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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Jubileo y lo dionisíaco

Justo la mañana del día de Extremadura (el 8 de Septiembre), que además es cuando en Herrera del Duque celebramos el día de nuestra patrona, la virgen de Consolación, escuché este podcast: Dioniso, el dios de la máscara. Y, la verdad, que la fiesta que celebramos en los valles de Consolación (Jubileo) tiene mucho de Dionisíaco: salida al campo, caballos, alcohol, música... Reencuentro con la Naturaleza y nuestro lado más salvaje.

Es una fiesta religiosa, en honor a una virgen, pero, a algunos, esa parte no nos interesa. Lo que queremos es preparar comida y bebida para pasar el día en el campo. Con los amigos, ir de aquí para allá. Con la cerveza en la mano, esquivando excrementos de caballo, bailar en la orquestilla del bar, liar alguna que otra bronca, o estrellar el coche contra alcornoques, encinas, olivos...


La gente bebe mucho en esa fiesta (en general). ¿Qué otra cosa se puede hacer en el campo? Algunos la toman como una fiesta ecuestre aunque, con la mecanización de las tareas agrícolas, cada vez hay menos mulas y asnos y han aumentado los caballos de recreo (que resultan más elegantes). De chaval recuerdo que era genial conocer a alguien que tuviera una "bestia" y que te montasen encima. Un caballo impone, sobre todo si están engalanados y tú eres un pequeñajo que mira desde abajo... Casi todo el camino está asfaltado y es muy fácil acceder en coche, lo difícil es volver (la gente bebe mucho en esa fiesta :-)

Lo pasamos bien sin hacer nada especial. Estar en el campo es lo especial. Además, con muchas incomodidades: porque no tenemos una casa donde cocinar, no se puede hacer fuego (en septiembre el monte aún está muy seco), hay que cargar desde los aparcamientos con neveras, comida, bebida, sillas...
Así, lo más importante es, que necesitas un grupo de amigos con los que organizar todo eso ("solo no puedes, con amigos sí"). Y un buen árbol que proporcione sombra. Nosotros acabamos siempre debajo de un alcornoque, sobre un manantial de agua, junto a otro alcornoque ya muerto, cuyo tronco recuerda la cabeza de un caballo, en las traseras de la ermita.


No es casual que nuestra fiesta (y las de muchos otros pueblos) tenga ciertas semejanzas con las celebradas en honor de Dioniso: en esas fiestas, las mujeres salían del hogar y se internaban en el monte. Durante ese tiempo se liberaban de la máscara social, extasiadas por la música, el alcohol, el baile... El desenfreno, un acto de voluntad dirigido por el deseo.
Nuestra cultura occidental es heredera de la antigua Grecia y se ha ido desarrollando sobre esa base, transformando y sublimando ciertas costumbres, normas morales, intereses, técnicas... También el cristianismo es deudor de esa época mitológica, se puede apreciar en los paralelismos entre Cristo y Dioniso: beber la sangre (el vino), la muerte y resurrección...
La moral cristiana de los últimos siglos reprimió con fuerza la sexualidad: se les pusieron muchos mantos a las vírgenes... quizá, solo como una reacción al libertinaje y los torsos desnudos de los griegos y romanos...  Y es que la historia no es algo que avance linealmente, también retrocede y gira, sin ningún fin aparente, como los astros, como un herrereño por las inmediaciones de la ermita el día de Jubileo...

jueves, 27 de diciembre de 2012

Disquisiciones navideñas


Estos días había mucha niebla, así que sólo se veía a corto plazo, todo era frío y oscuro, como corresponde a la Navidad. Así que salimos a caminar, al Castillo, a lo más alto.
Desde allí se podía ver todo el mar de vapor de agua, los rayos de Sol eran especialmente cálidos, los picos más altos se lanzaban guiños entre sí, mientras cúmulos de algodón deshilachado cruzaban de un valle a otro.
Al ser un sitio alto estaba lleno de antenas que recibían y retransmitían lejanas y extrañas señales.
Del pueblo, sumido en la oscuridad, llegaban rugidos de motor y el gruñir de la carretera...
Sí, desde allí arriba, iluminados por el sol de invierno, todo se veía mucho más claro.

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En estas entrañables fiestas: de vacaciones, de intensa vida social (distendida, antilaboral)... es cuando uno repara especialmente en la mezquindad de la sociedad y del sujeto individual:
No, no existe el hombre bueno, ni honrado, ni modesto, ni austero. Cualquier atisbo de sacrificio, ahorro, valor... se va a tomar por culo en esa vorágine consumista que llamamos Navidad. Litros de alcohol, toneladas de comida, regalos inútiles, drogas, excesos... a costa de terribles desigualdades e injusticias (ocultas bajo huesos de chuletas, papel de regalo, cabezas de langostino, colillas...).
En la más opulenta de las fechas es imposible que el hombre no se crezca y atribuya a sus habilidades y valentía la sonrisa del destino. Se vuelve cruel y despiadado contra los desfavorecidos y contra todo lo que le rodea. Se deja arrastrar por la embriaguez del momento (una embriaguez continuada, justificada y alentada desde todas las capas e instituciones sociales).
Pero en Enero, cuando la Diosa Fortuna le da la espalda... el hombre Ario, el fuerte!, jeje... es devorado por la culpa, echa balones fuera: contra el destino, la crisis, el gobierno, la providencia... y entonces se acuerda de la piedad, la humildad, el sacrificio, las normas morales...

Un ciclo muy simple, pueril, infantil (retener la caca para echarla luego toda de golpe).
A pesar de su simpleza, y ser causa obvia de malestar, es la lógica que rige la sociedad capitalista-consumista: Sufrir-trabajar-acumular mucho durante un período, para luego consumir de forma compulsiva y redimirnos de tanto sacrificio enajenado, sin sentido.

Por eso es “El día de la Bestia” la más apropiada de las películas navideñas. Porque son unas fechas satánicas: de fuego que ya no da calor, que abrasa, arrasa...

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Sabía que había pasado el tiempo porque la leña de la lumbre era sólo ascuas y ceniza, la sala se había quedado fría. No le quedaba más dinero, ni leña; sólo unos polvorones resplandecían en la mesa... En el patio, la "estrella anunciadora" parpadeaba epiléptica y la aguda musiquilla de Jingle Bells se repetía una y otra vez, una y otra vez. Tenía que echar algo al fuego, la Navidad le estaba congelando... así que saltó! Fire walk with me!

domingo, 8 de julio de 2012

Sueños de una tormenta de verano

Llegó la lluvia y sopló el viento desde las montañas; por un día se endureció la arena de la playa y asentó el polvo donde debe estar: en el suelo. Un día sin sudar, un día de descanso, en un verano sin tregua, de los que no dejan dormir ni descansar. El infierno es siempre un lugar cálido. Hay mitos respecto al viento: que vuelve loca a la gente; sin embargo, el calor, parece requisito indispensable para la madurez: de la fruta, del cereal... del tontito al que le falta un hervor.
El calor tiene un lado perverso y oscuro. Y no es sólo por la carne de los cuerpos que se expone sin pudor a los rayos afilados del sol. Además es el catalizador de las pulsiones de muerte, la llave de esas puertas que dejamos mal cerradas cuando preferimos olvidarnos de los traumas infantiles o adultos, para seguir adelante. Porque matar o dejarse morir es malo por igual, aunque las buenas personas prefiramos dejarnos morir...
Costaba entender porqué existía esa veneración incondicional hacia el verano. Porqué todos se dejaban arrastrar por sus instintos más destructores y se lanzaban a un ocio de sol, tabaco, alcohol, temperaturas extremas, comidas copiosas, músicas chillonas, sexo, adulterio, drogas... cáncer. Sufría, sufría por todos ellos, mientras el aire acondicionado le helaba los huesos en aquella oficina gris y oscura, después de un fin de semana de contrastes de temperatura.
Delante de la epiléptica pantalla de ordenador soñaba con vacaciones, en un lugar frío, quizá Siberia, viendo corretear los renos desde debajo de su gorro polar, mientras la nieve golpeaba con furia el grueso abrigo. De pequeño adoraba los cuentos populares rusos, recordaba perfectamente los dos tomos de pasta dura de la biblioteca del pueblo. Había leído cientos de aquellas historias de caballos semi-mágicos, expirando fuego en medio de la estepa helada, ayudando al joven de buen corazón (pero bolsillos vacíos) a conseguir el amor de la hermosa princesa. De pequeño siempre estaba en las nubes, quizá no le había dado lo suficiente el sol, de pequeño...
Odiaba el calor y el aire acondicionado; además tenía un corazón salvaje, como los jóvenes de los cuentos populares: por eso siempre estaba sudando. Quizá su fascinación por Rusia no era algo irracional, ni sus sueños marxista-leninistas... la comunión de bienes.

Una rata gorda y peluda se posó a su lado; con sus manitas pequeñas y desnudas parecía querer decirle algo. No era más que el jefe del departamento de cuentas. -¿Qué cojones querría ahora!-. Esta gente parecía no enterarse que el calor le ponía de mal humor. -De acuerdo- Le espetó -Sin ni siquiera pensar lo que le había dicho (siempre eran pequeños detalles que no le interesaban lo más mínimo)-. Le vio alejarse arrastrando su cola carnosa tras el traje negro. Fijó la mirada en la pantalla: -¡Mierda!- El protector de pantalla se pavoneaba con mil colores, ahora entendía a qué había venido ese ser agorero. Era un Lunes de Julio, después de un fin de semana de cáncer e infarto. Una salida de la autopista de la rutina, tan intenso como desconcertante. Pero el señor rata no sabía nada de eso y prefería importunarle cuando observaba inexpresivo los renos de su amada Siberia.

El infierno está lleno de calor y el mal tiene rabo. El deseo sexual se disfraza de voluptuosidad, el verdadero mal habita en mugrientas oficinas y sobre todo en las de amplias cristaleras. Después de la tormenta siempre llega la calma y le deja a uno tirado en medio de una realidad absurda, extraña, ajena... una especie de Matrix al que todos vivimos enganchados, engañados... como el Buda que no quiere saber de las pasiones.

La psicodelia del protector de pantalla le transportó a la noche del fin de semana, a la oscuridad de un antro en el centro de la ciudad donde se sorprendió mirando sus brazos, repletos de gruesas venas, como raíces de un gran árbol. Se giró para comentarlo a un colega, pero estaba en medio de un grupo que no era el suyo; una chica le preguntó algo, la música siempre estaba demasiado alta, o quizá  era extranjera; le señaló sus brazos, pero no pareció ver nada raro. Todos reían, bailaban y se movían muy rápido, así que pensó que sería el cóctel de drogas; que había llegado el momento de buscar al hombre sin química, aquel que habita más allá de los sueños, al otro lado de las sábanas, en el mediodía siguiente. Se fue a casa, sin despedirse, tampoco sabría de quien hacerlo, todos le resultaban conocidos. Fumando, tosiendo y sudando, con el sol asomándose para verle abrir la última puerta; se quitó la ropa y se metió en la cama, mientras pensaba que había vivido momentos de magia, que había visitado el lugar donde nace el narco iris y juegan los pequeños ponis. El calor y la humedad fueron especialmente insoportables, así que no descansó, sólo de vez en cuando susurraba -Mañana lloverá y arrastrará al mar este onírico malestar, las imágenes ya borrosas y los sentimientos de culpa, por no haber actuado acorde a la prudencia, la razón y el decoro.

El día siguiente amaneció un Domingo de tormentas, un regalo del Cielo. Dios le amaba. Después de todo, no había sido tan malo. Aunque no hacía falta que se lo confirmaran: él sabía que era de los buenos, de los que aman; los que odian prefieren de lunes a viernes: no piensan en la felicidad ni tienen raíces en los brazos y, por supuesto, no sueñan con árboles de vida y muerte.

lunes, 24 de julio de 2006

Confusion


Porque Pancho no sabía que le ocurría, no sabía quién era ese tío tan raro que le contaba historias absurdas de adolescentes. No comprendía cómo un tío tan viejo y tan feo podía ver la noche con la mirada de un niño que acaba de descubrir los vicios de los adultos. Pero le escuchaba... y cierta curiosidad prendía mecha en su pecho.
No entendía cómo había llegado a ese bar, no sabía dónde estaban sus amigos y... ¿Por qué estaba tan borracho? Ese comportamiento no es el propio de una persona de su condición. Las personas deben comportarse de acuerdo a lo que se espera de ellas, si quieren ser comprendidas. No existe la incomprensión, sólo aquellos que se empeñan en comportarse de manera estrambótica.
Había tomado drogas -y mucho alcohol-, estaba en fase decadente y destructiva, ya sólo el aguante de su cuerpo y el cóctel de sustancias ingeridas eran los dueños de su destino. Observaba a las chicas con obsesión y cierto vacío en la mirada. Y aquél tío comiéndole la oreja...

Cuando despertó, no quería mirar a su alrededor ¿Cómo había llegado allí? Aquello no era su casa, olía bastante mal, a cuarto de baño con humedad, mal ventilado y sucio.
-No vuelvo a beber, no me sienta bien, es malo para mi salud y para mis relaciones con los demás. –Y su voz sonaba a borrachera, a noche de descontrol y juego perdido-.
Abrió los ojos: definitivamente aquello no era su casa, en la habitación no había nadie, y tampoco se oían voces. ¿Era la casa del desconocido que le habló en el bar? No conseguía recordar cómo había llegado allí.

viernes, 22 de abril de 2005

Música, conciertos, alcohol

Siempre que voy a un concierto, empiezo a pensar: -bueno, ahora pago la entrada me meto en el recinto y ¿qué hago?, ¿escucho música? Escucho música todos los días en mi casa y normalmente con mejor calidad de sonido que en cualquier concierto. Bailar, lo que se dice bailar, no bailo, debo tener algún defecto en mi sistema nervioso que me impide seguir cualquier ritmo.
Si es un grupo que me guste mucho (léase “Extremoduro”), entonces la cosa cambia, me incorporo al núcleo más comprimido e inestable de gente y me pongo a dar botes, haciendo gestos obscenos con las manos y gritando a pleno pulmón las letras, creo que alcanzo un estado de catarsis, semejante al de Santa teresa de Jesús, y me fundo en la histeria colectiva.
Hace poco estuve en un festival “Extremúsika”, en Cáceres, era el sitio ideal para estar bebiendo todo el día y acercarte de vez en cuando a ver qué se cocía en el escenario. Había grupos que estaban bastante bien, pero el alcohol tiene ese factor sorpresa que es lo que le hace tan atrayente, empiezas a ingerirlo y nunca sabes por dónde te va a dar: puede que te anime, puede que te deprima, puede que te ponga malo, puede que te robe la consciencia, puede que te cabree, … Seguramente te emborrache y, en esa locura que es la borrachera, puede ocurrir cualquier cosa. Yo no me enteré de los conciertos y además me dio por irme a casa pronto.
Luego están los conciertos a los que vas medio por compromiso, o es un grupo que no te acaba de convencer pero te cae cerca y la entrada no es muy cara, van todos tus colegas y no sabes qué hacer hasta que salgan. No entiendes, no te entra en la cabeza que la gente se anime, incluso que se emocione, con esa música, y te sientes como un observador externo, como una cámara de vídeo, un ser inerte que no pinta nada ahí. Es peor aún cuando no te dejan pasar la bebida al recinto, tienes que aguantar sobrio, nadie quiere hablar contigo y mucho menos irse a un lugar donde al menos puedas estar sentado.