En Marx, la ideología viene determinada por las condiciones materiales y las relaciones de producción establecidas entre los miembros que comparten esa ideología y el resto de la sociedad. Vendría así Marx a oponerse a la tendencia por la cual pensamos las personas elaborando teorías racionalmente y trabajando para materializarlas. Una tendencia, esta última, más en sintonía con la filosofía de Hegel, para el que la Historia es una progresión en el autoconocimiento del Espíritu -como si ese autoconocimiento fuera el que permitiera llegar a estados cada vez más perfectos de la sociedad, en un proceso lleno de avances, lucha, retroceso, contradicciones y resolución de las mismas-.
Marx se centró en un contexto social e histórico muy concreto y abrió así la vía para un análisis de la historia basado en las condiciones materiales de las sociedades y en las relaciones de producción que se establecían dentro de ellas. Hegel estaba aún demasiado cerca de la tradición cristiana y, seguramente, le costara pensar una historia sin finalidad, sin un punto de perfección al cual tender, un Cielo al que aspirar.
La perspectiva de Marx nos da miedo porque, si nuestra ideología -nuestro repertorio de pensamientos y acciones mecánicas o poco meditadas y debatidas- está determinada por las relaciones sociales y por las formas de producción, parece que vayamos a precipitarnos por el abismo: toleramos y justificamos sin reparos el que haya ricos y pobres, que unos gobiernen sobre otros y consuman la mayoría de recursos mientras a otros les cuesta encontrar qué llevarse a la boca...
Sí, todos tenemos una ideología acorde a nuestra clase social -dentro de nuestro primer mundo occidental-. Y dirigimos nuestras acciones en base a esa ideología -que nos proporciona ciertos automatismos sobre lo que está bien o es deseable-. Por ejemplo, en las clases medias y altas, estaría orientada al placer -el ocio, los viajes, el consumo, el chalet con piscina...- y la acumulación del capital -para asegurar el bienestar de las generaciones futuras- combinados con cierta conciencia social o caridad. Las clases desfavorecidas estarían más condicionadas por la necesidad: la obtención y aseguramiento de la vida, trabajo, casa, comida... Y su ideología se ceñiría a poco más que tácticas de supervivencia. A esto alude el Marxismo cuando dice que es necesario tomar consciencia de clase: forjarse una ideología y un repertorio de acciones que nos permitan suavizar o eliminar estas desigualdades.
-Ya! pero todo esto de la ideología, la conciencia de clase... son cosas del siglo pasado, de sociedades industriales...
-Sí, el análisis de Marx es incluso anterior al siglo pasado, pero muchas de sus categorías y conceptos son perfectamente útiles hoy día.
Hace unos años, en El Paseíllo del pueblo, el ayuntamiento llevó a cabo una gran reforma de la zona e instaló allí una maravilla de toldo -colorido, resistente, transpirable...- para dar sombra al cruce por donde pasan los coches, ya que, en grandes festejos, se corta el tráfico y se montan ahí escenarios para diferentes espectáculos. Dando al lugar un aire moderno y atractivo -como de centro comercial-. Ya hemos abordado el asunto en otros posts de este blog: Del decaimiento de la dehesa a ideologías que "no nos representan" y en Urbanismo: directo al campo desde la ciudad
Recientemente, el cole, con la colaboración de las familias a través de la AMPA, instaló unos pequeños y modestos toldos para proporcionar algo de sombra en el patio y las aulas.
Dos intervenciones en el espacio público conectadas por una misma finalidad: proporcionar sombra en momentos muy concretos -los espectáculos Vs los meses de calor-. Dos intervenciones que responden a motivaciones muy distintas y con presupuestos muy dispares. Los toldos del cole son una necesidad que se percibe desde abajo, mientras que la remodelación de El Paseíllo, y su estructura de sombra, son pura ideología que responde a cómo las clases dirigentes les gustaría que fueran las cosas: como un gran centro comercial -un lugar por donde deambular, comprando y consumiendo; un lugar donde no caben la conflictividad social ni la apropiación cultural; un lugar universalmente reconocible y aceptable; un no lugar-.
Pienso que es este un ejemplo palpable de cómo la ideología está asociada a clases sociales -distribuidas sobre el conjunto del territorio- y tendría poco que ver con lo que tal o cual partido político lleva en su programa. Seguramente podríamos decir que las clases dirigentes de los principales partidos -PPSOE- comparten ideología, que sería diferente a la que comparten sus bases y diferente a la que manejan las grandes masas de desposeídos, trabajadores precarios y demás equilibristas.
Las clases altas gestionan recursos y personas para maximizar ciertos parámetros económicos. Y esto vale para lo público y lo privado, no hay decisión que pueda justificarse si no es por el beneficio económico -ni tan siquiera el desarrollo de una vacuna-. En esa relación de "producción" que establecen con el resto de la sociedad, la sociedad es un mero recurso y eso condiciona absolutamente el tipo de acciones y medidas que toman los dirigentes.
La ideología dominante en nuestras sociedades capitalistas emana de un sistema productivo basado en el consumo y unas relaciones de trabajo fragmentarias -donde se nos insta a competir para realizar un proyecto de vida- bajo la continua amenaza de la exclusión y el paro. Esa ideología dominante se sustenta sobre la desigualdad, los trabajos no remunerados -como los cuidados- y la explotación de recursos naturales y humanos.
Lo comunal se menosprecia, se ensalza lo privado como lo más eficiente a la hora de satisfacer los deseos de los individuos. Incluso las instituciones públicas se ponen al servicio de esta parcelación y privatización de la vida, como una suerte de mediadores entre los recursos y las empresas que los explotan. Hasta el punto de que no identificamos lo público como algo nuestro, sino como otra empresa, quizá con una visión más social -ya que las juntas gestoras tienen que someterse al examen de la población cada 4 años-.
Hablamos de propiedad de titularidad pública y no nos chirría. Todo es propiedad de alguien: asumimos sin tapujos que al final de la pirámide hay alguien que de forma arbitraria toma la decisión, que no es muy diferente de quien la toma sobre la propiedad privada.
Sin embargo, no hace tanto, existían otras formas no autoritarias de gestionar los recursos. Lo que viene en llamarse los comunes, lo comunal: dehesas, cooperativas, montes... Donde una comunidad conseguía, con mecanismos diversos, llegar a acuerdos y regular el acceso a los bienes.
Pero la gestión pública se ha ido haciendo cargo de esos espacios, como una forma más eficiente, acorde a los repertorios que exige el capital: punto centralizado de negociación, rapidez, universalización y beneficio.
En el pueblo siguen existiendo ciertos ámbitos donde opera lo comunal: la Iglesia, las cooperativas, asociaciones... Pero, o bien se trata de ámbitos que van perdiendo relevancia social -Iglesia o asociaciones-, o bien, como las cooperativas, operan al servicio de los mercados y están fuertemente intervenidas por la administración pública a través de subvenciones y ayudas.
En los pueblos, esta ideología privatizadora -o de gestión pública de la propiedad- se hace fuerte, tanto o más que en las ciudades: porque los pueblos han perdido su autonomía y son especialmente dependientes de productos e inversiones externas.
Hace unas semanas, el ayuntamiento del pueblo tuvo a bien pintar unos parcelas para aparcar y poner un vigilante o socorrista para controlar el acceso a la playa de Peloche, apelando a la seguridad sanitaria por la pandemia de Coronavirus -ya en sus últimos estertores-. Una playa de libre acceso donde la gente va a disfrutar sin consumir se parece muy poco a un centro comercial -le ocurre también a los parques infantiles, de los que ya hemos hablado en este blog-. Pareciera que a los gestores de lo público molestara este tipo de infraestructuras que se oponen a la lógica de monetizarlo todo. Se pierde el sentido de lo público como proyecto común, como la provisión universal de servicios de calidad que permitan a cualquiera -por pobre que sea- tomar un baño o que sus hijos puedan jugar en entornos enriquecedores y seguros. En una estrategia que sugiere: -Trabaja duro para comprar el chalet con piscina y pista de pádel porque lo público va a quedar como un sistema de asistencia para pobres y para cubrir los servicios que las empresas privadas no están dispuestas a ofrecer. Lo público perfectamente parcelado y atribuida su titularidad, perfectamente empaquetado para su venta, cierre o acceso en exclusividad.
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Delimitación de las plazas de parking en Peloche por el ayuntamiento de Herrera del Duque - Junio de 2021
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Escuchaba, en una entrevista radiofónica, al máximo representante del ayuntamiento decir que había que acabar con la autogestión de la playa de Peloche y establecer un punto de control (aplicación web + socorrista). Además se hacía necesario cobrar una pequeña cantidad a los usuarios porque se habían realizado ingentes inversiones en el área. Como si esas inversiones las hubiera realizado un particular para obtener un beneficio (y el ayuntamiento no fuera el pueblo, ni tuvieran nada que ver el uno con el otro). Tan fuerte ha calado la ideología neloliberal (también entre las clases medio-altas aspiracionales).
Esta sería la explicación materialista (marxista) de aquel dicho de "el poder corrompe": cuando se da el salto a la política, ocurre que cambian también las condiciones materiales de esos individuos y se les allana el camino para abrazar la ideología de las clases altas. Podríamos pensar que eso sólo le pasó a Pablo Iglesias cuando se compró el chalet pero, realmente, abarca un espectro mucho más amplio. Y es donde cobran sentido todas las teorías políticas que hablan de rotación de los poderes, elecciones por sorteo, democracia directa...