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viernes, 23 de febrero de 2024

Resolución de problemas en el desarrollo de software: una mirada fenomenológica

Seguramente la fenomenología sea una de las corrientes filosóficas más importantes e influyentes del último siglo. Sus principales autores fueron un puñado de señoros blancos, centro europeos, más o menos acomodados, que desarrollaron sus carreras en diferentes cátedras universitarias: Husserl -al que puede considerarse el padre de dicha corriente-, Heidegger, Merleau-Ponty, Sartre, Gadamer...
Durante la Segunda Guerra Mundial, con el auge del nazismo, algunos de estos filósofos huyeron del viejo continente y la fenomenología extendió su influencia por las américas. Así que, a día de hoy, existe una amplia bibliografía y expertos que siguen estudiando esta corriente, no sólo en lengua alemana y francesa, sino también en inglés y castellano.

Y ¿Qué carajos tiene que ver la filosofía con la resolución de problemas -especialmente con los problemas tecnológicos-? Bueno... el de este post, no es sólo un título que busque generar expectación. Aquí trataré de exponer como, mantener una actitud fenemenológica, nos puede resultar útil a la hora de abordar ciertos problemas que surgen en el desarrollo de aplicaciones informáticas... O quizá no resulte útil pero, al menos, nos hará sentirnos parte de un ser más global al conectar nuestras miserias de desarrolladores con los grandes problemas de la humanidad: ¿Qué es el Ser? ¿Es posible el conocimiento? Quizá, así, nos ayude a llegar más lejos, nos de aire para sumergirnos más profundo y, finalmente, nos conduzca al éxito si lo abordamos como una cuestión trascendental y no un simple problema técnico.

Si pudiéramos definir la fenomenología en una sola frase diríamos con Husserl que hay que "ir a las cosas mismas". Y, las cosas mismas, en este nuestro caso, van a ser los problemas tecnológicos. Y, para ser más específicos: los problemas surgidos en el desarrollo de software.

Muchas veces creemos que debemos acumular un montón de conocimientos teóricos para afrontar los problemas que nos encontramos en nuestro trabajo diario. Padecemos un cierto síndrome de Diógenes del conocimiento. Un síndrome que vamos cultivando desde que nos incorporamos al sistema educativo: adquiriendo el conocimiento y luego demostrándolo en exámenes y pruebas varias. Pero no es algo exclusivo del sistema educativo. Se ve también en el mundo empresarial: en la compañía para la que trabajo, por ejemplo, la forma de promocionar consiste en defender ante un comité de "expertos" que manejas una buena retahíla de conocimientos teóricos en un área determinada. Y muchas entrevistas de trabajo acaban convirtiéndose en un enumerar tecnologías, saber situarlas en un cierto espectro de negocio -y que coincidan con la check list del entrevistador-. Incluso en algunas compañías se hacen exámenes -o pruebas técnicas- para seleccionar al mejor candidato, en base a ese saber teórico.
No es de extrañar que el sistema educativo y empresarial se parezcan tanto: el uno alimenta al otro de mano de obra y las compañías marcan la hoja de ruta de los centros de formación -en base a las necesidades de los mercados-. Y, sí, es necesaria una cierta base teórica, una serie de preconcepciones, generalidades, formas de hacer, vocabulario y conceptos comunes que nos orienten en el día a día de nuestro sector concreto y en el continuo movimiento de las nuevas versiones, productos y tendencias que van apareciendo en el mundo IT. Pero seamos realistas: en la era del internet y las IA, el saber enciclopédico ha perdido fuerza frente a otras habilidades como: buscar, filtrar y contrastar información, modelar o aprender haciendo... Ya no es tan fácil salir airosos de tirarse el pegote -porque con el móvil cualquiera puede acceder a internet y contrastar la información-.

De hecho, aunque manejemos un buen abanico de conocimientos, en nuestro quehacer diario debemos lidiar con muchas incertidumbres y tecnologías que no conocemos, o conocemos de forma vaga, o hace años que no utilizamos. Es imposible conocerlo todo: en los proyectos trabaja mucha gente, cada proyecto tiene sus propias dependencias, funcionalidades, módulos y una forma diferente de combinarlos para resolver necesidades concretas. Así que, cuando estamos implementando mejoras, cambios o nuevas características, nos puede pasar que "-Esta mierda no funciona y no tengo ni idea de por qué". Nos cabreamos y empezamos a buscar culpables para averiguar quién ha montado eso de forma tan enrevesada, nos bloqueamos, no sabemos por donde avanzar... Descubrimos que los flamantes contenidos teóricos que expusimos de forma brillante en la entrevista no sirven de mucho para manejarnos en la nebulosa de incertidumbre en la que hemos aterrizado. Aquí es cuando la fenomenología puede venir en nuestra ayuda: -¡Vayamos al problema mismo! Vayamos afianzando certidumbres, pongamos en suspenso aquello que dábamos por supuesto -pero de lo que no tenemos evidencia-. Con suerte, lograremos llegar a un punto en que descubramos que estábamos equivocados y que el error estaba en nosotros, que habíamos implementado algo con una concepción errónea de cómo funcionaba tal o cual herramienta -de la equivocación y el error es fácil salir; es mucho más complejo salir de los estados de confusión-.

Al final, la fenomenología va de eso: de aportar certeza, fundamentar las ideas en la realidad y determinar si es posible acceder a esta última desde nuestra subjetividad. El conocimiento siempre es "conocimiento de", siempre va dirigido a algo -acerca de lo que queremos saber-. Queremos saber de nuestro proyecto para identificar el problema, resolverlo y seguir adelante con lo que estábamos haciendo. Y, obviamente, no lo conocemos todo, sólo la superficie a la vista desde donde nos estamos aproximando... Todo apunta a que tendremos que enfocar desde puntos diversos y profundizar en ciertos aspectos que antes para nosotros eran perfectamente abstraíbles -caja negra-. Cuando finalicemos este proceso tendremos una idea más precisa de lo que el proyecto y las tecnologías que utiliza son. También la fenomenología nos señala eso: cómo las ideas que manejamos de las cosas están en continua construcción y adaptación, cómo se van determinando a partir de las diferentes miradas y formas de aproximarnos a ellas.

Por suerte, hoy día, tenemos un montón de herramientas que nos ayudan a llegar al proyecto mismo: control de versiones, visualización y filtrado de logs, monitorización de métricas, documentación, código fuente, comentarios, release notes, distintos entornos -de prueba, carga...- que nos hacen la vida más sencilla y nos permiten conocer los proyectos, su comportamiento y evolución ¿Quién ha cambiado qué? ¿Por qué lo ha hecho? Pero, claro, hay que tirarse al barro, remangarse, ponerse a probar, observar, recabar información... En fin, adoptar una actitud fenomenológica.

Mucho ir a la cosa misma, enfangarse y todo eso... pero hasta ahora lo único que hemos hecho ha sido idealizar nuestro proyecto: tratando de formarnos una idea más precisa de cómo funciona y, en fin, de lo que el proyecto es. Empezamos siendo críticos con el conocimiento teórico y acabamos volviendo a él. Pero en el camino ha ocurrido que nuestro conocimiento ha cambiado: es más profundo y detallado. Y podríamos perdernos en esa espiral virtuosa de conocimiento, pero el tiempo apremia y, realmente, no miramos el proyecto porque queramos adquirir conocimiento y tener una idea clara del mismo -un poco también es eso, pero no es lo más importante-, lo miramos desde nuestra circunstancia como desarrolladores, con una cierta intencionalidad: resolver el problema que nos bloquea el avance en nuestras tareas.

Heidegger fue alumno de Husserl pero consideró que su maestro había tomado un cierto rumbo idealista, que se había preocupado demasiado por el conocimiento, las ideas de las cosas y la relación entre ambas. Consideraba que había abandonado su propósito inicial: "ir a las cosas mismas". Heidegger dio un giro a la trayectoria de su maestro y se centró en el ser y en la existencia del individuo arrojado al mundo de la vida, llamó a esto "Dasain": ser ahí, estar en el mundo. Y eso es lo que nos ocurre a nosotros ante un problema: que estamos ahí, con nuestras circunstancias y, seguramente, no tenemos tiempo, permisos, ni recursos suficientes para llegar a tener una idea completa y fidedigna del proyecto y el entorno. Tenemos que partir de nuestra aproximación parcial, desde nuestro lugar en el mundo, compañía, equipo de trabajo...

En esta línea, Heidegger distinguió dos tipos de ser: un "ser a la mano" en el que no nos preocupamos mucho por cómo es la cosa en sí -por ejemplo, cuando tenemos nuestro ordenador y nuestro IDE funcionando como un reloj suizo, no nos importa cómo está ensamblado, simplemente los utilizamos-. Pero, cuando algo se rompe, o nos da problemas, entonces empezamos a preocuparnos por su ser: cómo funciona, de qué está hecho... Esta nueva preocupación por el ser es lo que Heiddeger llamó el "ser a la vista".

Ocurrió en nuestro equipo que, mientras hacíamos una actualización de dependencias de un proyecto, empezó a fallar el despliegue. Y era algo que no tenía mucho sentido, porque pasaba todos los tests, se ejecutaba en local... Pero, cuando intentábamos levantarlo en el entorno de desarrollo, se quedaba tostado. Nos tuvo bloqueados varias semanas. Era un proyecto del que sabíamos muy poco, y no había expertos a los que poder recurrir: varios equipos habían trabajado en él, pero todos tenían su conocimiento parcial. Finalmente, resultó que el cliente de mensajería de colas -Kafka-, había introducido algún cambio y hacía fallar un proceso interno que verificaba si se había llegado a leer todos los mensajes de la cola antes de dar la aplicación como healthy. 

Así que, el problema, hizo que dejáramos de lado una serie de acciones que ya teníamos bastante sistematizadas para actualizar aplicaciones y nos puso el proyecto a la vista. Y, una vez visto, sentimos la necesidad de comprenderlo. Aunque no lo comprendimos del todo y no desentrañamos su ser. Porque somos personas pragmáticas, técnicas, ingeniosos ingenieros que cumplimos con los dead lines... así que asumimos nuestra circunstancia y conseguimos llegar, no a la mejor solución posible, sino a una solución de compromiso. 

Al final, estos proyectos de software son construcciones humanas y, muchas veces, nos sentimos tentados de tirarlas a la basura y rehacerlas de nuevo. Porque, además, construir cosas nuevas es mucho más gratificante que no enredarse en estos problemas y estar durante semanas sin ver avances. Pero, a menudo, ocurre que la nueva implementación resuelve viejos problemas y genera otros. Cuesta mucho dejar algo funcionando fino, fino. Por eso a las IA y algoritmos hay que entrenarlos y los mejores profesionales son los que han aprendido haciendo. Seguramente andamos escasos de actitud fenomenológica: de ese ir a las cosas mismas. Y, en el caso de las construcciones humanas no dedicamos tiempo suficiente a comprenderlas, reapropiárnoslas o mejorarlas... Las descartamos rápidamente con el ávido deseo de implementar nuestras propias atractivas y dinámicas soluciones que resulten más rápidas, precisas y eficientes para nuestros fines. Al menos es así en el mundo de la tecnología y, porqué no decirlo, también en el de la ciencia. Pareciera que son áreas estas de conocimiento que se sostienen sobre la pura actualidad, como si no tuvieran historia -o como si esta fuera absolutamente prescindible-. Se sostienen sobre la idea de un positivismo sin fisuras: sólo es verdad lo último y los antiguos estaban equivocados porque carecían de nuestros conocimientos y herramientas. 

Husserl y otros fenomenólogos fueron muy críticos con la racionalidad técnico-científica y su positivismo. Consideraban que habían evolucionado al servicio del sometimiento y la explotación -de la naturaleza y también de otros humanos-. Que en su loca carrera utilitarista, esta racionalidad, se ha olvidado de las circunstancias sociales que la hicieron posible y ha acabado reduciendo la realidad a su propia dimensión. Por ejemplo, si preguntamos ¿Qué es un altavoz? Nos vamos rápidamente a sus características técnicas o los conceptos científicos en que se basa su construcción. No decimos que es de donde sale la música, la voz de nuestros seres queridos, o lo molesto que resulta cuando está cascado... Y para cualquier cosa que intentemos definir siempre damos prioridad a su dimensión científica o técnica, aunque para nosotros sean las menos relevantes de todas.

Heidegger fue aún más duro en sus críticas con la racionalidad científico-técnica, considerando que la cultura occidental se había preocupado únicamente por las cosas y se había olvidado del ser. Sólo vemos cosas. Cómo estas nos pueden resultar útiles para someter y transformar. Hemos perdido la capacidad de maravillarnos al observar la realidad.

Quizá todas esas críticas se traslucen en la forma de afrontar los problemas que nos encontramos a la hora de desarrollar sobre productos ya hechos. Lejos de adoptar una actitud fenomenológica, o maravillarnos con las implementaciones de otros, abordamos los problemas con un cierto positivismo naif por el que creemos ser mejores solo por el hecho de estar por delante en la línea del tiempo.
Y, bueno, caminamos a hombros de gigantes -apoyándonos en lo que otros construyeron-. La fenomenología no cuestiona ese hecho, sólo nos dice que lo pongamos entre paréntesis, en suspenso; que revisemos y verifiquemos con la cosa misma -con nuestra experiencia de la cosa-. Es esa actitud, de conocimiento y maravillarse de lo ya existente, la que puede ayudarnos a solventar nuestros problemas tecnológicos y acercarnos a los que estuvieron ahí antes que nosotros. Comprendiéndolos, en lugar de desautorizarlos porque "Yo esto no lo entiendo, así que no debe tener sentido".


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No parece la fenomenología una corriente revolucionaria que pretenda dar la vuelta a la tortilla. Todo lo contrario, perece continuista de lo que hay, un profundizar en el Ser. Tampoco es revolucionario el mundo del desarrollo de aplicaciones -aunque en la época álgida del software libre fantaseáramos con su poder transformador-.
Estos filósofos vivieron tiempos convulsos en la Europa de entre guerras. A Heidegger su existencialimo no le salvó de afiliarse al partido nazi. También los programadores nos embarcamos en empresas inmorales -aplicaciones adictivas, de control...- . Pero, otros autores, como Lévinas, confirieron una dimensión ética a la fenomenología. Resaltando su carácter intersubjetivo, la construcción social de las ideas y el reconocimiento del otro como otro yo. Y es, quizá, ese vernos reflejados en los otros, reconocer su trabajo y subjetividad, lo que nos permita salir de esta deriva tan antihumana -de guerras, consumo y desigualdad- en la que andamos embarcados.


martes, 23 de enero de 2024

Los telecos y el intrusismo laboral

El otro día estaba tomando algo con los compis de trabajo y soltaron la frase: -Es que los telecos son así... Y ese así quería decir un montón de cosas: que tienen aspiraciones muy altas, que se creen por encima de otros ingenieros -informáticos, industriales...-, que merecen cobrar más, o dedicarse sólo a tareas de gestión, a dar charlas... Y, claro, tuve que decirlo: -Oye, chicos, que yo "soy" teleco.

El caso es que sigo a vueltas con la fenomenología -ahora con Heidegger-. Heidegger se pregunta mucho por el ser. Y decir que "soy" teleco, así, sin más, me rechinó bastante y sentí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre mi ser y desvelar si realmente yo era eso que llevaba tanto tiempo atribuyéndome. Es cierto: saqué la carrera con mucho esfuerzo, sudor, lágrimas -y alguna alegría-, por ahí tengo un papel que lo acredita. Supongo que, desde una mirada institucional y burocrática, soy eso: ese papel, un ente del tipo teleco.

Y, por haber superado la formidable hazaña de conseguir el título, pertenezco a esa clase de engreídos cuya aspiración debería ser trabajar en la NASA o similar. Pero una cosa son las categorías y conceptos con los que ordenamos nuestro estrecho mundo y otra el Ser, o la verdad de ese título: ¿Nos revela alguna realidad lo que hay apuntado en ese papel?

La cosa es que lo de ser teleco lo asocio a algo bastante pragmático -el mero ser poseedor de un título es algo muy burocrático, muy teórico, muy del mundo de lo inmaterial, de las ideas... un papel que certifica que tienes los conocimientos sobre algo-. Realmente no es así, realmente implica una práctica y una ejercitación que ha sido reconocida y validada por comités de expertos -los profes, los auténticos telecos-. Pero podría tener el título que me curré hace 1000 años y estar cuidando un rebaño de 1000 ovejas, o especulando con la vivienda en mi propia inmobiliaria, o escribiendo artículos sobre tecnología en un periódico... Incluso podría tener por ahí otro título, de yo qué sé: Filosofía! Entonces sería teleco? El burro es de donde nace o de donde pace?

Imaginamos que ser cualquier cosa debe implicar un ejercer y practicar. Así, el teleco tendría no sólo que haber sido sino "estar" ahí, en lo suyo, en el mundo de las telecomunicaciones: diseñando, implementando, comprando, arreglando... En lo que quiera que sea "el mundo de las telecomunicaciones". Que, si lo asociamos con los contenidos teóricos que se imparten en la carrera, viene a ser un área de conocimiento bien amplia. Abarcando gran parte de la matemática, lógica, estadística, física y cualquier área tecnológica con base electrónica, todo ello aderezado con la gestión de proyectos, personas, finanzas y cualquier adventicia demanda de los mercados y/o empresas tecnológicas. Vamos, que el mundo de las telecomunicaciones es tan vasto, que cualquier empleo tecnológico o de formación dentro de la empresa privada o pública nos valdría. Abarca un área tan grande que se disuelve en la nada. Y es lo que de facto ocurre con los telecos: que no tienen un área definida de trabajo y se mueven continuamente en el intrusismo. Yo, sin ir más lejos, siempre me he ganado la vida en el área de la informática. Y supongo que eso es también lo que motiva la frase de "es que los telecos sois así...". Esa idea de que estamos devaluando las profesiones en las que nos insertamos. Pareciera que cualquiera, sin una formación específica, puede ejercerlas. Somos como los inmigrantes: venimos a quedarnos con los trabajos de los que son de aquí y deberíamos largarnos a "lo nuestro".

Así que, igual sí que "soy" teleco: tengo mi título y desenvuelvo mi trabajo en un área que no se ciñe a los contenidos teóricos o prácticos de la carrera. Pasó con muchas otras titulaciones: los licenciados acabamos por ahí currando de cualquier cosa, algunos porque les atraían más otras áreas y otros porque no quedó más remedio -nos movemos en esa clase social en necesitamos ingresos para sostener la vida-. En mi caso, cuando empecé la carrera no es que tuviera una vocación brutal por las telecomunicaciones. Sí, siempre me gustó la tecnología, pero empecé sólo porque era bueno estudiando, me daba la nota y tenía salidas laborales. Y cuando me puse puse a trabajar en el sector de la informática fue porque mis inquietudes me habían acercado ahí, pero sobre todo porque la mayoría de ofertas de trabajo se movían en ese ámbito.

Un compañero de universidad comentó que: -Si hubiera invertido todo ese tiempo en estudiar economía y finanzas, seguramente tendría ahora mucho más dinero. Pero lo cierto es que, cuando nos esforzábamos hasta la casi extenuación en aprobar los exámenes de antenas, microondas, fotónica o electrónica, ya se veía venir la tragedia... -Oye, que lo mismo no vienen las empresas a rifársenos por nuestros maravillosos y bizarros conocimientos. -Que aquí hay mucha peña y tampoco hay tanto trabajo
Ya en los últimos años se hablaba de que -Bueno, lo importante no son tanto los conocimientos adquiridos como las actitudes y aptitudes. -Vuestra formación como ingenieros os permitirá adaptaros a las volátiles demandas de los mercados de trabajo. Vamos, que podíamos utilizar nuestro juego de cintura y nuestro lomo curtido a palos para ir medrando hasta las posiciones más altas... Vamos, que nos habían entrenado para ser intrusos, oportunistas. Y creo que fue un poco decepcionante para todos -seguramente para todos los universitarios de esa generación-, porque la imagen que manejábamos de un ingeniero o licenciado era la de alguien muy importante al que todo el mundo le allanaba el terreno para que realizara sus precisas y sofisticadas intervenciones en las grandes estructuras de los estados o las compañías internacionales. Una imagen del hombre ingeniero de la revolución industrial: adinerado, de familia bien, que había trabajado duro -y lo seguía haciendo- para estar en su posición actual. Una imagen que también se cultivaba desde los ámbitos académicos de la universidad -los profes se daban mucha importancia-. Una fantasía que se desmoronó con la burbuja de las ".com" y que nos tocó asimilar al insertarnos en el mercado laboral durante los primeros 2000. Y, realmente, el trabajo duro nunca nos faltó, ni la competencia feroz, ni la continua formación, las largas jornadas, el móvil y ordenador. Hordas de titulados para construir un mundo peor al servicio del capital y el control estatal.


De todas formas, si me preguntan qué soy -en lo laboral que es la única dimensión en la que a alguien se le pregunta por el ser-, yo nunca respondo que soy teleco. Siempre digo que soy programador informático o algo similar. Pero lo cierto es que programo poco... y ando por ahí tratando de descifrar lo que otros han hecho, para copiar, modificar o intervenir en el lugar adecuado, configurando servidores, haciendo pruebas, planificando, desmarañando información... Cada día me cuesta más decir qué soy. Y me gusta esa idea Heideggeriana del Dasein -el ser ahí, el estar- y la idea Bergsoniana del tiempo como bola de nieve... Soy eso que está ahí, que ha sido traído a un mundo fuertemente codificado, adaptándose a las circunstancias y acumulando experiencias. Porque, eso sí: en mi formación para la vida y como teleco, siempre fui educado en el trabajo constante. Supongo que encontré cierto placer en extraer conocimiento de la experiencia... en transformar ese trabajo duro en un trabajar también para mí, para los míos, para mi mundo imaginado. Y en ese mundo fantaseado se necesita saber de antenas, microondas, fenomenología, motosierras, ovejas, blogs, fotografía, cocina y un montón de mierdas que nada tienen que ver con la rentabilidad. Y creo que eso sí que es parte importante de mi ser -quizá también de todos los que consiguieron su título de teleco-: ese continuo movimiento y abrir líneas de fuga más allá de la estrecha racionalidad técnica y laboral, más allá de las dinámicas económicas, empresariales, la superación personal, o la rentabilización del tiempo.

Quizá esa sobreformación que recibimos para incorporarnos a un mercado laboral que ya demandaba otras cosas nos hizo tomar consciencia prematuramente de lo que ya se venía advirtiendo en teorías marxistas: que el trabajo no lo es todo, que tenemos ciertas curiosidades que necesitan ser satisfechas y que muchas de esas satisfacciones requieren trabajo, un trabajo diferente al alienado -al de por cuenta ajena-. Que nuestro ser va mucho más lejos de lo que pone en el CV.

Lejos de ser una simple actividad económica, el trabajo es la "actividad existencial" del hombre, su "actividad libre, consciente" -de ninguna manera sólo un medio para mantener su vida (Lebensmittel), sino para desarrollar su "naturaleza universal". - H. Marcuse. Marx y el trabajo alienado. Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1969, p.10.

martes, 1 de agosto de 2023

Parresía e impostura

La parresía era, en la antigua Grecia, un cierto derecho o libertad para hablar: con la verdad por delante, aunque incomode. Con cierta intención de mejorar al otro y, también, por qué no, a uno mismo. Una práctica en el hablar muy diferente a la del adulador.

Me atrevería a decir que, esa parresía, se practica poco en nuestras sociedades occidentales actuales. Obviamente no se hace en lo político -donde sería muy necesaria- porque únicamente se repiten ciertas consignas o mantras que uno ya no identifica de dónde o cuándo surgieron -o si siguen siendo válidas o útiles-. Una falta absoluta de diálogo, donde cada uno habla de su libro sin escuchar al otro y sin ninguna intención de convencer más que a una audiencia abstracta, amorfa, externa y ajena al discurso.

En lo social cotidiano, creo que también se practica muy poco. En cuanto nos vamos a nuestra dimensión pública, las palabra se acota mucho para, en el mejor de los casos, quedar en el terreno de lo políticamente correcto. Por ejemplo en redes sociales -la gran esperanza tecnológica que iba a darnos voz a todos por igual y que, finalmente, acabó transformándose en patio de vecinos y corrillo de bar-, la gente se corta mucho de expresar opiniones, no queremos exponernos a que nos puedan replicar, a tener que argumentar, a que siembren la duda en nuestras creencias... y nos callamos. También es verdad que muchas veces ocurre que, quien nos replica en público, no tiene intención de entablar un diálogo, sólo exponer su mantra, ejercitar su activismo... y ahí tampoco hace falta entrar.

En mi nuevo trabajo también me he encontrado gente que habla mucho. Creo que debe ser algo común en el ámbito de la consultoría tecnológica. Es un hablar para lucirse, para aparentar que se sabe. Un aparentar un conocimiento profundo de lo que, en realidad, se tienen unas nociones sesgadas, generales y muchas veces confusas. Es un hablar muy jugón "la ignorancia es atrevida" y, al final, es ese atrevimiento el que te permite descubrir al impostor. Pero durante un tiempo te la pueden colar y tomar como veraz estos discursos donde se dan por ciertos datos, comportamientos e informaciones de los que no se está seguro. Yo siempre los escucho, pero luego me cuido mucho de contrastar las informaciones. Desde luego, esto no tiene nada que ver con la parresía... quizá sí con lo que llaman "mentoring"... Un mentoring donde uno se alza en la voz suprema de la experiencia, independientemente de la experiencia propia y de los otros y con un objetivo individual muy claro.

Debe ser ciertamente difícil practicar la parresía, porque parte de cierta relación de equidad, de reconocerse el uno al otro... Y vivimos sociedades muy desiguales, aunque las personas seamos muy similares en cuanto al nivel de conocimientos, capacidades... Nos vemos siempre impelidos a justificar la desigualdad, a demostrar que merecemos más, que no fue la suerte o un aprovechar la oportunidad. Un continuo defender una impostura que nunca es receptiva a la verdad.

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Eran las fiestas de una ciudad de provincias. Estábamos en un barrio bien: céntrico, con muchas zonas verdes... Habían organizado una fiesta para niños con un DJ que animaba la fiesta con comentarios en Euskera. Era gordito y sudaba, a pesar de que la tarde estaba fresca, pero se movía muy bien. La plazoleta o parque estaba lleno de familias bien: con ropas de marca, limpios, sonrientes... Me pareció curioso que solo hubiera pijos -porque en la ciudad había gente de todo tipo y una alta tasa de inmigración- siendo una fiesta gratuita abierta a todos los públicos. Era su sonrisa y su expresión corporal, como de serie americana, lo que los delataba. Abuelas, padres, madres, niños... todos interaccionaban entre sí, parecía que estuvieran hablando de compra de propiedades, vacaciones en cruceros, los mejores colegios del barrio, chismes de la vecina... Todo bien... y esas sonrisas que llevan tanto esfuerzo para aparentar transparencia y felicidad en un ambiente tan tenso, tan agresivo, tan del defender la propiedad.

domingo, 19 de febrero de 2023

A vueltas con el trabajo y el 25 de Marzo

Escuchaba a Jorge Javier Vázquez decir que había disfrutado mucho de su trabajo. Que, durante un período de unos 15 años, había estado completamente entregado a él. Que era algo que le divertía y entretenía mucho, que le brindaba la oportunidad de vivir una vida y unas experiencias absolutamente fuera del alcance del resto de la humanidad... Y todo lo que decía parecía verdad: los periodistas y presentadores de la tele viajan, conocen gente interesante, se rodean de lujos, fiestas, representan poses que sólo están permitidas en ese ámbito... Pero decía estar ahora en una época más calmada: trabaja menos -quizá porque el formato televisivo en el que se encuentra encasillado comienza a agotarse y hay que reinventarlo, aunque sólo sea con caras nuevas-. Decía estar contento en esta nueva etapa pero, al parar, se había dado cuenta de todo lo que había dejado al margen en esa vorágine de trabajo y breves períodos de descanso/desconexión/escapada. Había dejado al margen la vida normal que, obviamente, es mucho más tranquila pero tiene ciertas gratificaciones que la hacen más sostenible en el tiempo: hacer la compra, pasar tiempo con familiares, amigos, mascotas, cuidar de los que le rodean... No terminé de escuchar la entrevista porque ya se me hacía larga pero, os dejo aquí el enlace al podcast.

Yo me encuentro en una etapa laboral en la que no me cuesta comprender a Jorge Javier, obviamente no a ese nivel de dedicación y entrega, pero sí que estoy muy motivado -a veces pienso que demasiado-. Me entretiene mucho mi trabajo, soy una persona curiosa y me gusta aprender sobre nuevas tecnologías, desmontarlas, saber cómo funcionan por dentro... Hay muy buen ambiente con mis compañeros y eso hace que el ámbito que acapara lo laboral se expanda. Con estas premisas es fácil pasar por alto cosas como lo ético de ese trabajo -Jorge Javier también eludía abordar el aspecto moral-, o descuidar cosas que también producen sus gratificaciones (aunque no nos den dinero): cuidar de los nuestros, pasar tiempo con los amigos, los trabajos domésticos, las plantas, la filosofía...

Últimamente me cuesta mucho concentrarme en la filosofía, quizá no es sólo la motivación/implicación en el trabajo, quizá también el estar en el último curso con temas más densos y específicos y, por supuesto, el encontrarme en el pico de obligaciones de la edad adulta: las niñas siguen demandando cuidados, los abuelos se van retirando/delegando y, aunque los amigos no salimos tanto, todavía nos juntamos.

Al final, la filosofía -como esto de escribir el blog- no sirve para nada. Es más una cabezonería personal... Me gusta reflexionar, aprender cosas nuevas, saber como funcionan por dentro...

Parece que la fenomenología -la corriente filosófica en la que ando inmerso- está un poco en esa fase de la pregunta: la filosofía se ha ido desgajando en las diferentes ciencias y áreas de conocimiento... Entonces ¿Sirve para algo? ¿Tiene algún sentido? La respuesta que da es que sí, sí sirve. Porque nos descubre otra forma de conocer el mundo y relacionarnos con la realidad. Una forma más intuitiva, menos utilitarista, una búsqueda de alternativas no condicionadas por todo nuestro conocimiento y experiencia acumulados.  

La filosofía se me antoja como el único contrapunto posible a esa huida hacia adelante que son nuestros trabajos actuales y la obsesiva preocupación por el dinero, que nos convierte a todos en inversores y economistas -ya sea para ajustarse a exiguos presupuestos o para administrar el excedente en la pensión futura-. Ya no es sólo que nos relacionemos con el mundo como si todo fuesen cosas, la economización nos lleva por absurdos derroteros, irreflexivos, inmorales... que nos dejan cierta sensación de vacío... Como la de ese Jorge Javier retirado a la segunda línea.

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El otro día escuchaba un programa de flamenco donde hablaban sobre el 25 de Marzo, el presentador hacía una reflexión y repaso sobre el reparto y el acceso a la tierra en Extremadura -donde ha estado tradicionalmente en manos de grandes tenedores-. Ahora, el acceso a la tierra no es la máxima preocupación de nuestras sociedades, pero hubo un tiempo en que en las zonas rurales se vivía del y en el territorio. El sistema de propiedad fomentado desde el Estado no favoreció ninguna mejora para estas sociedades, sino que contribuyó a concentrar la riqueza en muy pocas manos. En un progresivo desposeer a los habitantes de su medio de vida -para desplazarlos a los sitios donde hacía falta mano de obra: la ciudad-. Y no es solo la propiedad, sino la continua limitación de acceso a los usos del territorio: para leña, pastos, siembra, rebusco, caza... Al final, la propiedad no deja de ser un conjunto de derechos y obligaciones sobre algo, derechos que se se pueden ampliar o restringir, que pueden ser de cualquiera: caciques, administraciones públicas, pequeños propietarios... La tendencia ha sido la desposesión de derechos y capacidad de decisión de la población sobre su medio de vida conectado al territorio -ya sea por los propietarios o las regulaciones impulsadas desde los Estados y administraciones-. Todo ello ha desembocado en que hoy se vean como deseables macro proyectos de granjas, mineros, de energías renovables, casinos... que atentan contra el territorio, porque la vida en los pueblos cada vez tiene menos que ver con lo rural y, al final, lo rural, aunque más despacio, se ha incorporado de lleno a esa huida hacia adelante de los objetos, el trabajo y lo económico.

miércoles, 25 de enero de 2023

Habitar el mundo

Para Heidegger y otros fenomenólogos vivimos en unas sociedades decadentes. Una decadencia que empezó en la ilustración con el cientificismo y el papel predominante otorgado a las ciencias de la naturaleza y la carrera tecnológica. Habríamos puesto el foco en el conocimiento de los objetos concretos: el universo, las ondas, los animales, las plantas, el cuerpo humano... Y habríamos perdido la capacidad de asombrarnos ante la existencia en sí, la capacidad de maravillarnos ante un atardecer, la lluvia, una flor que estalla... Estaríamos absolutamente entregados a la utilidad, la transformación y dominación de la humanidad y de nuestro medio. Absolutamente absortos en las posibilidades que nos brinda ese conocimiento de las cosas.

Heidegger las palmó hace ya casi 50 años... Pero creo que nadie se diría que hemos mejorado, o hemos cambiado, esa actitud que denuncia la fenomenología. Al contrario: hemos ahondado la herida. Los adjetivos que utilizamos para referirnos a nuestro mundo vivido actual así lo apuntan: turbo-capitalismo, estrés, eco-ansiedad, adicción, emprendimiento, aplicaciones móviles, hiperconectividad, privacidad, empleabilidad, turistificación, trabajo, acumulación, formación continua... Vamos a tope, estamos dopados, nos va a dar el infarto.

Y es verdad: esa importancia y primacía que le damos a las cosas, ese análisis desde la física y la utilidad, hace que, al final, todo acto y objeto no sean más que meros medios para conseguir otros fines. Unos fines indefinidos que se van posicionando como "trending topics" con el devenir de la sociedad: el dinero, la casa, el trabajo, las experiencias, la cultura, el entretenimiento, la formación, lo ecológico... Dedicamos tremendos esfuerzos para alcanzar esos fines, pero todos sabemos que son fines vacíos, que no llevan a ningún sitio, que nos causan malestar.

Quizá yo no lo cuente muy bien, ni lo haga muy ameno, pero este señor (Jesús Sáez Rueda) hace un análisis muy claro, entretenido y con muchos ejemplos de este concepto de Heiddeger de ser-en-el-mundo (dentro vídeo). 

Ya se sabe que los extremeños somos como los andaluces... pero sin gracia. Y, la verdad: no tiene mucha gracia esta contemporaneidad nuestra que nos lleva por lugares impersonales, nos sume en tareas ajenas -trabajos de mierda-, continuamente entretenidos, posando... sin apercibirnos del tiempo o del mundo que habitamos... empujándonos hacia la nada.

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En uno de los ejemplos que da Jesús Sáez Rueda, habla de talar árboles. Una actividad común, que no es incompatible con una actitud de habitar-el-mundo: no los cortas todos, seleccionas los secos, caídos, enfermos... quieres seguir vivo y cuidar los lugares que habitas, porque formas parte de ese mundo y, de alguna manera, el mundo habita en ti. 

El caso es que llevo un par de findes dedicado a la leña -hace frío-. Y es en momentos como esos cuando tengo cierta sensación de habitar el mundo: con la motosierra, afilando la cadena, aspirando gasolina y aceite, envuelto en el ruido del motor, cortando la madera, recorriendo el campo, buscando lo que ya está seco, caído, admirando lo que está verde, fuerte, grande... Pero es una actitud pasajera, la mayor parte del tiempo vivo en la actitud del mundo contemporáneo: calculando, almacenando, corriendo, trabajando, aprendiendo, planeando... buscando explicaciones científicas que no me explican nada, en una actitud en la que el mundo es un afuera de mí -y yo soy yo, y mi circunstancia es otra cosa-.




sábado, 10 de septiembre de 2022

Oriente, religión, la reina de Inglaterra y la Virgen de Consolación

Esta semana me presenté al examen de una asignatura de Filosofía, sobre las sabidurías orientales de la India y China. Se está haciendo duro esto. Muy difícil de justificar. Es algo que nadie espera, ni quiere de ti -¿Para qué estudias eso si no te sirve de nada? Con todas las cosas que tienes que hacer, perder tu tiempo en eso... -Es verdad, además me cuesta la pasta y algunos sacrificios.

Estudiando encontré esta cita sobre las enseñanzas de Confucio:

"El hombre debe buscar su perfeccionamiento moral; los principios esenciales de esa moralidad son dobles. Por un lado, la virtud de la benevolencia, amor, bondad, altruismo (ren), y, por otro, la virtud de la rectitud, equidad, justicia (yi) [...] Cada individuo tiene ciertas cosas que debe hacer, porque es lo correcto, sin pensar en las consecuencias o el posible beneficio. Se opone al li (ganancia, amor a la riqueza)" - María Teresa Román. Sabidurías orientales de la antigüedad.

Y pensé que yo seguía estudiando Filosofía porque era lo que tenía que hacer, porque ando buscando ese perfeccionamiento moral y satisfacer el deseo de conocer... Porque se opone al li.

Confucio se preocupaba mucho por los asuntos políticos, la organización de las personas en sociedades, las normas morales y legales... para conseguir vivir en armonía bajo un Estado chino. La doctrina de Confucio se ajustaba muy bien a las condiciones materiales del momento: con una China dividida en regiones feudales que guerreaban entre sí por hacerse con el poder central. Se ansiaba la paz social y, aceptar y acatar las sensatas enseñanzas confucianas, podía llevar a la armonía.

Podríamos pensar que el pensamiento de Confucio ha sido efectivo: que ha conseguido sus objetivos: se ha consolidado y afianzado en la sociedad china a lo largo de los siglos. China es una potencia compacta y de peso en el tablero global, habiendo mantenido esa doctrina confuciana como pegamento de su sociedad. ¿Cómo confiar en alguien que no conoces?: Porque acepta las tesis confucianas, que son muy sensatas y respetuosas con el otro.

En Europa también teníamos nuestro pegamento: la religión. Es verdad que nos resultaría muy raro llamar religión al confucianismo, o a cualquier otra tradición de oriente. Nosotros reservamos esa palabra para las religiones del Libro -judaísmo, cristianismo e islam-, con su Dios, sus normas morales, su jerarquía, sus milagros, sus figuras humanas... Y cuando alguna de estas cosas no están, o se añaden otras rarunas, nos despista.

Pero en Europa la religión ya hace tiempo que dejó de ser efectiva, ni tan siquiera está alineada con nuestros valores morales -quizá sólo como justificación de una organización jerárquica privilegiada-. 
Tradicionalmente se ha dicho que el protestantismo sí se adaptaba bien a la individualidad, el surgimiento de la nueva clase burguesa y la acumulación de riqueza que requiere nuestra organización social y productiva actual: el capitalismo combinado con la democracia representativa. Que por ello fue derrotado el imperio español y se impuso el dominio de la cultura anglosajona a nivel global -o, al menos, en lo que llamamos occidente-. 
Hoy día, pienso, podríamos afirmar sin muchos reparos que, capitalismo y democracia, se han independizado de sus formas religiosas: que son capaces de fundamentar sus propias normas morales, leyes, formas de organización e, incluso, forjar su propia mitología. Mucha gente, hoy día, ansía conocer los secretos del mercado, seguir el sendero del empresario exitoso, hasta llegar al Nirvana de la riqueza y el prestigio absolutos. Que la ciencia y la tecnología ya resuelven la cosmogonía y mitología cristianas. En definitiva, como pregonara Nietzsche, podríamos afirmar que: Dios ha muerto. 

¿Qué podía hacer el cristianismo rimbombante, piadoso, de comunidad, mágico y culpabilizador? ¿Qué podían hacer portugueses y españoles contra la efectividad de los protestantes? Contra ese Dios al que sólo rinden cuentas en privado, con esa vía libre para transgredir casi cualquier norma moral: esclavismo, piratería, proletariado, acumulación...

Hace unos días murió la reina de Inglaterra. Tenía ya un porrón de años. Se había convertido en una ancianita entrañable: un símbolo cuqui del imperialismo británico. Un símbolo que inspira infinidad de memes. Pero, en este mundo globalizado, es también el recuerdo viviente de la explotación de recursos naturales y sociales en "los otros" territorios: "el mundo inculto" que era sólo una reserva de mercancías para la metrópolis.

Ahora hay mucha gente buscando una guía vital: libros de autoayuda, orientalismo, magia, conspiranoia, prácticas religiosas sin arraigo en la cultura propia... Parece que democracia, capitalismo y ciencia no resultan suficiente, que andamos siempre a la búsqueda de ese algo misterioso que de unidad a todo, que justifique la vida - con sus sufrimientos y alegrías-... Andamos siempre a la búsqueda de la espiritualidad, del argumento que nos conecte con el mundo: la música, los viajes, los amigos, los hijos, las batucadas, las procesiones, la fiesta... Y nos encontramos que son sólo estados transitorios, que la realidad material nos exige trabajar, ganar dinero, invertir, comprar, vender, tv, redes sociales... estar permanentemente ocupados y entretenidos. Y claro, el tiempo para la espiritualidad se reduce... Sólo hay tiempo para el comercio -que es lo único que puede justificar cualquier sacrificio, cualquier guerra, cualquier medida preventiva...-

 

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Tras la palmera, la Virgen de Consolación atravesando la plaza del pueblo -finales de agosto de 2022-.

En el pueblo todavía hay ciertas prácticas y rituales religiosos que sirven de pegamento social. A finales de septiembre viene la Virgen de Consolación al pueblo. Mucha gente sale a recibirla y, desde la parroquia se organizan para intentar que la religión sea algo vivido, algo comunitario, que pueda influir en la sociedad para hacerla mejor. Pero resulta sólo en un instante transitorio, el instante en que los devotos creen conectar con lo misterioso y la cerveza de después. En seguida vuelven la realidad material y la individualidad de las series de Netflix.

miércoles, 19 de enero de 2022

Husserl contra el darwinismo

Husserl maneja conceptos muy interesantes -y muy abstractos también-. Ocurre en muchas obras filosóficas: que nos cuesta encontrar la forma de aplicar esos conceptos a nuestro mundo vivido. Al tratarse de estructuras tan generales, pareciera que encajan en todo y que no encajan en nada. Husserl dedica muchas páginas al intento de acotar los términos y, a medida que avanzas en la lectura, crees ir comprendiendo... Pero cuando intentas aplicar a un ejemplo concreto... sientes como el agua se escurre entre los dedos. 

Quizá sea cierto defecto de mi formación tecno-científica, en la que las fórmulas y teorías siempre salen de datos concretos: se toman medidas de campo y, luego, se trata de obtener la ecuación por medio de aproximaciones matemáticas. Finalmente se coge la fórmula, se aplica a nuevos datos y, si encaja... ¡Voilá! Hemos acertado.

Husserl era crítico con la racionalidad científica. Pero no porque fuese un magufo, o una persona religiosa. Él estaba convencido de que la ciencia es la única herramienta que tenemos para conocer de forma precisa la realidad y prepararnos para afrontar acontecimientos futuros.

Lo perverso de la racionalidad científica radica en que se aplica a todos los ámbitos. Estamos continuamente calculando, matematizando, intentando acertar en nuestras predicciones, tratando de tomar las mejores decisiones. Incrementar nuestro nivel de consumo, hacerlo sostenible... Eso en la esfera privada. Pero es que en la esfera pública es aún peor: no hay decisión política que pueda tomarse sin cuantificar económicamente su impacto. Tanto si se trata de atajar una pandemia como de potenciar la cultura. Todo se mide en presupuestos o en los costos -sanitarios, de educación, control...- que tendría no llevar a cabo la acción. 

Siendo más precisos, lo que ocurre previamente a la aplicación de la racionalidad científica a toda realidad, es una simplificación e interpretación matemática en términos económicos de la realidad -social, política, histórica..-. Una vez tenemos una realidad cuantificable es posible operar con ella en términos matemáticos. Lejos quedan ya las racionalidades religiosas, místicas o políticas. Lo que nos queda es una realidad mecánica, mediatizada por complejas fórmulas y protocolos que sólo los elegidos -expertos- pueden manejar.

Husserl intenta encontrar otras formas de lidiar con la realidad. Las realidades científicas están ahí, no es necesario negarlas. Pero también es cierto que la mayor parte del tiempo vivimos de espaldas a ellas. No nos importa si un bolígrafo está compuesto de átomos o si, para fabricar la tinta, se utilizan tales o cuales procesos químicos. Podemos dejar eso entre paréntesis -como si fuera caja negra- y centrarnos en lo que nos interesa, en "las cosas mismas": que el bolígrafo lo utilizamos para escribir. La realidad científica es sólo una más de las realidades del bolígrafo. 

Así que, puede parecer un error aplicar los razonamientos científicos a los asuntos humanos, donde la realidad se construye desde diferentes subjetividades, donde la realidad científica es sólo el trasfondo, que se da por hecho y pasa desapercibido. 

 

A menudo,  la racionalidad científica se nos presenta como objetiva, real, al margen de todo deseo o anhelo. Pero el campo de lo humano está constituido sobre subjetividades y deseos -individuales o de grupo-. Y, cuando se aplica la racionalidad científica a un campo que no le corresponde, se suele hacer dirigida por cierta subjetividad para someter al resto.

 

Cuando Darwin publica "El origen de las especies", en 1859, muchos -incluido el propio Darwin- se lanzaron a extrapolar la interpretación de los datos observados por la zoología a las sociedades humanas. Podríamos decir que se trataba de aplicar esa racionalidad científica también a lo social. 

Darwin era Inglés y, cuando publicó su libro, ya estaba bien avanzada la revolución industrial. Llevaba tiempo observando las enormes masas de obreros hacinados en las ciudades y fábricas, mientras las clases adineradas concentraban más y más riqueza, a la par que arrebataban el poder a la antigua nobleza. Entre estas clases altas de la sociedad victoriana se habían acogido con entusiasmo las ideas de libre mercado de Adam Smith y los análisis poblacionales de Malthus. Con estos antecedentes, el Darwinismo, desarrolló su concepto de evolución como consecuencia de una lucha despiadada entre las especies -al igual que los humanos luchaban por la supervivencia en las urbes-. De ahí se derivaron algunas corrientes sociales y morales que trataban de naturalizar la miseria y justificar a los ricos y poderosos como los más aptos.

Si miramos a la naturaleza, nos puede parecer cruel y despiadada en muchas ocasiones, pero la mayor parte del tiempo la observamos como algo armonioso, interdependiente, donde se escenifican numerosas relaciones de apoyo mutuo y donde la selección de los más aptos no apunta tanto a los más violentos, fuertes o astutos, como a los que cuentan con más "amigos", son capaces de adaptarse mejor a las épocas de escasez, o afrontar los diferentes contratiempos ambientales. Esta era la visión de científicos rusos como Kropotkin. Científicos que habitaban un extenso territorio, prácticamente vacío, con frecuentes inclemencias meteorológicas, escasamente industrializado, con gran parte de la población en territorios rurales... Así que les costó encontrar ejemplos de esa escasez y lucha malthusianas que Darwin había incluido en sus teorías.

La interpretación que hizo Darwin de sus observaciones tenía un sesgo ideológico. Y se utilizó por esa ideología para justificarse a sí misma. 

Algo así ocurre con la ciencia actual, financiada por el capital para desarrollar tecnología que aumente ese mismo capital. Y, en tanto la ciencia se alza como el único saber verdadero, reviste a su socio -el capital- de ese halo de determinismo y repetibilidad -que son los objetos de estudio de la ciencia- y nos convence de que el mundo es así y no puede ser de otra manera, nos somete a su yugo mientras devalúa el resto de saberes -justo los que deberían guiarnos en el ámbito de lo elegible-.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Arte y filosofía o barbarie

Muchas veces nos preguntamos por lo normal: ¿Qué es normal y qué no lo es? A veces nos respondemos que lo normal es lo común, lo de la mayoría... Por eso lo normal es ser hombre, de tez clara, trabajador, con cierto poder adquisitivo... Y ¡Ahí va la ostia! ¡Eso es bastante raro!
Pero más raro aún es que se exponga la obra de una mujer gitana en un gran museo nacional de arte contemporáneo. Que se le de voz a lo "freak", lo marginal, lo menospreciado... Para narrar la sinrazón que todos esos hombres "normales" provocaron durante la 2ª guerra mundial: masacrando metódicamente lo diferente en un afán estandarizador, matemático, saludable, eficiente... Que dejó a la sofisticada Europa en la más absoluta perplejidad.

Theodor Adorno decía que "escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie".
Pero quizá no se ha escrito suficiente poesía después de Auschwitz. Porque lo cierto es que seguimos levantando muros, hacinando refugiados, extendiendo vallas, alimentando guerras... Lo normativo sigue siendo agresivo contra lo común -lo diferente-. Y la poesía -el arte- se nos aparece como uno de los escasos restos del naufragio a los que asirse en el océano de la sinrazón.

Fotografía de una de las ilustraciones de Ceija Stojka. De la exposición "Esto ha pasado", en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid - 16 de febrero de 2020.

El domingo visité el Reina Sofía. Me encanta, siempre que tengo oportunidad... ¡Zas! Me cuelo dentro. Me parece uno de los mejores museos del planeta. La obra más importante expuesta allí es "El Guernica", de Picasso. El resto, son hilos tendidos desde y hacia esa pintura mural. La explicación de toda la barbarie del siglo XX narrada en clave de arte.

Uno de esos hilos es el de la exposición temporal de las obras de Ceija Stojka. Tenemos muy presente que los nazis exterminaban judíos, pero también gitanos... El contraste entre lo nómada y multicolor de las víctimas, frente a lo gris y anguloso de los verdugos -cuidadosamente mezclado con testimonios escritos por la artista-, convierten la exposición en un hito imposible de borrar de cualquier conciencia humana.

Fotografía de una de las pinturas de Ceija Stojka. De la exposición "Esto ha pasado", en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid - 16 de febrero de 2020.

Hace unos días tropecé con un documental donde se exponía la teoría de que hitler era un adicto a las drogas. Y que, de hecho, el uso de algún tipo de anfetaminas era muy común en los ejércitos de la época -jóvenes impetuosos, armados, orgullosos, eufóricos, prepotentes... y drogados-.
Pero no es que desde el documental se pretendiera justificar la atrocidad nazi alegando el atenuante de enajenación por drogadicción. Tomaban esas sustancias porque servían a sus fines: estar siempre alerta, siempre fuertes, siempre vivaces. Las drogas eran sólo un arma más. -Te sientes muy poderoso con tu Parabellum y tus pastillitas Pervitín ¡Ehh?? ¿Soldado!!


La droga no justifica nada -y el documental tampoco-. Pero el documental recoge datos e indicios, selecciona archivos, grabaciones... Y apunta al hecho del holocausto desde otro ángulo, desde otro punto de partida.
Y eso mismo hace el arte: escoger entre toda la amalgama caótica de sucesos, sensaciones, imágenes, sueños, ideales... Y ordenarlos en una estructura de trazos, colores, sonidos, palabras, formas... Que nos resulte inteligible e intuitiva.
El Reina Sofía va un paso más allá: selecciona de entre todas esas obras y construye un discurso. Un discurso que no tiene porqué coincidir con el que escuchamos en los medios de comunicación, o el de los libros de texto. Los hechos pueden ser los mismos, pero las formas -en que se nos presentan y los interpretamos- difieren.

No sólo el arte se encarga de construir estas narrativas marginales, de frontera. Existen otras disciplinas que llevan siglos ensayando explicaciones alternativas de la realidad. Más allá de la racionalidad matemática, científica, económica o religiosa que pueda imperar en un momento dado de la historia. Sí, la filosofía tiene muchas cosas en común con la poesía. Quizá utiliza otro lenguaje, más manejable por la razón que las intuiciones y las imágenes del arte pero, ambos, nos permiten sobrevolar ese plano de la realidad mecanicista que, de otro modo, nos ahogaría en el más absoluto determinismo.
Unamuno ya decía que "la filosofía se acuesta más a la poesía que a la ciencia" y lo han suscrito también otros autores, en un intento de remarcar las limitaciones del conocimiento científico -que se queda paralizado en lo real, en lo que es así y no puede ser de otra manera-.

Estos son los conceptos de arte y filosofía que nos interesan en este post: los que nos protegen contra la barbarie; los que están continuamente buscando los límites, cuestionando lo normal, lo establecido, imaginando nuevos caminos, retomando los abandonados, reinterpretando la realidad...
Sin su ayuda, resulta casi imposible determinar si matar judíos -o gitanos- está bien o mal, si es o no normal... Porque lo normal es sólo lo establecido, lo que ha sentado jurisprudencia, lo que el poder garantiza con violencia...

viernes, 1 de marzo de 2019

¿Por qué estudio filosofía?

Mi padre siempre dice que no debería perder tiempo en eso... que es mejor estudiar una oposición. Y... ¡Tiene razón! Una oposición es más productiva: apruebas tu examen y te dan trabajo y sueldo, seguramente en mejores condiciones que en el libre mercado de mano de obra.

Pero, la verdad, nunca sentí simpatía hacia ningún tipo de funcionario. Bueno, hay muchas personas que desempeñan su oficio como funcionarias y me caen muy bien. Es el trabajo de funcionario el que no me simpatiza: esos esbirros del Estado, pendientes continuamente del BOE, las publicaciones oficiales, obedeciendo órdenes -que siempre vienen desde arriba hacia abajo-, atados a la burocracia, con un plan de vida perfectamente trazado -que les dice lo que son y lo que pueden llegar a ser-.
Es verdad que en el mercado del empleo no están mucho mejor las cosas: nos enfrentamos a una continua incertidumbre, salarios fluctuantes, largas horas de trabajo, pocas vacaciones, jerarquías arbitrarias, siempre pensando en los gustos e intereses de otros -clientes y superiores-... Todo es muy dinámico, incierto, has de estar siempre alerta, no te puedes dormir en los laureles y quedarte obsoleto. Te conviertes en un mercenario, sin ningún tipo de respeto hacia ninguna jerarquía, acosado constantemente por el fantasma del desempleo, haciendo planes a corto y medio plazo.
El clásico conflicto de economías centralizadas -dirigidas desde el Estado- vs. economías de libre mercado. Soldados vs. gladiadores... Al final, nos van a matar a todos, y no será en la lucha por un mundo mejor.

Oveja rebelde - Puerto de los Carneros (Badajoz) - Diciembre de 2018

Pero centrémonos. Estudiando filosofía lo más probable es que no encuentres trabajo, ni sueldo. Aunque, yo ya cursé unos estudios útiles para encontrar trabajo. Lo de la filosofía lo hago porque realmente me interesa, siempre me interesó, desde que empecé a cursar ingeniería. Fue al concluir mi formación en telecomunicaciones que me di cuenta que, después de tantos años peleándome con la física, matemáticas, estadística, lenguajes de programación y organismos de estandarización... me faltaba cultura general, que estaba cegado por una mirada tecnológica y cuantificable del mundo. Que ahí fuera había un montón de cosas interesantes por vivir y aprender, imposibles de indexar, catalogar o modelar en un lenguaje matemático.
Probablemente la filosofía no ofrezca solución a dudas existenciales, pero sí que ofrece una visión más amplia, desde posiciones muy dispares. Permite tomar consciencia de los problemas que otros muchos ya se plantearon antes que nosotros y desarrollaron y elaboraron, más de lo que a menudo somos capaces de comprender.

En ocasiones, dedicamos grandes esfuerzos a acumular bienes y riquezas, como si eso pudiera salvarnos a nosotros y nuestros seres más cercanos de cualquier adversidad. Y a todos esos bienes y riquezas hay que dedicarles tiempo de gestión. Tiempo que robamos a nuestros seres queridos y las actividades que realmente nos interesan y satisfacen.

- Me he comprado un piso en el centro.
- Pero si vives muy bien en tu chalet de las afueras.
- Ah! No. Se trata de una inversión. Es para alquilarlo.
- Ya veo, inviertes dinero y tiempo para tener más dinero.

Esta es una escena perfectamente comprensible en nuestra sociedad actual. Pero, no lo es cuando inviertes dinero y tiempo en una actividad intelectual o artística. Porque es sabido que no vas a poder rentabilizarla económicamente, a menos que consigas acoplarte al engranaje del mercado o el estado. 
Así que, podríamos decir algo como que: me estoy comprando un piso, del que no voy a vivir, y me dedico a adornarlo: con arte, moral, política, metafísica, psicología... con una finalidad ambigua, entre la realización personal y un complemento a la economía familiar: acumular conocimiento, revertirlo en los que me rodean, expandir el ego, abrir el abanico de posibilidades, disfrutar, apreciar y transmitir la complejidad de la vida y la historia.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Fotografía, movimiento y entendimiento

-No hay banda, no hay orquesta.
-¡Pero oímos los trombones y clarinetes!


- Está grabado. Es una ilusión. Una impresión, un recuerdo, sueño...


Como en la imagen: "Imaginamos" que el agua está en movimiento, que los chorros impactan en las mansas aguas del pilón... ¡Y saltan chispas! transparentes y frías.
Pero no hay movimiento, está congelado en un puñado de bits.

Pila bautismal en la fuente de la plaza de Santa María - Guadalupe - Cáceres - Extremadura

Si preguntas, si debates, todos entendemos que el agua se mueve, porque nuestra experiencia así lo corrobora.
Las maravillas del intelecto, que nos permite comunicarnos, compartir ideas, conceptos... Como si estuvieran en una gran mente común. Como si todos estuviéramos revestidos por la misma piel... Y es que tenemos los mismos sentidos ¿cierto? Como los monos, los mamíferos, vertebrados, ¿los insectos? ¿equinodermos? ¿plantas?
La imagen es sólo eso. El movimiento y la lógica los pone el entendimiento. El entendimiento es estimulado por los sentidos, el deseo...

"El «temple» consiste en acomodar el movimiento de los engaños a la velocidad del toro, a lo largo de toda la embestida."
Ajustar el tiempo al del toro. Parar el tiempo... Cruel y efímero invento: el tiempo, sigue su curso. Nosotros percibimos la aceleración, la velocidad.

Y uno puede poner en duda que Dios, o la gran mente común, existan. Pero nadie cuestiona el tiempo,
esa dimensión vacía
que vamos llenando de hechos
diciendo que unos preceden a otros...

jueves, 20 de noviembre de 2014

La mentira de sal

Esta semana ha sido ajetreada:

El Lunes tuve que viajar a Barcelona. En el Ave todos íbamos por lo mismo: Trabajo, muy específico, tanto que nadie lo entiende fuera de su ámbito... demasiado estrecho.
Los que hablaban con su compañero -o por teléfono- lo hacían con voz autoritaria... todos sabían lo que tenían que hacer (ellos mismos  y el resto de la humanidad). Como esos amigos o familiares que se alzan en jueces morales y nos recriminan lo que está mal.
Por la ventanilla corría el paisaje: con campos de cultivo, ganado y páramos abandonados... Todo iba quedando atrás... excepto nosotros que, a 300 KM/h, no podíamos parar. Como los libros de historia, donde se suceden reyes y gobernantes a ritmos vertiginosos, mientras los agricultores cultivan y los pastores pastorean.

El Viernes, de ocio a Córdoba. Visitamos la Mezquita, una amalgama de culturas sobreponiéndose una a la otra. Y por encima de todas ellas, la clase turista... desde todas las partes del mundo desarrollado.

Así que el Domingo, de vuelta a casa, después de tantas sacudidas, cansados y con demasiadas imágenes y sensaciones en la cabeza: trabajo, transporte, velocidad, turismo, culturas,... Todo parecía ilusorio, irreal: todo en viene y va. Nada perdura, como una mentira que acaba dando paso a otra, en un acelerado fluir, hacia la Nada?

No es de extrañar que Platón buscara la esencia, lo verdadero. Más allá de lo "real", de lo que perciben nuestros sentidos. Y se recreara en ese mundo estático de las ideas, lleno de paz y por el que es posible viajar sin cambiar de lugar (en una especie de psicodelia sin alucinógenos).
Después, el Cristianismo, alcanzó un gran éxito reciclando esas ideas, negando la Naturaleza cambiante y colocando al hombre por encima de la creación. Con un objetivo claro: Eliminar la vida, para llegar a ese Mundo ficticio lleno de entes bellos, vírgenes y alados (en una especie de enajenada carrera hacia el precipicio). Nada de estudio o reflexión. Sólo sometimiento a normas morales enfermizas. Y como paliativo: el arrepentimiento.
En el proceso, fuimos permisivos con las drogas que más atentan contra la vida y la imaginación: Tabaco, alcohol... quemar la vida, avergonzarse, dolor...
Así que, al pensar en cultura occidental, a uno le asalta el frío, la línea recta, los grises, el sacrificio, la culpa, migrañas, represión, perversión... y la doble moral: la de la Naturaleza y la de los libros, los panfletos.

No es solo en la religión o las drogas que toleramos. Esa misma estructura (ideal != real = malestar)  es una constante cultural. La reproducimos en nuestro día a día: Un cielo de ocio, consumo de fin de semana y escapadas a paraísos efímeros, vacíos. Sobre el tapiz de 40 horas, 5 días semanales, de represión y sometimiento. El ideal indiscutible de las clases medio/altas, frente a su realidad obrera, enajenada: Stress, depresión, trastornos de la personalidad, tics, doble moral...

La Naturaleza no cuadra con nuestro ideal cultural. Este desprecia la autonomía de aquella y dedica enormes esfuerzos a someterla, reinventarla, simplificarla... destruirla. Una historia de violencia...

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Ensimismado en el dedo gordo que asomaba por el calcetín roto... No parecía necesario tanto sufrimiento. - Si está roto, está roto. Y ya está! No voy a comprar otro -. En la vida hay muchas cosas bellas, crueles, de todos los colores... y es cierto que también resulta agradable fantasear, crear... Pero querer hacer de la fantasía una realidad... creer en fantasmas, Dioses, la Democracia, el Dinero... es infantil y arrastra al dolor y la insatisfacción... Como este calcetín roto que deja los dedos fríos...

En el televisor comenzaba "El escarabajo verde", hablaban de una empresa en Sallent, que extrae no sé qué porquería del suelo, para fabricar potasa. Las impurezas, lo que no vale, lo van acumulando. Y a lo largo de los años han creado una gran montaña... Una montaña de sal (porque la impureza es sal). El presentador y un representante de la compañía están subidos en esa gran mentira de sal... No lo hacen porque quieran un mundo mejor -o todo lo contrario-. Es por un sal-ario que vendemos nuestra alma y el bien vivir al Dios del sacrificio, por la promesa de un cielo que ya está ocupado por unos pocos y, al que bien mirado, ni deseamos, ni nos interesa entrar.


miércoles, 1 de mayo de 2013

Sobre ingenieros y filósofos

Los ingenieros son resolutivos engreídos.
Podrían ser filósofos, pero no tienen tiempo: tienen que llegar a una solución, y no tiene por qué ser la mejor posible -seguramente no lo será- pero será una solución rápida y eficiente.

En el fondo, un ingeniero no deja de ser un soldado, un mercenario. En los ejércitos siempre han tenido gran relevancia los cuerpos de ingenieros, con sus artilugios de destrucción y muerte. En la batalla no importa por qué o contra qué se lucha -de hecho no te va a aportar ninguna ventaja competitiva el saberlo- lo que importa es ganar al menor coste posible. Y en eso son los mejores: en optimizar. Y en eso se refugian: - Yo, salvo vidas. - Creo puestos de trabajo. - Creo riqueza. - Ahorro esfuerzo. - Produzco... Así que son tenidos en alta estima por los miembros de su equipo -la sociedad-.

Son experimentales, aprenden haciendo, probando y errando, son hombres de acción. La excelencia les llega siendo jóvenes, ya con algo de experiencia, pero aún con agilidad mental, cierta temeridad, agresividad... Entonces se convierten en grandes profesionales y se enfrentan de forma intuitiva a los escenarios complejos en que deben realizar sus acciones precisas y eficaces.
Toda su labor transcurre tras una apariencia fría, calculadora, compleja... Bajo el paradigma de la neutralidad, del que tiene una misión, un objetivo y unos determinados recursos para cumplirla. Pero sumidos en sus batallas no tienen tiempo de mirar lo que les rodea, ni tan siquiera para recrearse en alguna ideología. La ideología no existe para el ingeniero, sólo hay  problemas y soluciones. Sólo hay un camino posible: Que consiste en mejorar la situación presente. Así que, acaba trabajando para las ideologías de otros, siguiendo el camino que otros han marcado y establecido como bueno, realista, práctico, deseable, seductor.

Por tonto, el ingeniero es un hombre y además un soldado -más bien un mercenario, ya que se desenvuelve en el más despiadado de los capitalismos-. Su labor consiste en planificar la batalla desde la retaguardia. Frío, sin deseos, ni pasiones. De las emociones sólo se permite agresividad y firmeza, porque no tiene tiempo que perder en dialogar -justificar a cada paso el objetivo-, ni argumentos para tanta violencia.
Así que no es de extrañar que existan pocas mujeres en las carreras técnicas. Con tales modelos, con tales casos de éxito... Hay que estar educadx bajo condicionantes muy severos.

Pero el ingeniero es socialmente valorado, porque como se ha dicho: produce. No es como el banquero, el directivo, el comercial, el político, el cura, el maestro... Es el capataz perfecto de una sociedad capitalista, competitiva, consumista, de crecimiento acelerado... en la que no hay tiempo para nada que no sea mesurable en la unidad por excelencia -el dinero-.

El cine americano ha contribuido a forjar el mito del ingeniero/científico -que suele estar loco cuando está del lado de los malos-, del tipo excéntrico y entregado de lleno a su trabajo, en proyectos super-secretos en lugares restringidos a la población civil. El superhéroe armado de tecnología hasta los dientes. El inventor que se ha lucrado a base de patentes, el emprendedor y su evolución lógica: el empresario.

No es de extrañar que abunden los que se vuelven atrás, los que se echan al monte, o los que cuando llevan varios decenios de profesión, retorcidos por todos los tics nerviosos, envidias, males de ojo, dolores de estómago, odio... ya no pueden más. Es una profesión para jóvenes ambiciosos.
Después de todo, no son más que personas normales, que han seguido un duro entrenamiento de gestión del tiempo y rentabilización del mismo. El cansancio también les afecta y, al mirar a su alrededor, es fácil echar las cuentas - ¿Es necesario tanto sufrimiento? - ¿Por un puñado de dólares? - ¿Cuándo crucé la delgada línea roja?

Los soldados también sufren: Algunos tienen sus propios valores morales, se hacen preguntas, o incluso tienen ideales que abarcan una realidad amplia. Hasta en la guerra del Vietnam surgieron movimientos críticos dentro del propio Imperio.



Nota personal a cerca del entrenamiento del ingeniero:
Aún recuerdo con cierta aprehensión los años de carrera. Duras jornadas de estudio y prácticas de laboratorio para, al final: suspender el examen. 
Muchos abandonaron, todos estuvimos seriamente tentados de hacerlo. Pero aprendes: que no hay tiempo de abarcarlo todo, o de hacerlo todo lo bien que quisieras, que tus recursos son limitados, que hay que tomar decisiones (y no importa si son acertadas o no -quizá puedas corregirlas a posteriori-), que hay que pasar un examen, que hay que entregar los trabajos en fecha y, sólo tienen que cumplir especificaciones. Que hay que especializarse y mirar hacia adelante.

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El ingeniero ofrece soluciones, el filósofo plantea preguntas. Es una anciana, alguien que ha vivido y leído mucho. Así que es una especie marginal en una sociedad del speed y la cocaína.
Seguramente nunca será un caso de éxito, ni habrá películas americanas hablando de sus elaboradas teorizaciones del mundo.
La filosofía no produce beneficios monetarios, ni tiene ninguna prisa. Y quizá esa es su diferencia más importante con respecto a la Ciencia. La ciencia progresa con la tecnología. La filosofía se queda en la retaguardia, en el subconsciente -del individuo o de la colectividad- por detrás de Religión y Autoayuda que ofrecen respuestas rápidas y concisas.

Pero a mí, me maravilla cuando un profesor de filosofía es interrogado por sus alumnos con alguna pregunta estúpida, ingenua, arbitraria... Entonces el profesor intenta comprender qué es lo que ese alumno despistado intenta decir, e incluso intenta desarrollar la vía expuesta, hasta conseguir tipificar la idea, tratarla -si corresponde en ese ámbito-, o dejarla para cuando sea pertinente. El filósofo no crea nada: coge, ordena, deduce, nombra, infiere... Al contrario que el ingeniero, que siempre cree estar haciendo cosas novedosas, revolucionarias, visionarias...

El filósofo no tiene un objetivo, a lo sumo un área que examinar y ordenar, pero que será explorada siguiendo todos los caminos posibles -todos los que el lenguaje y las preconcepciones permitan imaginar-. Sin sentimientos, sin intuición, sólo diálogos, hipótesis y deducciones. En el intento de comprender la cambiante realidad.
En el fondo, un filósofo no deja de ser un analista de sistemas.

martes, 14 de febrero de 2012

Filosofía postmoderna, el camino de la estética hacia futuros pasados

El otro día, estaba escuchando uno de los seminarios que imparte la profesora Teresa Oñate, en la UNED, sobre historia de la Filosofía. Es verdad que también había leído sobre algunos de los clásicos: Parménides, Pitágoras, Platón... Así que, poco a poco, fui descubriendo que yo estaba lleno de prejuicios, prejuicios que se habían ido forjando desde hacía más de 2000 años. Y, no sólo eso, comprendí que mi concepción del mundo estaba basada en "Creencias", esas de las que decía haberme desprendido cuando dejé a Dios tirado en cualquier cuneta. Fue un desgarrarse de la realidad, todas aquellas cosas que Nietzsche decía sobre la muerte de Dios, la moral del esclavo... empezaban a salir de entre la niebla y eran cada vez más nítidas.
Vivimos en una sociedad muy violenta, no hace falta más que mirar los noticiarios, o incluso echar la vista alrededor, reparar y fijarse: guerras, delitos, desigualdad, discusiones, opresión... Nuestro lenguaje está lleno de violencia, y no sólo las palabras, sino también el discurso con que construimos el esquema de nuestra realidad y de la historia: batallas, dominaciones, revueltas, revoluciones... Incluso nuestra ciencia y tecnología: sumisión de la Naturaleza, alteración del paisaje, exterminio... Realmente, no debería sorprendernos la injusticia o la tiranía de los más fuertes, o los más ricos. Seguimos siendo esclavos y hablamos como esclavos, hablamos el lenguaje de nuestros señores, el lenguaje económico, el lenguaje técnico.

Es curioso, cómo estamos atrapados dentro de un presente que no nos gusta y nos remitimos al ideal, al futuro, ese que nunca se hará completo: Cuando acabe la crisis todos tendremos dinero y trabajo, pero sólo hasta la siguiente crisis y no todos... ¡Pedazo de ideal!! Sí, creo que hasta nos han robado la capacidad de soñar, que estamos en una sociedad que sólo espera estar como está, con más dinero y más consumo cada vez. ¿Y la injusticia, la desigualdad, el hambre, el abuso? El ideal cristiano al menos te prometía el Cielo a costa de ser bueno. Ahora hay que ganar dinero para tener mucho. Qué decepción! Realmente, Nietzsche fue demasiado optimista al pensar que seguíamos manteniendo la moral cristiana a pesar de no creer en Dios. Pero ha sido peor, no creemos en Dios, no tenemos ninguna norma moral y no tenemos un objetivo como sociedad. Quién iba a pensar que el capitalismo y el consumismo iban a tener tal efecto?

¿En qué momento elegimos el camino que nos llevaría a la situación actual? La filosofía postmoderna señala algunos de los problemas. Uno de ellos es nuestra propia concepción de la historia como una historia de superación, de avance. De forma que todas las sociedades anteriores, o las que viven como lo hacían las anteriores, son primitivas, no tienen nada que aportar, están obsoletas, superadas, muertas. No hay opción a decir - ¡Uy! Aquello que decía Heráclito no estaba tan mal. Deberíamos probar a coger ese camino y ver qué pasa? - Pero eso es imposible, porque elegimos el camino del Platón pitagorizado y, ahora, lo demás es incorrecto.
Otro problema que señala, es el haber aplicado la racionalidad científico-técnica a todos los ámbitos del vivir: política, moral, teología... Y esta racionalidad no tiene como fin el conocimiento, la diversión, la felicidad o cualquier cosa agradable, sino, la dominación y el sometimiento de la Naturaleza a la arbitrariedad humana. ¡Ahí está la raíz de la violencia!

A partir de aquí, es más fácil entender por qué algunos autores como Foucault, reclaman el hacer de la vida una obra de arte. El pensar la vida desde el discurso del arte. Porque la forma en que nos organizamos los humanos es algo elegible, aunque estemos acostumbrados a verlo como algo dado.
Sólo la naturaleza es así y no puede ser de otra manera, por eso funciona tan bien en ese ámbito la razón práctica, el método científico.

En contra de lo que decían los científicos de la 3ª cultura, su lenguaje es el que ha dominado la historia. El arte, la literatura, han quedado para los Domingos, para el tiempo de no trabajo.


Por eso reclamo ser torero
de los que pasean por las plazas de los pueblos,
capote en mano y en la cabeza un sueño.
Con la muerte en los talones
y la amenaza de las tripas al suelo.

Quizá flamenco,
rock-star quijotesco,
o gurú de lo esotérico,
pero siempre cerca de lo bello.

La locura del que no le importan los galones,
del soñador por un puñado de dólares,
del esteta hacia su perfección y grandeza.
Lo terrible y doloroso en conspiración manifiesta,
contra una sociedad que se mutila en el altar de la violencia.


"Aquello con lo que más trato tienen continuamente, el lógos que lo gobierna todo, de eso se apartan, y aquello con lo que se encuentran cada día, eso les parece extraño." Heráclito de Éfeso

sábado, 28 de enero de 2012

La tercera cultura, la lucha entre: “ciencias” Vs “letras”. Y la tecnología

Después de leer un poco acerca de esta “tercera cultura”, le queda a uno la impresión de que no es más que el campo donde dirimen sus batallas los tradicionales dos ámbitos de las “letras”/“humanidades” y los “números”/“ciencias”.
Los dos luchan por alzarse con el reconocimiento de la sociedad como el valor más alto de la cultura. Todos quieren participar en el proceso de divulgación popular y, por supuesto, quieren que su área sea la más relevante.

Hubo un tiempo en que esta separación no existía, todo era Ciencia, saber, conocimiento acerca del Mundo. Con la invención de la escritura, el saber podía almacenarse y guardarse, con lo que este se ha ido incrementando generación tras generación, a lo largo de cientos de años. Y claro, ahora es imposible saberlo todo de todo, así que bajo el paradigma de “divide y vencerás”, las distintas ramas del conocimiento se han ido separando e independizando unas de otras. Hasta llegar a la situación actual, donde podemos distinguir dos grandes bloques: Las ciencias que versan sobre el mundo físico (lo que es así y no puede ser de otra manera) y las letras que lo hacen sobre la producción humana (lo elegible).
Los científicos reprochan a los humanistas el haberse apropiado durante siglos de la palabra “intelectual”, de tal manera que un científico no podía considerarse “culto” por no conocer a los clásicos: Aristóteles, Shakespeare, Cervantes... En cambio, un humanista podía considerarse muy culto sin tener ni idea de conceptos matemáticos.
Desde la otra perspectiva, los humanistas podrían reprochar a los científicos el haberse apropiado de la palabra “Ciencia”, de forma que su conocimiento no sería un conocimiento verdadero, porque no versa sobre el mundo físico, sino sobre productos del desarrollo humano en sociedad. Pero la literatura, la política, la antropología, la historia... hablan de la realidad, pasada o futura y, quizá, la única diferencia radica en la sistematización y precisión que se puede alcanzar en el ámbito de las humanidades y el de las ciencias.

El término de “la tercera cultura” fue acuñado por Charles Percy Snow. En su última obra al respecto vaticinaba el surgimiento de una tercera cultura que dialogaría con las otras dos... Pero esto no ocurrió. Y, en un efecto acción-reacción, lo que ha ocurrido es que desde el ámbito científico ha comenzado una labor divulgadora, de manera que, hoy día, podría decirse que el reconocimiento social es para el ámbito de la ciencia en detrimento de los humanistas. Así, numerosos científicos escriben libros para el público general con una amplia aceptación.

Uno no puede dejar de ver tintes materialistas en esta inversión de las tornas, que tampoco creo que sea tal. Más bien, lo que a ocurrido es que a partir de la revolución industrial, con la fabricación en serie, se han ido incorporado al hogar cada vez más complicados aparatos tecnológicos (coches, lavadoras, ordenadores, móviles...). Y estos nuevos aparatos no sólo han sido incorporados para satisfacer necesidades, sino que invaden además nuestro tiempo de ocio. Al ser productos de comercio mundial tienen enormes repercusiones en la economía y todos los inversores quieren estar al corriente de los diferentes avances en ciencia y tecnología. Creo que estos dos factores: la incorporación de la alta tecnología al hogar y la repercusión económica, son fundamentales en la revalorización de la cultura de las ciencias.

¿Qué valor puede tener la literatura frente a una película de ciencia-ficción 3D y 7 canales de audio envolvente? Porque en el cine y las demás artes también puede percibirse este interés creciente por las ciencias.

Por tanto, la profecía de Snow no se cumplió y los intelectuales de “letras” se han convertido en seres improductivos que se dedican a tareas de lo más freak. Sin embargo, las humanidades y la tecnología no son tan diferentes: ambas tienen como objeto de estudio alguna producción humana. En algún momento de la historia la tecnología dejó de ser meramente una herramienta de producción, de arte o de guerra y pasó al servicio de la ciencia, que la revistió con su halo de necesidad. Con lo que parece que la tecnología es así y no puede ser de otra manera, es la mejor posible. Cuando, realmente, es fruto de las elecciones humanas, de lo que han decidido investigar, conocer, de lo que se podía vender, lo que podía curar o lo que podía matar. Más tarde, la tecnología se incorporó al hogar, al ocio, y dejó de ser un medio para convertirse en un fin, la tecnología por la tecnología.

En el mundo del arte es reconocido que con el Impresionismo hubo una ruptura en lo que había sido la representación de la realidad, la “mímesis”. Quizá, en el mundo de la tecnología, ocurrió algo similar con la Revolución Industrial (curiosamente en la misma época), la producción en serie y los mercados globales. Fijando el concepto de progreso como desarrollo tecnológico y crecimiento económico. Obviamente las rupturas no son nunca tales, son siempre un proceso. Y tampoco ocurren rupturas de forma aleatoria, sino que suele haber fuertes interdependencias entre las diferentes áreas en las que, de forma artificiosa, los humanos hemos dividido el conocimiento. En este sentido, me parece que la tecnología y sus estudiosos, los ingenieros, podrían jugar un importante papel llenando el vacío entre el campo de las ciencias y las letras. Haciendo de mediadores e integradores, quizá construyendo esa tercera cultura de la que hablaba Snow, siempre y cuando consigamos vencer el prejuicio de las humanidades como algo improductivo y fuera de la realidad.
Algunos ya han dado este paso como Thomas Khun con su teoría de los “cambios de paradigma científico”. Un cambio de este tipo está enmarcado dentro de un contexto social e histórico y no puede ocurrir de forma abrupta por muy científicas que sean las pruebas.

Vivimos en una sociedad altamente especializada y, aún los que hemos dedicado muchos años a estudiar, tenemos enormes carencias en todo lo que se sale de nuestro ámbito. Aceptar esto es duro, así que preferimos refugiarnos en lo nuestro, que siempre es lo más difícil y mejor, restamos importancia a lo demás, incluso lo negamos:
«Soy una persona culta», se dicen, «y no puedo encontrarle sentido a esto. Por lo tanto tiene que ser absurdo.» - Paul Davies

Yo, lo único que he aprendido en estos años es que todo es susceptible de aprehenderse, que la dificultad la ponen la falta de tiempo, de información y de voluntad. Decir que lo que otros han hecho o piensan es absurdo, que no tiene sentido, que está mal... es la solución fácil. Echar por tierra el trabajo de los demás para que el propio cobre protagonismo es sólo un ejercicio de soberbia.


Claro que: yo soy de los que procuran no hacer nunca lo que deben y lo contrario de lo que le dicen.

sábado, 16 de julio de 2011

Asertividad

Estaba viendo un concierto, cuando... Algo empezó a sonar mal: era una de las cantantes. De repente, la otra se giró y le clavó la mirada en su rostro desconcertado. A la vez, le lanzaba la más sincera y expresiva sonrisa que jamás se haya visto: - ¿Por qué lo estás haciendo mal? No dejes que te traicionen los nervios. Lo hemos ensayado miles de veces. Yo, y el resto del grupo, sabemos que lo haces de puta madre. ¡Vamos! ¡Como tú sabes! Con alegría ¡Sin miedo! – Seguramente, aquella mirada y aquella sonrisa, decían muchas más cosas porque todo comenzó a sonar mejor: la voz creció y todos reían, cantaban y tocaban palmas. El público se desvanecía entre los efluvios del tabaco y la cerveza, tras presenciar un acto tan breve y bello, casi irreal...

Qué difícil resulta ver algo así. Normalmente pensamos en culpar al otro. Porque, además, siempre hay otro al que culpar.
Lo cierto es que la competitividad es entre tú y los otros. No se piensa en la estrategia colaborativa, en la que todos pueden ganar, en la que todos ganen.
El problema viene por lo de “ganar”. Todas las metas de nuestra vida incluyen el término “ganar”: dinero, calidad de vida, fútbol, elecciones...

Jugar: ¿No te gustaría, simplemente jugar, pasar el rato, divertirte? ¿Y si el diferente, el “otro”... no existiera? Entonces no habría nadie a quien ganar y el mundo sería extrañoooo...
Ganar: Eso es porque tú eres un looser.
J: Estoy comprometido con la causa, soy colaborativo. Podemos jugar todo el rato, sin prisa pero sin pausa.
G: Eres un Idealista, la vida es mucho más seria.
J: Y tú no eres capaz de tomar distancia, sigues repartiendo y cargando culpa.
G: Serías elitista pero, como no tienes un duro, te quedas en las vanguardias.
J: Te quiero.
G: Que te follen.

viernes, 10 de junio de 2011

Democracia Real Ya!!!

Democracia es el gobierno (kratía) del pueblo (dḗmos). Algo que nombramos siempre como una situación ideal, inalcanzable?
La democracia puede funcionar relativamente bien en grupos pequeños. Así que, para nuestra sociedad de masas, recurrimos a una democracia representativa, donde unos cuantos se alzan en representantes de ciertos colectivos. En la mayoría de países la sociedad parece estar dividida en dos únicos colectivos (izquierdas-derechas; republicanos-demócratas; laboristas-liberales; pp-psoe; madrid-barça...)
¡Vaya! Es increíble tanto consenso. Si, normalmente, nos sentamos cuatro en una mesa y puedes escuchar hasta ocho opiniones distintas. Parece fácil intuir que nuestro afamado sistema democrático no es tan democrático.

Y, es que, cuando comenzaron a implantarse las democracias a partir del siglo XIX, no lo hicieron con la intención de dar la oportunidad de voto a todos (sufragio universal). Sino que el voto estaba reservado a un cierto sector de la población: nobleza y burguesía (los propietarios y las personas con cierto capital), que eran los afectados por las políticas de los Estados y los que podían tener cierto interés en controlarlas. Aún no se había inventado el Estado de Bienestar y, después de todo, desde la época de los Griegos no se había vuelto a oír hablar de democracia (más de 2000 años de emperadores, reyes, iglesia, nobleza) ¿Qué interés podía tener el campesino, la mujer o el obrero en votar? Seguramente muchos gobernantes hoy en día se siguen preguntando lo mismo.
El Humanismo, el Renacimento y la Ilustración habían dejado sus semillas a lo largo de la Edad Moderna: educación universsal, derechos del hombre, ciencia, tecnología... Las luces de la razón. La razón fue capaz de comprender que los indígenas americanos y africanos eran también personas, eso llevó siglos de muertes y explotación.
También que todas las personas tienen derecho a elegir sobre los destinos de los Estados en que habitan. Este proceso aún no ha terminado: bien porque no ha cuajado en las masas de habitantes, bien porque el capital nunca tuvo la intención de dejar el poder.

Al ir ganando fuerza la burguesía, y adquirir peso en el Estado (en detrimento de la nobleza), ha conseguido quedarse en el poder. En un sistema capitalista, como el nuestro, existe una cierta connivencia ante esta actitud (parece lógico que el voto de Botín, Alierta o la familia Godó tenga más peso que, por ejemplo, el mío).
Los medios de comunicación se encargan de contrarrestar la educación. La educación está cada vez más orientada a satisfacer las necesidades de este capital. En el fondo, se ha convertido en un servicio de los Estados a las empresas: para generar un mercado de mano de obra especializada lo más barato posible.

Los avances conseguidos en el Estado de Bienestar por las diferentes luchas obreras a lo largo del siglo XX se van dilapidando poco a poco, siempre en pro de la competitividad. Pero un gobierno, ya sea democrático, dictatorial, hereditario... necesita el apoyo del Pueblo, necesita tenerlo contento, aunque sea con pan y circo.
A partir del 15M y, cómo no, coincidiendo con una crisis del sistema capitalista, a los Estados les ha salido un grano en el culo. Un grupo de la sociedad bastante amplio se ha hecho eco de estas y otras incongruencias de nuestra democracia capitalista. Situaciones que ya se venían denunciando desde partidos “minoritarios”, “sindicatos”... y que eran desacreditados ante la opinión pública como “izquierdas radicales”. Ha sido necesario que este movimiento se desvincule de cualquier ideología política para que la opinión pública venza sus prejuicios y se decida a apoyar el “movimiento” sin tapujos, sin vergüenza, sin miedo... Ha despertado un sentimiento de simpatía generalizado, ha conseguido hacerse oír. Sus reivindicaciones y denuncias son perfectamente razonables y globales: corrupción política, ley electoral injusta, colectivos marginados, falta de pluralidad, bipartidismo...