... y te largas.

"El efecto más importante del panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantizaría el funcionamiento automático del poder, sin que ese poder se esté ejerciendo de manera efectiva en cada momento, puesto que el prisionero no puede saber cuándo se le vigila y cuándo no." - Wikipedia - Panóptico



El Paseíllo

Abajo: El Paseíllo reformado. Arriba: El Paseíllo anterior

Recuerdo que, de niños, había un seto que dividía en pequeños compartimentos las parcelas de césped donde crecían las palmeras. Jugábamos al escondite, o saltábamos directamente a la carretera -desde detrás del seto-. Tus padres podían estar comiendo pipas en un banco y tú fumando unos metros más arriba -sin que te vieran-. Vivíamos peligrosamente.
Primero desaparecieron los setos, luego aparecieron resaltos en los pasos de cebra... Pero seguía resultando muy peligroso -por aquellos entonces la gente ni tan siquiera llevaba mascarilla-. Hasta que el bulevar arbolado quedó demodé... Como el francés.

"La mejor manera de optimizar el espacio, maximizar la ocupación y reducir los costes era con una disposición diáfana. Los jefes terminaron aceptando y abrazando el modelo, porque estar cerca de sus subordinados les permitía supervisar y controlar más y mejor el día a día. En espacios abiertos sería más difícil distraer las horas subrepticiamente en las redes sociales porque todos estarían más expuestos a las miradas ajenas. Existiría un mayor control, una mayor motivación y un incremento de la productividad." - https://worldofficeforum.com/open-space-oficinas/


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En el siglo pasado, lo importante era el tráfico rodado -demandaba espacio para circular y aparcar-. Ahora, el tráfico sigue siendo importante pero, además, el turismo reclama los centros de pueblos y ciudades -como una suerte de bucólicos parques temáticos-. Y, tanto si se trata de una actividad relevante en la zona como si no, nadie quiere renunciar a lucir ese atractivo. Lo residencial se desplaza hacia la periferia y, el centro, se va adornando con toldos multicolor, gente tomando cañitas en las terrazas, chorritos de agua, zonas azules y gente de acento raro paseando un mapa en las manos...
Parece un pueblo, tiene las dimensiones y la estructura de un pueblo, pero se le ha extraído el significado de "conjunto de habitantes de un lugar" para quedarse únicamente con el de "conjunto de edificaciones de un lugar" y, ahí, cabe cualquier tipo de arquitectura.

Decía Hegel en sus lecciones sobre estética que "la arquitectura constituye precisamente el recinto inorgánico de la individualidad espiritual". Hegel todavía creía en la existencia de cosas como el Espíritu de un pueblo.

Bien, el Espíritu del pueblo se ha desintegrado. Pero la arquitectura sigue ahí, constituyendo nuestra individualidad. No es de extrañar que todo encaje tan bien: sociedades de control demandadas por un sistema productivo basado en el capitalismo de libre consumo, arquitecturas efímeras, disgregadoras y con tendencia a lo universal, lo estándar, en un mundo globalizado.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Del urbanismo totalitario al capitalismo aplicado en el entorno rural

Me encontraba leyendo este post: "Urbanismo y orden". Donde, desde un cierto materialismo histórico, se realiza un análisis de las diferentes fases del desarrollo urbanístico de las ciudades españolas en los dos últimos siglos.
La última fase analizada corresponde a la que ha tenido lugar desde los años 80 a la actualidad. El autor denomina a esta fase "urbanismo totalitario"

"El tercer periodo parte del aislamiento general de la población propiciado por la desaparición del sistema fabril y la generalización de un estilo de vida consumista. El automatismo de la máquina prevalece sobre los demás factores y modela la existencia humana a la vez que todo el funcionamiento del medio urbano, revelando la esencia totalitaria del urbanismo contemporáneo."

Cuando se planifica la organización del territorio -también de pueblos y ciudades- uno intuye que existen intereses por encima de los propios habitantes y su cultura. Que las motivaciones que priman, a la hora de tomar decisiones, tienen más que ver con las formas de organización económica y de poder que con la identidad cultural, el bienestar, la belleza o la voluntad de un pueblo.

En los trazados y distribución de las grandes ciudades, así como en sus edificios, es fácil apreciar la influencia del capitalismo -y sus diferentes fases de desarrollo-. La ciudad es la estructura que da soporte a los intercambios económicos, la distribución del trabajo y a las nuevas formas de ocio.
Por ejemplo, los centros de las ciudades, se han transformado en atractivos turísticos repletos de bares, restaurantes y tiendas de souvenirs. El resto de actividad se ha segregado en barrios: de oficinas, dormitorio... O se ha trasladado a las periferias: centros comerciales, parques empresariales e industriales, universidades, chabolas, vías de tren, autopistas... Una extensa red en la que se ven apremiados a vivir millones de personas.

Vista aérea de l'Eixample de Barcelona. Imagen extraída del sitio web http://todosobrebarcelona.com/la-historia-eixample-plan-cerda/eixample2014/

Pero en la ciudad también hay lugar para actividades al margen del mercado: zonas verdes para sacar a pasear las mascotas y disfrutar de un paréntesis de paz, algún columpio o tobogán para que los niños chillen y correteen... Mejor en sitios discretos o alejados: los negocios son una cosa y vivir otra muy distinta.
Los centros han de ser lujosos, limpios, ordenados, seguros, pintorescos e impersonales. Un lugar de tránsito para el intercambio económico que, a la vez, resulte agradable y accesible al visitante extranjero.
Así que, desde las instancias más altas del poder, se insta a administraciones y ayuntamientos para que inviertan, remodelen... Para que limpien de malezas los caminos por los que transitan comerciantes y turistas.


Ahora es muy común reparar en que niños y niñas no juegan en la calle. Y lo achacamos a los nuevos dispositivos electrónicos que les encierran en su individualidad. Pero tampoco los adultos salimos a pasear, o a sentarnos en un banco "al fresco", para charlar de forma espontánea. Nos justificamos afirmando que el vehículo privado se apoderó de las calles y plazas, haciendo del espacio público un lugar peligroso para los humanos.
La tecnología del motor de combustión modeló nuestro comportamiento y nuestros pueblos y ciudades durante el último siglo. Ahora lo hacen también las tecnologías de la información y la comunicación.

Las ciudades se han convertido en un hervidero que no deja espacio para el aburrimiento y que, además, nos anima insistentemente a conseguir cada vez más dinero -para mudarnos a zonas más prósperas, optar a servicios de mayor calidad y acceder a una más amplia oferta cultural y de ocio-. Como respuesta a esta falta de tranquilidad nos hemos vuelto más individualistas y competitivos.
Somos conscientes de que existe una extrema desigualdad entre  personas, que la fortuna depende mucho del barrio de procedencia. Desconfiamos, porque no queremos perder nuestro privilegio. Y, en lugar de ir hacia sistemas más justos, invertimos en seguridad y tecnología: iluminación nocturna, alarmas, cámaras, medios de transporte, policía, ejércitos... En todas aquellas medidas que ahondan la zanja que nos protege y separa de los otros.

"Los lugares abiertos como plazas, calles, portales, escaleras, jardines, aparcamientos, etc., se han vuelto tierra de nadie. En ese cocooning popular el discurso securitario se impone. Una parte de la población se siente desprotegida frente a la otra parte y reclama el control policial de esa zona intermedia."

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Me vino a la mente una imagen...
Plaza de España (patio de armas) de Herrera del Duque. Jura de bandera de personal civil - Septiembre de 2017 (foto extraída del perfil público del ayuntamiento de la localidad)

Este desfile militar. En la plaza de España de mi pueblo, que tuvo lugar unos meses después de su última remodelación. El casposo acto tenía como eje central un besa bandera por parte de población civil.
En Catalunya estaban a punto de celebrar su referéndum por la independencia y, en el resto del Estado, proliferaban este tipo de rancias manifestaciones de exaltación patriótica.

A pesar de la similitud que guarda con un patio de armas, la reforma ha dejado una plaza muy digna y moderna -antes era una gran rotonda asediada por coches mal aparcados-.
Ambas reformas -la que la convirtió en rotonda y la que la hizo tomar la apariencia de patio de armas- se ejecutaron dentro de la época que hemos llamado "urbanismo totalitario".

Plaza de España (rotonda) de Herrera del Duque - Mayo de 2013 (Foto tomada por deividiten)

Y con los soldados tomando la plaza, podría pensarse que lo de "totalitario" viene de otras épocas -de la dictadura del militar golpista-. Pero, en cierto modo, nuestras democracias no dejan de ser un tanto totalitarias. Un totalitarismo fugaz, que hay que convalidar cada 4 años.

Así, la plaza del pueblo se ha reafirmado como lugar de tránsito -con el coche como protagonista en su etapa de rotonda, o con el peatón en su etapa de patio de armas-. Muy apropiada para el turismo, los pomposos actos institucionales y celebraciones multitudinarias. Pero un lugar inhóspito para los vecinos: en el que deben permanecer dispersos, buscando la sombra o eludiendo las corrientes de aire. En definitiva, un lugar complaciente con el capital, donde puedes ir  a sacar dinero en el cajero automático, hacer gestiones en correos, tomar o picar algo en el bar y abandonar ágilmente el lugar para atender el resto de tus obligaciones.
Porque estar tranquilamente sentado en el mobiliario urbano, con tus vecinos, no mueve la economía. Y, además, ¿Quién iba a querer algo así? Habiendo TV e Internet.

"[...] el urbanismo totalitario actual, que planifica a lo grande, cambia la identidad de las ciudades como de traje [...] Las nuevas edificaciones transfieren a la ciudadanía la experiencia de una soledad extrema. A fuerza de encontrarse en todas partes constituyendo no lugares, fijan la identidad del poder global, mostrando su barbarie [...]"

sábado, 23 de marzo de 2019

This magic moment en edificaciones antiguas abandonadas

No solo suelo revisitar las fotografías. En ocasiones vuelvo a los mismos lugares, buscando una luz mejor, el encuadre, el ángulo, las nubes, los pájaros, las flores... Ningún lugar es siempre el mismo... Nosotros también cambiamos continuamente.


Es inicio de la primavera y el convento ha florecido, las cigüeñas empollan sus huevos y parece que el edificio estuviera volviendo a sus orígenes... engullido por el paisaje.


No es una construcción industrial pero, seguro, tiene muchas batallitas a contar. Seguro que arquitectos como Juan Domingo Santos estarían encantados de sentarse en su interior a escucharlas. El entorno también está constantemente transmitiendo sonidos, sonidos relajantes. Porque su abandono huele a Naturaleza viva. A Naturaleza que fagocita, que se empodera y reclama lo que le fue arrebatado.


Siempre me pareció que Herrera era un pueblo muy feo -en contraste con el entorno, que es una maravilla-. Exceptuando el Convento, la Iglesia y alrededores -el casco antiguo- creo que cualquiera suscribiría esa afirmación. Y es algo que pasa en la mayoría de pueblos de la península. Excepto en aquellos que se reservan al turismo y se establecen normativas para respetar una cierta estética... Pueblos bonitos, pintorescos... Siempre que paseo por alguno de ellos temo encontrarme con algún vecino de verdad, con su ameba pegada al cráneo.
Herrera, en ese sentido, es un pueblo muy punk, como si en los últimos 50 años cada uno hubiera construido según su libre arbitrio y, por supuesto, cada vez más lejos de lo ya existente... Nuevos espacios donde comenzar vidas más acordes a los modernos paradigmas de consumo.


Pegado al Convento está "la Escuela Hogar", un edificio en uso hasta hace un puñado de años, para fines diversos. Yo había ido allí de niño a recibir clases de pintura. Las impartía un señor muy mayor aficionado al vino y los pinceles. Ya, en aquellos entonces, el edificio me parecía viejo... como me lo puede parecer ahora guarrear lienzos con óleo...
Hay también una pista polideportiva. Esta sí que recuerdo cuando se hizo. Era la mejor y más nueva que había en el pueblo, servía para todo: tenis, baloncesto... Estaba siempre a tope de niños que iban allí a jugar, físicamente.

Así que, cuando hace unos días me colé en el complejo por la parte de atrás... fue como colarme en la memoria colectiva del pueblo. Y fue un contraste tremendo verme inmerso en ese gran espacio vacío -que había almacenado en mis recuerdos plagado de gente-.
Los recuerdos son historias que nos contamos a nosotros mismos, pero este abandono era un cuento nuevo. Y me gustaba cómo sonaba, como si estuviera escuchando "This magic moment" a la voz de Lou Reed.

Se me ocurrió pensar que era muy afortunado de haber presenciado la ruina de ese edificio, mientras yo seguía tan joven y lozano... Y que, quizá, debería colarme de nuevo con unos botes de pintura -ahora acrílica- para llenar de color esas muros tan fríos.

Un lugar con un gran potencial, como tantos otros que me habían entusiasmado en las grandes ciudades. Donde las edificaciones industriales se habían convertido en centros sociales okupados o espacios institucionales para acoger la música y las expresiones artísticas en los márgenes y las periferias.

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"[...] Los humanos hemos estado dejando nuestra huella en forma de edificaciones, que se acaban convirtiendo en ruina y que explican la historia de nuestras civilizaciones, creando un registro cambiante de cómo los humanos nos hemos ido relacionando con nuestro entorno..."

Hoy, en El Escarabajo Verde, hablaban de grandes construcciones, también industriales, clavadas en paisajes rurales... Algo siempre extraño -porque pequeñas comunidades no necesitamos de megaestructuras para subsistir-. 

Las edificaciones se abandonan con el cambio de hábitos sociales o prioridades económicas. El turismo y la vegetación se van apropiando de las ruinas. Todo es turisficable -también las ruínas-: estaciones de tren, centrales nucleares, paisajes contaminados, conventos, campos de exterminio, borrachera, sol, playa, barrios pobres de grandes urbes y hasta los pequeños pueblos pintorescos... La sociedad actual nos dice: -Si no estás turisficando, estás perdiendo dinero.

viernes, 27 de abril de 2018

Del decaimiento de la dehesa a ideologías que "no nos representan"

Hace unos meses comenzaron las obras para realizar una carretera de circunvalación en nuestra localidad. Dicha carretera permitiría desviar el tráfico pesado directamente al polígono industrial, sin tener que atravesar el centro del pueblo.
Ya, en el año anterior, se había hecho público cómo serían las obras, las acciones a emprender y el impacto de las mismas.
Nos sorprendió gratamente que en el documento oficial (Resolución 30 de Marzo de 2017 DOE número 91) se hablara de los árboles que sería necesario talar. Incluso se hacía referencia a su edad (centenarios), su especie (Quercus ilex) y su gran porte (belleza). Como si fueran vecinos a los que hubiera que tener en consideración.

"Los principales impactos generados por el vial urbano de circunvalación son sobre la vegetación, encinas centenarias de gran porte, y la ocupación del suelo.

¡Incluso se hablaba de regenerar la zona con nuevos árboles! A modo de redimir nuestra culpa -por atrevernos a talar encinas centenarias para hacer  más cómodo nuestro tránsito hacia el polígono industrial-.

"Como medida correctora por la eliminación de la vegetación natural afectada por las obras de la carretera se realizarán plantaciones con especies autóctonas, plantándose 10 nuevos ejemplares por cada uno de los afectados (cortados o destoconados, inclusive los pies pequeños). Las plantaciones se realizarán con el número de ejemplares y en las zonas aprobadas en el plan de reforestación, y en las condiciones que garantice la viabilidad de los ejemplares plantados (se realizarán riegos periódicos, al menos durante el primer año de plantación). La encina (Quercus ilex) es la especie arbórea dominante en la zona."

Y, la verdad, nos parece un avance genial -para superar nuestro etnocentrismo de especie- el que se tenga en cuenta al resto de seres vivos -no solo los humanos- cuando se abordan este tipo de infraestructuras. Unos seres vivos que, además, hablan mucho de nosotros, de nuestra historia y la historia del planeta.

Sin embargo, todo este aparente respeto y cuidado con el arbolado de la dehesa, contrasta con una terrible realidad: y es que, la dehesa, parece ser uno de los espacios menos valorados del pueblo.
-Tenemos que hacer una escombrera municipal, ¿dónde la ubicamos?
-En la dehesa!
-Se ha muerto mi perro, ¿dónde lo tiro?
-A la dehesa!
-Hay que trazar una carretera de circunvalación, ¿por dónde?
-Por la dehesa!
-Hay que hacer un campo de golf, ¿dónde?
-En la dehesa!
-¡Allí no hay na! Un montón de ovejas hambrientas que no dejan crecer la hierva y un puñado de encinas moribundas que ya no echan bellotas y no valen ni para leña. De hecho, sé que tengo unas cuantas encinas que heredé de mi abuelo y no voy ni a verlas.

Pero esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la dehesa realmente importaba (no solo como metro cuadrado de terreno) y los árboles que estaban en ella también (no solo como ornamento). Lo demuestran el enorme esfuerzo que supone mantener el terreno despejado de monte bajo, y el que existiera un interés por poseer en propiedad las espaciadas encinas (derecho de vuelo):
-¿De quiénes eran las encinas cortadas? No se menciona en el DOE
-¿Saben sus dueños que eran propietarios?
-Las 10 nuevas encinas plantadas por cada una de las cortadas ¿A quién pertenecen?
-¿Cuál es el precio de una encina centenaria? ¿Y el de una nueva?

Se oye mucho hablar del decaimiento de la dehesa y, en gran medida, la causa es el desprecio absoluto por este ecosistema. Especialmente en terrenos de titularidad pública: terrenos que son de todos pero que, realmente, tratamos como si no fueran de nadie, como si nadie tuviera la responsabilidad de cuidarlos o mejorarlos.
-Eso son cosas de la Junta (o del ayuntamiento). Cosas de partidos políticos y burócratas.
Como si los vecinos fuéramos meros usuarios, gente que acude a ese espacio a consumir sus derechos heredados (o pagados: en impuestos, cuotas de arrendamiento...)
-El bosque es de todos, quema tu parte!

Corazón partido de encina centenaria tras ser atropellada por la carretera de circunvalación

La dehesa siempre ha tenido problemas. Siempre ha sido un espacio comunal donde los vecinos satisfacían intereses individuales. Por ello, siempre ha existido, y existe, una reglamentación o legislación que pauta su uso.

El que ahora la dehesa se encuentre en una situación más vulnerable que en el pasado, podría deberse a los siguientes factores:
  • Un menor interés en la agricultura y la ganadería, especialmente en estos sistemas de bajos rendimientos. Nuestras economías no se basan en la subsistencia, sino en el beneficio. Y, para satisfacer este deseo de lucro cortoplacista e individualista, resultan más convenientes los sistemas intensivos altamente tecnificados.
  • Los gestores de estos terrenos son ahora las administraciones públicas (ayuntamientos en el caso de las dehesas). En lugar de ser los usuarios y vecinos los que se impliquen directamente en la toma de decisiones.

Ambos factores están íntimamente relacionados:

La falta de interés en la agricultura y ganadería tradicionales las deja en un área de marginación. Sus trabajadores y sus métodos son tildados de rudimentarios. Además, sus bajos rendimientos, son ignorados por los mercados globales. Acaban convertidos en esclavos y vasallos de las políticas económicas que pretenden salvarles de la voracidad de esos mismos mercados: plegados a los condicionantes de subvenciones que dictan gobernantes totalmente ajenos a la tierra.
El desinterés se manifiesta también en que, agricultores y ganaderos, no tienen un reconocimiento público (como podría tenerlo un futbolista), ni un reconocimiento económico (como sí lo tiene un ingeniero que se dedicara a diseñar armamento militar). No existen referentes, casos de éxito que sean alabados y tenidos en consideración por la sociedad.

Si uno toma distancia, se da cuenta de que la mayoría de trabajos  del campo, además de precarios, siguen siendo duros y sacrificados. Ha avanzado la tecnología y el conocimiento (y con ellos los rendimientos). Pero también se exige una mayor producción para mantener un nivel de renta aceptable. Mientras, existen otros trabajos más favorecidos por el sistema, que exigen menor dedicación y que garantizan unos ingresos independientes del nivel de producción (estabilidad).
-De esos dos grupos ¿Cuál consideras más susceptible de incorporarse a la vida política? Seguramente los segundos: porque los primeros ya están bastante afanados en satisfacer sus necesidades básicas (alimento, vivienda, crianza...).

Así, el campo (la dehesa), resulta encontrarse gobernado por quien no tiene nada que ver con el campo. Y, en gran medida, es consecuencia del desdén de la sociedad hacia la agricultura y ganadería. Que repercute en que sus trabajadores apenas hayan experimentado mejoras en la cantidad de tiempo libre, apartándolos así de la política y, por tanto, de la toma de decisiones  (ya que la vía política de partidos es la única forma de intervenir en lo público).

Nos hemos acostumbrado a que la política y la toma de decisiones sobre lo público, fluya de arriba hacia abajo. Al margen de la población general. Al menos en la historia del último siglo ha sido así. En Extremadura, quizá, de forma más intensa: latifundios, grandes propietarios, dictadores... Arrastramos esa pesada losa. La losa de que la población no puede decidir sobre lo público. Eso debe hacerlo el rico -más recientemente el que tiene estudios-. El resto solo tiene derecho a aceptar que su entorno se transforme en lo que unas ciertas élites consideren lo mejor para el bien común -o, en sistemas corruptos, el bien propio de esas élites-.

Pero cualquiera puede tomar decisiones sobre lo público: todos tenemos una idea de cómo nos gustaría que fueran nuestra sociedad y nuestro entorno.

Dejar el poder en manos de unos pocos -que al final es en lo que consiste nuestra democracia representativa- conlleva la materialización del ideario de esos pocos. Cualquiera puede acceder al poder, pero siempre tiene que aceptar sus premisas: las de unas instituciones fundamentadas en una economía aristocrática capitalista.
-Si no eres capaz de atraer el capital y generar empleo y riqueza, entonces serás un mal gobernante.
Pero este ideario pasa por alto muchas cuestiones:
-¿Es lícito o deseable que solo unos pocos decidan y se repartan la riqueza?
-¿Qué sistema de trabajo es ese que exige tantas horas a unos y excluye a otros (parados)?
-¿Existe algún bien que no sea monetizable? ¿Cuánto vale una encina centenaria?
-¿Se puede crecer indefinidamente?

Hemos asumido que ya no es suficiente con que los gobernantes tengan títulos nobiliarios o un gran poder adquisitivo. Si no que, además, deben ser personas formadas (políticos de carrera), con muchos másteres, idiomas y contactos con las diferentes administraciones y empresas. Como si el gobernante fuera alguien que debe resolver complicados problemas técnicos mientras toma copas con otros de su misma posición social.
Así, nosotros mismos deslegitimamos el autogobierno del pueblo. Y secundamos sistemas que "no nos representan". Apoyamos gobiernos que se sostienen en la desigualdad de dominantes y oprimidos, de ricos y pobres. Gobiernos que se alimentan de los productos de la dehesa, pero que viven con la mirada clavada en los despachos, las grandes ciudades, la expansión, el crecimiento, la velocidad, la fiesta...

Alcanzar una sociedad más justa, participativa e igualitaria, donde todos y todas podamos sentirnos cómodos y materializar nuestros proyectos, así como disfrutar de un entorno amable, bello, productivo y sostenible, se ha convertido en un aspecto secundario (prescindible) de la política y la economía de los pueblos.


La incorporación al mercado global, parcialmente liberalizado, tampoco le ha venido bien a la dehesa. Sus productos no han conseguido posicionarse en calidad. Y no pueden competir en precio, porque el sobrecoste de los alimentos industriales lo asume el Medio Ambiente (en lugar de pagarlo nosotros en la cesta de la compra).

Así que, nuestros mercados tampoco valoran el Medio de trabajo de nuestros ganaderos  y agricultores tradicionales; ni el Ambiente de dehesa, ese que forma parte de su vida y del modo en que gestionan sus explotaciones.
De esta forma, las encinas centenarias llegan a tener un precio bajo, aunque su valor ecológico y como medio de producción sea alto: porque ofrecen refugio contra el sol abrasador, porque dan leña y bellotas -y, durante ese tiempo, no hay que comprar alimento para el ganado-, porque protegen el suelo de la erosión, de la desertificación...

Si solo tenemos en cuenta la economía en nuestras ecuaciones, entonces estaremos arrasando una gran cantidad de recursos valiosos (si se miran en su contexto histórico y social).
Hoy día, nadie se plantea destruir el coliseo romano para, con sus piedras, construir un centro comercial. 
-Es que el patrimonio histórico genera unos beneficios a partir del turismo... 
Sí, ya sé que podemos hablar también de patrimonio natural. Y, si se consigue monetizar, también es respetado.
-Entonces, todo lo que queda fuera de esto que llamamos "patrimonio" se puede destruir sin más? siempre que la rentabilidad menos la inversión dé un saldo positivo?

Mientras aumenta el capital a nuestro alrededor, tenemos la impresión de que la civilización progresa... Cuando, en realidad, podemos estar destruyéndonos a nosotros mismos.

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En el proyecto de la carretera de circunvalación se incluía la reforma del boulevard del pueblo, conocido por los vecinos como "Paseíllo". Una obra cuestionable y muy polémica: no era algo que entrase entre las prioridades de la población (su anuncio fue sorprendente e inesperado). Además, la reforma suprimía la mayor parte de los árboles: plataneros, ciruelos de hojas púrpura, un pinsapo enorme y algunas palmeras.
Esta era la única zona del centro del pueblo con un arbolado maduro. Aquí las familias podían sentarse en un banco a la sombra y comer tranquilamente unas pipas, mientras los niños jugaban. Llevaba cuarenta años siendo un lugar de reposo y recreo y, para muchos de nosotros, formaba parte del relato de nuestra infancia.

Los primeros días de reforma fueron terribles: por la tala y derribo de árboles. En medio del pueblo, a la vista de chicos y grandes. Un mensaje de vandalismo lanzado desde las propias instituciones.
Una acción que se ha justificado con argumentos económicos: dar trabajo (temporal), incrementar el gasto público... Y con argumentos de seguridad vial: -Con las reformas, el "Paseíllo" será más seguro porque, además, se prohibirá aparcar.

Una vez más, existe un desprecio absoluto por la Naturaleza y el legado de las generaciones anteriores.
Tal vez, dentro de unos años, reparen en que el nuevo "Paseíllo" es muy caluroso. Y, entonces, sea necesario instalar algún sistema de sombra (artificial), para suplir la ausencia de árboles (como ya ha ocurrido en otras zonas del pueblo). Otra vez: más trabajo (temporal) y más inversión. En esa espiral de comprar, usar, tirar (consumismo) de la que no parece que tengamos ni idea de cómo salir ¿Será que en el fondo no nos incomoda?

Paseíllo días antes del arboricidio.

Puede pensarse que a los pueblos pequeños no llegan las "ideologías" (modelos imaginados que tratamos de materializar); o que el poder está distribuido entre toda la población, al existir un trato directo con los gobernantes (que son permeables y sensibles a las opiniones y preocupaciones de los vecinos). Pero resulta muy ingenuo pensar que las gentes de los pueblos son diferentes, o que son comunidades aisladas, al margen del poder, las modas o las comunicaciones.
La ideología (creencias y prejuicios) se propagan por el conjunto de la geografía impregnándolo todo, estamos inmersos en ideología: desde el modelo de quiénes y cuántos deben gobernar, a qué grupos y sectores deben tener más peso en el poder -o al cliché de que los árboles son sucios y peligrosos-. Las instituciones mismas están fundamentadas sobre ideologías. Y la ideología dominante (la de occidente) es una ideología patriarcal, judeo-cristiana, aristocrática, capitalista, colonialista...
Por tanto, no es de extrañar que cualquier poder, por pequeño que sea, se ejerza de forma autoritaria y violenta (pasando por encima de las preocupaciones e intereses de cualquier sector "minoritario"). Se trata del mismo poder que conquista, somete y transforma la Naturaleza, en la búsqueda incansable de beneficios siempre crecientes.
La dehesa es fruto de la acción humana que ha modelado ese paisaje. Y, a pesar de nosotros, ha existido y nos ha acompañado en nuestra historia durante siglos (eso es la sostenibilidad). Quizá porque fue una acción humana ejercida desde abajo, desde las clases trabajadoras, desde la necesidad de integrarse y vivir en y del Medio (eso es lo que proporciona libertad y autonomía).

La Naturaleza no nos ha necesitado nunca para ser mejor, pero ello no quiere decir que no podamos convivir en armonía. Cualquier intervención destructiva debería ser siempre muy meditada. Tenemos la tecnología, la ciencia, el tiempo y un montón de ideas. No siempre es necesario arrasar: podemos plegarnos, adaptarnos e integrarnos en el entorno... Como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie.


Bibliografía relacionada: