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martes, 22 de enero de 2019

El Castillo/Fortaleza: la resignificación de un símbolo

Silueta del Castillo/Fortaleza de Herrera del Duque - Amanecer del 22 de Enero de 2019. De fondo, desde la playa de Peloche, el cerro de Valdecaballeros y las Villuercas - Atardecer del 10 de Junio de 2017

Cuando vivía fuera y me acercaba al pueblo -por la carretera que viene desde la capital del reino-, al ver la silueta de la Fortaleza... el corazón daba un vuelco: -Uf! ¡Ya estoy en casa!
Entonces empezaban a dibujarse las plantaciones de pino y eucalipto, los pantanos, las dehesas, las sierras, las jaras, las ciervas, cigüeñas, ovejas...  Quizá también estuvieran durante el resto del viaje pero... no tenían significado, estaban vacías de contenido, eran el atrezo de un escenario que me resultaba ajeno.
El Castillo era el símbolo que confería sentido a todo lo demás. Al mirar desde su altura se iluminaba el resto de la comarca.

La Fortaleza/Castillo es un corral de dimensiones ciclópeas, anodino, austero, ruinoso, aislado... Más allá del tiempo y el espacio, navegando con rumbo fijo entre nubes en constante movimiento. Sitiado por antenas, grupos electrógenos y cables de la electricidad.

De niños, había quien subía allí a comerse las castañas y la chaquetía* el día de los muertos. Una gran aventura llena de peligros, recompensada con unas vistas soberbias: -¡Mira qué pequeña se ve tu casa! ¡Qué diminutos los coches!

Yo solía subir con la bici. No me gustaba entrar solo ahí, daba mal rollo: ese cercado tan amplio que parecía lo iba a engullir a uno. Pero me armaba de valor y trepaba, desde el interior, hasta lo más alto de los gruesos muros -tan anchos que cabía una persona tumbada-.


Luego todo cambió, nos hicimos mayores y nos acomodamos bajo las faldas de la montaña que lo sostiene.
El símbolo mutó. Las instituciones se lo apropiaron. Se restauró y volvió a resignificarse con los antiguos usos de tiempos de guerra: centro de poder y control.
Ahora, a los millones de turistas que acuden a visitarlo les encantan los paneles informativos saturados de color y las historias que cuenta el guía local sobre luchas, duquesas y líos de alcoba.
Ningún niño volvió allí, nunca más, a comerse su chaquetía.


*Chaquetía: Una especie de torta dulce que se elabora en Herrera para la festividad de todos los santos

domingo, 26 de marzo de 2017

El Castillo-Fortaleza y las invasiones alienígenas

Desde que instalaran la iluminación en la Fortaleza no paraba de imaginar invasiones alienígenas. La reposición de Expediente-X en Netflix no hacían sino acrecentar mi paranoia. Me resultaba difícil apartar la mirada de la ventana que daba al Castillo -Lo repetían y lo intuía: la verdad está ahí fuera.


Habían transcurrido varios años desde que anunciaran con pompa y boato reformas en la olvidada fortaleza: apuntalaron algunos de los muros, añadieron rejas, puertas y barandillas para hacerlo más "seguro"; Cortaron árboles y matorral del interior; adecentaron el camino para que accedieran los turismos; y, como guinda del pastel ¡La iluminación nocturna!

El origen del Castillo era incierto, violento -como cualquier muro que separa unas personas de otras-. Rodeado del misticismo de la nobleza: esclavos del poder que someten a las clases trabajadoras para entretenerse en sus juegos de guerra, acumulación de capital y estrategia.

En los últimos meses, había observado sutiles cambios en la luz que se proyectaba sobre la base de la colosal construcción. Al inicio del encendido: el verde macilento iba dando paso a un estridente amarillo, que incidía a bocajarro sobre la piedra desnuda.
-Juraría que la luz había sido siempre blanca... o amarilla.
-Lo que es claro es que algo oscuro y maligno se está gestando!
Y no era solo yo, la Fortaleza dominaba un vasto territorio y presidía todos los hogares de la localidad. Algunos vecinos me habían comunicado, medio en broma, su misma extraña y angustiosa sensación.

Estaba convencido de que aquellos focos, disparando su ridícula luz en la base de los muros, alimentaban la violencia que estos contenían.
Los diferentes gobiernos habían ido instalando antenas, tendido eléctrico y aparatos de generación a su alrededor. Nunca hubo tanta energía concentrada en ese punto... -¿Nunca?-

En mi juventud me encantaba subir con la bici hasta allí. El camino estaba muy erosionado, no solía haber nadie ¡Y las vistas eran todo un espectáculo! Hasta el Pico Villuercas el paisaje era atravesado por terrenos anegados por grandes embalses, dehesas, llanuras deforestadas, monte mediterráneo -y también plantaciones de pino y eucalipto-, centrales nucleares abandonadas, líneas de alta tensión...
En aquel entonces en el Castillo no había puerta, sólo unas piedras sueltas entorpecían el paso. -Ya que he subido tendré que entrar- Pero, una vez dentro, la angustia se apoderaba de mí... Aquellos muros habían presenciado actos horribles, sangrientos... Y todo había quedado enterrado entre rocas y piedras, aletargado, esperando una oportunidad, esperando la chispa adecuada...