sábado, 25 de mayo de 2013

Publicidad -subliminal- Propaganda y pasividad como idea de Mal: de Aristóteles a Kant.

Viendo el último programa de La Noche Temática acerca de la publicidad y la publicidad subliminal, en ocasiones se sugería la idea de que esta última era ilegal. Pero a mí no me interesaba entrar en temas legales, me quedé un paso por detrás, preguntándome: ¿Por qué está mal (moralmente) la publicidad subliminal y otros tipos de publicidad no?
Todos sabemos que la publicidad -normal y corriente- no refleja la realidad, que se hinchan los virtudes del producto para convencer, confundir, atraer, seducir... que tiene algo de inmoral.

La publicidad engañosa es universalmente reconocida como algo malo, incluso ilegal; sobre todo en productos que interfieren en la salud.  No se puede decir que un producto es saludable si está hecho a base de grasas saturadas y azúcares refinados -aunque le añadas trazas de leche y lo pintes de verde-; o anunciar pastillas adelgazantes sin nombrar las contraindicaciones.

Luego está la publicidad perversa: Que no es ilegal, pero podría herir el buen gusto o la moral de la sociedad, o de ciertos colectivos. Por ejemplo publicitar coches potentes con mujeres despampanantes, o todo-terrenos con niños superseguros y supercómodos en sus sillitas... Aunque lo que anuncias es un coche, no una chica fácil o una familia unida.

Yo siempre he tenido la intuición de que la publicidad es mala, veneno...  Que hace mucho tiempo que superó su función original: Informar a los posibles interesados de la existencia de un producto o servicio. Y, como muchas de las cosas que se han pervertido en esta sociedad de consumo, la clave parece estar en la pasividad del destinatario.
Hoy día, con Internet, tenemos la oportunidad de ser activos en la búsqueda de información, de los productos que estamos interesados en comprar, incluso de participar en debates sobre política. Pero nada de eso ocurre en la realidad, o al menos a nivel de masas. Al contrario, la masa sigue siendo pasiva, se sienta delante de la tele o del ordenador a engullir lo que los mismos grupos de poder de siempre ofrecen. La publicidad acaba siendo propaganda, propaganda de un estilo de vida y de las tendencias predominantes. Y la propaganda es agresiva, lo inunda todo, es imposible eludirla. Los que se dedican a incrementar su efectividad son verdaderos acróbatas, que deben captar la atención del consumidor durante los breves segundos que éste es capaz de fijarla en algo.


Me planteé usar el "uno dos" de la filosofía (Aristóteles Kant) para, desde el punto de vista de otros autores, poder valorar moralmente la publicidad.

Kant sostiene que hay que obrar según el Deber. Y, para ayudarnos a dilucidar cuál es nuestro deber en cada ocasión, redactó sus imperativos categóricos. Según una de sus formulaciones -"Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio"- resulta muy difícil argumentar la bondad de la publicidad. La publicidad la hacen unos colectivos dirigida contra otros (sectores de mercado), con lo que en su mismo origen está dividiendo la humanidad. No niego que no haya publicistas que comprarían lo que anuncian, o que crean que sus servicios aportan un bien al conjunto de la humanidad, pero al estar todo viciado por el beneficio económico, el consumidor (la humanidad) acaba siendo un medio para conseguir ese fin (la pasta, la guita, el dinero). La misma palabra "consumidor" deshumaniza y convierte a las personas en medios.

Según Aristóteles, hay que obrar con el fin de alcanzar el Bien, ser un hombre bueno. Quizá en la Grecia de Aristóteles era más sencillo saber quién era un hombre bueno. En general, éste debía poseer ciertas virtudes: moderación,  justicia, valentía, prudencia... Aunque tratándose Aristóteles de un gran pensador, para él primaba la Sabiduría, incluso por encima de la actividad política (a los antiguos griegos les chiflaba reunirse y debatir sobre qué era lo mejor para la comunidad).
Pero la imagen que transmite la publicidad, poco tiene que ver con estas virtudes que Aristóteles atribuía al hombre bueno. Estoy pensando, sobre todo, en la moderación: La publicidad elogia el exceso, el comportamiento compulsivo e irreflexivo. Los anuncios parecen decirnos: -"Lo que te estoy contando es verdad, compra y disfruta. Y ya está!!". Y desde luego no tienen nada que ver con la política -entendida ésta como un diálogo para tomar decisiones conjuntas-, va dirigida al individuo, que compra el producto para sentirse parte del conjunto de los consumidores, pero permaneciendo aislado, independiente, solo, enajenado, insatisfecho... volviendo a consumir para tratar de superar momentáneamente la infelicidad. La sabiduría no pinta nada, incluso algunos anuncios como el de "Yo no soy tonto" parecen reafirmar la idea de que, por norma general, el consumidor sí es tonto.


Así que, no importa si la publicidad es subliminal o no, la publicidad en todas sus formas tiene como fin aumentar las ventas y fomentar el hombre pasivo-consumidor. Tratando al conjunto de la población como una variable estadística.
Quizá, lo que no nos gusta: es que lo subliminal nos pasa desapercibido y, cuando nos lo muestran, nos damos cuenta de que sí somos tontos.
Si en medio de la película nos cuelan un fotograma que dice "¡compra un refresco!", está mal (aunque no sea muy efectivo -quizá si tienes sed te acuerdes de ir a comprar agua-). Pero también está muy mal asociar coches y mujeres guapas, dando a entender que si tienes un buen coche, o una camisa de la marca X, tendrás sexo seguro con mujeres voluptuosas. El segundo caso es explícito. Desafortunadamente, nos hemos acostumbrado tanto a estas tretas, que las hemos asumido como algo natural e incluso necesario, ya no nos indignan.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Un finde en la ciudad

He tenido un finde de lo más ajetreado.
El viernes por la noche volví a ver Mulholland drive, y no por ello he comprendido más cosas que la primera vez. Eso sí: hace unos años estaba más obsesionado con encontrarle un sentido a las cosas. No quiero decir que la película no tenga sentido (una lógica, o que no sea un relato ligado). Toda la trama transcurre entre elementos comunes -objetos y personajes- quizá transmutados, vueltos atrás o adelante en el tiempo. El desconcierto llega cuando intuyes que dos escenas diferentes están relacionadas pero no sabes cómo inferir la una de la otra. Sensaciones que te invitan a pensar explicaciones que no se corresponden con lo que estás viendo. ¿Falta información? ¿La lógica del subsconsciente?
Ahora reconozco muchos más iconos del imaginario David Lynch: Puertas a extraños mundos, trasgos que van de uno a otro, el mal y la belleza, sexo y violencia... Lo que hace la experiencia más bonita, familiar, como cuando en un sueño reconoces objetos o situaciones que has vivido a lo largo del día. Pero ni lo uno ni lo otro aportan mucha luz a la hora de interpretar la peli o los mismos sueños, mismos.

El sábado lo dediqué a la Naturaleza. La Naturaleza desde mi hogar, desde los agujeros por los que miro el mundo -"el internet", la televisión a la carta, o la televisión sin más-.
El escarabajo verde, dedicado esta vez a los parques y jardines de nuestras urbes. Muy interesantes las apreciaciones del señor José Fariña, se nota que pasa mucho tiempo pensando y ordenando las ideas, que ha visto y estudiado lo que él u otros han hecho.
Agrosfera, otro gran programa, que me gusta ver en su horario de emisión, directamente a través de las ondas de radio. Es mi vínculo con la tierra, con mi infancia, y algunas ideas que últimamente me obsesionan: Las oportunidades laborales en entornos rurales; el cultivo ecológico; prescindir de pesticidas; no arar la tierra; equilibrio entre agricultura, ganadería y medio ambiente; turismo rural...
A última hora no puede faltar La noche temática, esta semana dedicado al desperdicio de comida y los cultivos y ganadería intensivos ("La comida no se tira"). Dos documentales franceses -que pueden parecer un poco raros para la comida- pero como hoy día todo está globalizado...
Vivimos en sociedades avanzadas, hemos progresado mucho, pero eso de tirar la comida no parece una práctica del progreso... del futuro. Como tampoco lo parece destruir la selva para plantar soja, para luego quemarla en biocombustibles. La verdad es que hay algo que no anda bien en nuestra idea de progreso, en nuestra aldea global.
Supongo que todo viene del sistema de creencias, del hecho de vivir sumidos en un sistema de propaganda -capitalista de consumo-, como muy bien dicen en el siguiente post de el Faro Crítico: "¿Sabe el norcoreano que en su país hay propaganda?"

Así, el Domingo, estaba listo para ir a comer sardinas a la brasa, en un huerto a las afueras de un suburbio de Barcelona. Pero antes debía coger los guisantes y arrancar las malas hiervas: Me encanta entrar en fase de destrucción sistemática, es como borrar todo lo que no hace falta de un proyecto -software-, viejo, con el que quieres empezar algo nuevo. Y los alfileres de sol agujereando la piel... insolación.
También me convertí en espía por un tiempo, escuchando conversaciones ajenas -a hurtadillas detrás de la verja del huerto-: -Que si los catalanes esto, que si los alemanes lo otro, que si a los moros les dan de todo-. Y en la tarde, desde mi ventana indiscreta, con los prismáticos tomando nota de  las fiestas en las azoteas, barbacoas, amigos reunidos, bebiendo, comiendo y fumando.

La ciudad, 
estresante, 
con ruidos por todas partes, 
a todas horas. 
El humo, 
chillidos y sirenas. 
Las copas de los árboles 
abrasadas por el sol, 
troncos pintados de polución 
y esputos de tos seca. 
Un escozor en medio de la Naturaleza,
y las autopistas como arañazos...
siempre abiertos.


Los fines de semana se me quedan cortos, así que el jueves vi "Anvil! The Story of Anvil". Un documental sobre una banda de Heavy Metal canadiense. Realmente es una historia de superación personal, de lucha.
Estamos acostumbrados a que nos cuenten historias de gente rica, triunfadores... que en realidad suelen ser casos bastante raros, bizarros.
Pero la ilusión que desprende el lider de esta banda, "Lips", no deja indeferente. A sus 50 años seguir luchando por un sueño, con el mismo coraje y entusiasmo que un adolescente, a pesar de un entorno que no lo comprende y de una sociedad que rechaza lo que no es joven, fresco, pueril... desde luego, es digno de admiración.
Supongo que debe ser difícil triunfar (vivir de ello) en el mundo del Heavy, con un público minoritario, y sin la dirección de equipos de marketing y demás parafernalia para darse a conocer a nivel global.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Sobre ingenieros y filósofos

Los ingenieros son resolutivos engreídos.
Podrían ser filósofos, pero no tienen tiempo: tienen que llegar a una solución, y no tiene por qué ser la mejor posible -seguramente no lo será- pero será una solución rápida y eficiente.

En el fondo, un ingeniero no deja de ser un soldado, un mercenario. En los ejércitos siempre han tenido gran relevancia los cuerpos de ingenieros, con sus artilugios de destrucción y muerte. En la batalla no importa por qué o contra qué se lucha -de hecho no te va a aportar ninguna ventaja competitiva el saberlo- lo que importa es ganar al menor coste posible. Y en eso son los mejores: en optimizar. Y en eso se refugian: - Yo, salvo vidas. - Creo puestos de trabajo. - Creo riqueza. - Ahorro esfuerzo. - Produzco... Así que son tenidos en alta estima por los miembros de su equipo -la sociedad-.

Son experimentales, aprenden haciendo, probando y errando, son hombres de acción. La excelencia les llega siendo jóvenes, ya con algo de experiencia, pero aún con agilidad mental, cierta temeridad, agresividad... Entonces se convierten en grandes profesionales y se enfrentan de forma intuitiva a los escenarios complejos en que deben realizar sus acciones precisas y eficaces.
Toda su labor transcurre tras una apariencia fría, calculadora, compleja... Bajo el paradigma de la neutralidad, del que tiene una misión, un objetivo y unos determinados recursos para cumplirla. Pero sumidos en sus batallas no tienen tiempo de mirar lo que les rodea, ni tan siquiera para recrearse en alguna ideología. La ideología no existe para el ingeniero, sólo hay  problemas y soluciones. Sólo hay un camino posible: Que consiste en mejorar la situación presente. Así que, acaba trabajando para las ideologías de otros, siguiendo el camino que otros han marcado y establecido como bueno, realista, práctico, deseable, seductor.

Por tonto, el ingeniero es un hombre y además un soldado -más bien un mercenario, ya que se desenvuelve en el más despiadado de los capitalismos-. Su labor consiste en planificar la batalla desde la retaguardia. Frío, sin deseos, ni pasiones. De las emociones sólo se permite agresividad y firmeza, porque no tiene tiempo que perder en dialogar -justificar a cada paso el objetivo-, ni argumentos para tanta violencia.
Así que no es de extrañar que existan pocas mujeres en las carreras técnicas. Con tales modelos, con tales casos de éxito... Hay que estar educadx bajo condicionantes muy severos.

Pero el ingeniero es socialmente valorado, porque como se ha dicho: produce. No es como el banquero, el directivo, el comercial, el político, el cura, el maestro... Es el capataz perfecto de una sociedad capitalista, competitiva, consumista, de crecimiento acelerado... en la que no hay tiempo para nada que no sea mesurable en la unidad por excelencia -el dinero-.

El cine americano ha contribuido a forjar el mito del ingeniero/científico -que suele estar loco cuando está del lado de los malos-, del tipo excéntrico y entregado de lleno a su trabajo, en proyectos super-secretos en lugares restringidos a la población civil. El superhéroe armado de tecnología hasta los dientes. El inventor que se ha lucrado a base de patentes, el emprendedor y su evolución lógica: el empresario.

No es de extrañar que abunden los que se vuelven atrás, los que se echan al monte, o los que cuando llevan varios decenios de profesión, retorcidos por todos los tics nerviosos, envidias, males de ojo, dolores de estómago, odio... ya no pueden más. Es una profesión para jóvenes ambiciosos.
Después de todo, no son más que personas normales, que han seguido un duro entrenamiento de gestión del tiempo y rentabilización del mismo. El cansancio también les afecta y, al mirar a su alrededor, es fácil echar las cuentas - ¿Es necesario tanto sufrimiento? - ¿Por un puñado de dólares? - ¿Cuándo crucé la delgada línea roja?

Los soldados también sufren: Algunos tienen sus propios valores morales, se hacen preguntas, o incluso tienen ideales que abarcan una realidad amplia. Hasta en la guerra del Vietnam surgieron movimientos críticos dentro del propio Imperio.



Nota personal a cerca del entrenamiento del ingeniero:
Aún recuerdo con cierta aprehensión los años de carrera. Duras jornadas de estudio y prácticas de laboratorio para, al final: suspender el examen. 
Muchos abandonaron, todos estuvimos seriamente tentados de hacerlo. Pero aprendes: que no hay tiempo de abarcarlo todo, o de hacerlo todo lo bien que quisieras, que tus recursos son limitados, que hay que tomar decisiones (y no importa si son acertadas o no -quizá puedas corregirlas a posteriori-), que hay que pasar un examen, que hay que entregar los trabajos en fecha y, sólo tienen que cumplir especificaciones. Que hay que especializarse y mirar hacia adelante.

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El ingeniero ofrece soluciones, el filósofo plantea preguntas. Es una anciana, alguien que ha vivido y leído mucho. Así que es una especie marginal en una sociedad del speed y la cocaína.
Seguramente nunca será un caso de éxito, ni habrá películas americanas hablando de sus elaboradas teorizaciones del mundo.
La filosofía no produce beneficios monetarios, ni tiene ninguna prisa. Y quizá esa es su diferencia más importante con respecto a la Ciencia. La ciencia progresa con la tecnología. La filosofía se queda en la retaguardia, en el subconsciente -del individuo o de la colectividad- por detrás de Religión y Autoayuda que ofrecen respuestas rápidas y concisas.

Pero a mí, me maravilla cuando un profesor de filosofía es interrogado por sus alumnos con alguna pregunta estúpida, ingenua, arbitraria... Entonces el profesor intenta comprender qué es lo que ese alumno despistado intenta decir, e incluso intenta desarrollar la vía expuesta, hasta conseguir tipificar la idea, tratarla -si corresponde en ese ámbito-, o dejarla para cuando sea pertinente. El filósofo no crea nada: coge, ordena, deduce, nombra, infiere... Al contrario que el ingeniero, que siempre cree estar haciendo cosas novedosas, revolucionarias, visionarias...

El filósofo no tiene un objetivo, a lo sumo un área que examinar y ordenar, pero que será explorada siguiendo todos los caminos posibles -todos los que el lenguaje y las preconcepciones permitan imaginar-. Sin sentimientos, sin intuición, sólo diálogos, hipótesis y deducciones. En el intento de comprender la cambiante realidad.
En el fondo, un filósofo no deja de ser un analista de sistemas.