viernes, 24 de noviembre de 2006

Mal



Un saco lleno de miedo era todo lo que poseía. Pintado con caritas sonrientes. Excepto cuando se abría, entonces todas comenzaban a chillar, como si no les quedase aire para respirar. Y todo alrededor se nublaba en una gran oscilación, el espacio se expandía y replegaba, el tiempo se estiraba más y más. Al cerrar el saco, las caras sonrientes, pero nada seguía igual, el Mundo se había transformado, se habían abierto dos caminos paralelos, uno con saco sonriente y otro con saco lleno de miedo.

Siempre le tocaba vivir con el miedo, esos indígenas caníbales le seguían a todas partes, a la oficina, a casa, al parque... Querían su sangre, se la robaban por las noches cuando, por descuido, daba una cabezada. Acudían envueltos en batas verdes, como enfermeros de quirófano. Sus herramientas eran jeringuillas, sondas, bisturís y extraños aparatos que no llegaba a reconocer porque, cuando despertaba, se esfumaban tan rápidamente que ni tan siquiera sabía si habían estado allí. Pero las incisiones, los agujeros, los restos de sangre, sí permanecían.

Cada momento más cadáver, aunque, desde que descubrió el saco no sabía si pasaba el tiempo. Siempre era el mismo día, el día sin sueño, el día del saco abierto. La extraña televisión repitiendo una y otra vez esa odiosa película porno. Culos taladrados, eyaculaciones en la boca y enormes aparatos de plástico embadurnados en vaselina. Le dejaba al borde de la arcada, la violencia y el deseo sexual. Conocía todas las escenas, y no podía apartar la mirada de la extraña caja en que se proyectaban las imágenes.