domingo, 10 de marzo de 2024

De cumpleaños, conciertos, anuncios y... cosas

Por mi cumpleaños fuimos a ver un concierto de Daniel Higiénico. Era una sala pequeña -un pub-. Hacía un montón de tiempo que no lo escuchaba. Y le empiezas a dar vueltas a lo del tiempo... Time goes by con Loli.

El tipo lleva muchísimos años en el mundo de la música. Pero nunca ha sido famoso. No ha sonado en grandes medios -creo que tampoco ha salido en la tele-. Pero se debe de ganar la vida porque... ahí sigue: dando conciertos en un circuito de salas por todo el Estado español. Y realmente el espectáculo está muy bien, muy pulido. Él lo llama "cancionólogo". Y el nombre le va muy bien: porque sus canciones son pequeños monólogos que va hilando con una conversación agradable y divertida. No necesitas conocer las letras, incluso mejor si es así.

Por curiosidad consultamos su edad... Porque ya vamos siendo grandes -y la edad nos preocupa-. En la sala había gente joven y, aunque no eran mayoría, también se reían. 64 tacos tenía ya -según Wikipedia-. Y, quizá, hasta esa edad, habrá estado escuchando lo de Córtate el pelo y prepárate una oposición. No sé... me pareció un héroe, un superviviente.

Me trajo recuerdos de Barcelona. Canta todo en castellano, pero el humor, los ritmos, las expresiones... Fue muy agradable, divertido y acogedor. Nada que ver con conciertos al uso, atestados de gente.

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Me sabe mal enlazar videos de youtube. Tiene una estrategia muy agresiva para la publicidad. Si yo fuera una empresa nunca pondría un anuncio ahí. Está claro que los utiliza para extorsionar a los usuarios y que paguemos la cuota premium. Necesariamente tiene que generar mala imagen de marca. 

Se me aparece como la decadencia absoluta del capitalismo. Empachados de comprar cosas, la publicidad se ha convertido en arma arrojadiza. Los beneficios no crecen y se recurre a la extorsión, el engaño, los impuestos y la usura para extraer las rentas de las clases más bajas y transferirlas a los multimillonarios del "Valle de la Silicona".

Me encanta "traducir" Silicon Valley de esa forma. Me imagino un montón de frikis pervertidos rodeados de chicas operadas. Como una versión grotesca de "El nacimiento de Venus", sin Boticcelli.

El 1 de marzo Venus García bajó de los cielos pidiendo amnistía

 

Supongo que en época de Boticcelli las cosas tenían importancia y se hacían para durar. Quizá aún no existía esa imperante necesidad de hacer crecer los beneficios. Quizá la ostentación estaba en los bellos cuadros y no en los números del banco. Seguramente la artesanía y la fabricación no estaban separadas. Quizá uno podía recrearse en los objetos, repararlos, heredarlos... Quizá lo de la publicidad como gancho -a ver si pican- era un absoluto absurdo.
Se me aparece que Daniel Higiénico está sumido un tanto en esa lógica de la época de Boticcelli. Que su publicidad es el boca a boca y que tiene ese toque de trovador y trabajo artesano.


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El otro día miraba la pata del jamón... -Debería darle la vuelta. Es lo que se hace cuando pasas los 40. Aunque... -Los 40 son los nuevos 30... Definitivamente: no quería darle la vuelta. Luego me encontré esta foto de la menor de mis hijas. Mostrándome el reloj: -Mira, te hago mayor.
Y esos retratos al fondo... de cuando eran pequeñas -más pequeñas-. El tiempo pasa y se nos va en putas mierdas... Yo solo quería coger la desbrozadora, echar gasolina, ponerme el casco, los auriculares... y segar la hierba. Pero había tantas cosas que hacer... -Prepararé un poco de puré.



jueves, 29 de febrero de 2024

Revolución

Era un tipo mediocre, el típico mal estudiante que conseguía salir adelante haciendo lo mínimo y aprovechándose del trabajo de los demás. Pero él siempre se refería a sí mismo como el mejor. Disfrutaba dando la brasa al personal con su expertise en todo... en todo lo que a él le interesaba. Hasta que un día, los astros se alinearon y lo colocaron en un cargo de poder. A su manera, siempre andaba medrando. Pero ahora sí lo había conseguido: ¡Era lo más!
Ya sólo tenía que vigilar y castigar. Había sido educado en ese sistema y, con su falta de liderazgo, aquella era la única estrategia que conseguía imaginar para mantenerse como miembro honorable de la República Democrática de la Banana.

En la República la consigna de El Capo era clara: -Tenemos que exponer nuestros éxitos por encima de todos y acallar cualquier crítica. Tenemos que ganar la batalla por el relato! Así que, la militancia, se pasaba los días escudriñando las redes sociales y, cuando detectaban algún movimiento que pudiera interpretarse como una crítica, unos cuantos mamporreros se encargaban de hacer las llamadas pertinentes: -Tenéis que portaros bien. Podemos poneros las cosas muy difíciles. La gente solo quiere morbo y nosotros sólo queremos lo mejor para todxs. Pablo Motos era un aficionado a su lado.

Así que, poco a poco, en la República Bananera la gente fue callando... Se fue quedando seria, como patatas. Sólo en las fotos y videos de El Capo y sus secuaces se veían sonrisas. Todo era apariencia. Como en El Show de Truman. Pero... ¿Qué cojones! Si hasta habían contratado una empresa de marketing digital para exhibir aquello como un lugar de fantasía y piruleta! Todo parecía estar bien en el mejor de los mundos posibles.

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Un día, el joven Truman, decidió tomar la iniciativa y arreglar el viejo semáforo. Estaba harto del caos en el cruce. Nadie sabía quién tenía prioridad y, ante la duda, se quedaban inmóviles -como patatas- esperando que la luz se pusiera en verde. Pero el verde nunca llegaba. Todo era de un rojo intenso, muy violento. Hasta que Truman actuó... De forma altruista y desinteresada, por el bien de su comunidad, porque le dolía aquella inmovilidad y seriedad. Y fue vitoreado, aclamado... -¡Bravo Truman! por fin podemos circular con seguridad! 

Entonces El Capo pensó que aquello no era bueno. Que las buenas acciones sólo debían venir de un sitio: desde arriba. -Comportamientos como este no se pueden tolerar: Vigilad, silenciad y castigad. O las patatas se rebelarán.

Truman se sintió decepcionado y cabreado a partes iguales. No entendía que fuese castigado por hacer cosas buenas. Acudió al Sindicato, pero el asociacionismo estaba secuestrado... Bueno, realmente estaba silenciado, o comprado, o ambas cosas... Vale, sí: secuestrado, estaba secuestrado. -No podemos ir contra El Capo, nos quitarían la subvención, la gente tiene miedo. No ves que están serios -como patatas-?

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El tipo mediocre -y ahora miembro honorable- se desenvolvía como pez en el agua en aquel ambiente. Reía y despotricaba a partes iguales. Era uña y carne con El Capo. Sus intereses estaban perfectamente alineados. Un halo de negrura se iba concentrando sobre La Fortaleza -el viejo cuartel militar que se alzaba sobre la sierra cercana-. Desde allí se podía controlar todo... Sí, para mantener el poder había que hacer cosas horribles y él estaba dispuesto a todo.

Las patatas se debatían entre el enfado y el acomodo. No querían tener que pasar por el brasas: era muy cansino. La militancia empleaba malas artes... Pero la apariencia y el aroma a rancio eran insostenibles. Truman quería llegar más lejos y, cada vez, aparecían más personas con buenas intenciones. Las patatas gritaban -¡Que le den la vuelta a la tortilla! ¡Revolución!

viernes, 23 de febrero de 2024

Resolución de problemas en el desarrollo de software: una mirada fenomenológica

Seguramente la fenomenología sea una de las corrientes filosóficas más importantes e influyentes del último siglo. Sus principales autores fueron un puñado de señoros blancos, centro europeos, más o menos acomodados, que desarrollaron sus carreras en diferentes cátedras universitarias: Husserl -al que puede considerarse el padre de dicha corriente-, Heidegger, Merleau-Ponty, Sartre, Gadamer...
Durante la Segunda Guerra Mundial, con el auge del nazismo, algunos de estos filósofos huyeron del viejo continente y la fenomenología extendió su influencia por las américas. Así que, a día de hoy, existe una amplia bibliografía y expertos que siguen estudiando esta corriente, no sólo en lengua alemana y francesa, sino también en inglés y castellano.

Y ¿Qué carajos tiene que ver la filosofía con la resolución de problemas -especialmente con los problemas tecnológicos-? Bueno... el de este post, no es sólo un título que busque generar expectación. Aquí trataré de exponer como, mantener una actitud fenemenológica, nos puede resultar útil a la hora de abordar ciertos problemas que surgen en el desarrollo de aplicaciones informáticas... O quizá no resulte útil pero, al menos, nos hará sentirnos parte de un ser más global al conectar nuestras miserias de desarrolladores con los grandes problemas de la humanidad: ¿Qué es el Ser? ¿Es posible el conocimiento? Quizá, así, nos ayude a llegar más lejos, nos de aire para sumergirnos más profundo y, finalmente, nos conduzca al éxito si lo abordamos como una cuestión trascendental y no un simple problema técnico.

Si pudiéramos definir la fenomenología en una sola frase diríamos con Husserl que hay que "ir a las cosas mismas". Y, las cosas mismas, en este nuestro caso, van a ser los problemas tecnológicos. Y, para ser más específicos: los problemas surgidos en el desarrollo de software.

Muchas veces creemos que debemos acumular un montón de conocimientos teóricos para afrontar los problemas que nos encontramos en nuestro trabajo diario. Padecemos un cierto síndrome de Diógenes del conocimiento. Un síndrome que vamos cultivando desde que nos incorporamos al sistema educativo: adquiriendo el conocimiento y luego demostrándolo en exámenes y pruebas varias. Pero no es algo exclusivo del sistema educativo. Se ve también en el mundo empresarial: en la compañía para la que trabajo, por ejemplo, la forma de promocionar consiste en defender ante un comité de "expertos" que manejas una buena retahíla de conocimientos teóricos en un área determinada. Y muchas entrevistas de trabajo acaban convirtiéndose en un enumerar tecnologías, saber situarlas en un cierto espectro de negocio -y que coincidan con la check list del entrevistador-. Incluso, en algunas empresas, se hacen exámenes -o pruebas técnicas- para seleccionar al mejor candidato, en base a ese saber teórico.
No es de extrañar que el sistema educativo y empresarial se parezcan tanto: el uno alimenta al otro de mano de obra y las compañías marcan la hoja de ruta de los centros de formación -en base a las necesidades de los mercados-. Y, sí, es necesaria una cierta base teórica, una serie de preconcepciones, generalidades, formas de hacer, vocabulario y conceptos comunes que nos orienten en el día a día de nuestro sector concreto -y en el continuo movimiento de las nuevas versiones, productos y tendencias que van apareciendo en el mundo IT-. Pero seamos realistas: en la era del internet y las IA, el saber enciclopédico ha perdido fuerza frente a otras habilidades como buscar, filtrar y contrastar información, modelar o aprender haciendo... Ya no es tan fácil salir airosos de tirarse el pegote -porque con el móvil cualquiera puede acceder a internet y contrastar la información-.

De hecho, aunque manejemos un buen abanico de conocimientos, en nuestro quehacer diario debemos lidiar con muchas incertidumbres y tecnologías que no conocemos, o conocemos de forma vaga, o hace años que no utilizamos. Es imposible conocerlo todo: en los proyectos trabaja mucha gente, cada proyecto tiene sus propias dependencias, funcionalidades, módulos y una forma diferente de combinarlos para resolver necesidades concretas. Así que, cuando estamos implementando mejoras, cambios o nuevas características, nos puede pasar que "-Esta mierda no funciona y no tengo ni idea de por qué". Nos cabreamos y empezamos a buscar culpables para averiguar quién ha montado eso de forma tan enrevesada, nos bloqueamos, no sabemos por donde avanzar... Descubrimos que los flamantes contenidos teóricos que expusimos de forma brillante en la entrevista no sirven de mucho para manejarnos en la nebulosa de incertidumbre en la que hemos aterrizado. Aquí es cuando la fenomenología puede venir en nuestra ayuda: -¡Vayamos al problema mismo! Vayamos afianzando certidumbres, pongamos en suspenso aquello que dábamos por supuesto -pero de lo que no tenemos evidencia-. Con suerte, lograremos llegar a un punto en que descubramos que estábamos equivocados y que el error estaba en nosotros, que habíamos implementado algo con una concepción errónea de cómo funcionaba tal o cual herramienta -de la equivocación y el error es fácil salir; es mucho más complejo salir de los estados de confusión-.

Al final, la fenomenología va de eso: de aportar certeza, fundamentar las ideas en la realidad y determinar si es posible acceder a esta última desde nuestra subjetividad. El conocimiento siempre es "conocimiento de", siempre va dirigido a algo -acerca de lo que queremos saber-. Queremos saber de nuestro proyecto para identificar el problema, resolverlo y seguir adelante con lo que estábamos haciendo. Y, obviamente, no lo conocemos todo, sólo la superficie a la vista desde donde nos estamos aproximando... Todo apunta a que tendremos que enfocar desde puntos diversos y profundizar en ciertos aspectos que antes para nosotros eran perfectamente abstraíbles -caja negra-. Cuando finalicemos este proceso tendremos una idea más precisa de lo que el proyecto y las tecnologías que utiliza son. También la fenomenología nos señala eso: cómo las ideas que manejamos de las cosas están en continua construcción y adaptación, cómo se van determinando a partir de las diferentes miradas y formas de aproximarnos a ellas.

Por suerte, hoy día, tenemos un montón de herramientas que nos ayudan a llegar al proyecto mismo: control de versiones, visualización y filtrado de logs, monitorización de métricas, documentación, código fuente, comentarios, release notes, distintos entornos -de prueba, carga...- que nos hacen la vida más sencilla y nos permiten conocer los proyectos, su comportamiento y evolución ¿Quién ha cambiado qué? ¿Por qué lo ha hecho? Pero, claro, hay que tirarse al barro, remangarse, ponerse a probar, observar, recabar información... En fin, adoptar una actitud fenomenológica.

Mucho ir a la cosa misma, enfangarse y todo eso... pero hasta ahora lo único que hemos hecho ha sido idealizar nuestro proyecto: tratando de formarnos una idea más precisa de cómo funciona y, en fin, de lo que el proyecto es. Empezamos siendo críticos con el conocimiento teórico y acabamos volviendo a él. Pero en el camino ha ocurrido que nuestro conocimiento ha cambiado: es más profundo y detallado. Y podríamos perdernos en esa espiral virtuosa de conocimiento, pero el tiempo apremia y, realmente, no miramos el proyecto porque queramos adquirir conocimiento y tener una idea clara del mismo -un poco también es eso, pero no es lo más importante-, lo miramos desde nuestra circunstancia como desarrolladores, con una cierta intencionalidad: resolver el problema que nos bloquea el avance en nuestras tareas.

Heidegger fue alumno de Husserl pero consideró que su maestro había tomado un cierto rumbo idealista, que se había preocupado demasiado por el conocimiento, las ideas de las cosas y la relación entre ambas. Consideraba que había abandonado su propósito inicial: "ir a las cosas mismas". Heidegger dio un giro a la trayectoria de su maestro y se centró en el ser y en la existencia del individuo arrojado al mundo de la vida, llamó a esto "Dasain": ser ahí, estar en el mundo. Y eso es lo que nos ocurre a nosotros ante un problema: que estamos ahí, con nuestras circunstancias y, seguramente, no tenemos tiempo, permisos, ni recursos suficientes para llegar a tener una idea completa y fidedigna del proyecto y el entorno. Tenemos que partir de nuestra aproximación parcial, desde nuestro lugar en el mundo, compañía, equipo de trabajo...

En esta línea, Heidegger distinguió dos tipos de ser: un "ser a la mano" en el que no nos preocupamos mucho por cómo es la cosa en sí -por ejemplo, cuando tenemos nuestro ordenador y nuestro IDE funcionando como un reloj suizo, no nos importa cómo está ensamblado, simplemente los utilizamos-. Pero, cuando algo se rompe, o nos da problemas, entonces empezamos a preocuparnos por su ser: cómo funciona, de qué está hecho... Esta nueva preocupación por el ser es lo que Heiddeger llamó el "ser a la vista".

Ocurrió en nuestro equipo que, mientras hacíamos una actualización de dependencias de un proyecto, empezó a fallar el despliegue. Y era algo que no tenía mucho sentido, porque pasaba todos los tests, se ejecutaba en local... Pero, cuando intentábamos levantarlo en el entorno de desarrollo, se quedaba tostado. Nos tuvo bloqueados varias semanas. Era un proyecto del que sabíamos muy poco, y no había expertos a los que poder recurrir: varios equipos habían trabajado en él, pero todos tenían su conocimiento parcial. Finalmente, resultó que el cliente de mensajería de colas -Kafka-, había introducido algún cambio y hacía fallar un proceso interno que verificaba si se había llegado a leer todos los mensajes de la cola antes de dar la aplicación como healthy. 

Así que, el problema, hizo que dejáramos de lado una serie de acciones que ya teníamos bastante sistematizadas para actualizar aplicaciones y nos puso el proyecto a la vista. Y, una vez visto, sentimos la necesidad de comprenderlo. Aunque no lo comprendimos del todo y no desentrañamos su ser. Porque somos personas pragmáticas, técnicas, ingeniosos ingenieros que cumplimos con los dead lines... así que asumimos nuestra circunstancia y conseguimos llegar, no a la mejor solución posible, sino a una solución de compromiso. 

Al final, estos proyectos de software son construcciones humanas y, muchas veces, nos sentimos tentados de tirarlas a la basura y rehacerlas de nuevo. Porque, además, construir cosas nuevas es mucho más gratificante que no enredarse en estos problemas y estar durante semanas sin ver avances. Pero, a menudo, ocurre que la nueva implementación resuelve viejos problemas y genera otros. Cuesta mucho dejar algo funcionando fino, fino. Por eso a las IA y algoritmos hay que entrenarlos y los mejores profesionales son los que han aprendido haciendo. Seguramente andamos escasos de actitud fenomenológica: de ese ir a las cosas mismas. Y, en el caso de las construcciones humanas no dedicamos tiempo suficiente a comprenderlas, reapropiárnoslas o mejorarlas... Las descartamos rápidamente con el ávido deseo de implementar nuestras propias atractivas y dinámicas soluciones que resulten más rápidas, precisas y eficientes para nuestros fines. Al menos es así en el mundo de la tecnología y, porqué no decirlo, también en el de la ciencia. Pareciera que son áreas estas de conocimiento que se sostienen sobre la pura actualidad, como si no tuvieran historia -o como si esta fuera absolutamente prescindible-. Se sostienen sobre la idea de un positivismo sin fisuras: sólo es verdad lo último y los antiguos estaban equivocados porque carecían de nuestros conocimientos y herramientas. 

Husserl y otros fenomenólogos fueron muy críticos con la racionalidad técnico-científica y su positivismo. Consideraban que habían evolucionado al servicio del sometimiento y la explotación -de la naturaleza y también de otros humanos-. Que en su loca carrera utilitarista, esta racionalidad, se ha olvidado de las circunstancias sociales que la hicieron posible y ha acabado reduciendo la realidad a su propia dimensión. Por ejemplo, si preguntamos ¿Qué es un altavoz? Nos vamos rápidamente a sus características técnicas o los conceptos científicos en que se basa su construcción. No decimos que es de donde sale la música, la voz de nuestros seres queridos, o lo molesto que resulta cuando está cascado... Y para cualquier cosa que intentemos definir siempre damos prioridad a su dimensión científica o técnica, aunque para nosotros sean las menos relevantes de todas.

Heidegger fue aún más duro en sus críticas con la racionalidad científico-técnica, considerando que la cultura occidental se había preocupado únicamente por las cosas y se había olvidado del ser. Sólo vemos cosas. Cómo estas nos pueden resultar útiles para someter y transformar. Hemos perdido la capacidad de maravillarnos al observar la realidad.

Quizá todas esas críticas se traslucen en la forma de afrontar los problemas que nos encontramos a la hora de desarrollar sobre productos ya hechos. Lejos de adoptar una actitud fenomenológica, o maravillarnos con las implementaciones de otros, abordamos los problemas con un cierto positivismo naif por el que creemos ser mejores solo por el hecho de estar por delante en la línea del tiempo.
Y, bueno, caminamos a hombros de gigantes -apoyándonos en lo que otros construyeron-. La fenomenología no cuestiona ese hecho, sólo nos dice que lo pongamos entre paréntesis, en suspenso; que revisemos y verifiquemos con la cosa misma -con nuestra experiencia de la cosa-. Es esa actitud, de conocimiento y maravillarse de lo ya existente, la que puede ayudarnos a solventar nuestros problemas tecnológicos y acercarnos a los que estuvieron ahí antes que nosotros. Comprendiéndolos, en lugar de desautorizarlos porque "Yo esto no lo entiendo, así que no debe tener sentido".


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No parece la fenomenología una corriente revolucionaria que pretenda dar la vuelta a la tortilla. Todo lo contrario, perece continuista de lo que hay, un profundizar en el Ser. Tampoco es revolucionario el mundo del desarrollo de aplicaciones -aunque en la época álgida del software libre fantaseáramos con su poder transformador-.
Estos filósofos vivieron tiempos convulsos en la Europa de entre guerras. A Heidegger, su existencialimo no le salvó de afiliarse al partido nazi. También los programadores nos embarcamos en empresas inmorales -aplicaciones adictivas, de control...- . Pero, otros autores, como Lévinas, confirieron una dimensión ética a la fenomenología. Resaltando su carácter intersubjetivo, la construcción social de las ideas y el reconocimiento del otro como otro yo. Y es, quizá, ese vernos reflejados en los otros, reconocer su trabajo y subjetividad, lo que nos permita salir de esta deriva tan antihumana -de guerras, consumo y desigualdad- en la que andamos embarcados.


viernes, 9 de febrero de 2024

Estampas de invierno

"Por San Blas la cigüeña verás y, si no la vieres, año de nieves". Y "año de nieves, año de bienes"... Y podríamos seguir ensartando refranes, uno detrás de otro -como hiciera Sancho Panza-, hasta darnos cuenta de ya no tienen sentido. No porque no vengan a colación, sino porque el mundo que habitamos ha cambiado. Y estas reglas mnemotécnicas, que sintetizaban estadísticas meteorológicas sedimentadas durante generaciones, ya no aciertan. Las cigüeñas se quedan entre nosotros pasando el invierno -que se ha convertido en un breve impasse entre el otoño y la primavera-; y, en las estaciones de esquí, tienen máquinas que escupen la nieve que ya no llega de forma natural.

Pero lxs danzantes de Garbayuela lo hacen muy bien: su entre chocar de palos sigue asemejando el castañeo del pico de la cigüeña y la alegre musiquilla nos lleva por los senderos llenos de vivos colores de la primavera.
 
Fiesta de San Blas. Garbayuela 2024.

 
Hoy me invitaron de nuevo a ir con lxs niñxs de 5º y 6º a plantar encinas a nuestra Dehesa... Van unos cuantos años ya, pero este había una sorpresa especial: una encina -de alguna campaña anterior- estaba viva! Y menuda fuerza tenía la tía!
Es dura la vida de encina en la Dehesa, sobre todo cuando son tan pequeñas y vulnerables. Esta conservaba su protector. De forma milagrosa había sobrevivido al último incendio -y a dos veranos de calor extremo-. Ahí, sola, aferrándose al terreno, extendiendo sus raíces, sujetando el suelo, sin posibilidad de huir.
Hay vidas que valen mucho, como esta. Y no es por su precio o su utilidad. Es por la esperanza y el abanico de posibilidades que proyectan: una vida joven entre encinas viejas y troncos secos, el renuevo generacional, la continuidad de un paisaje construido con el trabajo de muchas generaciones, el llenarse de una Dehesa vaciada... Pero no un llenarse de cualquier cosa, sino un llenarse de lo suyo, de lo que le da su identidad.
Así que, hoy, la vida en la Dehesa no era dura. Era pura alegría: niñxs correteando por aquí y allá -azada en mano-, la hierba verde, las flores, el agua... Hoy, quizá, cobraba sentido sufrir y padecer los rigores del verano, sólo por poder asistir a ese espectáculo de luces, olores y color -esperanza-.
 
Plantabosques cole. 8 de febrero 2024
 
La verdad que en otoño hubiese sido mejor época. Pero al final estas cosas cuesta organizarlas, hay que hablar con mucha gente: ayuntamiento, cole, asociaciones, viveros... Afortunadamente las personas que han pasado, y quien está ahora al cargo de una cosa llamada "Ciudades saludables" -un puesto de carácter temporal en el ayuntamiento-, se implican mucho en esta actividad y acaba saliendo adelante. Pero es algo que parte prácticamente de la iniciativa personal de quien se encuentra en esa plaza. Yo algún año me encargué de coordinarlo y es bastante follón para alguien que no está vinculado al ayuntamiento. 
Yo siempre que puedo colaboro. Me parece que la Dehesa es una construcción humana que además de bonita y llena de vida es muy útil -en un montón de planos, no sólo el económico- y acercarla a los niños y presentarles los problemas que la amenazan siempre está bien, además lo disfrutan un montón. Y bueno, la idea es que la conozcan, porque una vez que conoces la Dehesa es imposible no amarla por su belleza y complejidad. Quizá consigamos que las próximas generaciones la tratan mejor de lo que lo han hecho las nuestras.

martes, 23 de enero de 2024

Los telecos y el intrusismo laboral

El otro día estaba tomando algo con los compis de trabajo y soltaron la frase: -Es que los telecos son así... Y ese así quería decir un montón de cosas: que tienen aspiraciones muy altas, que se creen por encima de otros ingenieros -informáticos, industriales...-, que merecen cobrar más, o dedicarse sólo a tareas de gestión, a dar charlas... Y, claro, tuve que decirlo: -Oye, chicos, que yo "soy" teleco.

El caso es que sigo a vueltas con la fenomenología -ahora con Heidegger-. Heidegger se pregunta mucho por el ser. Y decir que "soy" teleco, así, sin más, me rechinó bastante y sentí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre mi ser y desvelar si realmente yo era eso que llevaba tanto tiempo atribuyéndome. Es cierto: saqué la carrera con mucho esfuerzo, sudor, lágrimas -y alguna alegría-, por ahí tengo un papel que lo acredita. Supongo que, desde una mirada institucional y burocrática, soy eso: ese papel, un ente del tipo teleco.

Y, por haber superado la formidable hazaña de conseguir el título, pertenezco a esa clase de engreídos cuya aspiración debería ser trabajar en la NASA o similar. Pero una cosa son las categorías y conceptos con los que ordenamos nuestro estrecho mundo y otra el Ser, o la verdad de ese título: ¿Nos revela alguna realidad lo que hay apuntado en ese papel?

La cosa es que lo de ser teleco lo asocio a algo bastante pragmático -el mero ser poseedor de un título es algo muy burocrático, muy teórico, muy del mundo de lo inmaterial, de las ideas... un papel que certifica que tienes los conocimientos sobre algo-. Realmente no es así, realmente implica una práctica y una ejercitación que ha sido reconocida y validada por comités de expertos -los profes, los auténticos telecos-. Pero podría tener el título que me curré hace 1000 años y estar cuidando un rebaño de 1000 ovejas, o especulando con la vivienda en mi propia inmobiliaria, o escribiendo artículos sobre tecnología en un periódico... Incluso podría tener por ahí otro título, de yo qué sé: Filosofía! Entonces sería teleco? El burro es de donde nace o de donde pace?

Imaginamos que ser cualquier cosa debe implicar un ejercer y practicar. Así, el teleco tendría no sólo que haber sido sino "estar" ahí, en lo suyo, en el mundo de las telecomunicaciones: diseñando, implementando, comprando, arreglando... En lo que quiera que sea "el mundo de las telecomunicaciones". Que, si lo asociamos con los contenidos teóricos que se imparten en la carrera, viene a ser un área de conocimiento bien amplia. Abarcando gran parte de la matemática, lógica, estadística, física y cualquier área tecnológica con base electrónica, todo ello aderezado con la gestión de proyectos, personas, finanzas y cualquier adventicia demanda de los mercados y/o empresas tecnológicas. Vamos, que el mundo de las telecomunicaciones es tan vasto, que cualquier empleo tecnológico o de formación dentro de la empresa privada o pública nos valdría. Abarca un área tan grande que se disuelve en la nada. Y es lo que de facto ocurre con los telecos: que no tienen un área definida de trabajo y se mueven continuamente en el intrusismo. Yo, sin ir más lejos, siempre me he ganado la vida en el área de la informática. Y supongo que eso es también lo que motiva la frase de "es que los telecos sois así...". Esa idea de que estamos devaluando las profesiones en las que nos insertamos. Pareciera que cualquiera, sin una formación específica, puede ejercerlas. Somos como los inmigrantes: venimos a quedarnos con los trabajos de los que son de aquí y deberíamos largarnos a "lo nuestro".

Así que, igual sí que "soy" teleco: tengo mi título y desenvuelvo mi trabajo en un área que no se ciñe a los contenidos teóricos o prácticos de la carrera. Pasó con muchas otras titulaciones: los licenciados acabamos por ahí currando de cualquier cosa, algunos porque les atraían más otras áreas y otros porque no quedó más remedio -nos movemos en esa clase social en necesitamos ingresos para sostener la vida-. En mi caso, cuando empecé la carrera no es que tuviera una vocación brutal por las telecomunicaciones. Sí, siempre me gustó la tecnología, pero empecé sólo porque era bueno estudiando, me daba la nota y tenía salidas laborales. Y cuando me puse puse a trabajar en el sector de la informática fue porque mis inquietudes me habían acercado ahí, pero sobre todo porque la mayoría de ofertas de trabajo se movían en ese ámbito.

Un compañero de universidad comentó que: -Si hubiera invertido todo ese tiempo en estudiar economía y finanzas, seguramente tendría ahora mucho más dinero. Pero lo cierto es que, cuando nos esforzábamos hasta la casi extenuación en aprobar los exámenes de antenas, microondas, fotónica o electrónica, ya se veía venir la tragedia... -Oye, que lo mismo no vienen las empresas a rifársenos por nuestros maravillosos y bizarros conocimientos. -Que aquí hay mucha peña y tampoco hay tanto trabajo
Ya en los últimos años se hablaba de que -Bueno, lo importante no son tanto los conocimientos adquiridos como las actitudes y aptitudes. -Vuestra formación como ingenieros os permitirá adaptaros a las volátiles demandas de los mercados de trabajo. Vamos, que podíamos utilizar nuestro juego de cintura y nuestro lomo curtido a palos para ir medrando hasta las posiciones más altas... Vamos, que nos habían entrenado para ser intrusos, oportunistas. Y creo que fue un poco decepcionante para todos -seguramente para todos los universitarios de esa generación-, porque la imagen que manejábamos de un ingeniero o licenciado era la de alguien muy importante al que todo el mundo le allanaba el terreno para que realizara sus precisas y sofisticadas intervenciones en las grandes estructuras de los estados o las compañías internacionales. Una imagen del hombre ingeniero de la revolución industrial: adinerado, de familia bien, que había trabajado duro -y lo seguía haciendo- para estar en su posición actual. Una imagen que también se cultivaba desde los ámbitos académicos de la universidad -los profes se daban mucha importancia-. Una fantasía que se desmoronó con la burbuja de las ".com" y que nos tocó asimilar al insertarnos en el mercado laboral durante los primeros 2000. Y, realmente, el trabajo duro nunca nos faltó, ni la competencia feroz, ni la continua formación, las largas jornadas, el móvil y ordenador. Hordas de titulados para construir un mundo peor al servicio del capital y el control estatal.


De todas formas, si me preguntan qué soy -en lo laboral que es la única dimensión en la que a alguien se le pregunta por el ser-, yo nunca respondo que soy teleco. Siempre digo que soy programador informático o algo similar. Pero lo cierto es que programo poco... y ando por ahí tratando de descifrar lo que otros han hecho, para copiar, modificar o intervenir en el lugar adecuado, configurando servidores, haciendo pruebas, planificando, desmarañando información... Cada día me cuesta más decir qué soy. Y me gusta esa idea Heideggeriana del Dasein -el ser ahí, el estar- y la idea Bergsoniana del tiempo como bola de nieve... Soy eso que está ahí, que ha sido traído a un mundo fuertemente codificado, adaptándose a las circunstancias y acumulando experiencias. Porque, eso sí: en mi formación para la vida y como teleco, siempre fui educado en el trabajo constante. Supongo que encontré cierto placer en extraer conocimiento de la experiencia... en transformar ese trabajo duro en un trabajar también para mí, para los míos, para mi mundo imaginado. Y en ese mundo fantaseado se necesita saber de antenas, microondas, fenomenología, motosierras, ovejas, blogs, fotografía, cocina y un montón de mierdas que nada tienen que ver con la rentabilidad. Y creo que eso sí que es parte importante de mi ser -quizá también de todos los que consiguieron su título de teleco-: ese continuo movimiento y abrir líneas de fuga más allá de la estrecha racionalidad técnica y laboral, más allá de las dinámicas económicas, empresariales, la superación personal, o la rentabilización del tiempo.

Quizá esa sobreformación que recibimos para incorporarnos a un mercado laboral que ya demandaba otras cosas nos hizo tomar consciencia prematuramente de lo que ya se venía advirtiendo en teorías marxistas: que el trabajo no lo es todo, que tenemos ciertas curiosidades que necesitan ser satisfechas y que muchas de esas satisfacciones requieren trabajo, un trabajo diferente al alienado -al de por cuenta ajena-. Que nuestro ser va mucho más lejos de lo que pone en el CV.

Lejos de ser una simple actividad económica, el trabajo es la "actividad existencial" del hombre, su "actividad libre, consciente" -de ninguna manera sólo un medio para mantener su vida (Lebensmittel), sino para desarrollar su "naturaleza universal". - H. Marcuse. Marx y el trabajo alienado. Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1969, p.10.