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martes, 15 de enero de 2019

El peso de los años, Interstellar y la conquista de nuevos espacios

No sé si será el invierno, la Navidad o, simplemente, el peso de los años. Pero creo que nunca había planeado llegar tan lejos, vivir tanto tiempo... 
Cuando era joven solo quería ir superando los diferentes hitos: el carnet de conducir, la carrera, el trabajo... Nunca me hubiese planteado que el recorrido tuviera un final, que hubiera que acomodarse en algún lugar, parapetarse y esquivar las balas. Hasta que el cansancio y la enfermedad me arrebatasen la vida.

Al reparar a mi alrededor, veo cómo las personas van envejeciendo. Esas personas que siempre habían sido valientes, fuertes, decididas... se van achantando y se me antojan débiles, quebradizas... Lo veo sobre todo en mi familia más cercana: madre, padre, abuela, tías, tíos, suegros... Se van retirando y van dejando enormes espacios vacíos. Y uno no sabe qué actitud tomar, porque siempre se ha visto apremiado a ir abriendo sus propios caminos por otros derroteros -ni mejores ni peores, simplemente intentando acomodarse a las estrecheces de la sociedad-.
No son solo los espacios vacíos, es el vacío existencial, ese que se abre al tomar consciencia de que las luchas de toda una vida acaban reducidas a un cuerpo marchito y solo, sentado en el brasero, engullendo televisión y ruidosas tertulias de radio. Como si todo fuera un gran sinsentido, una broma macabra.

En el mundo de los vivos en activo todo es más colorido, más animado: gente haciendo cosas, viajando, divirtiéndose, consumiendo, construyendo, buscando financiación, haciendo deporte... Sometidos a extrañas situaciones con el único fin de sentirse vivos.

Cuando miro a nuestras hijas, tan pequeñas, con todo por hacer, todo por aprender... con su estúpida ilusión por las cosas más absurdas y su asombro ante muchas de las situaciones que para nosotros son casi cotidianas...
La verdad que, con su vitalidad, me alegran el corazón. Pero también me asaltan el miedo y la inseguridad. Porque uno sabe que el mundo que habitamos es profundamente injusto, que está lleno de depredadores, de plásticos, contaminación...
Pronto empezarán a abrirse paso en la jungla de la sociedad, buscaran sus lugares, recompensas y métodos para sentirse vivas. Y yo no podré darles ningún consejo más allá de: -No os quedéis al margen, manteneos en la cresta de la ola y... sálvese el que pueda.

Collage: Sophia y yo.

Bajo estas premisas existencialistas me lancé a ver la película Interstellar: una distopía futurista en la que la humanidad se habría cargado el planeta, haciendo casi imposible la vida en el mismo. Y, donde unos pocos elegidos -ingenieros y científicos de la NASA-, se habían lanzado a buscar alternativas habitables fuera de la Tierra.
El tiempo y el espacio se pliegan en el film para decirnos que: en la tecnología está la salvación, que, a pesar de nosotros, conseguiremos sobrevivir en otros mundos posibles. Y lo haremos incrementando nuestra fuerza e inteligencia hasta unos niveles que hoy día no alcanzamos a comprender -como las diferentes teorías sobre el espacio exterior que se exponen durante todo el desarrollo de la película-.

Lejos nos quedan ya las historias de conquistadores, colonos y náufragos que se arrojaban al mar a descubrir nuevos mundos -Robinson Crusoe, Darwin, Pizarro...- Exploradores de nuevas culturas y ecosistemas que les revelaran las claves de la existencia -o los preceptos para llevar una vida en armonía y felicidad en este nuestro planeta-.
Mayor trascendencia -en cuanto que marcaron el espíritu colonialista de siglos posteriores- tuvieron los que preferían arrebatar tesoros, y encontrar una fama y gloria que les fuese dado disfrutar en sus lugares de origen.
Aventuras, todas ellas, que acabaron sometiendo cualquier descubrimiento a la lógica de dominación de los mercados.

Pero la tendencia de arrojarse al espacio infinito -o al ancho mar- no ha cesado: ahora lo hacen conquistadores y colonizadores del sur, en frágiles embarcaciones, huyendo de las hambrunas y las guerras -como los astronautas de Interstellar-. Buscando la felicidad y la estabilidad que les arrebataron los comerciantes europeos y otros traficantes de sueños.


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Quizá la vida no sea tan larga, quizá debiéramos vivir 500 años o más. Sólo para tomar consciencia. Para cansarnos, aburrirnos y atisbar qué es lo verdaderamente importante. Echar un paso atrás y tomar el camino de la sostenibilidad, de lo bello, lo amable, divertido, compartido...  Llegar a viejos y decir a nuestras hijas: -Disfrutad, aquí estaréis bien.


sábado, 1 de julio de 2017

Parkinsonia aculeata, Palos Borrachos y las actividades que se realizan por placer durante el tiempo libre

No recuerdo cuando comenzó mi extraña afición por plantar árboles... Más o menos, cuando supe que Sophia iba a nacer... creo...
De lo que sí estoy seguro es de  que vivía en Barcelona.
"Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.": - Fácil ¿no? Lo difícil es criar la hija, que el árbol te sobreviva y que alguien lea el libro.

Recuerdo pasear por las calles y parques de la Ciudad Condal, acercándome disimuladamente a los árboles y, en cuclillas, mientras saboreaba los aromas del ocre orín de los perros, iba recogiendo semillas que más tarde sembraría en casa, con la ilusión de que germinaran. En las ciudades hay gente muy rara, realmente en todas partes, pero en la ciudad, con la careta del anonimato, nos exponemos más.

Quería un "Palo Borracho", me encanta ese árbol, con su tronco inflado y lleno de pinchos.
Palo borracho - Málaga 2016

Pero recogía semillas de cualquier especie que me resultara atractiva. Y así fue como las semillas de Parkinsonia acabaron en mi bolsillo.

Nadie lo pregunta, pero si lo hicieran... No sé porqué lo hago. No tengo una respuesta clara y contundente. Me gustan los árboles, me gusta que los demás reparen en ellos. Por eso, siempre que puedo, hablo de árboles, o pregunto sobre árboles -porque no tengo ni puta idea de árboles, ni de plantas-, no investigo sobre ellos, sólo sé lo que me voy encontrando, lo que otros me cuentan...

Mis aficiones son todas así: sin una finalidad clara, sin una metodología sistemática (son aficiones, no profesiones).
Esto del blog, por ejemplo: ¿Lo hago porque me gusta? ¿Porque necesito liberar mis patacabras? ¿Como práctica para mi futuro como escritor?
Me gusta pensar que es por ordenar los pensamientos. Porque, cuando escribes -más que cuando hablas-, haces una selección, te tomas cierta molestia por verificar datos, profundizar, la estética... Me gusta también pensar que lo hago por dejar un rastro, que el cambio sea observable. Para liberarme del ostracismo y llenar de contenidos poco prácticos la web, ese sitio en el que buscamos siempre cosas útiles o entretenidas. Porque me gusta adornar las cosas que me rodean y, la web, es una de ellas.

La fotografía es otra de mis aficiones que sigue este patrón de lógica difusa... Tomar fotos, pulir, publicar, crear un relato... Con los nuevos medios de comunicación, la imagen llega a más gente, aunque no quieran, porque ver una imagen no cuesta nada, si te la encuentras.
Al igual que me pasa con los árboles, me resulta agradable que las fotos estén presentes, que otros vean lo que yo miro. Como esas canciones que, al escucharlas, nos ponen los pelos como escarpias y nos gustaría que nuestros amigos participasen de esa misma emoción.

Los Palos Borrachos germinaron y también la Parkinsonia. Sophia comenzó la guardería. Los árboles se hacían grandes, demasiado para sus macetas. Así que llegó el momento de liberarlos.
Depende mucho del árbol pero, si se trata de especies exóticas que crecen rápido, suelo esperar al menos dos años. Si los trasplantas antes, es fácil que mueran -porque el clima de aquí es extremoYduro-. Es fácil que mueran igualmente, el campo está lleno de peligros: herbívoros, calor, sequía, heladas, insectos... Si esperas demasiado, las raíces se enroscan en la maceta y, a la hora de dejar libres, no saben serlo.
Con los Palos Borrachos no estoy teniendo mucha suerte, no son como la Encina o el Quejigo -perfectamente adaptados al medio-.
Los siembro en un terreno de mis padres donde tienen ganado. Así que, además de buscar un lugar apropiado -lo menos extremo posible-, tengo que protegerlos de los ataques de las pérfidas ovejas: Alambres, protectores, estacas, bidones, palos, ramas secas... intento aprovechar lo que tengo a mano. Me gusta todo eso: los experimentos de protección, hacer agujeros, estercolar, regar, clavar estacas... Resultan muy gratificantes los trabajos manuales, artesanales...

Tener hijas también requiere muchos cuidados y atenciones. Las puedes buscar un buen sitio de partida, allanarlas el camino y hacer cierto seguimiento. Pero, al final, hay que liberarlas y, el que se hagan grandes, escapa a tu control. Querrías siempre verlas plenas, fuertes, floridas, felices, acogiendo todo tipo de vida... Por una cuestión estética no más.

Así que, a pesar de mis preferencias y prejuicios, de la primera remesa de semillas de árboles, la Parkinsonia aculeata prosperó mucho más que los Palos Borrachos o las Palmeras -otro de mis árboles fetiche, aunque no sean propiamente árboles-.
Y, este verano, echó sus primeras flores: con apenas cuatro anillos ya ha alcanzado la madurez sexual...

Flores de Parkinsonia aculeata - Sibera extremeña 2017

A pesar de que ya no germino semillas
ni me arrastro por los suelos de parques urbanos,
esquivando borrachos y ancianos,
sigo luchando con estacas y alambres
contra el ganado manso.
 
Replicando pedazos de vida
adornando mi contexto humano.

domingo, 18 de junio de 2017

Privilegios televisados y la teoría de antenas

Elitistas: fascistas, clasistas, racistas, nacionalistas, aristócratas, meritócratas, plutócratas, capitalistas ... todos ellos son capaces de advertir diferencias entre grupos humanos. Pero, no contentos con ello, además pretenden justificar injusticias y privilegios basándose en esa diferencia. Y no tengo nada en contra de que gobiernen los más sabios, los más hábiles o los más ricos; pero sí estoy en contra de que los dirigentes disfruten de privilegios y derechos que no tienen el resto.
Por eso, siempre que tengo la oportunidad, se me llena la boca diciendo que el presidente del gobierno debe ganar lo mismo que cualquier otro trabajador o que el sueldo de la doctora debe ser igual al del enfermero, el de la arquitecta igual al del programador,... Nadie debería verse obligado a hacer algo que no quiere solo por dinero... Otra cosa es que nos acomodemos a la oferta y la demanda, y aprovechemos las oportunidades que nos brinda nuestra circunstancia para llenarnos los bolsillos y ensanchar nuestro ego:
- Tú te quedabas frente a la TV, extenuado en el sofá. Mientras yo estaba continuamente afanado: de la biblioteca a la cafetería, haciendo entrevistas, en reuniones, eventos, esnifando y engañando. Merezco mis privilegios. Yo soy la cigarra...

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Mi hija se vuelve un tanto impertinente cuando está viendo la tele. Un invento tan avanzado y tan macabro... Puede estar constante e ininterrumpidamente difundiendo sus mensajes e imágenes (el mismo mensaje para todo el Mundo). Cuando se es adulto es fácil comprender que, estar engullendo contenidos sólo porque salen de un artilugio en medio del salón, no hace ningún bien a nadie. Supongo que, de alguna manera, hacen bien a quien los difunde, a quien selecciona los contenidos, los horarios, a quien instala los cables, las antenas...
- Porque podrías estar trabajando para trepar por la escalera social y, en cambio, pierdes tu tiempo frente a la caja tonta, asimilando roles de género y clase, indignándote por la impunidad de las fechorías de tus dirigentes o intentando copiar un estilo de vida insostenible, banal..


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Siempre me resultó un tanto esotérica y guarra la teoría de antenas: demasiadas incertidumbres, además de todas esas constantes (reveladas como por una autoridad divina), prueba, error, estadística... Yo quería algo exacto, como la teoría de la gravedad, universal: dos cuerpos que se atraen con un fuerza proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa... pura poesía. La tranquilidad de que es posible entender la Naturaleza porque sigue reglas matemáticas... Como si nuestras matemáticas pudiesen modelar cualquier fenómeno natural... No como esas matemáticas que hay que retorcer y reinventar para predecir burdamente el diagrama de radiación de una antena... Diempre en el campo lejano.
Esas matemáticas retorcidas, que alguien utiliza para meter a Bob Esponja, Doraemon o Donald Trump en los hogares de todo el mundo.

Diversos tipos de antenas presidiendo Herrera del Duque, en la base de su Castillo/Fortaleza

jueves, 20 de abril de 2017

El mito del nacimiento de Laia, la arquera

Sophia ya tenía casi 4 años. Recordaba haber escrito un relato/crónica de su nacimiento. Un relato sangriento. Fue impactante que aquel período cálido y suave de nueve meses finalizara con tanta violencia, en una fría sala de hospital.
Nunca simpaticé con médicos y hospitales: con su ciencia de la enfermedad, sus técnicas de cortar y recomponer...

Pero, esta vez, las cosas fueron mucho más fluidas. Y fue gracias a Ellas:
Laia era la segunda; Sophia ya había atravesado el canal del parto; Laia era más pequeñita, llevaba meses cabeza abajo, preparada para salir, en la fecha prevista. "Ella" era fuerte, decidida y llena de energía.

Las "contradicciones" comenzaron rápidas y continuas, a las 9 de la mañana. A las 10:30 ya estábamos en urgencias del hospital. Era un sábado de Semana Santa, la ciudad estaba vacía (una ciudad de interior, de clima caluroso y seco).

Una bata blanca, con tono irónico y jocoso, nos hace esperar. Pide informes, análisis, consentimientos... Ella va a vomitar al baño... Finalmente, nos hace pasar a otra sala, donde una bata verde la invita a subir a una de esas sillas con extensiones metálicas para apoyar las piernas... Confirma lo que ya era obvio: -Está de parto!-
Vías, anestesias, botes de suero... Batas de diferentes colores pasan relajadas a nuestro alrededor.
Aquí todo el mundo tiene su mini-función, como en una gran cadena de producción.

Al rato llega la doctora, es amiga, la conocemos del pueblo, eso hace todo más fácil.
Nos llevan al quirófano. Un chaval joven y simpático conduce la camilla.
Dentro encienden un gran foco que apunta justo a la entrepierna de Ella. En dos o tres contracciones Laia asoma la cabeza. El cordón viene enrollado al cuello, así que la doctora lo corta. Un empujón más y... Ya está! Laia de cuerpo entero ¡Alumbrada! Por el gran foco del quirófano. La dejan encima de Ella. Envuelta en fluidos viscosos. Se mueve, tiene todo en orden. Por fin nos relajamos, reímos... la llevan para limpiarla y abrigarla, rompe a llorar... -¡Qué llanto tan hermoso! - ¡Qué sana está!

La magia de la vida: un cuerpo que sale de otro cuerpo. Del cuerpo de Ella aún seguían saliendo: el cordón, la placenta, fluidos, sangre... La fábrica de bebés se desmantelaba.

En la sala estábamos eufóricos. Por fin Laia, la arquera, había dejado volar su flecha de risas y llantos hasta nuestros corazones frenéticos. La magia se había completado, con gran alborozo y pirotecnia.

En la puerta esperaba mi hermana, habíamos ocupado su casa durante dos semanas para estar cerca del hospital.
Las abuelas reían ilusionadas, como un niño con su juguete nuevo...

Pirotecnia de flores de Lampranthus, en el jardín Botánio, el de la estatua metálica.

domingo, 14 de junio de 2015

La muerte de la encina entre pastos oníricos

Todos tenemos nuestros vicios: el porno, tabaco, tele basura, alcohol, chequear el facebook... Pequeñas cosas que no podemos dejar de hacer y que nos hacen sentir culpables una vez consumadas... dolor de cabeza, mal aliento, prisas... Hay que organizarse, reducir los vicios, ganar tiempo.


Mi padre tiene un terreno, con unas cincuenta ovejas. Por la tarde fuimos a verlas. En el mes de junio ya está todo el pasto seco. Había mucho pasto... son pocas ovejas para tanto terreno.

También hay encinas, muchas se están muriendo: Están infestadas por algún insecto que produce unas pequeñas agallas en el envés de las hojas y que las perfora por el haz al salir. Se les ha juntado con unas podas de esas de sacar cuanta más leña mejor: -¿Y si se seca la encina? -Se corta y a tomar por culo!- Después uno se pregunta: -¿Por qué hay tanto páramo sin un solo árbol? Si tampoco se cultiva cereal (las plantaciones más grandes son de pino y eucalipto)-.
También en la zona, la dehesa pública está llena de encinas senescentes, nadie las repone y, con una presión ganadera elevada, es difícil que crezcan por su cuenta. Así que, poco a poco, de forma silenciosa, los pastos ganan terreno a la dehesa.

Y allí estaba yo, a la sombra de una encina, mirando sus hojas agujereadas y llenas de agallas. Las ovejas tampoco parecían querer alejarse de la sombra. Les molestaba mi presencia, no están acostumbradas a la gente.
Llevaba pantalones cortos y los calcetines llenos de zaragüelles. Todo estaba tranquilo, en paz, soplaba una suave brisa..
¡Olía a campo! Un olor que me era muy familiar de niño... ¡El atardecer de verano es tan tranquilizador... Había tanta variedad de hiervas en el suelo! (Incluso en los calcetines y el hueco de las botas) Cuanto más observaba, más detalles iban apareciendo! El campo tiene ese gran aliciente del cambio constante, como el agua del río de Heráclito... como "el agua de la fuente vieja de siempre, con agua siempre nueva". Pero ¿Quién tiene tiempo de recrearse en esos detalles?
Movimos un poco las ovejas, mirándoles el culo en busca de mosquera, contándolas...

Aún no siendo confortable, se está bien allí, el tiempo adquiere otra dimensión... Sin prisas, sin malos humores, un mundo onírico fuera de la ajetreada vida social.
En esos momentos (esporádicos) uno siente que algo tan sencillo como disfrutar de la naturaleza, en su estado salvaje, nos ha sido robado. Es de suponer que, cuando el campo se explotase sin las tecnologías químicas y de motor, quien trabajase la tierra debía de experimentar estas sensaciones en su día a día -si, además, podía disfrutar del producto de su trabajo...-
Pero, en algún punto, cambiamos la valoración de lo natural: lo natural se da sin intervención humana y, por tanto, no tiene valor.
La educación, la cultura, la demanda laboral... Todo nos conduce a la vida artificial, el cajero automático, la compra, cenas, alcohol... Incluso nuestras drogas "tradicionales" están tecnificadas... Y Los sabores del campo nos resultan demasiado fuertes, secos, pequeños, irregulares, incómodos... Frente a los alimentos tecnificados: homogéneos, vistosos, jugosos, suaves...


miércoles, 18 de junio de 2014

Azorín entre pantanos, pueblos y ciudades.

En las oficinas siempre hay alguien que se queja amargamente de las condiciones, que está continuamente mirando a tal o cual empresa donde determinados parámetros son mucho más ventajosos: que si en Alemania se cobra 10 veces más, que si en Dinamarca se trabaja 10 veces menos, que vaya chollo el de los funcionarios,... intentan meter el veneno dentro. ¿Con qué intención?: ¿Desahogarse? ¿Deshacerse de los demás y poder ascender? ¿Una revolución?
Pero lo cierto es que tenemos mucho aguante (como canta Calle 13).

En las ciudades nos quejamos de los atascos, lo artificial de la comida y la soledad entre tanta gente. Aún así, hay colectivos que se mueven, se asocian y tratan de paliar lo que consideran injusto o indeseable.
En los pueblos también hay descontentos, pero pasa como en las empresas: que el espíritu fatalista pone trabas a lo nuevo. En el mundo empresarial, al fatalismo se suman la relaciones de poder que frenan el asociacionismo o el movimiento hacia formas de reparto de cargas y beneficios más justas. En los pueblos es más importante el factor masa crítica: hay poca gente, con intereses tan diversos, tan anclados a lo que nunca cambia, la tierra... que es difícil salirse de los cauces de la tradición, del orden establecido, aunque pueda resultar injusto para algunos.

De joven me gustaba leer a Azorín... ahora me siento un poco en su situación, retirado en mi Yecla particular. Debería encontrar un cura con el que rebatir la ausencia de Dios.

En los pueblos hay muchas cosas, no sólo paz y tranquilidad. Pero se desea lo que hay en la ciudad: polígonos industriales, multinacionales, autovías, centros comerciales... Así que, objetivos y logros, van en esa dirección.

Los dirigentes de las ciudades tienen una serie de variables que deben maximizar: el número de turistas, el tráfico, el consumo, el comercio, la industria... planifican y trabajan para conseguirlo (en ese sentido son creativos).
En los pueblos lo tienen mucho más fácil porque el modelo ya existe. Sólo hay que imitarlo, a menor escala, así, en plan cutre... lo que requiere de no poca imaginación también.

Siempre me resulta impactante que nadie se tome en serio parámetros como la felicidad, la justicia, el bienestar, la cultura, el arte, la Naturaleza o la participación en la vida pública.
No importa si es una Villa, una Megalópolis o un desierto, al final todo se reduce a: Cuál es tu trabajo, tus posibles ingresos y las pajas mentales para aumentar lo segundo. Claro está que el trabajo embrutece, el ansia de dinero crea odio (además de envidia) y las pajas ostracismo. En términos psicológicos, trabajo y dinero son fuentes de malestar en la sociedad (sumadas a la represión moral y cultural). Pero tenemos mucho aguante...

Así que, huyendo a un pueblo no te puedes librar de los males que aquejan a la sociedad. Pero sí que puedes disminuir tu dependencia de lo artificial y tener un contacto más directo con la Naturaleza. A mí, de vuelta a vivir en el pueblo, me han llamado poderosamente la atención: los ciclos naturales, las estaciones, las lunas llenas, la migración de las golondrinas, los vencejos, o los "aviones", que pasan a gran altura, sin ruido ni atisbo de detenerse... Que no todo son "pájaros", que hay tordos, jilgueros, gorriones, petirrojos, abubillas... Que los insectos son muchos más que cucarachas, mosquitos y hormigas. Que el quejigo, aún siendo muy parecido a la encina, pierde sus hojas en otoño y es pariente cercano del roble... En general: La Naturaleza, que se adueña de todo y emerge por cualquier grieta.
Aunque puedes vivir en un pueblo y no apreciar esos detalles, vivir mirando las ciudades, las luces de neón, lo otro (the grass is always greener on the other side of the fence). Y es esa actitud la que resulta en malestar, además de ser destructiva: porque si no se es capaz de poner en valor lo que nos rodea o, incluso, se toma una pose de  ignorante odio hacia esas pequeñas cosas (como puedan ser los insectos, o el molesto canto de los pájaros), es probable que, en el momento de tomar una decisión, no se pestañee tampoco ante su desaparición (incluso se manifieste un fingido alivio y satisfacción, porque vamos en la dirección del progreso, el capital, la ciudad...). Y ocurre constantemente que, ante la posibilidad de una infraestructura, nadie mira lo que se lleva por delante: ríos, montañas o nidos de buitre negro.

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Todas estas cosas pensaba, mientras disfrutaba de un relajante baño en el embalse cercano al pueblo (ya a nadie importa lo que hubiera en esas tierras ahora inundadas, sólo queremos más cemento para la playa).
Olía a trigo recién segado, tomillo, protección solar, estiércol y untuosa lana. Salí a las duchas: porque, aunque el agua del río no tiene cloro ni sal, deja su olor característico, entre cieno y peces vivos. Soplaba un aire abrasador. El cemento estaba plagado de restos de vidrios y cardos secos. Al pulsar el botón, una infinidad de gotas de agua se derramó sobre mi pelo y cuerpo... caliente, como el orín de mil ovejas. Un rebufo de aire me trajo olores de establo y gato muerto... A pesar de todo, aquello era pura gloria... en una calurosa tarde del mes de Junio.

domingo, 8 de julio de 2012

Sueños de una tormenta de verano

Llegó la lluvia y sopló el viento desde las montañas; por un día se endureció la arena de la playa y asentó el polvo donde debe estar: en el suelo. Un día sin sudar, un día de descanso, en un verano sin tregua, de los que no dejan dormir ni descansar. El infierno es siempre un lugar cálido. Hay mitos respecto al viento: que vuelve loca a la gente; sin embargo, el calor, parece requisito indispensable para la madurez: de la fruta, del cereal... del tontito al que le falta un hervor.
El calor tiene un lado perverso y oscuro. Y no es sólo por la carne de los cuerpos que se expone sin pudor a los rayos afilados del sol. Además es el catalizador de las pulsiones de muerte, la llave de esas puertas que dejamos mal cerradas cuando preferimos olvidarnos de los traumas infantiles o adultos, para seguir adelante. Porque matar o dejarse morir es malo por igual, aunque las buenas personas prefiramos dejarnos morir...
Costaba entender porqué existía esa veneración incondicional hacia el verano. Porqué todos se dejaban arrastrar por sus instintos más destructores y se lanzaban a un ocio de sol, tabaco, alcohol, temperaturas extremas, comidas copiosas, músicas chillonas, sexo, adulterio, drogas... cáncer. Sufría, sufría por todos ellos, mientras el aire acondicionado le helaba los huesos en aquella oficina gris y oscura, después de un fin de semana de contrastes de temperatura.
Delante de la epiléptica pantalla de ordenador soñaba con vacaciones, en un lugar frío, quizá Siberia, viendo corretear los renos desde debajo de su gorro polar, mientras la nieve golpeaba con furia el grueso abrigo. De pequeño adoraba los cuentos populares rusos, recordaba perfectamente los dos tomos de pasta dura de la biblioteca del pueblo. Había leído cientos de aquellas historias de caballos semi-mágicos, expirando fuego en medio de la estepa helada, ayudando al joven de buen corazón (pero bolsillos vacíos) a conseguir el amor de la hermosa princesa. De pequeño siempre estaba en las nubes, quizá no le había dado lo suficiente el sol, de pequeño...
Odiaba el calor y el aire acondicionado; además tenía un corazón salvaje, como los jóvenes de los cuentos populares: por eso siempre estaba sudando. Quizá su fascinación por Rusia no era algo irracional, ni sus sueños marxista-leninistas... la comunión de bienes.

Una rata gorda y peluda se posó a su lado; con sus manitas pequeñas y desnudas parecía querer decirle algo. No era más que el jefe del departamento de cuentas. -¿Qué cojones querría ahora!-. Esta gente parecía no enterarse que el calor le ponía de mal humor. -De acuerdo- Le espetó -Sin ni siquiera pensar lo que le había dicho (siempre eran pequeños detalles que no le interesaban lo más mínimo)-. Le vio alejarse arrastrando su cola carnosa tras el traje negro. Fijó la mirada en la pantalla: -¡Mierda!- El protector de pantalla se pavoneaba con mil colores, ahora entendía a qué había venido ese ser agorero. Era un Lunes de Julio, después de un fin de semana de cáncer e infarto. Una salida de la autopista de la rutina, tan intenso como desconcertante. Pero el señor rata no sabía nada de eso y prefería importunarle cuando observaba inexpresivo los renos de su amada Siberia.

El infierno está lleno de calor y el mal tiene rabo. El deseo sexual se disfraza de voluptuosidad, el verdadero mal habita en mugrientas oficinas y sobre todo en las de amplias cristaleras. Después de la tormenta siempre llega la calma y le deja a uno tirado en medio de una realidad absurda, extraña, ajena... una especie de Matrix al que todos vivimos enganchados, engañados... como el Buda que no quiere saber de las pasiones.

La psicodelia del protector de pantalla le transportó a la noche del fin de semana, a la oscuridad de un antro en el centro de la ciudad donde se sorprendió mirando sus brazos, repletos de gruesas venas, como raíces de un gran árbol. Se giró para comentarlo a un colega, pero estaba en medio de un grupo que no era el suyo; una chica le preguntó algo, la música siempre estaba demasiado alta, o quizá  era extranjera; le señaló sus brazos, pero no pareció ver nada raro. Todos reían, bailaban y se movían muy rápido, así que pensó que sería el cóctel de drogas; que había llegado el momento de buscar al hombre sin química, aquel que habita más allá de los sueños, al otro lado de las sábanas, en el mediodía siguiente. Se fue a casa, sin despedirse, tampoco sabría de quien hacerlo, todos le resultaban conocidos. Fumando, tosiendo y sudando, con el sol asomándose para verle abrir la última puerta; se quitó la ropa y se metió en la cama, mientras pensaba que había vivido momentos de magia, que había visitado el lugar donde nace el narco iris y juegan los pequeños ponis. El calor y la humedad fueron especialmente insoportables, así que no descansó, sólo de vez en cuando susurraba -Mañana lloverá y arrastrará al mar este onírico malestar, las imágenes ya borrosas y los sentimientos de culpa, por no haber actuado acorde a la prudencia, la razón y el decoro.

El día siguiente amaneció un Domingo de tormentas, un regalo del Cielo. Dios le amaba. Después de todo, no había sido tan malo. Aunque no hacía falta que se lo confirmaran: él sabía que era de los buenos, de los que aman; los que odian prefieren de lunes a viernes: no piensan en la felicidad ni tienen raíces en los brazos y, por supuesto, no sueñan con árboles de vida y muerte.

sábado, 16 de julio de 2011

Asertividad

Estaba viendo un concierto, cuando... Algo empezó a sonar mal: era una de las cantantes. De repente, la otra se giró y le clavó la mirada en su rostro desconcertado. A la vez, le lanzaba la más sincera y expresiva sonrisa que jamás se haya visto: - ¿Por qué lo estás haciendo mal? No dejes que te traicionen los nervios. Lo hemos ensayado miles de veces. Yo, y el resto del grupo, sabemos que lo haces de puta madre. ¡Vamos! ¡Como tú sabes! Con alegría ¡Sin miedo! – Seguramente, aquella mirada y aquella sonrisa, decían muchas más cosas porque todo comenzó a sonar mejor: la voz creció y todos reían, cantaban y tocaban palmas. El público se desvanecía entre los efluvios del tabaco y la cerveza, tras presenciar un acto tan breve y bello, casi irreal...

Qué difícil resulta ver algo así. Normalmente pensamos en culpar al otro. Porque, además, siempre hay otro al que culpar.
Lo cierto es que la competitividad es entre tú y los otros. No se piensa en la estrategia colaborativa, en la que todos pueden ganar, en la que todos ganen.
El problema viene por lo de “ganar”. Todas las metas de nuestra vida incluyen el término “ganar”: dinero, calidad de vida, fútbol, elecciones...

Jugar: ¿No te gustaría, simplemente jugar, pasar el rato, divertirte? ¿Y si el diferente, el “otro”... no existiera? Entonces no habría nadie a quien ganar y el mundo sería extrañoooo...
Ganar: Eso es porque tú eres un looser.
J: Estoy comprometido con la causa, soy colaborativo. Podemos jugar todo el rato, sin prisa pero sin pausa.
G: Eres un Idealista, la vida es mucho más seria.
J: Y tú no eres capaz de tomar distancia, sigues repartiendo y cargando culpa.
G: Serías elitista pero, como no tienes un duro, te quedas en las vanguardias.
J: Te quiero.
G: Que te follen.