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miércoles, 19 de enero de 2022

Husserl contra el darwinismo

Husserl maneja conceptos muy interesantes -y muy abstractos también-. Ocurre en muchas obras filosóficas: que nos cuesta encontrar la forma de aplicar esos conceptos a nuestro mundo vivido. Al tratarse de estructuras tan generales, pareciera que encajan en todo y que no encajan en nada. Husserl dedica muchas páginas al intento de acotar los términos y, a medida que avanzas en la lectura, crees ir comprendiendo... Pero cuando intentas aplicar a un ejemplo concreto... sientes como el agua se escurre entre los dedos. 

Quizá sea cierto defecto de mi formación tecno-científica, en la que las fórmulas y teorías siempre salen de datos concretos: se toman medidas de campo y, luego, se trata de obtener la ecuación por medio de aproximaciones matemáticas. Finalmente se coge la fórmula, se aplica a nuevos datos y, si encaja... ¡Voilá! Hemos acertado.

Husserl era crítico con la racionalidad científica. Pero no porque fuese un magufo, o una persona religiosa. Él estaba convencido de que la ciencia es la única herramienta que tenemos para conocer de forma precisa la realidad y prepararnos para afrontar acontecimientos futuros.

Lo perverso de la racionalidad científica radica en que se aplica a todos los ámbitos. Estamos continuamente calculando, matematizando, intentando acertar en nuestras predicciones, tratando de tomar las mejores decisiones. Incrementar nuestro nivel de consumo, hacerlo sostenible... Eso en la esfera privada. Pero es que en la esfera pública es aún peor: no hay decisión política que pueda tomarse sin cuantificar económicamente su impacto. Tanto si se trata de atajar una pandemia como de potenciar la cultura. Todo se mide en presupuestos o en los costos -sanitarios, de educación, control...- que tendría no llevar a cabo la acción. 

Siendo más precisos, lo que ocurre previamente a la aplicación de la racionalidad científica a toda realidad, es una simplificación e interpretación matemática en términos económicos de la realidad -social, política, histórica..-. Una vez tenemos una realidad cuantificable es posible operar con ella en términos matemáticos. Lejos quedan ya las racionalidades religiosas, místicas o políticas. Lo que nos queda es una realidad mecánica, mediatizada por complejas fórmulas y protocolos que sólo los elegidos -expertos- pueden manejar.

Husserl intenta encontrar otras formas de lidiar con la realidad. Las realidades científicas están ahí, no es necesario negarlas. Pero también es cierto que la mayor parte del tiempo vivimos de espaldas a ellas. No nos importa si un bolígrafo está compuesto de átomos o si, para fabricar la tinta, se utilizan tales o cuales procesos químicos. Podemos dejar eso entre paréntesis -como si fuera caja negra- y centrarnos en lo que nos interesa, en "las cosas mismas": que el bolígrafo lo utilizamos para escribir. La realidad científica es sólo una más de las realidades del bolígrafo. 

Así que, puede parecer un error aplicar los razonamientos científicos a los asuntos humanos, donde la realidad se construye desde diferentes subjetividades, donde la realidad científica es sólo el trasfondo, que se da por hecho y pasa desapercibido. 

 

A menudo,  la racionalidad científica se nos presenta como objetiva, real, al margen de todo deseo o anhelo. Pero el campo de lo humano está constituido sobre subjetividades y deseos -individuales o de grupo-. Y, cuando se aplica la racionalidad científica a un campo que no le corresponde, se suele hacer dirigida por cierta subjetividad para someter al resto.

 

Cuando Darwin publica "El origen de las especies", en 1859, muchos -incluido el propio Darwin- se lanzaron a extrapolar la interpretación de los datos observados por la zoología a las sociedades humanas. Podríamos decir que se trataba de aplicar esa racionalidad científica también a lo social. 

Darwin era Inglés y, cuando publicó su libro, ya estaba bien avanzada la revolución industrial. Llevaba tiempo observando las enormes masas de obreros hacinados en las ciudades y fábricas, mientras las clases adineradas concentraban más y más riqueza, a la par que arrebataban el poder a la antigua nobleza. Entre estas clases altas de la sociedad victoriana se habían acogido con entusiasmo las ideas de libre mercado de Adam Smith y los análisis poblacionales de Malthus. Con estos antecedentes, el Darwinismo, desarrolló su concepto de evolución como consecuencia de una lucha despiadada entre las especies -al igual que los humanos luchaban por la supervivencia en las urbes-. De ahí se derivaron algunas corrientes sociales y morales que trataban de naturalizar la miseria y justificar a los ricos y poderosos como los más aptos.

Si miramos a la naturaleza, nos puede parecer cruel y despiadada en muchas ocasiones, pero la mayor parte del tiempo la observamos como algo armonioso, interdependiente, donde se escenifican numerosas relaciones de apoyo mutuo y donde la selección de los más aptos no apunta tanto a los más violentos, fuertes o astutos, como a los que cuentan con más "amigos", son capaces de adaptarse mejor a las épocas de escasez, o afrontar los diferentes contratiempos ambientales. Esta era la visión de científicos rusos como Kropotkin. Científicos que habitaban un extenso territorio, prácticamente vacío, con frecuentes inclemencias meteorológicas, escasamente industrializado, con gran parte de la población en territorios rurales... Así que les costó encontrar ejemplos de esa escasez y lucha malthusianas que Darwin había incluido en sus teorías.

La interpretación que hizo Darwin de sus observaciones tenía un sesgo ideológico. Y se utilizó por esa ideología para justificarse a sí misma. 

Algo así ocurre con la ciencia actual, financiada por el capital para desarrollar tecnología que aumente ese mismo capital. Y, en tanto la ciencia se alza como el único saber verdadero, reviste a su socio -el capital- de ese halo de determinismo y repetibilidad -que son los objetos de estudio de la ciencia- y nos convence de que el mundo es así y no puede ser de otra manera, nos somete a su yugo mientras devalúa el resto de saberes -justo los que deberían guiarnos en el ámbito de lo elegible-.

martes, 8 de junio de 2021

Ciencia, tecnología e historia como construcciones sociales

En la tecnología, la física, las matemáticas... Siempre se nos instruye en las últimas teorías y metodologías aceptadas por los expertos de la época. Lo que hubiera anteriormente no nos interesa porque, simplemente, ha quedado demostrado era falso... Bueno, quizá tampoco estamos tan seguros de la falsación, pero lo que sí podemos afirmar es que ahora no nos resulta útil para los fines que pretendemos alcanzar.

En sociología, antropología y otras ciencias humanas, sí que se suele prestar mayor atención a las diferentes enfoques y desarrollos históricos -aunque sólo sea para hacer notar sus carencias y las soluciones adoptadas en las tendencias actuales-.
Es verdad que, normalmente, cuando se enseña alguna de las ciencias duras -física, química...-, se suele hacer un repaso histórico por las diferentes épocas e inventores. Pero es un repaso finalista: un recorrido por los avances y descartes que nos conducen hasta el estado actual, que es el verdadero. 
Hegel intentó hacer eso mismo con su interpretación de la historia y no nos inspira tanta confianza como los científicos de nuestra época. El estado actual de nuestras sociedades dista mucho de ser utópico o deseable -quizá sólo para unos pocos-. Así que, plantear la historia de la humanidad como un avance de logros hasta llegar al presente, resulta un tanto grotesco. Hegel es considerado pretencioso por ello y, nuestros científicos... también -pero no tanto-. 

Podemos atribuir a Hegel y los idealistas alemanes cierta actitud conservadora pero, sin embargo, consideramos que la ciencia está exenta de todo sesgo ideológico, que sólo ofrece una interpretación fidedigna de la realidad -en base a nuestras herramientas actuales-, que estudia lo que es así y no puede ser de otra manera. Afirmamos así que existe una realidad externa, que podemos conocerla y que, cuanto más precisos seamos en ese conocimiento, más éxito tendremos moviéndonos a través de esa realidad ideal...

En un entorno empresarial de trabajo, la ciencia serían los problemas del día a día, lo que hay que ir resolviendo cuanto antes. Y, luego, si hay tiempo, se piensa en cómo posicionarse, hacia dónde tender, dejarlo bonito... Pero todo eso ya no sería trabajo de la ciencia.

 

El desarrollo de la vacuna se ha difundido como uno de los grandes logros de la ciencia -obtenida en tiempo récord-. Pero quizá cuesta menos verla como un logro del sistema capitalista -el capitalismo creando y solucionando sus propios problemas-. Imagen extraída de El Mundo


Durante la actual pandemia de la Covid-19, la ciencia se ha volcado en el estudio del virus y la búsqueda de soluciones para evitar la enfermedad. Las farmacéuticas han invertido grandes sumas de dinero en el desarrollo de unas vacunas con las que poder comerciar... 
—Pero ¿La ciencia no es un saber independiente de condicionantes sociales y  sesgos ideológicos? 
—No, claro que no. Es una construcción social, como lo son la tecnología, la arquitectura, el arte... Apunta en direcciones privilegiadas, según las demandas de la sociedad -o el mercado-. La ventaja del conocimiento científico es que permite hacer predicciones -dadas unas condiciones de contorno muy concretas- y desplazarnos con ciertas garantías en esa dirección. 
—Ya veo. Así que, la relevancia actual del conocimiento científico y técnico devienen de su utilidad para el sometimiento y transformación de la Naturaleza -en sociedades capitalistas de consumo- y no tanto en que proporcionen una explicación fidedigna de la realidad. 
—Es posible. Quizá en otras épocas hubiesen tenido mayor importancia y utilidad los conocimientos religiosos, las habilidades artísticas o la pericia en la batalla. 

 

Esta dependencia de la ciencia respecto de la sociedad se puede observar también en los cambios que sufren las propias teorías científicas a lo largo del tiempo y cómo se adaptan a nuestros nuevos intereses. Por ejemplo, para poner un satélite en órbita se necesitan unas teorías y medidas mucho más precisas que las que manejara Copérnico para explicar por dónde aparecían los diferentes planetas del sistema solar. Quizá alguien podría pensar que han sido los avances en la ciencia los que han posibilitado el lanzamiento de satélites, como si fuera ese un destino ineludible al que nos arrastra el conocimiento de la física y el espacio. Pero pienso que, con la gran cantidad de estudios antropológicos, sociológicos e históricos que existen en la actualidad, resulta difícil defender esas posturas. Más cuando vemos que todos estos desarrollos no conducen necesariamente a sociedades mejores y parecen responder más al sesgo cultural e ideológico de occidente -al deseo de estas sociedades de dominar y someter la Naturaleza-. 

Seguramente podamos admitir cierta realimentación entre los avances científicos y las direcciones en que se mueven las sociedades. Pero resulta difícil defender, a día de hoy, la ausencia de sesgo en la ciencia, o que esta tenga un peso mayor en esa relación de interdependencia con la sociedad, incluso a pequeña escala: en la lucha entre laboratorios, equipos de investigación, universidades, empresas...
No está demás bajar el conocimiento científico de su pedestal para admitir que es sólo un tipo más de saber, al servicio de unos fines muy concretos.

 


viernes, 1 de marzo de 2019

¿Por qué estudio filosofía?

Mi padre siempre dice que no debería perder tiempo en eso... que es mejor estudiar una oposición. Y... ¡Tiene razón! Una oposición es más productiva: apruebas tu examen y te dan trabajo y sueldo, seguramente en mejores condiciones que en el libre mercado de mano de obra.

Pero, la verdad, nunca sentí simpatía hacia ningún tipo de funcionario. Bueno, hay muchas personas que desempeñan su oficio como funcionarias y me caen muy bien. Es el trabajo de funcionario el que no me simpatiza: esos esbirros del Estado, pendientes continuamente del BOE, las publicaciones oficiales, obedeciendo órdenes -que siempre vienen desde arriba hacia abajo-, atados a la burocracia, con un plan de vida perfectamente trazado -que les dice lo que son y lo que pueden llegar a ser-.
Es verdad que en el mercado del empleo no están mucho mejor las cosas: nos enfrentamos a una continua incertidumbre, salarios fluctuantes, largas horas de trabajo, pocas vacaciones, jerarquías arbitrarias, siempre pensando en los gustos e intereses de otros -clientes y superiores-... Todo es muy dinámico, incierto, has de estar siempre alerta, no te puedes dormir en los laureles y quedarte obsoleto. Te conviertes en un mercenario, sin ningún tipo de respeto hacia ninguna jerarquía, acosado constantemente por el fantasma del desempleo, haciendo planes a corto y medio plazo.
El clásico conflicto de economías centralizadas -dirigidas desde el Estado- vs. economías de libre mercado. Soldados vs. gladiadores... Al final, nos van a matar a todos, y no será en la lucha por un mundo mejor.

Oveja rebelde - Puerto de los Carneros (Badajoz) - Diciembre de 2018

Pero centrémonos. Estudiando filosofía lo más probable es que no encuentres trabajo, ni sueldo. Aunque, yo ya cursé unos estudios útiles para encontrar trabajo. Lo de la filosofía lo hago porque realmente me interesa, siempre me interesó, desde que empecé a cursar ingeniería. Fue al concluir mi formación en telecomunicaciones que me di cuenta que, después de tantos años peleándome con la física, matemáticas, estadística, lenguajes de programación y organismos de estandarización... me faltaba cultura general, que estaba cegado por una mirada tecnológica y cuantificable del mundo. Que ahí fuera había un montón de cosas interesantes por vivir y aprender, imposibles de indexar, catalogar o modelar en un lenguaje matemático.
Probablemente la filosofía no ofrezca solución a dudas existenciales, pero sí que ofrece una visión más amplia, desde posiciones muy dispares. Permite tomar consciencia de los problemas que otros muchos ya se plantearon antes que nosotros y desarrollaron y elaboraron, más de lo que a menudo somos capaces de comprender.

En ocasiones, dedicamos grandes esfuerzos a acumular bienes y riquezas, como si eso pudiera salvarnos a nosotros y nuestros seres más cercanos de cualquier adversidad. Y a todos esos bienes y riquezas hay que dedicarles tiempo de gestión. Tiempo que robamos a nuestros seres queridos y las actividades que realmente nos interesan y satisfacen.

- Me he comprado un piso en el centro.
- Pero si vives muy bien en tu chalet de las afueras.
- Ah! No. Se trata de una inversión. Es para alquilarlo.
- Ya veo, inviertes dinero y tiempo para tener más dinero.

Esta es una escena perfectamente comprensible en nuestra sociedad actual. Pero, no lo es cuando inviertes dinero y tiempo en una actividad intelectual o artística. Porque es sabido que no vas a poder rentabilizarla económicamente, a menos que consigas acoplarte al engranaje del mercado o el estado. 
Así que, podríamos decir algo como que: me estoy comprando un piso, del que no voy a vivir, y me dedico a adornarlo: con arte, moral, política, metafísica, psicología... con una finalidad ambigua, entre la realización personal y un complemento a la economía familiar: acumular conocimiento, revertirlo en los que me rodean, expandir el ego, abrir el abanico de posibilidades, disfrutar, apreciar y transmitir la complejidad de la vida y la historia.