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martes, 15 de enero de 2019

El peso de los años, Interstellar y la conquista de nuevos espacios

No sé si será el invierno, la Navidad o, simplemente, el peso de los años. Pero creo que nunca había planeado llegar tan lejos, vivir tanto tiempo... 
Cuando era joven solo quería ir superando los diferentes hitos: el carnet de conducir, la carrera, el trabajo... Nunca me hubiese planteado que el recorrido tuviera un final, que hubiera que acomodarse en algún lugar, parapetarse y esquivar las balas. Hasta que el cansancio y la enfermedad me arrebatasen la vida.

Al reparar a mi alrededor, veo cómo las personas van envejeciendo. Esas personas que siempre habían sido valientes, fuertes, decididas... se van achantando y se me antojan débiles, quebradizas... Lo veo sobre todo en mi familia más cercana: madre, padre, abuela, tías, tíos, suegros... Se van retirando y van dejando enormes espacios vacíos. Y uno no sabe qué actitud tomar, porque siempre se ha visto apremiado a ir abriendo sus propios caminos por otros derroteros -ni mejores ni peores, simplemente intentando acomodarse a las estrecheces de la sociedad-.
No son solo los espacios vacíos, es el vacío existencial, ese que se abre al tomar consciencia de que las luchas de toda una vida acaban reducidas a un cuerpo marchito y solo, sentado en el brasero, engullendo televisión y ruidosas tertulias de radio. Como si todo fuera un gran sinsentido, una broma macabra.

En el mundo de los vivos en activo todo es más colorido, más animado: gente haciendo cosas, viajando, divirtiéndose, consumiendo, construyendo, buscando financiación, haciendo deporte... Sometidos a extrañas situaciones con el único fin de sentirse vivos.

Cuando miro a nuestras hijas, tan pequeñas, con todo por hacer, todo por aprender... con su estúpida ilusión por las cosas más absurdas y su asombro ante muchas de las situaciones que para nosotros son casi cotidianas...
La verdad que, con su vitalidad, me alegran el corazón. Pero también me asaltan el miedo y la inseguridad. Porque uno sabe que el mundo que habitamos es profundamente injusto, que está lleno de depredadores, de plásticos, contaminación...
Pronto empezarán a abrirse paso en la jungla de la sociedad, buscaran sus lugares, recompensas y métodos para sentirse vivas. Y yo no podré darles ningún consejo más allá de: -No os quedéis al margen, manteneos en la cresta de la ola y... sálvese el que pueda.

Collage: Sophia y yo.

Bajo estas premisas existencialistas me lancé a ver la película Interstellar: una distopía futurista en la que la humanidad se habría cargado el planeta, haciendo casi imposible la vida en el mismo. Y, donde unos pocos elegidos -ingenieros y científicos de la NASA-, se habían lanzado a buscar alternativas habitables fuera de la Tierra.
El tiempo y el espacio se pliegan en el film para decirnos que: en la tecnología está la salvación, que, a pesar de nosotros, conseguiremos sobrevivir en otros mundos posibles. Y lo haremos incrementando nuestra fuerza e inteligencia hasta unos niveles que hoy día no alcanzamos a comprender -como las diferentes teorías sobre el espacio exterior que se exponen durante todo el desarrollo de la película-.

Lejos nos quedan ya las historias de conquistadores, colonos y náufragos que se arrojaban al mar a descubrir nuevos mundos -Robinson Crusoe, Darwin, Pizarro...- Exploradores de nuevas culturas y ecosistemas que les revelaran las claves de la existencia -o los preceptos para llevar una vida en armonía y felicidad en este nuestro planeta-.
Mayor trascendencia -en cuanto que marcaron el espíritu colonialista de siglos posteriores- tuvieron los que preferían arrebatar tesoros, y encontrar una fama y gloria que les fuese dado disfrutar en sus lugares de origen.
Aventuras, todas ellas, que acabaron sometiendo cualquier descubrimiento a la lógica de dominación de los mercados.

Pero la tendencia de arrojarse al espacio infinito -o al ancho mar- no ha cesado: ahora lo hacen conquistadores y colonizadores del sur, en frágiles embarcaciones, huyendo de las hambrunas y las guerras -como los astronautas de Interstellar-. Buscando la felicidad y la estabilidad que les arrebataron los comerciantes europeos y otros traficantes de sueños.


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Quizá la vida no sea tan larga, quizá debiéramos vivir 500 años o más. Sólo para tomar consciencia. Para cansarnos, aburrirnos y atisbar qué es lo verdaderamente importante. Echar un paso atrás y tomar el camino de la sostenibilidad, de lo bello, lo amable, divertido, compartido...  Llegar a viejos y decir a nuestras hijas: -Disfrutad, aquí estaréis bien.


sábado, 17 de marzo de 2007

Valiente

"¡Qué valiente es la vida! Y qué cobarde soy yo, que por no asesinar, me estoy matando yo." "Javier Corcobado"

Los días duros y deprimentes son los mejores para escribir, son los más llenos de contrastes. El resto del tiempo lo pasas, sin pena ni gloria, atareado en insignifacntes quehaceres. ¿Qué desencadena un día gris? A veces el clima, otras una imagen, un hecho, una palabra... Hoy, no sé cuál fue el detonante, probablemente el impacto con la realidad, con una realidad distinta a la de mi día a día. La impotencia, el sentirse fuera de lugar, el recapacitar sobre el sinsentido de cada acto, la miseria del mundo... Siempre la misma cadena de pensamientos, que lleva al dolor profundo, al dolor sin solución.
¡Pero ya no queremos más dolor! ¡Queremos sentirnos bien! ¡A que sí, amiguitos! ¿Os venís a jugar un rato, conmigo?

A veces digo que lloro, otras me río, pero la mayor parte del tiempo: odio. Odio a los que dan su opinión, y a los que se quedan paralizados esperando que otro levante la voz por ellos. Odio a los que están quietos y a los que se mueven demasiado. Odio a los que hablan siempre a gritos y acechan la mínima oportunidad para rebatir tus argumentos. Odio a las personas que es imposible escucharles una opinión. Odio a los políticos de derechas, sobre cualquiera de los demás. Odio a esos magnánimos, veladores del bienestar general, que guardan para sí secretos de Estado, preservando a la población de un terrible impacto. Odio a todo aquel que hace de la población un niño mimado al que hay que proteger de los males que lo acechan. Odio que quien menos sabe, me diga lo que tengo que hacer. Odio al que le falta educación, y al listillo que cree tener demasiada. Odio la moral que dice actuar en pro del bien común.

¡Basta! ¡Basta, digo! De sustituir Religión por adicción.