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lunes, 5 de mayo de 2025

Control, poder soberano y resistencia

Las formas de ejercer poder sufren oscilaciones y se adaptan a las diferentes épocas y escalas. Hay formas de control que se consideran superadas pero, en mi pueblo, por ejemplo, el poder político sigue utilizando las formas disciplinarias, la censura y el control del pensamiento. Es fácil de observar en las redes sociales: existe cierta libertad y, algunas personas, expresan su opinión públicamente en contra del poder soberano. Pero esas personas pasan a ser identificadas con la oposición y la derecha. Pueden hacer vida en el pueblo, pero quedan excluidas de los favores que se reparten desde lo público: contratos de obras, trabajos temporales, favores urbanísticos... Sirven de casos ejemplarizantes y fijan el modelo de lo que no se debe hacer. 

Ya lo he comentado en otros posts: existe una curiosa inversión de roles entre los que se hacen llamar de izquierdas y de derechas -las izquierdas buscan conservarse en el poder y las derechas se han vuelto revolucionarias-. Aunque cada vez la distinción es menor entre entre unas y otras, incluso en la vestimenta, los gustos o la supuesta ideología. En ambos casos son conservadores en lo moral y liberales en lo económico. Me preguntaba si también fue así con anteriores gobiernos? Y entiendo que sí, porque en Extremadura se pasó del franquismo al gobierno del PSOE, sin anestesia. Así que las disciplinas de partido, el control de la opinión, el liderazgo... son cosas que se heredaron desde el régimen, pero ahora ejercidas por el otro bando: los liberales progresistas.

El partido extiende sus garras por todas las instituciones públicas y trata de mantenerlas bajo control: la sanidad, el colegio, las asociaciones, la mancomunidad... Estableciendo una suerte de mafia donde ir colocando personas afines... Da todo bastante asco, la verdad.

Hace poco tuve un pequeño desencuentro con este sistema de control popular. Porque soy parte de la AMPA y, como asociación, compartimos una petición anónima para que hicieran unas mejoras en un parque infantil. A las pocas horas ya tenía unos mensajes de Whatssap de alguien del Ayuntamiento diciéndome que si habíamos presentado alguna petición en el mismo Ayuntamiento. Yo tampoco soy muy avispado, pero me di cuenta que dentro de la asociación ya había gente a la que le habían llamado la atención desde el mismo sitio -y yo no voy a comprometer a ningún compañero-. Al poco tiempo, desde la dirección del cole -también afín al partido- nos hicieron una jugarreta, silenciando y ocultando una actividad que habíamos financiado como asociación. No me sentó mal -yo no soy la AMPA, solo soy una parte-, pero me dio coraje. Porque toda esta gente del PSOE se las da de progres, juveniles y demócratas pero, cualquier iniciativa que parte de la gente, les molesta. Porque llevamos más de 40 años de "democracia" y están acostumbrados a tener ellos el poder toda la vida y hacer lo que les da la gana sin dialogar ni negociar con nadie, únicamente asumiendo como verdad un extraño ideario e intereses personales, que distan muchos de estar alineados con el bien común.

De aquellos lodos, estos barros -solemos decir-. También que no hubo una tal transición: Nos acostamos en dictadura y nos levantamos demócratas. Pero nuestra democracia representativa es muy limitada. Se limita a elegir quién quieres que te mande, pero ni por asomo se plantea que la población participe del gobierno. Y, si hay algún avance en libertades, es porque el control de masas lo demanda: porque resulta más rentable mantener entretenido y despistado al personal que invertir en mecanismos de control -que además generan malestar-.
Como decía Foucault: donde hay poder hay resistencia. Y la resistencia es una tarea infinita que busca construir, que busca el cambio, frente al poder -que solo desea perpetuarse y crecer-.

domingo, 5 de enero de 2025

El trabajador en potencia y el perfect flow

Llevo más de 2 años trabajando en una empresa de consultoría informática. Estos días también me encontraba leyendo sobre las diferentes corrientes políticas españolas en la modernidad. Y, llegando al socialismo, se me antojó imposible la materialización de las ideas marxistas que se exponían acerca de la emancipación de los trabajadores, la toma de los medios de producción o la dictadura del proletariado. Sería una absoluta marcianada plantear un discurso así en mi ambiente laboral: un ambiente dirigido por el deseo, lo aspiracional, la apariencia, el marketing y donde la producción es algo absolutamente irrelevante -un residuo de lo verdaderamente importante, que es la facturación a cliente-.

La consultoría es un ambiente muy individualista donde, además, no es nada fácil identificar el producto del trabajo -¿Cómo vas a desear apropiarte de algo que no ves o te es totalmente ajeno? Sí, ves el dinero en tu cuenta y podrías querer facturar tú, como individuo, directamente a la segunda empresa, o la tercera... El producto aparece difuminado detrás de la maraña especulativa del tráfico de mano de obra.
En la consultora para la que trabajo se venden equipos -para que los trabajadores sintamos algún tipo de vínculo entre nosotros-. Pero, en el día a día, somos un grupo de trabajadores externos en otra empresa, con condiciones diferentes y sometidos a sus reglas. El trabajo desempeñado se mide en horas facturadas. No importa el rendimiento. 

Quizá sería más preciso llamarlas empresas de trabajo temporal (ETTs) o empresas de recursos humanos pero, en el campo de juego del deseo y el mercado, consultoría suena mucho más atractivo. La especialización es poca: los proyectos son a corto plazo, un año se trabaja para una empresa y al siguiente puede que para otra. Así que nadie es experto en nada, aunque sí se llega a adquirir cierta habilidad y conocimiento en el manejo de herramientas genéricas y formas de trabajar estándar.
Al no existir una vinculación o un conocimiento profundo del producto... el trabajador es una especie de continuo estudiante que picotea de aquí y de allá, sin focalizarse ni responsabilizarse de nada. Lo importante es tener un buen portfolio de herramientas que conoce, con las que podría ser un candidato a trabajador -siempre como trabajador en potencia, nunca en acto-.

El consultor es un Chat GPT, un Gemini, una IA: tiene respuestas para todo. El buen consultor siempre parece saber de todo, es el cuñadismo hecho profesión.
El consultor es un trabajador infantilizado, que solo aspira a insertarse en el mercado como objeto de deseo, como anuncio comercial de infinitas posibilidades. El trabajo mismo le resulta algo misterioso, incompresible, etéreo, temporal... Lo toma como una posibilidad de promocionarse y adularse a sí mismo. La mayoría de mis compañeros parecen más preocupados por hablar de lo que hacen y decirlo ante las personas indicadas que por entregar algo de calidad. Así que se necesitan un montón de herramientas de control: dailies, metodologías ágiles, product owners, scrum masters, project managers, revisiones de código, tests automáticos... Trabajo burocratizado y enajenado.   

Vivimos en sociedades líquidas. Y el consultor es el resultado de los nuevos mecanismos de deseo, acumulación de capital, adaptación continua... Es quizá el trabajador que mejor encaja en los tiempos actuales, el único superviviente a la siguiente crisis que siempre amenaza con venirse encima, el que está al día en las últimas tendencias del mercado... El poseedor del Perfect flow.


domingo, 14 de junio de 2020

La escuela: de la educación libre al trauma social

Una de las cosas más difíciles de llevar durante el confinamiento ha sido la supresión de las clases presenciales en los colegios. De golpe y porrazo, las niñas se quedaron todo el día metidas en casa y nos vimos obligados a hacer de maestros, para conseguir que completasen las tareas que les llegaban -y les siguen llegando- del cole.
Yo ya trabajaba desde casa, pero el tiempo de trabajo lo dedico al trabajo. Así que, para atender a las niñas, hay que alargar las jornadas, tirar de abuelos, enchufarlas a las pantallas...

De la etapa de colegio cada uno cuenta su experiencia. Muchas veces, de corte más bien traumático: bullying, profesores y profesoras que se les iba la mano con facilidad, castigos, riñas...
Claro que, también hay quien forjó su grupo de amigos a base de compartir estas experiencias escolares. O para quienes podía suponer un espacio de libertad -cuando sufrían situaciones de violencia en su entorno familiar-.

Yo, la verdad, recuerdo esa etapa bastante gris. Y recuerdo muy poquito -supongo que he preferido olvidarla, enterrarla en el subconsciente-.
Ahora, al afrontar los deberes con la mayor de mis hijas... Es como si reviviera aquello: las cuentas, la caligrafía, dictados, ortografía... Sus cuadernos tienen más colores y dibujos que los míos, pero sigue siendo lo mismo.
Más que despertar el interés por el conocimiento, pareciera una forma de mantener ocupados a los chavales en tareas que consideramos buenas -o que el propio sistema educativo estima útiles para seguir avanzando dentro del mismo-. Quizá, habría que preguntarse ¿Son buenas? Y, si lo son ¿Exactamente para quién o qué son buenas?

Yo no tengo consciencia de haber aprendido nada en el colegio. Recuerdo que por aquel entonces me gustaban mucho los animales: recuerdo que me encantaba leer libros de esos que venían con mogollón de ilustraciones y se hablaba del animal más alto -la jirafa-, el más grande -la ballena azul-... Pero era algo que hacía al margen del colegio. Supongo que los libros de ciencias naturales del cole eran un tostón -seguro que lo eran, porque he visto los de mi hija y son un tostón, no responden a una posible inquietud, sino a un conocimiento enciclopédico cercenado, adaptado-. También me gustaban los comics, cierto tipo de experimentos, manualidades...

Cuando nos ponemos a hacer los deberes, la mayoría de las veces, resulta un suplicio para nuestra hija y, para nosotros, supone un ejercicio continuo de autocontrol -es muy fácil perder la paciencia-.
Lo peor de todo es ser consciente de estar repitiendo la historia, haciendo todo aquello que habíamos odiado toda la puta vida: castrar al niño, entrenarlo para que trabaje, para que aprenda a aprobar los exámenes, para que tenga posibilidades de encajar en una buena posición de la pirámide social -o en las diferentes categorías del funcionariado-.

Con esta situación, uno se se pregunta si el cole no presencial tiene algún sentido. O, si, por el contrario, no sería mejor dejarlo desaparecer y destinar todos esos recursos a otros servicios y actividades más útiles. Por ejemplo: alargar las bajas de paternidad y maternidad para que las familias se hagan responsables verdaderamente de la educación de sus hijos.
Porque, justo los aspectos que valoramos más de los colegios, son: que los niños se relacionen con otros niños y adultos, mientras a los padres y madres se nos libera, durante ese lapso de tiempo, de sus cuidados -para poder atender nuestras obligaciones laborales-.

Los muy ricos -o aspirantes a serlo- ya saben que una de las cosas más importantes es que sus hijos se relacionen con otros ricos. Es por eso que los envían a coles privados -o el cole público de su barrio pijo- donde, además, aprenden el tipo de habilidades y creencias que les serán útiles para desenvolverse en esas capas sociales: idiomas -fundamentalmente- y soberbia -seguridad en ellos mismos-... Nada que tenga que ver con el esfuerzo, sino con normalizar el privilegio.

La educación pública es una suerte de alfabetización de los trabajadores. Un lugar para la disciplina. Aprender los rudimentos del deber en la sociedad y... Sálvese el que pueda.
Afortunadamente, esto parece estar cambiando -al menos en el discurso docente- que adopta muchas de las ideas de la educación libre -libertaria-: se hace mayor hincapié en las emociones, los diferentes tipos de inteligencia, la atención a la diversidad, la integración, tolerancia, el aprender haciendo, por proyectos, lo colaborativo, la autonomía ... Y se va restando importancia a los contenidos curriculares.
Es un proceso que, si bien en lo teórico está muy avanzado, en su aplicación práctica sigue en pañales.
La escuela, como institución planificada desde los Estados, de forma vertical, monolítica, sigue lastrando toda su tradición disciplinaria, clasificatoria y uniformadora.
Un profe debe conseguir -utilizando el premio y el castigo- que un grupo numeroso de alumnos -de la misma edad- alcancen los objetivos marcados por ley. En la medida en que consiga esos objetivos, será un buen o mal docente.

En los cursos inferiores podemos observar más fácilmente la realización efectiva del tipo de educación libre -predicada en la teoría-. Y, a medida que la educación se convierte en obligatoria, empieza a adquirir ese carácter fascista -disciplinario y uniformador-.

Quizá nos iría mejor con colegios que fuesen centros lúdicos: con animadores socioculturales -en lugar de maestros y profesores encargados de hacer  estudiar a los alumnos-. Crear espacios tutorizados en un ambiente lúdico y estimulante. Seguramente aprenderían más y, quizá, en el futuro conseguirían interesarse realmente por la cultura o el conocimiento, y no los verían como una carga, como el obstáculo a superar para conseguir un buen sueldo.

En las últimas décadas, ha proliferado el discurso del profe chachiguay que motiva a sus alumnos y sus múltiples inteligencias, consiguiendo que alcancen sus objetivos de forma divertida, casi sin que se den cuenta. Y está bien, es mejor que hacerlo a base de gritos y golpes.
También se suele aludir a la educación como la gran esperanza de futuro de la humanidad, con la potencialidad para crear ciudadanos libres y creativos, capaces de proyectar un mundo mejor.
Curiosamente, con los diferentes tipos de policía también se ha dado un giro similar en el discurso: -Están para ayudarnos, defendernos de los malos, son amables y cercanos, garantizan la paz social... Aunque, claro, luego, en los momentos críticos, nos apalean en las manifestaciones y los desahucios -o nos oprimen hasta dejarnos sin aliento-. Así que, en la práctica, acaban siendo lo que siempre han sido: cuerpos al servicio de los que ostentan el poder y de los propietarios, con la misión de mantener a raya a las masas o los excluidos.
Con los profes pasa un poco lo mismo: llegado el momento, el sistema les exige mantener los alumnos dentro de unos límites: asignarles un número -nota- que limite sus posibilidades.

Hay una violencia inherente al sistema que se reproduce verticalmente. Y parece que, cada uno en su escala, encontramos cierta satisfacción ejerciéndola.

Que la educación pública, universal y gratuita es un gran logro de nuestras sociedades, es algo indudable, ya que concede a las clases más desfavorecidas alguna posibilidad de escalar en la pirámide social.
Creo que, sobre todo en los primeros años de democracia, se tenían grandes esperanzas en la educación pública como transformadora de la sociedad: para convertirla en algo más libre, menos represivo, abandonar el blanco y negro para sumergirla en un universo de música y color. Abandonar definitivamente el lema "la letra, con sangre entra".
Pero ahora, vemos cómo la educación superior se va transformando, cada vez más, en una mercancía, sometida a las necesidades fluctuantes de los mercados. Mientras la educación obligatoria se debate entre: preparar a los alumnos para ese mercado de la mano de obra formada, o bien, adscribir a los alumnos en la cultura del trabajo y el esfuerzo y entrenarlos para adquirir el tipo de conocimientos y habilidades que se exigen en los exámenes de oposición. Al tiempo, la desigualdad económica produce guetos, o bien traslada a los colegios el problema una atención a la diversidad que los desborda absolutamente.

En ese debate, entre entregarse a la mercancía o administrar la disciplina de Estado -para conseguir personas que se inserten de forma natural en el sistema, también como excluidos y deshechos-, se ha perdido por completo el objetivo de formar ciudadanos libres, o construir una sociedad mejor. De alguna manera, la educación ha perdido todo potencial transformador y ha reforzado su misión disciplinaria y de control.

Durante las primeras semanas de confinamiento, numerosos profesores alzaban la voz contra la excesiva burocracia que se les exigía. El sistema educativo no podía parar y se les administraba la misma medicina que ellos después administrarían a los alumnos.
Las familias se quejaban también de la excesiva carga de trabajo procedente de los colegios, mientras debían atender, simultáneamente, sus propios deberes.
No sé si Deleuze y Guattary identificarían eso como una respuesta esquizofrénica. Lo cierto es que, en esos días, parecía haber una pugna por determinar qué trabajos resultaban imprescindibles -y debían seguir siendo retribuidos- y cuales eran meramente accesorios, prescindibles -y se les podía suspender el salario-. La educación es un derecho universal, obligatorio, así que había que mantenerse ocupados: profesores, alumnos, padres... Todo el mundo ocupado sin producir nada... sólo traumas.

Terremoto (Earthquake), 2003. Tetsuya Ishida. Imagen extraída de Christie's


Mientras, sobre la atmósfera comenzaba a condensarse la idea de una nueva educación más eficiente, a distancia, mediatizada por la tecnología... Una escuela más alejada de su estructura física disciplinaria para acercarse a otras más acordes a las estructuras de control actuales -tal como las describiera Focault-.
Una escuela sin alumnos ni profesores -el factor humano que tanto molesta en los procesos de automatización actuales-. Como esta medicina preventiva, sin enfermos ni médicos, que hemos aplicado para resolver la crisis del Coronavirus. Todo avalado por la evidencia científica y el control tecnológico y estadístico.

-¡Oye tío! Estamos montando una plataforma para dar clases 100% online.
-¡Qué guay tron!
-Sí! Es para niños de primaria. Va a ser la polla!: con vídeos, juegos interactivos, pruebas evaluativas... Los chavales sólo necesitan un ordenador de escritorio y una WebCam de esas tan chulas que ha sacado Pears. Con la cámara controlamos sus movimientos y lo que escribe en el cuaderno. Además, la plataforma está conectada mediante una aplicación móvil con los padres -para avisarles en caso de que necesiten intervenir-. Y, al final de la sesión, se envía un reporte a las familias con lo que han hecho sus hijos ese día.
-Mola! Pero los chavales necesitan el contacto con sus compis. Ya sabes: hacer amigos, jugar...
-Sí! Eso también lo tenemos pensado. Hay muchas actividades y juegos colaborativos. Los chavales pueden interactuar entre ellos. Rollo WOW o Second Life. Segmentamos los alumnos por grupos de afinidad y nivel. En las pruebas que hemos realizado, los más aventajados, son capaces de completar 3 cursos en un año!!
-¡Qué pasote! Y ¿Los más rezagados?
-Bueno, como ahora, se van quedando atrás, salen del sistema... Carne de ETT.
-Vaya...
-Pero eso es lo de menos. Con nuestro sistema, un profesor puede gestionar, desde casa y sin mucho esfuerzo, unos 300 alumnos de primaria. ¡Imagínate a dónde podemos llegar con alumnos de mayor edad! Supondrá un ahorro enorme para los estados. Todo ese dineral invertido en personal docente, edificios, burocracia administrativa, desplazamientos... Se podrá destinar a mejorar la sanidad, programas de investigación, pensiones dignas...
-¿Estáis buscando desarrolladores?
-¡Claro tío! Y también creadores de contenido...