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viernes, 9 de febrero de 2024

Estampas de invierno

"Por San Blas la cigüeña verás y, si no la vieres, año de nieves". Y "año de nieves, año de bienes"... Y podríamos seguir ensartando refranes, uno detrás de otro -como hiciera Sancho Panza-, hasta darnos cuenta de ya no tienen sentido. No porque no vengan a colación, sino porque el mundo que habitamos ha cambiado. Y estas reglas mnemotécnicas, que sintetizaban estadísticas meteorológicas sedimentadas durante generaciones, ya no aciertan. Las cigüeñas se quedan entre nosotros pasando el invierno -que se ha convertido en un breve impasse entre el otoño y la primavera-; y, en las estaciones de esquí, tienen máquinas que escupen la nieve que ya no llega de forma natural.

Pero lxs danzantes de Garbayuela lo hacen muy bien: su entre chocar de palos sigue asemejando el castañeo del pico de la cigüeña y la alegre musiquilla nos lleva por los senderos llenos de vivos colores de la primavera.
 
Fiesta de San Blas. Garbayuela 2024.

 
Hoy me invitaron de nuevo a ir con lxs niñxs de 5º y 6º a plantar encinas a nuestra Dehesa... Van unos cuantos años ya, pero este había una sorpresa especial: una encina -de alguna campaña anterior- estaba viva! Y menuda fuerza tenía la tía!
Es dura la vida de encina en la Dehesa, sobre todo cuando son tan pequeñas y vulnerables. Esta conservaba su protector. De forma milagrosa había sobrevivido al último incendio -y a dos veranos de calor extremo-. Ahí, sola, aferrándose al terreno, extendiendo sus raíces, sujetando el suelo, sin posibilidad de huir.
Hay vidas que valen mucho, como esta. Y no es por su precio o su utilidad. Es por la esperanza y el abanico de posibilidades que proyectan: una vida joven entre encinas viejas y troncos secos, el renuevo generacional, la continuidad de un paisaje construido con el trabajo de muchas generaciones, el llenarse de una Dehesa vaciada... Pero no un llenarse de cualquier cosa, sino un llenarse de lo suyo, de lo que le da su identidad.
Así que, hoy, la vida en la Dehesa no era dura. Era pura alegría: niñxs correteando por aquí y allá -azada en mano-, la hierba verde, las flores, el agua... Hoy, quizá, cobraba sentido sufrir y padecer los rigores del verano, sólo por poder asistir a ese espectáculo de luces, olores y color -esperanza-.
 
Plantabosques cole. 8 de febrero 2024
 
La verdad que en otoño hubiese sido mejor época. Pero al final estas cosas cuesta organizarlas, hay que hablar con mucha gente: ayuntamiento, cole, asociaciones, viveros... Afortunadamente las personas que han pasado, y quien está ahora al cargo de una cosa llamada "Ciudades saludables" -un puesto de carácter temporal en el ayuntamiento-, se implican mucho en esta actividad y acaba saliendo adelante. Pero es algo que parte prácticamente de la iniciativa personal de quien se encuentra en esa plaza. Yo algún año me encargué de coordinarlo y es bastante follón para alguien que no está vinculado al ayuntamiento. 
Yo siempre que puedo colaboro. Me parece que la Dehesa es una construcción humana que además de bonita y llena de vida es muy útil -en un montón de planos, no sólo el económico- y acercarla a los niños y presentarles los problemas que la amenazan siempre está bien, además lo disfrutan un montón. Y bueno, la idea es que la conozcan, porque una vez que conoces la Dehesa es imposible no amarla por su belleza y complejidad. Quizá consigamos que las próximas generaciones la tratan mejor de lo que lo han hecho las nuestras.

martes, 27 de octubre de 2020

De pueblo o rural?

Una persona rural es la que vive en un entorno rural. En localidades pequeñas, alejadas de las grandes urbes. Eso es lo que solemos pensar.

La RAE da una definición más acotada: Perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores.

Escuchaba un podcast dedicado a las escuelas rurales y alguien dijo algo así como: Vivir en un pueblo no te convierte en rural.

Y es verdad. Hoy día en los pueblos se tiene acceso a las mismas tecnologías, servicios y comunicaciones que se puedan tener en una ciudad. Quizá con peor calidad, más alejados, más incómodos, menos accesibles... pero en un par de horas, con tu transporte privado, te puedes plantar en una autovía, un núcleo urbano, un hospital o un aeropuerto, y la fibra óptica o las redes móviles te mantienen tan conectado como si vivieras en Pedralbes. 

Con la pandemia lo estamos viendo. Hay mucha gente a la que se nos exige trabajar o estudiar desde casa. Sólo necesitas un acceso a internet. Así que no importa si estás conectado desde tu piso de Madrid, desde el apartamento en la Costa Brava o desde el pueblo de tus abuelos. Vamos, que puedes vivir en un pueblo y permanecer totalmente ajeno a la vida del campo y a sus labores ¿Eres rural?

 

La realidad está en continuo cambio, seguramente cambie más aprisa que el lenguaje.  Quizá sea necesario retocar estos términos. 

Los pueblos habían cambiado poco durante siglos. Pero en las últimas décadas han sufrido una profunda transformación. A mediados del siglo pasado nadie pensaba que pudiera existir eso que llamamos "turismo rural"; o que un agricultor pudiera gestionar él solo, con su propia maquinaria, 200 hectáreas de terreno; o que, en el pueblo, comeríamos carne procedente de granjas intensivas situadas en cualquier otra parte del mundo... 

Sin tener la misma vitalidad, oportunidades, servicios y acceso a la cultura que existe en las ciudades, las pequeñas localidades han salido de su aislamiento.

Los que vivimos en pueblos ya no tenemos porqué ser unos palurdos -aunque podamos seguir siéndolo-. No tenemos porqué estar atados a una determinada tradición, ni porqué vivir pendientes del campo y sus labores, o votar lo que digan el cacique y el boticario. Vivir en un pueblo no implica ser rural: la leche sale del tetrabrick, las alitas de pollo ya vienen envasadas del supermercado y no tenemos porqué casarnos con nuestras primas -podemos conocer chicas por Tinder-. Formamos parte de la gran aldea globalizada y Amazon nos deja en la puerta sus paquetes.

Para algunos puede parecer que el encanto de los pueblos se ha perdido, que la tradición se diluye y que para vivir de esa forma mejor irse a la ciudad: que es más cómoda, está todo más a mano y hay más vidilla...

 

Yo, personalmente, tengo que reconocer que me apasiona la ruralidad. Me encanta estar pendiente de los ciclos de la naturaleza, de la agricultura, el ganado, las setas, los espárragos, el huerto... No concebiría vivir en un pueblo sin esa codependencia entre territorio y vida social. Sin participar de forma activa en la vida del campo, sin tener un vínculo con el entorno, sin hundir las manos en la tierra, sin correr detrás de las ovejas arrojándolas piedras, o, simplemente, saliendo a pasear con mi cámara.

 

En estos tiempos de pandemia, la ruralidad es lo único a lo que podemos aferrarnos. Si ya suele ser triste, aburrido y frío pasar un invierno aislados en el pueblo. Imaginemos cómo será si además nos imponen distanciamiento social... La enfermedad mental está asegurada :-)

 

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Empezábamos a levantar cabeza y, con el Coronavirus, otra vez quedaron expuestos nuestros pescuezos, rojos.

Aparceros blancos pobres de Alabama fotografiados por Walker Evans en 1936.

Redneck es un término utilizado en Estados Unidos y Canadá que hace referencia al estereotipo de un hombre blanco que vive en el interior del país y cuenta con bajos ingresos económicos. El origen está en que, por el trabajo constante de los trabajadores rurales expuestos al sol, sus cuellos terminan enrojecidos (del inglés red neck, "cuello rojo"). Hoy en día se suele utilizar para denominar peyorativamente a los blancos sureños conservadores.

miércoles, 15 de enero de 2020

Ruralismo o barbarie: de las dehesas y bosques habitados

Creo que todo empezó a raíz de escuchar el programa "El bosque habitado", de Radio 3. Durante mis primeros años de residencia en Barcelona. Los viajes largos -entre Barcelona y el pueblo- dan para escuchar mucha radio.

Así que, cada año -desde hace tres-, colaboro con el ayuntamiento y diversas asociaciones del pueblo en una actividad de plantabosques con las niñas y niños del cole.

Y puede parecer una actividad bastante ñoña... de un buenismo un tanto absurdo, inútil incluso: es muy difícil que las encinas prosperen. Las plantamos en el trozo de dehesa más cercano al cole. Un terreno en el que se le ha declarado la guerra a la Naturaleza: rodeado por una carretera de circunvalación y un futuro polígono industrial.
Y no son solo las instituciones quienes desprecian este paraje, los particulares también. Sin ir mas lejos, el pasado verano, alguien prendió fuego a esa parcela y sentenció a muerte al puñado de encinas centenarias que quedaban en pie -y seguramente a la mayoría de los plantones que habíamos sembrado-.
Es muy fácil y rápido destruir el entorno. Pero tremendamente lento y complejo recuperarlo.

A "El bosque habitado" también le pasa un poco lo mismo -peca de ñoño y buenismo inútil-: es un programa de sensibilización medioambiental que lucha por la conservación y puesta en valor de los pequeños espacios naturales que quedan entre los intersticios del desarrollismo económico y tecnológico de nuestra época. Una causa perdida, porque el crecimiento se antepone siempre a cualquier consideración sobre el medio ambiente.


Tal como yo la veo, la Dehesa del pueblo, es puro patrimonio cultural, historia palpitante. Un paraje que condensa los usos, saberes y formas de organización social practicados durante miles de años en la zona. Las encinas que quedan en pie -centenarias en su gran mayoría- son más que catedrales vivas.
Sin embargo, la población vivimos de espaldas a este paisaje. Nuestras formas de ganarnos el pan han cambiado y, la dehesa, nos resulta ahora más útil como espacio para tirar escombros y basuras, o alojar las infraestructuras que afearían el casco urbano.

En "El bosque habitado" dan mucha importancia a la idea de que no se puede defender lo que no se ama. Y, para amar algo, es necesario conocerlo.
Por ejemplo, yo no sabía nada de los tejos antes de escuchar ese programa. Pero, en los últimos años, me he preocupado de visitar los lugares donde se encuentran, he probado el arilo de sus semillas y he tratado de germinarlas -sin éxito-. Sí, me he convertido en un amante de los tejos...
En mi pueblo no hay tejos. Pero tenemos muchos árboles característicos, vinculados a las formas tradicionales de habitar el territorio: encinas, quejigos, olivos, alcornoques... ¿Por qué no habríamos de amarlos? Si, en gran medida, es debido a ellos que nos encontramos habitando este espacio y este tiempo.


Supongo que ahí -en el amor- radican los motivos por los que me enredo en organizar esta actividad: para que lxs niñxs conozcan la dehesa y las encinas -esos árboles estoicos que nos han acompañado y proporcionado sustento durante siglos-. Para que se enamoren de su entorno y les invada el deseo irrefrenable de conservarlo y mejorarlo. ¿Quién sabe? Quizá algún día, cuando ocupen posiciones de poder, sean más sensibles a su conservación de lo que ha sido nuestra generación.

Así que, para los que nos empeñamos en sacar a los niños y niñas de las aulas, armarlas con azadas y llevarlas a la dehesa, no es tan importante si las encinas prosperan o no -¡Ojalá prosperaran todas! - Desde luego que ponemos todos los esfuerzos y técnicas para que así sea-. Lo que nos parece realmente importante es: el contacto con el entorno, el trabajo en equipo, al aire libre, la vivencia del paisaje... Que tomen consciencia de lo increíbles que son las ancianas encinas, los usos y beneficios que nos reportan...


Durante miles de años, en el pueblo, se ha vivido de los recursos que nos brindaba el territorio. Y se ha hecho de una forma absolutamente sostenible. No había otra opción: si acababas con los recursos no había forma de importarlos de Brasil -o cualquier otro lugar lejano-.
Los "avances" de los últimos siglos nos han dejado el espejismo de que podemos vivir de espaldas a nuestro entorno, que no es necesario el territorio, que es más rentable importar los productos básicos y exportar materias de mayor valor añadido. Ahora empiezan a saltar las alarmas: por el cambio climático, la acidificación de los océanos, la contaminación, el agotamiento del petróleo, guerras, flujos migratorios... Lo que parecía sostenible para la pequeña y vieja Europa no ha resultado serlo para el conjunto de la población mundial que ha ido incorporándose progresivamente al capitalismo de consumo.
Pudiera parecer que, estas consecuencias indeseadas del desarrollo capitalista global, no afectan a los pueblos chicos. Pero, como daño colateral, hemos asistid al vaciamiento de nuestras zonas rurales: si no amas el territorio y no dependes de él para la subsistencia, entonces te puedes desplazar a cualquier otro lugar donde obtengas rendimientos más altos y el clima sea más agradable.


Resulta difícil explicar a lxs niñxs porqué son importantes los árboles. Puedes talar uno, cientos, miles... y no percibirías ningún perjuicio a corto plazo -aparte de que no te resultaría agradable pasear por una zona deforestada-. Y es que, en la lógica de los mercados, es difícil encontrar razones para plantar encinas: porque el beneficio de la Naturaleza trasciende el económico. Lo económico transcurre en el plano de lo breve, efímero y artificialmente creado por los humanos para relacionarnos entre nosotros. La Naturaleza, por el contrario, es el sustrato de lo real, lo constante, y su existencia no depende del hombre.

Siempre les decimos a los niños lo que resulta obvio -lo que ha sido probado por la ciencia y nuestros sentidos-: que las encinas dan bellotas, sombra, leña, que protegen frente a la pérdida de suelo, que son cobijo de otras especies animales y vegetales, que son sumideros de CO2, producen oxígeno, que son bonitas, que nos transmiten paz, seguridad...

Pero, si asumimos que solamente son -en un sentido ontológico- las cosas que pueden intercambiarse en los mercados -las cosas que tienen un precio, las mercancías-. Entonces, las encinas, están muy cerca de no ser. Aún existe el derecho de vuelo: las encinas de la dehesa son propiedad de personas, se pueden comprar y vender... Pero para eso es necesario que queden personas interesadas en esa compra-venta.
Podemos alimentar las ovejas con piensos producidos en EEUU, alicatar el suelo con placas solares, prescindir de muchas especies animales y vegetales, respirar un aire con menos oxígeno, más contaminado, y recrearnos en las torres que transportan la electricidad a la gran ciudad... Seguramente sea un escenario que nos horrorice... Pero quizá podamos compensar esa tristeza y ese horror mirando las pantallas de nuestros dispositivos móviles y televisores... O no?

El capitalista es un sistema de organización económico y productivo que ha tenido un principio, y seguramente tendrá un final. Esperemos que, en su periplo por la Tierra, no arrase con todo, porque no hay planeta B.
Mientras tanto, seguiremos poniendo nuestro granito de arena: ayudando a las encinas a sostener ese suelo por el que caminamos, gozando de su compañía, de su sombra, de su grandeza...
Enredándonos con los árboles, con las raíces hundidas en la tierra y las ramas bien arriba. ¡Arriba las ramas!

Plantabosques Diciembre de 2018 - Herrera del Duque


martes, 30 de abril de 2019

El cementerio de cristales rotos

El cementerio de cristales rotos es -según la leyenda siberiana y el rumor popular- un mítico lugar donde van a morir las botellas vacías y los recuerdos de nuestra primera comunión... Un cementerio de lo virginal y la segunda revolución industrial. 


Se sitúa en los suburbios de la capital -de la comarca-, junto al cauce de un apacible río -Pelochejo- alimentado en su último tramo por aguas residuales depuradas y todos los deshechos que los vecinos tenemos a bien amontonar a su orilla.
 

Cuando no pueda valerme por mí mismo
quisiera que me arrojaran allí...


Como a un juguete gastado y roto
Ver fluir la basura y mis compañeras vivas
hacia la corriente del río.
Mientras jirones de plástico ondean
en los mástiles de cardos marchitos...
sucios...


Que me devoren buitres y gusanos,
que mis huesos rodados acaben
sumergidos en el aterciopelado cieno.


Que esta sopa contaminada
desemboque en el ancho mar.
Que retorne en lluvia ácida al mismo lugar.
Que acabe con las ancianas encinas de tronco hueco 
donde se arrojan los cadáveres de tiernos corderos...



viernes, 28 de diciembre de 2018

Del salario mínimo interprofesional y la huella ecológica al colapso del capitalismo

Hace unas semanas, los partidos a la izquierda del espectro político español, anunciaron como un gran logro la subida del salario mínimo interprofesional a 900€. Curiosamente, el sueldo de cualquier político o funcionario es muy superior a esa cantidad, aún así, también anunciaron subidas de sueldo para los funcionarios.

Los salarios se establecen en función de la oferta y la demanda. Excepto políticos y empleados públicos, que están excluidos de esa lógica de mercado.
Y, aunque nadie necesita un político que le represente (porque los adultos ya sabemos cómo nos gustaría vivir y el tipo de sociedad que queremos construir), les pagamos su abultado sueldo y aplaudimos que sean garantes de una cierta idea de democracia y progreso.
El caso de los funcionarios es diferente: están ahí para garantizar que los servicios universales que ofrece el Estado a sus habitantes queden cubiertos. Definen y defienden el marco legal en que las empresas realizan sus transacciones económicas y mantienen una cierta uniformidad cultural y moral dentro del territorio (educación, policía, eventos culturales...).

El político, desde su torre de marfil, pone precio a las 40 horas semanales de trabajo. Pero el político es un representante, no un trabajador. Además, muchos de los políticos no han trabajado nunca y, muchos de los que lo han hecho, ha sido en el sector público. Así que, su consciencia de la presión que ejercen los mercados sobre las clases trabajadoras, queda limitada a la empatía que sean capaces de sentir por situaciones que nunca han vivido y nunca padecerán.

Sube el salario mínimo y sube el de los funcionarios. No se trata de una medida de equidad o justicia social (lo sería si solo subiera el salario mínimo). Se trata de una medida que ahonda en el expansionismo económico, en el crecimiento y en el aumento de los niveles de consumo y endeudamiento.

¿Cuánto dinero es el mínimo que necesita una persona para sobrevivir? Y ¿Para vivir dignamente? Y ¿Para vivir lujosamente? ¿Es justo que una persona que trabaja 40 horas semanales sea pobre?
Al final, la cantidad de dinero que necesita una persona para vivir viene marcado por los que viven lujosamente en su misma sociedad. Ellos son los que encarecen los productos, los que marcan el modelo a seguir, y al que aspiran el resto de clases que se encuentran por debajo. Por eso, la cantidad es muy diferente dependiendo del país donde habites.

Coche siniestrado, en el mismo año en que el diésel empieza a estar en el punto de mira de los grandes ayuntamientos (Noviembre de 2018).

Todos queremos vivir mejor: el que cobra el salario mínimo quiere cobrar por encima de esa cantidad, el funcionario de tipo C quiere ser como el de tipo A. El que se dedica a la cría de cordero quiere vender más y a mayor precio... Y nadie cuestiona ese esquema de crecimiento. Aún sabiendo que no se puede crecer indefinidamente en un planeta finito: eso es lo que postula el concepto de huella ecológica.
"Los españoles necesitan de media 3,7 hectáreas para satisfacer sus consumos y absorber sus residuos. Es decir, casi el triple de lo que el territorio español ofrece. Con el ritmo de vida de los españoles, sería necesario que España fuera 2,94 veces mayor."

Parece intuitivo que en los países occidentales consumimos por encima de lo que trabajamos, es decir, que no somos autosuficientes. ¿De dónde sale todo ese excedente del que nos apropiamos? ¿Cuándo comenzó esa tendencia?
Quizá puedan verse antecedentes en la antigüedad clásica, cuando griegos, romanos y árabes se lanzaban a la conquista de otros pueblos, para obtener los recursos que les permitieran seguir acumulando riquezas (entre los habitantes que se habían organizado para someter a los "bárbaros"). Todos estos imperios acabaron colapsando una vez que los pueblos conquistados eran integrados en el sistema y el poder comenzaba a fragmentarse. Sin embargo, a escala global, hubiesen podido mantenerse sin necesidad de planetas adicionales.

Es en la Modernidad cuando parece asentarse un sistema económico de crecimiento basado en la búsqueda de recursos en cualquier parte del globo. Empezaron los portugueses y españoles extrayendo especias y metales preciosos de Asia y el nuevo continente. Los anglosajones cerraron el círculo vendiendo manufacturas en las colonias, donde obtenían materias primas a cambio de mano de obra esclava capturada en África.
Europa se lanzó a la tarea de acumular la riqueza que se extraía del resto de continentes. Cuanta más población y territorios se incorporan a ese esquema de extracción de riqueza, más complejo se volvía el sistema. Más aún, a medida que se iban agotando los caladeros de recursos.

Ahora, empezamos a ver algunas de las nefastas consecuencias de ese sistema: degradación de la naturaleza, alteración del clima, agotamiento de combustibles fósiles, paro y pobreza sistémicas (que alimentan el mercado laboral con mano de obra barata), conflictos bélicos por el dominio de áreas estratégicas, auge de los fascismos y nacionalismos (que tratan de mantener los privilegios de sectores reducidos de población), flujos migratorios masivos hacia las áreas donde se concentra la riqueza... ¿Nos encontramos a las puertas del colapso del capitalismo?

Más información sobre estos y otros temas, en los podscasts del programa de radio "La linterna de Diógenes"
Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo
Capitalismo y Esclavitud. El Tráfico de esclavos

lunes, 19 de marzo de 2018

Lo siniestro de las encinas centenarias y referentes cinematográficos


Decía Freud que "lo siniestro causa espanto precisamente porque nos es familiar". Y tiene tremendo valor estético: lo oscuro, violento, sangrante... David Lynch lo explota muy bien en sus películas.


Como esta visceral escena de la anciana: horrorizada ante los pies cercenados de sus compañeras.

Dehesa de Herrera del Duque atropellada por el nuevo tramo de circunvalación hacia el polígono industrial.

Ni Leatherface hubiera desatado tanto ensañamiento en una matanza fuera de Texas.

En una de las escenas de "Inland Empire", el celoso e influyente marido de Nikki advierte al apuesto Devon:
"Hay consecuencias para cada acción. Y, sin duda, también hay consecuencias para las malas acciones. Y serán oscuras e inevitables. ¿Por qué hay necesidad de sufrir?"

Pero el miedo a lo desconocido no nos paraliza, y continuamos con nuestra obra: arrasamos montes, asfaltamos caminos, quemamos nidos, construimos fronteras, oprimimos al pobre, marginamos al diferente y generamos millones de kilovatios de Electricidad... Nada consigue saciar nuestra ansia de expansión.
Y no es que desde este blog tengamos nada en contra de la Electricidad. Pero resulta muy poético reparar en toda esa energía, desplazándose por los campos... hasta llegar a las tomas de nuestros hogares.
Será por ello que en la tercera temporada de Twin Peaks, la Electricidad, juega un papel fundamental. Algo así como la puerta de la caja de Pandora. Parcialmente controlable si la mantienes cerrada. Pero, al abrirla, todos los males se escapan irremediablemente y se esparcen por el Mundo entero, en una gran explosión termonuclear.

"Así y todo, existe la magia". Es mágico que estas encinas centenarias se mantengan en pie, en un terreno tan duro y seco. A pesar de nosotros -y las heridas que infligimos-, a pesar de que con nuestro ganado no dejamos que sus retoños levanten un palmo del suelo. A pesar de que no nos tiembla el pulso para acabar con estos árboles -catedrales vivas-, que ya estaban ahí antes que nuestros abuelos vinieran al mundo.
Quizá, si hablasen, podrían contarnos historias tan increíbles como la del replicante Roy, en Blade Runner, justo antes de morir:
-"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia..."

Twin encinas en dehesa de Herrera del Duque

Pero lo siniestro se nos ha vuelto demasiado familiar. Ya es solo un aspecto más de lo cotidiano, como los inmigrantes que se ahogan en el mar, las guerras en oriente próximo o los ensayos nucleares en el Pacífico... Si esos son nuestros referentes ¿Por qué habría de dolernos el grotesco cadáver de una encina, con las ramas por los suelos y las raíces clamando al viento?
Quizá no nos duele porque nos creemos a salvo de nuestra propia falta de escrúpulos. Pero "hay consecuencias para cada acción..." y nuestra ciencia y tecnología no parecen suficientes para eludir los oscuros efectos.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La mentira de sal

Esta semana ha sido ajetreada:

El Lunes tuve que viajar a Barcelona. En el Ave todos íbamos por lo mismo: Trabajo, muy específico, tanto que nadie lo entiende fuera de su ámbito... demasiado estrecho.
Los que hablaban con su compañero -o por teléfono- lo hacían con voz autoritaria... todos sabían lo que tenían que hacer (ellos mismos  y el resto de la humanidad). Como esos amigos o familiares que se alzan en jueces morales y nos recriminan lo que está mal.
Por la ventanilla corría el paisaje: con campos de cultivo, ganado y páramos abandonados... Todo iba quedando atrás... excepto nosotros que, a 300 KM/h, no podíamos parar. Como los libros de historia, donde se suceden reyes y gobernantes a ritmos vertiginosos, mientras los agricultores cultivan y los pastores pastorean.

El Viernes, de ocio a Córdoba. Visitamos la Mezquita, una amalgama de culturas sobreponiéndose una a la otra. Y por encima de todas ellas, la clase turista... desde todas las partes del mundo desarrollado.

Así que el Domingo, de vuelta a casa, después de tantas sacudidas, cansados y con demasiadas imágenes y sensaciones en la cabeza: trabajo, transporte, velocidad, turismo, culturas,... Todo parecía ilusorio, irreal: todo en viene y va. Nada perdura, como una mentira que acaba dando paso a otra, en un acelerado fluir, hacia la Nada?

No es de extrañar que Platón buscara la esencia, lo verdadero. Más allá de lo "real", de lo que perciben nuestros sentidos. Y se recreara en ese mundo estático de las ideas, lleno de paz y por el que es posible viajar sin cambiar de lugar (en una especie de psicodelia sin alucinógenos).
Después, el Cristianismo, alcanzó un gran éxito reciclando esas ideas, negando la Naturaleza cambiante y colocando al hombre por encima de la creación. Con un objetivo claro: Eliminar la vida, para llegar a ese Mundo ficticio lleno de entes bellos, vírgenes y alados (en una especie de enajenada carrera hacia el precipicio). Nada de estudio o reflexión. Sólo sometimiento a normas morales enfermizas. Y como paliativo: el arrepentimiento.
En el proceso, fuimos permisivos con las drogas que más atentan contra la vida y la imaginación: Tabaco, alcohol... quemar la vida, avergonzarse, dolor...
Así que, al pensar en cultura occidental, a uno le asalta el frío, la línea recta, los grises, el sacrificio, la culpa, migrañas, represión, perversión... y la doble moral: la de la Naturaleza y la de los libros, los panfletos.

No es solo en la religión o las drogas que toleramos. Esa misma estructura (ideal != real = malestar)  es una constante cultural. La reproducimos en nuestro día a día: Un cielo de ocio, consumo de fin de semana y escapadas a paraísos efímeros, vacíos. Sobre el tapiz de 40 horas, 5 días semanales, de represión y sometimiento. El ideal indiscutible de las clases medio/altas, frente a su realidad obrera, enajenada: Stress, depresión, trastornos de la personalidad, tics, doble moral...

La Naturaleza no cuadra con nuestro ideal cultural. Este desprecia la autonomía de aquella y dedica enormes esfuerzos a someterla, reinventarla, simplificarla... destruirla. Una historia de violencia...

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Ensimismado en el dedo gordo que asomaba por el calcetín roto... No parecía necesario tanto sufrimiento. - Si está roto, está roto. Y ya está! No voy a comprar otro -. En la vida hay muchas cosas bellas, crueles, de todos los colores... y es cierto que también resulta agradable fantasear, crear... Pero querer hacer de la fantasía una realidad... creer en fantasmas, Dioses, la Democracia, el Dinero... es infantil y arrastra al dolor y la insatisfacción... Como este calcetín roto que deja los dedos fríos...

En el televisor comenzaba "El escarabajo verde", hablaban de una empresa en Sallent, que extrae no sé qué porquería del suelo, para fabricar potasa. Las impurezas, lo que no vale, lo van acumulando. Y a lo largo de los años han creado una gran montaña... Una montaña de sal (porque la impureza es sal). El presentador y un representante de la compañía están subidos en esa gran mentira de sal... No lo hacen porque quieran un mundo mejor -o todo lo contrario-. Es por un sal-ario que vendemos nuestra alma y el bien vivir al Dios del sacrificio, por la promesa de un cielo que ya está ocupado por unos pocos y, al que bien mirado, ni deseamos, ni nos interesa entrar.