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viernes, 10 de julio de 2020

Urbanismo: directo al campo desde la ciudad

Del urbanismo pueden hacerse muchas lecturas. Después de todo, no deja de ser una obra colectiva en la que se van superponiendo capas de historia, conflictos sociales, tendencias estéticas, formas de poder, nuevas tecnologías, materiales...
A mí me gustan mucho las lecturas que resaltan el giro actual de la historia: que va de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control (Foucault).

En los pueblos todo ocurre a menor escala y resulta menos llamativo. Pero las tendencias y modas ensayadas en la arquitectura de la ciudad, aunque a destiempo, también llegan.

En cosa de un par de años se realizó la remodelación de dos espacios emblemáticos del pueblo: La Plaza de España y El Paseíllo -un boulevard con locales comerciales y de ocio-.

Creo que, hace 50 años, si hubiese surgido la necesidad de una reforma, no se hubiese parecido en nada a la actual. La sociedad ha cambiado, y también su imaginario. Ahora es una sociedad más individualista, celosa de su privacidad, consumista, desigual, viajera... Que demanda higiene, seguridad, eficiencia, rapidez, atractivo, facilidades para el turista ... Y los espacios públicos y privados se adaptan a esas dinámicas.
Antes, era habitual, al atardecer, ver a familias paseando por carreteras -arboladas en sus laterales-, o sentadas en un banco -mientras los niños jugaban-, o con las sillas en medio de la calle "al fresco" -conversando con los vecinos-...
Habías quedado. Salías. Esperabas a alguien en un banco -¡Anda! Pues se está agustito aquí (nos quedamos un rato más, no vamos al bar).
Los espacios públicos eran sitios para estar y socializar -entre la gente del lugar-. Los pueblos vivían para sí mismos, podían ser nodos de ciertas rutas comerciales pero no eran lugares donde viajeros se acercaran por ocio, o donde se asentasen las personas buscando una oportunidad -los que se acercaban lo hacían porque tenían algún una misión o vínculo con el territorio y sus gentes-.

En las grandes urbes, el aumento de la movilidad, la masificación y la desigualdad, generan problemas estéticos y conflictividad social: la marginalidad se apropia de los espacios públicos, se pierde el atractivo, los negocios se quejan, las familias no se sienten seguras... Se genera un malestar en la clase burguesa que reclama soluciones y, eso, sedimenta en un modelo de urbanismo aséptico, diáfano e, incluso, incómodo o disuasorio: -No vamos a acabar con la marginalidad, pero podemos invisibilizarla, desplazarla a otros lugares-.
Así, los espacios públicos se van transformando en lugares de paso -bellos, impactantes e icónicos para la fotografía de viaje, pero inhabitables como punto de reunión o encuentro-. No lugares. Fáciles de controlar y vigilar -seguros- para las clases que dirigen la sociedad, o las que explotan los espacios públicos para la obtención de beneficios.

Cuando a un pueblo le toca reformar o arreglar sus infraestructuras, el modelo ya se ha fijado y desarrollado en las ciudades y, a menos que se tenga una identidad muy marcada, lo que acaba por implantarse en los pueblos es ese modelo urbano. A pesar de que no costaría mucho imaginar pueblos con una identidad estética propia, vinculada al territorio: a su relieve, clima, flora, fauna, actividades económicas...

Herrera no ha crecido en población en los últimos 60 años, pero sí que ha crecido en extensión. Y, todo ese crecimiento acelerado, ha tenido como efecto que lo nuevo no guarde similitud alguna con lo anterior y, si existía una identidad propia, quedase escondida tras la uralita, el hormigón, el ladrillo perforado o estilos importados de cualquier punto del globo.
Siguen quedando lugares históricos, de referencia, pero resulta imposible determinar si lo bueno es aferrarse a lo antiguo o abrazar lo nuevo -lo práctico, lo eficiente, lo moderno-

Como en otros aspectos de la postmodernidad, en el urbanismo tampoco existe un principio universal del que podamos derivar cómo deben ser las cosas -una vez superadas las dificultades técnicas-. Y, para hacer una crítica -estética-, tenemos que movernos por terrenos pantanosos, sin saber muy bien a dónde vamos -en una especie de navegación de cabotaje, sin perder de vista la orilla-. Se lanzan lluvias de ideas que no llegan ni a mojar el suelo, porque el tiempo apremia y, o se hace ya, o no se hace.

En ese no recordar de dónde venimos y no saber a dónde queremos llegar. Se van colando los planes de control, el discurso securitario e higiénico, que allana  y normaliza el territorio para la expansión del capital y la comercialización del ocio en forma de turismo. Con unas arquitecturas efímeras -reemplazadas en cortos períodos de tiempo por otras más modernas-, a menudo, más allá de todo contexto.

Arriba: barrio antiguo entorno a la Iglesia. Abajo: barrio nuevo, el colegio, el palacio de la cultura.

En el barrio entorno a la Iglesia, las calles son estrechas y retorcidas. Caminas como huido: en cualquier giro podría aparecer un prestamista, el cura o la guardia civil, dispuestos a recriminarte algo.
En el barrio nuevo los espacios son más amplios y rectos -hay que dejar espacio a los coches-. Todo está a la vista, los negocios se anuncian con colores llamativos y las luces de la policía se ven desde lejos. No hay porqué preocuparse, todo está bajo control.

La Plaza

Arriba: La Plaza reformada. Abajo: La Plaza anterior

Siempre decimos: -La Plaza ha quedado mejor que estaba-.
Y... Es cierto. La rotonda era muy fea y estaba permanentemente asediada por coches inclinados -aparcados con las ruedas del lateral izquierdo en el bordillo del boulevard-, los árboles raquíticos, infectados...
Ahora luce más. Brilla insistente -de noche, por la iluminación de colores y, de día, por el reflejo de las baldosas-. Desde cualquier punto puedes ver lo que ocurre en el resto de la plaza.
Además, resulta muy accesible: en un instante aparcas, bajas del coche, sacas dinero, te tomas una caña en el bar, recoges la metadona en la farmacia... y te largas.

"El efecto más importante del panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantizaría el funcionamiento automático del poder, sin que ese poder se esté ejerciendo de manera efectiva en cada momento, puesto que el prisionero no puede saber cuándo se le vigila y cuándo no." - Wikipedia - Panóptico



El Paseíllo

Abajo: El Paseíllo reformado. Arriba: El Paseíllo anterior

Recuerdo que, de niños, había un seto que dividía en pequeños compartimentos las parcelas de césped donde crecían las palmeras. Jugábamos al escondite, o saltábamos directamente a la carretera -desde detrás del seto-. Tus padres podían estar comiendo pipas en un banco y tú fumando unos metros más arriba -sin que te vieran-. Vivíamos peligrosamente.
Primero desaparecieron los setos, luego aparecieron resaltos en los pasos de cebra... Pero seguía resultando muy peligroso -por aquellos entonces la gente ni tan siquiera llevaba mascarilla-. Hasta que el bulevar arbolado quedó demodé... Como el francés.

"La mejor manera de optimizar el espacio, maximizar la ocupación y reducir los costes era con una disposición diáfana. Los jefes terminaron aceptando y abrazando el modelo, porque estar cerca de sus subordinados les permitía supervisar y controlar más y mejor el día a día. En espacios abiertos sería más difícil distraer las horas subrepticiamente en las redes sociales porque todos estarían más expuestos a las miradas ajenas. Existiría un mayor control, una mayor motivación y un incremento de la productividad." - https://worldofficeforum.com/open-space-oficinas/


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En el siglo pasado, lo importante era el tráfico rodado -demandaba espacio para circular y aparcar-. Ahora, el tráfico sigue siendo importante pero, además, el turismo reclama los centros de pueblos y ciudades -como una suerte de bucólicos parques temáticos-. Y, tanto si se trata de una actividad relevante en la zona como si no, nadie quiere renunciar a lucir ese atractivo. Lo residencial se desplaza hacia la periferia y, el centro, se va adornando con toldos multicolor, gente tomando cañitas en las terrazas, chorritos de agua, zonas azules y gente de acento raro paseando un mapa en las manos...
Parece un pueblo, tiene las dimensiones y la estructura de un pueblo, pero se le ha extraído el significado de "conjunto de habitantes de un lugar" para quedarse únicamente con el de "conjunto de edificaciones de un lugar" y, ahí, cabe cualquier tipo de arquitectura.

Decía Hegel en sus lecciones sobre estética que "la arquitectura constituye precisamente el recinto inorgánico de la individualidad espiritual". Hegel todavía creía en la existencia de cosas como el Espíritu de un pueblo.

Bien, el Espíritu del pueblo se ha desintegrado. Pero la arquitectura sigue ahí, constituyendo nuestra individualidad. No es de extrañar que todo encaje tan bien: sociedades de control demandadas por un sistema productivo basado en el capitalismo de libre consumo, arquitecturas efímeras, disgregadoras y con tendencia a lo universal, lo estándar, en un mundo globalizado.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Neofascismos

- Creo que voy a dejar el negocio.
-¿Y eso? Si te va bastante bien, sacas pasta y eres tu propio jefe.
- Bueno, es que el trabajo de autónomo es muy duro. Requiere mucha entrega y ser experto en un montón de tareas que se salen de mi ámbito. Sí, saco pasta, tampoco para tirar cohetes, pero mis relaciones personales se están yendo a la mierda... no tengo una vida separada del trabajo. Soy mi propio jefe y me exploto a mí mismo.
- Es cierto: el trabajo asalariado es mucho más cómodo. Tienes garantías sociales, una estabilidad, te puedes permitir una cierta planificación. Echas tus horas y te olvidas. Es más fácil de conciliar.
- Bueno, eso no es exactamente así, en mi caso (precario).
- Ya, pero es que tu nivel de estudios es bajo. 
- Tienes razón, me merezco unas condiciones laborales deplorables.
- Haber estudiado...

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Se ha armado un insólito revuelo porque van a sacar a franco del Valle de los Caídos. El caso es que hay un sector considerable de la población que no quiere tal cosa, que prefiere que todo se quede como está.
Son los que llamaríamos "fachas": sienten cierta admiración hacia el personaje, llevan banderitas de España y dicen ser muy patriotas.
Parecen haber olvidado que franco traicionó a su país: se levantó en armas contra el gobierno del Estado, llevó a su población a una cruel guerra civil en la que murieron cientos de miles de personas e hizo retroceder las libertades y la situación económica españolas varias décadas.
No contento con eso: mantuvo su dictadura católico-militar durante casi 40 años. Tenía la fuerza y la astucia, se consideraba merecedor de su cargo y sus privilegios... como les pasa a los de los niveles de estudios.

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"Lo que mande el señorito" 
Es una actitud que queda muy bien reflejada en la película de Los santos inocentes. Y es que, antiguamente, en Extremadura, la gente vivía principalmente de la tierra. Y esta ha estado muy mal repartida en nuestra comunidad. Había poca gente que pudiera vivir de trabajar sus propias parcelas, así que, había que trabajar para los señoritos, los ilustrados, los complacientes con el régimen, los refinados, los propietarios...
¿Quién iba a defender mejor una posesión elitista de la tierra? Precisamente los que se consideran élite: los que creen que dios y el destino les han designado para desenvolverse jerárquicamente entre los más fuertes, los que luchan. No como esa turba de vasallos que lo único que pueden hacer es plegarse, obedecer y trabajar duro... como Dios manda.

Democracia: izquierdas y derechas
Los tiempos han cambiado y, ahora, pocos quieren trabajar la tierra -aunque sean propietarios-. Pero muchos de los que han conseguido adquirir sus propios terrenos, montar su negocio, tienen la percepción de haber conseguido entrar en las élites... se han vuelto de derechas, conservadores -aunque siguen siendo esclavos de ellos mismos  y de una economía de consumo-.
Otros fueron muy aplicados y obedientes y, aprovechando la bonanza económica y el afianzamiento del estado de bienestar, decidieron estudiar y asentarse en las estructuras del estado -los funcionarios- y de las grandes empresas. Muchos dicen ser de "izquierdas" porque, aun considerándose privilegiados, lo consiguieron por méritos propios... como franco.
Así que, tanto a la "izquierda" como a la derecha, se defienden los privilegios. Tanto si realmente dispones de ellos, como si crees tenerlos, o mantienes viva la ilusión de que algún día los conseguirás -a cualquiera le puede tocar la lotería-.
Con esas ideologías predominantes, es muy difícil articular un estado del bien común. Esta es la herencia que nos dejó el golpista.