Me descargué La Sustancia, porque no conseguía verla en el cine. Es una película que no deja indiferente a los que tenemos una edad. Demi Moore fue un mito erótico durante los años de mi adolescencia. En la peli hace el papel de una mujer de 50 -aunque tiene ya más de 60- y sigue estando muy bien "para su edad".
El paso del tiempo cambia los cuerpos, los hace menos deseables a la vista. Yo miro fotos de mi juventud y me cuesta identificarme con esa figura tan delgada y esbelta. Pero la mediana edad tenemos derecho a seguir existiendo -y deseando-, tenemos nuestro nicho de mercado. Aunque nos toque afanarnos en las cosas aburridas y sórdidas de la sociedad: la vivienda, el capital, las compras, el trabajo... Para que los cuerpos jóvenes puedan gozar y sentirse atraídos por un sistema mundo que luego tendrán que sostener -que paguen nuestras pensiones-.
Una de las ideas que subyace en la película es el sacrificio de la edad madura. Un sacrificio con el "aliciente" de observar el crecimiento, éxito, pericia y exuberancia de la juventud. Empezamos pensando que somos partícipes de su desarrollo y éxito: la disciplinamos, formamos, llevamos a actividades extraescolares... pero pronto nos damos cuenta que tienen vida propia -que no somos uno-, que sus intereses no son los nuestros o que, incluso, se contraponen -se alimenta de nosotros-. La juventud nos atrae y nos da miedo: porque somos plenamente conscientes de la finitud del cuerpo mientras ella se desenvuelve con arrogante y despreocupada vitalidad.
La Substancia plantea una fantasía química que soluciona el problema de la vejez desde un desdoblarse: como tener una hija pero sin el trauma de la crianza. Y nos estábamos acostumbrando a que el cine abordara el tema desde el cyborg: introduciendo mejoras en nuestro cuerpo a base de tecnología robótica. Como ocurre en Alita: Ángel de combate. Porque es algo que nos resulta más intuitivo y razonable -la magia y la alquimia son cosa de otras épocas o excentricidades de ricos-. Ahora tenemos un montón de gadgets para ir reemplazando lo que se nos va rompiendo: gafas, audífonos, prótesis... O intervenciones quirúrgicas para disimular el paso de la edad. Y, aunque no están integrados en nuestro cuerpo, utilizamos herramientas y aparatos casi para cada interacción con la naturaleza y el resto de humanos: coches, móviles, ordenadores, patinetes...
El móvil es ya una extensión imprescindible de nosotros mismos. Mucho más que un pasatiempo. Es una herramienta de trabajo, el medio para mantener relaciones sociales, para realizar trámites burocráticos, vigilar la salud, identificarnos, orientarnos... Y, en una sociedad donde todo es competencia por la atención y notoriedad, quien tiene las mejores herramientas puede desenvolverse con mayor éxito y eficacia. La herramienta nos transforma, nos da poder... como si tuviéramos un cuerpo joven con la experiencia de la madurez.
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La piel cambia. En la vejez se ve fina y delicada. Miraba las manos de mi padre -ahora miro obsesivamente las manos-, que siempre han sido fuertes, hábiles y decididas... Pero el paso del tiempo no cesa en su erosión... No hay tanta diferencia ente él y yo... Veintitantos años pasan volando y la fragilidad acecha a todos.
A los líderes mundiales parece que no. Están a tope, a pesar de la edad: Trump tiene 78 tacos -los mismos que David Lynch, que falleció estos días-.
El tiempo es finito, pero invertimos ingente esfuerzo e en cosas que no nos satisfacen. En cosas que incluso nos resultan desagradables: sacando adelante el trabajo de otros, explotando a otros...
Si viviésemos más años siendo jóvenes ¿Aprovecharíamos mejor el tiempo? O ¿Lo invertiríamos en lo mismo? Porque, al final, esa es la aspiración de Demi Moore en la Sustancia: empezar de nuevo, seguir en lo mismo pero en un cuerpo joven, subir más alto, envuelta en una capa de deseo y voluptuosidad.
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