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viernes, 9 de febrero de 2024

Estampas de invierno

"Por San Blas la cigüeña verás y, si no la vieres, año de nieves". Y "año de nieves, año de bienes"... Y podríamos seguir ensartando refranes, uno detrás de otro -como hiciera Sancho Panza-, hasta darnos cuenta de ya no tienen sentido. No porque no vengan a colación, sino porque el mundo que habitamos ha cambiado. Y estas reglas mnemotécnicas, que sintetizaban estadísticas meteorológicas sedimentadas durante generaciones, ya no aciertan. Las cigüeñas se quedan entre nosotros pasando el invierno -que se ha convertido en un breve impasse entre el otoño y la primavera-; y, en las estaciones de esquí, tienen máquinas que escupen la nieve que ya no llega de forma natural.

Pero lxs danzantes de Garbayuela lo hacen muy bien: su entre chocar de palos sigue asemejando el castañeo del pico de la cigüeña y la alegre musiquilla nos lleva por los senderos llenos de vivos colores de la primavera.
 
Fiesta de San Blas. Garbayuela 2024.

 
Hoy me invitaron de nuevo a ir con lxs niñxs de 5º y 6º a plantar encinas a nuestra Dehesa... Van unos cuantos años ya, pero este había una sorpresa especial: una encina -de alguna campaña anterior- estaba viva! Y menuda fuerza tenía la tía!
Es dura la vida de encina en la Dehesa, sobre todo cuando son tan pequeñas y vulnerables. Esta conservaba su protector. De forma milagrosa había sobrevivido al último incendio -y a dos veranos de calor extremo-. Ahí, sola, aferrándose al terreno, extendiendo sus raíces, sujetando el suelo, sin posibilidad de huir.
Hay vidas que valen mucho, como esta. Y no es por su precio o su utilidad. Es por la esperanza y el abanico de posibilidades que proyectan: una vida joven entre encinas viejas y troncos secos, el renuevo generacional, la continuidad de un paisaje construido con el trabajo de muchas generaciones, el llenarse de una Dehesa vaciada... Pero no un llenarse de cualquier cosa, sino un llenarse de lo suyo, de lo que le da su identidad.
Así que, hoy, la vida en la Dehesa no era dura. Era pura alegría: niñxs correteando por aquí y allá -azada en mano-, la hierba verde, las flores, el agua... Hoy, quizá, cobraba sentido sufrir y padecer los rigores del verano, sólo por poder asistir a ese espectáculo de luces, olores y color -esperanza-.
 
Plantabosques cole. 8 de febrero 2024
 
La verdad que en otoño hubiese sido mejor época. Pero al final estas cosas cuesta organizarlas, hay que hablar con mucha gente: ayuntamiento, cole, asociaciones, viveros... Afortunadamente las personas que han pasado, y quien está ahora al cargo de una cosa llamada "Ciudades saludables" -un puesto de carácter temporal en el ayuntamiento-, se implican mucho en esta actividad y acaba saliendo adelante. Pero es algo que parte prácticamente de la iniciativa personal de quien se encuentra en esa plaza. Yo algún año me encargué de coordinarlo y es bastante follón para alguien que no está vinculado al ayuntamiento. 
Yo siempre que puedo colaboro. Me parece que la Dehesa es una construcción humana que además de bonita y llena de vida es muy útil -en un montón de planos, no sólo el económico- y acercarla a los niños y presentarles los problemas que la amenazan siempre está bien, además lo disfrutan un montón. Y bueno, la idea es que la conozcan, porque una vez que conoces la Dehesa es imposible no amarla por su belleza y complejidad. Quizá consigamos que las próximas generaciones la tratan mejor de lo que lo han hecho las nuestras.

miércoles, 15 de enero de 2020

Ruralismo o barbarie: de las dehesas y bosques habitados

Creo que todo empezó a raíz de escuchar el programa "El bosque habitado", de Radio 3. Durante mis primeros años de residencia en Barcelona. Los viajes largos -entre Barcelona y el pueblo- dan para escuchar mucha radio.

Así que, cada año -desde hace tres-, colaboro con el ayuntamiento y diversas asociaciones del pueblo en una actividad de plantabosques con las niñas y niños del cole.

Y puede parecer una actividad bastante ñoña... de un buenismo un tanto absurdo, inútil incluso: es muy difícil que las encinas prosperen. Las plantamos en el trozo de dehesa más cercano al cole. Un terreno en el que se le ha declarado la guerra a la Naturaleza: rodeado por una carretera de circunvalación y un futuro polígono industrial.
Y no son solo las instituciones quienes desprecian este paraje, los particulares también. Sin ir mas lejos, el pasado verano, alguien prendió fuego a esa parcela y sentenció a muerte al puñado de encinas centenarias que quedaban en pie -y seguramente a la mayoría de los plantones que habíamos sembrado-.
Es muy fácil y rápido destruir el entorno. Pero tremendamente lento y complejo recuperarlo.

A "El bosque habitado" también le pasa un poco lo mismo -peca de ñoño y buenismo inútil-: es un programa de sensibilización medioambiental que lucha por la conservación y puesta en valor de los pequeños espacios naturales que quedan entre los intersticios del desarrollismo económico y tecnológico de nuestra época. Una causa perdida, porque el crecimiento se antepone siempre a cualquier consideración sobre el medio ambiente.


Tal como yo la veo, la Dehesa del pueblo, es puro patrimonio cultural, historia palpitante. Un paraje que condensa los usos, saberes y formas de organización social practicados durante miles de años en la zona. Las encinas que quedan en pie -centenarias en su gran mayoría- son más que catedrales vivas.
Sin embargo, la población vivimos de espaldas a este paisaje. Nuestras formas de ganarnos el pan han cambiado y, la dehesa, nos resulta ahora más útil como espacio para tirar escombros y basuras, o alojar las infraestructuras que afearían el casco urbano.

En "El bosque habitado" dan mucha importancia a la idea de que no se puede defender lo que no se ama. Y, para amar algo, es necesario conocerlo.
Por ejemplo, yo no sabía nada de los tejos antes de escuchar ese programa. Pero, en los últimos años, me he preocupado de visitar los lugares donde se encuentran, he probado el arilo de sus semillas y he tratado de germinarlas -sin éxito-. Sí, me he convertido en un amante de los tejos...
En mi pueblo no hay tejos. Pero tenemos muchos árboles característicos, vinculados a las formas tradicionales de habitar el territorio: encinas, quejigos, olivos, alcornoques... ¿Por qué no habríamos de amarlos? Si, en gran medida, es debido a ellos que nos encontramos habitando este espacio y este tiempo.


Supongo que ahí -en el amor- radican los motivos por los que me enredo en organizar esta actividad: para que lxs niñxs conozcan la dehesa y las encinas -esos árboles estoicos que nos han acompañado y proporcionado sustento durante siglos-. Para que se enamoren de su entorno y les invada el deseo irrefrenable de conservarlo y mejorarlo. ¿Quién sabe? Quizá algún día, cuando ocupen posiciones de poder, sean más sensibles a su conservación de lo que ha sido nuestra generación.

Así que, para los que nos empeñamos en sacar a los niños y niñas de las aulas, armarlas con azadas y llevarlas a la dehesa, no es tan importante si las encinas prosperan o no -¡Ojalá prosperaran todas! - Desde luego que ponemos todos los esfuerzos y técnicas para que así sea-. Lo que nos parece realmente importante es: el contacto con el entorno, el trabajo en equipo, al aire libre, la vivencia del paisaje... Que tomen consciencia de lo increíbles que son las ancianas encinas, los usos y beneficios que nos reportan...


Durante miles de años, en el pueblo, se ha vivido de los recursos que nos brindaba el territorio. Y se ha hecho de una forma absolutamente sostenible. No había otra opción: si acababas con los recursos no había forma de importarlos de Brasil -o cualquier otro lugar lejano-.
Los "avances" de los últimos siglos nos han dejado el espejismo de que podemos vivir de espaldas a nuestro entorno, que no es necesario el territorio, que es más rentable importar los productos básicos y exportar materias de mayor valor añadido. Ahora empiezan a saltar las alarmas: por el cambio climático, la acidificación de los océanos, la contaminación, el agotamiento del petróleo, guerras, flujos migratorios... Lo que parecía sostenible para la pequeña y vieja Europa no ha resultado serlo para el conjunto de la población mundial que ha ido incorporándose progresivamente al capitalismo de consumo.
Pudiera parecer que, estas consecuencias indeseadas del desarrollo capitalista global, no afectan a los pueblos chicos. Pero, como daño colateral, hemos asistid al vaciamiento de nuestras zonas rurales: si no amas el territorio y no dependes de él para la subsistencia, entonces te puedes desplazar a cualquier otro lugar donde obtengas rendimientos más altos y el clima sea más agradable.


Resulta difícil explicar a lxs niñxs porqué son importantes los árboles. Puedes talar uno, cientos, miles... y no percibirías ningún perjuicio a corto plazo -aparte de que no te resultaría agradable pasear por una zona deforestada-. Y es que, en la lógica de los mercados, es difícil encontrar razones para plantar encinas: porque el beneficio de la Naturaleza trasciende el económico. Lo económico transcurre en el plano de lo breve, efímero y artificialmente creado por los humanos para relacionarnos entre nosotros. La Naturaleza, por el contrario, es el sustrato de lo real, lo constante, y su existencia no depende del hombre.

Siempre les decimos a los niños lo que resulta obvio -lo que ha sido probado por la ciencia y nuestros sentidos-: que las encinas dan bellotas, sombra, leña, que protegen frente a la pérdida de suelo, que son cobijo de otras especies animales y vegetales, que son sumideros de CO2, producen oxígeno, que son bonitas, que nos transmiten paz, seguridad...

Pero, si asumimos que solamente son -en un sentido ontológico- las cosas que pueden intercambiarse en los mercados -las cosas que tienen un precio, las mercancías-. Entonces, las encinas, están muy cerca de no ser. Aún existe el derecho de vuelo: las encinas de la dehesa son propiedad de personas, se pueden comprar y vender... Pero para eso es necesario que queden personas interesadas en esa compra-venta.
Podemos alimentar las ovejas con piensos producidos en EEUU, alicatar el suelo con placas solares, prescindir de muchas especies animales y vegetales, respirar un aire con menos oxígeno, más contaminado, y recrearnos en las torres que transportan la electricidad a la gran ciudad... Seguramente sea un escenario que nos horrorice... Pero quizá podamos compensar esa tristeza y ese horror mirando las pantallas de nuestros dispositivos móviles y televisores... O no?

El capitalista es un sistema de organización económico y productivo que ha tenido un principio, y seguramente tendrá un final. Esperemos que, en su periplo por la Tierra, no arrase con todo, porque no hay planeta B.
Mientras tanto, seguiremos poniendo nuestro granito de arena: ayudando a las encinas a sostener ese suelo por el que caminamos, gozando de su compañía, de su sombra, de su grandeza...
Enredándonos con los árboles, con las raíces hundidas en la tierra y las ramas bien arriba. ¡Arriba las ramas!

Plantabosques Diciembre de 2018 - Herrera del Duque


viernes, 27 de abril de 2018

Del decaimiento de la dehesa a ideologías que "no nos representan"

Hace unos meses comenzaron las obras para realizar una carretera de circunvalación en nuestra localidad. Dicha carretera permitiría desviar el tráfico pesado directamente al polígono industrial, sin tener que atravesar el centro del pueblo.
Ya, en el año anterior, se había hecho público cómo serían las obras, las acciones a emprender y el impacto de las mismas.
Nos sorprendió gratamente que en el documento oficial (Resolución 30 de Marzo de 2017 DOE número 91) se hablara de los árboles que sería necesario talar. Incluso se hacía referencia a su edad (centenarios), su especie (Quercus ilex) y su gran porte (belleza). Como si fueran vecinos a los que hubiera que tener en consideración.

"Los principales impactos generados por el vial urbano de circunvalación son sobre la vegetación, encinas centenarias de gran porte, y la ocupación del suelo.

¡Incluso se hablaba de regenerar la zona con nuevos árboles! A modo de redimir nuestra culpa -por atrevernos a talar encinas centenarias para hacer  más cómodo nuestro tránsito hacia el polígono industrial-.

"Como medida correctora por la eliminación de la vegetación natural afectada por las obras de la carretera se realizarán plantaciones con especies autóctonas, plantándose 10 nuevos ejemplares por cada uno de los afectados (cortados o destoconados, inclusive los pies pequeños). Las plantaciones se realizarán con el número de ejemplares y en las zonas aprobadas en el plan de reforestación, y en las condiciones que garantice la viabilidad de los ejemplares plantados (se realizarán riegos periódicos, al menos durante el primer año de plantación). La encina (Quercus ilex) es la especie arbórea dominante en la zona."

Y, la verdad, nos parece un avance genial -para superar nuestro etnocentrismo de especie- el que se tenga en cuenta al resto de seres vivos -no solo los humanos- cuando se abordan este tipo de infraestructuras. Unos seres vivos que, además, hablan mucho de nosotros, de nuestra historia y la historia del planeta.

Sin embargo, todo este aparente respeto y cuidado con el arbolado de la dehesa, contrasta con una terrible realidad: y es que, la dehesa, parece ser uno de los espacios menos valorados del pueblo.
-Tenemos que hacer una escombrera municipal, ¿dónde la ubicamos?
-En la dehesa!
-Se ha muerto mi perro, ¿dónde lo tiro?
-A la dehesa!
-Hay que trazar una carretera de circunvalación, ¿por dónde?
-Por la dehesa!
-Hay que hacer un campo de golf, ¿dónde?
-En la dehesa!
-¡Allí no hay na! Un montón de ovejas hambrientas que no dejan crecer la hierva y un puñado de encinas moribundas que ya no echan bellotas y no valen ni para leña. De hecho, sé que tengo unas cuantas encinas que heredé de mi abuelo y no voy ni a verlas.

Pero esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la dehesa realmente importaba (no solo como metro cuadrado de terreno) y los árboles que estaban en ella también (no solo como ornamento). Lo demuestran el enorme esfuerzo que supone mantener el terreno despejado de monte bajo, y el que existiera un interés por poseer en propiedad las espaciadas encinas (derecho de vuelo):
-¿De quiénes eran las encinas cortadas? No se menciona en el DOE
-¿Saben sus dueños que eran propietarios?
-Las 10 nuevas encinas plantadas por cada una de las cortadas ¿A quién pertenecen?
-¿Cuál es el precio de una encina centenaria? ¿Y el de una nueva?

Se oye mucho hablar del decaimiento de la dehesa y, en gran medida, la causa es el desprecio absoluto por este ecosistema. Especialmente en terrenos de titularidad pública: terrenos que son de todos pero que, realmente, tratamos como si no fueran de nadie, como si nadie tuviera la responsabilidad de cuidarlos o mejorarlos.
-Eso son cosas de la Junta (o del ayuntamiento). Cosas de partidos políticos y burócratas.
Como si los vecinos fuéramos meros usuarios, gente que acude a ese espacio a consumir sus derechos heredados (o pagados: en impuestos, cuotas de arrendamiento...)
-El bosque es de todos, quema tu parte!

Corazón partido de encina centenaria tras ser atropellada por la carretera de circunvalación

La dehesa siempre ha tenido problemas. Siempre ha sido un espacio comunal donde los vecinos satisfacían intereses individuales. Por ello, siempre ha existido, y existe, una reglamentación o legislación que pauta su uso.

El que ahora la dehesa se encuentre en una situación más vulnerable que en el pasado, podría deberse a los siguientes factores:
  • Un menor interés en la agricultura y la ganadería, especialmente en estos sistemas de bajos rendimientos. Nuestras economías no se basan en la subsistencia, sino en el beneficio. Y, para satisfacer este deseo de lucro cortoplacista e individualista, resultan más convenientes los sistemas intensivos altamente tecnificados.
  • Los gestores de estos terrenos son ahora las administraciones públicas (ayuntamientos en el caso de las dehesas). En lugar de ser los usuarios y vecinos los que se impliquen directamente en la toma de decisiones.

Ambos factores están íntimamente relacionados:

La falta de interés en la agricultura y ganadería tradicionales las deja en un área de marginación. Sus trabajadores y sus métodos son tildados de rudimentarios. Además, sus bajos rendimientos, son ignorados por los mercados globales. Acaban convertidos en esclavos y vasallos de las políticas económicas que pretenden salvarles de la voracidad de esos mismos mercados: plegados a los condicionantes de subvenciones que dictan gobernantes totalmente ajenos a la tierra.
El desinterés se manifiesta también en que, agricultores y ganaderos, no tienen un reconocimiento público (como podría tenerlo un futbolista), ni un reconocimiento económico (como sí lo tiene un ingeniero que se dedicara a diseñar armamento militar). No existen referentes, casos de éxito que sean alabados y tenidos en consideración por la sociedad.

Si uno toma distancia, se da cuenta de que la mayoría de trabajos  del campo, además de precarios, siguen siendo duros y sacrificados. Ha avanzado la tecnología y el conocimiento (y con ellos los rendimientos). Pero también se exige una mayor producción para mantener un nivel de renta aceptable. Mientras, existen otros trabajos más favorecidos por el sistema, que exigen menor dedicación y que garantizan unos ingresos independientes del nivel de producción (estabilidad).
-De esos dos grupos ¿Cuál consideras más susceptible de incorporarse a la vida política? Seguramente los segundos: porque los primeros ya están bastante afanados en satisfacer sus necesidades básicas (alimento, vivienda, crianza...).

Así, el campo (la dehesa), resulta encontrarse gobernado por quien no tiene nada que ver con el campo. Y, en gran medida, es consecuencia del desdén de la sociedad hacia la agricultura y ganadería. Que repercute en que sus trabajadores apenas hayan experimentado mejoras en la cantidad de tiempo libre, apartándolos así de la política y, por tanto, de la toma de decisiones  (ya que la vía política de partidos es la única forma de intervenir en lo público).

Nos hemos acostumbrado a que la política y la toma de decisiones sobre lo público, fluya de arriba hacia abajo. Al margen de la población general. Al menos en la historia del último siglo ha sido así. En Extremadura, quizá, de forma más intensa: latifundios, grandes propietarios, dictadores... Arrastramos esa pesada losa. La losa de que la población no puede decidir sobre lo público. Eso debe hacerlo el rico -más recientemente el que tiene estudios-. El resto solo tiene derecho a aceptar que su entorno se transforme en lo que unas ciertas élites consideren lo mejor para el bien común -o, en sistemas corruptos, el bien propio de esas élites-.

Pero cualquiera puede tomar decisiones sobre lo público: todos tenemos una idea de cómo nos gustaría que fueran nuestra sociedad y nuestro entorno.

Dejar el poder en manos de unos pocos -que al final es en lo que consiste nuestra democracia representativa- conlleva la materialización del ideario de esos pocos. Cualquiera puede acceder al poder, pero siempre tiene que aceptar sus premisas: las de unas instituciones fundamentadas en una economía aristocrática capitalista.
-Si no eres capaz de atraer el capital y generar empleo y riqueza, entonces serás un mal gobernante.
Pero este ideario pasa por alto muchas cuestiones:
-¿Es lícito o deseable que solo unos pocos decidan y se repartan la riqueza?
-¿Qué sistema de trabajo es ese que exige tantas horas a unos y excluye a otros (parados)?
-¿Existe algún bien que no sea monetizable? ¿Cuánto vale una encina centenaria?
-¿Se puede crecer indefinidamente?

Hemos asumido que ya no es suficiente con que los gobernantes tengan títulos nobiliarios o un gran poder adquisitivo. Si no que, además, deben ser personas formadas (políticos de carrera), con muchos másteres, idiomas y contactos con las diferentes administraciones y empresas. Como si el gobernante fuera alguien que debe resolver complicados problemas técnicos mientras toma copas con otros de su misma posición social.
Así, nosotros mismos deslegitimamos el autogobierno del pueblo. Y secundamos sistemas que "no nos representan". Apoyamos gobiernos que se sostienen en la desigualdad de dominantes y oprimidos, de ricos y pobres. Gobiernos que se alimentan de los productos de la dehesa, pero que viven con la mirada clavada en los despachos, las grandes ciudades, la expansión, el crecimiento, la velocidad, la fiesta...

Alcanzar una sociedad más justa, participativa e igualitaria, donde todos y todas podamos sentirnos cómodos y materializar nuestros proyectos, así como disfrutar de un entorno amable, bello, productivo y sostenible, se ha convertido en un aspecto secundario (prescindible) de la política y la economía de los pueblos.


La incorporación al mercado global, parcialmente liberalizado, tampoco le ha venido bien a la dehesa. Sus productos no han conseguido posicionarse en calidad. Y no pueden competir en precio, porque el sobrecoste de los alimentos industriales lo asume el Medio Ambiente (en lugar de pagarlo nosotros en la cesta de la compra).

Así que, nuestros mercados tampoco valoran el Medio de trabajo de nuestros ganaderos  y agricultores tradicionales; ni el Ambiente de dehesa, ese que forma parte de su vida y del modo en que gestionan sus explotaciones.
De esta forma, las encinas centenarias llegan a tener un precio bajo, aunque su valor ecológico y como medio de producción sea alto: porque ofrecen refugio contra el sol abrasador, porque dan leña y bellotas -y, durante ese tiempo, no hay que comprar alimento para el ganado-, porque protegen el suelo de la erosión, de la desertificación...

Si solo tenemos en cuenta la economía en nuestras ecuaciones, entonces estaremos arrasando una gran cantidad de recursos valiosos (si se miran en su contexto histórico y social).
Hoy día, nadie se plantea destruir el coliseo romano para, con sus piedras, construir un centro comercial. 
-Es que el patrimonio histórico genera unos beneficios a partir del turismo... 
Sí, ya sé que podemos hablar también de patrimonio natural. Y, si se consigue monetizar, también es respetado.
-Entonces, todo lo que queda fuera de esto que llamamos "patrimonio" se puede destruir sin más? siempre que la rentabilidad menos la inversión dé un saldo positivo?

Mientras aumenta el capital a nuestro alrededor, tenemos la impresión de que la civilización progresa... Cuando, en realidad, podemos estar destruyéndonos a nosotros mismos.

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En el proyecto de la carretera de circunvalación se incluía la reforma del boulevard del pueblo, conocido por los vecinos como "Paseíllo". Una obra cuestionable y muy polémica: no era algo que entrase entre las prioridades de la población (su anuncio fue sorprendente e inesperado). Además, la reforma suprimía la mayor parte de los árboles: plataneros, ciruelos de hojas púrpura, un pinsapo enorme y algunas palmeras.
Esta era la única zona del centro del pueblo con un arbolado maduro. Aquí las familias podían sentarse en un banco a la sombra y comer tranquilamente unas pipas, mientras los niños jugaban. Llevaba cuarenta años siendo un lugar de reposo y recreo y, para muchos de nosotros, formaba parte del relato de nuestra infancia.

Los primeros días de reforma fueron terribles: por la tala y derribo de árboles. En medio del pueblo, a la vista de chicos y grandes. Un mensaje de vandalismo lanzado desde las propias instituciones.
Una acción que se ha justificado con argumentos económicos: dar trabajo (temporal), incrementar el gasto público... Y con argumentos de seguridad vial: -Con las reformas, el "Paseíllo" será más seguro porque, además, se prohibirá aparcar.

Una vez más, existe un desprecio absoluto por la Naturaleza y el legado de las generaciones anteriores.
Tal vez, dentro de unos años, reparen en que el nuevo "Paseíllo" es muy caluroso. Y, entonces, sea necesario instalar algún sistema de sombra (artificial), para suplir la ausencia de árboles (como ya ha ocurrido en otras zonas del pueblo). Otra vez: más trabajo (temporal) y más inversión. En esa espiral de comprar, usar, tirar (consumismo) de la que no parece que tengamos ni idea de cómo salir ¿Será que en el fondo no nos incomoda?

Paseíllo días antes del arboricidio.

Puede pensarse que a los pueblos pequeños no llegan las "ideologías" (modelos imaginados que tratamos de materializar); o que el poder está distribuido entre toda la población, al existir un trato directo con los gobernantes (que son permeables y sensibles a las opiniones y preocupaciones de los vecinos). Pero resulta muy ingenuo pensar que las gentes de los pueblos son diferentes, o que son comunidades aisladas, al margen del poder, las modas o las comunicaciones.
La ideología (creencias y prejuicios) se propagan por el conjunto de la geografía impregnándolo todo, estamos inmersos en ideología: desde el modelo de quiénes y cuántos deben gobernar, a qué grupos y sectores deben tener más peso en el poder -o al cliché de que los árboles son sucios y peligrosos-. Las instituciones mismas están fundamentadas sobre ideologías. Y la ideología dominante (la de occidente) es una ideología patriarcal, judeo-cristiana, aristocrática, capitalista, colonialista...
Por tanto, no es de extrañar que cualquier poder, por pequeño que sea, se ejerza de forma autoritaria y violenta (pasando por encima de las preocupaciones e intereses de cualquier sector "minoritario"). Se trata del mismo poder que conquista, somete y transforma la Naturaleza, en la búsqueda incansable de beneficios siempre crecientes.
La dehesa es fruto de la acción humana que ha modelado ese paisaje. Y, a pesar de nosotros, ha existido y nos ha acompañado en nuestra historia durante siglos (eso es la sostenibilidad). Quizá porque fue una acción humana ejercida desde abajo, desde las clases trabajadoras, desde la necesidad de integrarse y vivir en y del Medio (eso es lo que proporciona libertad y autonomía).

La Naturaleza no nos ha necesitado nunca para ser mejor, pero ello no quiere decir que no podamos convivir en armonía. Cualquier intervención destructiva debería ser siempre muy meditada. Tenemos la tecnología, la ciencia, el tiempo y un montón de ideas. No siempre es necesario arrasar: podemos plegarnos, adaptarnos e integrarnos en el entorno... Como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie.


Bibliografía relacionada:

lunes, 19 de marzo de 2018

Lo siniestro de las encinas centenarias y referentes cinematográficos


Decía Freud que "lo siniestro causa espanto precisamente porque nos es familiar". Y tiene tremendo valor estético: lo oscuro, violento, sangrante... David Lynch lo explota muy bien en sus películas.


Como esta visceral escena de la anciana: horrorizada ante los pies cercenados de sus compañeras.

Dehesa de Herrera del Duque atropellada por el nuevo tramo de circunvalación hacia el polígono industrial.

Ni Leatherface hubiera desatado tanto ensañamiento en una matanza fuera de Texas.

En una de las escenas de "Inland Empire", el celoso e influyente marido de Nikki advierte al apuesto Devon:
"Hay consecuencias para cada acción. Y, sin duda, también hay consecuencias para las malas acciones. Y serán oscuras e inevitables. ¿Por qué hay necesidad de sufrir?"

Pero el miedo a lo desconocido no nos paraliza, y continuamos con nuestra obra: arrasamos montes, asfaltamos caminos, quemamos nidos, construimos fronteras, oprimimos al pobre, marginamos al diferente y generamos millones de kilovatios de Electricidad... Nada consigue saciar nuestra ansia de expansión.
Y no es que desde este blog tengamos nada en contra de la Electricidad. Pero resulta muy poético reparar en toda esa energía, desplazándose por los campos... hasta llegar a las tomas de nuestros hogares.
Será por ello que en la tercera temporada de Twin Peaks, la Electricidad, juega un papel fundamental. Algo así como la puerta de la caja de Pandora. Parcialmente controlable si la mantienes cerrada. Pero, al abrirla, todos los males se escapan irremediablemente y se esparcen por el Mundo entero, en una gran explosión termonuclear.

"Así y todo, existe la magia". Es mágico que estas encinas centenarias se mantengan en pie, en un terreno tan duro y seco. A pesar de nosotros -y las heridas que infligimos-, a pesar de que con nuestro ganado no dejamos que sus retoños levanten un palmo del suelo. A pesar de que no nos tiembla el pulso para acabar con estos árboles -catedrales vivas-, que ya estaban ahí antes que nuestros abuelos vinieran al mundo.
Quizá, si hablasen, podrían contarnos historias tan increíbles como la del replicante Roy, en Blade Runner, justo antes de morir:
-"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia..."

Twin encinas en dehesa de Herrera del Duque

Pero lo siniestro se nos ha vuelto demasiado familiar. Ya es solo un aspecto más de lo cotidiano, como los inmigrantes que se ahogan en el mar, las guerras en oriente próximo o los ensayos nucleares en el Pacífico... Si esos son nuestros referentes ¿Por qué habría de dolernos el grotesco cadáver de una encina, con las ramas por los suelos y las raíces clamando al viento?
Quizá no nos duele porque nos creemos a salvo de nuestra propia falta de escrúpulos. Pero "hay consecuencias para cada acción..." y nuestra ciencia y tecnología no parecen suficientes para eludir los oscuros efectos.

domingo, 14 de junio de 2015

La muerte de la encina entre pastos oníricos

Todos tenemos nuestros vicios: el porno, tabaco, tele basura, alcohol, chequear el facebook... Pequeñas cosas que no podemos dejar de hacer y que nos hacen sentir culpables una vez consumadas... dolor de cabeza, mal aliento, prisas... Hay que organizarse, reducir los vicios, ganar tiempo.


Mi padre tiene un terreno, con unas cincuenta ovejas. Por la tarde fuimos a verlas. En el mes de junio ya está todo el pasto seco. Había mucho pasto... son pocas ovejas para tanto terreno.

También hay encinas, muchas se están muriendo: Están infestadas por algún insecto que produce unas pequeñas agallas en el envés de las hojas y que las perfora por el haz al salir. Se les ha juntado con unas podas de esas de sacar cuanta más leña mejor: -¿Y si se seca la encina? -Se corta y a tomar por culo!- Después uno se pregunta: -¿Por qué hay tanto páramo sin un solo árbol? Si tampoco se cultiva cereal (las plantaciones más grandes son de pino y eucalipto)-.
También en la zona, la dehesa pública está llena de encinas senescentes, nadie las repone y, con una presión ganadera elevada, es difícil que crezcan por su cuenta. Así que, poco a poco, de forma silenciosa, los pastos ganan terreno a la dehesa.

Y allí estaba yo, a la sombra de una encina, mirando sus hojas agujereadas y llenas de agallas. Las ovejas tampoco parecían querer alejarse de la sombra. Les molestaba mi presencia, no están acostumbradas a la gente.
Llevaba pantalones cortos y los calcetines llenos de zaragüelles. Todo estaba tranquilo, en paz, soplaba una suave brisa..
¡Olía a campo! Un olor que me era muy familiar de niño... ¡El atardecer de verano es tan tranquilizador... Había tanta variedad de hiervas en el suelo! (Incluso en los calcetines y el hueco de las botas) Cuanto más observaba, más detalles iban apareciendo! El campo tiene ese gran aliciente del cambio constante, como el agua del río de Heráclito... como "el agua de la fuente vieja de siempre, con agua siempre nueva". Pero ¿Quién tiene tiempo de recrearse en esos detalles?
Movimos un poco las ovejas, mirándoles el culo en busca de mosquera, contándolas...

Aún no siendo confortable, se está bien allí, el tiempo adquiere otra dimensión... Sin prisas, sin malos humores, un mundo onírico fuera de la ajetreada vida social.
En esos momentos (esporádicos) uno siente que algo tan sencillo como disfrutar de la naturaleza, en su estado salvaje, nos ha sido robado. Es de suponer que, cuando el campo se explotase sin las tecnologías químicas y de motor, quien trabajase la tierra debía de experimentar estas sensaciones en su día a día -si, además, podía disfrutar del producto de su trabajo...-
Pero, en algún punto, cambiamos la valoración de lo natural: lo natural se da sin intervención humana y, por tanto, no tiene valor.
La educación, la cultura, la demanda laboral... Todo nos conduce a la vida artificial, el cajero automático, la compra, cenas, alcohol... Incluso nuestras drogas "tradicionales" están tecnificadas... Y Los sabores del campo nos resultan demasiado fuertes, secos, pequeños, irregulares, incómodos... Frente a los alimentos tecnificados: homogéneos, vistosos, jugosos, suaves...


martes, 26 de agosto de 2014

retorcidas

Aquí, en el pueblo, hay una Dehesa de Encinas centenarias. Contorsionistas en formas inverosímiles. Pasear por ella es toda una experiencia -pasear entre árboles maduros siempre lo es-. Cierta atmósfera de magia e incredulidad te atrapa: ¿Cómo son posibles en un suelo tan agreste? ¿Cómo sobreviven a podas salvajes, heridas de muerte...? Retorcidas de dolor, y aún así, proyectándolo en apacible sombra y abundantes bellotas.


Sí, la Naturaleza es irregular... y generosa. Dedicamos tremendos esfuerzos para someterla a la línea recta, a nuestros esquemas simplistas y ritmo acelerado. Siempre con resultados erróneos, con acciones violentas y reacciones tardías.

Así que acabamos implorando a Dios. Porque no puede ser que la Naturaleza se nos escape de las manos. Debe haber algo superior, algo como nosotros... pero más grande y misterioso. Una invención que sirva para todo: que perdone al poderoso y que llene de esperanza al pobre... Ardua tarea la de los teólogos. Uno ya no sabe si la tendencia a ser gobernados es fruto de siglos de entrenamiento o un gen social que nos condiciona como hormigas: ser reinas o esclavos.

Con todas las historias que forman parte del imaginario occidental y toda nuestra ciencia: ¿Cómo es posible que ese cuento de negación de lo humano y lo natural siga teniendo quien lo tome en serio?

Así que, el catolicismo, nos somete a la tiranía de la fe, nos corta las ramas y nos retuerce como las encinas de estas dehesas. Pero en lugar de sombra, proyectamos odio: hacia la tierra agreste, que arañamos y exprimimos con violencia en busca de frutos exóticos, dinero... En constante lucha por un porvenir ilusorio, irreal, de muerte ¿Es por eso que se dice que el catolicismo es una religión nihilista? Promete un cielo que solo es posible alcanzar tras consumir la vida. Riquezas que solo llegan tras la entrega a la ley del esfuerzo y el crecimiento, hasta los límites de lo insostenible. La negación adherida a todas las creencias, también al capitalismo.

Yo prefiero el mundo real, el que perciben mis sentidos. Claro que, si te rodeas de lo monótono, el gris, humo, prisas, metal, papel... Quizá sea preferible una religión nihilista.

De pequeño, el único contacto que tenía con estas viejas encinas, era en los días de Navidad, cuando se hacía una gran hoguera en la plaza del pueblo con el tronco de una de ellas. Ardía durante todas las fiestas.
Tantos años de historia no pueden borrarse demasiado rápido.
Las dehesas son terrenos singulares, gestionados por todos, puestos en común... Al salir de la iglesia "el tronco" ardiendo era punto de encuentro, donde calentarse el culo, las manos y jugar a descubrir lo inflamable de los diferentes materiales. Con el pasar de los días el gran dinosaurio se iba consumiendo.
Las encinas crecen tan despacio... Al contrario que pinos y eucaliptos, de los que hay numerosas plantaciones. Quemar madera...

Así que, iban a morir al pueblo, cerca de la iglesia. Cuando la muerte ronda cerca, el miedo se intensifica y muchos se arriman a Dios. Esperando una segunda vida. Sí, en la vejez volvemos a las fantasías, como cuando éramos niños y creíamos que podríamos volar... como Super Ratón.