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jueves, 13 de agosto de 2020

Flamenco en tiempos de coronavirus

En el pueblo cantaba una artista local, Celia Romero, y decidí asistir al espectáculo. Interpreta un cante flamenco muy ortodoxo. Y yo no soy ningún entendido en flamenco -ni se trata de un estilo que me guste especialmente-. De hecho, lo que más me gusta de estos artistas es cuando hacen cualquier otra cosa que no sea flamenco: Camarón -La senda del tiempo-, Enrique Morente + Lagartija Nick, Niño de Elche, Tomasito... Me gusta cuando hacen música para el público -no sólo para otros músicos o expertos-. Cuando utilizan su conocimiento y su habilidad para realizar obras que pueden ser comprendidas y disfrutadas por cualquiera. Cuando llevan a la luz, de forma sublime, toda esa alquimia que han estado trabajando tan finamente en la oscuridad de sus laboratorios -tablaos-.


Celia Romero empezó a cantar... Y todo parecía muy encorsetado, dentro de la norma y los cánones. Como nosotros: allí sentados, en las gradas de cemento de la plaza de toros -a tomar por culo del escenario-. Cantaba Celia Romero pero podría ser María José Llergo, porque yo no distinguía nada desde allí. Distanciados, con mascarillas, embadurnados en gel hidroalcohólico... 

Unas personas con chaleco de la organización rondaban para que se cumplieran estrictamente las medidas de seguridad. La situación era realmente incómoda. Un tipo mayor increpó a uno de los vigilantes que no dejaba de amonestarlo: -Que me dejes en paz! Que voy a orinar! Pesao! Que soy viejo! Que soy extremeño! Que NO voy a fumar...

Foto del concierto. Tomada de la página de facebook del ayuntamiento de Herrera del Duque https://www.facebook.com/AyuntamientoHerreradelDuque/posts/3159689750786590
Foto del concierto. Tomada de la página de facebook del ayuntamiento de Herrera del Duque

 

Celia lo hacía muy bien, el equipo de sonido estaba perfectamente ajustado, la iluminación sobria y elegante, la gente permanecía callada, expectante, atenta... Una pena no poder estar cerca del escenario, porque aquello pedía inmersión y proximidad social.

 

Medio en serio, medio en broma, se me llena la boca diciendo -siempre que tengo la más mínima oportunidad- que Rosalía es una diosa. Es verdad que me gustan un puñado de sus canciones, ella es guapa, sensual y tiene un estilo atrevido y original. Si Rosalía es Kali -la diosa hindú de aspecto amenazante, destructora de la maldad y los demonios... o la ortodoxia flamenca-, Celia Romero podría perfectamente ser Palas Atenea -en su faceta de diosa de la habilidad, la estrategia, la sabiduría, la civilización, la belleza...-. Sí, allí, en el escenario, con su vestido largo y su gestualidad, era una diosa griega. Como si el Hada Azul la hubiese traído a la vida desde el frío y blanco mármol. 

Debe ser complejo controlar la voz para desplegar ese chorro y mantenerlo dentro de la tradición y la norma -sublimar lo que te pida el cuerpo-. Conozco muy someramente el flamenco, pero está siempre como conteniéndose, intentando no desatarse, pegado a lo profundo, lo trágico, lo bello... No deja mucho margen a la innovación, pero es verdad que contempla una gran variación -tiene un montón de palos y cantes-. Es seguro que pilotar y ser un buen profesional requiere de toda una vida. Hay mucha historia condensada, muchos recovecos... Celia es muy joven, pero ojalá tenga la oportunidad de desarrollarse, de experimentar, de jugar, de desplegar sus poderes de Diosa griega, de imponer su forma en un mundo de hombres -a menudo espatarrados- que inundan el panorama con soberbios chorros de voz y punteos de guitarra.

 

Después de Celia, cantó Miguel de Tena. Se le veía muy experimentado, se le notaba comodísimo en el escenario. Estaba dispuesto a lucirse y a hacer disfrutar al personal. Y lo hacía muy bien. Era como si estuviera recogiendo todo el aire de la comarca, concentrándolo en su interior, y proyectándolo en contundentes sonidos sobre el micrófono... Y el tío abría los enormes brazos! ¡Como queriendo abarcar más! 

Sí, era un profesional y tenía muchos admiradores entre el público. Él era la esencia del flamenco, el que fija la norma, el dios iracundo de los cristianos. Sólo echaba de menos no estar más cerca para apreciar su movimiento de piernas, porque taconeaba sentado en su silla pero, desde aquella altura y distancia, parecía algo ridículo -como si un potato estuviera moviendo las patillas- y seguro que era algo más elegante. 

 

Ojalá todo esto del distanciamiento, la higiene, el aislamiento... acaben pronto. Y volvamos a disfrutar de estas expresiones artísticas que piden cercanía. Y, cuando nos encontremos de nuevo a Celia sobre el escenario, se haya transformado completamente en Kali, en Atenea... en todas esas diosas que juegan con los sentimientos y pasiones humanas. Que nos transporte de la bahía de Cádiz al Castillo de Herrera -o donde le dé la gana-, pasando por la risa, el llanto, la rabia... Que nos deje otra vez sin pelos, que nos queden sólo escarpias.


sábado, 4 de abril de 2020

Ruralidad y privilegios de clase en tiempos del coronavirus

Durante estos días de confinamiento me he dado cuenta, más que nunca, de lo privilegiados que somos. Vivimos en un piso relativamente grande, con balcón y terraza. Además, en la planta baja, disponemos de una cochera, prácticamente diáfana, donde las niñas pueden jugar y moverse libremente.

Cochera 


Por si fuera poco, mis padres viven a escasos metros de nosotros y su casa está integrada en un inmenso patio con huerto, gallinero y olivar. Supone un gran desahogo salir a echar de comer a las gallinas, arrancar "malas hiervas", o recolectar acelgas y alcachofas.
Todas aquellas obligaciones que podrían parecer una carga en tiempos normales, ahora son nuestro salvoconducto para entrar en contacto con la naturaleza, alargar la vista y estirar las piernas.

Así que, estamos disfrutando a tope del modo de vida que han construido mis padres. Porque nosotros -como núcleo familiar- no hemos construido nada. Nuestra forma de vida se articula en torno a una conexión a internet y al hecho de poder salir  y circular libremente por los espacios públicos -en lugar de ensanchar nuestro espacio privado-.

Habitualmente, viajamos y salimos con amigos o familiares... Nuestra propiedad privada se reduce prácticamente al coche y los cacharros que acumulamos en el piso.
Supongo que somos clase media.
Somos hijos de nuestra época. Y nuestra época es volátil. Requiere adaptarse a las nuevas situaciones con rapidez. No poseer nada, sólo dinero: que es lo más flexible y volátil del mundo.
Vivimos en este pueblo, pero podríamos hacerlo en cualquier otro. No tenemos ninguna dependencia para con el territorio. Como si viviéramos en una maceta que pudieras llevarte a cualquier otro lugar.
Nos sostenemos sobre nuestra fuerza de trabajo. Afortunadamente, nuestros progenitores hicieron una gran inversión para que acumuláramos conocimientos, idiomas, habilidades, títulos...

En las películas americanas ya nos han contado muchas de estas historias en que las nuevas generaciones rompen con el modo de vida de la anterior.
Los padres de Clark Kent tenían su granja, cultivaban la tierra... Pero, Superman, prefiere ir a la gran ciudad a desarrollar su carrera de periodista.
Es muy importante, para el capitalismo, ese desarraigo de las clases medias y bajas, esa movilidad, esa fragmentación y ese ideal de hacerse a uno mismo sin la ayuda de nadie. Porque los negocios cambian con gran rapidez, los sectores que eran estratégicos en un país en una generación dejan de serlo en la siguiente y... Hay que adaptarse.
Curiosamente, las clases adineradas y las que dirigen nuestros destinos, no desean ese esquema para ellas mismas: Trump se dedicó a gestionar el negocio familiar, los Bush ya han dado dos presidentes a EEUU, el rey Juan Carlos le cede su puesto a Felipe...

En Europa, para las clases medias y bajas, lentamente se ha ido imponiendo el modelo de las películas americanas.
Mis padres, pertenecen justo a ese cambio generacional en que gran parte de la población se desvinculó del territorio, de su pueblo, de los lazos familiares fuertes, de la tradición familiar... Y emigró a los grandes núcleos urbanos, en busca de prosperidad.
Por fortuna, mis padres consiguieron asentarse en un entorno rural -mi padre vino a parar a este pueblo y mi madre era de aquí de toda la vida-. Se esforzaron en reproducir sus anteriores condiciones -no habían visto tantas películas-. Construyeron un hogar acogedor y una forma de vida con vistas a perpetuarse generación tras generación insertada en el entorno.

Huerto - Abril de 2020


Algo así como esos nativos americanos que bagaban por las llanuras y los bosques, tras los rebaños de bisontes, transmitiendo habilidades y saber hacer a su prole... Conscientes de que la integrarse en el medio -como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie- era lo único que les permitiría mantener una vida digna. Conscientes de que un conocimiento profundo de su ambiente podría llevarles a formas mejores. 

"Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de pino que brilla, cada amable orilla, cada neblina en los bosques frondosos, cada claro en la espesura y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y en la experiencia de mi pueblo." - Discurso de “Si’ahl”, conocido por casi todos como Seattle, jefe indígena de la nación susquamish en diciembre 1854


Nosotros, en cambio, hemos habitado las ciudades durante mucho tiempo. Tendemos a sacrificarlo todo por el fin de semana, por la volatilidad de los diferentes productos de consumo -que obtenemos de cualquier parte del globo-, por los viajes, las actividades culturales y de ocio... Una existencia centrada en el individuo y el presente inmediato. El futuro se nos aparece como una amenaza, una distopía en la que todo saltará por los aires y en la que nuestras hijas vivirán en peores condiciones que las actuales.

"[...] estamos viendo el mundo que querría Silicon Valley. Y es una visión muy sombría: “Esta no es la forma en que queremos vivir. Deberíamos ver una oportunidad en el rechazo a ese futuro, en la forma en que salimos de esta crisis”. - Naomi Klein: “La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis”


Así que, en esta situación excepcional, además de aprender mucho sobre biopolítica y mecanismo de control, empezamos a tomar consciencia de todo aquello que es prescindible o poco importante en nuestras vidas. Y, la verdad, sacrificamos mucho por esas pequeñeces. Sacrificamos nuestro tiempo, y también el medio y el ambiente que nos rodean. Sí, el confinamiento nos enseña que es posible vivir de otro modo: más pausado, disfrutando de lo que tenemos cerca.

Yo echo de menos cosas muy básicas: salir al campo a pasear -con los amigos o la familia-, hacer fotos, reunirnos para comer y celebrar, ir al bar... Disfrutar del entorno en que nos encontramos enclavados.

Es primavera, los días son más largos y cálidos, las diferentes especies de plantas van floreciendo, pájaros y anfibios tienen una actividad frenética... Todo eso está pasando ahí fuera, y sólo podemos espiarlo desde el balcón.

Las leyes humanas son a menudo injustas, avasallan con toda diferencia, por mantener la paz, el orden, la salud... -de los que están bien-.

Es verdad que quienes dictan las leyes viven en entornos urbanos. Es seguro que tienen casas grandes, plenas de comodidades... Pero hay ciertos aspectos del estado de alarma que no tienen ningún puto sentido en las zonas rurales -¿A quién vas a infectar por salir al campo a recoger o espárragos o dar un paseo?-. Y que, en el conjunto del estado, están dejando en terrible situación de vulnerabilidad a los que ya partían de condiciones económicas y laborales muy precarias.

Desde la ventana


sábado, 21 de marzo de 2020

Del estado de alarma al giro autoritario

Ante la emergencia sanitaria creada por el COVID-19, se han tomado un montón de medidas de control y vigilancia sobre los cuerpos de los habitantes: confinamiento en casa, limitaciones en los desplazamientos, distanciamiento entre individuos... 
No obstante, el primer país en afrontar el virus fue China -que tiene fama en occidente de ser un tanto totalitario-. Y, claro, su modelo se ha tomado como referente -ya que ha resultado exitoso-.

Llevamos ya unos años en que el mundo occidental mira con cierta admiración al gigante asiático: su crecimiento económico, sus métodos para afrontar crisis medioambientales, sus avances tecnológicos... En fin, su modelo capitalista apoyado con mano firme desde un estado fuerte.

Y no es sólo China, también Rusia es alabada por la contundencia de su presidente -que lleva ya más de 20 años en el poder-.
En general, la mayoría de las grandes potencias internacionales, parecen haber sufrido un giro autoritario en sus gobiernos -hombres duros, preocupados por los negocios, la seguridad y el control de la población-: Bolsonaro en Brasil, Trump en EEUU...

En la vieja Europa empiezan a tomar relevancia los partidos denominados de "extrema derecha". Con programas políticos muy en sintonía con el giro autoritario: control de la población -inmigrantes-, relevancia de la policía y los ejércitos y, por supuesto, un liberalismo absoluto en el plano económico.
Aunque luego resulte que eso de la libre competencia está muy bien para aplicárselo a la población general, pero no tanto para las grandes empresas que compiten en los mercados internacionales. Todo el aparato del Estado parece estar puesto a su servicio -entre todos hemos de sostener a estas empresas y grupos financieros, expandirlos y mantener sus condiciones de posibilidad: mano de obra, seguridad, comunicaciones, formación...-
Ya existen muchos ejemplos que han sido noticia: China apoyando los intereses de Huawey, EEUU los de Google...

Parece haber grandes bloques económicos que compiten en el tablero global y, para seguir en el juego, necesitan del control de los cuerpos de sus habitantes. Y, digo los cuerpos, porque las mentes -sus opiniones y los temas que las mantienen ocupadas- ya parecen estar absolutamente bajo control -logrado a través de la educación universal, los medios de comunicación de masas, redes sociales, publicidad...-
Se tolera la disidencia porque, aunque pueda resultar molesta a ciertos sectores del poder, resulta inocua ante la tendencia general.

El control de los cuerpos resulta más complicado: necesita otros cuerpos para saber dónde se encuentran y forzarlos a moverse en una u otra dirección. Pero los avances de ciertas tecnologías están permitiendo un control más fino. Ese es el caso de la explosión de uso de los smartphones -herramientas absolutas que utilizamos para informarnos, relacionarnos con nuestros seres cercanos, orientarnos en los viajes, contar nuestros pasos, medir el ritmo cardíaco, trabajar...- y que van expandiendo sus posibilidades de control con los avances en biometría, reconocimiento facial... Dejando la toma de huellas dactilares y el uso de cámaras de video vigilancia como herramientas rudimentarias, incapaces de competir con los datos masivos alimentados desde cualquiera de los dispositivos electrónicos con los que nos comunicamos a través de la red.

Los empresas que operan en los mercados necesitan información fiable, necesitan conocer nuestros gustos, intereses... A su vez, los estados deben garantizar la seguridad y estabilidad de los mercados. Así que, mercados y estados, aúnan intereses para mantener y actualizar las estadísticas de vigilancia y control, para conseguir que sus campañas sean efectivas y, en última instancia, incrementar sus beneficios económicos y tasas de poder.

Imagen extraída de https://www.arteinformado.com/galeria/tetsuya-ishida/prisionero-28796


El coronavirus parece que ha venido para ahondar en estas formas de control. En un breve espacio de tiempo hemos pasado de reírnos de los chinos y la "gripe" que los tenía paralizados, a estar nosotros mismos atemorizados y encerrados en nuestras casas.
En los primeros momentos, se plantearon una serie de medidas que apelaban a nuestra propia consciencia y responsabilidad para, a los pocos días -aprovechando el estado de pánico generado desde las autoridades sanitarias, y elevado a su máxima potencia por los medios de comunicación-, afianzar esas medidas con sanciones y control policial.

Para reforzar la idea de que tenemos una Europa fuerte y unida, se exhibe a España e Italia como trofeos: dos países de pandereta, sangría, sol, pizza, playa... que han sido capaces de materializar medidas tan drásticas como recluir toda su población en casa y reducir los transportes y la actividad económica a mínimos imposibles de imaginar por el más optimista de los ecologistas en la lucha contra el cambio climático.

Pareciera que, con el coronavirus, hemos encontrado nuestra fuente de placer fascista definitiva. Disfrutamos del sadismo que todos podemos ejercer en cualquiera de nuestros roles sociales: desde vecinos denunciando a otros por salir de casa -de forma "irresponsable"-, a ayuntamientos y organismos que deciden aplicar normas sancionadoras para los que sacan demasiado a pasear al perro, o van muchas veces a comprar, pasando por empresas y organismos que pretenden inocular el trabajo a distancia para mantener la misma productividad. El autoritarismo no es solo una cuestión de Estado sino que se sustenta sobre todas las capas de la sociedad.

Yo vivo esta situación desde un pueblo chico, en el que ha habido un único caso de coronavirus. Pero las medidas que se aplican son las mismas que en Madrid -una mega urbe de 6 millones de habitantes, conviviendo todos juntitos en un espacio muy reducido-.
Y, la verdad... Flipo con algunas de las medidas: no salir a pasear o hacer deporte al campo -ni solo, ni acompañado-, no desplazarse a las casas de campo... Como si saliendo al campo fueras a encontrarte con miles de personas -igual que cuando vas al retiro o al parque con los niños-.
Y, es tanto el nivel de paranoia, que la gente incluso aplaude estas medidas, y le importaría poco que hubiera un francotirador apostado en tu puerta dispuesto a dispararte en cuanto asomaras la cabeza... No sé, me parece muy loco todo esto.

Hemos pasado de la sobreinformación en medidas para evitar el contagio, a un estado de las cosas en el que parece que con solo salir a la calle estás arriesgando tu vida y la de toda la humanidad.
Ya no se trata de prevenir el contagio, sino de cumplir las normas dictadas desde arriba. Y el discurso ha pasado del: lavarse mucho las manos, llevar mascarilla y evitar contacto humano; a: ser disciplinados y obedecer -todo ello acompañado de infinidad de símiles bélicos y militares: esto es una lucha de todos contra el virus, debemos estar unidos, no podemos permitirnos bajas por la irresponsabilidad de unos pocos-.


Los primeros días, circulaban algunas visiones optimista de esta crisis, quizá alentadas por los comentarios, noticias y comunicados que apelaban a la responsabilidad, el apoyo y los cuidados mutuos, para conseguir contener un virus que nos afecta a todos por igual -hombre o mujer, rica o pobre-. Un optimismo que abogaba por una toma de consciencia de lo importante que resulta una sanidad pública para todos, y que veía en los parones de los primeros días -cuando muchos negocios cerraron de forma voluntaria- una forma poderosa de colaboración entre iguales.
Pero lo cierto es que la crisis ha tomado tintes cada vez más totalitarios. Algunos desafían la autoridad escapando de las ciudades para ir a sus segundas residencias -Colapso en las carreteras de Madrid, Barcelona y València pese a las restricciones de tráfico-. Y, otros, la secundan pidiendo multas y mano dura contra todos los que se atreven a infringir la norma.
Así, las predicciones se tornan más pesimistas y apuntan a que saldremos de esta crisis de forma similar a como lo hicimos de la de 2008: con más precariedad, más desigualdad y con más riqueza concentrada en menos manos -además de las muertes de aquellos que no puedan ser atendidos por una sanidad pública desbordada-.


No es lo mismo que te quedes en casa por responsabilidad social, a que lo hagas porque te lo impone el Estado -utilizando el monopolio de la violencia y su aparato de control- sin ninguna racionalidad, sin excepción, aplicando la misma ley en cualquier lugar y circunstancia... Asumiendo que todos somos menores de edad y no podemos tomar una actitud responsable sino es bajo la amenaza del castigo.
No es lo mismo trabajar desde casa porque es lo que tú has elegido, a verte obligado a hacerlo a marchas forzadas, sin disponer de un espacio, sin la infraestructura empresarial necesaria... Muchos de los que se han visto obligados a hacerlo, se encuentran todo el día empantanados con el trabajo y no consigue desacoplarlo de su vida privada.
Con las medidas autoritarias pasa un poco lo mismo: al final uno no sabe si se está protegiendo contra el virus o, simplemente, siendo disciplinado. Y, en el hogar, se funde todo en una densa amalgama de trabajo, vida privada, hipocondría y observancia de la ley.

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Desde el confinamiento de mi ventana. Herrera del Duque - 16 de Marzo, 2020

Por las calles del pueblo patrullaba el coche de la guardia civil, proyectando un pandémico mensaje a todos los vecinos. Se trataba de un audio pregrabado -con voz robótica- que se repetía una y otra vez:
-Se ruega a todos los vecinos que se encuentren en la calle, sin causa justificada, que vuelvan a sus hogares. Nos encontramos en un estado de alarma...
Estaba nublado, hacía un aire bastante desagradable. Las calles estaban desiertas -en esas circunstancias siempre suelen estarlo-. Algunos se asomaban al balcón y las ventanas para ver qué pasaba... No pasaba nada, solo el coche de la guardia civil, solo. Bajo un cielo gris que hacía aún más deprimente su color verde oscuro y más fantasmagóricas las luces azules de emergencia.

Desde luego, la imagen distópica no tenía nada que ver con las grandes ciudades futuristas a que nos tiene acostumbrados el cine, en películas como Blade Runner, 12 monos, Matrix, Soy leyenda...



martes, 15 de enero de 2019

El peso de los años, Interstellar y la conquista de nuevos espacios

No sé si será el invierno, la Navidad o, simplemente, el peso de los años. Pero creo que nunca había planeado llegar tan lejos, vivir tanto tiempo... 
Cuando era joven solo quería ir superando los diferentes hitos: el carnet de conducir, la carrera, el trabajo... Nunca me hubiese planteado que el recorrido tuviera un final, que hubiera que acomodarse en algún lugar, parapetarse y esquivar las balas. Hasta que el cansancio y la enfermedad me arrebatasen la vida.

Al reparar a mi alrededor, veo cómo las personas van envejeciendo. Esas personas que siempre habían sido valientes, fuertes, decididas... se van achantando y se me antojan débiles, quebradizas... Lo veo sobre todo en mi familia más cercana: madre, padre, abuela, tías, tíos, suegros... Se van retirando y van dejando enormes espacios vacíos. Y uno no sabe qué actitud tomar, porque siempre se ha visto apremiado a ir abriendo sus propios caminos por otros derroteros -ni mejores ni peores, simplemente intentando acomodarse a las estrecheces de la sociedad-.
No son solo los espacios vacíos, es el vacío existencial, ese que se abre al tomar consciencia de que las luchas de toda una vida acaban reducidas a un cuerpo marchito y solo, sentado en el brasero, engullendo televisión y ruidosas tertulias de radio. Como si todo fuera un gran sinsentido, una broma macabra.

En el mundo de los vivos en activo todo es más colorido, más animado: gente haciendo cosas, viajando, divirtiéndose, consumiendo, construyendo, buscando financiación, haciendo deporte... Sometidos a extrañas situaciones con el único fin de sentirse vivos.

Cuando miro a nuestras hijas, tan pequeñas, con todo por hacer, todo por aprender... con su estúpida ilusión por las cosas más absurdas y su asombro ante muchas de las situaciones que para nosotros son casi cotidianas...
La verdad que, con su vitalidad, me alegran el corazón. Pero también me asaltan el miedo y la inseguridad. Porque uno sabe que el mundo que habitamos es profundamente injusto, que está lleno de depredadores, de plásticos, contaminación...
Pronto empezarán a abrirse paso en la jungla de la sociedad, buscaran sus lugares, recompensas y métodos para sentirse vivas. Y yo no podré darles ningún consejo más allá de: -No os quedéis al margen, manteneos en la cresta de la ola y... sálvese el que pueda.

Collage: Sophia y yo.

Bajo estas premisas existencialistas me lancé a ver la película Interstellar: una distopía futurista en la que la humanidad se habría cargado el planeta, haciendo casi imposible la vida en el mismo. Y, donde unos pocos elegidos -ingenieros y científicos de la NASA-, se habían lanzado a buscar alternativas habitables fuera de la Tierra.
El tiempo y el espacio se pliegan en el film para decirnos que: en la tecnología está la salvación, que, a pesar de nosotros, conseguiremos sobrevivir en otros mundos posibles. Y lo haremos incrementando nuestra fuerza e inteligencia hasta unos niveles que hoy día no alcanzamos a comprender -como las diferentes teorías sobre el espacio exterior que se exponen durante todo el desarrollo de la película-.

Lejos nos quedan ya las historias de conquistadores, colonos y náufragos que se arrojaban al mar a descubrir nuevos mundos -Robinson Crusoe, Darwin, Pizarro...- Exploradores de nuevas culturas y ecosistemas que les revelaran las claves de la existencia -o los preceptos para llevar una vida en armonía y felicidad en este nuestro planeta-.
Mayor trascendencia -en cuanto que marcaron el espíritu colonialista de siglos posteriores- tuvieron los que preferían arrebatar tesoros, y encontrar una fama y gloria que les fuese dado disfrutar en sus lugares de origen.
Aventuras, todas ellas, que acabaron sometiendo cualquier descubrimiento a la lógica de dominación de los mercados.

Pero la tendencia de arrojarse al espacio infinito -o al ancho mar- no ha cesado: ahora lo hacen conquistadores y colonizadores del sur, en frágiles embarcaciones, huyendo de las hambrunas y las guerras -como los astronautas de Interstellar-. Buscando la felicidad y la estabilidad que les arrebataron los comerciantes europeos y otros traficantes de sueños.


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Quizá la vida no sea tan larga, quizá debiéramos vivir 500 años o más. Sólo para tomar consciencia. Para cansarnos, aburrirnos y atisbar qué es lo verdaderamente importante. Echar un paso atrás y tomar el camino de la sostenibilidad, de lo bello, lo amable, divertido, compartido...  Llegar a viejos y decir a nuestras hijas: -Disfrutad, aquí estaréis bien.


miércoles, 1 de febrero de 2017

Contamíname: obituario prematuro de una dehesa en los suburbios del capital

- En la película de animación "Nausicaä del Valle del Viento" los océanos son venenosos y gran parte del mundo emergido está cubierto por la "Jungla tóxica" o "Mar de putrefacción".
En el mundo real, al norte del Pacífico, creamos la "Isla de basura": un vertedero oceánico con millones de toneladas de residuos de plástico, concentrados en el vórtice de las diferentes revoluciones industriales y tecnológicas.
Más modestamente, desde los pueblos y ciudades, también contribuimos al desarrollo de este planeta basura y damos alas a nuestra particular distopía.


Así que, alguien tuvo la genial idea de realizar esta curiosa intervención en el paisaje:


Seguramente para llamar la atención sobre lo degradada que se encuentra nuestra dehesa, especialmente en las proximidades del pueblo. Y dejó el peluche reposando bajo la anciana. La basura salpicaba de estrambóticos colores el verde de la hierva. En los cardos secos ondeaban jirones de plástico, descastados por el sol.



Al entrar en una residencia de ancianos... es difícil no conmoverse. Algo similar ocurre al pasear por una dehesa de encinas centenarias... Nos asaltan preguntas sobre el pasado, e interrogantes sobre el futuro, que nos llevan a cuestionar el presente.

-¡Pero vivimos en la sociedad de las prisas, el ego, la individuación, la meritocracia y el capital. Donde lo viejo no encuentra su hueco...
- ¡Lo mejor es tener un buen plan de pensiones! Porque sin pasta, ni fuerza de trabajo, no vales nada y corres el riesgo de quedar enterrado en el mar de la marginalidad. - Otra amenaza de los Estados para someter la población a las leyes del mercado (de trabajo).


Y, esta dehesa (como muchas otras), se ha convertido en un geriátrico donde se dejan morir las encinas.
Cuando topamos con ellas nos producen gran admiración, nos impresionan sus retorcidas formas. En verano buscamos su compañía, su sombra. Pero ya las damos por muertas... estando vivas en ese lugar donde no estorban, en barbecho, hasta que llegue la hora de incinerar su tronco hueco.

-Lo importante es prosperar, el progreso, la modernización: pasar del sector primario al secundario, terciario... De la agricultura tradicional al alto rendimiento de las explotaciones intensivas. De los usos tradicionales a otras cosas, que atraigan el capital y permitan su acumulación. De un entorno agradable y sostenible, a su acotamiento en reservas, parques temáticos, deporte al aire libre y experiencias naturales o místicas... De un buen vivir todos juntos, a un: - Lo mejor para los que hacen más mérito.
Ese elitismo, esa falta de consideración hacia el futuro y desprecio del pasado, son más que compatibles con la diferenciación en clases sociales y su opresión, con acumular la mierda en rinconcitos, aparcar los abuelos en residencias, o desahuciar poblaciones en lejanas guerras.

A mí me gusta pasear por esta dehesa de mierda, hay basura de hace más de 100 años... Puedes observar en riguroso directo el concepto de biodegradable: notar que el cadáver de una oveja que viste el año anterior ya no existe, echar de menos alguna encina. Y, sin embargo, vuelves a ver los mismos neumáticos, cristales, retales de uralita...


Sabes que costó mucho esfuerzo conjunto configurar un paisaje así: limpio de monte, con un arbolado maduro y claro. También has visto zonas donde todo el arbolado se ha dejado morir y, ahora, conforman extensas estepas, jarales, pastizales...

- La lógica del progreso y el capital nos dice que hay que estar continuamente haciendo cosas (cosas que generen dinero o lo consuman), que hay que especializarse (en bosque o tierra de cultivo, ganadero o agricultor, ciencias o letras...) y externalizar cualquier actividad cotidiana (cocinar, cultivar, limpiar, reparar, cuidar de tus seres queridos...) - ¡Divide y vencerás! - La vida concebida como una lucha, contra la naturaleza, contra nosotros mismos...

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- Ya no hay reposo para el guerrero.

- No puedo solucionar los problemas del mundo, intentaré no agravarlos... Estoy cansado... No puedo seguir currelando... Antes de que me maten prefiero morirme yo...

...Cavilaba el oso a la sombra de la encina. Parado, sin trabajo, dedicado a la más pura contemplación, dejando escapar la oportunidad de negocio, perdiendo dinero, mientras se tocaba la ausencia de sexo, en busca de un placer arrebatado.


Y orgulloso de haber dado con la causa de los males que atenazan el mundo, en su cabeza resonaba una alegre canción:

Cuéntame el cuento
del árbol frágil de los desiertos,
de las mezquitas de tus abuelos.
Dame los ritmos de las darbukas
y los secretos que hay en los libros que yo no leo.

Contamíname,
pero no con el humo que asfixia el aire.
Ven,
pero sí con tus ojos y con tus bailes.
Ven,
pero no con la rabia y los malos sueños.
Ven,
pero sí con los labios que anuncian besos.

Contamíname, mézclate conmigo,
que bajo mi rama tendrás abrigo



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Meses más tarde, deambulábamos por los suburbios y volvimos a encontrarlo... Estaba muy mal: El rastro de fibras sintéticas anunciaba que perdió el brazo; las marcas de pinchazos cubrían todo el cuerpo. -¡Se dejaba morir! -¡Maldita lacra!-
Nos asaltó su recuerdo: exhausto, tras la resaca de año nuevo, mientras resolvía los problemas del mundo entero.