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domingo, 2 de marzo de 2025

44: la espiral del tiempo

Otra vez he comenzado a leer  "La Voluntad" de Azorín. No sé... me entraron ganas después de haber estado estudiando la historia de las ideas políticas en España durante los últimos siglos. -Voy a releerlo ahora que estoy en contexto, antes de que se me olvide todo -Me dije-. Ha sido un libro que siempre me ha atraído y, al revisitarlo, he recordado porqué. No era por el ritmo trepidante de la acción -todo lo contrario-, ni por las ideas expuestas -aunque pueda tener su emoción situarlas en los diferentes pensadores de todas las épocas-. Es por el ritmo -pausado-, la sonoridad, la forma de escribir, las descripciones detalladas... Te traslada al ambiente de pueblo de la época -como irte a Hontanaya fuera de las fechas de fiesta- y te hace consciente de la cantidad de ruido y aceleración en que vivimos sumidos hoy día.

Lo leí por primera vez en el insti, como representante de la generación del 98, de ese espíritu melancólico que abrazó el país después de perder sus últimas colonias... Todo estaba mal entonces y había que regenerar la política. No podía continuar el sistema corrupto de progresistas y conservadores -pero todos liberales- alternándose en el poder. No ha cambiado mucho la cosa en los últimos 120 años -quizá sólo el control de masas se haya tecnificado y biologizado más; el liberalismo se ha puesto el traje de la ciencia-.
También lo leí por su peculiar forma de escribir y enlazar las frases, ideas, descripciones... Con un sistema de puntuación que siempre me resultó atractivo, que siempre he intentado imitar.

El libro se mantiene vital, fresco y lozano, aunque las páginas amarilleen un poco. Es una edición de 1989... En aquel entonces Internet no era una cosa de masas -la lectura, sí-. Sin embargo, Internet, ha envejecido peor... se descompone, está permanentemente mutando, se expande y contrae, buscando su lugar en el mundo. Los sitios en que nos divertíamos de jóvenes han desaparecido: Messenger, Tuenti, foros... Otros han sido abandonados: Blogger, páginas webs que nadie actualiza... Y muchos van desapareciendo sin más -en cuanto se deja de pagar el dominio-. Es verdad que tampoco hace falta conservar tanto contenido.
Yo soy muy de guardar, lo guardo todo en local, e mis discos duros... también copias de este blog. No me fío de lo efímero de internet, ni de la nube, ni de las grandes compañías derrochando recursos para almacenarlo todo. También guardo trozos de muebles viejos, maderas, hierros... por si alguna vez tengo tiempo y hago algo con ellos. A veces sí los reutilizo: para arreglar un armario, hacer una estantería... Antes de la era del plástico y los circuitos integrados las cosas se podían -y debían- arreglar.
Los textos no los reutilizo. Sólo, en ocasiones, desarrollo algunas ideas que voy anotando en Facebook. Facebook es mi bloc de notas -y fotos-. Supongo que me he adaptado al paradigma del internet 2.0 y sólo consumo lo nuevo... lo viejo tiene que ser reeditado, remozado...
La edición que estoy leyendo de "La Voluntad" está llena de anotaciones, para facilitar la comprensión sin tener que salir constantemente a buscar en el diccionario o la enciclopedia -porque hace un montón de referencias a hechos de la época, que ya solo importan a los historiadores-. En eso se ha quedado viejo: porque, con el móvil y Alexa siempre al alcance, es muy fácil consultar -y la anotación distrae-.

Hace unas semanas, un amigo se encontró con un sitio "antiguo" del pueblo. Y fue ilusionante y gracioso. Era como retroceder unos años atrás. Como descubrir un álbum de fotos olvidado. El sitio web no era tan viejo...
Antiguo o viejo soy yo -que ya le he dado la vuelta al jamón-. Que estoy en una etapa estable de mi vida. Quizá todavía aspiro a más, pero más de lo mismo: más dinero, más tiempo libre... menos trabajo, pero donde estoy. Para leer más con mis hijas -y solo-, escribir más, ver películas, cortar más leña, criar más ovejas, gallinas, cuidar un huerto, cocinar, hacer fiestas con los amigos, yacer con mi mujer, viajar... Quizá cuando era más joven la vida se presentaba llena de posibilidades y caminos por explorar: ser funcionario, intentar ser escritor, medrar en el trabajo -llegar a lo más alto-, comprar una casa en algún sitio... Un tanto estresante tanta posibilidad mientras, además, debes seguir lidiando con la vida.

Estas últimas semanas he vuelto ha escuchar insistentemente Corcobado. Su música ha envejecido bien -o quizá sólo ha envejecido más o menos acompasada conmigo-. Es como echar la vista atrás, a las emociones que me inundaban en el pasado, pero con cierta condescendencia y nostalgia...

¿Por qué estoy tan triste teniéndolo todo?
Vivo sin mañana sangrando palabras
Ya no sé quién soy ni adónde voy

¿Por qué estoy tan triste teniéndolo todo?
Yo no sé por qué he nacido así
Soy una infección de contradicción

Y no tengo alergia a la alegría
Sólo tengo alergia a la hipocresía
Fragmento de "¿Por qué estoy tan triste? de Javier Corcobado

Siempre he pensado que he estado dando tumbos: de un trabajo a otro, de una ciudad a otra... Pero ahora me aparece todo una espiral: una vuelta a las cosas que siempre he amado -enriquecidas con esos garbeos por las periferias-.



sábado, 31 de diciembre de 2022

Sobre la vida en la ciudad y el ocio rural

El otro día me preguntaron si no tenía pensado mudarme a una ciudad... Yo siempre respondo lo mismo: -De momento no, mientras las niñas sean pequeñas y puedan ir al cole aquí... Es verdad que hay más cosas que me atan al pueblo: la familia, amigxs, la tierra... Pero los pueblos están llenos de incomodidades: siempre dependes del transporte privado -y hay que ser conscientes de que llegará un momento en que no estemos aptos para conducir-, todo -excepto la vivienda- es más caro, acabas teniendo un montón de enredos asociados a disfrutar de casas y parcelas más grandes, los servicios públicos son deficitarios, la oferta cultural y formativa escasa... Sí, también tienen sus cosas buenas: tranquilidad, no hay aglomeraciones ni atascos, hay pocos sitios donde gastar -así que, al final, gastas menos-, el aire limpio, los sonidos y olores del campo... 

En estas fechas, mucha gente viene de vacaciones. Está muy bien venir al pueblo y estar absolutamente ocioso. Yo ya no recuerdo esa sensación, siempre aprovecho para hacer todas las cosas que no me da tiempo en la semana laboral: arreglar lo que se va rompiendo, podar, hacer leña, pintar... Así que, me genera cierta envidia y morriña aquellos tiempos en que yo era un forastero en mi pueblo: venir a un lugar bonito, reunirme con lxs amigxs y familia, estar ociosos, salir a tomar, a pasear, leer... desconectar. Es verdad que cualquier lugar es bueno para estar de vacaciones. Tal vez la oferta gastronómica o de ocio de los pueblos no sea muy grande pero, como todos los visitantes vienen en la misma época, es difícil aburrirse.

Para el día a día, las ciudades son más apetecibles: los escaparates, las tiendas, los centros comerciales, la oferta cultural y de ocio, los espacios comunes, los parques, servicios públicos, bares, discotecas, restaurantes, el trasiego de personas... La vida en la ciudad está sostenida sobre el deseo: de cuerpos, de consumo... No como los pueblos, que tienen más que ver con el ascetismo, la sobriedad, el trabajo, la contemplación... 

Sí, los pueblos están condenados a desaparecer, en el mejor de los casos condenados al ocio vacacional. Pero yo seguiré aquí, porque las ciudades me dan alergia, me hacen estornudar y me salen sarpullidos. 

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Ayer fuimos a ver a las niñas cantar con la escolanía -una especie de coro de iglesia formado por adultos y niñxs del pueblo-. Aprovecharon que el auditorio se había llenado con los que íbamos a ver a los familiares, para meter la actuación de una niña que canta flamenquito y rumba -Clohe DelaRosa-. Estaba muy bien pero, claro, la mayoría de la gente no había ido a ver eso. Además, el sonido era horrible, no había manera de ajustar y acompasar el volumen de los instrumentos y la voz. Yo estaba un poco angustiado por la niña, porque era muy animada y los temas que cantaba molaban un montón, el padre -que la acompañaba a la guitarra- se veía un músico con muchas tablas, Clohe tenía una expresividad y gestualidad muy modernos, descarados... parecía una mujer. Y nosotros sentados en aquel auditorio... demasiado serio para aquel espectáculo. En mitad de la actuación Clohe no pudo más y se echó a llorar, dejó de lado la actuación y volvió a ser una niña. Nadie quiere ver sufrir a una niña -los espectadores que estábamos allí tampoco-- El padre la conocía bien, después de unas reflexiones y cantes a capela, la volvió a sacar arriba y volvió a ser Clohe, la cantista -cantante y artista-. El público hicimos lo que pudimos con nuestros aplausos y risas. Siempre me ha llamado la atención la asertividad de estos músicos populares: cómo apoyan a sus compañeros y los hacen sentir que pueden con todo, especialmente en situaciones en las que el común de los mortales tendemos a reñir y hundir al otro. Contrasta mucho con lo que solemos ver en músicos de conservatorio o en educación formal -un ambiente mucho más competitivo y estricto-. 

Se hacen muchos esfuerzos para traer cultura a las zonas rurales, pero ocurren a menudo estas cosas: que los artistas, lejos de encontrarse un público entregado e interesado en el espectáculo, se topan con un muro de indiferencia o incomprensión que es muy difícil de derribar en un espacio tan breve de tiempo.

lunes, 11 de octubre de 2021

Educación: amabilidad, dolor, rabia, pedagogía "cuqui" y la desmitificación de una profesión

A la mayor de mis hijas ya hace tiempo que le mandan deberes en el cole. A mí me saca de quicio tener que ayudarla o supervisarla. No soy paciente con ella. Supongo que tampoco he desarrollado las habilidades necesarias para hacerla entender los conceptos que tengo interiorizados y ella tiene que poner en práctica.
Todos tenemos muchas cosas que hacer, y nos gustaría resolver las obligaciones en el menor tiempo posible -para dedicarnos a lo que realmente nos gusta-. Eso es de lo poco que he aprendido tras atravesar el sistema educativo: la sociedad te impone tareas desagradables y, si no las resuelves de forma eficiente y legal, te va a castigar con precariedad, trabajos mal pagados o privación de la libertad -en el peor de los casos-.

Con hijas en esas edades, empiezas a escuchar historias chungas: de niñas y niños que no quieren ir al cole -que les duele la barriga o que desarrollan tics nerviosos-, de profes demasiado estrictos -que no empatizan-, de otros demasiado dejados -que pasan-, de acosos de niños contra niñas -o contra profes-, de madres indignadas, de familias desbordadas, irritadas...   

La educación obligatoria es un trance que todos debemos atravesar. Y el trabajo de profe se parece más al de un policía o un funcionario de hacienda que al del trabajador de una fábrica en cadena. Administrando disciplina para conseguir impartir una clase en aulas demasiado numerosas, fiscalizando deberes, asignando notas numéricas, corrigiendo errores, motivando, castigando... Al final, hay que conseguir que todos alcancen ciertos niveles marcados en el BOE, e ir dejando atrás a los que no lo consiguen -para el mercado de la precariedad laboral-. Todo bajo los más objetivos controles de calidad.

No es de extrañar que acaben quemados, de baja, o se jubilen en cuanto ven la mínima oportunidad. Porque además es una profesión que se ha romantizado sobremanera. Es muy común escuchar frases como: -Es un trabajo vocacional. -Está lleno de satisfacciones. -Los niños son seres de luz que tienen mucho que enseñarnos. Pero más bien pareciera que la única afirmación cierta es: -Tienen muchas vacaciones, tiempo libre, estabilidad, un salario digno y las mismas ventajas laborales de cualquier funcionario... Aunque esto último empieza a ser cada vez menos cierto -es una profesión que también se está precarizando: con la privatización de la educación y el sistema de rotación de interinos-.


La verdad que resulta muy loco. Y muchas veces me pregunto por qué hacemos del proceso de aprendizaje e inserción en la sociedad algo tan doloroso, estricto, castrante... ¿Es realmente necesario? Los niños tienen una gran curiosidad, están deseosos de aprender y abrir su abanico de relaciones sociales... pero les atosigamos con contenidos abstractos: matemáticas, clasificaciones en categorías, análisis del lenguaje, repeticiones, disciplina... En plazos cortos, a toda prisa, en aulas demasiado numerosas...
Seguramente con 5 profes por cada alumno no conseguirías satisfacer todas su ansias de conocimiento... Pero las ratios están invertidas y el trabajo de profe se convierte en el del capataz de una gran cadena de producción.

Así que, cuando leí este testimonio de una profesora de instituto, me pareció absolutamente lúcido y esclarecedor -dejo aquí un fragmento, pero el artículo completo es absolutamente recomendable-.

"[...] lo mejor que puedo hacer es algo más bien simple: tratarlos bien. Desafortunadamente, no hay muchas personas que cumplan con un requisito tan merecido por todo el mundo, como es el de ser bien tratade, de acoger con delicadeza la enorme vulnerabilidad de niñes y jóvenes que, desde los tres años de edad y por un largo y exigentísimo periodo de tiempo, son reclutades por el sistema para exprimir y canalizar todas sus cualidades, energías, proyectos, ilusiones y auto-imagen, a trabajar, casi hasta el final de sus días para enriquecer a otras personas (o lo que sea, pues albergo bastantes dudas acerca de la existencia de un beneficiario final de toda esta chifladura)." - Belén Castellanos Rodríguez. Profesora: trabajadora fordista

Imagen de la película The Wall (1982). En el fragmento en que aborda la educación escolar, con la canción de Another brick in the wall

Es muy famosa la canción de Pink Floyd de Another brick in the wall, con una iconografía y una letra realmente impactantes. Podemos pensar que la educación ha mejorado mucho desde aquel entonces: ya nadie toleraría el uso del maltrato físico... Pero no somos tan ingenuos como para ignorar que existen otras formas de coerción y castigo -seguramente todos las utilizamos alguna vez-. Porque es muy común escuchar expresiones como: -A estos jóvenes les falta una buena mili, que les enseñen disciplina y trabajo duro. Que en el fondo enmascara el deseo que el sistema educativo dejó marcado en nosotros: -Queremos que sufráis como sufrimos nosotros -para que perpetuéis este engranaje y nos paguéis las pensiones-.

En la teoría educativa se han hecho comunes las tendencias de: atención a la diversidad, técnicas de motivación, hacer los contenidos atractivos, observar las múltiples inteligencias, trabajar las habilidades sociales y emocionales, aprender haciendo... Y, sí, va calando... Pero se está intentando sumar eso a los objetivos de la educación tradicional -por contenidos-, y la cumplimentación de burocracia, sin aumentar los recursos en  personal. Así que, no parece que en el ámbito educativo de los primeros años -a corto plazo- vaya a ser posible implementar esa educación "cuqui". Porque, si algo nos ha enseñado la pandemia, es que no es tan sencillo sustituir maestros por tecnología -lo único en lo que parecen ser eficientes nuestras sociedades-.

Así que, ante este malestar que genera nuestra sociedad en docentes y niñxs -dolor- y su consiguiente reacción subversiva -rabia-. Padres y madres depositamos enormes esperanzas y responsabilidades en maestros y maestras. Sí, es muy importante que niñas y niños hablen muchos idiomas, que sepan hacer integrales, redactar documentos oficiales, navegar por internet... Pero el precio no puede ser una completa deshumanización y enajenación -con la consecuente incapacidad para pensar y construir otros mundos posibles: más ambles, que merezcan la pena ser vividos-.

 

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Así que, si los maestros y maestras no son más que funcionarios, capataces de cadenas de producción, policías... al servicio de los Estados y el capital -sobre los que ahora se extiende una fina capa de pedagogía cuqui- ¿De dónde sale la imagen romántica del maestro como esa superheroína libertaria capaz de educar a niñas y niños para construir un mundo mejor?

En el contexto Español hay que retrotraerse a tiempos previos a la dictadura franquista. Cuando la frase "Pasar más hambre que un maestro de escuela" tenía sentido. O, a la propia dictadura, cuando se consolida el mito de maestros y maestras opuestos al régimen -los que se la jugaban para que sus alumnas y alumnos gozaran de una educación distinta a la que ellos tuvieron que sufrir, en un intento infructuoso de subvertir el sistema-. 

A todos se nos cae la lagrimilla recordando el discurso de Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas: "Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, nadie les podrá arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro."

Nos emocionamos con Patxi Andion cantando la canción de El Maestro 

"Con el alma en una nube
y el cuerpo como un lamento
viene el problema del pueblo,
viene el maestro.
El cura cree que es ateo
y el alcalde comunista
y el cabo jefe de puesto
piensa que es un anarquista.
Le deben 36 meses
del cacareado aumento...
"

O también con los más modernos Zoo y su canción a La Mestra

"Contrabandista de verbs clandestins escampant el verí
Pobles vius i senders infinits.
Quin gust sentir-la parlar.
Si del carrer i el corral és l'ama
I ara hi ha un poble que brama
"

Pero ya no hay dictadura, ni un proletariado al que se le niegue el acceso a la educación. Los maestros están lejos de pasar hambre. Y ese discurso del docente subversivo ha quedado trasnochado. Más bien, podemos observar que se ha convertido en un colectivo bastante reaccionario que, en el mejor de los casos, se esfuerza por hacer funcionar el sistema que les sustenta: que sea justo, que no excluya, que sus alumnxs lleguen tan alto como puedan en la pirámide social... No parece que esa sea la libertad de la que hablaba Fernando Fernán Gómez. Ni que pueda aportar ningún bien sostener el mito de la docencia, cuando está absolutamente desacoplado de la realidad actual y sólo puede aportar dolor y frustración. Todos los trabajos son susceptibles de quemarnos y agotarnos. No caigamos en la trampa que nos tienden los mercados: la trampa de lo vocacional y la autorealización. Porque nos echa sobre la espalda la carga de convertirnos en empresarios de nuestro propio destino y justificar con inconsciente sonrisa lo que genera malestar -todo por disponer de un apartamento en la playa-.


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