Mostrando entradas con la etiqueta prosa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta prosa. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de abril de 2013

Matar moscas con un palo

Es como matar moscas con un palo, al final te acabas dando. Y no importa si garabateas en un papel retratos que no lo parecen, mapas en el cielo, o palabras que no dicen nada (porque nadie las va a leer)


- ¡Das pena! Con tu caminar a tumbos, con tus esfuerzos siempre en la dirección equivocada.
- ¡Te miro mal! Me molestas! Con tu no ser como los demás te decimos que seas.
- ¡No has comprendido nada! Vas de intelectual y la vida es algo material, económico, mundano... ¿Por qué no decirlo? Es algo feo.
- Tus vómitos y diarrea tipográfica no tienen finalidad, te consumen y afean la personalidad. Levántate y trabaja! no tienes la casta ni la genialidad.


Autoayuda no me ayudaba lo más mínimo. La voz de mi conciencia siempre me mandaba a la mierda.
Para colmo, las convulsiones recorrían el lado izquierdo de mi cabeza. No sabía cómo lo hacía, pero siempre somatizaba en tics breves, concisos, casi imperceptibles... Como ese espantar las moscas las vacas... con su agitar la piel en el lugar preciso. Como a mí, que mis pensamientos y mis visiones me producían azogue, pero por más que sacudía el párpado o convulsionaba el pellejo del cráneo, lo único que conseguía era azuzar mis miedos. Estaba al borde del colapso.
Y no era porque las cosas fuesen mal. Era lo de siempre, iban demasiado despacio. Seguía arrastrando las prisas, el no parar quieto, el quererlo todo de golpe. No había aprendido a tirarme en el sofá a engullir televisión. Eso me hacía aún más extraño de cara a los demás.

Por si no fuese suficiente con la oscuridad psicológica y los síntomas fisiológicos. Llegaron días de niebla, pero sólo allí, alrededor de mi casa, en mi pueblo, que cada día se me hacía más hostil. La gente eran cardos repartiendo pinchazos afilados de rencor. Pero yo era Pacífico, un perro lleno de pulgas o problemas. Desencadenaba sentimientos enfrentados: asco y pena, pero ambos igual de hirientes. - ¡Maldito invierno!

Me marché. No soportaba tantas voces dentro de un espacio tan pequeño. La niebla no desapareció hasta que crucé la frontera de mi comarca. Y me acordé de una novela de Stephen King, en la que una niebla maligna envolvía la zona y la inundaba de repulsivos monstruos. Eso mismo ha pasado en mi pueblo, estaba lleno de niebla y monstruos.
Pero con la luz todo cambió: Aparecieron las dehesas, el sol alegraba los rostros y los pájaros cantaban una alegre canción. Aquella casita en el campo era el refugio perfecto, un lugar donde quedarse al margen, donde coger carrera y escuchar las voces de la naturaleza.

Estaba en estado de abandono. Desde que vendí el ganado casi no pisaba por allí, y habían proliferado las arañas entre los destrozos de las ratas.
- Ya tienes tarea! Limpia! - La mala conciencia, siempre con sus órdenes absurdas.
- Pues ahora no limpio porque no me sale de los cojones! - Pero el maldito invierno seguía con sus codazos de frío, y no me quedó más remedio que poner un poco de orden. Porque el interior de la caseta olía a orín de rata, y las ratas me dan asco y miedo.

- Antes de lanzarme a la tarea me fumaré un porrito. - Pensé jocoso.
Es arriesgado fumar antes de haber acabado con las obligaciones, sobre todo si hace frio y la casa está llena de ratas tan grandes como conejos... - Chiiiii - Escuché sus afilados chillidos. Estaba paranoico y todavía no había dado ni una calada.


Los monstruos habían llegado allí. A pesar de los rayos de sol incidiendo en perpendicular sobre las heladas piedras, las pegajosas jaras y las proliferantes setas,  mis visiones ensombrecieron aquel lugar. - Y... aquello que se acercaba por el horizonte... ¿No era también niebla?


Al final, sus miedos eran la realidad y los malos no eran los demás. Locura crecía a sus pies y el pozo más profundo de su cabeza se había secado de tanto leer. - A galopar! ¡A galopar! - Gritaba mientras espoleaba a su ficticio Rocinante de huesos de rata.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Delfines de ciudad

Sintió una cálida humedad en los pies:
Cuando bajó la vista al firme del salón... quedó absorto en el agua transparente que le cubría hasta las rodillas. Las diminutas olas reflejaban bucólicos rayos de sol. El parquet parecía recién encerado. -¿Cómo había llegado ese agua allí?- Resultaba increíble que un pequeño piso interior, en medio de Madrid, pareciese más una paradisíaca isla del Caribe.
Al mirar hacia el pasillo, pudo ver cómo dos delfines se acercaban felices, haciendo toda clase de cirigonzas, riendo, cantando...
Nadaban a su alrededor como alegres cachorritos. -Ven aquí pequeñín!- Les gritaba y silbaba para que saltasen: -Más alto! Una voltereta!- Eran incansables.
De pronto, cayó en la cuenta de que había demasiados muebles en la sala. -Los delfines podrían herirse.- Pensó.

Se escuchó un gran golpe y, luego, sólo calma: Uno de los delfines se había hostiado contra la mesa más sólida del salón (con diferencia el mueble más caro de aquella ratonera). Flotaba inmóvil. -¿Estaría muerto?-
Su compañero le observaba extrañado, sin saber qué había pasado ni qué hacer. Así que él, el humano, el único ser inteligente y con capacidad de raciocinio de la sala, se acercó al delfín herido y comenzó a zarandearlo, con la intención de hacerlo reaccionar. Y lo hizo! no estaba muerto! sólo conmocionado.
Se alejó para dejarle espacio. Parecía drogado (nunca había visto un delfín drogado, pero seguro que se movía como lo hacía el delfín de su salón).

Aún así, el desasosiego le removía las entrañas: sabía que algo no iba bien, que lo que acababa de presenciar debía tener consecuencias, y que estas serían oscuras y dolorosas... La sala había dejado de ser una apacible isla del Caribe y había vuelto a convertirse en el sucio nido de cucarachas de siempre.
El delfín sacudió bruscamente la cabeza -en un espasmo casi diabólico-. Un hilo de sangre brotó de su hocico. En el agua la sangre resultaba mucho más escandalosa. Después: otro espasmo. Empezó a vomitar sangre, en coágulos y borbotones. Todo se tiñó de rojo.

Tenía que hacer algo! Y rápido! El nivel de agua descendía... Cogió en brazos al delfín herido, el otro le seguía inexpresivo.

En la salida del edificio, el portero charlaba tranquilamente con uno de los vecinos mientras sostenía el cepillo entre las manos (frente a un montón de ocres hojas fruto de un soleado día de otoño). -¡Deprisa!! ¿Puede llamar a una ambulancia? Este delfín está mal herido, hay que llevarlo a un veterinario!- Félix, el portero, no se extrañó lo más mínimo; llamó a una ambulancia, que se presentó a los pocos minutos. Durante la espera hablaron de los escasos veterinarios de delfines que existían en la ciudad. -Antes no era así, antes a la gente le encantaba los mamíferos marinos: focas, cetáceos, nutrias y manatíes... los parques estaban siempre llenos de familias con sus mascotas. Pero con la crisis...-
-¡uuuuh, uuuuh!¡niinoo,niinoo! - Uf! Por fin la ambulancia.- Los operarios montaron al delfín herido en una camilla, el otro permanecía a su lado. No hubo preguntas: la sangre hablaba por sí sola. Les soltaron algunos mensajes tranquilizadores, de esperanza... Y se dilulleron a toda velocidad en el tráfico de la ciudad.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Pantanos

Las lápidas cubiertas de algas, yacían a varios metros bajo la superficie del agua. Ahora servían de refugio a carpas, lucios, cangrejos...


Este pantano será muy importante -Dijeron a los vecinos de las poblaciones afectadas-. Servirá para abastecer de electricidad a toda la comarca e, incluso ¡Se podrá exportar a otras provincias! Permitirá un control más eficiente de los regadíos situados en el siguiente tramo de río; tendréis más y mejores sitios de baño y pesca ¡Es el progreso!
 

Los años habían pasado y a nadie importaban ya los viejos cementerios, o los pueblos y campos labrados con el sudor de muchas generaciones. Nadie los recordaba, eran solo historias de viejos.
El campo es muy duro, hay que estar pendiente todos los días -Era la cantinela con la que siempre había crecido-. Años más tarde, oiría esas mismas letanías referidas a cualquier trabajo. -Así que, todo el mundo se queja...- Pensó.
Había crecido y había aprendido a olvidar. Primero con pequeñas lagunas, de forma casi inconsciente. Más tarde: con saña y premeditación. Como hicieran los ingenieros de aquellos pantanos: sepultando pueblos, cementerios y otros sucios recuerdos de aquellas comunidades aisladas e infestadas de pecados capitales.

Se convirtió en un ciudadano universal: prendió en él la llama del desprecio hacia la ruralidad, sus formas de vida y costumbres. De tanto escuchar -En la ciudad está el progreso y la abundancia. Aquí solo hay miseria-. Empezó a amar, a interesarse por todo aquello que venía de fuera, por todo aquello que estaba más allá de los pantanos. Las enormes masas de agua se le hicieron pequeñas. También la serranía sobre la que se erguía el castillo en ruinas -antaño bastión de beligerantes visires-.
Se fue. A descubrir nuevos mundos y formas de vida. Como un niño al que le están saliendo los dientes: mordía y besaba, en impulsos de amor y rabia, presionando los límites de su estrecho mundo. Hasta que cedieron...

A menudo se veía como un antiguo griego, abandonando la región del Ática, desprendiéndose de los símbolos y creencias de sus predecesores, en busca de razones. Pero en ocasiones dudaba y, como Ulises, intentaba volver a su pequeña patria: abrazar de nuevo los mitos, las leyendas y las encinas centenarias.
Nunca le importó ser contradictorio: albergar un corazón de diminuta guerra era parte de su sentirse vivo, la tensión que empujaba siempre hacia adelante.

Todos se vuelven hacia su comunidad, como todos se quejan de su trabajo. No era algo ligado al territorio. Muchas de las cosas que dicen ser propias de nuestro territorio son una falacia, una estratagema de unos pocos: para mantener sus posiciones privilegiadas -sin mover un dedo, contando con el apoyo y la simpatía de los que tienen demasiado miedo como para arriesgar sus miserias-.

***

Había algo podrido dentro de él. El olor de su aliento delataba un origen pantanoso. No eran solo los mordiscos y dientes amarillentos lo que intimidaba a los demás: eran el odio y desprecio hacia sus creencias (sus ídolos de plástico y metal).
El Dios judeo-cristiano le había marcado con su cruz y corona de espinas. Tanto como todos los moralistas que le rodearon desde su más tierna infancia, empeñados en entrometerse en cada aspecto de su vida, para juzgar y aconsejar, con la envidia y la codicia como únicas guías -Sí, lo fácil es dar consejos a los demás-.

Y aunque había aprendido a olvidar, los recuerdos seguían estando allí. Como las lápidas bajo el cauce -contenido por la grotesca presa que unía las dos orillas en la estrechez montañosa-. Como un torniquete en la rodilla, coagulando la sangre, obstruyendo la arteria de las dehesas.

Periódicamente llegan años de sequía, para exponer al sol abrasador restos deformes de civilización. Los miramos con desprecio, porque están muertos, superados. Mientras, el alma se agita: al comprender que seguimos dominados por supersticiones y cuentos de viejas; que hemos cambiado las gallinas por monedas y petróleo; los dioses por banderas; los reyes por banqueros; los burros por humeantes amasijos de plástico y metal...

Así, también a él le asaltaban veranos calurosos y secos. Aireando sus miserias y el olor a podrido de las falsas creencias.
Se sintió engañado: como aquellas gentes a las que convencieron para inundar sus pueblos, para dejar paso al progreso. Se sintió enfadado, con el ego hinchado, por haber sufrido y haber ganado...


***********************

Como Alfredo Landa en "Las verdes praderas":
-¿Qué piensas?
-En nada.
-No se puede pensar en nada. Eso me dices tú a mí.
-Quién coño me mandaría a mí meterme en La Confianza, estudiar económicas y perder la juventud y la vista en unos libros que no valen para nada.
-¿Y eso?
-Eso. Llevo 42 años pensando que lo que vivía no era importante, porque era como... como provisional, como, como si estuviera esperando destino. Yo creía que iba hacia una vida maravillosa. Y mientras estaba en la cola esperando, trabajaba y estudiaba como un negro porque tenía que ser así, porque más adelante iba a llegar mi vida, mi verdadera vida ¿Y sabes qué pasa? Pues que ya ha llegado.
-Y va, y no te gusta.
-Y va, y no te gusta. ¿Qué me espera?: Ocupar el puesto de Don Enrique, para él, para toda la vida. Casar a los niños tampoco, porque para entonces no se va a casar nadie. Total, tú y yo solos, vegetando todos los fines de semana en esa mierda de chalé, todos los puentes, todas las vacaciones de Semana Santa. Arreglando la calefacción, cortando el césped, limpiando la piscina...
-¿Qué piscina?
-Pues la que terminaremos poniendo.... Y un día te mueres y se te queda esa carita de gilipollas. Y en el último momento te dices, vamos, vamos, vamos... porque es que te han llevado al huerto toda la vida… y nunca has hecho lo que tú querías. Estudia, trabaja, échate novia, cásate, cómprate un piso, un chalet, un coche y trabaja como un burro para pagar las letras, los colegios de los niños, el fregaplatos, la cortadora de césped... Y te das cuenta que has vivido para Seat, para Philips, para Banús, para Zanussi, para el Corte Inglés… para La Confianza y su puta madre.
Después de tanto desearlo no me gusta. Y me paso las noches sin dormir. Me he equivocao
-Jose, a mí tampoco me gusta esto. Esa es toda mi vida
-Pues eso es lo que me pasa a mí... Que m'he equivocao, coño. Que m'he equivocao...



domingo, 8 de julio de 2012

Sueños de una tormenta de verano

Llegó la lluvia y sopló el viento desde las montañas; por un día se endureció la arena de la playa y asentó el polvo donde debe estar: en el suelo. Un día sin sudar, un día de descanso, en un verano sin tregua, de los que no dejan dormir ni descansar. El infierno es siempre un lugar cálido. Hay mitos respecto al viento: que vuelve loca a la gente; sin embargo, el calor, parece requisito indispensable para la madurez: de la fruta, del cereal... del tontito al que le falta un hervor.
El calor tiene un lado perverso y oscuro. Y no es sólo por la carne de los cuerpos que se expone sin pudor a los rayos afilados del sol. Además es el catalizador de las pulsiones de muerte, la llave de esas puertas que dejamos mal cerradas cuando preferimos olvidarnos de los traumas infantiles o adultos, para seguir adelante. Porque matar o dejarse morir es malo por igual, aunque las buenas personas prefiramos dejarnos morir...
Costaba entender porqué existía esa veneración incondicional hacia el verano. Porqué todos se dejaban arrastrar por sus instintos más destructores y se lanzaban a un ocio de sol, tabaco, alcohol, temperaturas extremas, comidas copiosas, músicas chillonas, sexo, adulterio, drogas... cáncer. Sufría, sufría por todos ellos, mientras el aire acondicionado le helaba los huesos en aquella oficina gris y oscura, después de un fin de semana de contrastes de temperatura.
Delante de la epiléptica pantalla de ordenador soñaba con vacaciones, en un lugar frío, quizá Siberia, viendo corretear los renos desde debajo de su gorro polar, mientras la nieve golpeaba con furia el grueso abrigo. De pequeño adoraba los cuentos populares rusos, recordaba perfectamente los dos tomos de pasta dura de la biblioteca del pueblo. Había leído cientos de aquellas historias de caballos semi-mágicos, expirando fuego en medio de la estepa helada, ayudando al joven de buen corazón (pero bolsillos vacíos) a conseguir el amor de la hermosa princesa. De pequeño siempre estaba en las nubes, quizá no le había dado lo suficiente el sol, de pequeño...
Odiaba el calor y el aire acondicionado; además tenía un corazón salvaje, como los jóvenes de los cuentos populares: por eso siempre estaba sudando. Quizá su fascinación por Rusia no era algo irracional, ni sus sueños marxista-leninistas... la comunión de bienes.

Una rata gorda y peluda se posó a su lado; con sus manitas pequeñas y desnudas parecía querer decirle algo. No era más que el jefe del departamento de cuentas. -¿Qué cojones querría ahora!-. Esta gente parecía no enterarse que el calor le ponía de mal humor. -De acuerdo- Le espetó -Sin ni siquiera pensar lo que le había dicho (siempre eran pequeños detalles que no le interesaban lo más mínimo)-. Le vio alejarse arrastrando su cola carnosa tras el traje negro. Fijó la mirada en la pantalla: -¡Mierda!- El protector de pantalla se pavoneaba con mil colores, ahora entendía a qué había venido ese ser agorero. Era un Lunes de Julio, después de un fin de semana de cáncer e infarto. Una salida de la autopista de la rutina, tan intenso como desconcertante. Pero el señor rata no sabía nada de eso y prefería importunarle cuando observaba inexpresivo los renos de su amada Siberia.

El infierno está lleno de calor y el mal tiene rabo. El deseo sexual se disfraza de voluptuosidad, el verdadero mal habita en mugrientas oficinas y sobre todo en las de amplias cristaleras. Después de la tormenta siempre llega la calma y le deja a uno tirado en medio de una realidad absurda, extraña, ajena... una especie de Matrix al que todos vivimos enganchados, engañados... como el Buda que no quiere saber de las pasiones.

La psicodelia del protector de pantalla le transportó a la noche del fin de semana, a la oscuridad de un antro en el centro de la ciudad donde se sorprendió mirando sus brazos, repletos de gruesas venas, como raíces de un gran árbol. Se giró para comentarlo a un colega, pero estaba en medio de un grupo que no era el suyo; una chica le preguntó algo, la música siempre estaba demasiado alta, o quizá  era extranjera; le señaló sus brazos, pero no pareció ver nada raro. Todos reían, bailaban y se movían muy rápido, así que pensó que sería el cóctel de drogas; que había llegado el momento de buscar al hombre sin química, aquel que habita más allá de los sueños, al otro lado de las sábanas, en el mediodía siguiente. Se fue a casa, sin despedirse, tampoco sabría de quien hacerlo, todos le resultaban conocidos. Fumando, tosiendo y sudando, con el sol asomándose para verle abrir la última puerta; se quitó la ropa y se metió en la cama, mientras pensaba que había vivido momentos de magia, que había visitado el lugar donde nace el narco iris y juegan los pequeños ponis. El calor y la humedad fueron especialmente insoportables, así que no descansó, sólo de vez en cuando susurraba -Mañana lloverá y arrastrará al mar este onírico malestar, las imágenes ya borrosas y los sentimientos de culpa, por no haber actuado acorde a la prudencia, la razón y el decoro.

El día siguiente amaneció un Domingo de tormentas, un regalo del Cielo. Dios le amaba. Después de todo, no había sido tan malo. Aunque no hacía falta que se lo confirmaran: él sabía que era de los buenos, de los que aman; los que odian prefieren de lunes a viernes: no piensan en la felicidad ni tienen raíces en los brazos y, por supuesto, no sueñan con árboles de vida y muerte.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Sangre de TIC

En el navegador siempre había una pestaña en blanco. Como en sus cuadernos, de los que no le gustaba utilizar la primera hoja. Tenía la extraña manía de no dejar nada del todo cerrado. Le causaba desasosiego no ver alguna puerta abierta, la claustrofobia de estar atrapado en el momento presente, en el lugar de siempre.
Hasta que un día, aquella pestaña comenzó a sangrar, sangre de bits, rojo sobre fondo negro. -¿Y por qué no?- Se preguntó mientras observaba impávido aquellos regueros de sangre. -Llevo tanto tiempo aquí sentado, yendo de un sitio a otro, del facebook al correo, a noticias que nunca leo completas, a pequeños pedazos de cosas que pasan fugaces por mi electrizada cabeza. ¿Por qué no se va a empañar la pestaña con sangre de TIC?-.

Y, cómo no... empezó a rascar con el dedo. Por fin algo interesante en la pantalla de su ordenador, más incluso que el fondo azul y caracteres blancos de aquel sistema operativo que un día tuvo, güindous lo llamaba. -¡Puto virus!- En su nombre había sacrificado cientos de teclados, a base de violencia mal contenida.

Al rascar, también la pantalla se puso a sangrar, su dedo se rompió y borbotones de palabras hicieron charco en su escritorio. Por un momento le invadió el miedo: Alguna vez le habían dicho que podían salir las tripas por cualquier herida. Y siempre se lo había tomado a broma, sólo que ahora, mirando el charco del escritorio, de palabras escatológicas y bits herrumbrosos vio peligrar sus entrañas. De alguna manera ya estaban allí, en aquel charco rojo oscuro de bits, caracteres, palabras... tripas. Eso era él: un destripador sanguinolento, un asesino de pasados siempre mejores y futuros estables.

Se desvaneció, uno no puede sangrar eternamente, ni estar asomado al fondo de un abismo sin acabar demente. De la demencia al desvanecimiento. -¿Quién va a rescatarme de este pantano de bits y sangre! Las palabras se han escurrido entre mis dedos y soy prácticamente un saco de muerte. ¡Tengo frío! ¡Tengo miedo! La culpa es mía por rodearme de seres inertes-. Mientras se lamentaba en el fondo de su abismo, la pestaña sangrante recuperó la cordura, otra vez en blanco y la barra del navegador impoluta ¿Qué nuevos mundos le aguardaban? ¿Qué nuevas fantasías y pornografías habría más allá del píxel en blanco?
El charco se coaguló en un pesado bloque de bits y palabras vacías, su dedo se reparó. Pero ahora el brazo derecho era más ligero, estaba fuera de control. Así que se acordó de David Lynch, de Laura Palmer y del acto de masturbación. Se sentía más violento, más humano. De repente, quería buscar trabajo, ganar más dinero y actualizar su facebook solo con casos de éxito. Así que navegó, siempre en la misma pestaña, con un objetivo entre las cejas. Sin el peso de las letras o las tripas... sin el calor de la sangre, se posó en la cima de La Montaña de cadáveres.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Mirando al mar
 

 
Los Iframes: extrañas puertas a otros mundos....

lunes, 24 de octubre de 2011

Somatizar la angustia

Somatizar una angustia: siempre me había parecido algo muy sexy, un punto de unión entre dos mundos, una puerta abierta al cajón de todos los males.
Los hombres tienen problemas, luego soy un hombre y mi circunstancia es incierta. Pero preferiría ser un espectro, o un alien o... un angel, de esos que disparan flechas de amor eterno.

No existe la crisis, quizá sí la personal, pero no deja de ser un estado de ánimo. Sólo quiero un mundo mejor. No es mucho pedir. El hombre viajó a la Luna y a todos nos pareció lo más normal.

Corren tiempos extraños, falta para pensar. Es normal que no sepamos dónde vamos, es fácil que no sepamos ni dónde estamos ¿Estamos?
Y si la vida es un sueño como dijo algún navegante... me quedo con mi pesadilla llena de monstruos y tics nerviosos.

Tic-tic-tic...-- Atchússs!!!--- cof-cof-cof

Casi lo confundo con hacerse mayor, pero eso no es cierto. El Domingo a la noche me dijo Punset que viviría 100 o más años!!! Y me pareció terrorífico tener que aguantar tanto. Escohotado habló de Ibiza y las drogas, era una buena manera de pasar el rato, pero siempre amanece y el alcohol es tan malo...

Y el puto nervioso Tic-tic-tic... ¿Se me estará notando? ¿Cuantos demonios no se habrán escapado?

Hay quien si no habla revienta. Pero a mí me tiemblan las manos si no cojo el boli o teclado. Aunque un tic en el ojo es una figura tan literaria como otra cualquiera, para verter las entrañas. Pensaba en mis hijos, en mi pueblo, en el trabajo, en el futuro inmediato... pero se puso nublado y quedó empapado, otra vez a empezar, otra vez la hoja emborronada. Si sólo hubiera seguido los trazos que me habían marcado...

Me puse a leer y un tal Carr, me dijo que Internet era la causa de mi dispersión, que ya no podía seguir de arriba a abajo, que había quedado atrapado en  la transversalidad... pero fue demasiado tarde y ya estaba en un nuevo hiperenlace, picoteando en otro abrevadero. Entonces comprendí porqué nadie contesta mis mensajes.

Otra vez el dedo en el ojo. Pero a Tic no le agradan las caricias.
Tic-tic-tic...-- Atchússs!!!--- cof-cof-cof
Me está metiendo todos los demonios. Me rasco, no recordaba las uñas tan largas, ni ese color rojo, resbalando, tan cálido... Por fin! Lo arranco, lo sostengo en mi mano, me mira, nos miramos y mientras los demonios pululando...

lunes, 22 de agosto de 2011

Siberia Extremeña




El verano... época atroz, de pastos dorados, caminos polvorientos, con el verde de las encinas y arbustos desgastado por el sol. Imagen de sabana africana. Estampa vaporosa y ardiente, cual flama de dragón. Reafirmando la idea anglosajona de que el continente africano comenzara al sur de los Pirineos.
Esa región, maldita, hacía honor a su nombre. En verano, la siesta era obligación, los rayos de sol incidían con tal violencia que tenías la sensación de desvanecerte bajo una lluvia de ácidos sulfurosos. La caída de la tarde se recibía como milagro divino, el momento en que la gente se atrevía, tímidamente, a abandonar sus refugios de ladrillo y cemento, hábilmente encalados, intentando reflejar los rayos abrasadores más allá de donde habita el sueño de mediodía.

En verano todo parecía raquítico, como si el sol y el aire polvoriento y caliente no dejasen levantar cabeza ni a las robustas encinas, o incluso a las tranquilas piedras. Sólo las chicharras disfrutaban. Por eso el atardecer era tan espectacular, mágico, diría yo. Con una belleza totalmente distinta a la de cualquier otro lugar. El Sol ocultándose llenaba a todos de esperanza: - “Un día menos”, “Seguro que pronto refrescará”, “Esta noche no será tan calurosa”...


Mientras los últimos rayos anaranjados del astro rey se reflejan en la superficie pulida de algún pantano, los murciélagos comienzan su frenética caza de insectos. Las ánimas se despiertan. Hasta la oscura noche, que a menudo se nos torna amenazadora, resulta ahora, en su escala de grises y negros, el más acogedor de los hogares, bajo un brillante e impoluto techo de estrellas.


lunes, 7 de marzo de 2011

taitantos


La capacidad de fantasear, de repente se esfuma. El disco se raya y acaba uno absorbido por el ideal de vida. Ya no puedes enfrentarte al papel en blanco, ni entablar conversaciones de borracho sin sentir desprecio por ti mismo, por los demás... En fin, que vas creciendo y la importancia se posa en otras cosas. No es algo que uno elija, va llegando. Y si no llega es porque eres un bicho raro, la excepción a la regla, tan necesaria...
Te vas quitando de la autodestrucción, y no es porque ahora aprecies más la vida, es sólo que te has acostumbrado... a ti mismo, al mundo que te rodea y, puesto que no hay escapatoria ¿De qué sirve quemarse a lo bonzo? Si luego tienes que volver a currar...
Las relaciones con los demás se vuelven más esporádicas, pero se llenan de matices. Lo que uno no quiere es que los amigos le rehuyan el trato, así que: te moderas, te achantas, o lo llamas como quieras, pero al menos tienes alguien con quien tomar unas cervezas.
Los momentos de evasión se ajustan y se pautan, acorde al modelo económico que rige tu vida, no hay margen para la improvisación y, claro, hay que aprovechar al máximo, ser eficiente.
En el fondo, no son más que pequeños matices, como los que diferencian a un chino de un coreano, o a un negro de otro negro. El ensimismamiento, que no nos deja ver más allá de nosotros mismos y nuestras circunstancias, ahí nos escudamos.

En el pueblo todo parece más sencillo, hasta los coches, los móviles, los ordenadores... son productos que crecen en otro sitio, la gente los compra y los incorporan a su vida, sin muchos artificios, de forma natural, son útiles o entretienen. La vida social se torna más compleja, se llena de recovecos, callejones oscuros y hasta concurridas plazas o verdes prados.
Aquí, la gente también se hace mayor y, sin embargo, el proceso parece más lento, quizá se contagia de ese parecer que nunca pasa nada, en los pueblos, que nada se mueve, que los pájaros cantan siempre la misma canción. Se contagian de esa Naturaleza que los rodea, del crecimiento lento y pausado de las viejas encinas que, más que crecimiento, es un seguir adelante, sólo por ver amanecer un nuevo día.

A veces, todo es una mierda, a veces sientes morriña y cualquier tiempo pasado parece mejor, a veces se van las fuerzas y, si esto fuera un río, te dejarías llevar. Pero lo más triste es: dejar de soñar, vivir cada instante de cada día aferrado a la realidad. Ni superhéroes, ni capitán Nemo, ni superpoderes, ni historia interminable... ir a la cama a soñar.

lunes, 28 de junio de 2010

Vivir, trabajar, Comprender...

Es extraño, este vivir para trabajar, este padecer que no hay tiempo de ná, el continuo planificar para sacar el máximo rendimiento. La vida se escapa entre los dedos... no tengo tiempo. Demasiadas cosas, aprender, leer, pintar, escribir, amar, tener niños, ver pelis, estudiar, piratear, correr, beber, fumar... El día a día se lo llevan insignificantes detalles que frenan cualquier voluntad!... El dinero lo complica todo.
Lo peor es pensar que has jugado mal tus cartas, o peor aún, no saber a qué estás jugando, no saber dónde está el norte o hacia dónde ir... y siempre buscando respuestas en lo material, como si el trabajo y el dinero fueran la verdad absoluta. - Al menos es algo cuantificable. - Porque ¡Qué coños es la felicidad? aparte de un bonito nombre.
Se me deshace la boca pensando en tiempo libre, infinito tiempo libre, días como océanos, interminables, preso del aburrimiento, la desidia, el agobio, la creatividad, el genio, el amor, la locura...
Para acabar diciendo que cualquier tiempo pasado fue mejor. - Y es verdad, coño! El celebro es mu listo y enseguida se olvida de lo malo, y le entra morriña del pasado, del pueblo, los animalitos, las borracheras, los amigos, las tardes sin hacer nada... Pero son sólo recuerdos, porque el pasado no existe, sólo el ahora. Aquí y ahora.
Luego hay mucho listo por ahí que se dedica a recordar muchos hechos y datos y plantártelos en la jeta, para que te afirmes en sus conclusiones. Para dejarnos como tontos a los de mala memoria, a los que no nos importan los hechos, sólo los posos que dejan: las emociones, las intuiciones, el algoritmo adaptativo cada vez más entrenado.

¡Sabemos tantas cosas que no comprendemos! Toda sabiduría de hechos es, en rigor, incomprensiva, y sólo puede justificarse entrando al servicio de una teoría.

sábado, 28 de febrero de 2009

"El uno de Marzo Pinedo García bajó de los cielos pidiendo amnistía"

Un año más -de vida- y van 28. Pasó la infancia, la adolescencia. Ya casi entro en la edad adulta, una edad más calmada, sometido a las leyes y las costumbres de la suciedad. De vez en cuando me asalta alguna añoranza de indómita juventud, pero no son más que golpes al vacío.
Trabajo, pago alquiler, facturas... pronto soñaré con vacaciones de tortura: Quemándome en playas atestadas de gente, recreándome en escuetos bikinis y grandes pechos; o padeciendo miserias en viajes a lejanos países, mientras me tratan como ganado… todo para hacer valer las incomodidades del trabajo de todo el año.
Tampoco estoy en condiciones de quejarme, no paso hambre, la verdad es que como bastante bien, el vino y el tabaco no me faltan, escucho música mientras trabajo, duermo acompañado, si quiero una peli la pido o me la descargo, y cuando las paredes de los edificios oprimen, me doy unas carreras por la playa o el campo.
Los cumpleaños son tristes, no tanto como la Navidad… pero sí, son tristes. Siempre que le obligan a uno a estar contento no puede hacer otra cosa que sentirse mal, debe de ser algún mecanismo psicológico de compensación, para mantener el equilibrio universal entre el bien y el mal.

domingo, 9 de marzo de 2008

El bosque animado

No esperaba mucho de este libro, había oído hablar muy bien de él... por eso me extrañó encontrar algo tan bello. Porque, sobre todas las cosas, es bello, es pura poesía, tanto por su lenguaje como por las imágenes que evoca. Pero además de eso, es divertido, con un humor oscuro, porque aborda con cómica y despreocupada perspectiva dramáticos aspectos. Es enternecedor, surrealista, animista, costumbrista, utópico, ecologista... tantas cosas en un puñado de papeles.


No es una novela, no al menos una novela normal, de esas que enganchan con artilugios de sobra conocidos. Está formado por numerosos relatos que giran alrededor de una fraga, la fraga de Cecebre. Uno tiene la impresión de estar ante una obra maestra, una obra de ingeniería donde cada palabra e idea ocupan un lugar estratégico. No es este un formato de mucho éxito hoy en día, cuando la gente busca una lectura liviana, que implique una inmersión rápida en la historia, porque no se dispone, o no se dedica, mucho tiempo a la lectura.


Es una ventana a otro mundo, un mundo rural, lleno de encanto y desgracias. Pero las desgracias son tan naturales que embellecen el conjunto y aportan ese toque melodramático que sacude y estremece el alma.




-Ya sé qué es lo que me gusta de los pueblos y que no tienen las ciudades, ni los pueblos de alrededor de las ciudades. Es, el contacto con la naturaleza, o la forma en que el pueblo se integra en la naturaleza, la utiliza, la moldea y la conserva. Porque aunque se trate de una ciudad pequeña, ésta se apodera de todo y expulsa la naturaleza de sus dominios. Luego puede intentar integrarla dentro de sí, pero ya sólo se consiguen parques y jardines y se convierte en un mero adorno. Y no sirve aferrarse a la vida social: "Esto es como un pueblo, nos conocemos todos." Os conocéis todos pero eso no es un pueblo.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Mal



Un saco lleno de miedo era todo lo que poseía. Pintado con caritas sonrientes. Excepto cuando se abría, entonces todas comenzaban a chillar, como si no les quedase aire para respirar. Y todo alrededor se nublaba en una gran oscilación, el espacio se expandía y replegaba, el tiempo se estiraba más y más. Al cerrar el saco, las caras sonrientes, pero nada seguía igual, el Mundo se había transformado, se habían abierto dos caminos paralelos, uno con saco sonriente y otro con saco lleno de miedo.

Siempre le tocaba vivir con el miedo, esos indígenas caníbales le seguían a todas partes, a la oficina, a casa, al parque... Querían su sangre, se la robaban por las noches cuando, por descuido, daba una cabezada. Acudían envueltos en batas verdes, como enfermeros de quirófano. Sus herramientas eran jeringuillas, sondas, bisturís y extraños aparatos que no llegaba a reconocer porque, cuando despertaba, se esfumaban tan rápidamente que ni tan siquiera sabía si habían estado allí. Pero las incisiones, los agujeros, los restos de sangre, sí permanecían.

Cada momento más cadáver, aunque, desde que descubrió el saco no sabía si pasaba el tiempo. Siempre era el mismo día, el día sin sueño, el día del saco abierto. La extraña televisión repitiendo una y otra vez esa odiosa película porno. Culos taladrados, eyaculaciones en la boca y enormes aparatos de plástico embadurnados en vaselina. Le dejaba al borde de la arcada, la violencia y el deseo sexual. Conocía todas las escenas, y no podía apartar la mirada de la extraña caja en que se proyectaban las imágenes.

lunes, 24 de julio de 2006

Confusion


Porque Pancho no sabía que le ocurría, no sabía quién era ese tío tan raro que le contaba historias absurdas de adolescentes. No comprendía cómo un tío tan viejo y tan feo podía ver la noche con la mirada de un niño que acaba de descubrir los vicios de los adultos. Pero le escuchaba... y cierta curiosidad prendía mecha en su pecho.
No entendía cómo había llegado a ese bar, no sabía dónde estaban sus amigos y... ¿Por qué estaba tan borracho? Ese comportamiento no es el propio de una persona de su condición. Las personas deben comportarse de acuerdo a lo que se espera de ellas, si quieren ser comprendidas. No existe la incomprensión, sólo aquellos que se empeñan en comportarse de manera estrambótica.
Había tomado drogas -y mucho alcohol-, estaba en fase decadente y destructiva, ya sólo el aguante de su cuerpo y el cóctel de sustancias ingeridas eran los dueños de su destino. Observaba a las chicas con obsesión y cierto vacío en la mirada. Y aquél tío comiéndole la oreja...

Cuando despertó, no quería mirar a su alrededor ¿Cómo había llegado allí? Aquello no era su casa, olía bastante mal, a cuarto de baño con humedad, mal ventilado y sucio.
-No vuelvo a beber, no me sienta bien, es malo para mi salud y para mis relaciones con los demás. –Y su voz sonaba a borrachera, a noche de descontrol y juego perdido-.
Abrió los ojos: definitivamente aquello no era su casa, en la habitación no había nadie, y tampoco se oían voces. ¿Era la casa del desconocido que le habló en el bar? No conseguía recordar cómo había llegado allí.

martes, 18 de julio de 2006

Pesadilla

¡Miras por dentro de mí! ¡Te he descubierto! Y la verdad es... que no te entiendo. ¿Qué esperas encontrar? No hay más de lo que ves, así de simple es la historia. Podrás seguir haciendo estúpidas suposiciones y seguirás siendo igual de ignorante, en tu búsqueda de personas de tu misma condición.
Y me desperté, ¡por fin! De esta pesadilla. Me desperté empapado en sudor, envuelto en un olor como a patata podrida. Te vi junto a mí, y no comprendía como podías emanar tanto calor, ni ese hedor tuyo, que asfixiaba hasta los calcetines sucios junto a la cama. Ahora comprenderás porqué me fui, porqué no dejé ni una insignificante nota. Ahora sabes que tipo de psicótico soy, ahora no puedes mirar por dentro de mí. Te lo dije, no hay dentro ni fuera, sólo un cúmulo de sensaciones y circunstancias.
Bajé la escalera, ansiando una bocanada de aire fresco mientras me atormentaba por mi huida cobarde. Nunca conseguí no castigarme por tomar una decisión y dejar otra de lado. Es parte de mí, toda alegría me supone un gran dolor. La brisa de la mañana azotó mi rostro, el aire era tan limpio, tan libre... No quería volver a tu sucio agujero, aunque debiera, aunque me torturase por ello toda la vida. Quería ser del aire, de aire.
Caminé calle arriba, calle abajo. Todo se volvía color, cantos de pájaros, frondosos árboles agitados por el viento, calles semidesiertas... ¡Y qué temperatura! Una temperatura ideal, no podía existir un mejor ambiente, si hasta el sol parecía refrescante cuando impactaba de lleno en la piel. De repente quería vivir, quería hacer un montón de cosas, ya no me acordaba de ti, me sentía feliz.
Olvidé, empecé una nueva vida. Y ayer, encontré uno de nuestros recuerdos, en un polvoriento cajón. Y me alegré de haber huido, porque nunca sentí pena por abandonarte, aún me repugna el recuerdo de tu olor. No es crueldad, sólo la satisfacción ante una firme decisión.

miércoles, 14 de junio de 2006

se acabó

Y yo me pregunto... ¿y yo quién soy? ¿Por qué tengo tan mal humor? ¿Se me han olvidado las cosas bonitas? Sólo veo sexo y violencia, eso es todo lo que percibo a mi alrededor. Y gente que le gusta molestar, gente egoísta que no piensa en si molesta.
Antes, creo, existían árboles, animales... biodiversidad. Ahora sólo hay castaños, palmeras, gorriones y palomas.

- No sé, no sé, David, lo que quiero: - ¡Dímelo tú, que tanto estudias, que tanto parece que sabes! - ¿No será que no sabes nada?
- Las cosas, ya no van a dar un quiebro inesperado, va a ser así siempre, no te quepa duda: gente que pasa hambre y tú atiborrándote de indiferencia.

No creo que nunca vuelva a dormir tranquilo. El sueño profundo es un privilegio de los limpios de conciencia, y yo no tengo más que mierda que rebosa hasta por las orejas. Me merezco un tumor, y si no me lo merezco lo tendré igual, porque el aire que respiro es insano, porque me empeño en recorrer siempre los caminos mas infectados. ¿Donde está la droga cuando se la necesita? ¿Esos martillazos de alcohol que clavaba en mi conciencia? Por fuerza, me he vuelto un chico responsable, aquello que pronostiqué ocurriría a los 18 años. Bueno, ha llegado algo más tarde. Y ahora que soy responsable, soy peor persona, o puede que la mayor parte del tiempo no sea una persona, sólo un mecanismo que hace lo que debe.
-¡Se acabó!