domingo, 30 de octubre de 2022

Corre, David, corre!

El otro día fui a buscar a mi hija mayor a la salida de las extraescolares, al Palacio de la Cultura. Cuando empieza el curso escolar, por las tardes, siempre está petado de niñxs. Hay un bar-cafetería y suele haber un montón de madres que hacen tiempo entre una extraescolar y otra. El "Palacio" está enclavado en una plazoleta, diáfana con unas pequeñas gradas alrededor. Así que las niñas y los niños más pequeños se adueñan del espacio mientras esperan en su tránsito entre una clase y otra. Se transforma en un lugar bullicioso. Yo pensaba recoger a mi hija y largarme a casa porque siempre tengo muchas cosas que hacer. Pero llegaron sus amigxs y me pidieron que se quedara, que en un rato debía entrar a escolanía, con Laia -su hermana pequeña-, que venía en su bici conmigo porque no había nadie en casa. Había salido sin móvil, sin dinero... Pero como era poco tiempo -unos 45 minutos- y me perecieron majetes, cedí. Y allí me quedé, sentado en un escalón, sin hacer nada, mirando como correteaban las niñas de allí para acá... Hacía mucho tiempo que no me paraba así, sin más... No estoy preparado para la improductividad. Serán las cosas de la edad, ese tomar consciencia de que el tiempo se pasa y no conseguimos encontrar el hueco para hacer todas aquellas cosas que de jóvenes pensábamos que algún día haríamos, que fuimos postponiendo hasta que llegara una época más tranquila, en la que aparecería ese tiempo, como por arte de magia, como cuando éramos niños y nos aburríamos sin saber en qué ocupar el tiempo... Se estaba poniendo el sol y, a pesar de que el entorno era bastante feo -un pastiche de edificios comerciales, culturales y viviendas sociales-, el cielo estaba precioso. Era el cielo de un otoño caluroso y nublado que iba transitando todos los colores del espectro... hasta que se encendió el alumbrado público y la oscuridad se hizo la dueña. Las niñas entraron a escolanía y yo me fui a casa cargando con la bicicleta, contento de haber estado rodeado de niñxs felices y despreocupadxs, de haber intercambiado algunas palabras con abuelos y abuelas, de haber experimentado ese paréntesis totalmente "improductivo".

Y es que con el trabajo nuevo estoy a tope... y me gusta: me entretiene ver cómo hacen las cosas en otras empresas. Pero tengo que tomármelo con más tranquilidad, incluso por la calidad del trabajo en sí. Los compis son muy jóvenes y van muy acelerados, pero yo ya sé que las prisas no sirven de nada, al contrario, generan caos. Aún así me resulta difícil evitar contagiarme de esa actividad desenfrenada: las reuniones, los cambios de contexto, la sociabilidad, la evolución dentro del sector... Escuchaba en un programa de radio, que toda esa autoexigencia y motivación en el trabajo, nos vacía por dentro y hace posible que podamos llenarnos con los objetivos de empresa, el coaching y toda ese lenguaje con el que hablan las compañías: el lenguaje del crecimiento y el dinero como fines en sí mismos. Es fácil perderse en esa vorágine de promoción, producción, competitividad... Y olvidar todas aquellas cosas para las que de jóvenes pensábamos que algún día tendríamos tiempo: la pintura, escribir, el campo, leer, la filosofía, la familia, los trabajos manuales, la fotografía...

La sensación es bastante extraña porque, al final de la jornada, acabas extenuado, necesitas tumbarte, desconectar, realizar algún trabajo físico, deporte... El viernes me acosté a siesta, hasta que llegó la hora de salir y beber cerveza. El trabajo embrutece, lleva asociada cierta pulsión de muerte, sádica. Y ya que te sacrificas tanto, habrá que gastarse el dinero en algo. En cosas que de jóvenes no imaginábamos: artilugios electrónicos, contenidos digitales, viajes y otras vacías experiencias.

Cuando voy a las ciudades por trabajo acabo comiendo un montón de basura: shawarmas, hamburguesas, perritos... Lo hago compulsivamente, pero después del segundo atracón ya no quiero más, empiezo a sentirme pesado, inflado y triste... la vida se me representa como un sinsentido. Es similar a lo que me ocurre cuando corto de currar un día de mucha intensidad. Porque hay que cortar y descansar la mente y además hay que hacer las cosas de casa, atender a los tuyos, planificar el ocio... Definitivamente: no tiene sentido.

domingo, 9 de octubre de 2022

La timidez

No me considero una persona tímida. Pero reconozco que hay ciertas situaciones, convenciones y conversaciones que me da tremenda pereza comenzar y mantener. Y, aunque tenga momentos en que me apetece estar solo, leer, escribir, ver pelis... en general soy una persona sociable, y me lanzo a situaciones nuevas y posiblemente incómodas con facilidad. Eso sí, no soy una persona extrovertida, me cuesta mucho sacar temas de conversación genéricos, inocentes o banales. Tengo mi repertorio del tiempo, la comida... y poco más. Porque, además, se complican mucho las conversaciones cuando se abordan temas interesantes: política, actualidad, religión... La sociedad actual está muy polarizada y tampoco somos muy buenos gestionando los conflictos. Nunca conseguí aficionarme al futbol, los deportes o las series -eso me resta mucho como conversador-.

El otro día, mi empresa, organizó una especie de curso o dinámica de grupo para aumentar la confianza en nosotros mismos, aprender a focalizarnos y tener éxito -empoderarnos, lo llamaron-. Realizamos algunos ejercicios y, uno de ellos, consistía en pedir por Whatssap a amigos o familiares que nos dijeran cuáles eran nuestras debilidades y fortalezas. Nadie me atribuyó la timidez, así que podría decirse que he superado esa etapa. Oficialmente: no soy tímido -de pequeño creo que sí lo era, aunque no me supusiera un obstáculo excesivamente grave en mi desarrollo como persona-.

Entonces lo que no soy es extrovertido. Me cuesta conectar con la gente. Es verdad que también soy de esa generación a la que educaron para no expresar las emociones: los niños no lloran, hay que ser fuerte, decidido... y todas esas polladas. Ahora se incide más -también en los colegios- en la educación emocional: expresar lo que uno lleva dentro para que no se enquiste y podamos disfrutar a tope la vida... como si viviéramos permanentemente en un filtro de Instagram.

Pero yo sigo siendo de los que les cuesta expresar las emociones y sincerarse. Y no me importa que sea así. No necesito cambiarlo. He aprendido a manejarlo y, cuando veo que algo se está enquistando, o puede resultar problemático, entonces lo saco fuera. Me aburre y me desconcierta todo ese estar continuamente hablando de emociones cambiantes, como si el conocer sus flujos y giros fuese a liberarnos de la angustia de vivir, o fuese a ofrecer una explicación a nuestra efímera existencia. Por suerte podemos manejar ideas, conceptos, desarrollar teorías... Las emociones sólo son una capa más de nuestro ser: todos nos enfadamos, nos alegramos, tenemos celos, miedos, deseos, sentimos asco, lujuria, envidia, amor, odio... Sí, como tema de conversación banal, los sentimientos y emociones están bien -por esporádicas y efímeras que sean-, también como entrenamiento para abordar aquellas que se prolongan en el tiempo, nos atormentan o nos atan. No tengo nada en contra... solo, quizá, que es un tema que no me atrae, me aburre... quizá por esa dificultad mía para conectar con la gente. Me gusta más poner el foco en las ideas y las condiciones materiales: me parece un andamiaje más sólido -como aquel pasaje de la biblia que habla de fijar los cimientos de la casa en la dura roca-.

No soy extrovertido, me cuesta entrar a la gente. Pero tengo un trato agradable y creo que consigo, más o menos, adivinar si mis interlocutores se sienten cómodos o preferirían estar en otro lugar. Normalmente la gente quiere hablar de su libro. Así que, lo más habitual es que sólo me dedique a escuchar. Supongo que, normalmente, nadie cree que yo pueda tener nada que contar... y suele ser cierto ¿Por qué iba a querer hablar de lo que pienso o lo que sé? ¿A quién podría interesar? Supongo que me he tragado muchas chapas, muchos monólogos, muchas bromas... No quiero seguir sumando a eso. 

Sí, tengo habilidades sociales. No es la mejor de mis virtudes pero me defiendo y contribuyo a generar ambientes amables y divertidos.

Oí decir que los pedófilos, zoófilos, puteros y, en general, los que abusan de su posición de poder para mantener relaciones sexuales, son gente tímida, temerosos de sus iguales, incapaces de relacionarse con gente de su edad, son torpes, les asusta el juego de la seducción y buscan satisfacer su pulsión sexual de la manera más fácil. Así que, quizá es mejor invertir en educación emocional, habilidades sociales y demás parafernalia happy flower, que tener que vivir en una sociedad de inadaptados que se dediquen a infligir sufrimiento en cuanto perciben cualquier debilidad en el otro.


El desencadenante: video "La timidez" del canal Filosofía con Flow (Belén Castellanos)