jueves, 28 de enero de 2021

De cómo me liberé de la religión

No sé en qué momento dejé de creer en Dios... Diría que, cuando recibí el sacramento de la Confirmación, ya me chirriaba bastante todo aquello del cristianismo. Aquí, en el pueblo, la Confirmación se hace pronto, sobre los 14 años, en plena adolescencia, con las hormas en frenética actividad.

La verdad que, desde aquellos entonces, me he sentido engañado por la religión. Yo era un chico normal, obediente, aplicado... ¿Por qué habría de cuestionar la existencia de Dios o la verdad de las escrituras...? La religión lo envolvía todo, era de lo más normal: ir a misa los domingos, la Semana Santa, la Navidad, Jubileo...

Pero claro, la gente hablaba:
-Yo creo que algo hay... Llámalo Dios, o llámalo magia, si quieres... Pero algo hay...
-Los curas y las monjas son unos sinvergüenzas. Pero las enseñanzas de Cristo están bien.
-Que no. Que eso de la religión es un cuento chino para mantener sometida a la población. Mira cómo viven en el Vaticano.

También es verdad que, en la adolescencia, empieza a abrirse el abanico de contactos, las formas de ocio y los contenidos culturales -totalmente ajenos a los proporcionados por la familia y la escuela-. También el contenido de la educación institucional se diversifica, se hace más complejo, menos esquemático...

Y, un día, ves La vida de Brian, El Exorcista, Los Caballeros del Zodíaco... o, simplemente, lees libros ambientados en otras épocas y culturas... Y piensas -¡Ahí va la hostia! Esto de la religión no está cerrado. Cada pueblo tiene la suya. Hasta hay gente que vive ajena a toda religión.

La música fue también muy importante en ese proceso. La música puede ser irreverente, blasfema, transgresora... Al arte siempre le concedemos esas licencias. Ofrece imágenes intuitivas, agradables, provocadoras... que, luego, si te apetece, puedes procesar y desarrollar conceptualmente. Supongo que, escuchar canciones como el Salve de La Polla Records, en plena adolescencia, en un momento en que estás cuestionando estas creencias, supone un gran impulso, una liberación... Todavía hoy me parece un temazo -aunque ya no tenga tintes de revelación- .

Control económico
Es control del poder
Control mental
Control sexual
Realmente tíos
Nunca he visto religión
Que pretenda tanto
¡Salvarnos a hostias!
¡Salve, Regina!

 

La religión es una experiencia inmersiva que es necesario vivir en comunidad: practicar el culto, comentar los textos sagrados, compartir celebraciones, someterse a normas morales... No tengo nada en contra de todo eso. Es guay sentirse parte de algo. Lo que peor llevaba era la fundamentación de la creencia en un ser supremo que está en todas partes... y te vigila. El sentimiento de culpa... ese sentimiento tan cristiano, que te atormenta cada vez que te dejas llevar por las pasiones más mundanas.

Lo de las pajas era lo peor, porque es normal ponerse cachondo y hacerse una paja. Los monos lo hacen mucho -y se les ve bien felices- ¿Por qué los humanos debíamos sentirnos culpables por ello? Me resultaba fastidiosa toda la represión de la sexualidad... 

Para Freud todo desorden mental tenía que ver con la sexualidad. Después de tantos siglos de cristianismo, sería fácil que detectara neurosis a cascoporro por todo occidente.

 

Cuando íbamos a misa, no recuerdo que nadie nos advirtiera de que lo dicho en la Biblia se tratara de metáforas, hechos no necesariamente ciertos, narrados en un lenguaje simbólico... Que los teólogos y eruditos interpretaban de tal o cual manera, pero que podía significar cualquier cosa. Porque, en dos milenios de andadura, la sociedad y la lengua habían cambiado una barbaridad.

Vamos, que aquello no se sostenía por ningún sitio, a poco que tuvieras cierta curiosidad histórica o científica.

Al principio de abandonar la fe me sentía un poco inseguro, como si andara por ahí sin mascarilla. Si Dios no existe, entonces todo vale, se puede hacer lo que se quiera: matar, robar, mentir, drogarte... Pero pronto te das cuenta que hay un montón de motivos para no hacer todas esas cosas, desde el tan razonable "no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti", a otros quizá no tan directos, pero a los que puedes llegar por tu propia experiencia: hay sustancias que nos sientan muy mal y no compensan un instante breve de placer.

Por aquellos entonces, también pasaba temporadas con mis primos de Madrid, algo mayores que yo, con una visión mucho más amplia del mundo y las relaciones sociales de la que manejaba desde mi pequeño pueblito. No es lo mismo la teoría -leer cosas, ver pelis...-, que conocer a quien las pone en práctica.

Así que, acabé por sentirme muy cómodo sin catolicismo, sin Dios, ni amo... Y seguía siendo un chaval obediente y aplicado. No la echo de menos, no la necesito, no me aclaraba nada, no me quitaba dudas... al contrario, lo complicaba todo y, además, me hacía sentir mal. 
Dios se disolvió, sin más, se esfumó, como otros amigos imaginarios que tuve en la niñez.


El caso es que, el otro día, la mayor de mis hijas, dijo que ella no quería hacer la comunión: porque hay que ir a misa y es un rollo. -Y ¡Total! Sólo para hacer una fiesta, comer chuches y tener regalos. ¡Si la podemos hacer cuando queramos! Además, yo no voy a clases de religión. 

Por algún extraño motivo, me enmierdé en explicarle qué es la religión. Algo muy difícil de contar a una niña que aún tiene escasos referentes culturales, históricos... Así que no salí muy bien parado de mi hazaña. Traté de establecer un paralelismo con sus amigos imaginarios, en una especie de caricatura del pensamiento de Feurbach -de la religión como proyección humana-. 

Y, pensé: -Es verdad que todas las prescripciones morales y el sentimiento de culpa son un buen montón de mierda. Pero es difícil comprender la sociedad occidental, pasada y actual, sin conocer la religión cristiana

Nuestros modelos de familia y Estado están codificados en términos religiosos -fidelidad, comunidad-. Muchos de los males de nuestra época se entienden mejor observando el papel que han jugado las religiones. La historia de la humanidad ha estado siempre impregnada de lo profano y lo sagrado, de la idea de bien y el mal. De luchas de poder en las que Iglesia y Estado se daban la mano, o todo lo contrario.


También es cierto que la humanidad anda siempre buscando un más allá. Que cuando alcanza los límites de su conocimiento, recurre a lo mistérico y mágico. Que se resiste a la ausencia de sentido y la brevedad de la vida terrena. Lo vemos hoy día en el gran interés que despiertan las religiones orientales, el esoterismo, la búsqueda de vida extraterrestre, la metafísica, el arte... Parece que hubiera un deseo irrefrenable de espiritualidad en la sociedad.

Entiendo que existan personas que se sientan cómodas en la religión, grandes cerebros de los últimos siglos han contribuido al avance de la ciencia y de las teorías del conocimiento conservando su fe.

Siempre me pareció paradigmático el ejemplo de Kant. Un hombre piadoso que realizó grandes esfuerzos para conseguir conciliar sus sentimientos religiosos con la razón y las críticas que otros, como Hume, hacían a la religión. Este pobre hombre, que únicamente consiguió afirmar la idea de Dios como sustento de la moral, poniendo en cuestión su existencia ontológica. 

Pero, para sustentar el comportamiento moral, no es necesario ningún Dios. Posteriores autores irían desmenuzando la religión y desvelando sus miserias, hasta que Marx ya la llamara "el opio del pueblo". Seguramente haya miles de razones para no tener fe, pero la humanidad no es puramente racional, también pesan el deseo, los instintos, ideales... Quizá por ello persiste entre nosotros, a base de reformas y contrarreformas.


Hay párrocos que dan discursos sensatos y piadosos. Y también hay los pederastas y ruines. La fe por sí sola no te hace malo ni bueno -aunque lo intente-. Quizá la religión pudiera contribuir a una sociedad mejor -satisfaciendo su necesidad de espiritualidad y de búsqueda de sentido- si no estuviera tan imbricada con las formas de poder. 

Yo no guardo buenos recuerdos de mi época cristiana. Era sombría y cruel, como las figuras que adornan la iglesia. Quizá, sí que tengo una imagen más amable de Jesús -como un hippie de los 60's-.  Pero no estoy dispuesto a hacer pasar a mis hijas por toda la represión sexual que predica la Iglesia, ni por la asunción de normas morales sólo por obediencia ciega, prefiero ahorrarles ese trago.

Virgen de Consolación, patrona de Herrera del Duque. Agosto de 2015. Llega desde la ermita, cargada de propiedades psicomágicas, para pasar unos días en el pueblo.


jueves, 21 de enero de 2021

El ideario neoliberal y su potencial revolucionario

Lo que más temen los neoliberales son los gobiernos de izquierdas. Para ellos, la izquierda trae pobreza. Y siempre ponen como ejemplo los países donde gobierna o ha gobernado: Venezuela, la antigua URSS...

Países donde la escasez campa a sus anchas mientras los líderes viven de forma lujosa, a costa de los impuestos que recaudan fomentando el odio hacia las clases altas y las empresas que generan la riqueza.

Los líderes de izquierda tendrían aspiraciones absolutistas y el firme deseo de controlarlo todo desde el aparato del Estado. Además, ese liderazgo sería siempre costoso: en salarios, asesores, propaganda, represión, burocracia, control... Su estilo de vida, soberbio y caprichoso, llevaría al Estado a aumentar la presión impositiva, de tal forma que desincentivarían el emprendimiento y producirían una población servil y victimista que estaría siempre reclamando a las administraciones públicas la satisfacción de sus deseos y necesidades.

No les falta razón: yo también tendría miedo de un escenario así. 

Meme para minar la confianza en los políticos de izquierda. Extraída de Hispañidad

 

El modelo neoliberal lo fijaría EEUU. Un Estado ligero, con bajas cargas impositivas, controlado por las empresas y las clases altas. Una tierra de oportunidades para todos los que estén dispuestos a aprovecharlas.

A las izquierdas les acojona este escenario. Ven en EEUU una amenaza armada y la materialización de desigualdades -donde los sintecho recogen las migajas que caen al suelo de los lobos de Wall Street-. Un capitalismo salvaje donde los más fuertes se meriendan todo lo que pueden a su paso. 

Viñeta que ironiza sobre EEUU como potencia armada. Extraída de GRUÑIDO GRRR - Ironía Gráfica

 

Esta caracterización que hago de las derechas neoliberales estaría representada en España, muy especialmente, por Ciudadanos. También PSOE y PP -pero estos, con un imaginario heredero de los últimos años de "dictablanda" del franquismo, basada en el desarrollo del turismo y la construcción-. Así que, Ciudadanos, un partido fresco, representaría mejor que ninguno el ideario neoliberal -al menos, antes de su giro nacionalista- sin el lastre de la Guerra Civil, el franquismo, la tradición católica, ni el desarrollismo de ladrillo, sol y playa.

En las izquierdas, estaría el actual Podemos. Una amalgama de las izquierdas clásicas -de tradición social comunista- y los nuevos movimientos sociales. Que defendería un modelo de desarrollo "sostenible" tutelado por el Estado y un cierto reparto de la riqueza -un capitalismo progre-. 

 

Para estas izquierdas, la deriva neoliberal global trae desigualdad, guetos de marginalidad y pobreza,  abusos medioambientales, vulneración de derechos humanos... Además de concentración de la riqueza en unas pocas manos, con la consiguiente monopolización de los mercados y la acaparación de poder en ciertas empresas trans/nacionales -que serían incluso capaces de corromper las instituciones y eludir los mecanismos de control de los estados-. 

El capital andaría siempre tratando de influir -o hacerse con- el poder. Para así agilizar sus negocios y obtener ventajas competitivas -sin importarle mucho las consecuencias sociales o medioambientales-. 
Mientras que las izquierdas desconfiarían de estos capitales, tratarían de ponerles límite y conseguir que sus beneficios revirtieran en las arcas públicas -algo totalmente lógico, puesto que sus beneficios de las empresas son posibles gracias a las infraestructuras, recursos humanos y medioambientales, así como a las garantías legales y securitarias que proporcionan los estados-.

 

Los neoliberales necesitan el Estado, principalmente porque es el garante de la propiedad privada. Y, además, les interesa cualquier beneficio que puedan obtener de este -aunque las mariscadas las paguen con el dinero de sus negocios-. Las izquierdas también necesitan al Estado: para poder poner límites a los desmanes económicos. Y, además, les interesa recaudar, no sólo para mantener la infraestructura que hace posible los negocios, sino también para potenciar el tipo de sociedad que creen más justa -y para pagar sus mariscadas-.

Así que, unos y otros, compiten por el poder. Aunque, desde la caída de la URSS, la ventaja está claramente del lado de los neoliberales. Las izquierdas, acorraladas por la caricatura que de ellas hacen las derechas -dictaduras generadoras de escasez e incapaces de satisfacer los caprichos consumistas de la población-, han quedado como una débil herramienta para denunciar los abusos de las grandes empresas, aplicar pequeños parches que lleven a un capitalismo más amable y "sostenible", o actuar en el plano simbólico -para restablecer la dignidad de ciertos colectivos oprimidos por el conservadurismo moral que caracteriza a las derechas-.

Vamos, que las izquierdas han perdido todo potencial transformador y revolucionario. Ese potencial se ha trasladado a la economía neoliberal, y teorías como la de El Gran Reinicio nos parecen hoy más plausibles que una revolución a la Rusa.

De hecho, ante todas las medidas restrictivas adoptadas para combatir la pandemia por Coronavirus, han sido los sectores de la derecha los que más se han movilizado contra los gobiernos legítimamente establecidos -trumpistas que asaltan el Capitolio, caceroladas en el barrio de Salamanca...-, actuando como verdaderos antisistema, anteponiendo la libertad de sus negocios a la seguridad sanitaria.

 

PD: ya habíamos hablado de cómo las derechas se estaban haciendo fuertes, también en el plano simbólico y moral, en el post De la hipertrofia de derechas a izquierdas canijas

sábado, 16 de enero de 2021

Peloche y el colonialismo

Peloche es una pedanía de Herrera. Es un pueblo por sí mismo pero, a nivel legal y administrativo, depende de Herrera. 

Entre los pelochos existe una cierta animadversión hacia este hecho. 
Aunque no se materialice en acciones o grupos organizados concretos, la idea de su independencia, flota en el ambiente.

¿Por qué no habrían de tener sus propias instituciones y decidir sobre sus propios asuntos? No se aprecian diferencias entre Peloche y otras localidades pequeñas que tienen su propio ayuntamiento.

 

Después de las navidades se dispararon los casos de Coronavirus en Herrera -en toda Extremadura, en general-. Y comenzaron a proliferar los mensajes de ánimo... Poco más se puede hacer una vez que el virus está extendido -bueno, también se podría vacunar más rápido-. Así que, Peloche, se quedó sin sus fiestas patronales -que se celebran para San Antón-. 
Por ese motivo, el alcalde de Herrera, publicó esta foto de apoyo a los pelochos. La verdad que la imagen no puede dejar indiferente a ningún local.

Imagen extraída de la cuenta de Facebook del alcalde de Herrera y Peloche
 
En primer plano aparecen los danzantes de Peloche. Durante la fiesta de San Antón se travisten con esos ropajes y danzan por las calles para sus vecinos y vecinas. Hay otras danzas similares en la comarca, pero no con hombres vestidos con ropas de mujer. Además, es una fiesta netamente religiosa (católica), los danzantes bailan en la iglesia -supongo que esta danza sea algo más antiguo que el catolicismo ha incorporado para dar gusto a sus parroquianos-.
 
De fondo aparecen el alcalde de Herrera -y Peloche- junto con alguien de la diputación, desvelando una estatua que representa a un danzante anónimo. Como si fuera una ofrenda a las colonias para calmar sus anhelos de independencia. -Mirad, ahora, a los pelochos, os vamos a identificar con esta cosa tan graciosa y tradicional de los danzantes. 
Quitando las letras de la foto, podría ser perfectamente la portada de un libro de antropología.
Supongo que desde Herrera vemos en Peloche una especie de pueblo originario, virgen, primitivo, en plena conexión con la Naturaleza, apartado de la modernidad. El típico relato que potencia el turismo de interior -es normal: el turista busca siempre este tipo de hitos para formarse el mapa de los lugares que visita-. 

Los pelochos están muy orgullosos de sus danzantes y de sus fiestas. Y, en esas fechas, acuden de todos los puntos del planeta por los que se encuentran dispersos. Los de Herrera también nos acercamos a los principales eventos ¡Y los disfrutamos! Estamos muy conectados -quien más o quien menos tiene conocidos o familiares allí-. Pero es una fiesta de la gente de Peloche y la organizan como a ellos les da la gana. Ellos son los protagonistas de sus fiestas -al contrario de lo que refleja la fotografía, donde todas las miradas se dirigen a los dos hombres blancos, burgueses y adultos ataviados con traje y corbata que descubren la estatua-.
Y era eso lo que más me llamó la atención de la foto: que era absolutamente herrerocentrista. Como eran eurocentristas las crónicas antropológicas de los investigadores de los siglos pasados. Como aquella despedida de Loquillo a Pau Donés, donde no se le ocurre otra cosa que ponerse a sí mismo en el centro para recordar al pobre Pau...
 
Imagen extraída de la cuenta de Twitter de Loquillo



 

miércoles, 6 de enero de 2021

La búsqueda del sentido

Los cielos del amanecer y el anochecer molan... mucho. Si los estás observando es porque has puesto la vida entre paréntesis: nada importa, sólo la mutación de colores en el cielo. Es como un pequeño viaje, unas microvacaciones. Podría ser un rito, una terapia... Los días de no trabajo me gusta madrugar sólo por eso. Es como estar solo ante el universo, como un agente de guardia, mientras todos duermen.

Después, el sol viene apremiando. Hay que moverse.

Así, el resto del día es puro agobio... Es como estar debiendo algo a alguien continuamente, una búsqueda incansable de recompensas al esfuerzo. Un sin sentido: canalizar las pulsiones, ganar dinero, invertirlo, formarse, elegir, acumular experiencias...

 

Antes de la pandemia nos gustaba reunirnos con lxs amigxs. Reservar un día para preparar comida, pasear, fumar, jugar a las cartas... Poner el día entre paréntesis. Tampoco tenía sentido, pero era divertido: "Salir, beber... el rollo de  siempre".
O esperar a la llegada de la noche: cenar, tomar unas copichuelas, jugar futbolín, contar chistes, cantar, bailar...

Para viajar, el sacrificio era más grande. Había que ahorrar, reservar vacaciones... Te servía para justificarte en sociedad, por estar haciendo cosas horribles durante todo el año: madrugar, montarte en transporte público, abusar del café, meter comida en tuppers, pisotear las cabezas de potenciales competidores...

 

El Coronavirus nos ha robado los pequeños placeres comunales que llenaban una parte importante de nuestro tiempo de ocio. Encerrados en nuestras burbujas, distanciados, recelosos...  

Solíamos decirnos que el dinero y las posesiones materiales no eran tan importantes: coches, casas, móvil, tv... Pero toda propiedad privada ha salido potenciada con la pandemia: es mucho más deseable una buena vivienda con vistas al exterior, jardín, piscina... que un piso pequeño; es más seguro desplazarte en nuestro coche que hacerlo en un vagón atestado de posibles contagiados; mejor veranear en tu segunda residencia de la Costa Brava que un hotel lleno de viejos en Benidorm; una tele enorme para sustituir el cine... El capitalismo de consumo refuerza sus posiciones y nos arrebata nuestros lujos de pobre: unas cañas al salir del curro, llevar a lxs niñxs al parque, reuniones familiares, una pachanga...

Quizá antes pensáramos que una vida social plena era posible practicando el ocio en espacios comunes -bares, parques, pistas deportivas...-. Quizá antes pudiéramos llegar a pensar que no era necesario sacrificar tanto por acumular riquezas. 

Las crisis capitalistas de 2008 y anteriores nos enseñaron que el dinero en los bancos se podía devaluar y que, por tanto, era mejor invertirlo. Incluso la vivienda se podía devaluar, así que era mejor diversificar. La lección ha sido siempre que debíamos ser emprendedores e inversores, estar en la cresta de la ola, siempre arriba... Pero también se podía hacer la lectura de estas crisis como infortunios que nos golpean de forma aleatoria, imprevisible e inevitable y que, quizá, resulte mejor vivir al día, ir tirando... Porque no hay valores seguros y no tendría sentido acumular otra cosa que no fueran experiencias -quizá, en el 15M, esta lectura alcanzó relevancia como crítica al sistema-. 

No sé cuántas décadas puede durar la lección de esta pandemia, pero llama la atención que su mensaje case tan bien con el capitalismo de consumo y con un individualismo recalcitrante: -Acumula todo lo que puedas porque, cuando vengan mal dadas, los que tengan una casa grande van a estar más agustito.

 

Cuando Pablo Iglesias se compró un chalet, supuso un duro golpe para muchos de sus votantes... Quizá esperaban algo diferente de este líder: que deseara cosas diferentes a las que deseaban el resto de líderes. Porque sólo alguien con deseos y anhelos opuestos a los de quienes dirigen el sistema -un sistema que acumula riquezas en manos de unos pocos a costa de la miseria de muchos- está en condiciones de llevarnos a un mundo más justo. 

Esta idea del deseo como herramienta transformadora del mundo ya estaba presente en filósofos del siglo pasado, como Deleuze o Lyotard. Y parece que, hoy día, tiene más sentido que nunca. Cuando el consumo vampiriza toda nuestra energía para dejarnos vacíos y solos -en nuestro enorme chalet- ante una pantalla que no para de emitir contenidos que apuntalan el relato de la individualidad.

Quizá sería mejor que existieran la magia, la religión, el destino... Una misión más allá de las pulsiones y los mecanismos de recompensa. Quizá una vida menos atomizadora y agobiante, una vida en común. Nuevos referentes, nuevos imaginarios que rompan con estas dinámicas de sálvese quien pueda -y quien más pueda, que se salve más-.

Al final del túnel hay luz. Canet de Mar, diciembre 2020


Referencias