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miércoles, 19 de enero de 2022

Husserl contra el darwinismo

Husserl maneja conceptos muy interesantes -y muy abstractos también-. Ocurre en muchas obras filosóficas: que nos cuesta encontrar la forma de aplicar esos conceptos a nuestro mundo vivido. Al tratarse de estructuras tan generales, pareciera que encajan en todo y que no encajan en nada. Husserl dedica muchas páginas al intento de acotar los términos y, a medida que avanzas en la lectura, crees ir comprendiendo... Pero cuando intentas aplicar a un ejemplo concreto... sientes como el agua se escurre entre los dedos. 

Quizá sea cierto defecto de mi formación tecno-científica, en la que las fórmulas y teorías siempre salen de datos concretos: se toman medidas de campo y, luego, se trata de obtener la ecuación por medio de aproximaciones matemáticas. Finalmente se coge la fórmula, se aplica a nuevos datos y, si encaja... ¡Voilá! Hemos acertado.

Husserl era crítico con la racionalidad científica. Pero no porque fuese un magufo, o una persona religiosa. Él estaba convencido de que la ciencia es la única herramienta que tenemos para conocer de forma precisa la realidad y prepararnos para afrontar acontecimientos futuros.

Lo perverso de la racionalidad científica radica en que se aplica a todos los ámbitos. Estamos continuamente calculando, matematizando, intentando acertar en nuestras predicciones, tratando de tomar las mejores decisiones. Incrementar nuestro nivel de consumo, hacerlo sostenible... Eso en la esfera privada. Pero es que en la esfera pública es aún peor: no hay decisión política que pueda tomarse sin cuantificar económicamente su impacto. Tanto si se trata de atajar una pandemia como de potenciar la cultura. Todo se mide en presupuestos o en los costos -sanitarios, de educación, control...- que tendría no llevar a cabo la acción. 

Siendo más precisos, lo que ocurre previamente a la aplicación de la racionalidad científica a toda realidad, es una simplificación e interpretación matemática en términos económicos de la realidad -social, política, histórica..-. Una vez tenemos una realidad cuantificable es posible operar con ella en términos matemáticos. Lejos quedan ya las racionalidades religiosas, místicas o políticas. Lo que nos queda es una realidad mecánica, mediatizada por complejas fórmulas y protocolos que sólo los elegidos -expertos- pueden manejar.

Husserl intenta encontrar otras formas de lidiar con la realidad. Las realidades científicas están ahí, no es necesario negarlas. Pero también es cierto que la mayor parte del tiempo vivimos de espaldas a ellas. No nos importa si un bolígrafo está compuesto de átomos o si, para fabricar la tinta, se utilizan tales o cuales procesos químicos. Podemos dejar eso entre paréntesis -como si fuera caja negra- y centrarnos en lo que nos interesa, en "las cosas mismas": que el bolígrafo lo utilizamos para escribir. La realidad científica es sólo una más de las realidades del bolígrafo. 

Así que, puede parecer un error aplicar los razonamientos científicos a los asuntos humanos, donde la realidad se construye desde diferentes subjetividades, donde la realidad científica es sólo el trasfondo, que se da por hecho y pasa desapercibido. 

 

A menudo,  la racionalidad científica se nos presenta como objetiva, real, al margen de todo deseo o anhelo. Pero el campo de lo humano está constituido sobre subjetividades y deseos -individuales o de grupo-. Y, cuando se aplica la racionalidad científica a un campo que no le corresponde, se suele hacer dirigida por cierta subjetividad para someter al resto.

 

Cuando Darwin publica "El origen de las especies", en 1859, muchos -incluido el propio Darwin- se lanzaron a extrapolar la interpretación de los datos observados por la zoología a las sociedades humanas. Podríamos decir que se trataba de aplicar esa racionalidad científica también a lo social. 

Darwin era Inglés y, cuando publicó su libro, ya estaba bien avanzada la revolución industrial. Llevaba tiempo observando las enormes masas de obreros hacinados en las ciudades y fábricas, mientras las clases adineradas concentraban más y más riqueza, a la par que arrebataban el poder a la antigua nobleza. Entre estas clases altas de la sociedad victoriana se habían acogido con entusiasmo las ideas de libre mercado de Adam Smith y los análisis poblacionales de Malthus. Con estos antecedentes, el Darwinismo, desarrolló su concepto de evolución como consecuencia de una lucha despiadada entre las especies -al igual que los humanos luchaban por la supervivencia en las urbes-. De ahí se derivaron algunas corrientes sociales y morales que trataban de naturalizar la miseria y justificar a los ricos y poderosos como los más aptos.

Si miramos a la naturaleza, nos puede parecer cruel y despiadada en muchas ocasiones, pero la mayor parte del tiempo la observamos como algo armonioso, interdependiente, donde se escenifican numerosas relaciones de apoyo mutuo y donde la selección de los más aptos no apunta tanto a los más violentos, fuertes o astutos, como a los que cuentan con más "amigos", son capaces de adaptarse mejor a las épocas de escasez, o afrontar los diferentes contratiempos ambientales. Esta era la visión de científicos rusos como Kropotkin. Científicos que habitaban un extenso territorio, prácticamente vacío, con frecuentes inclemencias meteorológicas, escasamente industrializado, con gran parte de la población en territorios rurales... Así que les costó encontrar ejemplos de esa escasez y lucha malthusianas que Darwin había incluido en sus teorías.

La interpretación que hizo Darwin de sus observaciones tenía un sesgo ideológico. Y se utilizó por esa ideología para justificarse a sí misma. 

Algo así ocurre con la ciencia actual, financiada por el capital para desarrollar tecnología que aumente ese mismo capital. Y, en tanto la ciencia se alza como el único saber verdadero, reviste a su socio -el capital- de ese halo de determinismo y repetibilidad -que son los objetos de estudio de la ciencia- y nos convence de que el mundo es así y no puede ser de otra manera, nos somete a su yugo mientras devalúa el resto de saberes -justo los que deberían guiarnos en el ámbito de lo elegible-.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Purificadores de aire con filtros HEPA en las aulas: ¿Sí? ¿No? ¿Ninguna de las anteriores?

Hace un par de semanas se comentó en el cole la posibilidad de poner purificadores de aire con filtros HEPA en las aulas. Soy miembro de AMPA del cole, me he implicado en el tema, así que, he pasado un tiempo buscando información sobre qué carajos era eso, su utilidad y sus precios.

Creo ya tener una opinión bastante bien formada sobre esos "filtros HEPA". La verdad que me parecen útiles. Seguramente lo son: por eso se emplean en quirófanos y en aviones. ¿Por qué se oponen todas las administraciones y expertos a incluirlos en los colegios? Básicamente porque son muy caros y, en principio, sólo van a resultar útiles mientras haga frío durante este curso del Coronavirus. El resto del año se pueden abrir puertas y ventanas -sin miedo ninguno- porque ya no hace frío. Y la ventilación de los espacios cerrados es mucho más eficiente que esos filtros.

Clases al aire libre en los Países Bajos con alumnos envueltos con abrigos y mantas en 1918. / Nationaal Archief. Imagen extraída de Guía para expulsar al coronavirus de las aulas (Maldita.es)

En algunos coles, padres y madres se han puesto de acuerdo y han comprado los aparatos para las clases de sus hijos. En nuestro cole también se ha planteado la posibilidad. No sé si se llevará a cabo. Estamos pendientes de que nos hagan llegar presupuestos y ver qué cantidad tendría que aportar cada familia. Veo difícil que prospere el asunto, sin el apoyo económico de ninguna administración pública.

El nuestro es un cole de pueblo, el único en la localidad. Aquí convive gente que tiene una piscina en el jardín, dos o tres coches y un apartamento en la playa, con gente que sobrevive prácticamente a base de subvenciones, ayudas y economía sumergida. No es lo mismo pedirle 50 o 60 euros a una familia que a la otra. 

Así que, sí: las aulas serían más confortables y seguras con unos purificadores de aire que reunieran las especificaciones técnicas recomendadas por las administraciones en los diferentes documentos que han elaborado para mantener una calidad óptima en los espacios cerrados.

Pero, en nuestras sociedades actuales, todo tiene un precio. También la salud, el confort e, incluso, la educación. Y, ese precio, no siempre está al alcance de todos. Por eso existen las clases sociales, los coles y la sanidad privadas.

Por eso hay gente que utiliza todoterrenos de gran cilindrada para llevar a los niños al cole los días de lluvia, mientras otros andan remendando paraguas. Por eso hay gente que puede quemar 3000 o 4000 litros de gasoil para mantener caliente su casa durante el invierno, mientras otros ponen tumbada la bombona de butano -para arañarle unas horas más al brasero-.

Gráfico extraído de https://www.ciencia.gob.es/stfls/MICINN/Ministerio/FICHEROS/version3_de_la_guia_actualizada_10_de_noviembre_de_2020.pdf

El escenario más seguro sería que los niños permanecieran en sus casas encerrados, asistiendo a clase telemáticamente. Menos seguro sería que dieran clase al aire libre, en medio de la Dehesa. Menos seguro aún, meterlos en un edificio cerrado... Y así, poco a poco, se pone en riesgo la salud a costa de otros beneficios. Algunos pueden reducir los riesgos comprando purificadores de aire y, otros, abriendo ventanas y abrigando mucho a los niños.

Por eso me hace mucha gracia cuando la gente comenta que los políticos, o los altos cargos de empresas, cobran mucho porque tienen grandes responsabilidades y asumen muchos riesgos. Cuando resulta obvio que los que asumen más riesgos son siempre los mismos: los que menos tienen. Los que se juegan la vida poniendo tumbada la bombona de butano, los que hipotecan su casa para levantar un pequeño negocio, o los que no les queda más remedio que llevar a sus hijos a unos servicios públicos cada vez más exiguos.

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Para mí, una de las cosas que ha puesto de manifiesto esta pandemia es que vivimos en una sociedad absolutamente desigual, donde hay unos pocos que no están dispuestos a ceder ni uno solo de sus privilegios. Y que, nuestros Estados, son básicamente una herramienta de control que no tienen la más mínima capacidad para atender las necesidades de su población.

Quizá, lo más sangrante fueron los primeros meses: con las discusiones de "mascarilla sí" o "mascarilla no". Inicialmente no eran necesarias, era algo opcional, porque los Estados no podían garantizar el abastecimiento a toda la población. Incluso llegaron a pagarse precios absurdos por ellas. No sé, quizá habría que valorar nuestros modelos de Estado -y la forma en que participamos en ellos-, cuando estos no tienen la capacidad ni de fabricar unas simples mascarillas. Sólo sacar policías y militares a patrullar las calles.


Algunos enlaces de interés

Un salón, un bar y una clase: así contagia el coronavirus en el aire --> Artículo que explica de forma gráfica cómo se contagia el Coronavirus a través del aire

VENTILACIÓN AULAS. Los padres ven con preocupación la llegada del frío --> Artículo generalista sobre las preocupaciones de padres y madres por la llegada del frío y la ventilación

Documentos del CSIC con recomendaciones sobre la ventilación en las aulas:

Servicios de Salud y Riesgos Laborales de Centros Educativos --> Documentación de la Junta de Extremadura sobre prevención de contagios del Coronavirus en centros educativos

jueves, 1 de octubre de 2020

¿La cultura ha fracasado? ¡Viva la muerte? ¡Muera la inteligencia???

El antisemitismo nazi durante la Segunda Guerra Mundial dejó una mancha de repugnante vergüenza en la conciencia de nuestras sociedades occidentales. Estábamos en la cumbre de la cultura, la técnica, la ciencia... Y, sin embargo, fuimos capaces de cometer aquellas atrocidades. 

Lo peor es que no parece hayamos quedado vacunados por la experiencia. En Europa siguen proliferando los partidos de corte xenófobo y ultranacionalista. En España tenemos a vox, un partido con un discurso bastante agresivo y simplista, que se basa en la idea de: los españoles primero... Pero no cualquier español, sino los españoles normales: los de la capital y la meseta, los que hablan bien el castellano, preferiblemente hombres, católicos, monárquicos, heteroxesuales... mejor si son ricos... Pero también atraen al votante pobre con la idea de que, expulsando a los extranjeros -inmigrantes-, habrá trabajo y dinero a espuertas para todos. 

Casi 4 millones de votos tuvo en las últimas elecciones. En este país siempre ha habido nostálgicos del militar golpista que gobernó España con mano firme durante casi 40 años. Yo siempre los había visto como gente rancia -pijos de otra época-, o bien, gente a la que la broma se les había ido de las manos -ese gustillo que tienen muchos por decir burradas para escandalizar al personal-. El problema es que esas burradas siguen estando en las instituciones, tienen voz y tienen poder.

Tweet publicado por el líder de vox, el día que se cumplían 100 años del surgimiento de la legión (el borbón, felipe VI, nunca fue legionario)
 

Los de vox utilizan una estética y una pose militarista. Algo así como si fueran señores feudales dispuestos a embarcarse en la conquista de América o en una cruzada contra los moros. Aunque, realmente, sólo son charlatanes, hacen política: hablan, presentan leyes, mociones de censura... Y, la verdad, la política española es bastante chabacana. Parecida a los combates de Pressing Catch. Puro teatro para proyectar imágenes simples que puedan despertar afinidades entre los electores.

 

Recuerdo que Pablo Iglesias -o cualquiera de los impulsores de Podemos- tenía un discurso muy sólido y valiente, antes de que su partido entrara en las instituciones. Luego todo eso cambió. Ahora sólo dice bobadas, perogrulladas, consignas simples. Evasivas o, bien, confrontamientos dialécticos. La política exige simpleza, rebajar el nivel intelectual para adaptar el discurso a las masas que observan distraídas. Militar, repetir insistentemente las consignas hasta que calen. Con todo y eso, hay grados. Y, aunque hay partidos que reducen más que otros, al final, ese tener que moverse en el marco de la legalidad, lo políticamente correcto, lo práctico, lo apto para todos los públicos... conducen al discurso binario del "estás conmigo o estás contra mí" -la confrontación-.


Por ejemplo, vox utiliza el concepto difuso de nacionalismo, para construir una cierta idea de hombre normal -varón, blanco, católico, promilitar, castellano parlante- contrapuesto a lo otro -las personas que ocupan las peores posiciones en la escala social: inmigrantes, mujeres, minorías étnicas, pobres...-. Suele ocurrir que, las personas que llamamos inmigrantes, acumulan todos esos roles. Así que, el discurso de vox, no es más que una forma de defender la desigualdad. Una desigualdad que es más bien una forma de opresión, ya que todos esos inmigrantes realizan los trabajos más duros y arriesgados de nuestras sociedades, sin ningún tipo de protección: jornaleros del campo, cuidadoras de personas dependientes, prostitutas, comerciantes de droga, trabajadoras del hogar... y, en general, la mayoría de trabajos que han de realizarse al margen de la ley.

También, cuando denigran lo "progre", o niegan la necesidad del feminismo, están defendiendo los intereses de esa "su normalidad". En nuestras sociedades occidentales salta a la vista que, aunque en un plano legal, la mujer pueda tener los mismos derechos y deberes que el hombre, no ocurre así en el plano social. La mujer continúa asumiendo el rol de ama del hogar, responsable de los cuidados y la educación de lx niñxs, es la que debe estar siempre guapa y arreglada, la que debe permanecer casta y sobria... Es verdad que lo único que obliga a asumir esos roles es la presión social. Y, aunque no sepamos muy bien en que unidades medir esa "presión social", lo cierto es que existe, y genera situaciones de estrés y sometimiento sobre las mujeres. Sometimiento que se proyecta también en los múltiples feminicidios  que ocurren cada año -el hombre se siente dueño y señor, el que controla la violencia y el que está en plenas facultades para ejercerla-. 

La derecha ofendidita siempre dice que no todos los hombres son maltratadores. Y tiene razón. Pero continúan existiendo costumbres arraigadas en bajos instintos, que encuentran nichos sociales en los que se refuerzan y acaban cebándose contra todos esos otros excluidos de la norma. Se puede estar en desacuerdo en cómo se afronta ese problema de forma práctica. Pero negar el problema, desde mi humilde opinión, es un error.

Quizá los feminicidios sean sólo la punta de un iceberg que se levanta sobre la industria del porno, la prostitución, las agresiones a inmigrantes, la ilegalización de colectivos, el acoso infantil... Vamos, que persisten un montón de actitudes que utilizan al otro como un medio, como un cuerpo sobre el que infligir dolor, sobre el que proyectar deseo u odio, o con el que comerciar como objeto de mercado.


Solemos pensar que la norma es lo más común, lo mayoritario. Pero ya hay muchos pensadores que nos advierten de que la norma es más bien algo raro. Algo que se fija con violencia y cuyo único objetivo es mantener ciertos privilegios. Aunque se trate de un privilegio tan estúpido como: -Yo me voy a jugar al paddle mientras tú haces los recados -y de paso te compras algo bonito para ti. Guapa!-. O tan macabro como: -Yo te esclavizo, te mato y te robo porque no hablas mi idioma, tienes la piel de color y la ciencia me ampara argumentando que perteneces a una raza inferior.  

-Sí, pero mira los dirigentes de Podemos: ahí, viviendo de puta madre a costa de decir que trabajan para las clases más desfavorecidas. Es verdad que Podemos parece sólo desear el poder, o que sólo le interesa la fama, la riqueza e inflar su ego. Eso es algo que tienen en común todos los dirigentes de los partidos y, en general, cualquiera que se alza en representante de los demás -y es algo sobre lo que siempre hay que estar alerta-. Pero el discurso de Podemos no es el de la explotación y el privilegio, como sí lo es el de vox. Y si vox fuese consecuente con su discurso, se vería obligado a utilizar la violencia contra toda esa otredad que tiene claramente identificada. Un tipo de violencia que iría en la línea de la ya implantada en muchos ámbitos del país y de Europa: vallas y alambradas para blindar fronteras, campos de refugiados, Centros de Internamiento de Extranjeros...  Ahora, con la COVID-19, vemos también como se aplican medidas policiales y de control más severas en los barrios de menor renta -donde las personas viven más hacinadas y tienen mayor dificultad para acceder a los servicios públicos de asistencia-. También hemos asistido en los últimos años a represión de ciertas manifestaciones culturales -Valtònyc, los titiriteros, Strawberry, Willy Toledo...- así como de los intentos de vincular una cierta identidad cultural con una legalidad -como ocurrió con la declaración de independencia de Catalunya-. La normalidad ataca con violencia cualquier intento de disidencia, justo porque se sabe que de "normalidad" no tiene nada.


Cuanto más simplista es el discurso de un partido, más insulsa y vacía es la apariencia de sus miembros. Así, la estética de los dirigentes de vox es la de gente que no le preocupa lo más mínimo las manifestaciones culturales o artísticas, salvo aquellas que sirven a sus intereses políticos o económicos. Una especie de zoquetes que no se van a dejar seducir por los cantos de sirena de "lo progre". No les interesa si la pintura ha evolucionado a través del expresionismo, la abstracción, el surrealismo... Ellos siguen fascinados con los retratos de reyes y el brillo del oro.

Así que, existen ciertos sectores de la sociedad que viven totalmente al margen de la cultura -del arte, la ciencia, la filosofía...- Y sólo les importa la simplicidad de sus consignas -para manejar grandes masas de gente, demasiado ocupadas en resolver los problemas que los apremian-. No es la cultura lo que ha fracasado, son la política, la desigual distribución del trabajo y la riqueza, o las formas de consumo compulsivo las que embrutecen a la humanidad y permiten que amplios sectores de la sociedad vivan de espaldas a la cultura.

La abolición de las clases sociales, o la restauración de los valores católicos europeos, están muy bien como marco teórico, o como medios para conseguir fines más elevados. Se pueden discutir, aprobar o reprobar. Pero, cuando llevar a la práctica esas teorías implica cualquier forma de violencia, debería hacernos sospechar que lo único que pretendemos es alzarnos en nueva normalidad, a costa de la explotación de otros.


En la película "Mientras dure la guerra", en el personaje de Unamuno, queda muy bien reflejado este problema de la cultura. Unamuno es un intelectual que añora los antiguos valores europeos y cristianos. Y, en un inicio, se posiciona a favor del levantamiento militar y en contra del gobierno de la república. Pero no tarda en darse cuenta del carácter violento del levantamiento. Una violencia especialmente encarnada en la persona de millán astray al grito de ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!

Pintada vista en Dublín - Enero de 2020


domingo, 14 de junio de 2020

La escuela: de la educación libre al trauma social

Una de las cosas más difíciles de llevar durante el confinamiento ha sido la supresión de las clases presenciales en los colegios. De golpe y porrazo, las niñas se quedaron todo el día metidas en casa y nos vimos obligados a hacer de maestros, para conseguir que completasen las tareas que les llegaban -y les siguen llegando- del cole.
Yo ya trabajaba desde casa, pero el tiempo de trabajo lo dedico al trabajo. Así que, para atender a las niñas, hay que alargar las jornadas, tirar de abuelos, enchufarlas a las pantallas...

De la etapa de colegio cada uno cuenta su experiencia. Muchas veces, de corte más bien traumático: bullying, profesores y profesoras que se les iba la mano con facilidad, castigos, riñas...
Claro que, también hay quien forjó su grupo de amigos a base de compartir estas experiencias escolares. O para quienes podía suponer un espacio de libertad -cuando sufrían situaciones de violencia en su entorno familiar-.

Yo, la verdad, recuerdo esa etapa bastante gris. Y recuerdo muy poquito -supongo que he preferido olvidarla, enterrarla en el subconsciente-.
Ahora, al afrontar los deberes con la mayor de mis hijas... Es como si reviviera aquello: las cuentas, la caligrafía, dictados, ortografía... Sus cuadernos tienen más colores y dibujos que los míos, pero sigue siendo lo mismo.
Más que despertar el interés por el conocimiento, pareciera una forma de mantener ocupados a los chavales en tareas que consideramos buenas -o que el propio sistema educativo estima útiles para seguir avanzando dentro del mismo-. Quizá, habría que preguntarse ¿Son buenas? Y, si lo son ¿Exactamente para quién o qué son buenas?

Yo no tengo consciencia de haber aprendido nada en el colegio. Recuerdo que por aquel entonces me gustaban mucho los animales: recuerdo que me encantaba leer libros de esos que venían con mogollón de ilustraciones y se hablaba del animal más alto -la jirafa-, el más grande -la ballena azul-... Pero era algo que hacía al margen del colegio. Supongo que los libros de ciencias naturales del cole eran un tostón -seguro que lo eran, porque he visto los de mi hija y son un tostón, no responden a una posible inquietud, sino a un conocimiento enciclopédico cercenado, adaptado-. También me gustaban los comics, cierto tipo de experimentos, manualidades...

Cuando nos ponemos a hacer los deberes, la mayoría de las veces, resulta un suplicio para nuestra hija y, para nosotros, supone un ejercicio continuo de autocontrol -es muy fácil perder la paciencia-.
Lo peor de todo es ser consciente de estar repitiendo la historia, haciendo todo aquello que habíamos odiado toda la puta vida: castrar al niño, entrenarlo para que trabaje, para que aprenda a aprobar los exámenes, para que tenga posibilidades de encajar en una buena posición de la pirámide social -o en las diferentes categorías del funcionariado-.

Con esta situación, uno se se pregunta si el cole no presencial tiene algún sentido. O, si, por el contrario, no sería mejor dejarlo desaparecer y destinar todos esos recursos a otros servicios y actividades más útiles. Por ejemplo: alargar las bajas de paternidad y maternidad para que las familias se hagan responsables verdaderamente de la educación de sus hijos.
Porque, justo los aspectos que valoramos más de los colegios, son: que los niños se relacionen con otros niños y adultos, mientras a los padres y madres se nos libera, durante ese lapso de tiempo, de sus cuidados -para poder atender nuestras obligaciones laborales-.

Los muy ricos -o aspirantes a serlo- ya saben que una de las cosas más importantes es que sus hijos se relacionen con otros ricos. Es por eso que los envían a coles privados -o el cole público de su barrio pijo- donde, además, aprenden el tipo de habilidades y creencias que les serán útiles para desenvolverse en esas capas sociales: idiomas -fundamentalmente- y soberbia -seguridad en ellos mismos-... Nada que tenga que ver con el esfuerzo, sino con normalizar el privilegio.

La educación pública es una suerte de alfabetización de los trabajadores. Un lugar para la disciplina. Aprender los rudimentos del deber en la sociedad y... Sálvese el que pueda.
Afortunadamente, esto parece estar cambiando -al menos en el discurso docente- que adopta muchas de las ideas de la educación libre -libertaria-: se hace mayor hincapié en las emociones, los diferentes tipos de inteligencia, la atención a la diversidad, la integración, tolerancia, el aprender haciendo, por proyectos, lo colaborativo, la autonomía ... Y se va restando importancia a los contenidos curriculares.
Es un proceso que, si bien en lo teórico está muy avanzado, en su aplicación práctica sigue en pañales.
La escuela, como institución planificada desde los Estados, de forma vertical, monolítica, sigue lastrando toda su tradición disciplinaria, clasificatoria y uniformadora.
Un profe debe conseguir -utilizando el premio y el castigo- que un grupo numeroso de alumnos -de la misma edad- alcancen los objetivos marcados por ley. En la medida en que consiga esos objetivos, será un buen o mal docente.

En los cursos inferiores podemos observar más fácilmente la realización efectiva del tipo de educación libre -predicada en la teoría-. Y, a medida que la educación se convierte en obligatoria, empieza a adquirir ese carácter fascista -disciplinario y uniformador-.

Quizá nos iría mejor con colegios que fuesen centros lúdicos: con animadores socioculturales -en lugar de maestros y profesores encargados de hacer  estudiar a los alumnos-. Crear espacios tutorizados en un ambiente lúdico y estimulante. Seguramente aprenderían más y, quizá, en el futuro conseguirían interesarse realmente por la cultura o el conocimiento, y no los verían como una carga, como el obstáculo a superar para conseguir un buen sueldo.

En las últimas décadas, ha proliferado el discurso del profe chachiguay que motiva a sus alumnos y sus múltiples inteligencias, consiguiendo que alcancen sus objetivos de forma divertida, casi sin que se den cuenta. Y está bien, es mejor que hacerlo a base de gritos y golpes.
También se suele aludir a la educación como la gran esperanza de futuro de la humanidad, con la potencialidad para crear ciudadanos libres y creativos, capaces de proyectar un mundo mejor.
Curiosamente, con los diferentes tipos de policía también se ha dado un giro similar en el discurso: -Están para ayudarnos, defendernos de los malos, son amables y cercanos, garantizan la paz social... Aunque, claro, luego, en los momentos críticos, nos apalean en las manifestaciones y los desahucios -o nos oprimen hasta dejarnos sin aliento-. Así que, en la práctica, acaban siendo lo que siempre han sido: cuerpos al servicio de los que ostentan el poder y de los propietarios, con la misión de mantener a raya a las masas o los excluidos.
Con los profes pasa un poco lo mismo: llegado el momento, el sistema les exige mantener los alumnos dentro de unos límites: asignarles un número -nota- que limite sus posibilidades.

Hay una violencia inherente al sistema que se reproduce verticalmente. Y parece que, cada uno en su escala, encontramos cierta satisfacción ejerciéndola.

Que la educación pública, universal y gratuita es un gran logro de nuestras sociedades, es algo indudable, ya que concede a las clases más desfavorecidas alguna posibilidad de escalar en la pirámide social.
Creo que, sobre todo en los primeros años de democracia, se tenían grandes esperanzas en la educación pública como transformadora de la sociedad: para convertirla en algo más libre, menos represivo, abandonar el blanco y negro para sumergirla en un universo de música y color. Abandonar definitivamente el lema "la letra, con sangre entra".
Pero ahora, vemos cómo la educación superior se va transformando, cada vez más, en una mercancía, sometida a las necesidades fluctuantes de los mercados. Mientras la educación obligatoria se debate entre: preparar a los alumnos para ese mercado de la mano de obra formada, o bien, adscribir a los alumnos en la cultura del trabajo y el esfuerzo y entrenarlos para adquirir el tipo de conocimientos y habilidades que se exigen en los exámenes de oposición. Al tiempo, la desigualdad económica produce guetos, o bien traslada a los colegios el problema una atención a la diversidad que los desborda absolutamente.

En ese debate, entre entregarse a la mercancía o administrar la disciplina de Estado -para conseguir personas que se inserten de forma natural en el sistema, también como excluidos y deshechos-, se ha perdido por completo el objetivo de formar ciudadanos libres, o construir una sociedad mejor. De alguna manera, la educación ha perdido todo potencial transformador y ha reforzado su misión disciplinaria y de control.

Durante las primeras semanas de confinamiento, numerosos profesores alzaban la voz contra la excesiva burocracia que se les exigía. El sistema educativo no podía parar y se les administraba la misma medicina que ellos después administrarían a los alumnos.
Las familias se quejaban también de la excesiva carga de trabajo procedente de los colegios, mientras debían atender, simultáneamente, sus propios deberes.
No sé si Deleuze y Guattary identificarían eso como una respuesta esquizofrénica. Lo cierto es que, en esos días, parecía haber una pugna por determinar qué trabajos resultaban imprescindibles -y debían seguir siendo retribuidos- y cuales eran meramente accesorios, prescindibles -y se les podía suspender el salario-. La educación es un derecho universal, obligatorio, así que había que mantenerse ocupados: profesores, alumnos, padres... Todo el mundo ocupado sin producir nada... sólo traumas.

Terremoto (Earthquake), 2003. Tetsuya Ishida. Imagen extraída de Christie's


Mientras, sobre la atmósfera comenzaba a condensarse la idea de una nueva educación más eficiente, a distancia, mediatizada por la tecnología... Una escuela más alejada de su estructura física disciplinaria para acercarse a otras más acordes a las estructuras de control actuales -tal como las describiera Focault-.
Una escuela sin alumnos ni profesores -el factor humano que tanto molesta en los procesos de automatización actuales-. Como esta medicina preventiva, sin enfermos ni médicos, que hemos aplicado para resolver la crisis del Coronavirus. Todo avalado por la evidencia científica y el control tecnológico y estadístico.

-¡Oye tío! Estamos montando una plataforma para dar clases 100% online.
-¡Qué guay tron!
-Sí! Es para niños de primaria. Va a ser la polla!: con vídeos, juegos interactivos, pruebas evaluativas... Los chavales sólo necesitan un ordenador de escritorio y una WebCam de esas tan chulas que ha sacado Pears. Con la cámara controlamos sus movimientos y lo que escribe en el cuaderno. Además, la plataforma está conectada mediante una aplicación móvil con los padres -para avisarles en caso de que necesiten intervenir-. Y, al final de la sesión, se envía un reporte a las familias con lo que han hecho sus hijos ese día.
-Mola! Pero los chavales necesitan el contacto con sus compis. Ya sabes: hacer amigos, jugar...
-Sí! Eso también lo tenemos pensado. Hay muchas actividades y juegos colaborativos. Los chavales pueden interactuar entre ellos. Rollo WOW o Second Life. Segmentamos los alumnos por grupos de afinidad y nivel. En las pruebas que hemos realizado, los más aventajados, son capaces de completar 3 cursos en un año!!
-¡Qué pasote! Y ¿Los más rezagados?
-Bueno, como ahora, se van quedando atrás, salen del sistema... Carne de ETT.
-Vaya...
-Pero eso es lo de menos. Con nuestro sistema, un profesor puede gestionar, desde casa y sin mucho esfuerzo, unos 300 alumnos de primaria. ¡Imagínate a dónde podemos llegar con alumnos de mayor edad! Supondrá un ahorro enorme para los estados. Todo ese dineral invertido en personal docente, edificios, burocracia administrativa, desplazamientos... Se podrá destinar a mejorar la sanidad, programas de investigación, pensiones dignas...
-¿Estáis buscando desarrolladores?
-¡Claro tío! Y también creadores de contenido...

martes, 12 de mayo de 2020

Biopolítica, ruralidad y fiebres maltas

Recuerdo que, de niños, mi abuelo nos enseñaba a ordeñar las cabras.
Cuando ya teníamos suficiente soltura y control sobre el chorro caliente que salía de las ubres... lo apuntábamos directamente a la boca.
Llenábamos primero un cubillo de plástico azul y, después, lo colábamos en un enorme cántaro de aluminio -mientras espantábamos las moscas para que no cayeran en el preciado líquido blanco-.
Por las noches, alguien recogía los cántaros -supongo que para vender la leche fresca o hacer quesos... De niños no nos interesaban los truculentos detalles de la economía-.

Se conocían bien los riesgos de consumir leche cruda, así que, siempre andábamos pendientes de que no se desparramara al cocerla, en cacillos y pucheros. Aún así, la leche cruda circulaba por el pueblo, a los ojos de todos, con total tranquilidad ¿Vivíamos peligrosamente?

Memorias de mi juventud - Marc Chagall (Foto tomada en la Galería Nacional de Canadá,  Ottawa, junio de 2018)


En aquellos entonces ya formábamos parte de la unión europea y, un estado europeo moderno, no podía permitirse muertes y enfermedades porque cuatro paletos se empeñasen en guarrear con la leche. Así que, al tiempo, llegaron las prohibiciones y el control -además de las aleccionadoras historias de que tal o cual vecina las había pasado canutas por un queso que le compró a no sé quién-.
Los estados ostentan el monopolio de la violencia, no queríamos problemas, así que, nos acostumbramos a comprar la leche a tal o pascual grupo empresarial.
Se continuó elaborando y vendiendo queso fresco con leche cruda -pero ya en menor medida y de forma clandestina-.

Yo, la verdad... paso de la leche, ya no me gusta... Excepto cuando alguien me regala unos calostros o una botella de cocacola llena de la leche de las cabrillas.

En el pueblo no faltan los camiones que descargan enormes palets repletos de bricks de fondo blanco, adornados con dibujos de vacas pastando en verdes prados de alta montaña -aunque luego se trate de vacas encerradas en un establo polvoriento de los Monegros-. Todo plastificado y envasado al vacío.
Hemos sacrificado el sabor y la soberanía alimentaria por la higiene y la seguridad.
Nadie quiere enfermar y, mucho menos, morir -menos aún por un estúpido vaso de leche...- Si además no sabe a nada. ¡Toma! prueba un poco de este cartón que acabo de abrir. -Ves, es como agua blanca. -¿Quieres arriesgarte a padecer fiebre, vómito o diarrea por beber directamente de las ubres de una cabra? -No, ¿verdad? -Pues compra unos cartones de estos. Es muy barata y te ahorras un montón de tiempo y disgustos persiguiendo a esos rumiantes por las callejas.

Este es el caso de la leche, pero pasa con prácticamente todos los productos de origen animal. En nuestra comarca se crían muchos corderos, cerdos, gallinas... Pero, en los comercios y carnicerías, no se vende su carne.
Los ganaderos y productores deben llevarlos a lugares especializados en la muerte y despiece. Así que, acabamos comprando carne de cualquier lugar -la más barata-.


Hace poco vi un pequeño documental "El campo para el hombre", grabado en la década de los 70's, en el que se hablaba de cómo en Galicia se había pasado de una economía local -de subsistencia- a una economía capitalista -de mercado-. Un proceso gradual, que comenzaba con el establecimiento de ciertas normas de seguridad alimentaria y el sometimiento a trámites burocráticos, con el fin de dar salida exterior a los excedentes de producción. Así, los habitantes de las zonas rurales, accedían también a ciertas ayudas, infraestructuras y servicios del estado como: salud, educación pública, comunicaciones...
Con los beneficios obtenidos por la venta de sus productos -o de su fuerza de trabajo-, además de pagar impuestos, podían invertir en bienes y comodidades privadas: tv, radio, lavadora...
Los agricultores y ganaderos gallegos ganaban en salud y bienestar y, además, repartían beneficios entre intermediarios, empresarios y políticos, que, de esta manera, adquirían el control sobre la producción y podían planificar en función de la fluctuación de los mercados internacionales.

El capitalismo funciona así, va colonizando nuevos espacios en busca de la plusvalía. Pero también transforma profundamente las sociedades en las que se va instaurando: impone su lógica, su normalidad y estandarización, apoyándose en las herramientas que ponen a su disposición los estados-nación.

Las consecuencias de este proceso ya las conocemos: vaciamiento de las zonas rurales -para llenar las ciudades de mano de obra barata-, transformación de la actividad agraria y ganadera en explotaciones intensivas y extractivas, destrucción de los equilibrios establecidos durante siglos con la naturaleza, aceleración de la actividad humana, pérdida de identidad y saberes locales...

Campesino Andaluz - Rafael Zabaleta (Foto tomada en el museo Reina Sofía, Madrid, febrero de 2020)

"[...] para Marx, la naturaleza es el ámbito en que necesariamente se da la praxis humana, y que esta naturaleza es previa e independiente de dicha praxis. El privilegiar el concepto de praxis en detrimento del de naturaleza, es decir, el no fundamentar ontológicamente la praxis en una concepción materialista del hombre y la naturaleza, lleva a un «idealismo de la praxis» que hace depender la propia naturaleza de su constitución por la praxis humana." - Metafísica, Francisco José Martínez Martínez. Capítulo 20 (La fundamentación ontológica de la praxis)

Quizá, ya podemos dar por muerta esa dimensión natural nuestra. Realizamos nuestra voluntad independientemente de la naturaleza. La naturaleza ya no es algo que nos rodee, o nos condicione, no es algo que queramos transformar para hacer más agradable. Se ha convertido en un recurso que explotamos para satisfacer nuestros deseos, o adornar nuestros nuevos mundos virtuales de silicio, hormigón, asfalto, viajes, placeres... En el mejor de los casos, la experimentamos como una suerte de parque temático que hay que observar de forma pasiva, para conectarnos con nuestro ser anterior, en una especie de mística terapia sanadora del desenfreno de la cotidianidad.

Como cuando nuestras abuelas, confinadas en los pisos de las grandes ciudades, recuerdan con añoranza sus vidas en los pueblos: haciendo queso con la leche recién ordeñada que les traía tal o pascual vecino.
Como cuando los obreros de la industria conservera gallega se maldecían por haber abandonado sus tierras por un trabajo monótono, aburrido, alienado... A cambio de un salario fijo y un piso con televisión y cuarto de baño.

Cabra y chivillo en Herrera del duque. Marzo de 2018


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Quizá todo empezó con la oportunidad que brindaban las epidemias y desgracias masivas. Con el estado de temor generado. Rentabilizar el miedo atávico a la muerte y la enfermedad, para hacer pasar por aceptable cualquier nueva medida de control y sometimiento a las necesidades del capital -la doctrina del shock-.

Escribiendo este post me enteré de que ya era legal vender leche cruda en España "El Gobierno regulará la venta directa de leche cruda".
Sigue siendo igual de peligrosa, pero es una buena oportunidad de negocio y no se puede desaprovechar.

El coronavirus es la nueva leche cruda: no hay vacuna para la enfermedad, pero se hace necesario comprar y vender, volver a activar la economía y la circulación de mercancías y servicios.
No se trata de dar autonomía e independencia a los territorios, ese es un camino que no se permite desandar. Porque, si algo se ha puesto de manifiesto con esta crisis, es que ya no existe la autonomía local, ni tan siquiera la de los Estados soberanos -sometidos a las normas de organismos internacionales controlados por grandes grupos financieros-...  El capital ha extendido su red de explotación por todo el planeta, en la búsqueda de beneficios siempre crecientes, para satisfacer un extraño deseo de bienestar -consumo- y acumulación. Nada que ver con satisfacer necesidades.