domingo, 14 de junio de 2020

La escuela: de la educación libre al trauma social

Una de las cosas más difíciles de llevar durante el confinamiento ha sido la supresión de las clases presenciales en los colegios. De golpe y porrazo, las niñas se quedaron todo el día metidas en casa y nos vimos obligados a hacer de maestros, para conseguir que completasen las tareas que les llegaban -y les siguen llegando- del cole.
Yo ya trabajaba desde casa, pero el tiempo de trabajo lo dedico al trabajo. Así que, para atender a las niñas, hay que alargar las jornadas, tirar de abuelos, enchufarlas a las pantallas...

De la etapa de colegio cada uno cuenta su experiencia. Muchas veces, de corte más bien traumático: bullying, profesores y profesoras que se les iba la mano con facilidad, castigos, riñas...
Claro que, también hay quien forjó su grupo de amigos a base de compartir estas experiencias escolares. O para quienes podía suponer un espacio de libertad -cuando sufrían situaciones de violencia en su entorno familiar-.

Yo, la verdad, recuerdo esa etapa bastante gris. Y recuerdo muy poquito -supongo que he preferido olvidarla, enterrarla en el subconsciente-.
Ahora, al afrontar los deberes con la mayor de mis hijas... Es como si reviviera aquello: las cuentas, la caligrafía, dictados, ortografía... Sus cuadernos tienen más colores y dibujos que los míos, pero sigue siendo lo mismo.
Más que despertar el interés por el conocimiento, pareciera una forma de mantener ocupados a los chavales en tareas que consideramos buenas -o que el propio sistema educativo estima útiles para seguir avanzando dentro del mismo-. Quizá, habría que preguntarse ¿Son buenas? Y, si lo son ¿Exactamente para quién o qué son buenas?

Yo no tengo consciencia de haber aprendido nada en el colegio. Recuerdo que por aquel entonces me gustaban mucho los animales: recuerdo que me encantaba leer libros de esos que venían con mogollón de ilustraciones y se hablaba del animal más alto -la jirafa-, el más grande -la ballena azul-... Pero era algo que hacía al margen del colegio. Supongo que los libros de ciencias naturales del cole eran un tostón -seguro que lo eran, porque he visto los de mi hija y son un tostón, no responden a una posible inquietud, sino a un conocimiento enciclopédico cercenado, adaptado-. También me gustaban los comics, cierto tipo de experimentos, manualidades...

Cuando nos ponemos a hacer los deberes, la mayoría de las veces, resulta un suplicio para nuestra hija y, para nosotros, supone un ejercicio continuo de autocontrol -es muy fácil perder la paciencia-.
Lo peor de todo es ser consciente de estar repitiendo la historia, haciendo todo aquello que habíamos odiado toda la puta vida: castrar al niño, entrenarlo para que trabaje, para que aprenda a aprobar los exámenes, para que tenga posibilidades de encajar en una buena posición de la pirámide social -o en las diferentes categorías del funcionariado-.

Con esta situación, uno se se pregunta si el cole no presencial tiene algún sentido. O, si, por el contrario, no sería mejor dejarlo desaparecer y destinar todos esos recursos a otros servicios y actividades más útiles. Por ejemplo: alargar las bajas de paternidad y maternidad para que las familias se hagan responsables verdaderamente de la educación de sus hijos.
Porque, justo los aspectos que valoramos más de los colegios, son: que los niños se relacionen con otros niños y adultos, mientras a los padres y madres se nos libera, durante ese lapso de tiempo, de sus cuidados -para poder atender nuestras obligaciones laborales-.

Los muy ricos -o aspirantes a serlo- ya saben que una de las cosas más importantes es que sus hijos se relacionen con otros ricos. Es por eso que los envían a coles privados -o el cole público de su barrio pijo- donde, además, aprenden el tipo de habilidades y creencias que les serán útiles para desenvolverse en esas capas sociales: idiomas -fundamentalmente- y soberbia -seguridad en ellos mismos-... Nada que tenga que ver con el esfuerzo, sino con normalizar el privilegio.

La educación pública es una suerte de alfabetización de los trabajadores. Un lugar para la disciplina. Aprender los rudimentos del deber en la sociedad y... Sálvese el que pueda.
Afortunadamente, esto parece estar cambiando -al menos en el discurso docente- que adopta muchas de las ideas de la educación libre -libertaria-: se hace mayor hincapié en las emociones, los diferentes tipos de inteligencia, la atención a la diversidad, la integración, tolerancia, el aprender haciendo, por proyectos, lo colaborativo, la autonomía ... Y se va restando importancia a los contenidos curriculares.
Es un proceso que, si bien en lo teórico está muy avanzado, en su aplicación práctica sigue en pañales.
La escuela, como institución planificada desde los Estados, de forma vertical, monolítica, sigue lastrando toda su tradición disciplinaria, clasificatoria y uniformadora.
Un profe debe conseguir -utilizando el premio y el castigo- que un grupo numeroso de alumnos -de la misma edad- alcancen los objetivos marcados por ley. En la medida en que consiga esos objetivos, será un buen o mal docente.

En los cursos inferiores podemos observar más fácilmente la realización efectiva del tipo de educación libre -predicada en la teoría-. Y, a medida que la educación se convierte en obligatoria, empieza a adquirir ese carácter fascista -disciplinario y uniformador-.

Quizá nos iría mejor con colegios que fuesen centros lúdicos: con animadores socioculturales -en lugar de maestros y profesores encargados de hacer  estudiar a los alumnos-. Crear espacios tutorizados en un ambiente lúdico y estimulante. Seguramente aprenderían más y, quizá, en el futuro conseguirían interesarse realmente por la cultura o el conocimiento, y no los verían como una carga, como el obstáculo a superar para conseguir un buen sueldo.

En las últimas décadas, ha proliferado el discurso del profe chachiguay que motiva a sus alumnos y sus múltiples inteligencias, consiguiendo que alcancen sus objetivos de forma divertida, casi sin que se den cuenta. Y está bien, es mejor que hacerlo a base de gritos y golpes.
También se suele aludir a la educación como la gran esperanza de futuro de la humanidad, con la potencialidad para crear ciudadanos libres y creativos, capaces de proyectar un mundo mejor.
Curiosamente, con los diferentes tipos de policía también se ha dado un giro similar en el discurso: -Están para ayudarnos, defendernos de los malos, son amables y cercanos, garantizan la paz social... Aunque, claro, luego, en los momentos críticos, nos apalean en las manifestaciones y los desahucios -o nos oprimen hasta dejarnos sin aliento-. Así que, en la práctica, acaban siendo lo que siempre han sido: cuerpos al servicio de los que ostentan el poder y de los propietarios, con la misión de mantener a raya a las masas o los excluidos.
Con los profes pasa un poco lo mismo: llegado el momento, el sistema les exige mantener los alumnos dentro de unos límites: asignarles un número -nota- que limite sus posibilidades.

Hay una violencia inherente al sistema que se reproduce verticalmente. Y parece que, cada uno en su escala, encontramos cierta satisfacción ejerciéndola.

Que la educación pública, universal y gratuita es un gran logro de nuestras sociedades, es algo indudable, ya que concede a las clases más desfavorecidas alguna posibilidad de escalar en la pirámide social.
Creo que, sobre todo en los primeros años de democracia, se tenían grandes esperanzas en la educación pública como transformadora de la sociedad: para convertirla en algo más libre, menos represivo, abandonar el blanco y negro para sumergirla en un universo de música y color. Abandonar definitivamente el lema "la letra, con sangre entra".
Pero ahora, vemos cómo la educación superior se va transformando, cada vez más, en una mercancía, sometida a las necesidades fluctuantes de los mercados. Mientras la educación obligatoria se debate entre: preparar a los alumnos para ese mercado de la mano de obra formada, o bien, adscribir a los alumnos en la cultura del trabajo y el esfuerzo y entrenarlos para adquirir el tipo de conocimientos y habilidades que se exigen en los exámenes de oposición. Al tiempo, la desigualdad económica produce guetos, o bien traslada a los colegios el problema una atención a la diversidad que los desborda absolutamente.

En ese debate, entre entregarse a la mercancía o administrar la disciplina de Estado -para conseguir personas que se inserten de forma natural en el sistema, también como excluidos y deshechos-, se ha perdido por completo el objetivo de formar ciudadanos libres, o construir una sociedad mejor. De alguna manera, la educación ha perdido todo potencial transformador y ha reforzado su misión disciplinaria y de control.

Durante las primeras semanas de confinamiento, numerosos profesores alzaban la voz contra la excesiva burocracia que se les exigía. El sistema educativo no podía parar y se les administraba la misma medicina que ellos después administrarían a los alumnos.
Las familias se quejaban también de la excesiva carga de trabajo procedente de los colegios, mientras debían atender, simultáneamente, sus propios deberes.
No sé si Deleuze y Guattary identificarían eso como una respuesta esquizofrénica. Lo cierto es que, en esos días, parecía haber una pugna por determinar qué trabajos resultaban imprescindibles -y debían seguir siendo retribuidos- y cuales eran meramente accesorios, prescindibles -y se les podía suspender el salario-. La educación es un derecho universal, obligatorio, así que había que mantenerse ocupados: profesores, alumnos, padres... Todo el mundo ocupado sin producir nada... sólo traumas.

Terremoto (Earthquake), 2003. Tetsuya Ishida. Imagen extraída de Christie's


Mientras, sobre la atmósfera comenzaba a condensarse la idea de una nueva educación más eficiente, a distancia, mediatizada por la tecnología... Una escuela más alejada de su estructura física disciplinaria para acercarse a otras más acordes a las estructuras de control actuales -tal como las describiera Focault-.
Una escuela sin alumnos ni profesores -el factor humano que tanto molesta en los procesos de automatización actuales-. Como esta medicina preventiva, sin enfermos ni médicos, que hemos aplicado para resolver la crisis del Coronavirus. Todo avalado por la evidencia científica y el control tecnológico y estadístico.

-¡Oye tío! Estamos montando una plataforma para dar clases 100% online.
-¡Qué guay tron!
-Sí! Es para niños de primaria. Va a ser la polla!: con vídeos, juegos interactivos, pruebas evaluativas... Los chavales sólo necesitan un ordenador de escritorio y una WebCam de esas tan chulas que ha sacado Pears. Con la cámara controlamos sus movimientos y lo que escribe en el cuaderno. Además, la plataforma está conectada mediante una aplicación móvil con los padres -para avisarles en caso de que necesiten intervenir-. Y, al final de la sesión, se envía un reporte a las familias con lo que han hecho sus hijos ese día.
-Mola! Pero los chavales necesitan el contacto con sus compis. Ya sabes: hacer amigos, jugar...
-Sí! Eso también lo tenemos pensado. Hay muchas actividades y juegos colaborativos. Los chavales pueden interactuar entre ellos. Rollo WOW o Second Life. Segmentamos los alumnos por grupos de afinidad y nivel. En las pruebas que hemos realizado, los más aventajados, son capaces de completar 3 cursos en un año!!
-¡Qué pasote! Y ¿Los más rezagados?
-Bueno, como ahora, se van quedando atrás, salen del sistema... Carne de ETT.
-Vaya...
-Pero eso es lo de menos. Con nuestro sistema, un profesor puede gestionar, desde casa y sin mucho esfuerzo, unos 300 alumnos de primaria. ¡Imagínate a dónde podemos llegar con alumnos de mayor edad! Supondrá un ahorro enorme para los estados. Todo ese dineral invertido en personal docente, edificios, burocracia administrativa, desplazamientos... Se podrá destinar a mejorar la sanidad, programas de investigación, pensiones dignas...
-¿Estáis buscando desarrolladores?
-¡Claro tío! Y también creadores de contenido...

viernes, 29 de mayo de 2020

Ruralidad, trabajo y vuelta al cole en tiempos de coronavirus

Quizá todos esperábamos más de esta pandemia: más muertes, más destrucción...
Los primeros días seguíamos la evolución de los datos con gran interés: miles de casos que eran susceptibles de convertirse en millones, hay que aplanar la curva, un rebrote en nosédónde, nuevos miles de muertos no contabilizados en tal o cual comunidad autónoma...

Pasadas las semanas, empezamos a poner las cifras en su contexto. Y es que somos más de 7000 millones de habitantes en el planeta. A mí, personalmente, a partir de 1000 unidades me cuesta mucho contextualizar las cifras, ya sea en dinero, habitantes o seguidores en twitter.
Claro que... yo soy de pueblo chico. No controlo de economías de escala. Las cosas se ven diferente desde aquí. Donde el aislamiento social es mucho más habitual que la masificación o las grandes concentraciones de personas.

Ahora que empezamos a tener datos fiables del número de fallecidos totales en los meses de mayor contagio... No sé, parece que hemos capeado bastante bien el temporal: De 40.000 fallecidos en marzo-abril de 2019 a 68.000 este año
Ha habido muertes, que siempre habrá que lamentar -y pudieran haber sido muchas más, si no se hubieran tomados medidas-. Es cierto que los sistemas sanitarios de las grandes urbes llegaron a colapsarse. Sí, las consecuencias han sido graves. El virus golpeó rápido y nos pilló con las defensas bajadas.

Bueno, ahora estamos alerta. En los pueblos estamos deseando volver a la normalidad de nuestro aislamiento.
Así que, hay una pregunta muy directa flotando en el ambiente: ¿Deberían comenzar las clases en los colegios?
A la vista de los datos, no parece una idea descabellada. Al menos, en ciertas zonas libres de casos.
Para lo bueno y para lo malo, somos una comunidad inhóspita y, en comarcas como la nuestra -la Siberia-, podría decirse que vivimos en una permanente cuarentena. Sería fácil mantener la zona libre de focos de infección con un mínimo control sobre los desplazamientos.

Hay gente que se escandaliza un montón cuando escuchan este tipo de ideas -en algunos grupos de whatssap te pueden linchar por decir cosas similares-. Muchas veces, se utilizan argumentos emocionales -con casos aún calientes-: -¿Qué pasaría si hubiera un infectado en el colegio? ¿Y si muriera alguno de los ancianos abuelos?
Y, es verdad: son argumentos incontestables... Menos aún, recurriendo a fríos datos o modelos probabilísticos. Pero estamos hablando de servicios que consideramos esenciales en nuestras sociedades -no de asistir a un concierto de Taburete-.
No sabemos cómo se volverá al cole en el curso que viene, ni si volverán a surgir rebrotes que nos vuelvan a confinar en casa. Afortunadamente, ya se empiezan a ensayar soluciones para volver a ocupar el espacio físico de las aulas: asistencia de pocos alumnxs, en días alternos, los que de menos medios electrónicos dispongan, los que necesiten más apoyo...

Es esta una pandemia que, desde el principio, se ha abordado con un lenguaje macro: con todo tipo de estadísticas, gráficas, datos aportados desde hospitales, estados, comunidades autónomas... Creo que únicamente con las elecciones se hace un análisis tan pormenorizado -a nivel de población general-.
Con toda esa información, vemos que los números se distribuyen de forma irregular por los diferentes territorios, y que existen ciertos focos de infección más o menos localizados.
Afortunadamente, los gobiernos se han dado cuenta de esto y ya existen territorios con diferentes niveles de alarma.

Los Estados son autoritarios, burocráticos, centralizados... Pero, aún así, son capaces de entender que puede resultar más ventajoso -en lo económico y en réditos electorales- conceder ciertos privilegios y diferenciaciones a las Autonomías. El problema es que, dentro de las Autonomías, aún existe una tremenda diversidad, en cuanto a necesidades, oportunidades y riesgos -que, por ejemplo, son muy diferentes en las vegas del Guadiana y en las de zonas despobladas del resto de la provincia de Badajoz-.
Es esta una cuestión que ya se ha puesto de manifiesto en muchas otras ocasiones en territorios como el nuestro. Donde podemos sentirnos más identificados con los problemas y necesidades de ciertas zonas de Teruel que con las demandas que puedan surgir desde Badajoz capital -el binomio estado nación que se nos impone, incluso en territorios donde carecemos de identidad nacional-.

Mapa de riesgo de infección por coronavirus. Extraído de https://covid-19-risk.github.io/map/spain/es/. Aparecen con una granuralidad bastante fina las zonas de mayor riesgo de contagio (basado en algún modelo estadístico). Una distribución que nada tiene que ver con una separación artificiosa por autonomías o provincias. Los datos son del 18 de Marzo de 2018.

Uno de los riesgos que corremos al estar vivos es que podemos palmarla en cualquier momento. Los que se creen inmunes también se mueren.
Todos preferiríamos tener una fórmula matemática exacta para decidir cuándo volver a la normalidad -algo como " el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos"-. Pero, en la Naturaleza y la sociedad, nos vemos obligados a guiarnos por aproximaciones y estadísticas para manejarnos con algo de confianza.


Hay personas a las que la situación de confinamiento ha venido bien: han seguido teniendo ingresos, o las han enviado a trabajar desde casa -y les ha gustado la experiencia-. Para muchas, la situación es insostenible. A otros, simplemente, no nos gusta y vemos cierta posibilidad de mejorar la situación. Recuperar aspectos de nuestra sociedad que estaban bien. Por ejemplo: que los niños y niñas vuelvan al cole a relacionarse con sus compis, los profes, a jugar, aprender... El cole se plantea como una necesidad imprescindible en unidades familiares en que trabajan los dos progenitores -y, los salarios o jornales de hoy día, requieren que ambos progenitores trabajen-.

Hay un lema que repiten mucho maestras y profesores: "Las escuelas no son guarderías para dejar a los niños". Y está bien, es un lema que tenía todo su sentido en la situación previa al confinamiento. Para destacar que, en el cole, lxs niñxs hacen muchas cosas: socializan, adquieren conocimientos y disciplina, juegan, aprenden normas, a sublimar sus pulsiones...
Pero, con esta situación, hemos reparado, especialmente, en que los colegios también cumplen la función de guardar a lxs niñxs. Y, durante el tiempo que estaban en las aulas, padres y madres podíamos trabajar o dedicarnos a nuestras labores, con la tranquilidad de que estaban en buenas manos. Vamos, que echamos de menos la función de guardería de los coles -y demás centros de educación-.

Con todo, lo que vemos en la tele son ideas para recuperar el turismo, volver a los hoteles, los bares... Como si se nos olvidara que las hordas de turistas fueron los que se encargaron de expandir el virus por todo el planeta.
 ¿Qué tipo de sociedad hemos creado cuando la estabilidad de la misma se basa en mantener la oferta de ocio y turismo? Un ocio y turismo, bastante destructivos, por cierto: un salir a consumir por consumir, para evadirnos del estrés y la presión que nos suponen nuestro quehacer diario.

Muchos hemos descubierto, con esta situación, que preferimos trabajar desde casa y que, además, es una alternativa viable. Otros, quizá se hayan dado cuenta que su curro no era tan malo, que lo que lo hacía malo es el verse apremiados a echar muchas horas -y cobrar poco, o no cobrar-.
Yo no soy muy optimista en cuanto a que vayamos a salir mejores de esta crisis, pero creo que ha servido para visibilizar ciertos trabajos y determinar cuáles son necesarios y cuáles accesorios. Ojalá sirva también para mejorar el reparto de las cargas y las condiciones -"que nadie escupa sangre para que otro viva mejor"-. Porque, una sociedad mejor, no puede surgir de trabajadorxs embrutecidxs -y achicharradxs 15 días en la playa- frente a cada vez más personas sin ingresos.

martes, 12 de mayo de 2020

Biopolítica, ruralidad y fiebres maltas

Recuerdo que, de niños, mi abuelo nos enseñaba a ordeñar las cabras.
Cuando ya teníamos suficiente soltura y control sobre el chorro caliente que salía de las ubres... lo apuntábamos directamente a la boca.
Llenábamos primero un cubillo de plástico azul y, después, lo colábamos en un enorme cántaro de aluminio -mientras espantábamos las moscas para que no cayeran en el preciado líquido blanco-.
Por las noches, alguien recogía los cántaros -supongo que para vender la leche fresca o hacer quesos... De niños no nos interesaban los truculentos detalles de la economía-.

Se conocían bien los riesgos de consumir leche cruda, así que, siempre andábamos pendientes de que no se desparramara al cocerla, en cacillos y pucheros. Aún así, la leche cruda circulaba por el pueblo, a los ojos de todos, con total tranquilidad ¿Vivíamos peligrosamente?

Memorias de mi juventud - Marc Chagall (Foto tomada en la Galería Nacional de Canadá,  Ottawa, junio de 2018)


En aquellos entonces ya formábamos parte de la unión europea y, un estado europeo moderno, no podía permitirse muertes y enfermedades porque cuatro paletos se empeñasen en guarrear con la leche. Así que, al tiempo, llegaron las prohibiciones y el control -además de las aleccionadoras historias de que tal o cual vecina las había pasado canutas por un queso que le compró a no sé quién-.
Los estados ostentan el monopolio de la violencia, no queríamos problemas, así que, nos acostumbramos a comprar la leche a tal o pascual grupo empresarial.
Se continuó elaborando y vendiendo queso fresco con leche cruda -pero ya en menor medida y de forma clandestina-.

Yo, la verdad... paso de la leche, ya no me gusta... Excepto cuando alguien me regala unos calostros o una botella de cocacola llena de la leche de las cabrillas.

En el pueblo no faltan los camiones que descargan enormes palets repletos de bricks de fondo blanco, adornados con dibujos de vacas pastando en verdes prados de alta montaña -aunque luego se trate de vacas encerradas en un establo polvoriento de los Monegros-. Todo plastificado y envasado al vacío.
Hemos sacrificado el sabor y la soberanía alimentaria por la higiene y la seguridad.
Nadie quiere enfermar y, mucho menos, morir -menos aún por un estúpido vaso de leche...- Si además no sabe a nada. ¡Toma! prueba un poco de este cartón que acabo de abrir. -Ves, es como agua blanca. -¿Quieres arriesgarte a padecer fiebre, vómito o diarrea por beber directamente de las ubres de una cabra? -No, ¿verdad? -Pues compra unos cartones de estos. Es muy barata y te ahorras un montón de tiempo y disgustos persiguiendo a esos rumiantes por las callejas.

Este es el caso de la leche, pero pasa con prácticamente todos los productos de origen animal. En nuestra comarca se crían muchos corderos, cerdos, gallinas... Pero, en los comercios y carnicerías, no se vende su carne.
Los ganaderos y productores deben llevarlos a lugares especializados en la muerte y despiece. Así que, acabamos comprando carne de cualquier lugar -la más barata-.


Hace poco vi un pequeño documental "El campo para el hombre", grabado en la década de los 70's, en el que se hablaba de cómo en Galicia se había pasado de una economía local -de subsistencia- a una economía capitalista -de mercado-. Un proceso gradual, que comenzaba con el establecimiento de ciertas normas de seguridad alimentaria y el sometimiento a trámites burocráticos, con el fin de dar salida exterior a los excedentes de producción. Así, los habitantes de las zonas rurales, accedían también a ciertas ayudas, infraestructuras y servicios del estado como: salud, educación pública, comunicaciones...
Con los beneficios obtenidos por la venta de sus productos -o de su fuerza de trabajo-, además de pagar impuestos, podían invertir en bienes y comodidades privadas: tv, radio, lavadora...
Los agricultores y ganaderos gallegos ganaban en salud y bienestar y, además, repartían beneficios entre intermediarios, empresarios y políticos, que, de esta manera, adquirían el control sobre la producción y podían planificar en función de la fluctuación de los mercados internacionales.

El capitalismo funciona así, va colonizando nuevos espacios en busca de la plusvalía. Pero también transforma profundamente las sociedades en las que se va instaurando: impone su lógica, su normalidad y estandarización, apoyándose en las herramientas que ponen a su disposición los estados-nación.

Las consecuencias de este proceso ya las conocemos: vaciamiento de las zonas rurales -para llenar las ciudades de mano de obra barata-, transformación de la actividad agraria y ganadera en explotaciones intensivas y extractivas, destrucción de los equilibrios establecidos durante siglos con la naturaleza, aceleración de la actividad humana, pérdida de identidad y saberes locales...

Campesino Andaluz - Rafael Zabaleta (Foto tomada en el museo Reina Sofía, Madrid, febrero de 2020)

"[...] para Marx, la naturaleza es el ámbito en que necesariamente se da la praxis humana, y que esta naturaleza es previa e independiente de dicha praxis. El privilegiar el concepto de praxis en detrimento del de naturaleza, es decir, el no fundamentar ontológicamente la praxis en una concepción materialista del hombre y la naturaleza, lleva a un «idealismo de la praxis» que hace depender la propia naturaleza de su constitución por la praxis humana." - Metafísica, Francisco José Martínez Martínez. Capítulo 20 (La fundamentación ontológica de la praxis)

Quizá, ya podemos dar por muerta esa dimensión natural nuestra. Realizamos nuestra voluntad independientemente de la naturaleza. La naturaleza ya no es algo que nos rodee, o nos condicione, no es algo que queramos transformar para hacer más agradable. Se ha convertido en un recurso que explotamos para satisfacer nuestros deseos, o adornar nuestros nuevos mundos virtuales de silicio, hormigón, asfalto, viajes, placeres... En el mejor de los casos, la experimentamos como una suerte de parque temático que hay que observar de forma pasiva, para conectarnos con nuestro ser anterior, en una especie de mística terapia sanadora del desenfreno de la cotidianidad.

Como cuando nuestras abuelas, confinadas en los pisos de las grandes ciudades, recuerdan con añoranza sus vidas en los pueblos: haciendo queso con la leche recién ordeñada que les traía tal o pascual vecino.
Como cuando los obreros de la industria conservera gallega se maldecían por haber abandonado sus tierras por un trabajo monótono, aburrido, alienado... A cambio de un salario fijo y un piso con televisión y cuarto de baño.

Cabra y chivillo en Herrera del duque. Marzo de 2018


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Quizá todo empezó con la oportunidad que brindaban las epidemias y desgracias masivas. Con el estado de temor generado. Rentabilizar el miedo atávico a la muerte y la enfermedad, para hacer pasar por aceptable cualquier nueva medida de control y sometimiento a las necesidades del capital -la doctrina del shock-.

Escribiendo este post me enteré de que ya era legal vender leche cruda en España "El Gobierno regulará la venta directa de leche cruda".
Sigue siendo igual de peligrosa, pero es una buena oportunidad de negocio y no se puede desaprovechar.

El coronavirus es la nueva leche cruda: no hay vacuna para la enfermedad, pero se hace necesario comprar y vender, volver a activar la economía y la circulación de mercancías y servicios.
No se trata de dar autonomía e independencia a los territorios, ese es un camino que no se permite desandar. Porque, si algo se ha puesto de manifiesto con esta crisis, es que ya no existe la autonomía local, ni tan siquiera la de los Estados soberanos -sometidos a las normas de organismos internacionales controlados por grandes grupos financieros-...  El capital ha extendido su red de explotación por todo el planeta, en la búsqueda de beneficios siempre crecientes, para satisfacer un extraño deseo de bienestar -consumo- y acumulación. Nada que ver con satisfacer necesidades.

miércoles, 22 de abril de 2020

Infancia: privilegios, deberes y alfabetización tecnológica en tiempos de coronavirus

El gobierno anunció que iba a dejar salir de casa a niños y niñas, acompañadas por sus padres y/o madres -manteniendo siempre el distanciamiento social-. El gobierno demuestra así su preocupación por el bienestar de esos "vectores asintomáticos de transmisión" que llamamos niñxs.

Resulta un tanto contradictorio el modo como tratamos a los menores en nuestra sociedad. Por un lado intentamos protegerlos del mundo de los adultos: del embrutecimiento del trabajo, de las adicciones en que nos recreamos -internet, alcohol, televisión, drogas, pornografía...-. Y, por otro, nos esforzamos en que reproduzcan y alimenten el sistema social del que los protegemos: los adiestramos en las habilidades que estimamos más exitosas, los castigamos y recompensamos para que sean obedientes a la autoridad, canalizamos su creatividad para que se centren en las actividades más demandadas y puedan convertirse en personas de provecho...

Depositamos todas nuestras esperanzas en la infancia, en su capacidad para  construir un mundo mejor. Pero la entrenamos para que siga reproduciendo nuestros mismos vicios.
Esto se ha puesto de manifiesto, especialmente, con el transcurrir de la crisis del COVID-19. Al inicio, surgió la imperiosa necesidad de proteger a niños y niñas. Y, rápidamente, se suprimieron las clases presenciales y se les confinó en sus hogares. Pero no podíamos permitir que perdieran ni un día de su formación, y las clases continuaron en las casas -cada uno dentro de sus posibilidades-.

Se habla de cruenta guerra contra el virus, de tiempos excepcionales, la peor crisis después de la Guerra Civil... Pero las clases y las evaluaciones deben continuar. No sea que reparemos en que la formación de los hijos la pueden llevar a cabo los propios progenitores -siempre y cuando no se vean apremiados a  trabajar de sol a sol para conseguir el dinero-.
Sí, echamos de menos la función de guardar niñxs que cumplían los colegios. Echamos de más a los profes cargando de tediosas tareas a unas familias que, en muchos casos, siguen trabajando y, además, han de hacerse cargo de impartir los contenidos curriculares que dicta el BOE. Todo para que los chavales alcancen los estándares de calidad que exigen los estados. No todos podemos ser médicos, jueces o abogados, así que, hay que poner notas y establecer cortes para que, desde la más tierna infancia, se defina la clase social que cada uno hemos de ocupar. Esta tarea de selección no puede parar.


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No es lo mismo estar confinado en una casa con patio, huerto y animales, que estarlo en un piso de 60m2 con varias hijas, quizá alguna abuela, y ningún perro. No es lo mismo que exista una relación afectuosa entre los que habitan la casa a que existan diversos tipos de violencia. Vamos que, hay un montón de causas por las que los mayores de edad también pueden necesitar el salir de casa, aunque solo sea por despejarse y gozar de algo de intimidad o independencia. Pero lo importante son los niños...

Yo tengo hijas y me parece genial que las permitan salir, así yo también puedo :-) Aunque yo las veo muy felices en casa, no parece que se cansen: juegan, hacen deberes, ven la tele, se disfrazan, salen al patio, al gallinero, toman el té con los árboles... Para nosotros quizá sí resulta más estresante.
El rato que estaban en el cole y las actividades extraescolares no teníamos que estar pendientes de ellas y podíamos dedicarnos a nuestras propias actividades e intereses. Ahora estamos todos en casa, siempre juntos, trabajando, cocinando... No sé quién necesita más salir ¿Ellas o nosotros?

Escuchaba una reflexión similar en boca de una mujer que había decidido no tener hijos ¿Por qué habrían de gozar de privilegios los menores de edad y sus progenitores? ¿Realmente lo necesitan más?...

Cuando escuchamos discursos sobre la maternidad o la paternidad, son siempre discursos llenos de orgullo y satisfacción... Como si los amantes padres estuvieran regalando un supremo bien a la humanidad o el planeta. Pero la realidad es más bien otra: vivimos un mundo superpoblado, procrear es algo innecesario, ya hay millones de personas a las fronteras de los países desarrollados deseando ocupar el vacío que van dejando los muertos.
Tener hijos es un acto egoísta -como tener un perro en un piso-, la satisfacción del deseo irracional de trascender la muerte, un seguro de cuidados en la vejez, una forma de sentirse acompañados -en una sociedad de extrema individualidad-...

Así que, desde una mirada estadística, niños y niñas no son más necesarios que los adultos. Seguramente resulten incluso más dañinos para la propia sostenibilidad del planeta... Pero ya están aquí, aún no tienen todos nuestros vicios, son seres inocentes, no tienen culpa de la maldad del mundo que hemos construido y, por eso, somos más benevolentes con ellos y decidimos protegerles y concederles permiso para salir a la calle... O quizá sea solo un experimento para ir volviendo poco a poco a la normalidad.

Foto tomada en Huelva - Marzo de 2019


Empezamos a estar francamente hartos del confinamiento y, cualquier medida tomada por parte de los gobiernos, se nos aparece como profundamente injusta para con algún colectivo. Seguramente sean medidas realmente injustas: vivimos en estados autoritarios y centralizados que se gobiernan verticalmente. De una estructura así, no podemos esperar un respeto o cuidado por la diversidad.

Pero no todo es malo, no todo son pérdidas, hay quien saldrá reforzado de esta situación. Ya empezamos a ver empresas que están ganando bastante dinero: cualquiera relacionada con la sanidad, las grandes productoras de alimento, eléctricas, tecnológicas, proveedoras de contenidos multimedia... Mientras, existe gran cantidad de personas que han debido cesar su actividad laboral y perdido toda fuente de ingresos.
La desigualdad se acrecienta. Y lo hace también en la infancia: durante el rato que permanecen en el cole, niños y niñas, son todos iguales, tienen las mismas oportunidades. Pero, confinados en casa, su desarrollo depende absolutamente de que existan condiciones apropiadas. No es solo poseer conexión a internet y dispositivos electrónicos, además es necesario utilizarlos de forma tutorizada, y eso solo puede conseguirse si hay al menos un adulto pendiente de ellos.

El distanciamiento social impone que nuestras relaciones se den, más que nunca, mediadas por la tecnología. Y esto pone de manifiesto el analfabetismo tecnológico en que nos hayamos sumidos. Nos han diseñado terminales móviles extremadamente intuitivos, siempre y cuando hagas un buen uso de los mismos. Un uso basado en el consumo, sobre todo de información y entretenimiento, que nos llega por los canales oficiales de los gobiernos y las grandes empresas. Ahora hemos tenido que adaptar esos dispositivos para trabajar, o para comunicarnos de verdad entre nosotros. Y las experiencias resultan bastantes desastrosas... Lo vemos continuamente en nuestras video llamadas:
- ¿Se me escucha? 
-No. Estás en mute.
-Silencia tu micrófono, se oyen todos los ruidos de la casa
-No cabemos más en la conversación, se tiene que salir uno...
-Se te entrecorta. Te quedas congelado.
Para ahorrarnos todos estos inconvenientes, en lugar de recurrir a estas tecnologías, posponíamos para cuando nos juntáramos físicamente. Ahora, no sabemos cuando volveremos a estar cerca unos de otros, así que, apretamos el culo y tiramos para adelante.


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Hace años. Fotomontaje: Sophia y yo
 
Tenía por casa un ordenador que había dejado de funcionar y me puse a repararlo. Quería que fuera para las niñas. No soy muy partidario de conectar las niñas a las tecnologías, soy consciente de que resultan adictivas, demasiado inmersivas... Pero están por todas partes: televisión, tablet, móvil... Y, a las niñas, al igual que a nosotros, les resultan atrayentes.

Yo llevo ya unos años trabajando desde casa. Tengo mi habitación y mi ordenador. Al inicio de la jornada abro la sesión y todas los programas y herramientas que necesito. Cuando llega la hora, cierro y no se vuelve a tocar hasta el día siguiente.
Sí, el ordenador también es adictivo, pero tiene la ventaja de que no te lo puedes llevar contigo -por eso prefiero las computadoras grandes, también porque puedes cacharrearlas-.
Para entretenerte no necesitas un ordenador -es demasiado aparatoso-, si lo tienes es porque realizas alguna actividad, porque eres un sujeto activo, no meramente pasivo... Y ese es el principal motivo por el que prefiero que utilicen un ordenador, en lugar de tablets y móviles.

Tampoco me obsesiona mucho. Ahí está, les llama la atención y, aunque me ven a mi conectado un montón de horas, no saben muy bien qué hacer con ese cacharro.
Quizá nos gustaría que las niñas fueran como nosotros, que apreciaran nuestro trabajo, nuestros intereses y aficiones. Y, aunque con el confinamiento se han reducido considerablemente sus referentes, volverán tiempos mejores y recuperarán sus dimensiones perdidas: la de alumna, la de compañera de cole, amiga, prima, sobrina, nieta... Aunque nos cueste reconocerlo, las hijas no son solo de los padres, tienen su propia vida, y la meta de todo el proceso de crianza es que sean completamente autónomas.

sábado, 4 de abril de 2020

Ruralidad y privilegios de clase en tiempos del coronavirus

Durante estos días de confinamiento me he dado cuenta, más que nunca, de lo privilegiados que somos. Vivimos en un piso relativamente grande, con balcón y terraza. Además, en la planta baja, disponemos de una cochera, prácticamente diáfana, donde las niñas pueden jugar y moverse libremente.

Cochera 


Por si fuera poco, mis padres viven a escasos metros de nosotros y su casa está integrada en un inmenso patio con huerto, gallinero y olivar. Supone un gran desahogo salir a echar de comer a las gallinas, arrancar "malas hiervas", o recolectar acelgas y alcachofas.
Todas aquellas obligaciones que podrían parecer una carga en tiempos normales, ahora son nuestro salvoconducto para entrar en contacto con la naturaleza, alargar la vista y estirar las piernas.

Así que, estamos disfrutando a tope del modo de vida que han construido mis padres. Porque nosotros -como núcleo familiar- no hemos construido nada. Nuestra forma de vida se articula en torno a una conexión a internet y al hecho de poder salir  y circular libremente por los espacios públicos -en lugar de ensanchar nuestro espacio privado-.

Habitualmente, viajamos y salimos con amigos o familiares... Nuestra propiedad privada se reduce prácticamente al coche y los cacharros que acumulamos en el piso.
Supongo que somos clase media.
Somos hijos de nuestra época. Y nuestra época es volátil. Requiere adaptarse a las nuevas situaciones con rapidez. No poseer nada, sólo dinero: que es lo más flexible y volátil del mundo.
Vivimos en este pueblo, pero podríamos hacerlo en cualquier otro. No tenemos ninguna dependencia para con el territorio. Como si viviéramos en una maceta que pudieras llevarte a cualquier otro lugar.
Nos sostenemos sobre nuestra fuerza de trabajo. Afortunadamente, nuestros progenitores hicieron una gran inversión para que acumuláramos conocimientos, idiomas, habilidades, títulos...

En las películas americanas ya nos han contado muchas de estas historias en que las nuevas generaciones rompen con el modo de vida de la anterior.
Los padres de Clark Kent tenían su granja, cultivaban la tierra... Pero, Superman, prefiere ir a la gran ciudad a desarrollar su carrera de periodista.
Es muy importante, para el capitalismo, ese desarraigo de las clases medias y bajas, esa movilidad, esa fragmentación y ese ideal de hacerse a uno mismo sin la ayuda de nadie. Porque los negocios cambian con gran rapidez, los sectores que eran estratégicos en un país en una generación dejan de serlo en la siguiente y... Hay que adaptarse.
Curiosamente, las clases adineradas y las que dirigen nuestros destinos, no desean ese esquema para ellas mismas: Trump se dedicó a gestionar el negocio familiar, los Bush ya han dado dos presidentes a EEUU, el rey Juan Carlos le cede su puesto a Felipe...

En Europa, para las clases medias y bajas, lentamente se ha ido imponiendo el modelo de las películas americanas.
Mis padres, pertenecen justo a ese cambio generacional en que gran parte de la población se desvinculó del territorio, de su pueblo, de los lazos familiares fuertes, de la tradición familiar... Y emigró a los grandes núcleos urbanos, en busca de prosperidad.
Por fortuna, mis padres consiguieron asentarse en un entorno rural -mi padre vino a parar a este pueblo y mi madre era de aquí de toda la vida-. Se esforzaron en reproducir sus anteriores condiciones -no habían visto tantas películas-. Construyeron un hogar acogedor y una forma de vida con vistas a perpetuarse generación tras generación insertada en el entorno.

Huerto - Abril de 2020


Algo así como esos nativos americanos que bagaban por las llanuras y los bosques, tras los rebaños de bisontes, transmitiendo habilidades y saber hacer a su prole... Conscientes de que la integrarse en el medio -como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie- era lo único que les permitiría mantener una vida digna. Conscientes de que un conocimiento profundo de su ambiente podría llevarles a formas mejores. 

"Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de pino que brilla, cada amable orilla, cada neblina en los bosques frondosos, cada claro en la espesura y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y en la experiencia de mi pueblo." - Discurso de “Si’ahl”, conocido por casi todos como Seattle, jefe indígena de la nación susquamish en diciembre 1854


Nosotros, en cambio, hemos habitado las ciudades durante mucho tiempo. Tendemos a sacrificarlo todo por el fin de semana, por la volatilidad de los diferentes productos de consumo -que obtenemos de cualquier parte del globo-, por los viajes, las actividades culturales y de ocio... Una existencia centrada en el individuo y el presente inmediato. El futuro se nos aparece como una amenaza, una distopía en la que todo saltará por los aires y en la que nuestras hijas vivirán en peores condiciones que las actuales.

"[...] estamos viendo el mundo que querría Silicon Valley. Y es una visión muy sombría: “Esta no es la forma en que queremos vivir. Deberíamos ver una oportunidad en el rechazo a ese futuro, en la forma en que salimos de esta crisis”. - Naomi Klein: “La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis”


Así que, en esta situación excepcional, además de aprender mucho sobre biopolítica y mecanismo de control, empezamos a tomar consciencia de todo aquello que es prescindible o poco importante en nuestras vidas. Y, la verdad, sacrificamos mucho por esas pequeñeces. Sacrificamos nuestro tiempo, y también el medio y el ambiente que nos rodean. Sí, el confinamiento nos enseña que es posible vivir de otro modo: más pausado, disfrutando de lo que tenemos cerca.

Yo echo de menos cosas muy básicas: salir al campo a pasear -con los amigos o la familia-, hacer fotos, reunirnos para comer y celebrar, ir al bar... Disfrutar del entorno en que nos encontramos enclavados.

Es primavera, los días son más largos y cálidos, las diferentes especies de plantas van floreciendo, pájaros y anfibios tienen una actividad frenética... Todo eso está pasando ahí fuera, y sólo podemos espiarlo desde el balcón.

Las leyes humanas son a menudo injustas, avasallan con toda diferencia, por mantener la paz, el orden, la salud... -de los que están bien-.

Es verdad que quienes dictan las leyes viven en entornos urbanos. Es seguro que tienen casas grandes, plenas de comodidades... Pero hay ciertos aspectos del estado de alarma que no tienen ningún puto sentido en las zonas rurales -¿A quién vas a infectar por salir al campo a recoger o espárragos o dar un paseo?-. Y que, en el conjunto del estado, están dejando en terrible situación de vulnerabilidad a los que ya partían de condiciones económicas y laborales muy precarias.

Desde la ventana


sábado, 21 de marzo de 2020

Del estado de alarma al giro autoritario

Ante la emergencia sanitaria creada por el COVID-19, se han tomado un montón de medidas de control y vigilancia sobre los cuerpos de los habitantes: confinamiento en casa, limitaciones en los desplazamientos, distanciamiento entre individuos... 
No obstante, el primer país en afrontar el virus fue China -que tiene fama en occidente de ser un tanto totalitario-. Y, claro, su modelo se ha tomado como referente -ya que ha resultado exitoso-.

Llevamos ya unos años en que el mundo occidental mira con cierta admiración al gigante asiático: su crecimiento económico, sus métodos para afrontar crisis medioambientales, sus avances tecnológicos... En fin, su modelo capitalista apoyado con mano firme desde un estado fuerte.

Y no es sólo China, también Rusia es alabada por la contundencia de su presidente -que lleva ya más de 20 años en el poder-.
En general, la mayoría de las grandes potencias internacionales, parecen haber sufrido un giro autoritario en sus gobiernos -hombres duros, preocupados por los negocios, la seguridad y el control de la población-: Bolsonaro en Brasil, Trump en EEUU...

En la vieja Europa empiezan a tomar relevancia los partidos denominados de "extrema derecha". Con programas políticos muy en sintonía con el giro autoritario: control de la población -inmigrantes-, relevancia de la policía y los ejércitos y, por supuesto, un liberalismo absoluto en el plano económico.
Aunque luego resulte que eso de la libre competencia está muy bien para aplicárselo a la población general, pero no tanto para las grandes empresas que compiten en los mercados internacionales. Todo el aparato del Estado parece estar puesto a su servicio -entre todos hemos de sostener a estas empresas y grupos financieros, expandirlos y mantener sus condiciones de posibilidad: mano de obra, seguridad, comunicaciones, formación...-
Ya existen muchos ejemplos que han sido noticia: China apoyando los intereses de Huawey, EEUU los de Google...

Parece haber grandes bloques económicos que compiten en el tablero global y, para seguir en el juego, necesitan del control de los cuerpos de sus habitantes. Y, digo los cuerpos, porque las mentes -sus opiniones y los temas que las mantienen ocupadas- ya parecen estar absolutamente bajo control -logrado a través de la educación universal, los medios de comunicación de masas, redes sociales, publicidad...-
Se tolera la disidencia porque, aunque pueda resultar molesta a ciertos sectores del poder, resulta inocua ante la tendencia general.

El control de los cuerpos resulta más complicado: necesita otros cuerpos para saber dónde se encuentran y forzarlos a moverse en una u otra dirección. Pero los avances de ciertas tecnologías están permitiendo un control más fino. Ese es el caso de la explosión de uso de los smartphones -herramientas absolutas que utilizamos para informarnos, relacionarnos con nuestros seres cercanos, orientarnos en los viajes, contar nuestros pasos, medir el ritmo cardíaco, trabajar...- y que van expandiendo sus posibilidades de control con los avances en biometría, reconocimiento facial... Dejando la toma de huellas dactilares y el uso de cámaras de video vigilancia como herramientas rudimentarias, incapaces de competir con los datos masivos alimentados desde cualquiera de los dispositivos electrónicos con los que nos comunicamos a través de la red.

Los empresas que operan en los mercados necesitan información fiable, necesitan conocer nuestros gustos, intereses... A su vez, los estados deben garantizar la seguridad y estabilidad de los mercados. Así que, mercados y estados, aúnan intereses para mantener y actualizar las estadísticas de vigilancia y control, para conseguir que sus campañas sean efectivas y, en última instancia, incrementar sus beneficios económicos y tasas de poder.

Imagen extraída de https://www.arteinformado.com/galeria/tetsuya-ishida/prisionero-28796


El coronavirus parece que ha venido para ahondar en estas formas de control. En un breve espacio de tiempo hemos pasado de reírnos de los chinos y la "gripe" que los tenía paralizados, a estar nosotros mismos atemorizados y encerrados en nuestras casas.
En los primeros momentos, se plantearon una serie de medidas que apelaban a nuestra propia consciencia y responsabilidad para, a los pocos días -aprovechando el estado de pánico generado desde las autoridades sanitarias, y elevado a su máxima potencia por los medios de comunicación-, afianzar esas medidas con sanciones y control policial.

Para reforzar la idea de que tenemos una Europa fuerte y unida, se exhibe a España e Italia como trofeos: dos países de pandereta, sangría, sol, pizza, playa... que han sido capaces de materializar medidas tan drásticas como recluir toda su población en casa y reducir los transportes y la actividad económica a mínimos imposibles de imaginar por el más optimista de los ecologistas en la lucha contra el cambio climático.

Pareciera que, con el coronavirus, hemos encontrado nuestra fuente de placer fascista definitiva. Disfrutamos del sadismo que todos podemos ejercer en cualquiera de nuestros roles sociales: desde vecinos denunciando a otros por salir de casa -de forma "irresponsable"-, a ayuntamientos y organismos que deciden aplicar normas sancionadoras para los que sacan demasiado a pasear al perro, o van muchas veces a comprar, pasando por empresas y organismos que pretenden inocular el trabajo a distancia para mantener la misma productividad. El autoritarismo no es solo una cuestión de Estado sino que se sustenta sobre todas las capas de la sociedad.

Yo vivo esta situación desde un pueblo chico, en el que ha habido un único caso de coronavirus. Pero las medidas que se aplican son las mismas que en Madrid -una mega urbe de 6 millones de habitantes, conviviendo todos juntitos en un espacio muy reducido-.
Y, la verdad... Flipo con algunas de las medidas: no salir a pasear o hacer deporte al campo -ni solo, ni acompañado-, no desplazarse a las casas de campo... Como si saliendo al campo fueras a encontrarte con miles de personas -igual que cuando vas al retiro o al parque con los niños-.
Y, es tanto el nivel de paranoia, que la gente incluso aplaude estas medidas, y le importaría poco que hubiera un francotirador apostado en tu puerta dispuesto a dispararte en cuanto asomaras la cabeza... No sé, me parece muy loco todo esto.

Hemos pasado de la sobreinformación en medidas para evitar el contagio, a un estado de las cosas en el que parece que con solo salir a la calle estás arriesgando tu vida y la de toda la humanidad.
Ya no se trata de prevenir el contagio, sino de cumplir las normas dictadas desde arriba. Y el discurso ha pasado del: lavarse mucho las manos, llevar mascarilla y evitar contacto humano; a: ser disciplinados y obedecer -todo ello acompañado de infinidad de símiles bélicos y militares: esto es una lucha de todos contra el virus, debemos estar unidos, no podemos permitirnos bajas por la irresponsabilidad de unos pocos-.


Los primeros días, circulaban algunas visiones optimista de esta crisis, quizá alentadas por los comentarios, noticias y comunicados que apelaban a la responsabilidad, el apoyo y los cuidados mutuos, para conseguir contener un virus que nos afecta a todos por igual -hombre o mujer, rica o pobre-. Un optimismo que abogaba por una toma de consciencia de lo importante que resulta una sanidad pública para todos, y que veía en los parones de los primeros días -cuando muchos negocios cerraron de forma voluntaria- una forma poderosa de colaboración entre iguales.
Pero lo cierto es que la crisis ha tomado tintes cada vez más totalitarios. Algunos desafían la autoridad escapando de las ciudades para ir a sus segundas residencias -Colapso en las carreteras de Madrid, Barcelona y València pese a las restricciones de tráfico-. Y, otros, la secundan pidiendo multas y mano dura contra todos los que se atreven a infringir la norma.
Así, las predicciones se tornan más pesimistas y apuntan a que saldremos de esta crisis de forma similar a como lo hicimos de la de 2008: con más precariedad, más desigualdad y con más riqueza concentrada en menos manos -además de las muertes de aquellos que no puedan ser atendidos por una sanidad pública desbordada-.


No es lo mismo que te quedes en casa por responsabilidad social, a que lo hagas porque te lo impone el Estado -utilizando el monopolio de la violencia y su aparato de control- sin ninguna racionalidad, sin excepción, aplicando la misma ley en cualquier lugar y circunstancia... Asumiendo que todos somos menores de edad y no podemos tomar una actitud responsable sino es bajo la amenaza del castigo.
No es lo mismo trabajar desde casa porque es lo que tú has elegido, a verte obligado a hacerlo a marchas forzadas, sin disponer de un espacio, sin la infraestructura empresarial necesaria... Muchos de los que se han visto obligados a hacerlo, se encuentran todo el día empantanados con el trabajo y no consigue desacoplarlo de su vida privada.
Con las medidas autoritarias pasa un poco lo mismo: al final uno no sabe si se está protegiendo contra el virus o, simplemente, siendo disciplinado. Y, en el hogar, se funde todo en una densa amalgama de trabajo, vida privada, hipocondría y observancia de la ley.

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Desde el confinamiento de mi ventana. Herrera del Duque - 16 de Marzo, 2020

Por las calles del pueblo patrullaba el coche de la guardia civil, proyectando un pandémico mensaje a todos los vecinos. Se trataba de un audio pregrabado -con voz robótica- que se repetía una y otra vez:
-Se ruega a todos los vecinos que se encuentren en la calle, sin causa justificada, que vuelvan a sus hogares. Nos encontramos en un estado de alarma...
Estaba nublado, hacía un aire bastante desagradable. Las calles estaban desiertas -en esas circunstancias siempre suelen estarlo-. Algunos se asomaban al balcón y las ventanas para ver qué pasaba... No pasaba nada, solo el coche de la guardia civil, solo. Bajo un cielo gris que hacía aún más deprimente su color verde oscuro y más fantasmagóricas las luces azules de emergencia.

Desde luego, la imagen distópica no tenía nada que ver con las grandes ciudades futuristas a que nos tiene acostumbrados el cine, en películas como Blade Runner, 12 monos, Matrix, Soy leyenda...



viernes, 13 de marzo de 2020

Narraciones. De procesiones, urbes y coronavirus

Estaba tomando unas cañas con amigos. Que resulta forman parte de una de las cofradías del pueblo -esa clase de gente que, en Semana Santa, saca de las iglesias imágenes de vírgenes y cristos y las pasea solemnemente por las calles del pueblo-.
Eso es todo lo que yo sé de las cofradías. No es algo que nunca me haya interesado, aunque algunas veces sí que me paso a ver las procesiones. Resultan un espectáculo curioso, como de otra época, con música, autoridades... Y una oportunidad de encuentro con los forasteros que visitan el pueblo en esas fechas.

Pero para los cofrades es algo más serio. Después de todo, son un grupo de gente variopinta que debe planificar una actividad para exhibirla ante todos los vecinos del pueblo. Y, claro, tienen que organizarse.
Las calles del pueblo periódicamente se adecentan, reparan y someten a obras. Así que, una de las cosas que deben discutir y fijar es el recorrido de las procesiones para ese año.
Supongo que al montar un espectáculo así, lo que se pretende es contar una historia. En principio, la historia de Cristo en sus últimas semanas de vida. Pero la historia de Jesús ha sido siempre polémica. Hay quien la cuenta de forma rimbombante desde el Vaticano y, otros, de forma mucho más austera desde las parroquias a pie de calle. Por poner dos ejemplos enfrentados -que hay muchos más, porque durante dos milenios da tiempo a construir muchos relatos sobre su obra y vida-.

Así que, elegir las calles no debe ser tema trivial. No se cuenta lo mismo pasando con penurias por una calle estrecha y mal iluminada que haciéndolo por una amplia avenida, con chorritos, terrazas y luces de colores. Si a todo eso le sumas intereses personales, partidistas, piques con otras cofradías... ¡Menudo cirio!


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Zootopia es una película de animación destinada al público infantil.
La verdad que la imagen y la animación están muy, muy cuidados. Los colores y los movimientos de los personajes te encandilan desde el minuto uno.
Así que, se ha convertido en una de las películas favoritas de la mayor de mis hijas.


La historia también te atrapa, está llena de intrigas, pequeñas historias anidadas, saltos en el tiempo... Pero, para mí, tiene ciertos aspectos que no me gustan en absoluto:

El hilo conductor de la película es el deseo decidido de una conejita por convertirse en policía.
Con el montón de profesiones que existen en el mundo tienes que hacer que la protagonista de la historia sea policía??!!
Además, tratándose de una película que se llama "Zootopia" -aludiendo a "utopía"-, resulta difícil imaginar que sea necesaria la existencia de policía. Porque la policía no deja de ser una herramienta de control sobre cierta parte de la población, para que no se le ocurra perpetrar actos que atenten contra "los buenos" (los propietarios). En el fondo, una herramienta para sostener y defender los privilegios de unos pocos sobre el resto. Si fuera una sociedad realmente utópica, de iguales, basada en la racionalidad y el bien común ¿Por qué iba a ser necesaria la policía?

Otro de los pilares fundamentales en los que se asienta la película es que los animales han dejado de ser salvajes y viven en armonía en una gran ciudad, Zootrópolis  -el nombre que toma la película en España-. Herbívoros y depredadores han dejado de lado sus instintos naturales y sus actos son guiados por la más absoluta racionalidad -como si fueran humanos-. Pero la ciudad que describen no es diferente de una jungla: asentada en la desigualdad de barrios ricos, pobres, guetos... donde todos compiten contra todos. Una estructura imposible de sostener sin que unas reducidas élites se ocupen de administrar el poder. Es decir, una urbe donde el deseo, el instinto, el sadismo... en fin, lo irracional, dan forma a la sociedad.


Así que "Zootrópolis" me parece un título mucho más apropiado que "Zootopía". Porque no deja de ser una metrópolis, como las que conocemos hoy día, donde los habitantes son animales, en lugar de humanos.

También tiene algunos aspectos positivos.
No quiero hacer spoiler de la película, así que no voy a desvelar detalles relevantes del argumento. En cierto momento de la trama, surge la polémica de que los depredadores pueden llegar a ser peligrosos, y acaban siendo víctimas de cierto prejuicio social -no deja de ser un ingenioso giro que los depredadores sean víctima de los prejuicios de los herbívoros-. Un prejuicio que además surge, y es alentado, desde las autoridades y los aparatos de control de esa misma sociedad. Un tema de candente actualidad en nuestras sociedades occidentales, donde la precariedad, el individualismo y el estado de constante alerta hacen que surjan brotes xenófobos y racistas, al mínimo atisbo de cambio.
Y este aspecto, junto con el hecho de que la protagonista sea de género femenino, y no esté estereotipada como sexo débil, es lo más remarcable de la película.

Por lo demás, no deja ser una apología del orden establecido, de la vida en mega urbes como el culmen de la evolución, de la meritocracia individualista como esa idea de que con tu propio esfuerzo puedes llegar a ser lo que te propongas... Lo que viene siendo propaganda del estilo de vida americano. Un estilo de vida dañino para el planeta y la mayoría de la población.


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Cuando se cuenta una historia se hace siempre desde una determinada posición, y con unos determinados fines. Por ejemplo, las historias de las guerras las cuentan siempre los vencedores, con la intención de legitimar la victoria -también en un plano teórico-.
La historia de Jesús la contaron sus discípulos, no porque quisieran joder a la humanidad padeciendo mil miserias en la tierra, sino porque creían realmente que encontrarían recompensa en el reino de los cielos.

Hay muchas películas como Zootrópolis, producidas en EEUU por grandes compañías, que invierten enormes sumas de dinero en su producción, y recaudan beneficios aún mayores. El capital anda siempre en esas: queriendo justificarse y reproducirse, buscando difundir -como los discípulos de Jesús- su doctrina. Y lo envuelven todo en esos envases tan coloridos y atrayentes que nos deslumbran y nos hacen olvidar todo lo demás.


Solo con cierta distancia -situándonos en las fronteras- podemos tomar consciencia de nuestra posición y los fines que perseguimos. Solo así conseguimos ver que esas historias las cuentan otros y las cuentan contra nosotros. Historias que, además, se aprovecha para difundir en los momentos que somos menos críticos: en la infancia, durante el ocio...

Ahora ha surgido una pandemia de coronavirus. Un virus nuevo que, aunque no tiene consecuencias graves en individuos saludables, se extiende con gran rapidez por todo el mundo.
Y la amenaza de la enfermedad ha hecho que nuestras posiciones cambien, y también nuestros fines. Aunque sólo sea durante las pocas semanas que dure el estado de alerta.

Al inicio de la pandemia hemos sido racistas con los chinos, los hemos ridiculizado y cuestionado sus métodos para contener el virus. Cuando la amenaza se ha ido acercando, hemos tomado consciencia de que no estábamos a salvo de nuestros propias aversiones irracionales. Y, por ello, hemos mirado con recelo a los que de forma imprudente se salían de los principales focos de infección -las ciudades- para desplazarse a los pueblos.

No paran de surgir voces que cuestionan nuestro actual modo de vida: hacinados en grandes metrópolis, con unos hábitos de consumo obsesivo/compulsivos -que se han llevado hasta el ridículo en el desabastecimiento de supermercados con las primeras alertas de infección- y unas formas de ocio y trabajo basadas en el desplazamiento rápido y continuo entre las diferentes urbes -que han transformado en unas pocas semanas una enfermedad local en una pandemia global-.

La amenaza del coronavirus ha conseguido que bajen los desplazamientos, el precio del petróleo y  las emisiones de CO2 -todo lo que no han conseguido años de continuos mensajes de concienciación verde-. Resulta que la solución no estaba tanto en cambiar los combustibles fósiles por energías renovables, como en bajar el ritmo, desacelerar, decrecer...
También se nos dice que la contención del virus puede estar más en olvidarnos de nuestra individualidad y ser cooperativos, responsables y respetuosos para con los demás, que en acatar ciegamente medidas que van de arriba hacia abajo. Que una sanidad pública que atienda a todos por igual es la única forma de contener una enfermedad que viaja en los mocos de gobernantes y CEOS y que afecta por igual a ricos, mujeres, niños, pobres...

De repente, el coronavirus ha puesto en jaque todos los principios del neoliberalismo. Lo ha dejado desnudo. Y ha cuestionado todos sus fundamentos: sí, el beneficio económico es sólo eso, no tiene que ver con la necesidad, y mucho menos con la responsabilidad.

Rodalies de Barcelona - Febrero 2020


jueves, 5 de marzo de 2020

Carnaval y contrapoder

En el pueblo se vive intensamente el carnaval. Mogollón de peña se pasa meses preparando disfraces: planteando ideas, coordinando equipos, trabajando en la elaboración... La gente se reúne en grupos para conseguir objetivos de lo más creativos, coloridos, divertidos... Nada que ver con las cosas horribles y grises que hacemos todos los días por dinero.

Sí, el carnaval es de lo más revolucionario.
Aquí, además de la faceta lúdico-festiva, ha tenido gran importancia la crítica al poder. Cuando era niño solía haber varias murgas y estudiantinas. Algunas de ellas con letras bastante corrosivas -de peor o mejor gusto-, que directamente apuntaban a los que ocupaban cargos de poder en el pueblo, la comunidad, el país...

En las zonas rurales no tenemos periódicos o medios de comunicación que puedan ser críticos con los poderes públicos. No es que no exista libertad de expresión, cada uno puede decir lo que buenamente le parezca. Pero alcanzar verdadera difusión, organizar, sistematizar... requiere de cierta inversión. Sólo así la crítica resulta efectiva y puede afectar las decisiones de quienes ocupan cargos en las instituciones. Pero, normalmente, solo pueden realizar esa inversión los mismos que gobiernan -o los aspirantes a gobernar-.

Así, en España, tenemos periódicos que típicamente se consideran próximos a ciertos partidos políticos y que dedican sus titulares a ensalzar sus logros o bondades, a denigrar las acciones del resto de contrincantes, o simplemente a dar relevancia a las noticias que avalan los lemas electorales del partido. Vamos que, a nivel nacional, está completamente normalizado que exista una cierta lucha sucia por el poder. Y no tiene sentido ser crítico con dicho poder si no aspiras a acapararlo tú mismo.

En los pueblos, al menos en el mío, el poder político se ejerce de forma monolítica por un único partido. Así que, cualquier publicación en medios locales, o en redes sociales, acaba siendo mera propaganda de las acciones que se realizan desde las instituciones -o que cuentan con el beneplácito de estas-. Así, pareciera que todo está bien en el mejor de los mundos posibles. Y, ese parecer, sería indiscutible si no tuviéramos el Carnaval... y las murgas.

Ahora sólo queda una murga en el pueblo... Una única murga, un único partido, un único periódico... Resulta curioso como, frente a la existencia de una enorme multiplicidad de organismos e instituciones encargadas de administrar y gestionar el territorio y sus gentes -ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones, autonomías...- existen apenas unas pocas opciones políticas para acceder a su control. Como si no existiese conflictividad, como si todos estuviéramos de acuerdo con la estructura organizativa de nuestras instituciones, o con los eventos, actividades y sectores que se priorizan.
-Todo está bien como está y los gobernantes sólo deben hacer bien su trabajo y gestionar los recursos sin robar. -Nos decimos (quizá con razón), porque la política de partidos parece completamente encorsetada en la estructura de las instituciones.

Así que, el tema de la única murga del pueblo acaba siendo algo muy esperado. Una recopilación de los chascarrillos que los hombres han ido comentando en los bares. Acompañado con música y cantado con la intención de hacer reír a los vecinos -a costa de ridiculizar las acciones y la figura de los gobernantes-. Lo que se hace de forma profusa durante todo el año en pequeños corrillos abandona la clandestinidad y trasciende a la esfera pública en el Carnaval.

Así que, cantar en la murga se ha convertido en un oficio de riesgo. Porque para que tenga gracia debe caricaturizar el poder, presionar los límites, jugar con la ironía, generar controversia, rozar el mal gusto, lo inmoral... Todas esas cosas que  a los poderes no les hacen nada de gracia, porque minan su popularidad -y, en nuestras democracias representativas, el gobierno se gana con popularidad-.

En los pueblos, todos proyectamos una imagen en el resto de vecinos -por tenue, borrosa y desfigurada que sea-. El Carnaval también sirve para eso: para conocer qué imagen pública proyectas. Los que ostentan el poder y controlan los fondos públicos tienen medios y oportunidades para que su imagen sea acorde a sus intereses. Pueden pagar medios de difusión e, incluso, atraerse ciertos sectores de la sociedad que les puedan resultar estratégicos -no hace falta recurrir a ninguna ilegalidad: sólo el agilizar o ralentizar trámites burocráticos resulta una medida potenciadora o disuasoria suficiente-.

Así que, nadie quiere tener el poder en contra. Y las murgas van desapareciendo. Quedan como pequeños reductos de contrapoder, como células antisistema que sólo quieren reír y beber mientras todo arde alrededor.
Si existe un mundo mejor, que se pueda construir después del incendio, es algo que la resaca y el quehacer diario no nos van a dejar descubrir.

Todo muy carnavalesco, muy de la máscara. Unas fechas para convertirse en el Joker y dejar desnudo a Batman: ese pijo redomado y obsesionado con la ley y el orden -el orden establecido-.

Los Lolailos -la murga de Herrera del Duque- + el Joker. Carnaval 2020

miércoles, 19 de febrero de 2020

Arte y filosofía o barbarie

Muchas veces nos preguntamos por lo normal: ¿Qué es normal y qué no lo es? A veces nos respondemos que lo normal es lo común, lo de la mayoría... Por eso lo normal es ser hombre, de tez clara, trabajador, con cierto poder adquisitivo... Y ¡Ahí va la ostia! ¡Eso es bastante raro!
Pero más raro aún es que se exponga la obra de una mujer gitana en un gran museo nacional de arte contemporáneo. Que se le de voz a lo "freak", lo marginal, lo menospreciado... Para narrar la sinrazón que todos esos hombres "normales" provocaron durante la 2ª guerra mundial: masacrando metódicamente lo diferente en un afán estandarizador, matemático, saludable, eficiente... Que dejó a la sofisticada Europa en la más absoluta perplejidad.

Theodor Adorno decía que "escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie".
Pero quizá no se ha escrito suficiente poesía después de Auschwitz. Porque lo cierto es que seguimos levantando muros, hacinando refugiados, extendiendo vallas, alimentando guerras... Lo normativo sigue siendo agresivo contra lo común -lo diferente-. Y la poesía -el arte- se nos aparece como uno de los escasos restos del naufragio a los que asirse en el océano de la sinrazón.

Fotografía de una de las ilustraciones de Ceija Stojka. De la exposición "Esto ha pasado", en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid - 16 de febrero de 2020.

El domingo visité el Reina Sofía. Me encanta, siempre que tengo oportunidad... ¡Zas! Me cuelo dentro. Me parece uno de los mejores museos del planeta. La obra más importante expuesta allí es "El Guernica", de Picasso. El resto, son hilos tendidos desde y hacia esa pintura mural. La explicación de toda la barbarie del siglo XX narrada en clave de arte.

Uno de esos hilos es el de la exposición temporal de las obras de Ceija Stojka. Tenemos muy presente que los nazis exterminaban judíos, pero también gitanos... El contraste entre lo nómada y multicolor de las víctimas, frente a lo gris y anguloso de los verdugos -cuidadosamente mezclado con testimonios escritos por la artista-, convierten la exposición en un hito imposible de borrar de cualquier conciencia humana.

Fotografía de una de las pinturas de Ceija Stojka. De la exposición "Esto ha pasado", en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid - 16 de febrero de 2020.

Hace unos días tropecé con un documental donde se exponía la teoría de que hitler era un adicto a las drogas. Y que, de hecho, el uso de algún tipo de anfetaminas era muy común en los ejércitos de la época -jóvenes impetuosos, armados, orgullosos, eufóricos, prepotentes... y drogados-.
Pero no es que desde el documental se pretendiera justificar la atrocidad nazi alegando el atenuante de enajenación por drogadicción. Tomaban esas sustancias porque servían a sus fines: estar siempre alerta, siempre fuertes, siempre vivaces. Las drogas eran sólo un arma más. -Te sientes muy poderoso con tu Parabellum y tus pastillitas Pervitín ¡Ehh?? ¿Soldado!!


La droga no justifica nada -y el documental tampoco-. Pero el documental recoge datos e indicios, selecciona archivos, grabaciones... Y apunta al hecho del holocausto desde otro ángulo, desde otro punto de partida.
Y eso mismo hace el arte: escoger entre toda la amalgama caótica de sucesos, sensaciones, imágenes, sueños, ideales... Y ordenarlos en una estructura de trazos, colores, sonidos, palabras, formas... Que nos resulte inteligible e intuitiva.
El Reina Sofía va un paso más allá: selecciona de entre todas esas obras y construye un discurso. Un discurso que no tiene porqué coincidir con el que escuchamos en los medios de comunicación, o el de los libros de texto. Los hechos pueden ser los mismos, pero las formas -en que se nos presentan y los interpretamos- difieren.

No sólo el arte se encarga de construir estas narrativas marginales, de frontera. Existen otras disciplinas que llevan siglos ensayando explicaciones alternativas de la realidad. Más allá de la racionalidad matemática, científica, económica o religiosa que pueda imperar en un momento dado de la historia. Sí, la filosofía tiene muchas cosas en común con la poesía. Quizá utiliza otro lenguaje, más manejable por la razón que las intuiciones y las imágenes del arte pero, ambos, nos permiten sobrevolar ese plano de la realidad mecanicista que, de otro modo, nos ahogaría en el más absoluto determinismo.
Unamuno ya decía que "la filosofía se acuesta más a la poesía que a la ciencia" y lo han suscrito también otros autores, en un intento de remarcar las limitaciones del conocimiento científico -que se queda paralizado en lo real, en lo que es así y no puede ser de otra manera-.

Estos son los conceptos de arte y filosofía que nos interesan en este post: los que nos protegen contra la barbarie; los que están continuamente buscando los límites, cuestionando lo normal, lo establecido, imaginando nuevos caminos, retomando los abandonados, reinterpretando la realidad...
Sin su ayuda, resulta casi imposible determinar si matar judíos -o gitanos- está bien o mal, si es o no normal... Porque lo normal es sólo lo establecido, lo que ha sentado jurisprudencia, lo que el poder garantiza con violencia...

viernes, 7 de febrero de 2020

Ruralidad y barbarie: la militancia "política"

Aquí, en el pueblo, solemos decir que, en la organización de tal o cual evento, se ha generado mal rollo porque se ha "politizado" -o porque se ha mezclado la "política"-.
Y entrecomillo "política" porque no creo que en ese caso se esté hablando de política realmente -quizá solo en un sentido muy vago-.
Más bien, se trata de rencillas personales entre los que se adscriben a cada uno de los dos bloques antagónicos en torno a los que se vertebra la vida social en el pueblo: los conservadores -los que tradicionalmente han mirado con buenos ojos a terratenientes, nobles, militares o propietarios- Vs los "progres" -herederos de una cierta tradición burguesa progresista y liberal-.

Normalmente hablamos de derechas e izquierdas -que todos lo entendemos mejor-.
Se trata de un pueblo chico, en un terreno de montes, y, al final, la idea general que manejamos de terratenientes y burgueses es bastante limitada. Por terrateniente entendemos cualquier propietario de al menos una porción de tierra que permita mantener a toda una familia. Y la noción de burguesía progresista abarca desde funcionarios a propietarios de negocios, autónomos... o cualquier otro profesional que no dependa del campo para su subsistencia. Entre medias queda la inmensa mayoría de desposeídos: jornaleros, amas de casa, asalariados... Que están en situación de dependencia respecto de los otros grupos y que, por tanto, se identifican con uno u otro bando.

Independientemente de cuál sea la motivación para identificarse con derechas o izquierdas, no tiene nada que ver con las ideologías políticas -entendida la política como una serie de preceptos y normas para organizar la vida social, la economía, el trabajo y los medios de producción-.
En ocasiones, me sorprendo escuchando ideas neoliberales y racistas en boca de personas que se consideran de izquierdas de toda la vida.
En el sentido contrario también veo incongruencias similares: voxeros o peperos defendiendo ideas totalmente comunistas -cooperativas, intervención de mercados, protección del pequeño comercio...-
Al final, el sentirse parte de cada uno de los bloques, tiene más que ver con una cierta tradición familiar y con los mitos, poses y símbolos compartidos dentro de cada facción. Y, estos símbolos y mitos, están relacionados con la guerra civil y el franquismo: las derechas simpatizan con el relato del militar golpista benefactor de la nación y las izquierdas se oponen a él -al considerarlo un tirano opresor y asesino-.

-Fuuaaaa! Pero eso de franco hace ya mil años!
-Sí, pero el relato ha tenido continuidad. Por ejemplo, vox es un partido "moderno" de reciente creación, con gran cantidad de adeptos. Y, míralo, ahí: con sus ideas de una grande y libre, el racismo por bandera -los españoles primero- y hablando del consenso "progre" -a modo de libertinaje decadente y muera la inteligencia-. Además, con una serie de recetas absolutamente neoliberales en lo económico. Su ideario no dista mucho de las últimas décadas de dictadura franquista.

Y, bueno, la simbología y la mitología son importantes y entretenidas... Pero, a la hora de hacer política, lo que cuenta son los planes económicos y organizativos -Programa, programa, programa. - Que diría Anguita-.
Y, la verdad, ambos bloques manejan planes y programas similares. De ahí que, al inicio de este post, los presentase como bloques procedentes de los propietarios de la tierra y la burguesía, respectivamente. Porque no parece que fueran a defender ideas políticas muy diferentes unos de otros. Ya que, hoy día, podríamos considerar poco relevante la diferenciación entre propietarios y burgueses, al estar ambos grupos implicados y comprometidos con el desarrollo capitalista -insertos en una sociedad en la que el terreno, sus frutos y recursos se han convertido en una mercancía como cualquier otra-.

Así que, las ideas "políticas" de ambos bloques, pasan por una suerte de desarrollismo. Con unas prioridades de amplio consenso entre los vecinos de la localidad: mantener el pueblo vivo -lucha contra la despoblación-, conservación y mejora de los servicios básicos e infraestructuras, atraer inversión...
Las mayores disputas vienen por quién ha de llevar a cabo esos planes de desarrollo. Que, en el fondo, no es más que una pugna por dirimir quién se hace con el poder y el control de las instituciones.

Así que, los que se adscriben públicamente a cada uno de los bloques, acaban convertidos en militantes "políticos". Y deben defender las actuaciones y discursos de sus líderes, a la vez que atacar al contrario, independientemente de cualquier razón. Porque no hay una ideología política que sustente cada bloque. No hay razón... Solo barbarie... Y la esperanza de que los que accedan al poder recompensen a los militantes con puestos de trabajo -servidumbre-.

Auto de Fe de la Santa Inquisición en la plaza de Llerena - Foto de la maqueta expuesta en el Museo de la Historia de Llerena

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Mi padre no es originario de este pueblo y suele contar que, cuando llegó, le sorprendió que hubiese tan poca gente que viviese de sus propias tierras. Que de donde él venía (La Mancha), había quién tenía más y quien tenía menos, pero la mayoría podía vivir de lo suyo.
En Extremadura hemos padecido durante siglos el problema del latifundismo. Supongo que eso forja un carácter especial. Un carácter que normaliza la existencia de dominantes y dominados, propietarios y aparceros, gobernantes y gobernados... Quizá por eso, más que en otros lugares, cuesta superar el bipartidismo. Quizá por eso, aquí, más que en cualquier otro sitio, siempre pareció extremadamente útopica y lejana una emancipación de la población. Una emancipación que la hiciera dueña de su propio destino y que acabara con las luchas de poder -un poder que, por fin, se encontraría distribuido entre todos por igual-.
Claro que, ese imaginario de emancipación, ya hace tiempo que se disipó del conjunto de la sociedad, en favor de una cierta idea de poder participativo -democrático-.