viernes, 18 de agosto de 2017

La educación en el vicio y otras perversiones para los hijos de nuestro tiempo

Salimos con las niñas a dar un paseo. Era el mes de Agosto. Las fiestas del pueblo estaban próximas. Arreciaba la calor y nos echábamos a la calle nada más ponerse el Sol. Las terrazas de los bares bullían de gente, de todas las edades...
Tenemos suerte de vivir en un entorno así: rodeados de naturaleza, familiares y amigos. Con escasa diversidad cultural, pero con amplia convivencia intergeneracional.

A mí nunca me interesaron los niños o las niñas. Nunca fui de decirles cositas o agasajarles con regalos. Siempre me pareció que tenían mucho más de lo que necesitaban. Supongo que debo resultarles antipático, pero es una edad muy complicada y no me gusta condicionarles. Menos aún, cuando uno se sabe lleno de vicios y prejuicios que, desde luego, no quiere transmitir sino, todo lo contrario: erradicar.

Hay otras personas a las que les gusta jugar con los niños, darles chuches y reforzar los roles de género:
-¡Qué princesita tan mona!
-¡Arghh! ¡Pero qué burros son estos niños!
-Mira lo que tengo:  ¡Una chuche! Tiene azúcar... ummm ¿Te gusta el azúcar? Es barato.
-No vayas con esos niños... Siéntate encima mía y mira este vídeo ¿Te gustan las pantallas? Tengo más cosas para captar tu atención... Estoy muy solo.

En el corto paseo que dimos por las terrazas de los bares nos encontramos con mucha gente que hacía tiempo no veíamos. Un paseo en el que vivimos toda esta serie de clichés. Pero estábamos eufóricos y relajados al mismo tiempo, sólo queríamos vivir el momento, contagiados por las risas de las niñas.


No era la ocasión más apropiada para preocuparse  por el tema de condicionar a los chavales. Para algunas personas, quizá, nunca lo es: porque están convencidas de que las cosas son así y así es como deben ser, porque la mayoría de la sociedad lo avala con su comportamiento. Lo cierto es que, esas personas, no tienen ningún reparo en exhibir, perpetuar y hasta contagiar sus hábitos.

Y entiendo que, por ejemplo un profesor de colegio, que tiene que tratar con muchos niños, que además tiene que cumplir ciertos objetivos y soportar la presión de familias de muy diversa procedencia, trate a los niños y niñas de forma "normal": como futuros trabajadores eficientes de un sistema capitalista-consumista; padres y madres de familias heteropatriarcales.
Pero cuando alguien, de forma totalmente gratuita, se empeña en ir reforzando esos roles y hábitos en los niños... me causa cierta repulsión. Sobre todo cuando se les incita a que asuman lo que reconocemos abiertamente como vicios: consumo compulsivo, comportamientos violentos, competitivos, discriminatorios...  Porque considero que no hay porqué ser complaciente (y mucho menos justificar) los aspectos más destructivos de la sociedad que nos vio nacer: aquellos que resultan destructivos para sus individuos (su salud física y mental, su creatividad), destructivos con el medio ambiente (haciendo deseable una forma de consumo insostenible) y destructivos con el conjunto de la humanidad (cercenando la sociedad en grupos identitarios antagónicos).

Intento ser respetuoso... Tampoco quiero parecer un bicho raro. Realmente, estas manifestaciones, resultan soportables cuando ocurren de forma esporádica (además suelen venir de parte de familia y amigos cercanos, gente a la que queremos y estimamos). Pero, al centrar la atención en estos detalles, te das cuenta de que la frecuencia es alta, casi un bombardeo: hoy día, los móviles ya vienen con una tarifa plana de datos (para que no te falten chorradas mientras estás cagando). En cualquier televisión hay más de 40 canales, algunos de ellos, emitiendo dibujos y publicidad sexista las 24 horas del día. Con 1€ puedes comprar un saco de chuches. Todo está lleno de muñecas rubias, delgadas y vestidas de rosa. Superhéroes hormonados y azules, en actitud amenazante. Y una mayoría que ve eso normal, sólo porque se puede comprar.

Vivimos peligrosamente:
Hay que salir de casa,
relacionarse con los otros,
sobrevivir al acoso y
esquivar los abusos.

Para construir un mundo mejor:
Donde la felicidad
no sea un recurso 
que unos pocos
extraen de las masas,
corrompidas por el vicio,
de sacrificar lo importante
por un destello dorado y azucarado.

Así que, todos se volvieron amables y respetuosos con las niñas, y con lo que sus padres querían para ellas:
-¿Quieres unas moras? Acabo de cogerlas del zarzal ¡Mira cómo vengo de arañazos!
-¡Qué niña tan fuerte y avispada! Crecen tan deprisa...
- Tengo una pelota, puedes cogerla y jugar con esos niños.

Creció la autocrítica,
el pensar antes de actuar.
Se actuaba menos
pero las acciones eran mejores:
duraderas, consensuadas.
Dejamos de utilizar a los niños
como medios
para justificar nuestros vicios.
Y, al verlos crecer,
comprendimos lo que andaba mal
en el mundo que los vio nacer.
Nuestro mundo, 
el que nos habían legado,
el que habíamos contribuido a mantener.

No son seres indefensos, tienen el potencial, la creatividad... Pero si los incitas hacia comportamientos obsesivo-compulsivos pueden ser monstruos ¿por qué no? 

A los santurrones
y funcionarios del Estado,
les otorgamos la credibilidad que merecen.
Y nos guiamos por hechos constatados,
nuestro entendimiento,
nuestra circunstancia
y nuestros deseos.
No hay porqué ser complaciente
con lo normal, lo de siempre.

No hay por qué reconocerse en ellos, ni en su condición humana, su entorno. Los alienígenas depravados somos nosotros... Como la imagen de un pez en su pecera... cambiante, mutante, extraña, ajena... Terrorífica.


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