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miércoles, 30 de noviembre de 2022

Turista en Lanzarote

Me había tocado ventanilla. Hacía tiempo que no me ocurría. Ryanair siempre solía colocarme en los lugares menos deseados. Era muy temprano y me entretenía mirando los colores del amanecer. De vez en cuando se abría un claro entre las nubes y se veía el mosaico de luces de carreteras, pueblos y ciudades. La mayoría de pasajeros dormía. A mi lado había una chica joven dando cabezazos. Al cabo de una hora empezó a apoyar su cabeza sobre mi hombro. No estoy acostumbrado a que me toquen desconocidos, pero no podía despertarla. Así que hice como si no pasara nada, seguí leyendo y subrayando mi libro -volábamos sobre el océano y todo era monótono-. Quizá no era lo suficientemente punk, quizá me duchaba demasiado, yo no me dormiría sobre un desconocido... La lectura era densa: el pensamiento de Henri Bergson y su teoría del tiempo como duración, del pasado que se proyecta y se trae desde el presente... Pero aquella cabeza apoyada en mi hombro, en un cielo en calma... Sí, el tiempo transcurría de forma extraña. Bergson decía que no, que el tiempo no pasaba, que los que pasábamos éramos nosotros. Con las turbulencias la cabeza se incorporaba sobre sus propios hombros, pero al rato volvía al mío... Debo inspirar confianza, pensé.

Era un viaje familiar a Lanzarote. Las Islas Canarias son un lugar asombroso. Es un paisaje absolutamente diferente al continental. Debe ser extraño el vivir aislado, depender del barco o del avión para alejarse un poco. Nos alojábamos en un complejo turístico, en un "pueblo" que no era pueblo: era una concentración de complejos turísticos, restaurantes, bares, tiendas y todo lo que necesitan los turistas extranjeros para seguir con vida. Estábamos a finales de Noviembre y el clima era muy agradable, podías darte un baño sin mucha pereza. Siempre me resultó extraño que la gente quisiera ir a esos lugares a pasar largas temporadas, me parecía soberanamente aburrido, encerrarse en esos chalets, sin nada que hacer... Seguro que el tiempo transcurría de otra manera así. Seguro que en unos meses envejecerías varios años.

Nosotros estábamos muy entretenidos haciendo turismo. En un par de días ya nos habíamos recorrido toda la isla, nos habíamos montado en camello y en autobuses repletos de guiris -donde comentaban el paisaje en español, inglés y alemán-. En ocasiones te sentías absolutamente ridículo, infantilizado sobremanera... No necesito pasar por esto -pensaba-. Pero la reproducción del bus seguía con sus relatos fantásticos de erupciones monstruosas y eternas. Todos tomábamos fotografías y gravábamos vídeos con nuestros celulares.

También había tierras cultivadas, pueblos y, al menos, una ciudad donde vivía gente de verdad. Fruto de la primera colonización española -la que arrasó con los primeros habitantes procedentes del norte de África-. Quizá la nueva colonización de los turistas arrase también a esta cultura hispánica. Quizá solo los volcanes permanezcan y ese persistir colonizador de plantas, animales y humanos en general.

lunes, 6 de septiembre de 2021

A vueltas con las vacaciones

Estaba en Las Palmas de Gran Canaria de vacaciones. Y me acerqué a ver el museo de arte contemporáneo de la ciudad -el CAAM-. Me encanta ir a este tipo de museos. Fuera de los grandes referentes -el Reina Sofía, Pompidou...- suelen tener poco público y los baños están muy limpios. Fui solo, para poder pararme sin remordimientos donde realmente me interesara. Cuando voy con las niñas, o con gente, acaba siendo una experiencia un tanto decepcionante, porque estás pendiente de mil historias excepto de lo que has ido a ver -no hay nada de inmersión y es como estar con un ordenador con conexión a internet-.

Había una exposición de José Martín: un pintor local. La obra oscila entre la psicodelia y el subrrealismo, con un carácter muy naif. Con temáticas como la playa, las mujeres, el mar, los paisajes tropicales, el dinero, el sexo... Son muy curiosos y coloridos los cuadros, derrochan imaginación. 

Niños de la guerra, o de Rusia, 1991 - José Martín

 

Muchas veces acudimos a los museos de historia buscando una explicación del presente recreándolo sobre los datos del pasado. Y es una vía posible. Pero a mí me gustan más estas visiones contemporáneas que tratan de tender hilos conductores desde el presente hacia todos los puntos del espacio tiempo.

Me gustó mucho el vídeo donde se narraba la vida del artista, a partir de testimonios de quienes lo conocieron. Era un tipo curioso que se retiró a pintar en soledad en las inmediaciones de su pueblo -Tazacorte-. Debió de ser la comidilla de todo el pueblo. El vídeo estaba muy bien, porque da una idea de cómo había evolucionado la vida en la isla: los plátanos, el turismo...

Las Islas Canarias son un lugar realmente alucinante -al menos Tenerife y Gran Canaria, que es lo que conozco-. Tienes una enorme variedad de paisajes y ecosistemas recorriendo unas distancias muy cortas. A mí me gusta más el norte de las islas, que es más fresco. La alta montaña también tiene su encanto. Este año he podido conocer algo más su historia, parece que los primeros pobladores llegaron ya en edad romana o fenicia, procedentes del norte de África. De aquello sólo quedan restos: cuevas, momias, herramientas... Todo fue pisoteado por los europeos, cuando empezaron a especializarse en la navegación oceánica y la extracción de riquezas de lugares lejanos. Luego le llegó la revolución turística y, con el turismo, pareciera que la única función e historia de las islas sea el goce y solaz de los visitantes. 

Pensaba en que hay gente que no sería capaz de disfrutar un lugar así. Por ejemplo el típico turista de sol y playa que va a ponerse fino de comer y beber. Aunque quizá no sea realmente así: todos tenemos un bagaje cultural. Y, quizá, hasta el ingeniero más obsesionado con su trabajo disfrutaría observando los barcos cargueros, los molinos de viento, las instalaciones militares... Todos hemos sido jóvenes y hemos estado interesados únicamente en la fiesta, el sexo y las drogas. 

 

En vacaciones me gusta madrugar. Las horas del amanecer y el atardecer son las más apacibles, cuando la luz y la temperatura son más suaves y progresivas. Me encanta madrugar para aprovechar el día. No como cuando trabajo, que me gustaría quedarme en la cama más rato. Y me gusta saber cosas de los sitios que visito: un poco de historia, de qué vive la gente, la cocina, la flora, la fauna... Me gusta conocerlo in situ -o después, cuando llego a casa y voy madurando la experiencia-. Me gusta conectar con el sitio al que voy, mientras desconecto del sitio del que vengo.

Al subir al roque Nublo traté de imaginar qué sentirían los primeros pobladores, mientras el manto de estrellas se les echaba encima. Con su conocimiento y experiencia sobre los cielos, las constelaciones, las piedras, la vegetación, las señales que lanza la Naturaleza... No debían de aburrirse.
A mí me pasa algo similar en mi pueblo: no dejo de asombrarme con los continuos y cíclicos cambios.

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Este verano también estuvimos de camping en Villablino -un pueblo en la montaña leonesa-. La zona había sido próspera gracias a la minería de carbón, pero la actividad se había abandonado y la región estaba en decadencia poblacional. Visitamos una fábrica de cerveza y, además, la mina de carbón que se encontraba en las traseras -sólo el primer tramo de la entrada-. Era un lugar oscuro, húmedo y frío. Caía agua continuamente del techo y se escurría por las paredes y el suelo. El guía nos contaba cómo era la vida de los mineros. Un trabajo realmente duro y peligroso: derrumbes, explosiones, bolsas de gas... Pero el capitalista debe cobrar más porque arriesga más (-:

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Mientras comía, me quedé observando a mi compañero. Un tipo infantiloide con cara de salido y muy malos modos. Se creía el rey del mambo. Se le notaba que de pequeño y en la juventud le habían dado caña. El típico niño gordito con gafas que es carne de cañón. Carecía de habilidades sociales, no había sido bueno en los estudios... realmente, no había sido bueno en nada. Pero tenía suerte: estaba forrado. Su familia había amasado una gran fortuna y él había sabido mantenerla. Sus comentarios eran los del típico facha que va diciendo por ahí lo de que los jóvenes tienen que trabajar duro, que las tías son unas guarras que van provocando y que él está en su posición por méritos propios -cuando saltaba a la vista que estaría viviendo entre cartones si no hubiera contado con el soporte económico heredado-. Empujaba la comida con los dedos para cargar bien el tenedor. Engullía como un pavo. Se le iban quedando trozos de pescado entre los brackets. Se hincó la copa de vino blanco de un trago. -Échame más! Anda machote! Aquello sólo podía tener un final trágico -pensaba mientras veía al camarero desenfundar la katana-.

miércoles, 21 de julio de 2021

Una historia de violencia y ocio vacacional siberiano

Miraba Peloche desde el satélite, y la transformación del paisaje se me apareció como una historia de violencia: la inundación de las tierras, la continua subida y bajada del nivel del agua, las orillas muertas del pantano, el pueblo parapetado de las crecidas, la playa de hormigón, la aridez...

"En sus apenas cien años de dominación como clase, la burguesía ha creado fuerzas de producción más masivas y colosales que todas las generaciones anteriores juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la roturación de continentes enteros, la transformación de los ríos en vías navegables, las poblaciones surgidas de repente, como brotadas del suelo..." - Fragmento del Manifiesto comunista de Marx y Engels

Ahora utilizamos el término "zona de sacrificio" para los lugares donde es necesario implantar las nuevas tecnologías verdes -campos alicatados de placas solares o ventilados por molinos de viento- y extraer los metales necesarios para su construcción -minas a cielo abierto-. Y, oh! Sorpresa! Muchas de esas zonas se encuentran en Extremadura.  Los vehículos eléctricos no echan humo por el tubo de escape, pero siguen consumiendo materiales y energía -y toda esa porquería nos cae encima, como ya nos cayeran los pantanos y las centrales nucleares-.

Cuando se hicieron los pantanos había un dictador en el gobierno y no cabía la protesta. Se hacía por el bien de la Nación. Un verdadero patriota está dispuesto incluso a morir por construir ese proyecto conjunto al que llamamos España, España, bandera, bandera...

Pero lo del patriotismo ha decaído bastante. Ya nadie está dispuesto a inmolarse por un concepto tan abstracto y, mucho menos, por un proyecto común. Ahora somos individuos prácticos. Queremos que el sacrificio tenga una recompensa -en forma económica-: puestos de trabajo, industria, beneficios fiscales... Ha cambiado la fundamentación del sistema, pero la violencia sigue siendo la misma. Porque el sacrificio se va a realizar, sí o sí: vivimos en una democracia, sometidos al voto de la mayoría -y la mayoría no vive en pueblos chicos-. El precio que pagamos algunos por vivir bajo la protección de un Estado -más o menos violento, más o menos arbitrario- es más alto que el pagan otros -y no hablo de los impuestos, que son iguales para todos-. Las universidades, los hospitales, las autovías, los regadíos, los puertos deportivos... son a costa de parte del ganado atrapado en el barro de algún pantano.

Oveja atrapada en el lodo a la altura del Puente de las Mestas, en el embalse de Cijara (pantano que precede al de García Sola, el de Peloche). Imagen extraída del perfil de Facebook de una vecina de Villarta de los Montes

Seguramente no exista compensación económica que supla la transformación del paisaje y las formas de vida de un pueblo. En los pueblos resulta difícil sentir que trabajamos por el progreso y, más bien, lo percibimos como una forma de violencia que se impone desde arriba, desde las instituciones: el Estado, la Junta, Diputación, Confederación... Desde donde se nos dicta lo que tenemos que ser, dónde invertir, qué trabajos privilegiar, qué costumbres abandonar... Esa violencia permea en la propia población: en el control social de unos sobre otros, en el establecimiento de una moralidad represiva y una normalidad que se ajusta a los planes de progreso. 

Desde hace unos años, se está haciendo un gran esfuerzo desde las instituciones por fomentar el turismo en la zona. Otras zonas del país con características similares son turísticas ¿Por qué nosotros no? Obviamente, el turismo de interior no es una actividad tan invasiva como un pantano. Pero el turismo es una actividad destinada al visitante -no a los emigrados o los propios vecinos-. A los locales se les exige se adapten a esta nueva actividad económica -en detrimento de otras-, los espacios públicos se diseñan pensando en estos potenciales turistas, se marcan los hitos, se regula su acceso... Se nos dice que es la única forma de vencer la despoblación, que genera riqueza... Que las aceitunas, los pinos y las ovejas no son rentables, que son trabajos duros, que no rinden. No somos nosotros, es el mercado amigos: que no tiene en cuenta vuestra identidad cultural, ni los deseos y anhelos de la gente de pueblo.

Porque, al final, se trata sólo de eso: del sometimiento de unos a los deseos de otros. Y para imponer esos deseos, la iniciativa privada necesita del brazo armado de las instituciones públicas y sus mecanismos de propaganda. 

En Peloche, el ayuntamiento, invierte en su playa y sus monumentos. Regula su acceso, se publicitan los negocios que sirven al fin turístico y los productos con denominación de origen. Mientras, el pueblo se vacía, se llena el pantano, se cierran escuelas, proliferan las segundas residencias y la actividad agroganadera sigue siendo tan sacrificada como hace 100 años.

En ese sueño húmedo de capitalizar el turismo, alcaldes y diputados, fantasean con la construcción de un EuroVegas a las orillas del Guadiana, entre Castilblanco y Herrera. Porque no importa lo que aquí hubiera: aquí todo es campo. En eso radica la violencia que se ejerce contra estas tierras: en considerar que está todo vacío y que se debe llenar de cualquier cosa. Como cuando los europeos descubrimos y conquistamos las américas.
El progreso avanza en una única y exclusiva dirección... Y sólo puedes subirte al carro o resultar arroyado.

1956 - Aún no se habían inundado los terrenos

1973-1986 Se adaptan los caminos y carreteras a los contornos del agua

1980-1986 El nivel sube

1998 Sube

2002 Se mantiene

2019 Baja

La Barca, Peloche y el Pelochejo. 1956 bajo 2019 retorciéndose cabreado en angulosas formas

Los pantanos tienen el cruel defecto de aislar aún más a las poblaciones que los acogen. Porque no es tan sencillo cruzar esas enormes masas de agua. Las carreteras y caminos dan tremendos rodeos para llegar a un punto que visualizas desde la otra orilla. Aún así, Peloche ha crecido en extensión -no en población-. Incluso se construyeron barrios de chalets a orillas de la cola del Pelochejo. Lo que antes era un pequeño afluente del Guadiana que se secaba en verano, se ha convertido en lugar de ocio privado y goce, tal como se entiende hoy día: piscina, tumbona, copazo, barca a motor...

Para mi familia también es un lugar de ocio. Solemos ir a bañarnos en puntos arbitrarios. Creo que en los 80's y 90's era incluso más común: cuando venían los emigrados de la ciudad a veranear. Se cargaba el coche de muchachxs, la merienda, las cañas de pescar, los flotadores -hechos con recámara de rueda-... Se buscaba un rincón apañado: te calzabas las cangrejeras, chapoteabas, jugabas con el barro, las piedras... No era un ocio solitario y, mucho menos, relajante. Era puro esparcimiento, una desconexión de la cotidianidad en nuestro entorno cercano. 
Era un poco como aquella serie de Verano Azul, donde lo importante no era estar en la playa -en un paraje idílico-, lo importante era estar con los amigos, la familia y cantar el "No nos moverán". Pienso que ese imaginario de las vacaciones y la ociosidad han cambiado. Por eso proliferan las piscinas privadas en Herrera, los chalets en la cola del Pelochejo o las megatorres de apartamentos en Benidorm. Cada cual según su poder adquisitivo. Todo se parcela, se individualiza y se ajusta a cada bolsillo. En las redes sociales, los anuncios y las películas se construyen los imaginarios de la casa y el viaje ideal... Y ya no tienen nada que ver con el Verano Azul. Se impone la violencia de la tarjeta de crédito y la transformación de los paisajes para ese goce efímero del tiempo de vacaciones.

Hace un par de años, la comarca se declaró Reserva de la Biosfera, como reconocimiento a sus valores naturales e integración armónica de lo natural y lo humano. Un paso más en la turisficación del territorio, su incorporación al tren del progreso y al imaginario de lo que debe ser un territorio rural -según la mirada de la Unión Europea-.
El imaginario del paraíso natural y la actividad económica sostenible se tiende sobre la realidad social del territorio. Ocultando la violencia infringida, la desigualdad entre pueblos, los conflictos por la tierra y el agua, la carencia de servicios, las demandas de ciertos sectores... Todos esos detalles que pudieran enturbiar la experiencia turística y que, por otro lado, no importan lo más mínimo al visitante -se encuentra de paso, para él todo esto es campo-.

Para las diferentes instituciones locales y regionales resulta muy importante proyectar esa imagen biosférica. Convertirla en la realidad predominante, la que integra el territorio en el capitalismo global del consumo de experiencias. Como antes fueran, la actividad cultural -de identidad regional- o deportiva, las que nos integraban en el proyecto de Nación -pan y circo, para apaciguar el malestar social-. Píldoras efervescentes de placer que aplacan el dolor causado por las violencias a que nos sometemos a diario: trabajo, burocracia, deberes, disciplina, represión moral, estrechez económica...


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Esta semana ha sido noticia la prueba piloto de dos ultrarricos para convertir los viajes al espacio en experiencias turísticas.
Los viajes a la playa y a los balnearios de la alta burguesía, en el pasado siglo, han degenerado en ingleses borrachos saltando a la piscina desde el balcón del hotel.
Los viajes de aventura y naturaleza se han convertido en barbacoas con carnes de baja calidad en casas rurales.
Los viajes en avión están al alcance de un público cada vez más amplio y las lunas de miel ocurren en lugares cada vez más lejanos...
Cada vez se ahoga más gente en el Mediterráneo, el índice de desigualdad aumenta, el hambre, la enfermedad...
Las zonas rurales siguen perdiendo población -cada vez son más campo- y, aunque las luces de neón brillen en calles concretas de grandes ciudades, los habitantes del pantano saben -esa electricidad- de dónde sale.
Parece que la crisis del Coronavirus no ha hecho más que aumentar estas desigualdades y el control de los gobiernos sobre sus gobernados.

Ya no sabemos dónde nos conducirán las chifladuras de los más ricos, en qué tipo de ocio degenerará su imaginario, ni qué precio vamos a tener que pagar. Lo que sí sabemos es que poco o nada tendrá que ver con las aspiraciones y deseos de los rurales de antes del éxodo a la ciudad.

lunes, 20 de julio de 2020

Te la mereces

A un día de calor le seguía otro día de aún más calor. Las temperaturas eran obscenamente altas: 38, 39, 40, 41 grados... Por las noches no corría el aire -y, si lo hacía, era un aire sucio y caliente-. Sólo entre las 6 y las 7 de la mañana una ligera brisa fresca entraba por la ventana a acariciarte el rostro y... despedirse fugazmente. El mes de julio era odioso en aquel lugar.

En los últimos dos años había un cierto empeño en promocionar turísticamente la comarca. Pero el verano hablaba por sí sólo... Y decía cosas horribles sobre aquella latitud y altitud. Seguro que a Stephen King le inspiraría historias bien macabras ese calor infernal.
Quienes podían permitírselo tenían piscinas particulares en las que refrescarse. Otros, hablaban de las bondades de las casas antiguas de planta baja en las que habían invertido millonadas para reformar. Pero lo cierto es que, los de  la tienda de electrodomésticos, andaban muy atareados clavando aires acondicionados en cualquier pared. A mediados de julio ya nadie recordaba qué era respirar un  aire decente que no hubiera atravesado uno de esos inversores de temperatura.

Mientras cruzábamos la presa del pantano, me preguntaba si aquella gran cantidad de agua embalsada no tendría nada que ver...
Mirando las orillas escarpadas, muertas, donde brillaban las pizarras y la tierra suelta... -¿Dónde fue la vegetación ribereña? -Quizá esté ardiendo en el más allá para calentar el más acá?

Sí, la única posibilidad era huir de allí. Conocía un montón de lugares donde el mes de julio era mucho más llevadero: al norte, o hacia cualquier punto de la costa. -¡Que se jodan los de las piscinas con su cloro, sus depuradoras y toda la mierda que vierten en esos circuitos cerrados de agua! ¡Que les follen a los de las plantas bajas y sus aires acondicionados clausurados en una siesta perpetua! 

Llegando a Valencia, la temperatura bajó drásticamente. Continuamos mucho más al norte, hacia el Maresme. Sí, había humedad. El sudor era molesto y pegajoso, pero el termómetro no pasaba de los 30 en las peores horas del mediodía.

Recordó el cartel promocional de su comarca: una foto de algún pantano, contrastando el marrón de las orillas peladas contra el azul del cielo reflejado en las aguas... Como si se tratase de un gran lago cristalino.

Llegamos tarde a la playa, pero conseguimos aparcar cerca. Había gente, pero todos mantenían la distancia de seguridad. Me metí en el agua -¡Aquello sí que era refrescante! ¡Joder! Si hasta me veía los pies! Nadé un poco y me tendí en la arena, el sol estaba bajo y no era necesaria la sombrilla.
Cogí el móvil y busqué la foto. "Te la Mereces" rezaba con una cálida y amorosa tipografía. Recordé el pantano -que estaba muy bajo esos días, con sus aguas turbias de micro-algas y sedimentos-, el calor infernal, el continuo run run de los aires acondicionados, la cerveza tibia al segundo de abrir la lata, la gente asándose, encabronada... -¡No! ¡Aquello no se lo merecía nadie!



miércoles, 2 de octubre de 2019

Apropiación turística de lo rural

Cogí una silla de plasticucho rojo, de esas con propaganda de cerveza que suele haber en las terrazas de los bares más cutres. Era de noche, no había ni una sola nube, tampoco luna. Planté la silla en un lugar abierto, sin árboles, y me puse a mirar el cielo.
Allí, en medio del campo, a 10Km del pueblo más cercano, el cielo resulta muy entretenido.
Las niñas dormían, las luces de la pequeña casilla estaban apagadas. De cuando en cuando pasaba algún coche o camión por la cercana carretera, rompiendo con su estruendo el cantar de los grillos, el croar de las ranas y el mugir de las vacas.

Siempre que miro a las estrellas no puedo evitar acordarme de los antigüedad clásica, de sus teorías para explicar los "movimientos" de los astros, de sus mitos para memorizar la cartografía celeste y orientarse cuando no había otra referencia. Seguro que el cielo que observaban era muy diferente del nuestro.
Veía aviones pasar en todas direcciones, con el insistente parpadeo de sus luces. No se escuchaban, así que debían estar muy lejos.
En poco rato vi caer 3 estrellas fugaces, y no tenía tantos deseos preparados. - ¡Montañas de hachís! - Solíamos decir en nuestra juventud -después de toda una infancia asediados por el eslogan publicitario de una liebre sobreexcitada pidiendo a gritos "¡Montañas de Nesquik!"-
Recordé algunas noticias que hacían referencia a la gran cantidad de basura espacial en las órbitas de nuestros satélites. - Ni el espacio exterior se libra de nuestra contaminación. - Pensé.
Nunca supe diferenciar muy bien un satélite de un planeta o una estrella. Y, con tantos restos de misiones espaciales orbitando a nuestro alrededor... Resultan demasiadas variables para estar seguro de a qué clase pertenece cada punto que brilla en el firmamento.
Sí, Ptolomeo lo tendría más difícil para elaborar una teoría que le permitiese predecir los acontecimientos celestes.

Hacía años que no dedicaba unos minutos a tan interesante menester. Las prisas, la contaminación lumínica, el cansancio...
Ahora hay empresas especializadas que se dedican a mostrar las maravillas de los cielos nocturnos a despreocupados turistas y gente que busca experiencias diferentes, relajantes, en contacto con la naturaleza... Hoy en día existen actividades muy raras, muy específicas.
Y no es que estime preocupante la especialización... Sino, cómo una actividad tan simple como mirar las estrellas, ha llegado a convertirse en una actividad mercantilizada de ocio.

Durante el día estuve con mi padre recogiendo y apilando la leña cortada durante el año anterior. Los inviernos son cada vez más cálidos, pero sigue siendo necesario calentarse.
También separamos las ovejas paridas de las que no lo estaban. Hay poca comida en el campo -hasta que lleguen las lluvias o empiece a caer la bellota- y, si hay que ayudar con pienso al ganado, resulta más óptimo hacerlo sólo con el que tiene prole, que además sufre más desgaste.
Después preparamos algo para comer. Nos reunimos una buena porción de familia: niñas, padres, madres, abuelos, bisabuelas, primos, primas...
No tenemos televisión y, últimamente, hasta se nos olvida poner la radio o la música. El campo es muy entretenido: hay infinidad de bichos, plantas, cosas por hacer...
No es exactamente turismo, pero se parece. Hay mucho de evasión, de escapar de los trabajos que nos apremian. Pasar tiempo en familia. Colaborar en las tareas del hogar. Descubrir el medio y el ambiente que nos rodean...


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Hace unos días tuvo lugar un acto de celebración en el pueblo, debido a que nuestra comarca había sido declarada Reserva de la Biosfera. En el acto habló mucha gente, mucho rato... La verdad que no prestaba atención a lo que decían. Pero, en algún momento, "alguien" dijo algo así como que en la Siberia se podían comer las mejores chuletillas de cordero de toda Extremadura. Pero, claro, sólo podían comerlas los autóctonos, los pastores o sus amigos e invitados -aludiendo a que no se servían en los restaurantes-. Ese "alguien" se apresuró en hacer notar que, con la declaración de Reserva de la Biosfera, se potenciaría el turismo y cualquiera con dinero podría probar esas famosas chuletillas.
Y aquello sonó como si lo de la declaración de Reserva no fuera más que una artimaña para que todos los políticos y cargos públicos que estaban en el escenario difundiendo sus bondades sólo quisieran arrebatar las chuletillas de cordero a los autóctonos, convertir nuestros lujos de pobre en mercancía para turistas -souvenirs del tipo experiencia-.


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Todos recordamos un Labordeta cabreado riñendo a los diputados del partido popular en el congreso porque no le dejaban hablar:
-“Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder ustedes toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y reprimidos por la dictadura a poder hablar. ¡Eso es lo que les jode a ustedes! ¡Coño! Y es verdad ¡Joder!”
Pero también grabó una serie de programas muy interesantes, donde daba voz y visibilidad a las zonas rurales  y sus habitantes -se ve que lo suyo era la defensa de las causas perdidas-.
Claro que, todo eso fue justo antes de que la palabra desarrollo estuviera completamente impregnada de su actual significado "desarrollo neoliberal".

En la 2 de TVE están reponiendo los capítulos de "Un país en la mochila". Justo a esa hora hago un descanso para comer. La verdad que la visión que ofrece el programa de la España rural dista mucho de la que vemos hoy día en los medios de comunicación, en programas de similares características -por ejemplo, Agrosfera-.
Labordeta va recorriendo los pueblos y entablando conversaciones con los vecinos para descubrirnos sus oficios, su historia, su gastronomía, sus formas de ocio... Nos muestra los pueblos como una organización social enraizada en el entorno.
Ahora no, ahora cuando los pueblos salen en la televisión es para mostrarnos lo exóticos que resultan. No interesa tanto el pueblo en sí -como un todo, como comunidad y parte del ecosistema-  como lo que el turista individual -el turista como ente global y cierto poder adquisitivo- puede encontrar en él: bucólicos paisajes, oficios perdidos, lujosas casas rurales, actividades en la naturaleza, cocina de autor...

Un país en la mochila se grabó en la década de los 90's. Ya en democracia, con salud y educación pública plenamente instauradas. Una época en la que ya no se padecía miseria en el campo.
Desde entonces hemos progresado mucho... Hemos progresado en la dirección del neoliberalismo económico. Todo se puede comprar y vender, hasta las experiencias. Todo se ha globalizado. El sector turístico es muy importante en nuestro país ¿Por qué no habrían de turistificarse también los pueblos?
Pero ese turismo tiene una estética muy burguesa -de postureo, que nos gusta decir ahora-. No se parece en nada a los viajes de Labordeta, o al acto tan sencillo de coger una silla, plantarla en la puerta de tu casa y ponerte a mirar las estrellas, o entablar una banal conversación con algún vecino y disfrutar sin más -sin consumo-.

Hontanaya (Cuenca) - Camino del Cahorzo - Septiembre de 2019


martes, 11 de junio de 2019

¿Sueñan las ovejas eléctricas con guiris quemados al sol?

Viajábamos hacia el mar, al sur. La primavera había sido breve, efímera... Así que los agricultores adelantaban la siega.
Desde el coche -con el aire acondicionado a tope- se sucedían rastrojos salpicados de alpacas: dispersas, apiladas o transportadas en grandes remolques. Cuanto más al sur, más intensa la actividad.

Todos nuestros viajes comienzan desde un agreste terruño de interior, de clima seco y rudo. Resulta poco apto para la agricultura, así que predomina el ganado en extensivo (ovejas).
Ahora están recién esquiladas. Y lo agradecen. Porque a principios de junio el calor es ya sofocante.
Nada más desprenderse de la lana quedan blancas y finas. Pareciera que brillan con luz propia. Pero en pocos días se apagan y funden con la tierra: de tanto rumiar tendidas bajo las encinas, de tanto abrir caminos serpenteantes y polvorientos entre espacios adehesados y torres de la electricidad⚡.
Por la tarde, cuando el sol va perdiendo intensidad, se incorporan con desgana a comer y beber. El campo se ve extremadamente seco y, al observarlas, con el pescuezo doblado y la cabeza clavada en los rastrojos, rasurando cada brizna... Uno piensa: -¡Qué bien se aprovecha todo! Aquí, donde nunca pasa nada, donde todo ocurre a ras de suelo: los corrales, las casillas, la siembra, el ganado, los matojos...

En el sur no. Allí todo es más exuberante e intenso (intensivo). Hay más movimiento, el grano viaja más lejos y las pilas de alpacas son más altas. Aunque no tanto como los bloques de pisos y apartamentos. Donde los colores chillones de los guiris se funden con el olor a pizza, cerveza y crema solar -con factor de protección siempre escaso-.


Así que, nos gustan las ovejas, esas recicladoras de la dehesa. Y, aunque a veces nos molesta verlas ahí tendidas, a la sombra, sin hacer nada -cual turista borracho en la playa-, valoramos su titánico esfuerzo por transformar el pasto dorado en cagarrutas negras y tiernos corderos, por frenar el erosivo transporte del suelo al mar, al mar!

Crazy cow ovejas. Junio de 2019



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¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (en inglés: Do Androids Dream of Electric Sheep?) es una novela corta de ciencia ficción del subgénero ciberpunk del autor Philip K. Dick (1928-1982) publicada inicialmente en 1968. Fue adaptada libremente por Ridley Scott en la película Blade Runner de 1982.

La acción se sitúa en un mundo lleno de polvo radiactivo después de una guerra nuclear que terminó matando a la mayoría de los animales, esto lleva a que la gente tenga animales eléctricos....

viernes, 29 de diciembre de 2017

Roma, matanza, caza y barbarie en Captain Fantastic

Ir a Roma en viaje de ida y vuelta es casi imposible... ha de ser en vuelo de no retorno. Porque hay que ir volando: no estamos para perder el tiempo en largos trayectos, hay que llegar al punto exacto, al lío, al meollo. Y, aunque vuelvas, ya no serás el mismo, no podrás mirar a tu alrededor sin el peso de la historia.
Roma es la cuna de muchas de nuestras instituciones, creencias, técnicas... todavía hoy se habla de "derecho romano", "vía romana", "romana" (instrumento para pesar).... Y es que desde Roma llegó a administrarse un gran imperio (en una época en la que no eran tan comunes los imperios).

Pero sobre todo, es la cuna de la iglesia católica, de toda su estructura jerárquica y administrativa. Y los símbolos cristianos se encuentran esparcidos por toda la ciudad. Símbolos vivos y vigentes (levantados y restaurados sobre otros símbolos, no tan vivos, mutados).

No tienen los romanos fama de grandes pensadores o estetas... se les atribuye un carácter eminentemente práctico: copiaban y sintetizaban, de aquí y allá. Así que, al visitar la ciudad, se dispara la autoconciencia de la cantidad de estratos en los que se apoya nuestra civilización, nuestro mundo conocido y vivido. Curiosamente, resultan estratos de dominación, violencia, oportunismo (ya nos viene de antiguo la tendencia elitista)
Al ver sus grandes obras de ingeniería, esculturas y restos de arte... uno se siente pequeño, bárbaro, inculto, débil... Toda esa amalgama ha debido influir en los artistas e ingenieros posteriores (sus predecesores habían dejado el listón muy alto). Afortunadamente, los tiempos han cambiado y ya no estamos interesados en que las cosas duren eternamente (podemos dejar un registro digital); la violencia preferimos dejarla al margen (en las orillas que separan el primer mundo del resto del Mundo); en cambio lo práctico, lo eficiente, sí que sigue de actualidad.

Por eso estaba interesado en el arte Moderno y Contemporáneo de la ciudad, intuía que debía de ser diferente al de otros lugares. A pesar de lo globalizado, del turismo de masas, de la comunicación instantánea, de la mercantilización del arte, de la influencia de Hollywood... Así que visité La galería nacional de arte moderno de Roma ¿Qué más podía hacer un marginal hombre rural?
"Orfeo solitario", Giorgio de Chirico — en Museo Carlo Bilotti (Roma)

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Salchichones y chorizos - Matanza 2017

Soy muy fan de la matanza -la matanza de los cerdos-. Es con diferencia el mejor de los acontecimientos de la Navidad -solemos aprovechar esas fechas, en que estamos de vacaciones, para realizar tan sangrienta actividad- . En mi casa se vive como una fiesta, nos juntamos bastante gente. Y es que matar un cerdo no es cosa que puedas hacer en solitario: es un animal muy grande. Aprovechar toda esa carne lleva mucho trabajo: preparar la calabaza para las morcillas, matar los cerdos, quitarles la sangre, quemar, raspar, rajar, sacar y lavar tripas, separar las mantecas, colgar (para que se enfríen), descuartizar, separar lo magro de lo gordo, especiar, embutir, salar, secar...
Es algo de otro tiempo, una frikada. Como también lo es la familia de "Captain fantastic": con sus extraordinarios conocimientos y habilidades de supervivencia. Alienígenas en nuestra sociedad de consumo, urbana, virtual, globalizada...
La película de Captain fantastic comienza con el hijo mayor acechando y matando un ciervo, con la sola ayuda de un cuchillo. Un rito de iniciación en el que participa toda la familia. Algo muy tribal y fácil de entender: para comer hay que cazar. Aunque, en nuestra sociedad actual es algo totalmente incomprensible, ajeno. Porque la comida la produce el sector primario y para disfrutarla sólo hay que pagarla. La carne ya viene procesada: en trozos, limpia de sangre, plumas, piel y vísceras. No tiene nada que ver con los animales de los que procede, está totalmente disociada, en otra esfera.
La matanza es un rito mucho más complejo que la caza. No se mata cualquier cerdo, queremos cerdos que cumplan ciertos cánones: que hayan llevado determinada alimentación, que estén sanos, que no sean muy viejos, ni muy sebosos... Aunque del cerdo se pueden elaborar gran cantidad de productos, y cada familia elige según sus necesidades y gustos: hay quien sólo guarda lomos y solomillos y el resto lo pica para embutir. Otros prefieren dejar jamones y paletas para secar. Algunos hacen la morcilla de patata, otros de calabaza, también hay quien prefiere hacerlo todo trozos y meterlo en el congelador.

En la península Ibérica, se dice que cobra importancia en el medievo, para reafirmarse los cristianos viejos. Si tenía o no carácter religioso, ha quedado diluido en nuestras sociedades laicas, agnósticas.
Tal como se vive en mi familia, tiene más que ver con el paganismo, con lo Dionisíaco: muerte, sangre, vino, alcohol, carne, brasas, excesos... Un rito en el que participa toda la familia (extensa), y donde todos los miembros tienen su papel: los jóvenes y fuertes, los ancianos, los que cocinan e incluso los niños que juegan.

En cualquier caso, si uno se mira dentro del contexto de occidente actual, acaba por sentirse al margen: no tiene sentido que una familia realice las labores de carnicero, cría, matarife... En una sociedad donde prima la especialización, en áreas muy concretas, que poco o nada tienen que ver con la supervivencia y la alimentación. Tampoco se puede ver como un ocio al uso, ya que excluye los objetos de mercado.
A menudo, incluso, dudamos de la legalidad de la práctica y preferimos no darle mucha publicidad. Nos escondemos, como Ben Cash, con nuestras familias, dejando de lado una sociedad que nos empuja a adquirir objetos que no necesitamos, actividades que no nos llenan y un modo de vida destructivo (con todo aquello que, no hace tanto tiempo, era nuestro medio natural de vida)
Escultura de cerda en los museos vaticanos

Seguramente uno podría ir a Roma a buscar antecedentes de la matanza del cerdo, a reencontrarse con sus orígenes. Y por sus calles encontraría: embutidos, cecinas y representaciones artísticas, con el cerdo como protagonista.
También encontraría referencias a la caza, en los restos de la Roma clásica, donde había dejado de ser una necesidad (para una parte importante de la población). Pero donde todavía la Naturaleza no era algo que había que defender y proteger sino que mantenía su carácter de amenaza y peligro.

viernes, 26 de noviembre de 2010

El crecimiento es superimportante, oseaaa...

El crecimiento, por lo visto, es superimportante, osea... ¿Pero crecimiento para qué? ¿Para acabar con el paro? El paro es un problema, eso está claro, a nadie le gusta no tener trabajo, una fuente de ingresos, algo productivo en lo que ocupar el tiempo. Pero se habla muy poco de la calidad del trabajo, del bienestar del trabajador. Los Estados se han aliado con las Empresas y todo se ha vuelto Economía, los proyectos políticos son ahora proyectos económicos.
Y yo no entiendo porqué no se habla de bienestar, de garantías sociales, de educación, salud, transporte… Estamos en una vorágine capitalista y parece que más allá de la empresa privada no hay más que desperdicio de recursos, corrupción, ineficiencia,… en general, funcionariado.
Para mí, el término eficiencia comienza a ser algo odioso, ese tener que estar continuamente produciendo dinero, consumiendo… Hasta las vacaciones, el período utópico reservado a la clase trabajadora, tanto más utópico cuanto más exitoso es el trabajador, se impone casi como una obligación, la obligación de justificar el trabajo esclavo al que uno mismo dice someterse.
Sí, vivimos en una tierra de oportunidades. Y, sin embargo, hay algo que falla ¿Por qué es necesario dedicar tanto tiempo al trabajo? ¿Por qué el tiempo de no trabajo uno tiene la impresión de estar luchando únicamente por sobrevivir? Nadie habla de un proyecto de felicidad, sólo: crecimiento, crecer, crecer y crecer hasta reventar.

...El campo es muy bonito, no sé porqué nos hacinamos en las ciudades. Bueno, sí que lo sé, es por la eficiencia, la productividad.

Entregados a la mano invisible del capital: el nuevo Dios.
Los nuevos pecados: ineficiencia, corrupción, exceso, burbuja, endeudamiento...
Los nuevos castigos: paro, desahucio, miseria...
Sólo que los nuevos profetas nunca pierden. Y los demás cada vez más flacos, más temerosos, más estresados, más indefensos... Total para qué? Si cuando hay crecimiento la aspiración es trabajar más.


Me gusta cuando la gente me pregunta por mi pueblo, yo siempre digo que allí no hay ná, que no hay trabajo, que no hay gente, que no hay turismo… Los de la ciudad no se extrañan. - “¿Por qué te gusta a ti, entonces?” - Porque yo soy especial, porque en mi pueblo hay cosas que no le es dado disfrutar a todo el mundo, así, en general.
La gente busca esas vacaciones en lugares genéricos, en los que a cualquiera que pague le es dado disfrutar, yo también lo hago, después de todo, no soy tan raro. Sin embargo, visitar esos sitios a los que nunca volverás, o quizá alguna vez más, deja una sensación de vacío, una experiencia más que pasa sin pena ni gloria, algo que comentar en alguna reunión social y nada más. No hay apropiación del lugar, colección de imágenes, huida de tu ciudad.

Este año voto en Barcelona, pero la verdad es que no tengo mucha idea de los programas de los diferentes partidos, como la inmensa mayoría de votantes y abstencionistas. En la tele tampoco sale gran cosa. A mí, la verdad, es que me molestan los Nacionalistas, con su afán de marginación de los castellano parlantes. Yo no creo que los castellano parlantes sean una minoría despreciable. Me parece estupendo que haya libertad idiomática y demás, pero nunca me han gustado las prohibiciones, la intromisión de los Estados en las libertades individuales o grupales. ¿Por qué va a ser mejor hablar un idioma u otro? Realmente creo que los Nacionalistas catalanes son una panda de fascistas que por habitar un terreno de forma histórica se creen en el derecho de imponer su cultura al emigrante/inmigrante. Lo de multicultural les suena mal, suena a españolización y el español es el enemigo, el imperio opresor. La fusión suena aún peor, como si la cultura fuera un ente inamovible que fijan los Estados. Hubo un tiempo en que florecían las culturas urbanas, con estilos muy peculiares sin raizes geolocalizadas: el punk, hippy, heavy, skin,... Quizá ya no estoy en la “onda”.
No es que yo sea pro-españolista, sólo creo que el gobierno catalán es aún más restrictivo y más neoliberal. Pero, qué voy a decir yo que no soy de ningún lugar, que no me ensenyaron el català en la escuela y que, además, soy medio anarkista.
Está claro que el que vota no es el inmigrante, que ni siquiera tiene derecho a voto, y el trabajador de 40 o más horas semanales ¿qué ánimo puede tener para interesarse en política? Por eso y porque en política también hay que ceder votaré EUiA porque lo del idioma, el independentismo, federacionismo, ... realmente me parece una cuestión secundaria y si hay que parlar català, es parla català, pero por donde no me apetece pasar es por la progresiva evaporación del Estado de Bienestar y la opresión del trabajador. Y si por el camino se legalizan las drogas, pues mejor para todos. No?

Cuando uno tiene algo en mente no dejan de aparecerle señales, así que hay más gente que piensa en el no crecimiento, e incluso el decrecimiento.