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viernes, 16 de noviembre de 2018

Redes sociales: de realidades edulcoradas al "coño insumiso"


En nuestro post anterior, vimos como ha ocurrido una especialización -cercamiento-, en áreas muy concretas de la fotografía. Estas áreas se han delimitado en el plano de las temáticas -y sus técnicas y tecnologías asociadas- pero también en el ámbito de los profesionales y aficionados.

En el terreno de la Estética podríamos, a su vez, pensar en los cercamientos que convirtieron los campos de labor comunales de la sensibilidad estética premoderna en los pastos académicos y los cotos de caza en los que ha medrado el arte desde el romanticismo hasta la postmodernidad, plácidos pastos y cotos de donde –huelga decirlo– han desaparecido las competencias instituyentes, y donde sólo a unos pocos se les permite ser productivos.1

Estas áreas delimitadas, además, se ven atravesadas por una confluencia hacia una cierta realidad ideal, que aproxima las imágenes fotográficas con las creadas enteramente por ordenador.

Ahora veremos como esta confluencia hacia una realidad ideal tiene diferentes efectos en las diferentes áreas de especialización de la fotografía, y en ese cajón de sastre en que se han convertido las redes sociales e internet -entendido como el conjunto de informaciones al que acudimos a resolver nuestras dudas-.


Siempre había tenido cámara de fotos -de carrete y después digital-. Me gustaba utilizarlas, enseñar las fotos, comentarlas con amigos y familiares. Con la fotografía digital cambiaron un poco las costumbres: había que proyectar las fotos en una televisión u ordenador y, en lugar de seleccionar copias, se grababan todas en un CD y se pasaban al interesado. Con las redes sociales se produjo un giro de tuerca más: ahora sí que era fácil compartir y comentar fotografías.

Así que, muchos nos lanzamos de lleno al proyecto de volcado de la realidad en el mundo digital. Para rellenar ese inmenso espacio vacío con vivencias y contenidos.
El retrato -y sobre todo el autoretrato- resultan imprescindibles en este medio. Hay que dotarse de una identidad: en cualquier avatar de red social, en foros especializados, cursos virtuales, currículums… Dependiendo de la red a la que vaya destinada la fotografía, puede moverse en la faceta de lo pictórico o de lo documental.
Utilizamos fotografías en las que nos vemos favorecidos, o en las que causamos una impresión acorde al contexto, igual que cuando salimos a la calle nos arreglamos -aunque solo sea mínimamente-. La foto nos confiere realidad, es la prueba de que si coincidimos en el espacio-tiempo con otros habitantes de la red podremos reconocernos -por muy peregrinas y absurdos que puedan resultar nuestras opiniones y comentarios en el mundo virtual-.

El que, con las primeras cámaras digitales, las fotografías pasaran directamente al ordenador, facilitó mucho el proceso de asociar nuestra identidad virtual a una foto real: el mismo dispositivo en que almacenábamos nuestras fotografías era el que utilizábamos para comunicarnos. Y la tendencia ha seguido en esa dirección: hoy día, cualquier aparato de comunicación lleva una cámara de fotos integrada -y un sistema de posicionamiento y diversas herramientas de control-.

Otra consecuencia de que nuestras fotografías se encontraran en el ordenador fue que: estaban directamente accesibles para un número cada vez mayor de herramientas de retoque fotográfico y creación de imágenes. Muchas de estas herramientas se utilizan tanto para retoque como para creación, así que, la convergencia que hemos visto antes, no solo ocurre en el plano estético, sino también en un planto técnico. Actualmente, en aparatos electrónicos que no disponen de la versatilidad y potencia de los ordenadores, es habitual que existan aplicaciones que se encargan de aplicar los retoques más populares a nuestras fotos, sin la necesidad de tener que manejar complicadas herramientas.
Esto ha hecho del retoque fotográfico casi una norma y que, la mayoría de fotografías que utilizamos en nuestras redes, tengan algún tipo de alteración.

Así que, aunque el retoque fotográfico existe desde el inicio de la fotografía, ahora está al alcance de un abanico muy amplio de población. No es necesario ser artista dadaísta, o poseer un taller de revelado, cualquiera puede crear un “meme”2 potencialmente gracioso y viral con el amplio catálogo de imágenes de internet, y un poco de imaginación. Todos podemos convertirnos en proveedores de contenidos y ser mundialmente conocidos... aunque, en la práctica, toda esa actividad quede reducida a círculos más o menos estrechos.

Esta alteración sistemática de la fotografía no ocurre solo en el retrato, sino también en otras áreas. En fotografía de monumentos y edificios es común utilizar el HDR para eliminar los molestos efectos de un excesivo contraste entre claros y oscuros. En fotos de naturaleza también es muy habitual recurrir a retoques fotográficos, después de todo, estamos acostumbrados a las imágenes de plantas y animales dibujadas a mano alzada por zoólogos y botánicos. En noticias de prensa se usan montajes para poner juntos personajes que se desea relacionar argumentalmente -normalmente, si se obra de buena fe, son montajes burdos para dejar claro que la imagen es una superposición y que la relación es argumental-.
Luego están las imágenes de las carteleras de películas, que prácticamente constituyen un género en sí mismas, donde sí que se emplean técnicas muy sofisticadas para dotar a las imágenes de un gran impacto -imágenes que mezclan fantasía y realidad sin ningún tipo de pudor-.
En la publicidad ocurre algo similar a las imágenes creadas para el cine ya que, en el fondo, la finalidad es muy similar en los dos ámbitos: captar la atención de los potenciales consumidores y convencerlos de que compren su producto.
Los publicistas se ven así forzados a afilar sus herramientas para captar la atención de un público cada vez más disperso.

Somos constantemente bombardeados por imágenes de todo tipo: fotografías tomadas de forma instantánea con teléfonos móviles, imágenes históricas, de fotógrafos aficionados o profesionales, procesadas, retocadas, borrosas, difusas, producidas con diferentes técnicas y herramientas de diseño…
Imágenes de publicidad, historias personales, chistes gráficos, noticias reales, noticias falsas… todo se mezcla en internet y las redes sociales, todo se muestra en las pantallas de nuestros ordenadores y teléfonos móviles. Hemos aprendido a orientarnos en este aparente caos, identificamos rápidamente a qué categoría pertenece cada imagen, cada texto.

En cierta medida, todos somos conscientes de que la mayoría de imágenes que se nos presentan hoy día en los medios han sufrido algún tipo de procesado. No es solo que se hayan tomado en el momento oportuno: justo cuando la luz es menos dura, el momento justo del salto… Pero no nos importan mucho los detalles, ¿Cómo consiguieron llegar a ese resultado? Intuimos que la teoría y la práctica detrás de todo eso pueden ser excesivamente complejas y preferimos no complicarnos la vida. Aceptamos ese grado de fantasía, en lo que nos presentan, como la captura de un instante real.
Convivimos con esas imágenes que tienen algo de misterioso y mucho de atractivo, nos acostumbramos a ellas.
La visión, puesta en jaque por las revelaciones de los fotógrafos, tiende a adecuarse a las fotografías3
 
Todas las imágenes tienen mucho de artificial, pero queremos creer en su posibilidad, en su espejismo. Las imágenes nos hacen ilusionarnos con esos mundos y seres mágicos, casi mitológicos, que nos muestran las fotografías retocadas y las imágenes digitales. Una experiencia envolvente.
Como cada fotografía es un mero fragmento, su peso moral y emocional depende de dónde se inserta. Una fotografía cambia según el contexto donde se ve: así, las fotografías de Smith en Minamata lucirán diferentes en una hoja de contactos, una galería, una manifestación política, un archivo policial, una revista fotográfica, una revista de noticias generales, un libro, la pared de un salón. Cada una de estas situaciones propone un uso diferente para las fotografías pero ninguna de ellas puede asegurar su significado. Con cada fotografía ocurre lo que Wittgenstein argumentaba sobre las palabras: su significado es el uso. Y por eso mismo la presencia y proliferación de todas las fotografías contribuye a la erosión de la noción misma de significado, a esa partición de la verdad en verdades relativas que la conciencia liberal moderna da por sentada.4

Pero, con internet, nos encontramos con que todo es susceptible de aparecer fuera de contexto, en el contexto de las pantallas. Todo es susceptible de mezclarse: en los resultados de un buscador, en la línea de tiempo de redes sociales...

Con esta profusión de imágenes se constituye esa realidad ideal a la que hemos aludido antes. Una realidad que, al estar controlada y dirigida por intereses de mercado, de entrada, es mentirosa: idolatra la tecnología -es el avance tecnológico el que la ha hecho posible-, edulcora la realidad -eliminando lo que molesta-, ensalza una cierta idea de belleza antinatural-no hay más que ver la cantidad de “Photoshop” que lleva cualquier fotografía de modelos- y unos estilos de vida y políticas del crecimiento que nos llevan en la dirección de lo social y medioambientalmente insostenible.


El Coño Insumiso en el Valle de los Caídos. Imagen de portada en el perfil de Facebook de Willy Toledo (desde el 6 julio de 2018)

Conclusión

Si algo tiene apariencia de fotografía tendemos a pensar que es real. Nuestro pensamiento y nuestra práctica diaria nos dicen que con una cámara capturas imágenes de lo que tienes delante, lo que está pasando o posando. Así que, nos habíamos acostumbrado a que las imágenes nos dijeran qué podíamos exigir a la realidad. Pero, en el mundo actual de las pantallas, ya ni tan siquiera tiene sentido la frase de “una imagen vale más que mil palabras”. Necesitamos manejar el contexto, un contexto mucho más amplio que en los orígenes de la fotografía, porque ahora cualquier imagen puede ser inventada.

Necesitamos algún relato que las conecte y las dote de sentido. Que las confiera algún poder de transformación.

Quizá, un relato como el que hace un tiempo protagonizó el actor “Willy Toledo”, tras ser encarcelado por una denuncia de ofensa a los sentimientos religiosos por parte de una asociación de abogados católicos y no presentarse al juzgado5.
El caso saltó de las redes sociales a los medios de comunicación de masas, incluida la televisión. La ofensa la había realizado el actor a través de su perfil de Facebook, así que, los medios se vieron obligados a mostrar imágenes de dicho perfil. Y fue bastante extravagante, porque la foto de portada era un fotomontaje -muy burdo- del Valle de los Caídos, donde se había sustituido la cruz por una enorme vulva rosada -“el coño insumiso”-. Y, además, se mostraban por escrito los comentarios -blasfemias- que había proferido el actor desde su perfil. En un horario de máxima audiencia, como es el de los telediarios.
Podría decirse que, el de Willy Toledo, es un caso de éxito: había conseguido trascender del mundo virtual al real, para llamar la atención sobre una serie de leyes que protegen los sentimientos de una determinada religión -la católica- en un Estado supuestamente aconfesional. De forma que un gran número de personas conocieran los hechos, se forjaran una opinión y abrieran un debate.
El tirón del caso duró apenas unos días, porque los medios continuaron inundando todo con otras noticias. Pero lo cierto es que el caso generó un hilo de interés que podía ser fácilmente seguido a través de internet.

La imagen del coño insumiso servía muy bien al relato del actor en su cruzada contra aquellas leyes que, desde el franquismo, perduran en el código penal español. El Valle de los caídos es un símbolo del nacional catolicismo y, sustituir la cruz por un coño, no deja de ser una ofensa a esos sentimientos católicos que, durante siglos, reprimieron toda sexualidad -especialmente la femenina-.
Seguramente no podría haber sido considerada una obra de “bellas artes”, pero estaba inserta en un contexto, y servía a un relato que se sale del habitual del capitalismo de consumo.

Posiblemente, las imágenes de guerra de los fotógrafos del siglo pasado tuvieron su efectividad: hoy día puede decirse que apenas hay guerras -en los países occidentales-. También en este batiburrillo de posibilidades -lo disposicional- que se presenta en la nueva fotografía y los medios de comunicación acabe surgiendo un repertorio que resulte efectivo en lo social.

[...]es imprescindible que recordemos que esa repertorialidad sólo puede darse mediada por un nivel disposicional, un nivel constituido por las competencias y los contextos de actuación que permiten actualizar y desplegar las formas, haciéndolas operativas.6


Referencias

1 Claramonte, 200.
2 «Meme de internet», Wikipedia, la enciclopedia libre, 30 de septiembre de 2018, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Meme_de_internet&oldid=110952875.
3 Sontag, Sobre la fotografía, 144.
4 Sontag, cap. El heroísmo de la visión.
5 «Detenido Willy Toledo para que declare mañana ante el juez», www.efe.com, accedido 30 de septiembre de 2018, https://www.efe.com/efe/espana/sociedad/detenido-willy-toledo-para-que-declare-manana-ante-el-juez/10004-3747458.
6 Claramonte, La república de los fines, 224.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Del revelado creativo a la construcción de imágenes de una realidad ideal


En nuestro post anterior, centramos el análisis en lo que puede llamarse fotografía canónica y sus dos principales facetas: la documental y la pictórica. Poniendo especial énfasis en lo pictórico, que resulta lo más relevante en un análisis estético de la fotografía, y es lo que permite enmarcar la fotografía dentro del concepto de arte actual. Aunque no conviene perder de vista el carácter documental, en cuanto a reproducción de las cosas y ese halo de constatación de la realidad que confiere a las fotos.


De la fotografía canónica a las Bellas Artes
 
Hemos visto que la fotografía canónica ya dispone de un gran abanico de posibilidades a la hora de capturar imágenes de forma creativa, ensalzando ciertos valores estéticos: belleza, dramatismo, realismo, ensoñación…
Esto nos lleva a un tipo de fotografía que se aleja un tanto de la fotografía documental. Esta última es la que estamos más acostumbrados a observar en los medios de comunicación de masas: periódicos y televisión. Ya que, a los medios, les conviene presentar sus contenidos bajo la apariencia del realismo y la imparcialidad.
Pero, la fotografía en que vamos a poner el foco, concentra su valor en lo estético. Se aleja del canon de lo documental y empieza a reflejar una cierta intencionalidad del fotógrafo y una cierta sacudida en la sensibilidad o estados de consciencia de los receptores. 

Estaríamos hablando de lo que ha venido en llamarse “fotografía de Bellas Artes3. Que abre el abanico de posibilidades de la fotografía: jugando con efectos de la toma de imagen, o del revelado, que habitualmente se consideran fallos en la fotografía (subexposiciones, desenfocados, tiempos de exposición no adecuados para objetos en movimiento, saturación de los colores...).
En este punto, puede que el fotógrafo se sienta más cercano al pintor. Utilizando categorías estéticas más propias de la pintura, para conseguir la foto deseada: armonía de colores, contrastes de luces, dramatismo, suavidad, ensoñación...
Pero, aún aquí, tiene unos límites y reglas claras a las que atenerse. Reglas restringidas a lo que se puede conseguir de forma mecánica con la cámara y las técnicas de revelado tradicionales. Reglas que hacen que la fotografía sea claramente diferenciable de una imagen pintada manualmente.


La fotografía y la producción en serie

En su libro "La cámara lúcida" Roland Barthes hace un desarrollo muy interesante de lo que denomina el “studium” en la fotografía.
[...]la aplicación a una cosa, el gusto por alguien, una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa, pero sin agudeza especial1
Y lo enfrenta al “punctum”
[…] ese azar que en ella [la fotografía] me despunta (pero que también me lastima, me punza)2

Con las cámaras actuales es posible realizar millones de fotos. No sería difícil que alguien, con un poco de suerte, pudiera hacer una buena foto sin tener ningún tipo de pretensión artística. Y no habría forma de diferenciar esa foto de la realizada por un profesional. No es difícil que un profesional realice millones de buenas fotos a lo largo de su carrera. Así que, no es de extrañar que Barthes se preocupe por encontrar un criterio que le ayude a centrar su atención en un puñado de fotos. 
Esto no deja de ser un asunto relevante hoy día, dado el número creciente de imágenes con que los medios de comunicación nos inundan a diario, arrojándonos al borde de la sobreestimulación.


Carencias técnicas y alteración de la realidad

La fotografía tiene una serie de carencias técnicas que hacen que los resultados no sean tan buenos como lo que es posible percibir a simple vista. Así que, han empezado a surgir numerosos procesos para conseguir suplirlas. Por ejemplo las “imágenes de alto rango dinámico” o ARD (High Dynamic Range en inglés, o HDR)4, donde se superponen diferentes imágenes para conseguir una con mayor detalle, tanto en las zonas muy iluminadas como en las oscuras. El resultado es una fotografía “extraña”, quizá parecida a un cuadro hiperrealista. 
Ya son varios siglos conviviendo con las fotografías, con lo que nos hemos acostumbrado a esas carencias y, cuando nos presentan este tipo de imágenes, sentimos una especie de admiración y rechazo a la vez: admiración porque resultan imágenes impactantes, con gran profusión de detalles; y rechazo porque intuimos que hay algo falso, retocado.

Los programas informáticos utilizados para estos tratamientos de mejora de la imagen permiten, además de corregir las carencias propias de la tecnología de captura, corregir también las carencias de la realidad: eliminar un cable de la electricidad que no “debería” estar; estilizar la silueta de las modelos; ensalzar el color de los ojos; eliminar al mendigo de la puerta de la iglesia… Consiguiendo imágenes realmente impactantes, que llamen nuestra atención, aunque solo sea durante los pocos segundos que necesita el publicista. Ya no es necesario ir observando imágenes de forma metódica en busca de ese “punctum” que nos conmueva. Las imágenes son afiladas utilizando diferentes técnicas psicológicas y se nos arrojan en los momentos que determinan las estadísticas y necesidades del mercado como más efectivos (de activos buscadores de tesoros, hemos pasado a consumidores pasivos de un exceso de imágenes que nos abruma).


Convergencia entre la fotografía y el arte digital

Las imágenes retocadas se parecen cada vez más a las creadas enteramente por ordenador, sobre todo para películas y videojuegos. Muchas de las películas actuales transcurren en escenarios totalmente virtuales donde, más que corregir los “defectos” de la realidad o de las cámaras, es necesario introducirlos para que parezcan más creíbles. Y, donde actores de carne y hueso, interactúan con personajes digitales. Películas que llegan a todos los públicos: Space Jam, Batman, Avatar...

Así que, por un lado, tenemos imágenes fotográficas que, con diferentes técnicas de procesado y retoque, intentan “mostrar” una realidad más ideal (creo que, llegados a este punto, ya no podemos hablar de “capturar” la imagen, porque el fotógrafo se ha convertido más un “hacedor de imágenes”). Y por otro, tenemos imágenes enteramente creadas por ordenador, que pueden ajustarse a cualquier modelo, también al de esa realidad ideal.

Cabría preguntarse quién o qué configura ese ideal al que convergen la fotografía y el arte digital. ¿Qué aspectos son los que molestan de la realidad y cuáles son aquellos que se quieren potenciar?


La especialización y el consumo

Por otro lado, ha ocurrido que, con el avance tecnología fotográfica y los diferentes usos recibidos, han surgido numerosos ámbitos especializados de la fotografía. Bien porque requieran unos equipos y habilidades muy específicas (objetivos, iluminación); o bien, por el tipo de medios de difusión al que van dirigidos.
Esta especialización, delimita en el plano económico el ámbito de los “aficionados” (con equipamientos más baratos) frente al de los “profesionales” (con equipos caros y específicos en continua evolución). Una especialización que se amolda como un guante a las dinámicas del capitalismo de consumo y a su división en sectores de mercado.
Un mercado que no para de ofrecernos nuevos complementos mientras nos mantiene expectantes a sus novedades:
Si ilusión es el «concepto, imagen, representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos» (RAE) entonces con esta ilusión reaccionamos también ante las novedades tecnológicas que nos entregan periódicamente otros magos (de la tecnología) y reyes (de la economía).5

Como ámbitos especializados de la fotografía, cabe destacar: el fotoperiodismo, las fotografía de naturaleza, deportiva... Fotografías demandadas por medios de comunicación que requieren equipos caros (teleobjetivos, rapidez de obturación...) y unas habilidades técnicas muy desarrolladas, tanto para manejar los equipos, como para provocar las situaciones deseadas, o encontrar el lugar exacto donde esas situaciones ocurrirán.
El retrato tiene también una gran importancia. Siempre la ha tenido, desde los primeros daguerrotipos hasta la actualidad. Tanto en el ámbito de lo personal como en el de los grandes medios de comunicación y el arte. Quizá por esa fascinación que nos causa observar los efectos del tiempo sobre nuestra apariencia física, o nuestra indumentaria. En cualquier reportaje monográfico, o entrevista a un personaje, es necesaria la fotografía. Si no, pareciera que nos estuvieran ocultando algo.

Cabría preguntarse porque estamos tan familiarizados con este tipo de fotografías, y porqué se exhiben en los medios. ¿Quizá porque no cuestionan ni comprometen nuestro estilo de vida?


Añoranza de tiempos pasados y el arte como reducto aislado

Lejos queda el tipo de fotografía más populares del siglo pasado, que contraponían conflictos bélicos, ambientes marginales y hambrunas a nuevas arquitecturas y lujos de clases adineradas. Una fotografía que combinaba lo pictórico y lo documental, que buscaba sacudir las conciencias de los espectadores. Muchos de cuyos autores menciona Susan Sontag en su libro “Sobre la fotografía”: Walt Whitman, Diane Arbus, Felix Greene…
Una época, aquella, en que el arte de la fotografía acumulaba su negatividad retratando la marginalidad, lo bizarro, lo absurdo, lo ambiguo… Y los reporteros de los grandes medios aprovechaban sus circunstancias para invertir tiempo en sus proyectos artísticos personales. De forma que existía un cierto trasvase de esa negatividad del arte fotográfico a la realidad que reflejaban los medios de masas.

Ciertamente, la del siglo pasado, resulta un tipo de fotografía que podríamos relacionar con lo que este arte tiene de repertorial (como lo describe Jordi Claramonte en “La república de los fines”). Y que hoy puede tener sentido en los circuitos en que ha quedado recluido el arte, pero que difícilmente puede alcanzar relevancia en las dinámicas de consumo autocomplaciente en que nos encontramos inmersos.

En términos de construcción política, podemos asignarle al nivel de lo repertorial el claro objetivo de vindicar la existencia y la resistencia de una multitud de formas de organización de la percepción, la temporalidad, las relaciones sociales, los materiales, una multitud de modos de relación en suma que el capitalismo globalizado puede querer suprimir por falta de rentabilidad o de conexión con las lógicas del mercado.6

Embalse de García Sola (Puerto Peña) - Septiembre 2017. Foto construída con varias superposiciones de imágenes con diferentes exposiciones

Referencias:

1 Roland Barthes y Joaquim Sala-Sanahuja, La cámara lúcida: nota sobre la fotografía (Barcelona: Paidós, 2007), 64.
2 Barthes y Sala-Sanahuja, 65.
3 «Fotografía de Bellas Artes», Wikipedia, la enciclopedia libre, 20 de mayo de 2018, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Fotografía_de_Bellas_Artes&oldid=107995795.
4 «Imágenes de alto rango dinámico», Wikipedia, la enciclopedia libre, 30 de junio de 2018, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Imágenes_de_alto_rango_dinámico&oldid=109034207.
5 Bez, «Nuestros Reyes Magos», Bez.es, 7 de enero de 2017, https://www.bez.es/937310832/Nuestros-Reyes-Magos.html.
6 Jordi Claramonte, La república de los fines: contribución a una crítica de la autonomía del arte y la sensibilidad (Murcia: CENDEAC, 2011), 224.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Del registro gráfico a una visión estética y artística de la fotografía

Hace 4 años me regalaron una cámara réflex. Y, con ello, cambió radicalmente mi forma de ver la fotografía. Eso sí, fue un cambio lento y progresivo -no fue el hecho de poseer la cámara, sino el interés que fue despertando en mí-.

Yo había sido siempre bastante reacio a la fotografía, sobre todo a la fotografía digital. Me parecía que las personas perdían demasiado tiempo fotografiando compulsivamente espacios o experiencias, en lugar de disfrutarlas sin más. ¿Qué sentido tenía hacer fotos para mirarlas en la pequeña pantalla de nuestros dispositivos electrónicos? ¿Qué buscamos en el acto de fotografiar? Me hubiese gustado encontrar una respuesta unificadora pero, cuanto más reflexionaba sobre ello, una mayor diversidad y multiplicidad de motivaciones iban apareciendo: capturar escenas sorprendentes, bellas, curiosas, emotivas, personales, universales... que tuvieran un cierto valor estético (aunque solo sea en el estrecho ámbito de nuestro mundo vivido). Encontrar nuestro perfil bueno, retener un recuerdo de las personas que nos acompañaron en cierta ocasión, obtener un documento que atestigüe que estuvimos en cierto lugar...

Cuando por fin decidí que me gustaba la fotografía, y le dedicaba tiempo y esfuerzo, descubrí que también buscaba cierto reconocimiento público, aunque solo fuera en el ámbito familiar o mi comunidad más cercana. Intentaba captar el instante clave, reflejar el carácter de la persona fotografiada, las mejores combinaciones de luces, el mejor encuadre que resaltase el motivo que consideraba más importante… Para conseguir que los que me rodeaban miraran las fotos con interés (no solo por compromiso).


Pero, desde mi infancia, el papel principal de la fotografía había sido el de aportar un documento gráfico en el que apoyar el relato de unas vacaciones o de algún acontecimiento relevante: fiestas, bodas... Narrar mis batallitas con imágenes que describieran todo aquello que no conseguía comunicar con palabras, y aportando detalles que podría haber ignorado en el momento de la experiencia vivida.
Con la fotografía, cualquiera con un mínimo de interés, puede construir y mostrar el relato de su vida, puede apuntalar el “andamiaje de su mitología personal”.

Fotografiamos para reforzar la felicidad de estos momentos. Para afirmar aquello que nos complace, para cubrir ausencias, para detener el tiempo y, al menos ilusoriamente, posponer la ineludibilidad de la muerte. Fotografiamos para preservar el andamiaje de nuestra mitología personal."1

Vamos, que mi percepción de la fotografía era la de un instrumento documental, testimonial. El registro de la realidad con un aparato mecánico. Y, cuando empecé a familiarizarme con mi cámara réflex, empecé a darme cuenta de que mi mirada había estado condicionada por el tipo de cámaras que había utilizado para realizar fotografías. 
 
La mayoría de cámaras convencionales, y las de los dispositivos móviles, tienen un único modo de funcionamiento, el automático, el que hace las fotos como “deben ser”: con una exposición correcta, a la mayor velocidad que permita la luz disponible y con el menor ruido posible. Así que, solo había que pulsar el botón y la realidad quedaba registrada tal como es, o ¿Tal como debía quedar registrada según diferentes parámetros técnicos y comerciales? Esa era la imagen verdadera, el instante mismo capturado y almacenado en un negativo o un puñado de píxeles.
Por supuesto, cuanto más avanzara la tecnología, cuanto más cara y elitista fuera esa tecnología, más detalles y más realidad quedarían atrapadas en la imagen.

Por otro lado, sabía que en los museos se solían organizar exposiciones fotográficas, y me resultaba ciertamente extraño. El arte, para mí, eran básicamente la pintura y la escultura: lo que tiene mayor relevancia en el ámbito museístico y en la educación básica. Así que, durante la mayor parte de mi vida había estado considerando el arte en su concepción moderna. Tal como eran descritas las “bellas artes” en el siglo XIX: como algo producido por hombres habilidosos, con una cierta intencionalidad estética, buscando la belleza, o con actitudes moralizantes.

[...]El término <<bellas artes>> se incorporó al habla de los eruditos del siglo XVIII y siguió manteniéndose en el siglo siguiente. Se trataba de un término que tenía un campo bastante claro: Bateaux presentó una lista en la que incluía a cinco de las bellas artes -pintura, escultura, música, poesia y danza- añadiendo dos más que estaban relacionadas, la arquitectura y la elocuencia. Esta clasificación se aceptó a nivel universal, estableciéndose no sólo el concepto de las bellas artes, sino también el de su clasificación, el sistema de las bellas artes, que después de añadir la arquitectura y la elocuencia formaron un número de siete.3

Pero la fotografía no es más que el reflejo automático de un cierto instante y espacio. Me costaba concebirla como arte. Hasta cierto punto, podía pensarla como apoyo de un proyecto artístico más amplio: como esas series de fotografías tan impactantes de conflictos bélicos que pretenden llamar nuestra atención sobre las consecuencias de las guerras. Desde luego, nunca hubiese considerado una fotografía aislada como arte. Pero sí lo hubiese hecho con un cuadro aislado.
La falta de esfuerzo y pericia que se le presupone a la fotografía, el que se puedan tomar miles de fotografías en un solo día, la hacían parecer poca cosa.

[…]Nada sería menos característico de la sacrificada labor de un artista como Proust que la facilidad de la fotografía, que debe de ser la única actividad productora de obras de arte acreditadas en que basta un simple movimiento, una presión digital, para obtener una obra completa. Mientras los afanes proustianos presuponen que la realidad es distante, la fotografía implica un acceso instantáneo a lo real.”2

Si miramos una fotografía como una obra de la humanidad a lo largo de los últimos siglos: desde el desarrollo de los primeros daguerrotipos obtenidos a finales del siglo XIX, hasta las últimas cámaras digitales de la actualidad. Vemos que una fotografía no es algo tan sencillo, sino que condensa un conocimiento y una habilidad técnica que, junto con los usos e intereses que la humanidad ha puesto en ella, han dado como resultado las actuales cámaras fotográficas y el tipo de fotografía que conocemos hoy día.

En su obra “Historia de 6 ideas”, Tatarkiewicz ofrece una definición de arte que puede considerarse válida para lo que entendemos por arte en la época actual:

El arte es la reproducción de las cosas o la construcción de formas nuevas, o la expresión de experiencias - siempre y cuando el producto de esta reproducción, construcción y expresión puede deleitar o emocionar o conmocionar4

La definición que ofrece Tatarkiewicz es lo suficientemente genérica como para incluir la multiplicidad de técnicas, acciones, materiales, etc. con las que se produce arte hoy día. El cine y la fotografía caben también dentro del amplio concepto de arte que manejamos. Aunque, comúnmente, los empleemos como piezas documentales para apoyar nuestro relato (o el de las revistas, periódicos y telediarios) sin ninguna intención artística o estética, incluso como mera herramienta práctica o de entretenimiento.

Está claro que con la cámara podemos reproducir las cosas tal como eran en el instante en que se tomó la fotografía. Pero también es cierto que permite construir formas nuevas. Ahora estamos acostumbrados a las imágenes en color, con tiempos de exposición muy cortos, pero no son el único tipo de imágenes que podemos tomar con una cámara.
Por ejemplo, Joan Fontcuberta describe en su libro “El beso de Judas. Fotografía y verdad” el uso que hace Martí Llorens de la cámara estenopeica, un tipo de cámara rudimentaria que requiere muy largos tiempos de exposición (horas) para que la imagen quede grabada en el material fotosensible utilizado. De esta forma, consigue captar en una imagen instantes de tiempo superpuestos, instantes de tiempo muy largos. Por tanto, el tipo de fotografía capturada con un móvil, no se parecerá mucho a la que Martí Llorens pueda tomar con su cámara estenopeica.


Me costó bastante hacerme con el funcionamiento de mi cámara réflex. Ya no era tan sencillo como en las cámaras que había tenido anteriormente, en las que bastaba con pulsar un botón (aunque, realmente, mi cámara disponía de un modo “automático” que permitía tomar fotografías con unos resultados técnicamente buenos, vistosos e impactantes).
Con un artefacto de estos entre las manos, mi curiosidad fue creciendo. 

Es fácil informarse en revistas y foros de internet e ir descubriendo que puede utilizarse para realizar muy diferentes tipos de fotografía. Que se puede jugar con el zoom, con el tipo de objetivo (permitiendo seleccionar ángulos de visión más restringidos que el total del campo que tienes delante). Que se puede focalizar a distancias concretas (de forma que el resto de lo que no te interesa de la imagen quede difuminado). Puedes jugar con la velocidad de apertura (tiempo de exposición): para congelar el instante, o bien, dar cierta sensación de movimiento…
La tecnología disponible y las condiciones ambientales (luz, movimiento, distancia...) en que se toma la fotografía, permiten a los fotógrafos jugar con los ajustes de la máquina, para remarcar ciertos detalles, o dotar a la imagen de dramatismo, vitalidad, orden, belleza… Hay un amplio repertorio de posibilidades más allá del modo automático.

El repertorio de posibilidades es amplio pero, al final, en la cámara, lo único que queda es la luz ambiente recogida por el sensor. De forma que tenemos una versión minimizada de lo que podemos ver a simple vista. Después es necesario realizar un proceso que convierta la información almacenada en el sensor en una imagen representada sobre un papel o una pantalla: el revelado.

Lo que queda capturado en el sensor no tiene porqué ser necesariamente igual a lo que ve el ojo humano. El ojo humano capta un rango de colores muy amplio y puede focalizar diferentes profundidades de campo. Además, puede adaptarse a la cantidad de luz del entorno y sacar la información de las zonas más claras y también de las oscuras. Mientras que, en fotografía, en entornos con fuertes contrastes lumínicos, hay que sacrificar la luz o la sombra.
El revelado también permite jugar con la imagen: colores, texturas, contrastes… Y paliar algunas de las limitaciones de la luz capturada por el sensor, para obtener una imagen más acorde a lo que ve el ojo humano.

Partiendo de la realidad, pasando por los procesos de captura y revelado, se consigue una imagen coherente con el gusto del fotógrafo o apta para satisfacer ciertos fines: publicitarios, apoyar un relato, conseguir “me gusta” en una red social, etc.
Comparado con lo que se puede hacer con la pintura, puede considerarse ridículo y muy limitado. Pero resulta mucho más rápido y tiene ese halo de realidad de las imágenes fotográficas. Aunque esa realidad queda supeditada a las limitaciones técnicas y a la creatividad del fotógrafo.

Por tanto, vemos que la fotografía exige una cierta habilidad de los fotógrafos y también una intencionalidad: para captar la imagen con las herramientas y parámetros adecuados, los que mejor se ajusten a la idea o emoción que se quieran transmitir. 
 
Por aproximar más la fotografía a la idea renacentista de arte podemos, incluso, hablar de reglas y límites que no deben sobrepasarse para considerar una fotografía pura, canónica (no retocada) y que pueden encontrarse en las bases de diferentes concursos fotográficos. 

Y, desde luego, la fotografía puede reproducir todo tipo de objetos y experiencias, además de permitirnos la construcción de nuestra historia -personal o colectiva- en la que seleccionamos los momentos, objetos y personas que merecen la pena ser retratados. Nos permite también expresarnos y mostrar aquellos lugares que nos conmueven, aquellos detalles que se escapan en la oralidad, transmitir y contagiar emociones, denunciar injusticias... 
Así que, sí, la fotografía es una herramienta que nos permite un registro gráfico de la realidad, en ese sentido nos es útil. Pero tiene también una función estética y transformadora como expresión artística.


Fotografía pura: reflejo en el río Pelochejo de madre e hija sobre el Puente Viejo (Herrera del Duque) - Marzo de 2017


Referencias:
 
1 Joan Fontcuberta, El beso de Judas: Fotografía y verdad (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 2015), cap. EL ARTE DE LA AMNESIA.

2 Susan Sontag, Sobre la fotografía (Madrid: Alfaguara, 2007), cap. El mundo de la imagen.

3 Wladyslaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética (Madrid: Editorial Tecnos, 2001), 49.

4 Tatarkiewicz, Historia de seis ideas, 67.