lunes, 15 de febrero de 2021

Cine mainstream, feminismo y disolución del amor romántico

Erin Brockovich necesita dinero a toda costa. Lo va a conseguir y, cuando vea que puede, va a querer más. No es un lobo de Wall Street, pero podría serlo. La diferencia es que la ambición de Erin es motivada por buenas causas: mantener a sus hijos, conseguir que una gran compañía compense a las familias por los vertidos tóxicos que trató de ocultar, la autorrealización en el trabajo...

No va a permitir que el amor ni los cuidados se interpongan en su camino. Ese es el precio a pagar por el éxito en los negocios. Todo el rollo ese de la conciliación es para los mediocres y gente sin aspiraciones profesionales. No es sólo Erin, su jefe -un señor mayor-, está en esa misma dinámica del trabajo duro. Es tanta la fijación con el éxito y su monetización -en la peli es imposible disociar el uno de la otra-, que nadie parece reparar en que Julia Roberts -la actriz que encarna a Erin- está buenísima. Es como si su obsesión por el trabajo la desposeyera absolutamente de toda sensualidad. 

Básicamente, la película viene a decirnos: aunque en la primera etapa de tu vida te socialicen como a una mujer normal y te orienten al amor romántico, las mujeres pueden empoderarse, seguir divinas de la muerte y, a la vez, convertirse en lobos de Wall Street.


En Terminator 2, Sarah Connor es la protagonista. No es una mujer cualquiera. Es una madre coraje: dispuesta a todo para salvar a su hijo y al resto de la humanidad. Es un arma de matar. Pero no es un Terminator. Tiene sentimientos. 

Esta película es de los primeros 90's. Las princesas guerras no eran lo más común, pero tampoco se nos aparece raro. Sarah sigue teniendo los atributos de "el sexo débil": recuerda cuando era una chica normal -antes de los acontecimientos- y el amor que muere en Terminator 1. Es el presente distópico, el que la fuerza a comportarse como un guerrero. No es como Erin, que decide por sí misma convertirse en lobo -claro que, Erin Brockovich, se estrenó una década después-. 

Sarah Connor en Terminartor 2: El juicio final (1991). Imagen extraída de Twitter

Frozen es una síntesis de los dos roles: Elsa es Sarah Connor -forzada a heroína por una suerte de maleficio-  y Anna es Erin Brockovich -una mujer de vuelta del amor romántico que decide entregarse a salvar y gobernar Arendelle-. Ambas divinas de la muerte, recorriendo el reino con vestidos de gala y tacones altos -a los hombres no se nos exige tanto-. 

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Es verdad que todas estas películas ponen a las mujeres en papeles muy relevantes. Y que conceden nulo valor al amor romántico. Pero, puestos a subvertir papeles y cambiar roles, podrían haber elegido algo que cuestionara también el sistema económico y social que los ha construido -un sistema que pone la violencia y el sometimiento en el centro-. 

Las tres son películas mainstream y no cuestionan el sistema que las alimenta. Sólo cambian algo para que todo siga igual: ponen a mujeres en el lugar de hombres para, de alguna manera, anular el movimiento feminista -si estas mujeres pueden, el feminismo ya no tiene sentido-. Pero el feminismo va más allá, al menos cierto sector del feminismo -el defendido por Yayo Herrero, por ejemplo-. Un feminismo que no sólo reclama el acceso de las mujeres a los puestos de los hombres, sino que demandan la puesta en valor de los trabajos feminizados: para que el hombre vaya limpito y descansado a su importante puesto de trabajo -y pueda así entregarse a sus elevadas tareas-, alguien tiene que encargarse de todo lo demás. Y ese "todo lo demás" es lo que nuestro sistema oculta, menosprecia y no remunera... Como ocurre en estas películas, donde ese "todo lo demás" no aparece -excepto, quizá, en Erin Brockovich; donde se muestra, pero no se le otorga ningún valor, dando a entender que los hijos se crían solos regándolos con dinero-.

Aún estando dentro de la pura fantasía feminista, estas películas no consiguen imaginar otros mundos, más amables, más matriarcales -que pongan la vida en el centro-. Porque lo que parecen estar diciendo es: sí, las mujeres también pueden ser cabeza de león. No importa el  sexo -si el rey es hombre o mujer- porque la gente normal, la de abajo, sigue sustentando este sistema injusto.

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