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martes, 31 de octubre de 2017

República catalana y autoritarismo

El pasado viernes, 27 de Octubre, el parlamento catalán espoleado por sus socios de gobierno, el clamor popular y el acoso del gobierno central, declaró de forma unilateral la República catalana.
A sabiendas de que no iba a materializarse, porque no contaba con el reconocimiento de España, ni de ningún otro país, dentro o fuera de la unión europea. Además, había un sector importante de la sociedad catalana que no estaba a favor de esta separación del estado español: unos porque reprobaban cómo se estaba haciendo (a las bravas, sin mayorías claras y en contra de la ley), otros porque se sienten españoles y no quieren perder el vínculo con el gobierno central.

La declaración de la República hizo que, inmediatamente, el gobierno del PP (apoyado por el resto de partidos "constitucionalistas") interviniera y se pusiera al mando de todos los órganos de poder de la generalitat catalana. Los dirigentes republicanos manifestaron públicamente no reconocer esta intervención del reino de España sobre sus instituciones. Y, durante ese fin de semana, algunos tuvimos dudas sobre lo que ocurriría porque: por un lado estaban los líderes catalanes (elegidos por su pueblo) que sostenían la vigencia de la República y, por otro, el estado español (dirigido por el PP, un partido con escasa representación en Cataluña y tradicionalmente odiado por amplios sectores de su sociedad) que negaba esta vigencia y, además, se autoproclamaba gobierno legítimo de la comunidad autónoma.
Había dos gobiernos, dos sistemas legales, y cabía la duda de cuál obedecerían los funcionarios -los únicos trabajadores que tienen algún vínculo de lealtad con el estado-.

Personalmente, me adscribo a la línea de los que sostienen que el proceso independentista no debería haberse iniciado en ese momento, porque no se disponía de mayorías abrumadoras, así que, era imposible que se llegara a ningún sitio. Porque la única arma de la que dispone cataluña es el clamor popular. Además, plantear un referéndum a la población con una pregunta de tipo sí/no y consecuencias irreversibles, me parece tan simplista y arriesgado como lanzar una moneda al aire. Y bueno, es una forma como cualquier otra de introducir posibles mejoras, ensayar soluciones, etc. Pero, ya que somos seres racionales y tenemos mecanismos de comunicación que permiten participación e interacción entre grandes masas de personas, podrían emplearse protocolos más ricos y complejos de autogobierno.

Al final, ocurrió lo peor: el gobierno de España, utilizando la fuerza de la ley (respaldada por los cuerpos y fuerzas de seguridad), tomó el poder en Cataluña. Y todo los órganos de poder del mundo entero respiraron por fin tranquilos: porque se había vuelto a restablecer la ley. Ya todo el mundo sabía qué tenía que hacer, no porque fuese lógico o deseable, sino porque estaba escrito en unos documentos redactados en 1978. Y, para mí, eso es lo más perverso de todo este proceso: la constatación de que el poder (y no sólo el español, sino a nivel global) no está dispuesto a ceder ni un sólo ápice de su autoritarismo. Y que, además, este autoritarismo queda reforzado por las nefastas consecuencias que ha tenido el proceso independentista catalán: sociedad divida(entre los del sí y los del no), resto de comunidades autónomas demencialmente en contra; en fin, refuerzo y fanatismo de los nacionalismos.

Muchos dirán que no vivimos en estados autoritarios, que gozamos de gran libertad como individuos. Y es cierto, como individuos tenemos gran libertad de pensamiento, e incluso de acción, (dentro del amplio marco de la ley, que garantiza la convivencia en nuestras sociedades masificadas).
Hay leyes para todo, así que el nivel de represión, burocracia y control es alto: parece que es el precio que hay que pagar por vivir en este tipo de sociedad.
Pero los estados (las clases dirigentes) tienen sus propias ideas de progreso, que refuerzan con propaganda e incentivos económicos, y también defienden con la fuerza de la ley. Por supuesto, no están dispuestos a renunciar a ninguna de sus parcelas de poder y control.
Es decir: como individuos gozamos de bastante libertad (siempre que no se rebase el ámbito de lo privado), pero como grupo no se nos permite cuestionar el poder. Prueba de ello es el que todavía sea necesario mantener cuerpos policiales, para reprimir y amedrentar con fuerza física estas revueltas internas. Revueltas que no consiguen apaciguar la educación ni la propaganda.

Sí, el estado es necesariamente represor. Porque su origen, y su propia idiosincrasia, se basan en la imposición violenta de la voluntad ciertas clases sociales sobre el conjunto de la población.
Lo que querían los nacionalistas catalanes, aunque partieran de un proceso emancipatorio pacífico, era también un estado, en las mismas condiciones que el anterior, pero más pequeñito, más manejable. En estos tiempos en que el capitalismo salvaje pide pequeños grupos autónomos, emprendedores, que luchen las batallas de las grandes empresas y no acaben resultando una carga cuando el escenario cambia.

"Sabemos que la actual democracia no es más que un bonito cuento alimentado por nuestros políticos, jueces y académicos del sistema, que quieren creer en ella porque esta hace ver como que ellos gobiernan [...]
Sabemos que los señoritos globales de las multinacionales, las corporaciones financieras y sus servidores patrios se reparten criminalmente grandes beneficios hundiendo el mundo del trabajo, la economía, la sociedad y el medio ambiente y sin que por ello paguen ningún impuesto o contra-prestación a la sociedad."


sábado, 4 de marzo de 2017

Batallitas del Maresme y la ciudad condal

Una adolescente se sentó frente a mí, en uno de esos asientos para cuatro personas del tren de cercanías, dos frente a dos. El tren estaba lleno de adolescentes, sería la hora de salida del insti, o la uni...  Mi adolescente era guapa, con una cara fina y angulosa. Tenía todas las extensiones electrónicas que se pueden desear: móvil con pantalla táctil de 6", ipod, cascos, portátil (customizado con pegatina de Harley-Davidson). Tenía la piel clara, lisa y un leve bigotillo. Cuanto más la miraba, más andrógina resultaba. Empecé a examinar al resto de adolescentes del vagón... Todos me aparecían ambiguos. La mía era el más guapo, se la veía de familia "bien". - Seguro que va a Cabrils...-.
Los suburbios de Barcelona iban quedando atrás, el mar estaba agitado, revuelto, el cielo se llenaba de nubes negras que amenazaban tormenta. El invierno tocaba a su fin y las flores se hacían fuertes entre los grises de las estructuras ferroviarias.
Los pasajeros estaban concentrados en sus pantallas, escribían apresurados en el terminal, con la cara iluminada por una luz macilenta. De cuando en cuando dejaban escapar una sonrisa, o una mueca.
Me asaltaron recuerdos de mi propia adolescencia... de esa ambigüedad... de ese estar besando, borracho y drogada, no se sabe muy bien a qué.

De vez en cuando vamos unas semanas al Maresme. La familia de mi mujer vive en Mataró y aprovechamos: ella y las niñas para pasar un tiempo vacacional juntas y, yo, para ir a la oficina a currar. Está bien tener esa experiencia, compartir las batallitas con los compis, no ser sólo un recurso remoto. Las niñas lo pasan genial, maravilladas por las luces, parques, comercios y restaurantes de la ciudad.
A mí, me gustan los peregrinajes diarios en cercanías o autobús a Barcelona: los rostros de resignación y sueño por la mañana, la liberación y el cansancio de la tarde... Al tercer día ya estoy totalmente integrado, mimetizado... y sólo quiero volver al pueblo, huir de aquello: de las autopistas, los coches, el ruido, la contaminación y el trabajo adicional, gratuito (que te cae sólo por estar frente a frente con los compañeros).



viernes, 12 de febrero de 2016

Oficinista virtual

La sombra del autobús pasaba una y otra vez, una y otra vez... proyectada por los focos sobre la mugrienta pared del túnel.
Había tenido que madrugar para llegar pre-puntual a la oficina. El sol aún no había salido y la ciudad se despertaba apresurada y lúgubre. Los motoristas aceleraban en la autopista y serpenteaban por la ciudad. Los trabajadores parecían decididos, resignados... El aura de la gente se mostraba violenta, muy diferente al fin de semana. La tensión, el sueño, las prisas...
Llegar al edificio, saludar al portero, subir las escaleras de gotelé sepia, adornadas con restregones de cigarro (o muebles transportados con poco cuidado), encender el ordenador, revisar el correo, empezar a currar...

La oficina no tenía ventanas. En recursos humanos estaba convencido de que así los trabajadores eran más productivos (al CEO le pareció bien, abarataba el alquiler). Pero lo cierto es que, nada más entrar en aquel ambiente deprimente, se disparaba una reacción alérgica - Hay que huir de aquí, run to the hills! - Canturreaba.

El día era soleado, de finales de invierno, casi primavera. Un buen día de campo: para contar ovejas, cortar leña, coger cardillos o plantar árboles.  Los colores y las formas de la Naturaleza resultaban siempre atractivas y relajantes. Por eso le gustaba trabajar en su casa, en las afueras de un pueblo sin encanto y alejado de las autopistas. En casa había una ventana que daba a un limonero enorme, siempre lleno de flores de azahar y hojas verde claro, tirando a amarillo. Unos pasos más allá se alzaba el olivo: un raquítico anciano, consumido por el sol y acosado por el ganado.
Pero nada de lo que veía por la ventana era relevante, lo importante en su casa era la entrada a Matrix, un portal a otro mundo, al que cada día se conectaba para manipular Máquinas Virtuales y lanzar llamadas fantasma a sintetizadores y reconocedores de voz. Era realmente extraña, alienante, aquella actividad. Lo hacía por puro vicio, por el dinero, porque siempre le dijeron que era mejor el trabajo de oficina que al aire libre... Pero mirando por la ventana, con las pequeñas flores amarillas del cercado mecidas por el viento, la teoría de la oficina, además de grotesca, resultaba macabra.



Durante esa semana había tenido que ir a la oficina, en una gran ciudad a orillas del Mediterráneo, con un clima muy agradable, pero llena de prisas, ruidos de motor, chillidos de sirena, autopistas, vías de tren, aviones volando bajo, edificios suntuosos y miseria (durmiendo en la misma acera).
El lugar apropiado para el desarrollo del mono más violento. Y los simios aceleraban, se gritaban con gestos obscenos: -Lo hacemos porque es nuestro deber, para mantener cierto orden en esta jungla, no es nada personal- Se decían los chimpancés. Y era cierto, allí no había nada personal.
Una jungla de asfalto y de metal donde los árboles lloraban las muertes prematuras, pisoteadas sus raíces por toneladas de hormigón.