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domingo, 10 de marzo de 2024

De cumpleaños, conciertos, anuncios y... cosas

Por mi cumpleaños fuimos a ver un concierto de Daniel Higiénico. Era una sala pequeña -un pub-. Hacía un montón de tiempo que no lo escuchaba. Y le empiezas a dar vueltas a lo del tiempo... Time goes by con Loli.

El tipo lleva muchísimos años en el mundo de la música. Pero nunca ha sido famoso. No ha sonado en grandes medios -creo que tampoco ha salido en la tele-. Pero se debe de ganar la vida porque... ahí sigue: dando conciertos en un circuito de salas por todo el Estado español. Y realmente el espectáculo está muy bien, muy pulido. Él lo llama "cancionólogo". Y el nombre le va muy bien: porque sus canciones son pequeños monólogos que va hilando con una conversación agradable y divertida. No necesitas conocer las letras, incluso mejor si es así.

Por curiosidad consultamos su edad... Porque ya vamos siendo grandes -y la edad nos preocupa-. En la sala había gente joven y, aunque no eran mayoría, también se reían. 64 tacos tenía ya -según Wikipedia-. Y, quizá, hasta esa edad, habrá estado escuchando lo de Córtate el pelo y prepárate una oposición. No sé... me pareció un héroe, un superviviente.

Me trajo recuerdos de Barcelona. Canta todo en castellano, pero el humor, los ritmos, las expresiones... Fue muy agradable, divertido y acogedor. Nada que ver con conciertos al uso, atestados de gente.

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Me sabe mal enlazar videos de youtube. Tiene una estrategia muy agresiva para la publicidad. Si yo fuera una empresa nunca pondría un anuncio ahí. Está claro que los utiliza para extorsionar a los usuarios y que paguemos la cuota premium. Necesariamente tiene que generar mala imagen de marca. 

Se me aparece como la decadencia absoluta del capitalismo. Empachados de comprar cosas, la publicidad se ha convertido en arma arrojadiza. Los beneficios no crecen y se recurre a la extorsión, el engaño, los impuestos y la usura para extraer las rentas de las clases más bajas y transferirlas a los multimillonarios del "Valle de la Silicona".

Me encanta "traducir" Silicon Valley de esa forma. Me imagino un montón de frikis pervertidos rodeados de chicas operadas. Como una versión grotesca de "El nacimiento de Venus", sin Boticcelli.

El 1 de marzo Venus García bajó de los cielos pidiendo amnistía

 

Supongo que en época de Boticcelli las cosas tenían importancia y se hacían para durar. Quizá aún no existía esa imperante necesidad de hacer crecer los beneficios. Quizá la ostentación estaba en los bellos cuadros y no en los números del banco. Seguramente la artesanía y la fabricación no estaban separadas. Quizá uno podía recrearse en los objetos, repararlos, heredarlos... Quizá lo de la publicidad como gancho -a ver si pican- era un absoluto absurdo.
Se me aparece que Daniel Higiénico está sumido un tanto en esa lógica de la época de Boticcelli. Que su publicidad es el boca a boca y que tiene ese toque de trovador y trabajo artesano.


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El otro día miraba la pata del jamón... -Debería darle la vuelta. Es lo que se hace cuando pasas los 40. Aunque... -Los 40 son los nuevos 30... Definitivamente: no quería darle la vuelta. Luego me encontré esta foto de la menor de mis hijas. Mostrándome el reloj: -Mira, te hago mayor.
Y esos retratos al fondo... de cuando eran pequeñas -más pequeñas-. El tiempo pasa y se nos va en putas mierdas... Yo solo quería coger la desbrozadora, echar gasolina, ponerme el casco, los auriculares... y segar la hierba. Pero había tantas cosas que hacer... -Prepararé un poco de puré.



viernes, 23 de febrero de 2024

Resolución de problemas en el desarrollo de software: una mirada fenomenológica

Seguramente la fenomenología sea una de las corrientes filosóficas más importantes e influyentes del último siglo. Sus principales autores fueron un puñado de señoros blancos, centro europeos, más o menos acomodados, que desarrollaron sus carreras en diferentes cátedras universitarias: Husserl -al que puede considerarse el padre de dicha corriente-, Heidegger, Merleau-Ponty, Sartre, Gadamer...
Durante la Segunda Guerra Mundial, con el auge del nazismo, algunos de estos filósofos huyeron del viejo continente y la fenomenología extendió su influencia por las américas. Así que, a día de hoy, existe una amplia bibliografía y expertos que siguen estudiando esta corriente, no sólo en lengua alemana y francesa, sino también en inglés y castellano.

Y ¿Qué carajos tiene que ver la filosofía con la resolución de problemas -especialmente con los problemas tecnológicos-? Bueno... el de este post, no es sólo un título que busque generar expectación. Aquí trataré de exponer como, mantener una actitud fenemenológica, nos puede resultar útil a la hora de abordar ciertos problemas que surgen en el desarrollo de aplicaciones informáticas... O quizá no resulte útil pero, al menos, nos hará sentirnos parte de un ser más global al conectar nuestras miserias de desarrolladores con los grandes problemas de la humanidad: ¿Qué es el Ser? ¿Es posible el conocimiento? Quizá, así, nos ayude a llegar más lejos, nos de aire para sumergirnos más profundo y, finalmente, nos conduzca al éxito si lo abordamos como una cuestión trascendental y no un simple problema técnico.

Si pudiéramos definir la fenomenología en una sola frase diríamos con Husserl que hay que "ir a las cosas mismas". Y, las cosas mismas, en este nuestro caso, van a ser los problemas tecnológicos. Y, para ser más específicos: los problemas surgidos en el desarrollo de software.

Muchas veces creemos que debemos acumular un montón de conocimientos teóricos para afrontar los problemas que nos encontramos en nuestro trabajo diario. Padecemos un cierto síndrome de Diógenes del conocimiento. Un síndrome que vamos cultivando desde que nos incorporamos al sistema educativo: adquiriendo el conocimiento y luego demostrándolo en exámenes y pruebas varias. Pero no es algo exclusivo del sistema educativo. Se ve también en el mundo empresarial: en la compañía para la que trabajo, por ejemplo, la forma de promocionar consiste en defender ante un comité de "expertos" que manejas una buena retahíla de conocimientos teóricos en un área determinada. Y muchas entrevistas de trabajo acaban convirtiéndose en un enumerar tecnologías, saber situarlas en un cierto espectro de negocio -y que coincidan con la check list del entrevistador-. Incluso en algunas compañías se hacen exámenes -o pruebas técnicas- para seleccionar al mejor candidato, en base a ese saber teórico.
No es de extrañar que el sistema educativo y empresarial se parezcan tanto: el uno alimenta al otro de mano de obra y las compañías marcan la hoja de ruta de los centros de formación -en base a las necesidades de los mercados-. Y, sí, es necesaria una cierta base teórica, una serie de preconcepciones, generalidades, formas de hacer, vocabulario y conceptos comunes que nos orienten en el día a día de nuestro sector concreto y en el continuo movimiento de las nuevas versiones, productos y tendencias que van apareciendo en el mundo IT. Pero seamos realistas: en la era del internet y las IA, el saber enciclopédico ha perdido fuerza frente a otras habilidades como: buscar, filtrar y contrastar información, modelar o aprender haciendo... Ya no es tan fácil salir airosos de tirarse el pegote -porque con el móvil cualquiera puede acceder a internet y contrastar la información-.

De hecho, aunque manejemos un buen abanico de conocimientos, en nuestro quehacer diario debemos lidiar con muchas incertidumbres y tecnologías que no conocemos, o conocemos de forma vaga, o hace años que no utilizamos. Es imposible conocerlo todo: en los proyectos trabaja mucha gente, cada proyecto tiene sus propias dependencias, funcionalidades, módulos y una forma diferente de combinarlos para resolver necesidades concretas. Así que, cuando estamos implementando mejoras, cambios o nuevas características, nos puede pasar que "-Esta mierda no funciona y no tengo ni idea de por qué". Nos cabreamos y empezamos a buscar culpables para averiguar quién ha montado eso de forma tan enrevesada, nos bloqueamos, no sabemos por donde avanzar... Descubrimos que los flamantes contenidos teóricos que expusimos de forma brillante en la entrevista no sirven de mucho para manejarnos en la nebulosa de incertidumbre en la que hemos aterrizado. Aquí es cuando la fenomenología puede venir en nuestra ayuda: -¡Vayamos al problema mismo! Vayamos afianzando certidumbres, pongamos en suspenso aquello que dábamos por supuesto -pero de lo que no tenemos evidencia-. Con suerte, lograremos llegar a un punto en que descubramos que estábamos equivocados y que el error estaba en nosotros, que habíamos implementado algo con una concepción errónea de cómo funcionaba tal o cual herramienta -de la equivocación y el error es fácil salir; es mucho más complejo salir de los estados de confusión-.

Al final, la fenomenología va de eso: de aportar certeza, fundamentar las ideas en la realidad y determinar si es posible acceder a esta última desde nuestra subjetividad. El conocimiento siempre es "conocimiento de", siempre va dirigido a algo -acerca de lo que queremos saber-. Queremos saber de nuestro proyecto para identificar el problema, resolverlo y seguir adelante con lo que estábamos haciendo. Y, obviamente, no lo conocemos todo, sólo la superficie a la vista desde donde nos estamos aproximando... Todo apunta a que tendremos que enfocar desde puntos diversos y profundizar en ciertos aspectos que antes para nosotros eran perfectamente abstraíbles -caja negra-. Cuando finalicemos este proceso tendremos una idea más precisa de lo que el proyecto y las tecnologías que utiliza son. También la fenomenología nos señala eso: cómo las ideas que manejamos de las cosas están en continua construcción y adaptación, cómo se van determinando a partir de las diferentes miradas y formas de aproximarnos a ellas.

Por suerte, hoy día, tenemos un montón de herramientas que nos ayudan a llegar al proyecto mismo: control de versiones, visualización y filtrado de logs, monitorización de métricas, documentación, código fuente, comentarios, release notes, distintos entornos -de prueba, carga...- que nos hacen la vida más sencilla y nos permiten conocer los proyectos, su comportamiento y evolución ¿Quién ha cambiado qué? ¿Por qué lo ha hecho? Pero, claro, hay que tirarse al barro, remangarse, ponerse a probar, observar, recabar información... En fin, adoptar una actitud fenomenológica.

Mucho ir a la cosa misma, enfangarse y todo eso... pero hasta ahora lo único que hemos hecho ha sido idealizar nuestro proyecto: tratando de formarnos una idea más precisa de cómo funciona y, en fin, de lo que el proyecto es. Empezamos siendo críticos con el conocimiento teórico y acabamos volviendo a él. Pero en el camino ha ocurrido que nuestro conocimiento ha cambiado: es más profundo y detallado. Y podríamos perdernos en esa espiral virtuosa de conocimiento, pero el tiempo apremia y, realmente, no miramos el proyecto porque queramos adquirir conocimiento y tener una idea clara del mismo -un poco también es eso, pero no es lo más importante-, lo miramos desde nuestra circunstancia como desarrolladores, con una cierta intencionalidad: resolver el problema que nos bloquea el avance en nuestras tareas.

Heidegger fue alumno de Husserl pero consideró que su maestro había tomado un cierto rumbo idealista, que se había preocupado demasiado por el conocimiento, las ideas de las cosas y la relación entre ambas. Consideraba que había abandonado su propósito inicial: "ir a las cosas mismas". Heidegger dio un giro a la trayectoria de su maestro y se centró en el ser y en la existencia del individuo arrojado al mundo de la vida, llamó a esto "Dasain": ser ahí, estar en el mundo. Y eso es lo que nos ocurre a nosotros ante un problema: que estamos ahí, con nuestras circunstancias y, seguramente, no tenemos tiempo, permisos, ni recursos suficientes para llegar a tener una idea completa y fidedigna del proyecto y el entorno. Tenemos que partir de nuestra aproximación parcial, desde nuestro lugar en el mundo, compañía, equipo de trabajo...

En esta línea, Heidegger distinguió dos tipos de ser: un "ser a la mano" en el que no nos preocupamos mucho por cómo es la cosa en sí -por ejemplo, cuando tenemos nuestro ordenador y nuestro IDE funcionando como un reloj suizo, no nos importa cómo está ensamblado, simplemente los utilizamos-. Pero, cuando algo se rompe, o nos da problemas, entonces empezamos a preocuparnos por su ser: cómo funciona, de qué está hecho... Esta nueva preocupación por el ser es lo que Heiddeger llamó el "ser a la vista".

Ocurrió en nuestro equipo que, mientras hacíamos una actualización de dependencias de un proyecto, empezó a fallar el despliegue. Y era algo que no tenía mucho sentido, porque pasaba todos los tests, se ejecutaba en local... Pero, cuando intentábamos levantarlo en el entorno de desarrollo, se quedaba tostado. Nos tuvo bloqueados varias semanas. Era un proyecto del que sabíamos muy poco, y no había expertos a los que poder recurrir: varios equipos habían trabajado en él, pero todos tenían su conocimiento parcial. Finalmente, resultó que el cliente de mensajería de colas -Kafka-, había introducido algún cambio y hacía fallar un proceso interno que verificaba si se había llegado a leer todos los mensajes de la cola antes de dar la aplicación como healthy. 

Así que, el problema, hizo que dejáramos de lado una serie de acciones que ya teníamos bastante sistematizadas para actualizar aplicaciones y nos puso el proyecto a la vista. Y, una vez visto, sentimos la necesidad de comprenderlo. Aunque no lo comprendimos del todo y no desentrañamos su ser. Porque somos personas pragmáticas, técnicas, ingeniosos ingenieros que cumplimos con los dead lines... así que asumimos nuestra circunstancia y conseguimos llegar, no a la mejor solución posible, sino a una solución de compromiso. 

Al final, estos proyectos de software son construcciones humanas y, muchas veces, nos sentimos tentados de tirarlas a la basura y rehacerlas de nuevo. Porque, además, construir cosas nuevas es mucho más gratificante que no enredarse en estos problemas y estar durante semanas sin ver avances. Pero, a menudo, ocurre que la nueva implementación resuelve viejos problemas y genera otros. Cuesta mucho dejar algo funcionando fino, fino. Por eso a las IA y algoritmos hay que entrenarlos y los mejores profesionales son los que han aprendido haciendo. Seguramente andamos escasos de actitud fenomenológica: de ese ir a las cosas mismas. Y, en el caso de las construcciones humanas no dedicamos tiempo suficiente a comprenderlas, reapropiárnoslas o mejorarlas... Las descartamos rápidamente con el ávido deseo de implementar nuestras propias atractivas y dinámicas soluciones que resulten más rápidas, precisas y eficientes para nuestros fines. Al menos es así en el mundo de la tecnología y, porqué no decirlo, también en el de la ciencia. Pareciera que son áreas estas de conocimiento que se sostienen sobre la pura actualidad, como si no tuvieran historia -o como si esta fuera absolutamente prescindible-. Se sostienen sobre la idea de un positivismo sin fisuras: sólo es verdad lo último y los antiguos estaban equivocados porque carecían de nuestros conocimientos y herramientas. 

Husserl y otros fenomenólogos fueron muy críticos con la racionalidad técnico-científica y su positivismo. Consideraban que habían evolucionado al servicio del sometimiento y la explotación -de la naturaleza y también de otros humanos-. Que en su loca carrera utilitarista, esta racionalidad, se ha olvidado de las circunstancias sociales que la hicieron posible y ha acabado reduciendo la realidad a su propia dimensión. Por ejemplo, si preguntamos ¿Qué es un altavoz? Nos vamos rápidamente a sus características técnicas o los conceptos científicos en que se basa su construcción. No decimos que es de donde sale la música, la voz de nuestros seres queridos, o lo molesto que resulta cuando está cascado... Y para cualquier cosa que intentemos definir siempre damos prioridad a su dimensión científica o técnica, aunque para nosotros sean las menos relevantes de todas.

Heidegger fue aún más duro en sus críticas con la racionalidad científico-técnica, considerando que la cultura occidental se había preocupado únicamente por las cosas y se había olvidado del ser. Sólo vemos cosas. Cómo estas nos pueden resultar útiles para someter y transformar. Hemos perdido la capacidad de maravillarnos al observar la realidad.

Quizá todas esas críticas se traslucen en la forma de afrontar los problemas que nos encontramos a la hora de desarrollar sobre productos ya hechos. Lejos de adoptar una actitud fenomenológica, o maravillarnos con las implementaciones de otros, abordamos los problemas con un cierto positivismo naif por el que creemos ser mejores solo por el hecho de estar por delante en la línea del tiempo.
Y, bueno, caminamos a hombros de gigantes -apoyándonos en lo que otros construyeron-. La fenomenología no cuestiona ese hecho, sólo nos dice que lo pongamos entre paréntesis, en suspenso; que revisemos y verifiquemos con la cosa misma -con nuestra experiencia de la cosa-. Es esa actitud, de conocimiento y maravillarse de lo ya existente, la que puede ayudarnos a solventar nuestros problemas tecnológicos y acercarnos a los que estuvieron ahí antes que nosotros. Comprendiéndolos, en lugar de desautorizarlos porque "Yo esto no lo entiendo, así que no debe tener sentido".


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No parece la fenomenología una corriente revolucionaria que pretenda dar la vuelta a la tortilla. Todo lo contrario, perece continuista de lo que hay, un profundizar en el Ser. Tampoco es revolucionario el mundo del desarrollo de aplicaciones -aunque en la época álgida del software libre fantaseáramos con su poder transformador-.
Estos filósofos vivieron tiempos convulsos en la Europa de entre guerras. A Heidegger su existencialimo no le salvó de afiliarse al partido nazi. También los programadores nos embarcamos en empresas inmorales -aplicaciones adictivas, de control...- . Pero, otros autores, como Lévinas, confirieron una dimensión ética a la fenomenología. Resaltando su carácter intersubjetivo, la construcción social de las ideas y el reconocimiento del otro como otro yo. Y es, quizá, ese vernos reflejados en los otros, reconocer su trabajo y subjetividad, lo que nos permita salir de esta deriva tan antihumana -de guerras, consumo y desigualdad- en la que andamos embarcados.


martes, 23 de enero de 2024

Los telecos y el intrusismo laboral

El otro día estaba tomando algo con los compis de trabajo y soltaron la frase: -Es que los telecos son así... Y ese así quería decir un montón de cosas: que tienen aspiraciones muy altas, que se creen por encima de otros ingenieros -informáticos, industriales...-, que merecen cobrar más, o dedicarse sólo a tareas de gestión, a dar charlas... Y, claro, tuve que decirlo: -Oye, chicos, que yo "soy" teleco.

El caso es que sigo a vueltas con la fenomenología -ahora con Heidegger-. Heidegger se pregunta mucho por el ser. Y decir que "soy" teleco, así, sin más, me rechinó bastante y sentí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre mi ser y desvelar si realmente yo era eso que llevaba tanto tiempo atribuyéndome. Es cierto: saqué la carrera con mucho esfuerzo, sudor, lágrimas -y alguna alegría-, por ahí tengo un papel que lo acredita. Supongo que, desde una mirada institucional y burocrática, soy eso: ese papel, un ente del tipo teleco.

Y, por haber superado la formidable hazaña de conseguir el título, pertenezco a esa clase de engreídos cuya aspiración debería ser trabajar en la NASA o similar. Pero una cosa son las categorías y conceptos con los que ordenamos nuestro estrecho mundo y otra el Ser, o la verdad de ese título: ¿Nos revela alguna realidad lo que hay apuntado en ese papel?

La cosa es que lo de ser teleco lo asocio a algo bastante pragmático -el mero ser poseedor de un título es algo muy burocrático, muy teórico, muy del mundo de lo inmaterial, de las ideas... un papel que certifica que tienes los conocimientos sobre algo-. Realmente no es así, realmente implica una práctica y una ejercitación que ha sido reconocida y validada por comités de expertos -los profes, los auténticos telecos-. Pero podría tener el título que me curré hace 1000 años y estar cuidando un rebaño de 1000 ovejas, o especulando con la vivienda en mi propia inmobiliaria, o escribiendo artículos sobre tecnología en un periódico... Incluso podría tener por ahí otro título, de yo qué sé: Filosofía! Entonces sería teleco? El burro es de donde nace o de donde pace?

Imaginamos que ser cualquier cosa debe implicar un ejercer y practicar. Así, el teleco tendría no sólo que haber sido sino "estar" ahí, en lo suyo, en el mundo de las telecomunicaciones: diseñando, implementando, comprando, arreglando... En lo que quiera que sea "el mundo de las telecomunicaciones". Que, si lo asociamos con los contenidos teóricos que se imparten en la carrera, viene a ser un área de conocimiento bien amplia. Abarcando gran parte de la matemática, lógica, estadística, física y cualquier área tecnológica con base electrónica, todo ello aderezado con la gestión de proyectos, personas, finanzas y cualquier adventicia demanda de los mercados y/o empresas tecnológicas. Vamos, que el mundo de las telecomunicaciones es tan vasto, que cualquier empleo tecnológico o de formación dentro de la empresa privada o pública nos valdría. Abarca un área tan grande que se disuelve en la nada. Y es lo que de facto ocurre con los telecos: que no tienen un área definida de trabajo y se mueven continuamente en el intrusismo. Yo, sin ir más lejos, siempre me he ganado la vida en el área de la informática. Y supongo que eso es también lo que motiva la frase de "es que los telecos sois así...". Esa idea de que estamos devaluando las profesiones en las que nos insertamos. Pareciera que cualquiera, sin una formación específica, puede ejercerlas. Somos como los inmigrantes: venimos a quedarnos con los trabajos de los que son de aquí y deberíamos largarnos a "lo nuestro".

Así que, igual sí que "soy" teleco: tengo mi título y desenvuelvo mi trabajo en un área que no se ciñe a los contenidos teóricos o prácticos de la carrera. Pasó con muchas otras titulaciones: los licenciados acabamos por ahí currando de cualquier cosa, algunos porque les atraían más otras áreas y otros porque no quedó más remedio -nos movemos en esa clase social en necesitamos ingresos para sostener la vida-. En mi caso, cuando empecé la carrera no es que tuviera una vocación brutal por las telecomunicaciones. Sí, siempre me gustó la tecnología, pero empecé sólo porque era bueno estudiando, me daba la nota y tenía salidas laborales. Y cuando me puse puse a trabajar en el sector de la informática fue porque mis inquietudes me habían acercado ahí, pero sobre todo porque la mayoría de ofertas de trabajo se movían en ese ámbito.

Un compañero de universidad comentó que: -Si hubiera invertido todo ese tiempo en estudiar economía y finanzas, seguramente tendría ahora mucho más dinero. Pero lo cierto es que, cuando nos esforzábamos hasta la casi extenuación en aprobar los exámenes de antenas, microondas, fotónica o electrónica, ya se veía venir la tragedia... -Oye, que lo mismo no vienen las empresas a rifársenos por nuestros maravillosos y bizarros conocimientos. -Que aquí hay mucha peña y tampoco hay tanto trabajo
Ya en los últimos años se hablaba de que -Bueno, lo importante no son tanto los conocimientos adquiridos como las actitudes y aptitudes. -Vuestra formación como ingenieros os permitirá adaptaros a las volátiles demandas de los mercados de trabajo. Vamos, que podíamos utilizar nuestro juego de cintura y nuestro lomo curtido a palos para ir medrando hasta las posiciones más altas... Vamos, que nos habían entrenado para ser intrusos, oportunistas. Y creo que fue un poco decepcionante para todos -seguramente para todos los universitarios de esa generación-, porque la imagen que manejábamos de un ingeniero o licenciado era la de alguien muy importante al que todo el mundo le allanaba el terreno para que realizara sus precisas y sofisticadas intervenciones en las grandes estructuras de los estados o las compañías internacionales. Una imagen del hombre ingeniero de la revolución industrial: adinerado, de familia bien, que había trabajado duro -y lo seguía haciendo- para estar en su posición actual. Una imagen que también se cultivaba desde los ámbitos académicos de la universidad -los profes se daban mucha importancia-. Una fantasía que se desmoronó con la burbuja de las ".com" y que nos tocó asimilar al insertarnos en el mercado laboral durante los primeros 2000. Y, realmente, el trabajo duro nunca nos faltó, ni la competencia feroz, ni la continua formación, las largas jornadas, el móvil y ordenador. Hordas de titulados para construir un mundo peor al servicio del capital y el control estatal.


De todas formas, si me preguntan qué soy -en lo laboral que es la única dimensión en la que a alguien se le pregunta por el ser-, yo nunca respondo que soy teleco. Siempre digo que soy programador informático o algo similar. Pero lo cierto es que programo poco... y ando por ahí tratando de descifrar lo que otros han hecho, para copiar, modificar o intervenir en el lugar adecuado, configurando servidores, haciendo pruebas, planificando, desmarañando información... Cada día me cuesta más decir qué soy. Y me gusta esa idea Heideggeriana del Dasein -el ser ahí, el estar- y la idea Bergsoniana del tiempo como bola de nieve... Soy eso que está ahí, que ha sido traído a un mundo fuertemente codificado, adaptándose a las circunstancias y acumulando experiencias. Porque, eso sí: en mi formación para la vida y como teleco, siempre fui educado en el trabajo constante. Supongo que encontré cierto placer en extraer conocimiento de la experiencia... en transformar ese trabajo duro en un trabajar también para mí, para los míos, para mi mundo imaginado. Y en ese mundo fantaseado se necesita saber de antenas, microondas, fenomenología, motosierras, ovejas, blogs, fotografía, cocina y un montón de mierdas que nada tienen que ver con la rentabilidad. Y creo que eso sí que es parte importante de mi ser -quizá también de todos los que consiguieron su título de teleco-: ese continuo movimiento y abrir líneas de fuga más allá de la estrecha racionalidad técnica y laboral, más allá de las dinámicas económicas, empresariales, la superación personal, o la rentabilización del tiempo.

Quizá esa sobreformación que recibimos para incorporarnos a un mercado laboral que ya demandaba otras cosas nos hizo tomar consciencia prematuramente de lo que ya se venía advirtiendo en teorías marxistas: que el trabajo no lo es todo, que tenemos ciertas curiosidades que necesitan ser satisfechas y que muchas de esas satisfacciones requieren trabajo, un trabajo diferente al alienado -al de por cuenta ajena-. Que nuestro ser va mucho más lejos de lo que pone en el CV.

Lejos de ser una simple actividad económica, el trabajo es la "actividad existencial" del hombre, su "actividad libre, consciente" -de ninguna manera sólo un medio para mantener su vida (Lebensmittel), sino para desarrollar su "naturaleza universal". - H. Marcuse. Marx y el trabajo alienado. Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1969, p.10.

viernes, 8 de diciembre de 2023

Los profesionales y la gala del deporte

El ayuntamiento del pueblo organizó un evento para entregar premios a deportistas locales. Lo llamaron "La gala del deporte". Y era una entrega de premios como las que se ven por la tele: con presentadores, actuaciones, discursos de agradecimiento, aplausos, público... Un lugar donde los profesionales de este tipo de eventos van dando paso a la gente de otro ámbito: políticos, deportistas, artistas...

En este caso había una profesional de las galas: la presentadora. Era una presentadora como las de la tele, con una gestualidad y forma de hablar muy cuidadas, muy dinámicas, con un impecable control de los silencios (o la falta de los mismos). Todo lo que decía era perfectamente esperable, sin notas discordantes, perfectamente insertado en el flujo del acto. Realmente llamaba mucho la atención. Porque para este tipo de eventos estamos acostumbrados a que todas las personas sean del pueblo -no profesionales-. Y, claro, cuando hablaban los deportistas, el alcalde, o cualquier local, el contraste era brutal: -Oh..! Qué monos! Mira cómo hablan en público...

Yo no suelo ver este tipo de galas, tampoco en la tele. Pero conozco el formato. Supongo que se ha ido fraguando durante décadas en diferentes canales y países. Existen unos códigos, unos tiempos, unas formas de hacer, unos objetivos y unas pautas para conseguirlo -conocidos por todo la comunidad que se interesa por ese ámbito específico-. Entiendo que eso es lo que permite que haya profesionales... Que sea algo acotado, definido que se pueda llegar a cualquier pueblo, a cualquier tipo de evento, ensayar el guión y hacer el trabajo. 

Supongo que todos los trabajadores somos profesionales, todos tenemos nuestra profesión: conocemos los códigos, los lenguajes, las herramientas, los procedimientos... Podemos insertarnos en cualquier compañía y seguir moviendo la maquinaria. 

Como un futbolista se puede mover de un club a otro y seguir ganando partidos. Porque el equipo no existe, existe la marca sostenida por los accionistas-. El equipo es sólo un eufemismo, una forma de referirse al medio, a la maquinaria, para competir y ganar.

Quizá, de los equipos locales esperamos o imaginamos otra cosa. Una cosa más amateur, orientada a disfrutar, a formar comunidad, a crear identidad, consolidar nuestro propio lenguaje, valores y relaciones. Pienso que en este tipo de galas organizadas por las instituciones locales también esperamos algo similar: una oportunidad para que los más lanzados y desvergonzados cojan el micro, para que los que quieren superar sus miedos se suban al escenario o, para constatar quién ha sido obligado por otro. Conceder la oportunidad de contar chascarrillos, invocar referentes del pueblo, improvisar, crear liderazgos, meter la pata, dar que hablar... Creo que esa discordancia entre lo local esperado y la presentadora profesional era lo que resultaba tan discordante, también porque uno asiste a ese tipo de eventos por una suerte de compromiso y quiere ver la cara de quienes le han comprometido.

Presentadora creada con Intelegencia Artificial

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En la gala bailaron también las niñas y niños de la escuela de danza. Bailaban bailes "modernos", con músicas actuales. Canciones que conocemos todos porque suenan continuamente en los medios. Y también resultaba un tanto chocante: ese ver a las niñas bailando canciones con contenido más o menos explícito, con esas poses y movimientos tan sexualizados que se llevan hoy día... Algo que uno ya no sabe muy bien si es empoderamiento femenino, una expansión de la pornografía, o una mezcla de las dos anteriores. El caso es que las niñas bailaban ahí, delante de todo el mundo, dando riendo suelta a su expresividad física y se las veías muy cómodas. Quizá porque estaban en grupo, con sus amigas, compañeras, vecinos... Y lo hacían muy bien, especialmente las mayores -porque los movimientos del grupo estaban más coordinados-. Aquí no había nada que ganar, no era una competición, era solo un exhibirse, un expresarse ante los demás... Y pensé: -Jo! Ojalá se premiara más este tipo actividades -que son también físicas- que no tienen tanto que ver con el competir o superarse unas a otros -o a uno mismo-. Que tienen más que ver con el expresarse y el crear vínculo.


domingo, 8 de octubre de 2023

De parques, canchas, masculinidades y mujeres con carrera

El viernes fuimos al nuevo parque junto al cementerio del pueblo: tiene una zona infantil y una cancha de fútbol para los adolescentes, todo muy colorido y con acabados redondeados. Eran las siete de la tarde de un otoño caluroso -pero el sol ya estaba muy bajo-. Había un montón de niñxs y también algunos padres y madres se acercaban en coche o paseando. Nos encontrábamos prácticamente en el cementerio... pero el lugar estaba lleno de vida!
Producía una extraña sensación de alegría y bienestar observar ese bullicio de niñxs: -Estamos salvados, es posible jugar y divertirse, existe relevo generacional, no acaba todo en el campo de muertos... Hasta el lugar se antojaba con encanto: un descampado rodeado de solares, tendidos eléctricos, lápidas, calles a medio construir y los raquíticos árboles que habían plantado con la restauración del firme de la carretera.
Las niñas se deslizaban suavemente en sus bicicletas y patinetes por el reluciente asfalto. Un caballo pastaba en la zona de cañas donde parecía rezumar agua. Detrás del polígono se atisbaban las ancianas encinas de la Dehesa. El cielo surcado por trazos de nubes, y el caer del sol, nos transformaron en admiradores de un mágico atardecer... El pueblo es, en ocasiones, un lugar que merece la pena ser vivido.

La cancha multideportiva estaba ocupada por los niños más grandes, exhibiendo sus habilidades futbolísticas. Los más pequeños andaban haciendo llamadas telefónicas con sus relojes, tratando de formar un equipo. Dos niñas miraban desde la valla -de cuando en cuando, entraban a jugar y los niños parecían más amables, menos rudos-.

Es un clásico de la arquitectura pensada con perspectiva de género lo de que las pistas multideporte terminan siendo monopolizadas por niños. Es un clásico de nuestra infancia que los niños más grandes y violentos desplazan a los más pequeños de los espacios públicos más golosos. Parece que es muy importante que haya lugares para que esos niños más grandes puedan jugar al futbol y desarrollar todo su potencial. Como en otras provincias es imprescindible un frontón, un campo de golf, una pista de pádel o un circuito de alta velocidad.
Creo que patinar, por ejemplo, es una cosa que suele gustar más a las niñas, también los parques con arena, toboganes columpios, tirolinas, pirámides... Parece que, en nuestras sociedades, las cosas que suelen gustar a las niñas no son tan importantes... son poco menos que chorradas, a las que se dedican presupuestos exiguos.
Porque un futbolista puede llegar a ser famoso y ganar mucho dinero. Y eso es lo que importa: tener el reconocimiento de otros hombres en actividades que comprendemos bien.

A mí no me gusta mucho el fútbol, me gusta jugar por diversión, nunca me lo he tomado como una competición. Pero el mundo de los adultos es una continua competición.

Me encontraba en una boda, hablando con el señor X -que había estudiado en mi misma universidad-. Era jefe de no sé qué movida en una empresa de paquetería... Yo ya no programo -decía-. Se le veía muy eficiente, muy centrado en su papel de ingeniero... Pareciera que la empresa fuera suya. -Tengo mucha flexibilidad, tenemos oficinas pero no voy nunca, no hago guardias, gano mucha pasta, en verano nos venimos al pueblo con los niños toda la temporada y teletrabajamos desde aquí... Al poco rato empecé a hablar con Y, mujer de X: -Yo no trabajo tanto, me reduje la jornada, no como X que está 24/7 pendiente del móvil y el portátil. Yo creo que hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar... 

Supongo que, ese entrenamiento en la competición del fútbol, nos prepara para encajar en el perfil del señor X: un perfil ultra productivo. Mientras las mujeres pueden escaparse un poco. Por eso últimamente estoy tan entusiasmado con el feminismo: parece la única crítica efectiva a nuestra sociedad, la única línea de fuga capaz de pensar otros mundos posibles, más allá de un capitalismo obsesionado con la libre competencia y los beneficios siempre crecientes... un mundo más humano que no se construya desde la desigualdad de los roles asociados al género, donde los niños más grandes no ocupen toda la pista repartiendo balonazos a quienes miran distraídxs.

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"Las mujeres tienen más probabilidad que los hombres de desarrollar un tipo de trabajo socialmente necesario pero mal retribuido o sin retribución alguna, y tienen más probabilidades de necesitar los servicios públicos y las prestaciones sociales. En este mundo teóricamente libre y más igualitario, la mayoría de las mujeres acaban trabajando más por menos dinero y sintiéndose presionadas para amoldarse a unas normas de género.

El neoliberalismo ensalza a la «mujer con carrera» al tiempo que tacha de inútiles y dependientes, putas y ladronas a las mujeres pobres, mujeres de color,  trabajadoras sexuales y madres que crían solas. Por eso la «mujer con carrera» es una heroína neoliberal: ella tiene éxito según las condiciones impuestas por el mercado sin subvertir ninguna jerarquía" - Laurie Penny - De esto no se habla: sexo, mentiras y revolución


domingo, 17 de septiembre de 2023

Metodologías ágiles hacia el fin del mundo

Ayer estuvimos viendo ¡Canta! 2 toda la familia... En los últimos años sólo veo cine infantil y principalmente de animación -lo que le gusta a las niñas-. La verdad que la peli está muy bien: es un grupo de trabajo en una sociedad capitalista -con un objetivo claro: sacar adelante un musical-. Se parece bastante a lo que me he ido encontrando en mi vida laboral. En un plazo de un "sprint", el equipo liderado por el Koala, tiene que montar un musical y cada uno de los miembros debe ir completando sus tareas... 

En los últimos años los tiempos se han reducido mucho. Los proyectos se planifican a corto plazo -no más de un mes-, divididos en tareas cortas -uno o dos días-, en grupos de trabajo reducidos -en torno a 5 o 6 personas-. Es más eficiente así, más fácil de controlar y adaptarse a las circunstancias cambiantes que imponen la volatilidad de los mercados. Metodologías ágiles, las llaman.

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Hace dos semanas me caí estúpidamente y me partí el maléolo del peroné -un hueso en el tobillo-. Me inmovilizaron el pie derecho y sólo puedo andar con muletas. La cual circunstancia me resulta muy limitante porque no puedo transportar cosas de un sitio a otro y, en general, no puedo realizar ninguna de las tareas del campo que tanto me entretienen. Así que he tenido que bajar el ritmo: porque, aunque hay ciertas cosas que puedo seguir llevando acabo -ducharme, preparar la cena, lavar los platos...-, me suponen más tiempo y esfuerzo -hay otras muchas que, directamente, no puedo hacer-. Al estar liberado de esas tareas he encontrado tiempo para otras que también me gustan y que había dejado apartadas: enredar con mi ordenador personal -lo tenía hecho unos zorros, con discos llenos, particiones sin usar, configuraciones y programas obsoletos...-, leer, buscar y bajar pelis... Supongo que cuando estamos sanos y todo nos va bien no valoramos tanto el tener todas las capacidades. Y sabemos que llegará el día en que los sistemas empiecen a fallarnos y el mundo de la vida se nos vaya estrechando... hasta desaparecer. Me gustaría afirmar como conclusión positivista esa máxima que occidente parece repetir como un mantra: disfruta el momento! Pero yo he disfrutado de mi lesión, tengo un montón de aficiones que me permiten disfrutar en una variedad grande de circunstancias -y es que mi concepto de disfrutar abarca muchas cosas -no es sólo lo asociado con la juventud (drogas, sexo, viajes, amigxs y alcohol) o el dinero-. Supongo que va con mi carácter de plegarme a las circunstancias en lugar de emplear ingentes esfuerzos en transformarlas -y es que, mis circunstancias no están tan mal-.

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El positivismo mágico nos dice que debemos trabajar duro para conseguir cambiar nuestras sociedades y lograr un mundo mejor. Pero, claro, las cosas cambian muy despacio comparadas con los tiempos de vida de las personas. Y nuestras sociedades permanecen en estática aceleración: queremos resultados en plazos de 3 semanas. 

El capitalismo mediático se empeña en mostrarnos casos de éxito: cantantes ultra jóvenes y mega famosas, los grandes genios de Silicon Valley -millonarios antes de salir de la universidad-, deportistas de altas capacidades conduciendo coches de alta gama a los veinte años... Pero claro, tienen éxito porque van a favor de la corriente, no hay cambio de rumbo, ni mundo mejor, sólo llegar más lejos en la misma dirección -la del crecimiento económico-.

En la mayoría de las ocasiones, el positivismo mágico, no es tan ambicioso y nos dice que, si nos esforzamos y creemos en nosotros mismos, nuestras circunstancias mejorarán. Como parte de esa justificación mentirosa de la desigualdad social. Justificación que vendría a decir que nuestra posición es mayormente fruto de nuestro esfuerzo y no de nuestro lugar o familia de nacimiento.

Al final, uno tiene esa impresión de que todo el sistema capitalista se sustenta sobre mentiras -para avalar la desigualdad- y fantasías de un mundo mejor -que nadie se esfuerza en realizar porque todo el éxito se encuentra en seguir caminando siempre hacia adelante, cada vez más lejos-.

Se encuentran dos ciudadanos rusos. Uno le dice al otro: 
-¿Sabes que todo lo que nos contaba el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) era mentira?. 
Y el amigo, melancólico, le contesta: 
-Lo peor no es eso. Lo peor es que lo que nos decía del capitalismo es verdad”.

Cita extraída de La Linterna de Diógenes

martes, 1 de agosto de 2023

Parresía e impostura

La parresía era, en la antigua Grecia, un cierto derecho o libertad para hablar: con la verdad por delante, aunque incomode. Con cierta intención de mejorar al otro y, también, por qué no, a uno mismo. Una práctica en el hablar muy diferente a la del adulador.

Me atrevería a decir que, esa parresía, se practica poco en nuestras sociedades occidentales actuales. Obviamente no se hace en lo político -donde sería muy necesaria- porque únicamente se repiten ciertas consignas o mantras que uno ya no identifica de dónde o cuándo surgieron -o si siguen siendo válidas o útiles-. Una falta absoluta de diálogo, donde cada uno habla de su libro sin escuchar al otro y sin ninguna intención de convencer más que a una audiencia abstracta, amorfa, externa y ajena al discurso.

En lo social cotidiano, creo que también se practica muy poco. En cuanto nos vamos a nuestra dimensión pública, las palabra se acota mucho para, en el mejor de los casos, quedar en el terreno de lo políticamente correcto. Por ejemplo en redes sociales -la gran esperanza tecnológica que iba a darnos voz a todos por igual y que, finalmente, acabó transformándose en patio de vecinos y corrillo de bar-, la gente se corta mucho de expresar opiniones, no queremos exponernos a que nos puedan replicar, a tener que argumentar, a que siembren la duda en nuestras creencias... y nos callamos. También es verdad que muchas veces ocurre que, quien nos replica en público, no tiene intención de entablar un diálogo, sólo exponer su mantra, ejercitar su activismo... y ahí tampoco hace falta entrar.

En mi nuevo trabajo también me he encontrado gente que habla mucho. Creo que debe ser algo común en el ámbito de la consultoría tecnológica. Es un hablar para lucirse, para aparentar que se sabe. Un aparentar un conocimiento profundo de lo que, en realidad, se tienen unas nociones sesgadas, generales y muchas veces confusas. Es un hablar muy jugón "la ignorancia es atrevida" y, al final, es ese atrevimiento el que te permite descubrir al impostor. Pero durante un tiempo te la pueden colar y tomar como veraz estos discursos donde se dan por ciertos datos, comportamientos e informaciones de los que no se está seguro. Yo siempre los escucho, pero luego me cuido mucho de contrastar las informaciones. Desde luego, esto no tiene nada que ver con la parresía... quizá sí con lo que llaman "mentoring"... Un mentoring donde uno se alza en la voz suprema de la experiencia, independientemente de la experiencia propia y de los otros y con un objetivo individual muy claro.

Debe ser ciertamente difícil practicar la parresía, porque parte de cierta relación de equidad, de reconocerse el uno al otro... Y vivimos sociedades muy desiguales, aunque las personas seamos muy similares en cuanto al nivel de conocimientos, capacidades... Nos vemos siempre impelidos a justificar la desigualdad, a demostrar que merecemos más, que no fue la suerte o un aprovechar la oportunidad. Un continuo defender una impostura que nunca es receptiva a la verdad.

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Eran las fiestas de una ciudad de provincias. Estábamos en un barrio bien: céntrico, con muchas zonas verdes... Habían organizado una fiesta para niños con un DJ que animaba la fiesta con comentarios en Euskera. Era gordito y sudaba, a pesar de que la tarde estaba fresca, pero se movía muy bien. La plazoleta o parque estaba lleno de familias bien: con ropas de marca, limpios, sonrientes... Me pareció curioso que solo hubiera pijos -porque en la ciudad había gente de todo tipo y una alta tasa de inmigración- siendo una fiesta gratuita abierta a todos los públicos. Era su sonrisa y su expresión corporal, como de serie americana, lo que los delataba. Abuelas, padres, madres, niños... todos interaccionaban entre sí, parecía que estuvieran hablando de compra de propiedades, vacaciones en cruceros, los mejores colegios del barrio, chismes de la vecina... Todo bien... y esas sonrisas que llevan tanto esfuerzo para aparentar transparencia y felicidad en un ambiente tan tenso, tan agresivo, tan del defender la propiedad.

jueves, 6 de abril de 2023

El jeta

Tengo un amigo que es un jeta. Siempre llega tarde, no hace nunca nada por nadie y trata de sacar la mejor tajada en toda ocasión en que se hacen cosas o se pone dinero en común. Mal estudiante y peor trabajador, se las ingenia para estar en buenas posiciones, siempre a favor de la corriente, donde fluye el dinero con el mínimo esfuerzo. Tiene un ego que no le cabe en el pecho, sólo habla de sí mismo y continuamente está justificando sus comportamientos ruines ante los demás -siempre en distancias cortas, nunca en público de verdad-. Suerte que es mal orador porque, sino, podría llegar a ministro... Sí, tiene mucha jeta.

Escuchaba el programa de Carne Cruda sobre "Quién cobra las ayudas públicas" y comentaron la noticia de un alto cargo público que cobraba el bono social térmico por ser familia numerosa. Una ayuda que va destinada a familias vulnerables... El tipo, lejos de ocultarlo o amagar con devolver el dinero, trató de justificarse en público y, en una actitud muy de la España del pelotazo, argumentó que él iba a cobrar la ayuda porque era un orgulloso padre de cuatro hijos -siempre el ego por delante-. Supongo que le debemos mucho porque sus hijos van pagar nuestras pensiones.

Los jetas suelen cobrar grandes cantidades de dinero público: son un sumidero de nuestros impuestos... Y, lo peor de todo: están a la vista, dando mal ejemplo. Gente que no produce nada, recibiendo y despilfarrando. Robando ese dinero a quien realmente lo necesita - o, al menos, lo necesita más-. Para que puedan poner el lavavajillas a todas horas, la calefacción o el aire acondicionado con las ventanas abiertas... 

Algunos de estos jetas son los que van por ahí diciendo que hay que acabar con las paguitas, las pensiones, las ayudas al desempleo... Porque ellos se merecen cobrar más. Pero también los hay muy progres: defienden a ultranza el Estado o la recaudación de impuestos... Porque saben cómo sacar tajada. 

 

En el mundo laboral-empresarial creo que no me he encontrado gente así. Me he encontrado gente que escurre el bulto, que aparenta estar haciendo cosas cuando no está haciendo nada, que dicen ser expertos en algo cuando sólo tienen vagas nociones, que no responden cuando los necesitas... Pero no suele ser una situación que se prolongue en el tiempo: el  mercado laboral es muy inestable, al final esa gente acaba moviéndose a otro sitio o espabila. Al menos es así en los puestos en que yo me muevo: puestos bajos, en primera línea de la cadena de producción. Quizá los jetas se manejen por las alturas... pero el mundo de la empresa privada es muy opaco, muy turbio y muy cruel: con intrigas y luchas sangrientas por el poder -requiere otra actitud mucho más agresiva y competitiva que la de mi amigo el jeta, requiere cierto esfuerzo y habilidad en las malas artes-.

domingo, 19 de febrero de 2023

A vueltas con el trabajo y el 25 de Marzo

Escuchaba a Jorge Javier Vázquez decir que había disfrutado mucho de su trabajo. Que, durante un período de unos 15 años, había estado completamente entregado a él. Que era algo que le divertía y entretenía mucho, que le brindaba la oportunidad de vivir una vida y unas experiencias absolutamente fuera del alcance del resto de la humanidad... Y todo lo que decía parecía verdad: los periodistas y presentadores de la tele viajan, conocen gente interesante, se rodean de lujos, fiestas, representan poses que sólo están permitidas en ese ámbito... Pero decía estar ahora en una época más calmada: trabaja menos -quizá porque el formato televisivo en el que se encuentra encasillado comienza a agotarse y hay que reinventarlo, aunque sólo sea con caras nuevas-. Decía estar contento en esta nueva etapa pero, al parar, se había dado cuenta de todo lo que había dejado al margen en esa vorágine de trabajo y breves períodos de descanso/desconexión/escapada. Había dejado al margen la vida normal que, obviamente, es mucho más tranquila pero tiene ciertas gratificaciones que la hacen más sostenible en el tiempo: hacer la compra, pasar tiempo con familiares, amigos, mascotas, cuidar de los que le rodean... No terminé de escuchar la entrevista porque ya se me hacía larga pero, os dejo aquí el enlace al podcast.

Yo me encuentro en una etapa laboral en la que no me cuesta comprender a Jorge Javier, obviamente no a ese nivel de dedicación y entrega, pero sí que estoy muy motivado -a veces pienso que demasiado-. Me entretiene mucho mi trabajo, soy una persona curiosa y me gusta aprender sobre nuevas tecnologías, desmontarlas, saber cómo funcionan por dentro... Hay muy buen ambiente con mis compañeros y eso hace que el ámbito que acapara lo laboral se expanda. Con estas premisas es fácil pasar por alto cosas como lo ético de ese trabajo -Jorge Javier también eludía abordar el aspecto moral-, o descuidar cosas que también producen sus gratificaciones (aunque no nos den dinero): cuidar de los nuestros, pasar tiempo con los amigos, los trabajos domésticos, las plantas, la filosofía...

Últimamente me cuesta mucho concentrarme en la filosofía, quizá no es sólo la motivación/implicación en el trabajo, quizá también el estar en el último curso con temas más densos y específicos y, por supuesto, el encontrarme en el pico de obligaciones de la edad adulta: las niñas siguen demandando cuidados, los abuelos se van retirando/delegando y, aunque los amigos no salimos tanto, todavía nos juntamos.

Al final, la filosofía -como esto de escribir el blog- no sirve para nada. Es más una cabezonería personal... Me gusta reflexionar, aprender cosas nuevas, saber como funcionan por dentro...

Parece que la fenomenología -la corriente filosófica en la que ando inmerso- está un poco en esa fase de la pregunta: la filosofía se ha ido desgajando en las diferentes ciencias y áreas de conocimiento... Entonces ¿Sirve para algo? ¿Tiene algún sentido? La respuesta que da es que sí, sí sirve. Porque nos descubre otra forma de conocer el mundo y relacionarnos con la realidad. Una forma más intuitiva, menos utilitarista, una búsqueda de alternativas no condicionadas por todo nuestro conocimiento y experiencia acumulados.  

La filosofía se me antoja como el único contrapunto posible a esa huida hacia adelante que son nuestros trabajos actuales y la obsesiva preocupación por el dinero, que nos convierte a todos en inversores y economistas -ya sea para ajustarse a exiguos presupuestos o para administrar el excedente en la pensión futura-. Ya no es sólo que nos relacionemos con el mundo como si todo fuesen cosas, la economización nos lleva por absurdos derroteros, irreflexivos, inmorales... que nos dejan cierta sensación de vacío... Como la de ese Jorge Javier retirado a la segunda línea.

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El otro día escuchaba un programa de flamenco donde hablaban sobre el 25 de Marzo, el presentador hacía una reflexión y repaso sobre el reparto y el acceso a la tierra en Extremadura -donde ha estado tradicionalmente en manos de grandes tenedores-. Ahora, el acceso a la tierra no es la máxima preocupación de nuestras sociedades, pero hubo un tiempo en que en las zonas rurales se vivía del y en el territorio. El sistema de propiedad fomentado desde el Estado no favoreció ninguna mejora para estas sociedades, sino que contribuyó a concentrar la riqueza en muy pocas manos. En un progresivo desposeer a los habitantes de su medio de vida -para desplazarlos a los sitios donde hacía falta mano de obra: la ciudad-. Y no es solo la propiedad, sino la continua limitación de acceso a los usos del territorio: para leña, pastos, siembra, rebusco, caza... Al final, la propiedad no deja de ser un conjunto de derechos y obligaciones sobre algo, derechos que se se pueden ampliar o restringir, que pueden ser de cualquiera: caciques, administraciones públicas, pequeños propietarios... La tendencia ha sido la desposesión de derechos y capacidad de decisión de la población sobre su medio de vida conectado al territorio -ya sea por los propietarios o las regulaciones impulsadas desde los Estados y administraciones-. Todo ello ha desembocado en que hoy se vean como deseables macro proyectos de granjas, mineros, de energías renovables, casinos... que atentan contra el territorio, porque la vida en los pueblos cada vez tiene menos que ver con lo rural y, al final, lo rural, aunque más despacio, se ha incorporado de lleno a esa huida hacia adelante de los objetos, el trabajo y lo económico.

domingo, 30 de octubre de 2022

Corre, David, corre!

El otro día fui a buscar a mi hija mayor a la salida de las extraescolares, al Palacio de la Cultura. Cuando empieza el curso escolar, por las tardes, siempre está petado de niñxs. Hay un bar-cafetería y suele haber un montón de madres que hacen tiempo entre una extraescolar y otra. El "Palacio" está enclavado en una plazoleta, diáfana con unas pequeñas gradas alrededor. Así que las niñas y los niños más pequeños se adueñan del espacio mientras esperan en su tránsito entre una clase y otra. Se transforma en un lugar bullicioso. Yo pensaba recoger a mi hija y largarme a casa porque siempre tengo muchas cosas que hacer. Pero llegaron sus amigxs y me pidieron que se quedara, que en un rato debía entrar a escolanía, con Laia -su hermana pequeña-, que venía en su bici conmigo porque no había nadie en casa. Había salido sin móvil, sin dinero... Pero como era poco tiempo -unos 45 minutos- y me perecieron majetes, cedí. Y allí me quedé, sentado en un escalón, sin hacer nada, mirando como correteaban las niñas de allí para acá... Hacía mucho tiempo que no me paraba así, sin más... No estoy preparado para la improductividad. Serán las cosas de la edad, ese tomar consciencia de que el tiempo se pasa y no conseguimos encontrar el hueco para hacer todas aquellas cosas que de jóvenes pensábamos que algún día haríamos, que fuimos postponiendo hasta que llegara una época más tranquila, en la que aparecería ese tiempo, como por arte de magia, como cuando éramos niños y nos aburríamos sin saber en qué ocupar el tiempo... Se estaba poniendo el sol y, a pesar de que el entorno era bastante feo -un pastiche de edificios comerciales, culturales y viviendas sociales-, el cielo estaba precioso. Era el cielo de un otoño caluroso y nublado que iba transitando todos los colores del espectro... hasta que se encendió el alumbrado público y la oscuridad se hizo la dueña. Las niñas entraron a escolanía y yo me fui a casa cargando con la bicicleta, contento de haber estado rodeado de niñxs felices y despreocupadxs, de haber intercambiado algunas palabras con abuelos y abuelas, de haber experimentado ese paréntesis totalmente "improductivo".

Y es que con el trabajo nuevo estoy a tope... y me gusta: me entretiene ver cómo hacen las cosas en otras empresas. Pero tengo que tomármelo con más tranquilidad, incluso por la calidad del trabajo en sí. Los compis son muy jóvenes y van muy acelerados, pero yo ya sé que las prisas no sirven de nada, al contrario, generan caos. Aún así me resulta difícil evitar contagiarme de esa actividad desenfrenada: las reuniones, los cambios de contexto, la sociabilidad, la evolución dentro del sector... Escuchaba en un programa de radio, que toda esa autoexigencia y motivación en el trabajo, nos vacía por dentro y hace posible que podamos llenarnos con los objetivos de empresa, el coaching y toda ese lenguaje con el que hablan las compañías: el lenguaje del crecimiento y el dinero como fines en sí mismos. Es fácil perderse en esa vorágine de promoción, producción, competitividad... Y olvidar todas aquellas cosas para las que de jóvenes pensábamos que algún día tendríamos tiempo: la pintura, escribir, el campo, leer, la filosofía, la familia, los trabajos manuales, la fotografía...

La sensación es bastante extraña porque, al final de la jornada, acabas extenuado, necesitas tumbarte, desconectar, realizar algún trabajo físico, deporte... El viernes me acosté a siesta, hasta que llegó la hora de salir y beber cerveza. El trabajo embrutece, lleva asociada cierta pulsión de muerte, sádica. Y ya que te sacrificas tanto, habrá que gastarse el dinero en algo. En cosas que de jóvenes no imaginábamos: artilugios electrónicos, contenidos digitales, viajes y otras vacías experiencias.

Cuando voy a las ciudades por trabajo acabo comiendo un montón de basura: shawarmas, hamburguesas, perritos... Lo hago compulsivamente, pero después del segundo atracón ya no quiero más, empiezo a sentirme pesado, inflado y triste... la vida se me representa como un sinsentido. Es similar a lo que me ocurre cuando corto de currar un día de mucha intensidad. Porque hay que cortar y descansar la mente y además hay que hacer las cosas de casa, atender a los tuyos, planificar el ocio... Definitivamente: no tiene sentido.

martes, 2 de agosto de 2022

Trabajos de mierda

Ya llevo un par de meses en la nueva empresa. Me ha resultado fácil adaptarme: a la gente y, también, a las nuevas tecnologías. Al final, las tecnologías no son tan diferentes unas de otras. Cambian los nombres, la apariencia... se busca siempre el golpe de efecto, lo revolucionario... más bien se busca el trending topic: convertir tu solución en viral, que todos se entusiasmen y utilicen ese nuevo lenguaje, ese nuevo control de versiones, el IDE supersónico, el software definitivo para la gestión de proyectos... Y está muy bien, la gran mayoría de novedades vienen a facilitar la vida a los trabajadores del sector, aumentar la productividad... con curvas de aprendizaje realmente rápidas. Los informáticos que estén próximos a la jubilación deben de flipar con lo rápido que ha evolucionado todo esto. La extrema atención que debíamos prestar para ciertas tareas, la memoria, la interiorización de patrones y lógicas de acción, la agilidad... Ya todo está automatizado, codificado, segmentado, protocolarizado... incluso los modelos de negocio: las consultoras, las empresas de producto, las que alquilan infraestructura... En cuanto surge un nuevo nicho, se le aplica la fórmula y se explota.

La gente de la nueva empresa es muy maja. Supongo que también ayuda que la mayoría son del sur -Andalucía-, eso hace más fácil la conexión, aunque sólo sea por el feeling climático, los lugares, expresiones y bromas comunes. Me hacen sentir un poco viejo. No es muy grande el desfase generacional -unos 10 años- pero, los más jóvenes, manejan unos referentes culturales de la infancia bastante diferentes a los míos. Tengo que hablar en inglés, pero no todo el rato. Mi inglés es bastante chusquero, no me siento seguro en ese idioma, tampoco tengo tanto dominio como para expresarme con todos los matices y la rapidez que me gustaría, así que es bastante liberador combinarlo con el español. La propia consultora fomenta cierto compañerismo y el establecimiento de lazos: con fiestas y reuniones ociosas, cursos de formación... Realmente consiguen crear un ambiente agradable -aunque la mayor parte del tiempo estés currando en proyectos externos-.

Hacía mucho tiempo que no trabajaba para una consultora. Son ambientes muy dinámicos, cambiantes, precarios... Hoy estás en un cliente, mañana te mandan a otro... La apariencia es muy importante: parecer que controlas, parecer que eres experto, proyectar una imagen de seguridad, decisión, ambición... Algo en lo que no soy especialmente bueno, yo soy más de demostrar con hechos. El proyecto en el que estoy trabajando me gusta, para mí es una especie de reto tecnológico, porque utiliza herramientas y lenguajes modernos con los que hacía años que no trabajaba. Me resulta novedoso, pero seguramente sea un coñazo excesivamente burocratizado para quien lleve mucho tiempo en el nicho de ese lenguaje de programación -Java- en entornos web: estamos migrando servicios a una infraestructura nueva, con lo que va muy bien para tener una visión global de las tecnologías y metodologías que se utilizan, y no estar únicamente con el foco puesto en la programación.

Quizá el peor punto en contra sea el tipo de negocios a los que se dedica la empresa para la que estoy subcontratado: juego online, apuestas deportivas, crypto... movidas muy chungas. Es lo que David Graeber definiría, sin ningún tipo de fisura, como un "trabajo de mierda": un trabajo absolutamente dañino para la sociedad. En cierta manera, el tipo de trabajos que siempre he desempeñado en mi carrera profesional: trabajos bien pagados, que otorgan cierto estatus social pero que, probablemente sería mejor que nadie desempeñara. Sólo que en este caso es mucho más explícito, no se trata sólo de sostener y reproducir un sistema social desigual e injusto, sino de trabajar para los peores vicios de nuestras sociedades: ludopatía, blanqueo de dinero, especulación... Obviamente no son cosas que yo vea en mi trabajo del día a día, que es meramente técnico: lo más que veo son transacciones de dinero, que podrían ser para apostar o para comprar productos de amazon.

lunes, 2 de mayo de 2022

Cambiar de trabajo

Llevo unas semanas de tensión total con lo del cambio de trabajo. Di los 15 días laborables de preaviso y no debería haberlo hecho: porque apenas tenía asuntos pendientes debido al cambio de proyecto al que me habían destinado recientemente... Bueno, más que un cambio de proyecto, era un cambio de compañía en toda regla: con gente nueva, en países dispersos por el mundo, con tecnologías diferentes a las que venía utilizando... Pero en las mismas condiciones -salario- de siempre. Así que ahí llevo unas semanas prolongando la agonía, resolviendo dudas a los que heredan los proyectos que llevaba y escuchando alguna que otra poco motivadora contraoferta.

Ahora hay muchas empresas tecnológicas anglosajonas buscando mano de obra fuera de sus territorio -supongo que les sale más barato que contratar nativos-. La compañía multinacional para la que trabajaba había adoptado otra estrategia: compraba empresas por todo el mundo para disponer de sus trabajadores. En realidad, puede ser una buena oportunidad para todos: la compañía anglosajona consigue trabajadores baratos y, estos, adquieren la experiencia para dar el salto al nuevos mercados... Con lo que en pocos años los salarios se equilibrarían y todo quedaría perfectamente globalizado.

Creo que cuando era más joven no me afectaba tanto lo de los cambios. Todo era algo provisional... Aún lo veo así: trabajas unos años en un sitio, luego te vas a otro -o te ves obligado a irte-. Y así vas completando tu CV... Hasta que ya no puedes más y te jubilas o mueres. No se parece en nada a los puestos que deseaban nuestros padres: con una estabilidad, solidez y beneficios que se iban consolidando e incrementando cada año que pasabas en la misma compañía. Entre los trabajos cualificados parece que sólo el funcionariado sigue apostando por esa fórmula. El resto se ha precarizado sobremanera. Las grandes empresas se dividen, subcontratan... y también presionan a los gobiernos para que relajen las leyes que les hacen tener obligaciones para con sus trabajadores. Los vínculos entre las empresas y empleados se debilitan, favoreciendo la rotación. Muy apropiado para estos tiempos líquidos donde todo fluye muy deprisa, donde tecnologías novedosas pasan a estar obsoletas en un puñado de años. 

Las empresas, como organismos deseantes y cambiantes, se mueven buscando los mayores beneficios, el crecimiento, el lujo, la sensualidad... Los trabajadores sólo somos el medio para conseguir sus fines -una incomodidad necesaria-. Aunque, en ocasiones, se realizan intentos por atraer a los empleados a esas dinámicas del deseo: vestir elegante, oficinas chulas o lujosas, viajes, gente joven...

Estaba acomodado, absurdamente atado a la disciplina de mi antigua compañía. Conocía el producto, la gente... Tenía un cierto vínculo con mis compañeros. Pero no estaba ahí por el deseo. Me estaba convirtiendo en un ente pasivo, temeroso del mundo exterior, de los jefazos... Mi confianza en mí mismo caía... Y tampoco me estaba ayudando a conseguir mis objetivos personales: la filosofía, la familia, escribir, el campo, la fotografía... El trabajo me daba bajón y, además, estaba incurriendo en ciertos comportamientos viciosos -las redes sociales-, que en nada ayudaban a mi bienestar y, mucho menos, al desarrollo de mi eficiencia -en cualquier ámbito que implicara estar a solas con una pantalla-. Tenía que salir de ahí. Ese trabajo me hacía viejo. Todo el rato hablando en inglés con desconocidos a los que no importas lo más mínimo, serio, sin bromear... Aquel cambio de proyecto fue el remate final, el impulso que necesitaba para dar el salto.

La pandemia ha cambiado muchas cosas, una de ellas es lo del teletrabajo, que se ha generalizado en mi ámbito profesional. Ya no soy el bicho raro. Las empresas buscan gente que quiera trabajar en remoto. Para mí, ha sido una suerte la pandemia.

El cambio me hace ilusión, lo deseo... Y no sé si me acabaré adaptando a las nuevas formas de trabajo... Parece todo muy happy flower en esta nueva empresa. Pero también he perdido el miedo a buscar empleo, ya sé que existe demanda. Hace años que debiera haber hecho este ejercicio. Es un torbellino de emociones: buscar ofertas, actualizar el CV, hacer entrevistas, reflexionar sobre lo que te gusta y lo que no, lo que has hecho todos estos años, cómo te ves en el futuro... Sentirse joven, atractivo y capacitado otra vez -o todo lo contrario cuando no aparecen ofertas, la entrevista sale mal...-. Sentir que el destino no está cerrado, que aún dispongo de cierta autonomía frente a la necesidad de un empleo -ingresos-.

domingo, 10 de abril de 2022

Actualizar el curriculum

Hace unas semanas decidí actualizar mi CV y realizar algunas entrevistas. Era algo que siempre me decía debía hacer... Pero no acababa de lanzarme porque estaba a gusto en mi trabajo: llevo en remoto ya casi 10 años, con proyectos variados e interesantes y siempre van saliendo cosas nuevas. Cuando he necesitado reducir la jornada para los cuidados nunca me han puesto pegas -aunque esto último sí que puede suponer que te saquen de la primera línea de ciertos proyectos-. 

En la compañía todo el mundo se ha adaptado al trabajo remoto: todos tenemos cámaras, micrófonos, aplicaciones para conectar, compartir pantalla, salas de reuniones para conferencias... Así resulta mucho más fácil. Cuando yo empecé corrías el riesgo de quedar excluido por el simple hecho de que al resto de compañeros les diera pereza llamarte por video conferencia -estábamos muy acostumbrados a levantarnos de la mesa e ir a importunar a cualquiera-. Unos utilizaban un programa, otros cualquier otro y toda la responsabilidad de que las llamadas fueran bien recaía en el tío que estaba en casa -que no se metieran las niñas en la habitación mientras hablabas, que no hubiera ruidos...-, resultaba un tanto estresante, porque además yo era el primer interesado en que aquel experimento del trabajo remoto saliera bien. Quizá incluso, durante algún tiempo, me cargué en exceso de trabajo. Creo que me subió la tensión debido a aquello. Porque, cuando estás en casa, sólo trabajas -solo-, no paras al café o comentar algún chascarrillo con los compis. Afortunadamente, la pandemia ha enriquecido nuestra experiencia con el teletrabajo, es algo que todos hemos tenido la oportunidad de saborear, o sufrir, y ya sabemos de qué va.

Como consecuencia de esta inmersión en mi puesto de trabajo, mi salario se ha ido quedando muy por debajo de la oferta del mercado y tampoco parece que en mi compañía tenga muchas posibilidades de promocionar. Hay posibilidad de moverse entre diferentes proyectos, pero los salarios no se mueven, a menos que alguna otra compañía te haga una oferta en firme. Así, te puedes encontrar con compañeros que cobran el doble que tú con responsabilidades y tareas muy similares. 

Yo no estoy especialmente preocupado por el dinero, no llevo un estilo de vida especialmente elevado. Pero los agravios comparativos no molan. Más, cuando uno se esfuerza por hacer bien su trabajo y sabe que es bueno en ello. 

Hace unos meses me cambiaron de área. Ahora trabajo en un grupo internacional, con gente de diferentes países, hablando siempre en inglés. Está guay, me di cuenta de que aún podía defenderme en ese idioma, a pesar de llevar tanto tiempo sin practicar la oralidad. Trabajamos con las tecnologías más novedosas, y eso siempre se agradece, porque lo más novedosos siempre es más fácil, rápido y cómodo de utilizar. Los que hemos tenido que sostener o desarrollar alguna tecnología antigua sabemos que hay que poner especial atención hasta en los más mínimos detalles. Muchos aspectos que quedan automatizados y verificados de forma casi mágica con herramientas o productos más avanzados, resultaban fuente de error y quebraderos de cabeza en otra época.

El problema de los grupos internacionales son los desfases horarios, sobre todo si trabajas con gente en el continente americano. Puede que necesites algo de alguien en esa franja horaria y, para conseguirlo, tengas que perseguirlo incluso fuera de tu horario. Reuniones que empiezan tarde y se alargan... 

Al poco tiempo de estar trabajando en este nuevo grupo, el jefe del equipo se fue de la compañía, y el proyecto estaba completamente en pañales: apenas sin definir y casi sin concretar las tecnologías a utilizar. Este fue el punto de inflexión, sentí que estábamos dando palos de ciego y empecé a tener dudas de que aquello fuera a salir adelante. Muchas veces ocurre que se encuentra una solución de terceros económicamente más barata y se abandona el proyecto interno. Cogí el Word de mi viejo CV, lo metí en Google Docs y actualicé también el Linkedin. Ahora, pasadas unas semanas, creo que ya estoy bastante contento con cómo me ha quedado: resumida mi experiencia, señaladas las tecnologías que más me interesan, con una foto reciente...

También realicé algunas entrevistas bastante catastróficas -cogí un gripazo tremendo que me nubló el entendimiento durante casi dos semanas-, además, no tenía muy claro a qué posiciones tirar la caña, el rango salarial... Y, porque, cuando llevas tanto tiempo trabajando, hay que hacer el ejercicio de traer a la memoria todas las cosas que has ido haciendo. Ya voy teniendo todo esto más claro y, como veo que hay bastantes ofertas, he decidido tomármelo con más calma, hasta encontrar algo que, al menos de entrada, me satisfaga y motive.

En algunos posiciones esperan que seas experto en tecnologías muy concretas y... es complicado, porque puede que hayas trabajado con ellas hace años, o que no las hayas utilizado los años que esperan o, simplemente, que ahora estés en otras cosas y no tengas eso en el centro de tus pensamientos. Al final, de lo que uno se da cuenta es de que tiene una cultura tecnológica y del trabajo que le permite adaptarse y profundizar en cualquier proyecto. Que he adquirido el bagaje que facilita integrarse, e incluso, tomar las riendas de nuevos proyectos. Que he ido llenando la mochila de experiencias y conocimientos que ahora me permiten sobrevivir en cualquier jungla. He sufrido una evolución, algo así como cuando nos empeñamos en instruir, formar y someter a pruebas a niños y adolescentes en conocimientos abstractos en los que no están interesados y que, pasados unos años, sólo por su desarrollo personal y social, serán capaces de asumir sin más. 

lunes, 27 de diciembre de 2021

Una huebra

Estábamos en la sobremesa, frente a la lumbre. Y los mayores se pusieron a hablar de las cosas del pasado, de cómo habían cambiado las labores del campo -y del día a día en general-. A mí me gusta escucharlos aunque, a menudo, cuando se enredan en reconstruir el árbol genealógico de tal o cual persona que debería conocer, me pierdo... Entonces asiento y lanzo una sonrisa, para ver si cuela -que ya he caído en quién es- y prosiguen con la historia ¿Qué me importa a mí si los socios del Casino eran los abuelos de tal o cual persona? Los ricos hacen cosas de ricos y los pobres trabajan.

Tengo que andar traduciendo sus referencias: infiriendo datos, en función de la edad de quien habla, tratando de esclarecer cuando se refieren a sus vivencias o a hechos aún más remotos -que les narraran sus padres o abuelos-... Los nombres y apellidos no me interesan, no los ubico, no me sirven como hito. Aunque entiendo que para el narrador sí, son significativos y le sirven para ordenar su historia.

El señor X mató el último lobo -allá por los 60's-. Lo cogió con un cepo en la sierra de la umbría y llegó arrastrándose hasta el Pilarito de Consolación. Además de la recompensa del ayuntamiento, los ganaderos le daban dinero -había salvado sus rebaños-. Las ovejas había que encerrarlas todas las noches en un redil hecho a base de esparto -no había alambradas de metal-. También usaban mastines con collares de pinchos -carlancas-. Los pastores tenían que dormir en los chozos... 

El pueblo era más pequeño y las casas estaban adaptadas a otros usos. Los animales se guardaban en las propias viviendas. Había un tipo que se dedicaba a recoger los cerdos de las familias y llevarlos a comer a la Dehesa. La Dehesa tenía sus propios guardas: para que nadie robara las bellotas o la leña de otros, ya que las encinas eran del pueblo -de particulares-, mientras que los terrenos eran públicos -del ayuntamiento-. Me gustaba esta distinción entre "el pueblo" y "lo público". El ayuntamiento como algo ajeno, como una herramienta de control que se impone desde instituciones más altas, para defender los intereses de los más poderosos -los grandes propietarios- y administrar la escasez -para que exista mano de obra disponible-.

Me contaron que los terrenos de la umbría se sortearon -supongo que pagando algo- entre las gentes del pueblo. Debían descuajarlos, limpiarlos de monte y sembrarlos. Hay muchos olivares ahora en esa zona -aquello ocurrió bastante después de la Guerra-. A cada uno se le daba una huebra, que era la porción de terreno que podía labrar un hombre con una yunta en un día. Las raíces se traían al pueblo para las lumbres -no había bombonas de butano aún-. 

Había ricos que poseían grandes cantidades de tierra y las ofrecían para que otros las explotaran, a cambio de parte de la producción -dos quintos, o lo que fuera-. También había quien vivía de sus animales y sus parcelas. Y quien no tenía nada, excepto su fuerza de trabajo, y tenía que utilizarla... Que había una Dehesa "vendía", que se la dieron a no sé quién como favor de guerra. Que un olivar era mucho más valioso que una casa. Que el pueblo estaba mucho más recogido, que donde yo vivo no había nada -era campo-... 

La próxima vez, debería utilizar una grabadora.


El pasado como esas tierras abandonadas, donde prolifera el monte y también se alzan grandes ruinas, árboles que se hacen fuertes, sendas que conectan el territorio con sus gentes.

jueves, 16 de diciembre de 2021

De aceitunas y suicidas

Estaba muy contento.. Había comprado una vara y una manta nuevas! Este año no iba a dejar ni una aceituna en el suelo!
Era finales de otoño -el puente de diciembre-. No había helado fuerte aún. Por las mañanas calentaba el sol. 
Dando palos con la vara, estirazando de las mantas, con los sacos al hombro hasta la furgoneta... sudaba como un gorrino. El sudor, el aceite, las ramas sacudidas del olivo, el canto de los pájaros... Generaban un ambiente y sonoridad bucólica... Pero el día avanzaba y aquello no tenía vistas de acabarse. Era un trabajo duro. 
Siempre lo digo: -Lo que hace penoso un trabajo son las condiciones en que se realiza. Recoger aceitunas una mañana está bien. Pero si lo tienes que hacer 90 días seguidos, a destajo, sin vacaciones y cobrando poco, se convierte en trabajo esclavo
Hay personas que creen que por haber estudiado en su adolescencia y juventud no debieran desempeñar ese tipo de trabajos. Pero, claro... ahora estudia mucha gente. Y los trabajos penosos siguen existiendo -alguien tiene que llevarlos acabo-. Es curioso que, con tantas personas estudiando, no se haya conseguido un reparto más justo de las tareas. Sólo excusas para que los trabajos duros los desempeñe "el otro": el rumano, la sudamericana, el pobre... 

-Bueno, he sido un estudiante mediocre, no tengo ninguna habilidad especial, ningún talento, nunca hago nada por nadie... Pero soy de aquí, del país. Sé contar los euros, tengo algunos vicios... me merezco mis privilegios arbitrarios.

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Hace unos días, los medios, dieron la noticia de que Verónica Forqué se había suicidado -a sus 66 años-. No tengo ni idea de cómo era su vida, así que no puedo saber qué la pudo llevar a cometer un acto así. Era una actriz famosa, seguía saliendo en la TV, seguro que tenía una situación económica holgada. Seguro que no se veía obligada a realizar trabajos penosos. 
Se hicieron algunos análisis -en clave anticapitalista- que apuntaban a nuestros estilos de vida como causas del suicidio -del suicidio en general, no el concreto de Verónica-. Estilos de vida que generan malestar: aislamiento, soledad, estrés... incluso culpa -por no estar invirtiendo correctamente nuestro tiempo o dinero-. Un malestar que lleva a la inseguridad, la desconfianza y el odio hacia el otro. 

Yo también lo percibo así. Cuando era joven no me preocupaba mucho el dinero: mis padres me proveían de techo, comida y ocupación -estudios-. Luego empecé a dar tumbos por los trabajos, intentando abrirme hueco: ganar más dinero, conseguir mejores condiciones... Después vinieron las niñas... y las preocupaciones comenzaron a girar en torno a ellas: mantener el hogar, el coche, el seguro, los ahorros, el colegio... 
En todas las etapas me topaba con la perseverante ansiedad: sacar mejores notas, estudiar más, un máster, una certificación, idiomas, conseguir mejor salario, un seguro más barato, un coche mejor, una casa más grande, piscina, comprar acciones, echar la lotería... Una espiral en la que nunca se llega a la meta, en la que nunca nos es dado disfrutar de lo conseguido. Hay que trabajar más, formarse, invertir, diversificar... porque existen un montón de amenazas que pueden arrebatártelo todo: la inflación, los impuestos, las crisis, el paro... 
-Ya cuando me jubile lo haré todo: los viajes, los libros, los amigos, pintar... Pero nada de eso nos llega. Porque todo ese marco ideológico del trabajo, el esfuerzo, el consumo y el progreso hacia capas económicas cada vez más altas, nos ha calado tan hondo que hemos perdido la consciencia de que sea solo una posibilidad entre muchas otras. 

Los del trabajo penoso sufren. Pero también sufren los que participan del éxito y el dinero, los que estirazan y aprietan el nudo de la soga que nos asfixia.

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Llevé las aceitunas al molino de la cooperativa. La maquinaria que separaba las hojas y pesaba la aceituna limpia, hacía un ruido terrible. Pero resultaba muy reconfortante: ver llegar la gente con su carga, poniendo su trabajo de pequeños grupos autónomos en común; te sentías parte de algo, de un pueblo, una historia...


[...] aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Fragmento del poema "Aceituneros" de Miguel Hernández

lunes, 11 de octubre de 2021

Educación: amabilidad, dolor, rabia, pedagogía "cuqui" y la desmitificación de una profesión

A la mayor de mis hijas ya hace tiempo que le mandan deberes en el cole. A mí me saca de quicio tener que ayudarla o supervisarla. No soy paciente con ella. Supongo que tampoco he desarrollado las habilidades necesarias para hacerla entender los conceptos que tengo interiorizados y ella tiene que poner en práctica.
Todos tenemos muchas cosas que hacer, y nos gustaría resolver las obligaciones en el menor tiempo posible -para dedicarnos a lo que realmente nos gusta-. Eso es de lo poco que he aprendido tras atravesar el sistema educativo: la sociedad te impone tareas desagradables y, si no las resuelves de forma eficiente y legal, te va a castigar con precariedad, trabajos mal pagados o privación de la libertad -en el peor de los casos-.

Con hijas en esas edades, empiezas a escuchar historias chungas: de niñas y niños que no quieren ir al cole -que les duele la barriga o que desarrollan tics nerviosos-, de profes demasiado estrictos -que no empatizan-, de otros demasiado dejados -que pasan-, de acosos de niños contra niñas -o contra profes-, de madres indignadas, de familias desbordadas, irritadas...   

La educación obligatoria es un trance que todos debemos atravesar. Y el trabajo de profe se parece más al de un policía o un funcionario de hacienda que al del trabajador de una fábrica en cadena. Administrando disciplina para conseguir impartir una clase en aulas demasiado numerosas, fiscalizando deberes, asignando notas numéricas, corrigiendo errores, motivando, castigando... Al final, hay que conseguir que todos alcancen ciertos niveles marcados en el BOE, e ir dejando atrás a los que no lo consiguen -para el mercado de la precariedad laboral-. Todo bajo los más objetivos controles de calidad.

No es de extrañar que acaben quemados, de baja, o se jubilen en cuanto ven la mínima oportunidad. Porque además es una profesión que se ha romantizado sobremanera. Es muy común escuchar frases como: -Es un trabajo vocacional. -Está lleno de satisfacciones. -Los niños son seres de luz que tienen mucho que enseñarnos. Pero más bien pareciera que la única afirmación cierta es: -Tienen muchas vacaciones, tiempo libre, estabilidad, un salario digno y las mismas ventajas laborales de cualquier funcionario... Aunque esto último empieza a ser cada vez menos cierto -es una profesión que también se está precarizando: con la privatización de la educación y el sistema de rotación de interinos-.


La verdad que resulta muy loco. Y muchas veces me pregunto por qué hacemos del proceso de aprendizaje e inserción en la sociedad algo tan doloroso, estricto, castrante... ¿Es realmente necesario? Los niños tienen una gran curiosidad, están deseosos de aprender y abrir su abanico de relaciones sociales... pero les atosigamos con contenidos abstractos: matemáticas, clasificaciones en categorías, análisis del lenguaje, repeticiones, disciplina... En plazos cortos, a toda prisa, en aulas demasiado numerosas...
Seguramente con 5 profes por cada alumno no conseguirías satisfacer todas su ansias de conocimiento... Pero las ratios están invertidas y el trabajo de profe se convierte en el del capataz de una gran cadena de producción.

Así que, cuando leí este testimonio de una profesora de instituto, me pareció absolutamente lúcido y esclarecedor -dejo aquí un fragmento, pero el artículo completo es absolutamente recomendable-.

"[...] lo mejor que puedo hacer es algo más bien simple: tratarlos bien. Desafortunadamente, no hay muchas personas que cumplan con un requisito tan merecido por todo el mundo, como es el de ser bien tratade, de acoger con delicadeza la enorme vulnerabilidad de niñes y jóvenes que, desde los tres años de edad y por un largo y exigentísimo periodo de tiempo, son reclutades por el sistema para exprimir y canalizar todas sus cualidades, energías, proyectos, ilusiones y auto-imagen, a trabajar, casi hasta el final de sus días para enriquecer a otras personas (o lo que sea, pues albergo bastantes dudas acerca de la existencia de un beneficiario final de toda esta chifladura)." - Belén Castellanos Rodríguez. Profesora: trabajadora fordista

Imagen de la película The Wall (1982). En el fragmento en que aborda la educación escolar, con la canción de Another brick in the wall

Es muy famosa la canción de Pink Floyd de Another brick in the wall, con una iconografía y una letra realmente impactantes. Podemos pensar que la educación ha mejorado mucho desde aquel entonces: ya nadie toleraría el uso del maltrato físico... Pero no somos tan ingenuos como para ignorar que existen otras formas de coerción y castigo -seguramente todos las utilizamos alguna vez-. Porque es muy común escuchar expresiones como: -A estos jóvenes les falta una buena mili, que les enseñen disciplina y trabajo duro. Que en el fondo enmascara el deseo que el sistema educativo dejó marcado en nosotros: -Queremos que sufráis como sufrimos nosotros -para que perpetuéis este engranaje y nos paguéis las pensiones-.

En la teoría educativa se han hecho comunes las tendencias de: atención a la diversidad, técnicas de motivación, hacer los contenidos atractivos, observar las múltiples inteligencias, trabajar las habilidades sociales y emocionales, aprender haciendo... Y, sí, va calando... Pero se está intentando sumar eso a los objetivos de la educación tradicional -por contenidos-, y la cumplimentación de burocracia, sin aumentar los recursos en  personal. Así que, no parece que en el ámbito educativo de los primeros años -a corto plazo- vaya a ser posible implementar esa educación "cuqui". Porque, si algo nos ha enseñado la pandemia, es que no es tan sencillo sustituir maestros por tecnología -lo único en lo que parecen ser eficientes nuestras sociedades-.

Así que, ante este malestar que genera nuestra sociedad en docentes y niñxs -dolor- y su consiguiente reacción subversiva -rabia-. Padres y madres depositamos enormes esperanzas y responsabilidades en maestros y maestras. Sí, es muy importante que niñas y niños hablen muchos idiomas, que sepan hacer integrales, redactar documentos oficiales, navegar por internet... Pero el precio no puede ser una completa deshumanización y enajenación -con la consecuente incapacidad para pensar y construir otros mundos posibles: más ambles, que merezcan la pena ser vividos-.

 

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Así que, si los maestros y maestras no son más que funcionarios, capataces de cadenas de producción, policías... al servicio de los Estados y el capital -sobre los que ahora se extiende una fina capa de pedagogía cuqui- ¿De dónde sale la imagen romántica del maestro como esa superheroína libertaria capaz de educar a niñas y niños para construir un mundo mejor?

En el contexto Español hay que retrotraerse a tiempos previos a la dictadura franquista. Cuando la frase "Pasar más hambre que un maestro de escuela" tenía sentido. O, a la propia dictadura, cuando se consolida el mito de maestros y maestras opuestos al régimen -los que se la jugaban para que sus alumnas y alumnos gozaran de una educación distinta a la que ellos tuvieron que sufrir, en un intento infructuoso de subvertir el sistema-. 

A todos se nos cae la lagrimilla recordando el discurso de Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas: "Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, nadie les podrá arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro."

Nos emocionamos con Patxi Andion cantando la canción de El Maestro 

"Con el alma en una nube
y el cuerpo como un lamento
viene el problema del pueblo,
viene el maestro.
El cura cree que es ateo
y el alcalde comunista
y el cabo jefe de puesto
piensa que es un anarquista.
Le deben 36 meses
del cacareado aumento...
"

O también con los más modernos Zoo y su canción a La Mestra

"Contrabandista de verbs clandestins escampant el verí
Pobles vius i senders infinits.
Quin gust sentir-la parlar.
Si del carrer i el corral és l'ama
I ara hi ha un poble que brama
"

Pero ya no hay dictadura, ni un proletariado al que se le niegue el acceso a la educación. Los maestros están lejos de pasar hambre. Y ese discurso del docente subversivo ha quedado trasnochado. Más bien, podemos observar que se ha convertido en un colectivo bastante reaccionario que, en el mejor de los casos, se esfuerza por hacer funcionar el sistema que les sustenta: que sea justo, que no excluya, que sus alumnxs lleguen tan alto como puedan en la pirámide social... No parece que esa sea la libertad de la que hablaba Fernando Fernán Gómez. Ni que pueda aportar ningún bien sostener el mito de la docencia, cuando está absolutamente desacoplado de la realidad actual y sólo puede aportar dolor y frustración. Todos los trabajos son susceptibles de quemarnos y agotarnos. No caigamos en la trampa que nos tienden los mercados: la trampa de lo vocacional y la autorealización. Porque nos echa sobre la espalda la carga de convertirnos en empresarios de nuestro propio destino y justificar con inconsciente sonrisa lo que genera malestar -todo por disponer de un apartamento en la playa-.


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