sábado, 30 de septiembre de 2017

Lo ecológico de los tomates Vs la industria alimentaria

El otro día acabé leyendo este artículo: "El valle ecológico: fruta y verdura ecológica directa a Madrid" sobre un chico de mi pueblo que se ha lanzado a la aventura de crear un huerto ecológico, no como un hobbit o un negocio lucrativo, sino como un oficio y una forma de ganarse la vida (coherente con su sistema de valores, y también con el ambiente y medio que le rodean). 

El artículo está bien, merece la pena leerlo: porque narra una historia de superación personal (y de búsqueda de un bien medio ambiental, común), porque plantea interrogantes y muestra alternativas (al sistema de consumo alimentario actual). Alternativas que ya están en funcionamiento.

Es verdad que habría que preguntarse por qué los alimentos en intensivo y altamente tecnificados son tan baratos ¿Quién está asumiendo los costes?  Seguramente el medio ambiente, nuestro medio: ese basurero que parece no tener límites para tragarse todo. Pero también nuestra salud y nuestra capacidad de disfrutar comiendo. No, no es lo mismo un tomate cultivado en un huerto (recolectado en su momento) que esas piezas rojas, brillantes, perfectas, que nos ofrecen en los supermercados, durante todo el año... Deberían cambiarles el nombre, no sé "tecnomate"... o algo así.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que cultivar o criar animales formaba parte de la cultura popular, como pueden formar hoy día el conocimiento de las TIC... Vivimos un mundo en que los niños nacen con una pantalla táctil en la mano y, sin embargo, se nos priva de ciertos conocimientos y prácticas: cultivar un huerto, alimentar unas gallinas, arrancar "malas" hiervas, dejar las buenas, eliminar babosas, evitar gusanos...
La especialización ha convertido estas tareas del saber colectivo en un asunto de científicos, ingenieros agrícolas, industriales... Y el resto de la población ignoramos totalmente los ciclos agroganaderos, los productos que consiguen evitar las plagas, vacunas, fertilizantes, sustratos, la maquinaria que arranca la planta y se queda solo el tomate...

La zona en que vivo no se distingue precisamente por una agricultura industrial. En realidad es casi de subsistencia, de consumo propio. Pero la química, la maquinaria y las semillas de la agricultura industrial lo invaden todo. Conozco muy poca gente que conserve sus propias semillas de hortalizas o cereales. Y es verdad que resulta más cómodo echar un veneno en el suelo que solo mate las "malas" hiervas, que doblar el lomo para arrancarlas a mano. Los motocultores y los tractores han sustituido a mulas y burros... En un proceso lento, silencioso. Mis hijas no recordarán nada de eso, no sentirán añoranza, porque no formará parte de su vivencia y crecerán con la idea de que los alimentos son un producto industrial más, como los teléfonos móviles o los coches.

Y, cuándo recorramos las carreteras de la agrosfera, quizá pregunten:
-¿Por qué las rotondas de la Vega del Guadiana se tiñen de rojo al final del verano?
-¿Por qué Almería es un mar de plástico?
-¿Por qué los trabajadores de la agricultura son Africanos?
-¿Por qué hay tanto trasvase y tanto pantano?
Mis respuestas tendrán siempre un regusto amargo y una añoranza de los sabores verdaderos: del huerto del abuelo, de los pollos y corderos criados en el campo... - Mirad hijas... esto es el progreso. Así podéis dedicaros de lleno a cazar Pokemons.


Hemos conseguido alimentos comestibles, agua potable, aire respirable, tierra productiva... nos conformamos con muy poco.Y en eso consiste: en vivir cada vez mejor, ser más felices, más ociosos, más ricos. No queríamos trabajar la tierra y, al cambio, tenemos alimentos homogéneos e insaboros, todo el año, al precio de la oferta y la demanda. Quizá algún día no quede nadie capaz de producir alimentos como los entendíamos hasta ahora... quizá acabe siendo un lujo al alcance de muy pocos...
Esa es la lógica del capital y, para mí, ese es el lado más oscuro de lo "ecológico": su origen. Hace 50 años no tenía ningún sentido la etiqueta de "ecológico", porque una gran mayoría ya consumía ese tipo de productos, porque era lo más lógico. Mientras lo industrial, lo barato, se iba adueñando de nuestras mesas, empezando por las de las clases más desfavorecidas. Así que, lo ecológico ha quedado como esa limosna que donamos al pobre medio ambiente, para acallar nuestras conciencias, mientras seguimos con el consumo desenfrenado...

Desde luego que todo el que cultiva en ecológico, hoy día, merece nuestro respeto, son héroes. Y su oficio está revestido de una autoridad moral al alcance de muy pocos: son los que aman, los que aman la tierra, su entorno, y el de todos, para los que el Ambiente no es solo un medio, sino un fin en sí mismo. Claro que habrán los que cultiven ecológico porque obtengan un mayor beneficio económico, porque hayan encontrado un nicho de mercado, por una subvención... pero esos no son nada más que gente normal, prostitutas... Y, si queremos salvar el Medio Ambiente, necesitamos que lo ecológico se prostituya... mucho.

¿Qué culpa tienen el tomate ni la hierva de los caminos?

Al final, este post, no es más que otra vuelta de tuerca a lo que tratamos, hace ya un año, en El Olivo, ecologismo y hormigas atrapadas en la miel. Aunque, ahora, más centrados en los productos ecológicos que en el movimiento ecologista (el que alerta sobre los problemas medioambientales a gran escala y trata de corregirlos) Será que en el Otoño se nos cae la hoja, nos volvemos melancólicos y queremos volver a la Tierra, como las nueces y las castañas.

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