jueves, 13 de agosto de 2020

Flamenco en tiempos de coronavirus

En el pueblo cantaba una artista local, Celia Romero, y decidí asistir al espectáculo. Interpreta un cante flamenco muy ortodoxo. Y yo no soy ningún entendido en flamenco -ni se trata de un estilo que me guste especialmente-. De hecho, lo que más me gusta de estos artistas es cuando hacen cualquier otra cosa que no sea flamenco: Camarón -La senda del tiempo-, Enrique Morente + Lagartija Nick, Niño de Elche, Tomasito... Me gusta cuando hacen música para el público -no sólo para otros músicos o expertos-. Cuando utilizan su conocimiento y su habilidad para realizar obras que pueden ser comprendidas y disfrutadas por cualquiera. Cuando llevan a la luz, de forma sublime, toda esa alquimia que han estado trabajando tan finamente en la oscuridad de sus laboratorios -tablaos-.


Celia Romero empezó a cantar... Y todo parecía muy encorsetado, dentro de la norma y los cánones. Como nosotros: allí sentados, en las gradas de cemento de la plaza de toros -a tomar por culo del escenario-. Cantaba Celia Romero pero podría ser María José Llergo, porque yo no distinguía nada desde allí. Distanciados, con mascarillas, embadurnados en gel hidroalcohólico... 

Unas personas con chaleco de la organización rondaban para que se cumplieran estrictamente las medidas de seguridad. La situación era realmente incómoda. Un tipo mayor increpó a uno de los vigilantes que no dejaba de amonestarlo: -Que me dejes en paz! Que voy a orinar! Pesao! Que soy viejo! Que soy extremeño! Que NO voy a fumar...

Foto del concierto. Tomada de la página de facebook del ayuntamiento de Herrera del Duque https://www.facebook.com/AyuntamientoHerreradelDuque/posts/3159689750786590
Foto del concierto. Tomada de la página de facebook del ayuntamiento de Herrera del Duque

 

Celia lo hacía muy bien, el equipo de sonido estaba perfectamente ajustado, la iluminación sobria y elegante, la gente permanecía callada, expectante, atenta... Una pena no poder estar cerca del escenario, porque aquello pedía inmersión y proximidad social.

 

Medio en serio, medio en broma, se me llena la boca diciendo -siempre que tengo la más mínima oportunidad- que Rosalía es una diosa. Es verdad que me gustan un puñado de sus canciones, ella es guapa, sensual y tiene un estilo atrevido y original. Si Rosalía es Kali -la diosa hindú de aspecto amenazante, destructora de la maldad y los demonios... o la ortodoxia flamenca-, Celia Romero podría perfectamente ser Palas Atenea -en su faceta de diosa de la habilidad, la estrategia, la sabiduría, la civilización, la belleza...-. Sí, allí, en el escenario, con su vestido largo y su gestualidad, era una diosa griega. Como si el Hada Azul la hubiese traído a la vida desde el frío y blanco mármol. 

Debe ser complejo controlar la voz para desplegar ese chorro y mantenerlo dentro de la tradición y la norma -sublimar lo que te pida el cuerpo-. Conozco muy someramente el flamenco, pero está siempre como conteniéndose, intentando no desatarse, pegado a lo profundo, lo trágico, lo bello... No deja mucho margen a la innovación, pero es verdad que contempla una gran variación -tiene un montón de palos y cantes-. Es seguro que pilotar y ser un buen profesional requiere de toda una vida. Hay mucha historia condensada, muchos recovecos... Celia es muy joven, pero ojalá tenga la oportunidad de desarrollarse, de experimentar, de jugar, de desplegar sus poderes de Diosa griega, de imponer su forma en un mundo de hombres -a menudo espatarrados- que inundan el panorama con soberbios chorros de voz y punteos de guitarra.

 

Después de Celia, cantó Miguel de Tena. Se le veía muy experimentado, se le notaba comodísimo en el escenario. Estaba dispuesto a lucirse y a hacer disfrutar al personal. Y lo hacía muy bien. Era como si estuviera recogiendo todo el aire de la comarca, concentrándolo en su interior, y proyectándolo en contundentes sonidos sobre el micrófono... Y el tío abría los enormes brazos! ¡Como queriendo abarcar más! 

Sí, era un profesional y tenía muchos admiradores entre el público. Él era la esencia del flamenco, el que fija la norma, el dios iracundo de los cristianos. Sólo echaba de menos no estar más cerca para apreciar su movimiento de piernas, porque taconeaba sentado en su silla pero, desde aquella altura y distancia, parecía algo ridículo -como si un potato estuviera moviendo las patillas- y seguro que era algo más elegante. 

 

Ojalá todo esto del distanciamiento, la higiene, el aislamiento... acaben pronto. Y volvamos a disfrutar de estas expresiones artísticas que piden cercanía. Y, cuando nos encontremos de nuevo a Celia sobre el escenario, se haya transformado completamente en Kali, en Atenea... en todas esas diosas que juegan con los sentimientos y pasiones humanas. Que nos transporte de la bahía de Cádiz al Castillo de Herrera -o donde le dé la gana-, pasando por la risa, el llanto, la rabia... Que nos deje otra vez sin pelos, que nos queden sólo escarpias.