martes, 15 de junio de 2021

Oda a Peloche d'Or, ciudad de vacaciones

 

Al remover los flotadores y manguitos,
el olor dulzón y empalagoso a cieno
me devolvió a las últimas horas de sol:
mojado, tendido sobre el hormigón -aún caliente-.
El pasto y las hojas secas mecidos por el viento,
los validos de las ovejas,
el parloteo de la gente,
chillidos de niñas arrojándose algas,
el rugir de los motores de barca
-empujando las olas contra la orilla-.

 

 

Las cigüeñas vigilan desde el campanario,
las carpas saltan de puro tedio,
las sanguijuelas en su vampírico predar,  
hormigas y arañas peinando la orilla,
golondrinas en rasante vuelo.
La vida se acomoda a las escarpadas,
yermas y rudas orillas del pantano.


La ducha antes de volver a casa:
bajo un chorro mínimo y caliente.
-Una oveja orina,
mientras se acerca a la orilla-
El viento mezclando olores
a ganado y desove...

 

 

Se engalana el cielo de suaves colores,
nos arropa en un atardecer de película de ficción
y el pescuezo de La Barca engulle el Sol.

Las luces del Peloche de las casas se activan,
se reflejan en la superficie pulida de la balsa.
Las hormigas no molestan,
el agua no huele,
el cemento nos abraza, cálido y acogedor.


¡Venga! El último baño.
Todo se funde en atmósfera única, 
onírica...

 


 
La gente llegando al Espolón:
extasiados.
Bulle la vida en ese trocito de diminuto Cielo
-que hace sólo unas horas
era el puto Infierno-.  
 
 

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Vamos a engañarnos y dime
que esto va a durar siempre,
que nadie riega con nuestra agua,
que no está contaminada.
Que el río no sufre,
que el aire es limpio
y Peloche manda.

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