sábado, 4 de abril de 2020

Ruralidad y privilegios de clase en tiempos del coronavirus

Durante estos días de confinamiento me he dado cuenta, más que nunca, de lo privilegiados que somos. Vivimos en un piso relativamente grande, con balcón y terraza. Además, en la planta baja, disponemos de una cochera, prácticamente diáfana, donde las niñas pueden jugar y moverse libremente.

Cochera 


Por si fuera poco, mis padres viven a escasos metros de nosotros y su casa está integrada en un inmenso patio con huerto, gallinero y olivar. Supone un gran desahogo salir a echar de comer a las gallinas, arrancar "malas hiervas", o recolectar acelgas y alcachofas.
Todas aquellas obligaciones que podrían parecer una carga en tiempos normales, ahora son nuestro salvoconducto para entrar en contacto con la naturaleza, alargar la vista y estirar las piernas.

Así que, estamos disfrutando a tope del modo de vida que han construido mis padres. Porque nosotros -como núcleo familiar- no hemos construido nada. Nuestra forma de vida se articula en torno a una conexión a internet y al hecho de poder salir  y circular libremente por los espacios públicos -en lugar de ensanchar nuestro espacio privado-.

Habitualmente, viajamos y salimos con amigos o familiares... Nuestra propiedad privada se reduce prácticamente al coche y los cacharros que acumulamos en el piso.
Supongo que somos clase media.
Somos hijos de nuestra época. Y nuestra época es volátil. Requiere adaptarse a las nuevas situaciones con rapidez. No poseer nada, sólo dinero: que es lo más flexible y volátil del mundo.
Vivimos en este pueblo, pero podríamos hacerlo en cualquier otro. No tenemos ninguna dependencia para con el territorio. Como si viviéramos en una maceta que pudieras llevarte a cualquier otro lugar.
Nos sostenemos sobre nuestra fuerza de trabajo. Afortunadamente, nuestros progenitores hicieron una gran inversión para que acumuláramos conocimientos, idiomas, habilidades, títulos...

En las películas americanas ya nos han contado muchas de estas historias en que las nuevas generaciones rompen con el modo de vida de la anterior.
Los padres de Clark Kent tenían su granja, cultivaban la tierra... Pero, Superman, prefiere ir a la gran ciudad a desarrollar su carrera de periodista.
Es muy importante, para el capitalismo, ese desarraigo de las clases medias y bajas, esa movilidad, esa fragmentación y ese ideal de hacerse a uno mismo sin la ayuda de nadie. Porque los negocios cambian con gran rapidez, los sectores que eran estratégicos en un país en una generación dejan de serlo en la siguiente y... Hay que adaptarse.
Curiosamente, las clases adineradas y las que dirigen nuestros destinos, no desean ese esquema para ellas mismas: Trump se dedicó a gestionar el negocio familiar, los Bush ya han dado dos presidentes a EEUU, el rey Juan Carlos le cede su puesto a Felipe...

En Europa, para las clases medias y bajas, lentamente se ha ido imponiendo el modelo de las películas americanas.
Mis padres, pertenecen justo a ese cambio generacional en que gran parte de la población se desvinculó del territorio, de su pueblo, de los lazos familiares fuertes, de la tradición familiar... Y emigró a los grandes núcleos urbanos, en busca de prosperidad.
Por fortuna, mis padres consiguieron asentarse en un entorno rural -mi padre vino a parar a este pueblo y mi madre era de aquí de toda la vida-. Se esforzaron en reproducir sus anteriores condiciones -no habían visto tantas películas-. Construyeron un hogar acogedor y una forma de vida con vistas a perpetuarse generación tras generación insertada en el entorno.

Huerto - Abril de 2020


Algo así como esos nativos americanos que bagaban por las llanuras y los bosques, tras los rebaños de bisontes, transmitiendo habilidades y saber hacer a su prole... Conscientes de que la integrarse en el medio -como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie- era lo único que les permitiría mantener una vida digna. Conscientes de que un conocimiento profundo de su ambiente podría llevarles a formas mejores. 

"Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de pino que brilla, cada amable orilla, cada neblina en los bosques frondosos, cada claro en la espesura y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y en la experiencia de mi pueblo." - Discurso de “Si’ahl”, conocido por casi todos como Seattle, jefe indígena de la nación susquamish en diciembre 1854


Nosotros, en cambio, hemos habitado las ciudades durante mucho tiempo. Tendemos a sacrificarlo todo por el fin de semana, por la volatilidad de los diferentes productos de consumo -que obtenemos de cualquier parte del globo-, por los viajes, las actividades culturales y de ocio... Una existencia centrada en el individuo y el presente inmediato. El futuro se nos aparece como una amenaza, una distopía en la que todo saltará por los aires y en la que nuestras hijas vivirán en peores condiciones que las actuales.

"[...] estamos viendo el mundo que querría Silicon Valley. Y es una visión muy sombría: “Esta no es la forma en que queremos vivir. Deberíamos ver una oportunidad en el rechazo a ese futuro, en la forma en que salimos de esta crisis”. - Naomi Klein: “La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis”


Así que, en esta situación excepcional, además de aprender mucho sobre biopolítica y mecanismo de control, empezamos a tomar consciencia de todo aquello que es prescindible o poco importante en nuestras vidas. Y, la verdad, sacrificamos mucho por esas pequeñeces. Sacrificamos nuestro tiempo, y también el medio y el ambiente que nos rodean. Sí, el confinamiento nos enseña que es posible vivir de otro modo: más pausado, disfrutando de lo que tenemos cerca.

Yo echo de menos cosas muy básicas: salir al campo a pasear -con los amigos o la familia-, hacer fotos, reunirnos para comer y celebrar, ir al bar... Disfrutar del entorno en que nos encontramos enclavados.

Es primavera, los días son más largos y cálidos, las diferentes especies de plantas van floreciendo, pájaros y anfibios tienen una actividad frenética... Todo eso está pasando ahí fuera, y sólo podemos espiarlo desde el balcón.

Las leyes humanas son a menudo injustas, avasallan con toda diferencia, por mantener la paz, el orden, la salud... -de los que están bien-.

Es verdad que quienes dictan las leyes viven en entornos urbanos. Es seguro que tienen casas grandes, plenas de comodidades... Pero hay ciertos aspectos del estado de alarma que no tienen ningún puto sentido en las zonas rurales -¿A quién vas a infectar por salir al campo a recoger o espárragos o dar un paseo?-. Y que, en el conjunto del estado, están dejando en terrible situación de vulnerabilidad a los que ya partían de condiciones económicas y laborales muy precarias.

Desde la ventana


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