lunes, 20 de mayo de 2024

El concierto de Robe

Fuimos a Cáceres a ver el concierto de Robe. Ya lo he comentado otras veces: no soy muy fan de Robe -sí lo era de Extremoduro-. Pero ya ha llovido mucho, todos hemos cambiado, cualquier tiempo pasado fue anterior... 
Sí, el concierto estuvo muy bien. Seguramente ahora es técnicamente mejor que cuando empezó Extremoduro. Pero yo no soy músico -no me importa la técnica-, sólo me gusta escuchar, vibrar, resonar... acompasar las emociones con el sonido. Realmente hay muchas más cosas en la música que me interesan: referencias al pasado, vivencias asociadas, guiños culturales y sociales, el lenguaje... supongo que es más esto último lo que hace que Robe siga llenando estadios: es el pegamento que nos une a Extremoduro, pero no al grupo, sino aquella etapa vital.


A la mañana siguiente visitamos unas bodegas que hay cerca de Trujillo. No soy muy fan del vino, pero sí lo he bebido mucho -empezando en la adolescencia con el kalimotxo, la sangría, la zurra...-. Nunca me interesó mucho la técnica. Me gustaba vibrar, resonar, embriagarme... Me resulta agradable el olor de la uva y el mosto. Mi padre es de un pueblo de Cuenca y allí los ciclos del año están muy acompasados con los de la vid. En general, nuestra cultura europea, está muy ligada al vino.
Hará unos años que comencé a interesarme por los detalles técnicos de su elaboración. Un amigo tiene una viña, se puso a hacer vino y sus correlatos -vinagre y aguardiente- implicándonos a los colegas -se aprende, se experimenta y se pasan ratos divertidos-.
En esta bodega de Trujillo una enóloga nos acompañó por las instalaciones y nos fue comentando los diferentes trabajos y procesos. Un mundo apasionante, complejo y lleno de matices. Se la veía orgullosa del producto final que habían conseguido: seleccionando, fermentando, mezclando, madurando... Orgullosa de la alquimia: olores, colores, sabores... fruto de un trabajo orquestado que comenzó a definirse hace miles de años.

 

En la tarde estuvimos recorriendo el casco antiguo de Cáceres. Había muchísimo bullicio. Se celebraba una suerte de festival folclórico y, diferentes grupos de todas las partes de la provincia, habían tomado la ciudad. No soy muy fan de las jotas... pero conozco algunas. Forman parte de nuestro refranero, festividades y cultura popular.
Al caer la noche comenzó la actuación de "El gato con jotas". Un chaval joven que ha hecho su interpretación electrónica y queer del folclore cacereño. La plaza estaba abarrotada de gente de todas las edades y géneros. El público vibraba con la actuación. Allí todxs conocían las letras. Yo solo las más famosas: como aquella de Mare, mare, no mate usté el pollo, que las gallinitas quieren matrimoño... que Robe popularizara con su interpretación punk-rock, allá por los 90's.
Ha llovido mucho, los tiempos han cambiado. Pero fue muy emotivo porque al final del concierto el chaval sacó a su padre -que debía de tocar la zambomba en algún grupo de folclore- al escenario. Y a ambos se les veía muy orgullosos el uno del otro... orgullosos de ese producto final que habían logrado y que nosotros consumíamos con avidez. Un producto que en otra época habría horrorizado a la audiencia -cuando lo gay y lo lésbico eran reprobables y no tenían cabida en la vida pública-.

 

Al día siguiente fuimos al Museo Vostell de Malpartida. Creo que lo he comentado otras veces: es un lugar mágico; no solo el museo en sí, sino también el paraje donde está enclavado: Los Barruecos. Esta vez tuvimos la suerte de hacer una visita guiada. Y la guía era fantástica, absolutamente maravillada y conocedora de las obras del museo, el entorno y la cultura de la zona.
La llegada de Wolf Vostell a ese pueblo debió ser realmente impactante -porque las marcianadas del museo están muy lejos de cualquier folclore-. Pero también él debió quedar fascinado con la zona y sus gentes. La guía le atribuyó una frase que me pareció realmente maravillosa: "Los extremeños son más curiosos que miedosos...". Y era una frase que sintetizaba muy bien su experiencia con los habitantes de Malpartida. Pero también explicaba aquellas masas de gente de todas las edades que la noche anterior había visto agolparse con expectación en la Plaza de Santa María para golismear qué cantaba "El gato con jotas", entregados, alegres y con brillo en la mirada.

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