viernes, 30 de abril de 2021

Remodelación de los sentimientos religiosos

No suelo escribir sobre temas de candente actualidad pero, como en los últimos días este asunto ha sido la comidilla del pueblo -y lo tengo fresco-, le he dedicado unas líneas. Porque, como cantan los Punsetes:

"España necesita conocer tu opinión de mierda.
La gente necesita que le des tu opinión de mierda.
Un montón de temas sueltos e inconexos.
Aguardan el veredicto del experto.
"

 

Hace unos días, el alcalde del pueblo anunció la presentación del proyecto de remodelación de las traseras de la iglesia. Y, claro, los vecinos estaban expectantes -porque nadie tenía ni puta idea de qué se iba a hacer ahí-. Estos proyectos caen siempre como si fueran un regalo de los Reyes Magos -pero sin escribir carta ni nada-. Se diseña el espacio, los materiales... y, cuando ya está cerrado, se dice a la gente: -¡Mira! Os vamos a hacer esto ¿Os gusta?... Más vale que os guste, porque cuesta un pastizal y lo pagáis vosotros.

Creo que el párroco y la diócesis no estaban muy de acuerdo, posiblemente por meras cuestiones económicas. La Iglesia siempre está ávida de pasar el cestillo. No es como los políticos, que pueden obligarte a soltar la pasta.

Los vecinos. Bueno... Los vecinos supongo están contentos con el proyecto. Después de todo, consiste en tirar un solar con un muro bastante alto que delimita el patio de la iglesia -con algunas edificaciones de uso parroquial-. Vamos, que ganan en amplitud y luminosidad, en un barrio antiguo de calles estrechas y tortuosas.
 

Iglesia en su estado actual, antes de la remodelación. Imagen extraída de Google Earth en Abril de 2021

Después de la presentación se hizo pública la maqueta y un vídeo simulación. Queda chulo. Mejor que estaba. La Iglesia pierde parte de sus espacios y, también, la casa del cura -parece que se llevarán a un lugar menos relevante-.

 

Maqueta del proyecto de remodelación. Extraída del perfil de Facebook del ayuntamiento

 

Para mí, esta reorganización del espacio no deja de ser el síntoma de la pérdida de fuerza de la religión en nuestra sociedad.

Seguramente, en otro tiempo pasado, cualquier remodelación de ese entorno hubiese tenido que ver con los sentimientos y las prácticas religiosas: construir la casa del cura pegada a la parroquia, un edificio para impartir la catequesis -o cualquier otro tipo de cursos-, talleres para reparar y guardar las imágenes... Yo no estoy pendiente de la vida religiosa del pueblo pero, tengo la sensación que, quitando ciertos actos puntuales -bodas, entierros y procesiones-, la gente no participa de la religiosidad, no entiende la religión como una práctica. No se niega la fe cristiana, pero muy pocos se partirían la cara por ella. Está ahí, como un residuo de otro tiempo, como el fantasma de una tradición superada.

La remodelación pone de manifiesto que lo importante de la iglesia es su carácter como edificio, su potencial turístico. Una construcción antigua que queda en medio de una plaza casi futurista. Deja de estar parapetada tras sus muros para quedar expuesta a las miradas despreocupadas. Y, aún así, seguirá siendo una iglesia aislada, separada de la gente. En un páramo diáfano, iluminada -para deleite de los fotógrafos y paseantes nocturnos-. Seguramente nada de eso conjuga muy bien con la concepción cristiana de casa de Dios, austeridad, acogimiento... 

Muy pocos, hoy día, se atreverían a defender su fe ante las provocaciones racionalistas de ateos y agnósticos. Se revelarían como locos vehementes y sufrirían el rechazo mayoritario. Aquí, incluso los que se denominan católicos, se refieren con el término despectivo de "beatas" a esas personas que sí que practican y viven su religiosidad. Un colectivo que, hasta no hace mucho, tenía cierto poder y podía influir la vida pública del pueblo, porque su espectro de influencia era realmente amplio: colegios, partidos, militares, clases altas... Parece que eso ya pasó y, ahora, nadie se atrevería a anteponer razones espirituales a argumentos económicos, utilitaristas o políticos. Lo religioso convive con lo profano, pero lo hace en un plano de inferioridad, el plano de lo espiritual: una suerte de terapia o comunidad de frikis, sin fuerza para transformar la realidad.

Seguramente el pueblo tenga las mismas posibilidades de convertirse en un atractivo turístico de las que tenga para convertirse en capital de su propia diócesis. Pero el imaginario del turismo, la modernidad y el progreso económico son mucho más atractivos y canalizan mucho mejor el deseo que la culpa, la austeridad y la caridad que predica la Iglesia.

Realmente me sorprendió que no se hicieran críticas al proyecto desde lo religioso. Porque lo fácil es decir: -Eso es lo mismo que se ha hecho en otras plazas. -Resulta muy hostil sin sombra y sin vegetación. -No es un sitio para estar. -Falta un bar. -No hay parque para lxs niñxs. -¿Y el aparcamiento?... Bueno, realmente, lo fácil es subirse al tren acelerado de lo contemporáneo y decir: -¡Qué chulada! Ya era hora de que se hiciera algo aquí, no tenemos porqué pagar con incomodidad la religiosidad de los demás.

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