Hace
4 años me regalaron una cámara réflex. Y, con ello, cambió
radicalmente mi forma de ver la fotografía. Eso sí, fue un cambio lento y
progresivo -no fue el hecho de poseer la cámara, sino el interés que fue despertando en mí-.
Yo
había sido siempre bastante reacio a la fotografía, sobre todo a la
fotografía digital. Me parecía que las personas perdían demasiado
tiempo fotografiando compulsivamente espacios o experiencias, en
lugar de disfrutarlas sin más. ¿Qué sentido tenía hacer fotos
para mirarlas en la pequeña pantalla de nuestros dispositivos
electrónicos? ¿Qué buscamos en el acto de fotografiar? Me hubiese
gustado encontrar una respuesta unificadora pero, cuanto más
reflexionaba sobre ello, una mayor diversidad y multiplicidad de
motivaciones iban apareciendo: capturar escenas sorprendentes, bellas,
curiosas, emotivas, personales, universales... que tuvieran un cierto
valor estético (aunque solo sea en el estrecho ámbito de nuestro mundo vivido). Encontrar nuestro perfil
bueno, retener un recuerdo de las personas que nos acompañaron en
cierta ocasión, obtener un documento que atestigüe que estuvimos en
cierto lugar...
Cuando por fin decidí que me gustaba la fotografía, y le dedicaba tiempo y
esfuerzo, descubrí que también buscaba cierto reconocimiento público, aunque solo fuera en el ámbito familiar o mi comunidad más cercana. Intentaba
captar el instante clave, reflejar el carácter de la persona
fotografiada, las mejores combinaciones de luces, el mejor encuadre
que resaltase el motivo que consideraba más importante… Para conseguir que los que me rodeaban miraran las fotos con interés (no solo por compromiso).
Pero, desde mi infancia, el papel principal de la fotografía había
sido el de aportar un documento gráfico en el que apoyar el relato
de unas vacaciones o de algún acontecimiento relevante: fiestas,
bodas... Narrar mis batallitas con imágenes que describieran todo
aquello que no conseguía comunicar con palabras, y aportando detalles que
podría haber ignorado en el momento de la experiencia vivida.
Con
la fotografía, cualquiera con un mínimo de interés, puede
construir y mostrar el relato de su vida, puede apuntalar el
“andamiaje de su mitología personal”.
“Fotografiamos
para reforzar la felicidad de estos momentos. Para afirmar aquello
que nos complace, para cubrir ausencias, para detener el tiempo y, al
menos ilusoriamente, posponer la ineludibilidad de la muerte.
Fotografiamos para preservar el andamiaje de nuestra mitología
personal."1
Vamos,
que mi percepción de la fotografía era la de un instrumento
documental, testimonial. El registro de la realidad con un aparato
mecánico. Y, cuando empecé a familiarizarme con mi cámara réflex,
empecé a darme cuenta de que mi mirada había estado condicionada
por el tipo de cámaras que había utilizado para realizar fotografías.
La
mayoría de cámaras convencionales, y las de los dispositivos
móviles, tienen un único modo de funcionamiento, el automático, el
que hace las fotos como “deben ser”: con una exposición
correcta, a la mayor velocidad que permita la luz disponible y con el
menor ruido posible. Así que, solo había que pulsar el botón y la
realidad quedaba registrada tal como es, o ¿Tal como debía quedar
registrada según diferentes parámetros técnicos y comerciales? Esa
era la imagen verdadera, el instante mismo capturado y almacenado en
un negativo o un puñado de píxeles.
Por
supuesto, cuanto más avanzara la tecnología, cuanto más cara y
elitista fuera esa tecnología, más detalles y más realidad
quedarían atrapadas en la imagen.
Por
otro lado, sabía que en los museos se solían organizar exposiciones
fotográficas, y me resultaba ciertamente extraño. El arte, para
mí, eran básicamente la pintura y la escultura: lo que tiene mayor
relevancia en el ámbito museístico y en la educación básica. Así
que, durante la mayor parte de mi vida había estado considerando el
arte en su concepción moderna. Tal como eran descritas las “bellas
artes” en el siglo XIX: como algo producido por hombres
habilidosos, con una cierta intencionalidad estética, buscando la
belleza, o con actitudes moralizantes.
“[...]El
término <<bellas artes>> se incorporó al habla de los
eruditos del siglo XVIII y siguió manteniéndose en el siglo
siguiente. Se trataba de un término que tenía un campo bastante
claro: Bateaux presentó una lista en la que incluía a cinco de las
bellas artes -pintura, escultura, música, poesia y danza- añadiendo
dos más que estaban relacionadas, la arquitectura y la elocuencia.
Esta clasificación
se aceptó a nivel universal, estableciéndose no sólo el concepto
de las bellas artes, sino también el de su clasificación, el
sistema de las bellas artes, que después de añadir la arquitectura
y la elocuencia formaron un número de siete.”3
Pero
la fotografía no es más que el reflejo automático de un cierto
instante y espacio. Me costaba concebirla como arte. Hasta cierto
punto, podía pensarla como apoyo de un proyecto artístico más
amplio: como esas series de fotografías tan impactantes de
conflictos bélicos que pretenden llamar nuestra atención sobre las
consecuencias de las guerras. Desde luego, nunca hubiese considerado
una fotografía aislada como arte. Pero sí lo hubiese hecho con un
cuadro aislado.
La
falta de esfuerzo y pericia que se le presupone a la fotografía, el
que se puedan tomar miles de fotografías en un solo día, la hacían
parecer poca cosa.
“[…]Nada
sería menos característico de la sacrificada labor de un artista
como Proust que la facilidad de la fotografía, que debe de ser la
única actividad productora de obras de arte acreditadas en que basta
un simple movimiento, una presión digital, para obtener una obra
completa. Mientras los afanes proustianos presuponen que la realidad
es distante, la fotografía implica un acceso instantáneo a lo
real.”2
Si
miramos una fotografía como una obra de la humanidad a lo largo de
los últimos siglos: desde el desarrollo de los primeros
daguerrotipos obtenidos a finales del siglo XIX, hasta las últimas
cámaras digitales de la actualidad. Vemos que una fotografía no es
algo tan sencillo, sino que condensa un conocimiento y una habilidad
técnica que, junto con los usos e intereses que la humanidad ha
puesto en ella, han dado como resultado las actuales cámaras
fotográficas y el tipo de fotografía que conocemos hoy día.
En
su obra “Historia de 6 ideas”, Tatarkiewicz ofrece una definición
de arte que puede considerarse válida para lo que entendemos por
arte en la época actual:
“El
arte es la reproducción de las cosas o la construcción de formas
nuevas, o la expresión de experiencias - siempre y cuando el
producto de esta reproducción, construcción y expresión puede
deleitar o emocionar o conmocionar” 4
La
definición que ofrece Tatarkiewicz es lo suficientemente genérica
como para incluir la multiplicidad de técnicas, acciones,
materiales, etc. con las que se produce arte hoy día. El cine y la
fotografía caben también dentro del amplio concepto de arte que
manejamos. Aunque, comúnmente, los empleemos como piezas
documentales para apoyar nuestro relato (o el de las revistas,
periódicos y telediarios) sin ninguna intención artística o
estética, incluso como mera herramienta práctica o de entretenimiento.
Está
claro que con la cámara podemos reproducir las cosas tal como eran
en el instante en que se tomó la fotografía. Pero también es
cierto que permite construir formas nuevas. Ahora estamos
acostumbrados a las imágenes en color, con tiempos de exposición
muy cortos, pero no son el único tipo de imágenes que podemos tomar
con una cámara.
Por
ejemplo, Joan Fontcuberta describe en su libro “El beso de Judas.
Fotografía y verdad” el uso que hace Martí Llorens de la cámara
estenopeica, un tipo de cámara rudimentaria que requiere muy largos
tiempos de exposición (horas) para que la imagen quede grabada en el
material fotosensible utilizado. De esta forma, consigue captar en
una imagen instantes de tiempo superpuestos, instantes de tiempo muy
largos. Por tanto, el tipo de fotografía capturada con un móvil, no
se parecerá mucho a la que Martí Llorens pueda tomar con su cámara
estenopeica.
Me
costó bastante hacerme con el funcionamiento de mi cámara réflex.
Ya no era tan sencillo como en las cámaras que había tenido
anteriormente, en las que bastaba con pulsar un botón (aunque,
realmente, mi cámara disponía de un modo “automático” que permitía tomar fotografías con unos resultados técnicamente buenos,
vistosos e impactantes).
Con
un artefacto de estos entre las manos, mi curiosidad fue creciendo.
Es
fácil informarse en revistas y foros de internet e ir descubriendo
que puede utilizarse para realizar muy diferentes tipos de
fotografía. Que se puede jugar con el zoom, con el tipo de objetivo
(permitiendo seleccionar ángulos de visión más restringidos que el
total del campo que tienes delante). Que se puede focalizar a
distancias concretas (de forma que el resto de lo que no te interesa
de la imagen quede difuminado). Puedes jugar con la velocidad de
apertura (tiempo de exposición): para congelar el instante, o bien,
dar cierta sensación de movimiento…
La
tecnología disponible y las condiciones ambientales (luz,
movimiento, distancia...) en que se toma la fotografía, permiten a
los fotógrafos jugar con los ajustes de la máquina, para remarcar
ciertos detalles, o dotar a la imagen de dramatismo, vitalidad, orden,
belleza… Hay un amplio repertorio de posibilidades más allá del
modo automático.
El repertorio de posibilidades es amplio pero, al
final, en la cámara, lo único que queda es la luz ambiente recogida por el sensor. De forma que tenemos una versión minimizada de lo que podemos ver
a simple vista. Después es necesario realizar un proceso que convierta la
información almacenada en el sensor en una imagen representada sobre
un papel o una pantalla: el revelado.
Lo
que queda capturado en el sensor no tiene porqué ser necesariamente
igual a lo que ve el ojo humano. El ojo humano capta un rango de
colores muy amplio y puede focalizar diferentes profundidades de campo. Además, puede adaptarse a la cantidad de luz del
entorno y sacar la información de las zonas más claras y también
de las oscuras. Mientras que, en fotografía, en entornos con
fuertes contrastes lumínicos,
hay que sacrificar la luz o la sombra.
El
revelado también permite jugar con la imagen: colores, texturas,
contrastes… Y paliar algunas de las limitaciones de la luz
capturada por el sensor, para obtener una imagen más acorde a lo
que ve el ojo humano.
Partiendo
de la realidad, pasando por los procesos de captura y revelado, se
consigue una imagen coherente con el gusto del fotógrafo o apta para
satisfacer ciertos fines: publicitarios, apoyar un relato, conseguir
“me gusta” en una red social, etc.
Comparado
con lo que se puede hacer con la pintura, puede considerarse ridículo y muy limitado. Pero resulta mucho más rápido y tiene ese
halo de realidad de las imágenes fotográficas. Aunque esa realidad
queda supeditada a las limitaciones técnicas y a la creatividad del
fotógrafo.
Por
tanto, vemos que la fotografía exige una cierta habilidad de los
fotógrafos y también una intencionalidad: para captar la imagen con
las herramientas y parámetros adecuados, los que mejor se ajusten a la
idea o emoción que se quieran transmitir.
Por
aproximar más la fotografía a la idea renacentista de arte podemos,
incluso, hablar de reglas y límites que no deben sobrepasarse para
considerar una fotografía pura, canónica (no retocada) y que pueden
encontrarse en las bases de diferentes concursos fotográficos.
Y, desde luego, la fotografía puede reproducir todo tipo de objetos y experiencias, además de permitirnos la construcción de nuestra historia -personal o colectiva- en la que seleccionamos los momentos, objetos y personas que merecen la pena ser retratados. Nos permite también expresarnos y mostrar aquellos lugares que nos conmueven, aquellos detalles que se escapan en la oralidad, transmitir y contagiar emociones, denunciar injusticias...
Así que, sí, la fotografía es una herramienta que nos permite un registro gráfico de la realidad, en ese sentido nos es útil. Pero tiene también una función estética y transformadora como expresión artística.
Y, desde luego, la fotografía puede reproducir todo tipo de objetos y experiencias, además de permitirnos la construcción de nuestra historia -personal o colectiva- en la que seleccionamos los momentos, objetos y personas que merecen la pena ser retratados. Nos permite también expresarnos y mostrar aquellos lugares que nos conmueven, aquellos detalles que se escapan en la oralidad, transmitir y contagiar emociones, denunciar injusticias...
Así que, sí, la fotografía es una herramienta que nos permite un registro gráfico de la realidad, en ese sentido nos es útil. Pero tiene también una función estética y transformadora como expresión artística.
Fotografía pura: reflejo en el río Pelochejo de madre e hija sobre el Puente Viejo (Herrera del Duque) - Marzo de 2017 |
Referencias:
1 Joan
Fontcuberta, El
beso de Judas: Fotografía y verdad
(Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 2015), cap. EL ARTE DE LA
AMNESIA.
2 Susan Sontag, Sobre la fotografía (Madrid: Alfaguara, 2007), cap. El mundo de la imagen.
2 Susan Sontag, Sobre la fotografía (Madrid: Alfaguara, 2007), cap. El mundo de la imagen.
3 Wladyslaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética (Madrid: Editorial Tecnos, 2001), 49.
4 Tatarkiewicz,
Historia
de seis ideas,
67.
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