jueves, 23 de julio de 2020

La liberación de los cuerpos

Desde su sombrilla lo tenía todo controlado: cientos de cuerpos -extendidos sobre la arena-, en remojo -sumergidos en las calmadas aguas-, en tránsito -entre la orilla y la toalla-, ...
El socorrista, desde su torreta, abarcaba más. El walky talky le iba soltando mensajes claros y breves. -Un nadador junto a la boya. -Está dentro del área de baño. -Un grupo muy grande a tu izquierda...

La playa tenía una pendiente pronunciada. Las niñas jugaban con las pequeñas olas -que habían formado un escalón justo dónde rompían-. No era una ciudad turística, así que, había poca gente entre semana. Todos mantenían la distancia de seguridad. Por las mañanas el agua era cristalina.

Había cuerpos de todo tipo: masculinos y femeninos, adultos, viejos, jóvenes, niñxs... De pechos enormes y también minúsculos, musculados, fofos, quemados, tostados, blanquecinos, negros, en tanga, bañador, con patalón y camiseta... Cuerpos anónimos.

Muchos de los cuerpos femeninos estaban en top-less -era algo habitual allí-. No era nada exclusivo de un grupo de edad específico. Parecía muy liberador: en ese espacio al aire libre -donde la vista no alcanzaba a ver el final del mar- prescindir del sujetador, sacar las tetas al sol, liberarlas de su carga sexual, del control sobre su apariencia y posición -turgentes, firmes, sin pezón...-.

Me resultaría molesto tener que llevar algo que cubriera los pectorales. Me paso la mayor parte del verano en bermudas o pantaloncito corto de deporte. En cuanto puedo me quito la camiseta. Y no es que tenga un cuerpo escultural -que uno ya va peinando canas- o modelado por la práctica deportiva. Soy caluroso y la ropa me molesta. No es exhibicionismo -aunque puede que también lo sea-. Prefiero airear los complejos a tener que mantenerlos ocultos.

Hubo un tiempo, sobre mis veinte, en que sí me preocupaba la apariencia física y mantener un cuerpo moldeado según la tendencia estética del momento. En esa edad es fácil que algo así ocurra. Después de todo, el ideal del cuerpo deseable lo fijan ciertos rasgos del cuerpo adolescente o joven. Con el paso del tiempo, los cuerpos se transforman en otra cosa y requiere unos esfuerzos titánicos mantenerse al pie del cañón.
No es que los cuerpos dejen de ser atractivos a partir de los treinta largos. Pero, empiezan a surgir defectos -arrugas, canas, grasa...- y, pareciera que no tenemos algo bello que mostrar. Dejamos de subir fotos a las redes sociales y, cuando lo hacemos, procuramos poner nuestra mejor sonrisa y que el cuerpo aparezca pulcramente cubierto -desde luego, procuramos que el cuerpo nunca sea el protagonista de la foto-.

En la playa no había muchos cuerpos adolescentes. Había cuerpos maduros muy atractivos. Los demasiado jóvenes llaman la atención por su piel tersa y fina, pero no por sus formas: así como a medio hacer, en posturas aniñadas... A menudo, con los hombros encogidos, como con cierto pudor...
Muchas veces pienso que todo es cuestión de actitud, que el miedo, la vergüenza y la desconfianza se huelen... Y resultan feos -repulsivos-.

A unos metros había una mujer con unas tetas enormes. Panza arriba. Pareciera que ocupaba un área inmensa. Se puso en pie. No era muy alta, ni gorda, ni flaca. Pero mientras caminaba hacia el agua, con el bamboleo de sus ubres y su cadera... todos nos encogimos alrededor, convertidos en poca cosa.

Suele haber marroquíes y negros -subsaharianos- en la playa. Supongo que por algún tipo de prescripción religiosa las mujeres van muy tapadas: con vestidos de cuerpo entero o camiseta y pantalón. Se bañan con toda esa ropa. Pero también se ha convertido en algo normalizado. Prefieren las últimas horas de la tarde. Es un contraste fuerte: pechos al aire Vs ropa de baño. Se trata de una playa de ciudad, de una ciudad donde la gente vive y trabaja. Es una ciudad costera y tiene la suerte de contar con ese espacio público, lúdico, de integración, donde liberar la tensión sexual que amordaza los cuerpos. Donde es fácil controlar los cuerpos anónimos esparcidos sobre un terreno desértico, asediado por el sol y las insistentes olas del mar.

En las zonas turísticas todo resulta más  uniforme -no son tantos los perfiles que deciden ir a un destino de playa a entretenerse sobre la arena-. Para el turista, la playa, es más una obligación autoimpuesta; para el habitante de ciudad costera es una forma de liberación, de relax, socialización...


En el pueblo los cuerpos nunca son anónimos. Están tapados por un grueso manto de control sexual y moralidad. No existe un espacio donde poder liberarlos públicamente. Lo más parecido sería la piscina municipal, pero se ha convertido en un reducto para adolescentes y forasteros. La mayoría de los habitantes prefiere preservar su cuerpo en la intimidad de sus piscinas privadas o en escondidos rincones del pantano. Y el cuerpo sólo se exhibe encorsetado, sometido a las formas que imponen los ropajes. Unas formas a la moda que marcan toreros y folclóricas.

Paseando por las calles de Mataró, siempre me pareció que la gente llevaba la ropa más suelta, más ligera, como adaptándose a los cuerpos: la diferencia entre ir en sandalias o tacones altos; entre ir sin sujetador o llevar faja; entre tener tiempos y espacios para relajar  el cuerpo o estar continuamente manteniendo una pose.

No quiero generalizar, en las ciudades costeras también existe un fuerte sometimiento a la pose, y muchos son incapaces de gozar de la libertad que supone la playa. Pero, al menos, existe el tiempo para el anonimato y el espacio para la liberación de esa tensión que se impone a los cuerpos -sobre todo a los femeninos-. En los pueblos hay que esperar más -o desplazarse más lejos- para encontrar esos lugares, pero siempre hay alguien dispuesto a hacerlo.

Playa de Mataró - Julio de 2020

lunes, 20 de julio de 2020

Te la mereces

A un día de calor le seguía otro día de aún más calor. Las temperaturas eran obscenamente altas: 38, 39, 40, 41 grados... Por las noches no corría el aire -y, si lo hacía, era un aire sucio y caliente-. Sólo entre las 6 y las 7 de la mañana una ligera brisa fresca entraba por la ventana a acariciarte el rostro y... despedirse fugazmente. El mes de julio era odioso en aquel lugar.

En los últimos dos años había un cierto empeño en promocionar turísticamente la comarca. Pero el verano hablaba por sí sólo... Y decía cosas horribles sobre aquella latitud y altitud. Seguro que a Stephen King le inspiraría historias bien macabras ese calor infernal.
Quienes podían permitírselo tenían piscinas particulares en las que refrescarse. Otros, hablaban de las bondades de las casas antiguas de planta baja en las que habían invertido millonadas para reformar. Pero lo cierto es que, los de  la tienda de electrodomésticos, andaban muy atareados clavando aires acondicionados en cualquier pared. A mediados de julio ya nadie recordaba qué era respirar un  aire decente que no hubiera atravesado uno de esos inversores de temperatura.

Mientras cruzábamos la presa del pantano, me preguntaba si aquella gran cantidad de agua embalsada no tendría nada que ver...
Mirando las orillas escarpadas, muertas, donde brillaban las pizarras y la tierra suelta... -¿Dónde fue la vegetación ribereña? -Quizá esté ardiendo en el más allá para calentar el más acá?

Sí, la única posibilidad era huir de allí. Conocía un montón de lugares donde el mes de julio era mucho más llevadero: al norte, o hacia cualquier punto de la costa. -¡Que se jodan los de las piscinas con su cloro, sus depuradoras y toda la mierda que vierten en esos circuitos cerrados de agua! ¡Que les follen a los de las plantas bajas y sus aires acondicionados clausurados en una siesta perpetua! 

Llegando a Valencia, la temperatura bajó drásticamente. Continuamos mucho más al norte, hacia el Maresme. Sí, había humedad. El sudor era molesto y pegajoso, pero el termómetro no pasaba de los 30 en las peores horas del mediodía.

Recordó el cartel promocional de su comarca: una foto de algún pantano, contrastando el marrón de las orillas peladas contra el azul del cielo reflejado en las aguas... Como si se tratase de un gran lago cristalino.

Llegamos tarde a la playa, pero conseguimos aparcar cerca. Había gente, pero todos mantenían la distancia de seguridad. Me metí en el agua -¡Aquello sí que era refrescante! ¡Joder! Si hasta me veía los pies! Nadé un poco y me tendí en la arena, el sol estaba bajo y no era necesaria la sombrilla.
Cogí el móvil y busqué la foto. "Te la Mereces" rezaba con una cálida y amorosa tipografía. Recordé el pantano -que estaba muy bajo esos días, con sus aguas turbias de micro-algas y sedimentos-, el calor infernal, el continuo run run de los aires acondicionados, la cerveza tibia al segundo de abrir la lata, la gente asándose, encabronada... -¡No! ¡Aquello no se lo merecía nadie!



viernes, 10 de julio de 2020

Urbanismo: directo al campo desde la ciudad

Del urbanismo pueden hacerse muchas lecturas. Después de todo, no deja de ser una obra colectiva en la que se van superponiendo capas de historia, conflictos sociales, tendencias estéticas, formas de poder, nuevas tecnologías, materiales...
A mí me gustan mucho las lecturas que resaltan el giro actual de la historia: que va de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control (Foucault).

En los pueblos todo ocurre a menor escala y resulta menos llamativo. Pero las tendencias y modas ensayadas en la arquitectura de la ciudad, aunque a destiempo, también llegan.

En cosa de un par de años se realizó la remodelación de dos espacios emblemáticos del pueblo: La Plaza de España y El Paseíllo -un boulevard con locales comerciales y de ocio-.

Creo que, hace 50 años, si hubiese surgido la necesidad de una reforma, no se hubiese parecido en nada a la actual. La sociedad ha cambiado, y también su imaginario. Ahora es una sociedad más individualista, celosa de su privacidad, consumista, desigual, viajera... Que demanda higiene, seguridad, eficiencia, rapidez, atractivo, facilidades para el turista ... Y los espacios públicos y privados se adaptan a esas dinámicas.
Antes, era habitual, al atardecer, ver a familias paseando por carreteras -arboladas en sus laterales-, o sentadas en un banco -mientras los niños jugaban-, o con las sillas en medio de la calle "al fresco" -conversando con los vecinos-...
Habías quedado. Salías. Esperabas a alguien en un banco -¡Anda! Pues se está agustito aquí (nos quedamos un rato más, no vamos al bar).
Los espacios públicos eran sitios para estar y socializar -entre la gente del lugar-. Los pueblos vivían para sí mismos, podían ser nodos de ciertas rutas comerciales pero no eran lugares donde viajeros se acercaran por ocio, o donde se asentasen las personas buscando una oportunidad -los que se acercaban lo hacían porque tenían algún una misión o vínculo con el territorio y sus gentes-.

En las grandes urbes, el aumento de la movilidad, la masificación y la desigualdad, generan problemas estéticos y conflictividad social: la marginalidad se apropia de los espacios públicos, se pierde el atractivo, los negocios se quejan, las familias no se sienten seguras... Se genera un malestar en la clase burguesa que reclama soluciones y, eso, sedimenta en un modelo de urbanismo aséptico, diáfano e, incluso, incómodo o disuasorio: -No vamos a acabar con la marginalidad, pero podemos invisibilizarla, desplazarla a otros lugares-.
Así, los espacios públicos se van transformando en lugares de paso -bellos, impactantes e icónicos para la fotografía de viaje, pero inhabitables como punto de reunión o encuentro-. No lugares. Fáciles de controlar y vigilar -seguros- para las clases que dirigen la sociedad, o las que explotan los espacios públicos para la obtención de beneficios.

Cuando a un pueblo le toca reformar o arreglar sus infraestructuras, el modelo ya se ha fijado y desarrollado en las ciudades y, a menos que se tenga una identidad muy marcada, lo que acaba por implantarse en los pueblos es ese modelo urbano. A pesar de que no costaría mucho imaginar pueblos con una identidad estética propia, vinculada al territorio: a su relieve, clima, flora, fauna, actividades económicas...

Herrera no ha crecido en población en los últimos 60 años, pero sí que ha crecido en extensión. Y, todo ese crecimiento acelerado, ha tenido como efecto que lo nuevo no guarde similitud alguna con lo anterior y, si existía una identidad propia, quedase escondida tras la uralita, el hormigón, el ladrillo perforado o estilos importados de cualquier punto del globo.
Siguen quedando lugares históricos, de referencia, pero resulta imposible determinar si lo bueno es aferrarse a lo antiguo o abrazar lo nuevo -lo práctico, lo eficiente, lo moderno-

Como en otros aspectos de la postmodernidad, en el urbanismo tampoco existe un principio universal del que podamos derivar cómo deben ser las cosas -una vez superadas las dificultades técnicas-. Y, para hacer una crítica -estética-, tenemos que movernos por terrenos pantanosos, sin saber muy bien a dónde vamos -en una especie de navegación de cabotaje, sin perder de vista la orilla-. Se lanzan lluvias de ideas que no llegan ni a mojar el suelo, porque el tiempo apremia y, o se hace ya, o no se hace.

En ese no recordar de dónde venimos y no saber a dónde queremos llegar. Se van colando los planes de control, el discurso securitario e higiénico, que allana  y normaliza el territorio para la expansión del capital y la comercialización del ocio en forma de turismo. Con unas arquitecturas efímeras -reemplazadas en cortos períodos de tiempo por otras más modernas-, a menudo, más allá de todo contexto.

Arriba: barrio antiguo entorno a la Iglesia. Abajo: barrio nuevo, el colegio, el palacio de la cultura.

En el barrio entorno a la Iglesia, las calles son estrechas y retorcidas. Caminas como huido: en cualquier giro podría aparecer un prestamista, el cura o la guardia civil, dispuestos a recriminarte algo.
En el barrio nuevo los espacios son más amplios y rectos -hay que dejar espacio a los coches-. Todo está a la vista, los negocios se anuncian con colores llamativos y las luces de la policía se ven desde lejos. No hay porqué preocuparse, todo está bajo control.

La Plaza

Arriba: La Plaza reformada. Abajo: La Plaza anterior

Siempre decimos: -La Plaza ha quedado mejor que estaba-.
Y... Es cierto. La rotonda era muy fea y estaba permanentemente asediada por coches inclinados -aparcados con las ruedas del lateral izquierdo en el bordillo del boulevard-, los árboles raquíticos, infectados...
Ahora luce más. Brilla insistente -de noche, por la iluminación de colores y, de día, por el reflejo de las baldosas-. Desde cualquier punto puedes ver lo que ocurre en el resto de la plaza.
Además, resulta muy accesible: en un instante aparcas, bajas del coche, sacas dinero, te tomas una caña en el bar, recoges la metadona en la farmacia... y te largas.

"El efecto más importante del panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantizaría el funcionamiento automático del poder, sin que ese poder se esté ejerciendo de manera efectiva en cada momento, puesto que el prisionero no puede saber cuándo se le vigila y cuándo no." - Wikipedia - Panóptico



El Paseíllo

Abajo: El Paseíllo reformado. Arriba: El Paseíllo anterior

Recuerdo que, de niños, había un seto que dividía en pequeños compartimentos las parcelas de césped donde crecían las palmeras. Jugábamos al escondite, o saltábamos directamente a la carretera -desde detrás del seto-. Tus padres podían estar comiendo pipas en un banco y tú fumando unos metros más arriba -sin que te vieran-. Vivíamos peligrosamente.
Primero desaparecieron los setos, luego aparecieron resaltos en los pasos de cebra... Pero seguía resultando muy peligroso -por aquellos entonces la gente ni tan siquiera llevaba mascarilla-. Hasta que el bulevar arbolado quedó demodé... Como el francés.

"La mejor manera de optimizar el espacio, maximizar la ocupación y reducir los costes era con una disposición diáfana. Los jefes terminaron aceptando y abrazando el modelo, porque estar cerca de sus subordinados les permitía supervisar y controlar más y mejor el día a día. En espacios abiertos sería más difícil distraer las horas subrepticiamente en las redes sociales porque todos estarían más expuestos a las miradas ajenas. Existiría un mayor control, una mayor motivación y un incremento de la productividad." - https://worldofficeforum.com/open-space-oficinas/


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En el siglo pasado, lo importante era el tráfico rodado -demandaba espacio para circular y aparcar-. Ahora, el tráfico sigue siendo importante pero, además, el turismo reclama los centros de pueblos y ciudades -como una suerte de bucólicos parques temáticos-. Y, tanto si se trata de una actividad relevante en la zona como si no, nadie quiere renunciar a lucir ese atractivo. Lo residencial se desplaza hacia la periferia y, el centro, se va adornando con toldos multicolor, gente tomando cañitas en las terrazas, chorritos de agua, zonas azules y gente de acento raro paseando un mapa en las manos...
Parece un pueblo, tiene las dimensiones y la estructura de un pueblo, pero se le ha extraído el significado de "conjunto de habitantes de un lugar" para quedarse únicamente con el de "conjunto de edificaciones de un lugar" y, ahí, cabe cualquier tipo de arquitectura.

Decía Hegel en sus lecciones sobre estética que "la arquitectura constituye precisamente el recinto inorgánico de la individualidad espiritual". Hegel todavía creía en la existencia de cosas como el Espíritu de un pueblo.

Bien, el Espíritu del pueblo se ha desintegrado. Pero la arquitectura sigue ahí, constituyendo nuestra individualidad. No es de extrañar que todo encaje tan bien: sociedades de control demandadas por un sistema productivo basado en el capitalismo de libre consumo, arquitecturas efímeras, disgregadoras y con tendencia a lo universal, lo estándar, en un mundo globalizado.