miércoles, 24 de octubre de 2018

Del registro gráfico a una visión estética y artística de la fotografía

Hace 4 años me regalaron una cámara réflex. Y, con ello, cambió radicalmente mi forma de ver la fotografía. Eso sí, fue un cambio lento y progresivo -no fue el hecho de poseer la cámara, sino el interés que fue despertando en mí-.

Yo había sido siempre bastante reacio a la fotografía, sobre todo a la fotografía digital. Me parecía que las personas perdían demasiado tiempo fotografiando compulsivamente espacios o experiencias, en lugar de disfrutarlas sin más. ¿Qué sentido tenía hacer fotos para mirarlas en la pequeña pantalla de nuestros dispositivos electrónicos? ¿Qué buscamos en el acto de fotografiar? Me hubiese gustado encontrar una respuesta unificadora pero, cuanto más reflexionaba sobre ello, una mayor diversidad y multiplicidad de motivaciones iban apareciendo: capturar escenas sorprendentes, bellas, curiosas, emotivas, personales, universales... que tuvieran un cierto valor estético (aunque solo sea en el estrecho ámbito de nuestro mundo vivido). Encontrar nuestro perfil bueno, retener un recuerdo de las personas que nos acompañaron en cierta ocasión, obtener un documento que atestigüe que estuvimos en cierto lugar...

Cuando por fin decidí que me gustaba la fotografía, y le dedicaba tiempo y esfuerzo, descubrí que también buscaba cierto reconocimiento público, aunque solo fuera en el ámbito familiar o mi comunidad más cercana. Intentaba captar el instante clave, reflejar el carácter de la persona fotografiada, las mejores combinaciones de luces, el mejor encuadre que resaltase el motivo que consideraba más importante… Para conseguir que los que me rodeaban miraran las fotos con interés (no solo por compromiso).


Pero, desde mi infancia, el papel principal de la fotografía había sido el de aportar un documento gráfico en el que apoyar el relato de unas vacaciones o de algún acontecimiento relevante: fiestas, bodas... Narrar mis batallitas con imágenes que describieran todo aquello que no conseguía comunicar con palabras, y aportando detalles que podría haber ignorado en el momento de la experiencia vivida.
Con la fotografía, cualquiera con un mínimo de interés, puede construir y mostrar el relato de su vida, puede apuntalar el “andamiaje de su mitología personal”.

Fotografiamos para reforzar la felicidad de estos momentos. Para afirmar aquello que nos complace, para cubrir ausencias, para detener el tiempo y, al menos ilusoriamente, posponer la ineludibilidad de la muerte. Fotografiamos para preservar el andamiaje de nuestra mitología personal."1

Vamos, que mi percepción de la fotografía era la de un instrumento documental, testimonial. El registro de la realidad con un aparato mecánico. Y, cuando empecé a familiarizarme con mi cámara réflex, empecé a darme cuenta de que mi mirada había estado condicionada por el tipo de cámaras que había utilizado para realizar fotografías. 
 
La mayoría de cámaras convencionales, y las de los dispositivos móviles, tienen un único modo de funcionamiento, el automático, el que hace las fotos como “deben ser”: con una exposición correcta, a la mayor velocidad que permita la luz disponible y con el menor ruido posible. Así que, solo había que pulsar el botón y la realidad quedaba registrada tal como es, o ¿Tal como debía quedar registrada según diferentes parámetros técnicos y comerciales? Esa era la imagen verdadera, el instante mismo capturado y almacenado en un negativo o un puñado de píxeles.
Por supuesto, cuanto más avanzara la tecnología, cuanto más cara y elitista fuera esa tecnología, más detalles y más realidad quedarían atrapadas en la imagen.

Por otro lado, sabía que en los museos se solían organizar exposiciones fotográficas, y me resultaba ciertamente extraño. El arte, para mí, eran básicamente la pintura y la escultura: lo que tiene mayor relevancia en el ámbito museístico y en la educación básica. Así que, durante la mayor parte de mi vida había estado considerando el arte en su concepción moderna. Tal como eran descritas las “bellas artes” en el siglo XIX: como algo producido por hombres habilidosos, con una cierta intencionalidad estética, buscando la belleza, o con actitudes moralizantes.

[...]El término <<bellas artes>> se incorporó al habla de los eruditos del siglo XVIII y siguió manteniéndose en el siglo siguiente. Se trataba de un término que tenía un campo bastante claro: Bateaux presentó una lista en la que incluía a cinco de las bellas artes -pintura, escultura, música, poesia y danza- añadiendo dos más que estaban relacionadas, la arquitectura y la elocuencia. Esta clasificación se aceptó a nivel universal, estableciéndose no sólo el concepto de las bellas artes, sino también el de su clasificación, el sistema de las bellas artes, que después de añadir la arquitectura y la elocuencia formaron un número de siete.3

Pero la fotografía no es más que el reflejo automático de un cierto instante y espacio. Me costaba concebirla como arte. Hasta cierto punto, podía pensarla como apoyo de un proyecto artístico más amplio: como esas series de fotografías tan impactantes de conflictos bélicos que pretenden llamar nuestra atención sobre las consecuencias de las guerras. Desde luego, nunca hubiese considerado una fotografía aislada como arte. Pero sí lo hubiese hecho con un cuadro aislado.
La falta de esfuerzo y pericia que se le presupone a la fotografía, el que se puedan tomar miles de fotografías en un solo día, la hacían parecer poca cosa.

[…]Nada sería menos característico de la sacrificada labor de un artista como Proust que la facilidad de la fotografía, que debe de ser la única actividad productora de obras de arte acreditadas en que basta un simple movimiento, una presión digital, para obtener una obra completa. Mientras los afanes proustianos presuponen que la realidad es distante, la fotografía implica un acceso instantáneo a lo real.”2

Si miramos una fotografía como una obra de la humanidad a lo largo de los últimos siglos: desde el desarrollo de los primeros daguerrotipos obtenidos a finales del siglo XIX, hasta las últimas cámaras digitales de la actualidad. Vemos que una fotografía no es algo tan sencillo, sino que condensa un conocimiento y una habilidad técnica que, junto con los usos e intereses que la humanidad ha puesto en ella, han dado como resultado las actuales cámaras fotográficas y el tipo de fotografía que conocemos hoy día.

En su obra “Historia de 6 ideas”, Tatarkiewicz ofrece una definición de arte que puede considerarse válida para lo que entendemos por arte en la época actual:

El arte es la reproducción de las cosas o la construcción de formas nuevas, o la expresión de experiencias - siempre y cuando el producto de esta reproducción, construcción y expresión puede deleitar o emocionar o conmocionar4

La definición que ofrece Tatarkiewicz es lo suficientemente genérica como para incluir la multiplicidad de técnicas, acciones, materiales, etc. con las que se produce arte hoy día. El cine y la fotografía caben también dentro del amplio concepto de arte que manejamos. Aunque, comúnmente, los empleemos como piezas documentales para apoyar nuestro relato (o el de las revistas, periódicos y telediarios) sin ninguna intención artística o estética, incluso como mera herramienta práctica o de entretenimiento.

Está claro que con la cámara podemos reproducir las cosas tal como eran en el instante en que se tomó la fotografía. Pero también es cierto que permite construir formas nuevas. Ahora estamos acostumbrados a las imágenes en color, con tiempos de exposición muy cortos, pero no son el único tipo de imágenes que podemos tomar con una cámara.
Por ejemplo, Joan Fontcuberta describe en su libro “El beso de Judas. Fotografía y verdad” el uso que hace Martí Llorens de la cámara estenopeica, un tipo de cámara rudimentaria que requiere muy largos tiempos de exposición (horas) para que la imagen quede grabada en el material fotosensible utilizado. De esta forma, consigue captar en una imagen instantes de tiempo superpuestos, instantes de tiempo muy largos. Por tanto, el tipo de fotografía capturada con un móvil, no se parecerá mucho a la que Martí Llorens pueda tomar con su cámara estenopeica.


Me costó bastante hacerme con el funcionamiento de mi cámara réflex. Ya no era tan sencillo como en las cámaras que había tenido anteriormente, en las que bastaba con pulsar un botón (aunque, realmente, mi cámara disponía de un modo “automático” que permitía tomar fotografías con unos resultados técnicamente buenos, vistosos e impactantes).
Con un artefacto de estos entre las manos, mi curiosidad fue creciendo. 

Es fácil informarse en revistas y foros de internet e ir descubriendo que puede utilizarse para realizar muy diferentes tipos de fotografía. Que se puede jugar con el zoom, con el tipo de objetivo (permitiendo seleccionar ángulos de visión más restringidos que el total del campo que tienes delante). Que se puede focalizar a distancias concretas (de forma que el resto de lo que no te interesa de la imagen quede difuminado). Puedes jugar con la velocidad de apertura (tiempo de exposición): para congelar el instante, o bien, dar cierta sensación de movimiento…
La tecnología disponible y las condiciones ambientales (luz, movimiento, distancia...) en que se toma la fotografía, permiten a los fotógrafos jugar con los ajustes de la máquina, para remarcar ciertos detalles, o dotar a la imagen de dramatismo, vitalidad, orden, belleza… Hay un amplio repertorio de posibilidades más allá del modo automático.

El repertorio de posibilidades es amplio pero, al final, en la cámara, lo único que queda es la luz ambiente recogida por el sensor. De forma que tenemos una versión minimizada de lo que podemos ver a simple vista. Después es necesario realizar un proceso que convierta la información almacenada en el sensor en una imagen representada sobre un papel o una pantalla: el revelado.

Lo que queda capturado en el sensor no tiene porqué ser necesariamente igual a lo que ve el ojo humano. El ojo humano capta un rango de colores muy amplio y puede focalizar diferentes profundidades de campo. Además, puede adaptarse a la cantidad de luz del entorno y sacar la información de las zonas más claras y también de las oscuras. Mientras que, en fotografía, en entornos con fuertes contrastes lumínicos, hay que sacrificar la luz o la sombra.
El revelado también permite jugar con la imagen: colores, texturas, contrastes… Y paliar algunas de las limitaciones de la luz capturada por el sensor, para obtener una imagen más acorde a lo que ve el ojo humano.

Partiendo de la realidad, pasando por los procesos de captura y revelado, se consigue una imagen coherente con el gusto del fotógrafo o apta para satisfacer ciertos fines: publicitarios, apoyar un relato, conseguir “me gusta” en una red social, etc.
Comparado con lo que se puede hacer con la pintura, puede considerarse ridículo y muy limitado. Pero resulta mucho más rápido y tiene ese halo de realidad de las imágenes fotográficas. Aunque esa realidad queda supeditada a las limitaciones técnicas y a la creatividad del fotógrafo.

Por tanto, vemos que la fotografía exige una cierta habilidad de los fotógrafos y también una intencionalidad: para captar la imagen con las herramientas y parámetros adecuados, los que mejor se ajusten a la idea o emoción que se quieran transmitir. 
 
Por aproximar más la fotografía a la idea renacentista de arte podemos, incluso, hablar de reglas y límites que no deben sobrepasarse para considerar una fotografía pura, canónica (no retocada) y que pueden encontrarse en las bases de diferentes concursos fotográficos. 

Y, desde luego, la fotografía puede reproducir todo tipo de objetos y experiencias, además de permitirnos la construcción de nuestra historia -personal o colectiva- en la que seleccionamos los momentos, objetos y personas que merecen la pena ser retratados. Nos permite también expresarnos y mostrar aquellos lugares que nos conmueven, aquellos detalles que se escapan en la oralidad, transmitir y contagiar emociones, denunciar injusticias... 
Así que, sí, la fotografía es una herramienta que nos permite un registro gráfico de la realidad, en ese sentido nos es útil. Pero tiene también una función estética y transformadora como expresión artística.


Fotografía pura: reflejo en el río Pelochejo de madre e hija sobre el Puente Viejo (Herrera del Duque) - Marzo de 2017


Referencias:
 
1 Joan Fontcuberta, El beso de Judas: Fotografía y verdad (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 2015), cap. EL ARTE DE LA AMNESIA.

2 Susan Sontag, Sobre la fotografía (Madrid: Alfaguara, 2007), cap. El mundo de la imagen.

3 Wladyslaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética (Madrid: Editorial Tecnos, 2001), 49.

4 Tatarkiewicz, Historia de seis ideas, 67.

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