El ayuntamiento introdujo algunas novedades en la organización del día de la mujer. Habían elegido a una chica de éxito para homenajear en la celebración de ese día: una arquitecta que, trabajando duro, con esfuerzo y sacrificio, está consiguiendo levantar una carrera profesional desde el pueblo.
Carmen -la homenajeada- preparó un discurso bien interesante: desde la experiencia personal, relatando las dificultades específicas y prejuicios que debe soportar una mujer para desempeñarse laboralmente en un ambiente copado por hombres. Fue un relato sobrio, sincero, fresco, realista... un relato de superación personal.
En mi ámbito profesional hay pocas mujeres. Aunque pareciera que los hombres cada vez nos implicamos más en la crianza y las tareas del hogar, si me preguntaran sobre mis compis -o yo mismo-, diría que el grueso de esas tareas sigue bajo el mando y liderazgo de las mujeres. Y, oye, hay personas muy sacrificadas y vitales que pueden con todo eso y más. Pero la cosa es que tampoco hace falta sufrir -o ser SuperWoman-. Vivimos en una sociedad hedonista e individualista, una sociedad en la que el ocio por el ocio es también una actividad de consumo y, por tanto, productiva... Vivimos en un futuro donde las máquinas y la IA trabajan por nosotros... ¡Alexa! Lleva a las niñas al cole!
Dejando a un lado la ironía: ni la IA es tan inteligente, ni los avances tecnológicos han conseguido liberarnos de trabajar para otros. El trabajo remunerado nos sigue exigiendo sacrificar el trabajo en nosotros mismos y los cuidados de los que nos rodean. Hay algo perverso e insatisfactorio en esa lógica:
Hace unos días escuchaba un podcast de unas mujeres entradas en los 40s que hablaban de lo difícil que resulta tener hijos a partir de esa edad. Una edad en la que ya disponemos de cierta estabilidad y se nos ocurre que, quizá, podríamos dedicar parte de nuestro tiempo a nosotros mismos, más allá del binomio ocio-profesión. En la meseta de nuestra vida, comenzamos a cuestionarnos el valor de la carrera profesional y lo denigrante que pudiera parecernos realizar las tareas del hogar: sí, preparar puré, cambiar pañales, jugar... es un trabajo pesado, si son los niños de otros pero, quizá, pueda ser una tarea satisfactoria si se trata de tu familia. Fregar los platos, hacer pequeñas reparaciones en la casa, cocinar... también nos puede hacer sentir orgullosos. Quizá, en esta edad donde vemos envejecer a nuestros padres y aparecer nuevas generaciones, tomamos consciencia de que la carrera profesional no tiene fin, pero la vida sí. Y eso no quiere decir que haya que lanzarse a procrear, pero quizá sí que nos lleva a fantasear con trascender más allá del trabajo por cuenta ajena -o autónomo-.
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Como broche final habló el alcalde del pueblo -se trataba de un acto organizado por el Ayuntamiento-. Desde las instituciones es común hacer referencia al progresismo y la democracia, como bienes en sí mismos, generadores de riqueza, libertad, igualdad... En este caso, Progresismo y Democracia, habían conseguido que no sean solo los hombres quienes tengan éxito profesional -ahora, las mujeres también pueden llegar a lo más alto-. Por fin los hogares han quedado vacíos y todxs podemos entregarnos a la productividad y el ocio.
Sí, desde el punto de vista de nuestras instituciones, y también desde el del tejido económico y empresarial, la homenajeada era un innegable caso de éxito.
Pero vivimos en un pueblo y sabemos que, al lado de la arquitecta, hay otras dos hermanas con titulación universitaria, unos abnegados padres y una familia extensa que ha dado soporte para configurarlas como punta de la lanza. Seguro que su familia está muy orgullosa de ellas: han conseguido grandes cosas.
Ese estar orgullosas las madres y abuelas se repitió varias veces -yo tenía a mi padre al lado y no dejaba de decir que el padre también estaría orgulloso-. Y para estar orgulloso de algo, hay que participar de ese algo. Pero las instituciones, el tejido económico y empresarial, Libertad y Democracia no serían jamás capaces de reconocer a una entidad rancia, comunal y obsoleta como la familia ningún éxito. Todo éxito debe ser personal e individual. Aún a sabiendas de que la familia es, a día de hoy, el principal mecanismo de reproducción de la mano obra... De ahí esa ambigua relación entre instituciones y familia: por un lado se exalta el éxito personal -para desactivar cualquier capacidad política- pero, a la vez, se siguen sosteniendo y apoyando los servicios -sanidad, educación...- y privilegios de la la familia -herencia, protección legal...- para mantenerla viva como unidad biológica de reproducción y pieza básica de la estratificación social.
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La familia ha quedado excluida del relato y el imaginario de las clases medias y bajas como actor social. En los 80s, 90s abundaban las series y películas de familias más o menos extensas que tenían un papel en su comunidad: Farmacia de guardia, El príncipe de Bel-Air, Médico de familia, Los Simpson... Pero pareciera que, finalmente, haya triunfado el relato de series como Friends: donde un conjunto de profesionales aparecen en el escenario de una gran ciudad y sólo dependen de su trabajo para seguir adelante. Como si el Estado y las empresas privadas proveyeran de todo a quien tiene ambición y ganas de trabajar... Extraño relato para un mundo plagado de desigualdades. Donde sabemos que hay que nacer en unas circunstancias muy concretas solo para tener la oportunidad de acercarse a la puerta del ascensor social. Cuando, además, el tiempo de vida durante el cual podemos desenvolvernos sin cuidados es relativamente breve.
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María, la hermana mayor de Carmen, se plantó en medio del escenario y, ante un auditorio prácticamente lleno, interpretó la emotiva canción "Mujer de las mil batallas". Y considero que hay que ser muy valiente para hacer algo así. Sobre todo alguien que no es una profesional de la canción. Valiente, hábil y exigente: porque lo hizo tremendamente bien.
Sí, también son importantes las cualidades individuales y el empeño personal para el éxito -no pretendo desmerecer a nadie-.
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