sábado, 21 de marzo de 2020

Del estado de alarma al giro autoritario

Ante la emergencia sanitaria creada por el COVID-19, se han tomado un montón de medidas de control y vigilancia sobre los cuerpos de los habitantes: confinamiento en casa, limitaciones en los desplazamientos, distanciamiento entre individuos... 
No obstante, el primer país en afrontar el virus fue China -que tiene fama en occidente de ser un tanto totalitario-. Y, claro, su modelo se ha tomado como referente -ya que ha resultado exitoso-.

Llevamos ya unos años en que el mundo occidental mira con cierta admiración al gigante asiático: su crecimiento económico, sus métodos para afrontar crisis medioambientales, sus avances tecnológicos... En fin, su modelo capitalista apoyado con mano firme desde un estado fuerte.

Y no es sólo China, también Rusia es alabada por la contundencia de su presidente -que lleva ya más de 20 años en el poder-.
En general, la mayoría de las grandes potencias internacionales, parecen haber sufrido un giro autoritario en sus gobiernos -hombres duros, preocupados por los negocios, la seguridad y el control de la población-: Bolsonaro en Brasil, Trump en EEUU...

En la vieja Europa empiezan a tomar relevancia los partidos denominados de "extrema derecha". Con programas políticos muy en sintonía con el giro autoritario: control de la población -inmigrantes-, relevancia de la policía y los ejércitos y, por supuesto, un liberalismo absoluto en el plano económico.
Aunque luego resulte que eso de la libre competencia está muy bien para aplicárselo a la población general, pero no tanto para las grandes empresas que compiten en los mercados internacionales. Todo el aparato del Estado parece estar puesto a su servicio -entre todos hemos de sostener a estas empresas y grupos financieros, expandirlos y mantener sus condiciones de posibilidad: mano de obra, seguridad, comunicaciones, formación...-
Ya existen muchos ejemplos que han sido noticia: China apoyando los intereses de Huawey, EEUU los de Google...

Parece haber grandes bloques económicos que compiten en el tablero global y, para seguir en el juego, necesitan del control de los cuerpos de sus habitantes. Y, digo los cuerpos, porque las mentes -sus opiniones y los temas que las mantienen ocupadas- ya parecen estar absolutamente bajo control -logrado a través de la educación universal, los medios de comunicación de masas, redes sociales, publicidad...-
Se tolera la disidencia porque, aunque pueda resultar molesta a ciertos sectores del poder, resulta inocua ante la tendencia general.

El control de los cuerpos resulta más complicado: necesita otros cuerpos para saber dónde se encuentran y forzarlos a moverse en una u otra dirección. Pero los avances de ciertas tecnologías están permitiendo un control más fino. Ese es el caso de la explosión de uso de los smartphones -herramientas absolutas que utilizamos para informarnos, relacionarnos con nuestros seres cercanos, orientarnos en los viajes, contar nuestros pasos, medir el ritmo cardíaco, trabajar...- y que van expandiendo sus posibilidades de control con los avances en biometría, reconocimiento facial... Dejando la toma de huellas dactilares y el uso de cámaras de video vigilancia como herramientas rudimentarias, incapaces de competir con los datos masivos alimentados desde cualquiera de los dispositivos electrónicos con los que nos comunicamos a través de la red.

Los empresas que operan en los mercados necesitan información fiable, necesitan conocer nuestros gustos, intereses... A su vez, los estados deben garantizar la seguridad y estabilidad de los mercados. Así que, mercados y estados, aúnan intereses para mantener y actualizar las estadísticas de vigilancia y control, para conseguir que sus campañas sean efectivas y, en última instancia, incrementar sus beneficios económicos y tasas de poder.

Imagen extraída de https://www.arteinformado.com/galeria/tetsuya-ishida/prisionero-28796


El coronavirus parece que ha venido para ahondar en estas formas de control. En un breve espacio de tiempo hemos pasado de reírnos de los chinos y la "gripe" que los tenía paralizados, a estar nosotros mismos atemorizados y encerrados en nuestras casas.
En los primeros momentos, se plantearon una serie de medidas que apelaban a nuestra propia consciencia y responsabilidad para, a los pocos días -aprovechando el estado de pánico generado desde las autoridades sanitarias, y elevado a su máxima potencia por los medios de comunicación-, afianzar esas medidas con sanciones y control policial.

Para reforzar la idea de que tenemos una Europa fuerte y unida, se exhibe a España e Italia como trofeos: dos países de pandereta, sangría, sol, pizza, playa... que han sido capaces de materializar medidas tan drásticas como recluir toda su población en casa y reducir los transportes y la actividad económica a mínimos imposibles de imaginar por el más optimista de los ecologistas en la lucha contra el cambio climático.

Pareciera que, con el coronavirus, hemos encontrado nuestra fuente de placer fascista definitiva. Disfrutamos del sadismo que todos podemos ejercer en cualquiera de nuestros roles sociales: desde vecinos denunciando a otros por salir de casa -de forma "irresponsable"-, a ayuntamientos y organismos que deciden aplicar normas sancionadoras para los que sacan demasiado a pasear al perro, o van muchas veces a comprar, pasando por empresas y organismos que pretenden inocular el trabajo a distancia para mantener la misma productividad. El autoritarismo no es solo una cuestión de Estado sino que se sustenta sobre todas las capas de la sociedad.

Yo vivo esta situación desde un pueblo chico, en el que ha habido un único caso de coronavirus. Pero las medidas que se aplican son las mismas que en Madrid -una mega urbe de 6 millones de habitantes, conviviendo todos juntitos en un espacio muy reducido-.
Y, la verdad... Flipo con algunas de las medidas: no salir a pasear o hacer deporte al campo -ni solo, ni acompañado-, no desplazarse a las casas de campo... Como si saliendo al campo fueras a encontrarte con miles de personas -igual que cuando vas al retiro o al parque con los niños-.
Y, es tanto el nivel de paranoia, que la gente incluso aplaude estas medidas, y le importaría poco que hubiera un francotirador apostado en tu puerta dispuesto a dispararte en cuanto asomaras la cabeza... No sé, me parece muy loco todo esto.

Hemos pasado de la sobreinformación en medidas para evitar el contagio, a un estado de las cosas en el que parece que con solo salir a la calle estás arriesgando tu vida y la de toda la humanidad.
Ya no se trata de prevenir el contagio, sino de cumplir las normas dictadas desde arriba. Y el discurso ha pasado del: lavarse mucho las manos, llevar mascarilla y evitar contacto humano; a: ser disciplinados y obedecer -todo ello acompañado de infinidad de símiles bélicos y militares: esto es una lucha de todos contra el virus, debemos estar unidos, no podemos permitirnos bajas por la irresponsabilidad de unos pocos-.


Los primeros días, circulaban algunas visiones optimista de esta crisis, quizá alentadas por los comentarios, noticias y comunicados que apelaban a la responsabilidad, el apoyo y los cuidados mutuos, para conseguir contener un virus que nos afecta a todos por igual -hombre o mujer, rica o pobre-. Un optimismo que abogaba por una toma de consciencia de lo importante que resulta una sanidad pública para todos, y que veía en los parones de los primeros días -cuando muchos negocios cerraron de forma voluntaria- una forma poderosa de colaboración entre iguales.
Pero lo cierto es que la crisis ha tomado tintes cada vez más totalitarios. Algunos desafían la autoridad escapando de las ciudades para ir a sus segundas residencias -Colapso en las carreteras de Madrid, Barcelona y València pese a las restricciones de tráfico-. Y, otros, la secundan pidiendo multas y mano dura contra todos los que se atreven a infringir la norma.
Así, las predicciones se tornan más pesimistas y apuntan a que saldremos de esta crisis de forma similar a como lo hicimos de la de 2008: con más precariedad, más desigualdad y con más riqueza concentrada en menos manos -además de las muertes de aquellos que no puedan ser atendidos por una sanidad pública desbordada-.


No es lo mismo que te quedes en casa por responsabilidad social, a que lo hagas porque te lo impone el Estado -utilizando el monopolio de la violencia y su aparato de control- sin ninguna racionalidad, sin excepción, aplicando la misma ley en cualquier lugar y circunstancia... Asumiendo que todos somos menores de edad y no podemos tomar una actitud responsable sino es bajo la amenaza del castigo.
No es lo mismo trabajar desde casa porque es lo que tú has elegido, a verte obligado a hacerlo a marchas forzadas, sin disponer de un espacio, sin la infraestructura empresarial necesaria... Muchos de los que se han visto obligados a hacerlo, se encuentran todo el día empantanados con el trabajo y no consigue desacoplarlo de su vida privada.
Con las medidas autoritarias pasa un poco lo mismo: al final uno no sabe si se está protegiendo contra el virus o, simplemente, siendo disciplinado. Y, en el hogar, se funde todo en una densa amalgama de trabajo, vida privada, hipocondría y observancia de la ley.

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Desde el confinamiento de mi ventana. Herrera del Duque - 16 de Marzo, 2020

Por las calles del pueblo patrullaba el coche de la guardia civil, proyectando un pandémico mensaje a todos los vecinos. Se trataba de un audio pregrabado -con voz robótica- que se repetía una y otra vez:
-Se ruega a todos los vecinos que se encuentren en la calle, sin causa justificada, que vuelvan a sus hogares. Nos encontramos en un estado de alarma...
Estaba nublado, hacía un aire bastante desagradable. Las calles estaban desiertas -en esas circunstancias siempre suelen estarlo-. Algunos se asomaban al balcón y las ventanas para ver qué pasaba... No pasaba nada, solo el coche de la guardia civil, solo. Bajo un cielo gris que hacía aún más deprimente su color verde oscuro y más fantasmagóricas las luces azules de emergencia.

Desde luego, la imagen distópica no tenía nada que ver con las grandes ciudades futuristas a que nos tiene acostumbrados el cine, en películas como Blade Runner, 12 monos, Matrix, Soy leyenda...



viernes, 13 de marzo de 2020

Narraciones. De procesiones, urbes y coronavirus

Estaba tomando unas cañas con amigos. Que resulta forman parte de una de las cofradías del pueblo -esa clase de gente que, en Semana Santa, saca de las iglesias imágenes de vírgenes y cristos y las pasea solemnemente por las calles del pueblo-.
Eso es todo lo que yo sé de las cofradías. No es algo que nunca me haya interesado, aunque algunas veces sí que me paso a ver las procesiones. Resultan un espectáculo curioso, como de otra época, con música, autoridades... Y una oportunidad de encuentro con los forasteros que visitan el pueblo en esas fechas.

Pero para los cofrades es algo más serio. Después de todo, son un grupo de gente variopinta que debe planificar una actividad para exhibirla ante todos los vecinos del pueblo. Y, claro, tienen que organizarse.
Las calles del pueblo periódicamente se adecentan, reparan y someten a obras. Así que, una de las cosas que deben discutir y fijar es el recorrido de las procesiones para ese año.
Supongo que al montar un espectáculo así, lo que se pretende es contar una historia. En principio, la historia de Cristo en sus últimas semanas de vida. Pero la historia de Jesús ha sido siempre polémica. Hay quien la cuenta de forma rimbombante desde el Vaticano y, otros, de forma mucho más austera desde las parroquias a pie de calle. Por poner dos ejemplos enfrentados -que hay muchos más, porque durante dos milenios da tiempo a construir muchos relatos sobre su obra y vida-.

Así que, elegir las calles no debe ser tema trivial. No se cuenta lo mismo pasando con penurias por una calle estrecha y mal iluminada que haciéndolo por una amplia avenida, con chorritos, terrazas y luces de colores. Si a todo eso le sumas intereses personales, partidistas, piques con otras cofradías... ¡Menudo cirio!


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Zootopia es una película de animación destinada al público infantil.
La verdad que la imagen y la animación están muy, muy cuidados. Los colores y los movimientos de los personajes te encandilan desde el minuto uno.
Así que, se ha convertido en una de las películas favoritas de la mayor de mis hijas.


La historia también te atrapa, está llena de intrigas, pequeñas historias anidadas, saltos en el tiempo... Pero, para mí, tiene ciertos aspectos que no me gustan en absoluto:

El hilo conductor de la película es el deseo decidido de una conejita por convertirse en policía.
Con el montón de profesiones que existen en el mundo tienes que hacer que la protagonista de la historia sea policía??!!
Además, tratándose de una película que se llama "Zootopia" -aludiendo a "utopía"-, resulta difícil imaginar que sea necesaria la existencia de policía. Porque la policía no deja de ser una herramienta de control sobre cierta parte de la población, para que no se le ocurra perpetrar actos que atenten contra "los buenos" (los propietarios). En el fondo, una herramienta para sostener y defender los privilegios de unos pocos sobre el resto. Si fuera una sociedad realmente utópica, de iguales, basada en la racionalidad y el bien común ¿Por qué iba a ser necesaria la policía?

Otro de los pilares fundamentales en los que se asienta la película es que los animales han dejado de ser salvajes y viven en armonía en una gran ciudad, Zootrópolis  -el nombre que toma la película en España-. Herbívoros y depredadores han dejado de lado sus instintos naturales y sus actos son guiados por la más absoluta racionalidad -como si fueran humanos-. Pero la ciudad que describen no es diferente de una jungla: asentada en la desigualdad de barrios ricos, pobres, guetos... donde todos compiten contra todos. Una estructura imposible de sostener sin que unas reducidas élites se ocupen de administrar el poder. Es decir, una urbe donde el deseo, el instinto, el sadismo... en fin, lo irracional, dan forma a la sociedad.


Así que "Zootrópolis" me parece un título mucho más apropiado que "Zootopía". Porque no deja de ser una metrópolis, como las que conocemos hoy día, donde los habitantes son animales, en lugar de humanos.

También tiene algunos aspectos positivos.
No quiero hacer spoiler de la película, así que no voy a desvelar detalles relevantes del argumento. En cierto momento de la trama, surge la polémica de que los depredadores pueden llegar a ser peligrosos, y acaban siendo víctimas de cierto prejuicio social -no deja de ser un ingenioso giro que los depredadores sean víctima de los prejuicios de los herbívoros-. Un prejuicio que además surge, y es alentado, desde las autoridades y los aparatos de control de esa misma sociedad. Un tema de candente actualidad en nuestras sociedades occidentales, donde la precariedad, el individualismo y el estado de constante alerta hacen que surjan brotes xenófobos y racistas, al mínimo atisbo de cambio.
Y este aspecto, junto con el hecho de que la protagonista sea de género femenino, y no esté estereotipada como sexo débil, es lo más remarcable de la película.

Por lo demás, no deja ser una apología del orden establecido, de la vida en mega urbes como el culmen de la evolución, de la meritocracia individualista como esa idea de que con tu propio esfuerzo puedes llegar a ser lo que te propongas... Lo que viene siendo propaganda del estilo de vida americano. Un estilo de vida dañino para el planeta y la mayoría de la población.


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Cuando se cuenta una historia se hace siempre desde una determinada posición, y con unos determinados fines. Por ejemplo, las historias de las guerras las cuentan siempre los vencedores, con la intención de legitimar la victoria -también en un plano teórico-.
La historia de Jesús la contaron sus discípulos, no porque quisieran joder a la humanidad padeciendo mil miserias en la tierra, sino porque creían realmente que encontrarían recompensa en el reino de los cielos.

Hay muchas películas como Zootrópolis, producidas en EEUU por grandes compañías, que invierten enormes sumas de dinero en su producción, y recaudan beneficios aún mayores. El capital anda siempre en esas: queriendo justificarse y reproducirse, buscando difundir -como los discípulos de Jesús- su doctrina. Y lo envuelven todo en esos envases tan coloridos y atrayentes que nos deslumbran y nos hacen olvidar todo lo demás.


Solo con cierta distancia -situándonos en las fronteras- podemos tomar consciencia de nuestra posición y los fines que perseguimos. Solo así conseguimos ver que esas historias las cuentan otros y las cuentan contra nosotros. Historias que, además, se aprovecha para difundir en los momentos que somos menos críticos: en la infancia, durante el ocio...

Ahora ha surgido una pandemia de coronavirus. Un virus nuevo que, aunque no tiene consecuencias graves en individuos saludables, se extiende con gran rapidez por todo el mundo.
Y la amenaza de la enfermedad ha hecho que nuestras posiciones cambien, y también nuestros fines. Aunque sólo sea durante las pocas semanas que dure el estado de alerta.

Al inicio de la pandemia hemos sido racistas con los chinos, los hemos ridiculizado y cuestionado sus métodos para contener el virus. Cuando la amenaza se ha ido acercando, hemos tomado consciencia de que no estábamos a salvo de nuestros propias aversiones irracionales. Y, por ello, hemos mirado con recelo a los que de forma imprudente se salían de los principales focos de infección -las ciudades- para desplazarse a los pueblos.

No paran de surgir voces que cuestionan nuestro actual modo de vida: hacinados en grandes metrópolis, con unos hábitos de consumo obsesivo/compulsivos -que se han llevado hasta el ridículo en el desabastecimiento de supermercados con las primeras alertas de infección- y unas formas de ocio y trabajo basadas en el desplazamiento rápido y continuo entre las diferentes urbes -que han transformado en unas pocas semanas una enfermedad local en una pandemia global-.

La amenaza del coronavirus ha conseguido que bajen los desplazamientos, el precio del petróleo y  las emisiones de CO2 -todo lo que no han conseguido años de continuos mensajes de concienciación verde-. Resulta que la solución no estaba tanto en cambiar los combustibles fósiles por energías renovables, como en bajar el ritmo, desacelerar, decrecer...
También se nos dice que la contención del virus puede estar más en olvidarnos de nuestra individualidad y ser cooperativos, responsables y respetuosos para con los demás, que en acatar ciegamente medidas que van de arriba hacia abajo. Que una sanidad pública que atienda a todos por igual es la única forma de contener una enfermedad que viaja en los mocos de gobernantes y CEOS y que afecta por igual a ricos, mujeres, niños, pobres...

De repente, el coronavirus ha puesto en jaque todos los principios del neoliberalismo. Lo ha dejado desnudo. Y ha cuestionado todos sus fundamentos: sí, el beneficio económico es sólo eso, no tiene que ver con la necesidad, y mucho menos con la responsabilidad.

Rodalies de Barcelona - Febrero 2020


jueves, 5 de marzo de 2020

Carnaval y contrapoder

En el pueblo se vive intensamente el carnaval. Mogollón de peña se pasa meses preparando disfraces: planteando ideas, coordinando equipos, trabajando en la elaboración... La gente se reúne en grupos para conseguir objetivos de lo más creativos, coloridos, divertidos... Nada que ver con las cosas horribles y grises que hacemos todos los días por dinero.

Sí, el carnaval es de lo más revolucionario.
Aquí, además de la faceta lúdico-festiva, ha tenido gran importancia la crítica al poder. Cuando era niño solía haber varias murgas y estudiantinas. Algunas de ellas con letras bastante corrosivas -de peor o mejor gusto-, que directamente apuntaban a los que ocupaban cargos de poder en el pueblo, la comunidad, el país...

En las zonas rurales no tenemos periódicos o medios de comunicación que puedan ser críticos con los poderes públicos. No es que no exista libertad de expresión, cada uno puede decir lo que buenamente le parezca. Pero alcanzar verdadera difusión, organizar, sistematizar... requiere de cierta inversión. Sólo así la crítica resulta efectiva y puede afectar las decisiones de quienes ocupan cargos en las instituciones. Pero, normalmente, solo pueden realizar esa inversión los mismos que gobiernan -o los aspirantes a gobernar-.

Así, en España, tenemos periódicos que típicamente se consideran próximos a ciertos partidos políticos y que dedican sus titulares a ensalzar sus logros o bondades, a denigrar las acciones del resto de contrincantes, o simplemente a dar relevancia a las noticias que avalan los lemas electorales del partido. Vamos que, a nivel nacional, está completamente normalizado que exista una cierta lucha sucia por el poder. Y no tiene sentido ser crítico con dicho poder si no aspiras a acapararlo tú mismo.

En los pueblos, al menos en el mío, el poder político se ejerce de forma monolítica por un único partido. Así que, cualquier publicación en medios locales, o en redes sociales, acaba siendo mera propaganda de las acciones que se realizan desde las instituciones -o que cuentan con el beneplácito de estas-. Así, pareciera que todo está bien en el mejor de los mundos posibles. Y, ese parecer, sería indiscutible si no tuviéramos el Carnaval... y las murgas.

Ahora sólo queda una murga en el pueblo... Una única murga, un único partido, un único periódico... Resulta curioso como, frente a la existencia de una enorme multiplicidad de organismos e instituciones encargadas de administrar y gestionar el territorio y sus gentes -ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones, autonomías...- existen apenas unas pocas opciones políticas para acceder a su control. Como si no existiese conflictividad, como si todos estuviéramos de acuerdo con la estructura organizativa de nuestras instituciones, o con los eventos, actividades y sectores que se priorizan.
-Todo está bien como está y los gobernantes sólo deben hacer bien su trabajo y gestionar los recursos sin robar. -Nos decimos (quizá con razón), porque la política de partidos parece completamente encorsetada en la estructura de las instituciones.

Así que, el tema de la única murga del pueblo acaba siendo algo muy esperado. Una recopilación de los chascarrillos que los hombres han ido comentando en los bares. Acompañado con música y cantado con la intención de hacer reír a los vecinos -a costa de ridiculizar las acciones y la figura de los gobernantes-. Lo que se hace de forma profusa durante todo el año en pequeños corrillos abandona la clandestinidad y trasciende a la esfera pública en el Carnaval.

Así que, cantar en la murga se ha convertido en un oficio de riesgo. Porque para que tenga gracia debe caricaturizar el poder, presionar los límites, jugar con la ironía, generar controversia, rozar el mal gusto, lo inmoral... Todas esas cosas que  a los poderes no les hacen nada de gracia, porque minan su popularidad -y, en nuestras democracias representativas, el gobierno se gana con popularidad-.

En los pueblos, todos proyectamos una imagen en el resto de vecinos -por tenue, borrosa y desfigurada que sea-. El Carnaval también sirve para eso: para conocer qué imagen pública proyectas. Los que ostentan el poder y controlan los fondos públicos tienen medios y oportunidades para que su imagen sea acorde a sus intereses. Pueden pagar medios de difusión e, incluso, atraerse ciertos sectores de la sociedad que les puedan resultar estratégicos -no hace falta recurrir a ninguna ilegalidad: sólo el agilizar o ralentizar trámites burocráticos resulta una medida potenciadora o disuasoria suficiente-.

Así que, nadie quiere tener el poder en contra. Y las murgas van desapareciendo. Quedan como pequeños reductos de contrapoder, como células antisistema que sólo quieren reír y beber mientras todo arde alrededor.
Si existe un mundo mejor, que se pueda construir después del incendio, es algo que la resaca y el quehacer diario no nos van a dejar descubrir.

Todo muy carnavalesco, muy de la máscara. Unas fechas para convertirse en el Joker y dejar desnudo a Batman: ese pijo redomado y obsesionado con la ley y el orden -el orden establecido-.

Los Lolailos -la murga de Herrera del Duque- + el Joker. Carnaval 2020

miércoles, 19 de febrero de 2020

Arte y filosofía o barbarie

Muchas veces nos preguntamos por lo normal: ¿Qué es normal y qué no lo es? A veces nos respondemos que lo normal es lo común, lo de la mayoría... Por eso lo normal es ser hombre, de tez clara, trabajador, con cierto poder adquisitivo... Y ¡Ahí va la ostia! ¡Eso es bastante raro!
Pero más raro aún es que se exponga la obra de una mujer gitana en un gran museo nacional de arte contemporáneo. Que se le de voz a lo "freak", lo marginal, lo menospreciado... Para narrar la sinrazón que todos esos hombres "normales" provocaron durante la 2ª guerra mundial: masacrando metódicamente lo diferente en un afán estandarizador, matemático, saludable, eficiente... Que dejó a la sofisticada Europa en la más absoluta perplejidad.

Theodor Adorno decía que "escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie".
Pero quizá no se ha escrito suficiente poesía después de Auschwitz. Porque lo cierto es que seguimos levantando muros, hacinando refugiados, extendiendo vallas, alimentando guerras... Lo normativo sigue siendo agresivo contra lo común -lo diferente-. Y la poesía -el arte- se nos aparece como uno de los escasos restos del naufragio a los que asirse en el océano de la sinrazón.

Fotografía de una de las ilustraciones de Ceija Stojka. De la exposición "Esto ha pasado", en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid - 16 de febrero de 2020.

El domingo visité el Reina Sofía. Me encanta, siempre que tengo oportunidad... ¡Zas! Me cuelo dentro. Me parece uno de los mejores museos del planeta. La obra más importante expuesta allí es "El Guernica", de Picasso. El resto, son hilos tendidos desde y hacia esa pintura mural. La explicación de toda la barbarie del siglo XX narrada en clave de arte.

Uno de esos hilos es el de la exposición temporal de las obras de Ceija Stojka. Tenemos muy presente que los nazis exterminaban judíos, pero también gitanos... El contraste entre lo nómada y multicolor de las víctimas, frente a lo gris y anguloso de los verdugos -cuidadosamente mezclado con testimonios escritos por la artista-, convierten la exposición en un hito imposible de borrar de cualquier conciencia humana.

Fotografía de una de las pinturas de Ceija Stojka. De la exposición "Esto ha pasado", en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid - 16 de febrero de 2020.

Hace unos días tropecé con un documental donde se exponía la teoría de que hitler era un adicto a las drogas. Y que, de hecho, el uso de algún tipo de anfetaminas era muy común en los ejércitos de la época -jóvenes impetuosos, armados, orgullosos, eufóricos, prepotentes... y drogados-.
Pero no es que desde el documental se pretendiera justificar la atrocidad nazi alegando el atenuante de enajenación por drogadicción. Tomaban esas sustancias porque servían a sus fines: estar siempre alerta, siempre fuertes, siempre vivaces. Las drogas eran sólo un arma más. -Te sientes muy poderoso con tu Parabellum y tus pastillitas Pervitín ¡Ehh?? ¿Soldado!!


La droga no justifica nada -y el documental tampoco-. Pero el documental recoge datos e indicios, selecciona archivos, grabaciones... Y apunta al hecho del holocausto desde otro ángulo, desde otro punto de partida.
Y eso mismo hace el arte: escoger entre toda la amalgama caótica de sucesos, sensaciones, imágenes, sueños, ideales... Y ordenarlos en una estructura de trazos, colores, sonidos, palabras, formas... Que nos resulte inteligible e intuitiva.
El Reina Sofía va un paso más allá: selecciona de entre todas esas obras y construye un discurso. Un discurso que no tiene porqué coincidir con el que escuchamos en los medios de comunicación, o el de los libros de texto. Los hechos pueden ser los mismos, pero las formas -en que se nos presentan y los interpretamos- difieren.

No sólo el arte se encarga de construir estas narrativas marginales, de frontera. Existen otras disciplinas que llevan siglos ensayando explicaciones alternativas de la realidad. Más allá de la racionalidad matemática, científica, económica o religiosa que pueda imperar en un momento dado de la historia. Sí, la filosofía tiene muchas cosas en común con la poesía. Quizá utiliza otro lenguaje, más manejable por la razón que las intuiciones y las imágenes del arte pero, ambos, nos permiten sobrevolar ese plano de la realidad mecanicista que, de otro modo, nos ahogaría en el más absoluto determinismo.
Unamuno ya decía que "la filosofía se acuesta más a la poesía que a la ciencia" y lo han suscrito también otros autores, en un intento de remarcar las limitaciones del conocimiento científico -que se queda paralizado en lo real, en lo que es así y no puede ser de otra manera-.

Estos son los conceptos de arte y filosofía que nos interesan en este post: los que nos protegen contra la barbarie; los que están continuamente buscando los límites, cuestionando lo normal, lo establecido, imaginando nuevos caminos, retomando los abandonados, reinterpretando la realidad...
Sin su ayuda, resulta casi imposible determinar si matar judíos -o gitanos- está bien o mal, si es o no normal... Porque lo normal es sólo lo establecido, lo que ha sentado jurisprudencia, lo que el poder garantiza con violencia...

viernes, 7 de febrero de 2020

Ruralidad y barbarie: la militancia "política"

Aquí, en el pueblo, solemos decir que, en la organización de tal o cual evento, se ha generado mal rollo porque se ha "politizado" -o porque se ha mezclado la "política"-.
Y entrecomillo "política" porque no creo que en ese caso se esté hablando de política realmente -quizá solo en un sentido muy vago-.
Más bien, se trata de rencillas personales entre los que se adscriben a cada uno de los dos bloques antagónicos en torno a los que se vertebra la vida social en el pueblo: los conservadores -los que tradicionalmente han mirado con buenos ojos a terratenientes, nobles, militares o propietarios- Vs los "progres" -herederos de una cierta tradición burguesa progresista y liberal-.

Normalmente hablamos de derechas e izquierdas -que todos lo entendemos mejor-.
Se trata de un pueblo chico, en un terreno de montes, y, al final, la idea general que manejamos de terratenientes y burgueses es bastante limitada. Por terrateniente entendemos cualquier propietario de al menos una porción de tierra que permita mantener a toda una familia. Y la noción de burguesía progresista abarca desde funcionarios a propietarios de negocios, autónomos... o cualquier otro profesional que no dependa del campo para su subsistencia. Entre medias queda la inmensa mayoría de desposeídos: jornaleros, amas de casa, asalariados... Que están en situación de dependencia respecto de los otros grupos y que, por tanto, se identifican con uno u otro bando.

Independientemente de cuál sea la motivación para identificarse con derechas o izquierdas, no tiene nada que ver con las ideologías políticas -entendida la política como una serie de preceptos y normas para organizar la vida social, la economía, el trabajo y los medios de producción-.
En ocasiones, me sorprendo escuchando ideas neoliberales y racistas en boca de personas que se consideran de izquierdas de toda la vida.
En el sentido contrario también veo incongruencias similares: voxeros o peperos defendiendo ideas totalmente comunistas -cooperativas, intervención de mercados, protección del pequeño comercio...-
Al final, el sentirse parte de cada uno de los bloques, tiene más que ver con una cierta tradición familiar y con los mitos, poses y símbolos compartidos dentro de cada facción. Y, estos símbolos y mitos, están relacionados con la guerra civil y el franquismo: las derechas simpatizan con el relato del militar golpista benefactor de la nación y las izquierdas se oponen a él -al considerarlo un tirano opresor y asesino-.

-Fuuaaaa! Pero eso de franco hace ya mil años!
-Sí, pero el relato ha tenido continuidad. Por ejemplo, vox es un partido "moderno" de reciente creación, con gran cantidad de adeptos. Y, míralo, ahí: con sus ideas de una grande y libre, el racismo por bandera -los españoles primero- y hablando del consenso "progre" -a modo de libertinaje decadente y muera la inteligencia-. Además, con una serie de recetas absolutamente neoliberales en lo económico. Su ideario no dista mucho de las últimas décadas de dictadura franquista.

Y, bueno, la simbología y la mitología son importantes y entretenidas... Pero, a la hora de hacer política, lo que cuenta son los planes económicos y organizativos -Programa, programa, programa. - Que diría Anguita-.
Y, la verdad, ambos bloques manejan planes y programas similares. De ahí que, al inicio de este post, los presentase como bloques procedentes de los propietarios de la tierra y la burguesía, respectivamente. Porque no parece que fueran a defender ideas políticas muy diferentes unos de otros. Ya que, hoy día, podríamos considerar poco relevante la diferenciación entre propietarios y burgueses, al estar ambos grupos implicados y comprometidos con el desarrollo capitalista -insertos en una sociedad en la que el terreno, sus frutos y recursos se han convertido en una mercancía como cualquier otra-.

Así que, las ideas "políticas" de ambos bloques, pasan por una suerte de desarrollismo. Con unas prioridades de amplio consenso entre los vecinos de la localidad: mantener el pueblo vivo -lucha contra la despoblación-, conservación y mejora de los servicios básicos e infraestructuras, atraer inversión...
Las mayores disputas vienen por quién ha de llevar a cabo esos planes de desarrollo. Que, en el fondo, no es más que una pugna por dirimir quién se hace con el poder y el control de las instituciones.

Así que, los que se adscriben públicamente a cada uno de los bloques, acaban convertidos en militantes "políticos". Y deben defender las actuaciones y discursos de sus líderes, a la vez que atacar al contrario, independientemente de cualquier razón. Porque no hay una ideología política que sustente cada bloque. No hay razón... Solo barbarie... Y la esperanza de que los que accedan al poder recompensen a los militantes con puestos de trabajo -servidumbre-.

Auto de Fe de la Santa Inquisición en la plaza de Llerena - Foto de la maqueta expuesta en el Museo de la Historia de Llerena

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Mi padre no es originario de este pueblo y suele contar que, cuando llegó, le sorprendió que hubiese tan poca gente que viviese de sus propias tierras. Que de donde él venía (La Mancha), había quién tenía más y quien tenía menos, pero la mayoría podía vivir de lo suyo.
En Extremadura hemos padecido durante siglos el problema del latifundismo. Supongo que eso forja un carácter especial. Un carácter que normaliza la existencia de dominantes y dominados, propietarios y aparceros, gobernantes y gobernados... Quizá por eso, más que en otros lugares, cuesta superar el bipartidismo. Quizá por eso, aquí, más que en cualquier otro sitio, siempre pareció extremadamente útopica y lejana una emancipación de la población. Una emancipación que la hiciera dueña de su propio destino y que acabara con las luchas de poder -un poder que, por fin, se encontraría distribuido entre todos por igual-.
Claro que, ese imaginario de emancipación, ya hace tiempo que se disipó del conjunto de la sociedad, en favor de una cierta idea de poder participativo -democrático-.

miércoles, 15 de enero de 2020

Ruralismo o barbarie: de las dehesas y bosques habitados

Creo que todo empezó a raíz de escuchar el programa "El bosque habitado", de Radio 3. Durante mis primeros años de residencia en Barcelona. Los viajes largos -entre Barcelona y el pueblo- dan para escuchar mucha radio.

Así que, cada año -desde hace tres-, colaboro con el ayuntamiento y diversas asociaciones del pueblo en una actividad de plantabosques con las niñas y niños del cole.

Y puede parecer una actividad bastante ñoña... de un buenismo un tanto absurdo, inútil incluso: es muy difícil que las encinas prosperen. Las plantamos en el trozo de dehesa más cercano al cole. Un terreno en el que se le ha declarado la guerra a la Naturaleza: rodeado por una carretera de circunvalación y un futuro polígono industrial.
Y no son solo las instituciones quienes desprecian este paraje, los particulares también. Sin ir mas lejos, el pasado verano, alguien prendió fuego a esa parcela y sentenció a muerte al puñado de encinas centenarias que quedaban en pie -y seguramente a la mayoría de los plantones que habíamos sembrado-.
Es muy fácil y rápido destruir el entorno. Pero tremendamente lento y complejo recuperarlo.

A "El bosque habitado" también le pasa un poco lo mismo -peca de ñoño y buenismo inútil-: es un programa de sensibilización medioambiental que lucha por la conservación y puesta en valor de los pequeños espacios naturales que quedan entre los intersticios del desarrollismo económico y tecnológico de nuestra época. Una causa perdida, porque el crecimiento se antepone siempre a cualquier consideración sobre el medio ambiente.


Tal como yo la veo, la Dehesa del pueblo, es puro patrimonio cultural, historia palpitante. Un paraje que condensa los usos, saberes y formas de organización social practicados durante miles de años en la zona. Las encinas que quedan en pie -centenarias en su gran mayoría- son más que catedrales vivas.
Sin embargo, la población vivimos de espaldas a este paisaje. Nuestras formas de ganarnos el pan han cambiado y, la dehesa, nos resulta ahora más útil como espacio para tirar escombros y basuras, o alojar las infraestructuras que afearían el casco urbano.

En "El bosque habitado" dan mucha importancia a la idea de que no se puede defender lo que no se ama. Y, para amar algo, es necesario conocerlo.
Por ejemplo, yo no sabía nada de los tejos antes de escuchar ese programa. Pero, en los últimos años, me he preocupado de visitar los lugares donde se encuentran, he probado el arilo de sus semillas y he tratado de germinarlas -sin éxito-. Sí, me he convertido en un amante de los tejos...
En mi pueblo no hay tejos. Pero tenemos muchos árboles característicos, vinculados a las formas tradicionales de habitar el territorio: encinas, quejigos, olivos, alcornoques... ¿Por qué no habríamos de amarlos? Si, en gran medida, es debido a ellos que nos encontramos habitando este espacio y este tiempo.


Supongo que ahí -en el amor- radican los motivos por los que me enredo en organizar esta actividad: para que lxs niñxs conozcan la dehesa y las encinas -esos árboles estoicos que nos han acompañado y proporcionado sustento durante siglos-. Para que se enamoren de su entorno y les invada el deseo irrefrenable de conservarlo y mejorarlo. ¿Quién sabe? Quizá algún día, cuando ocupen posiciones de poder, sean más sensibles a su conservación de lo que ha sido nuestra generación.

Así que, para los que nos empeñamos en sacar a los niños y niñas de las aulas, armarlas con azadas y llevarlas a la dehesa, no es tan importante si las encinas prosperan o no -¡Ojalá prosperaran todas! - Desde luego que ponemos todos los esfuerzos y técnicas para que así sea-. Lo que nos parece realmente importante es: el contacto con el entorno, el trabajo en equipo, al aire libre, la vivencia del paisaje... Que tomen consciencia de lo increíbles que son las ancianas encinas, los usos y beneficios que nos reportan...


Durante miles de años, en el pueblo, se ha vivido de los recursos que nos brindaba el territorio. Y se ha hecho de una forma absolutamente sostenible. No había otra opción: si acababas con los recursos no había forma de importarlos de Brasil -o cualquier otro lugar lejano-.
Los "avances" de los últimos siglos nos han dejado el espejismo de que podemos vivir de espaldas a nuestro entorno, que no es necesario el territorio, que es más rentable importar los productos básicos y exportar materias de mayor valor añadido. Ahora empiezan a saltar las alarmas: por el cambio climático, la acidificación de los océanos, la contaminación, el agotamiento del petróleo, guerras, flujos migratorios... Lo que parecía sostenible para la pequeña y vieja Europa no ha resultado serlo para el conjunto de la población mundial que ha ido incorporándose progresivamente al capitalismo de consumo.
Pudiera parecer que, estas consecuencias indeseadas del desarrollo capitalista global, no afectan a los pueblos chicos. Pero, como daño colateral, hemos asistid al vaciamiento de nuestras zonas rurales: si no amas el territorio y no dependes de él para la subsistencia, entonces te puedes desplazar a cualquier otro lugar donde obtengas rendimientos más altos y el clima sea más agradable.


Resulta difícil explicar a lxs niñxs porqué son importantes los árboles. Puedes talar uno, cientos, miles... y no percibirías ningún perjuicio a corto plazo -aparte de que no te resultaría agradable pasear por una zona deforestada-. Y es que, en la lógica de los mercados, es difícil encontrar razones para plantar encinas: porque el beneficio de la Naturaleza trasciende el económico. Lo económico transcurre en el plano de lo breve, efímero y artificialmente creado por los humanos para relacionarnos entre nosotros. La Naturaleza, por el contrario, es el sustrato de lo real, lo constante, y su existencia no depende del hombre.

Siempre les decimos a los niños lo que resulta obvio -lo que ha sido probado por la ciencia y nuestros sentidos-: que las encinas dan bellotas, sombra, leña, que protegen frente a la pérdida de suelo, que son cobijo de otras especies animales y vegetales, que son sumideros de CO2, producen oxígeno, que son bonitas, que nos transmiten paz, seguridad...

Pero, si asumimos que solamente son -en un sentido ontológico- las cosas que pueden intercambiarse en los mercados -las cosas que tienen un precio, las mercancías-. Entonces, las encinas, están muy cerca de no ser. Aún existe el derecho de vuelo: las encinas de la dehesa son propiedad de personas, se pueden comprar y vender... Pero para eso es necesario que queden personas interesadas en esa compra-venta.
Podemos alimentar las ovejas con piensos producidos en EEUU, alicatar el suelo con placas solares, prescindir de muchas especies animales y vegetales, respirar un aire con menos oxígeno, más contaminado, y recrearnos en las torres que transportan la electricidad a la gran ciudad... Seguramente sea un escenario que nos horrorice... Pero quizá podamos compensar esa tristeza y ese horror mirando las pantallas de nuestros dispositivos móviles y televisores... O no?

El capitalista es un sistema de organización económico y productivo que ha tenido un principio, y seguramente tendrá un final. Esperemos que, en su periplo por la Tierra, no arrase con todo, porque no hay planeta B.
Mientras tanto, seguiremos poniendo nuestro granito de arena: ayudando a las encinas a sostener ese suelo por el que caminamos, gozando de su compañía, de su sombra, de su grandeza...
Enredándonos con los árboles, con las raíces hundidas en la tierra y las ramas bien arriba. ¡Arriba las ramas!

Plantabosques Diciembre de 2018 - Herrera del Duque


jueves, 19 de diciembre de 2019

¿Es Extremoduro un grupo para pijos y paletos?


A raíz de la noticia de la separación de Extremoduro, me encontré con este ingenioso comentario acerca de mi banda de música preferida. Justo yo, que soy habitante de un pueblo chico -un paleto-. Que además tengo muchos amigos que les gusta vestir de marca y miran con cierta complacencia a los de vox.
Así que, me descolocó y me hizo gracia por igual. Porque tenía su parte de razón -en cualquier otro caso hubiera sido un comentario irrelevante-.

Extremoduro es una banda extraña: se la etiqueta como rock urbano, cuando quizá sea más un rock rural. Una ruralidad que no es de paletos, en el sentido despectivo que se le atribuye: personas que no han atravesado nunca los límites de su localidad y se casan y mantienen relaciones entre ellxs, produciendo deformidades físicas y discapacidades mentales...
Yo creo que la de Extremoduro es una ruralidad más actual, que tiene mucho que ver con el concepto de "España vaciada", que ahora está tan en boca de todos. En sus letras se habla de lo que toda una generación de "desertores del arao" hemos pensado de una manera u otra: ¿Por qué cojones me tengo que ir a vivir a una ciudad? ¿ Por qué tengo que aparentar que es eso lo que quiero? ¿Por qué no me puedo ir a cualquier otro lugar? Y rápido aparecen las respuestas: porque hay que ir donde está el trabajo, porque para alcanzar cierta relevancia hay que estar en las urbes -con las oportunidades-... Y claro, todo eso produce rabia.
"Voy a dejar esta ciudad, no me pienso despedir
de la gente, hace ya tiempo estoy ausente.
no sé ni a donde voy a ir,
no me he parado a pensar.
a un sitio de color de rosa.
Sin dios ni amo - ¿Dónde están mis amigos? (1993)

Esa ruralidad se mezcla en sus canciones con cierta idea de ecologismo, un ecologismo de pueblo, porque los que vivimos en los entornos rurales vemos continuamente como van desapareciendo formas ancestrales de vida que se encontraban en perfecto equilibrio con el entorno. Todo para satisfacer las necesidades de las ciudades: nos colocan pantanos, centrales nucleares, macrogranjas de cerdos, regadíos, alicatan los llanos con placas solares...
"Tenemos el agua al cuello con tanto puto pantano, 
las bellotas radioactivas, 
nos quedamos sin marranos.
Tierra de conquistadores, 
no nos quedan más cojones, 
si no puedes irte lejos 
te quedarás sin pellejo."
Extremaydura - Rock transgresivo (1989)

Pero de lo que más hablan las canciones de Extremoduro es de amor. En el fondo, podemos pensar que todas las canciones son canciones de amor, sino: ¿Para que mierdas ibas a hacer una canción? -no solo existe el amor erótico- Y, desde luego, la forma en que trata el tema no es una forma ñoña ni complaciente. Es una forma muy bestia, salvaje, de altos y bajos, casi violenta y poética a la vez.
"Pero ¿dónde están los besos que me debes?
En cualquier esquina,
cansados de vivir en tu boquita
siempre a la deriva.
Y llega en tu braguita el amor de visita 
Y en mis pantalones entre los cojones.
Voy a tatuarme ,azul, una casita
para que allí vivan nuestros corazones.
A fuego - Yo, Minoría absoluta

En general, nadie admite que el Robe hiciera una música muy sofisticada o muy novedosa, y... es cierto. Es una música de la raíz, que brota desde lo más básico de las pasiones humanas, aderezado con marginalidad y expresado en un rock sucio, irreverente, transgresor...
Podría haber sido un cantautor y utilizar ritmos melódicos para acompañar sus poemas campestres de amor y droga, pero eligió el camino tortuoso y lleno de malezas.

Lo curioso es que este tipo de música guste a los pijos. No hace mucho, tanto Inés Arrimadas como Irene Montero, admitieron en una entrevista con Jordi Evolé que Extremoduro era uno de sus grupos preferidos. También Melendi le dedicó un temazo, allá por 2006, "Arriba Extremoduro". Y creo que todos ellos dan el perfil de pijos.
Y bueno, los pijos también se drogan, también aman y también gustan de la naturaleza. Quizá el mayor problema lo tendrían con aquellas canciones que arremeten contra las banderas, el sistema policial, judicial y político. No es que Extremoduro tenga un discurso muy elaborado al respecto, ni que maneje categorías conceptuales complejas que le permitan sistematizar su intuición de que esos sistemas de control son dañinos para el común de los mortales. Pero lo ve, lo siente y lo dice como le sale de los cojones. Que es lo que nos pasa a muchos cuando se nos revela esa idea difusa que no tenemos forma de expresar de forma ordenada y convincente: entonces damos un golpe encima de la mesa, alzamos la voz y arremetemos contra todo diciendo muchas palabrotas.
"-¿Quién va a meterse por el culo
mi libertad de expresión
cuando diga que me cago en la constitución?
Nadie puede escaparse si todo es una prisión.
-¿Por qué coño hay tantos maderos a mi alrededor?.
Estoy cansado de romper televisores
y vuelven a salir de dentro siempre los mismos señores.
Voy a pegarme un cabezazo contra alguna barra
antes que se me ocurra alguna idea más bandarra.
Luce la oscuridad - Yo minoría absoluta (2002)


Pero bueno, hasta los pijos cargan contra el estado cuando les cobran los impuestos, o alguna resolución judicial no les es favorable, o los maderos les multan por ir bebidos, drogados, con exceso de velocidad... Aunque, obviamente, saben que el sistema, de entrada, siempre va contra los que tienen la pinta de Robe Iniesta.
"sábado por la noche comenzó la cacería
parezco ser la presa de un montón de policías.
estado policial estado policial.
Estado policial - Deltoya (1992)


Así que, con un discurso muy rudo, salvaje, antisistema, individualista, incluso antipático -Iros todos a tomar por culo era el título de uno de sus discos recopilatorios grabado en directo-, Extremoduro alcanzó unos niveles de popularidad que ya quisieran muchas compañías que gastan millonadas en promocionar a sus artistas.
Y, seguramente, ese éxito se deba a que fueron mucho más originales en su apuesta a largo plazo de lo que se les reconoce. Y, también, porque conectaron con muchísimos colectivos: punks, hippies, metaleros, bakalas... incluso con gente ecléctica o sin una identidad definida. Y lo hicieron sin el apoyo de grandes plataformas mediáticas. Supongo que ellos mismos han debido de flipar con su éxito.

Para mí, su mejor disco fue Agila (1996), luego ya la cosa fue menguando. Y creo que tiene cierta lógica que se separen: porque toda la energía que han desplegado durante todos los discos... no parece que sea sostenible a cierta edad. Y si te vas a transformar en otra cosa, mejor dejar Extremoduro como lo que es.
 "Decidí
aprender a hacerme yo la maleta para poder vivir.
Hoy lloré,
se me habrá metido un poco de arena,
eso no es para mí.
Decidí - Rock transgresivo (1989)

Así que. sí, los pijos y paletos actuales también están el saco. El saco de un grupo mucho más amplio de españoles de clase media y baja que fuimos jóvenes mientras la banda estaba en activo.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Pesadilla justo antes de Navidad

Todos tenemos algún amigo al que no le gusta la Navidad. Pero a mí, personalmente, me repugna. Me resultan odiosas esas estridentes luces, los días tan cortos, las noches eternas, el apagarse de los apacibles colores del otoño... Y, sobre todo, ese consumismo exacerbado y la sonrisa forzada aparentando felicidad y amor.
En cierto modo, me siento como el Tió -que todos los años para esas fechas metemos en el salón de casa-. Lo había fabricado yo mismo, con un leño de alcornoque al que había acoplado, de forma muy burda, unas patas de encina y una nariz. Mi mujer le había puesto una barretina catalana y, como cara, unos ojos de fieltro y una enorme sonrisa roja. Así que, el leño de alcornoque, siempre estaba sonriendo -como si fuera el Joker a punto de explosionar una bomba en un concurrido mercadillo navideño-.

El fin de semana antes de Nochebuena, solemos visitar Madrid. Una costumbre horrible que habíamos adoptado el año que nació la mayor de nuestras hijas. Además, acudimos a pasear a los lugares más saturados de la ciudad, mientras sugestionamos a las niñas para que sientan admiración por la obscena iluminación y los escaparates.
-¡Oooh! ¡Qué luces tan bonitas!
-¿Te gusta ese juguete? Pues si te portas bien te lo traerán los reyes magos!

El peor momento, sin duda, es visitar Cortylandia. Resulta casi imposible acercarse. Los carros de los niños te golpean las espinillas mientras vendedores de globos y otras chorradas te acosan mostrándole el producto primero a las niñas -para que te fuercen a comprarles-.
Se percibe el malhumor por todas partes: empujones, malas contestaciones, coches tocando el claxon y acelerando para salir del parking... En los alrededores no mejora el panorama: colas kilométricas para comprar lotería, los de la limpieza intentando contener la basura desperdigada por las calles, gente borracha y drogada con absurdos complementos en la cabeza... -Sin alcohol y drogas se hace muy difícil soportar semejante escenario-.

Siempre digo que mi película española favorita es "El día de la bestia". Me encanta la escena en que José María se pone a disparar al aire en la abarrotada calle Preciados, y los integrantes del grupo xenófobo y racista acaban fusilando a los reyes magos - en su intento por cargarse al sacerdote aprendiz de satánico-.


Así que, allí estábamos: de pie, sobrios, resignados, pasmados de frío, con las niñas cogidas sobre nuestros hombros -para que pudieran atisbar algo del teatrillo que montan en la fachada de los grandes almacenes-. Mientras, la pegajosa musiquilla se nos iba clavando como alfileres en lo más profundo del subconsciente -♫♪Cortylandia! Cortilandia!♫♪...-. Días después la seguíamos tarareando... Como una recurrente invocación a Belcebú.

Sí, el nacimiento del Anticristo había de tener lugar allí: en La Meca del consumo, el vórtice donde se materializa y exhibe el producto de la explotación del medio ambiente y el trabajo esclavo globalizado.


Finalmente, conseguimos salir de allí y, el domingo, antes de volver al pueblo, fuimos a comer a un buen restaurante apartado del centro neurálgico. Baños limpios, con toallitas de papel y secamanos de aire caliente, jabón, colonia... Servilletas y mantel de tela, un vaso para el agua y otro para el vino. La verdad que todos los platos estaban, además de bien cuidados, muy finamente elaborados -un auténtico festival para los sentidos-. El vino tinto fluía alegre por las copas y gargantas, la gente reía... Incluso empezaba a ponerse impertinente... Yo no tomaba alcohol -me habían designado como conductor- y la euforia y falta de decoro del resto me impedían disfrutar la comida como debiera.
La comida se prolongó varias horas. Miré nervioso el reloj del celular: no me gusta salir muy tarde, porque son casi tres horas de conducción de Madrid al pueblo. Y, en esas fechas, es temporada de caza -toda nuestra comarca puede considerarse una enorme reserva de caza-. Así que, hay que andar con mil ojos por la carretera: porque es fácil cruzarse con perros perdidos o ciervos y jabalíes asustados.
Nos despedimos apresuradamente mientras nuestra ebria compañía hablaba de ir a Chueca a probar unos gofres con forma de polla -pollofres-.

El viaje de vuelta se me hizo pesadísimo: había comido mucho, estaba cansado, salimos prácticamente de noche y el denso tráfico de la M40 acabó con el poco buen humor que me quedaba. Cuando apenas restaban veinte minutos para llegar al pueblo, comenzamos a escuchar una tos gutural que no auguraba nada bueno. A los pocos segundos, la menor de nuestras hijas se puso a vomitar a borbotones: el olor de las chuches a medio digerir, los llantos, los nervios, el sueño, un coche comiéndonos el culo -en una carretera donde apenas pasa nadie-... La irritación era suprema, como cuando en un concierto se acopla el sonido del micro y el altavoz a la máxima potencia durante varios minutos.

De repente, al salir de un cambio de rasante, las luces de neón parecieron iluminar el trineo de Papá Noel... -¡No puede ser!- Debía estar soñando... Me froté los ojos y volví a mirar con detenimiento ¡Lo que se apareció fue una escena dantesca! Un carro ensangrentado, cargado de ciervos con las cabezas cercenadas era remolcado por siete jabalíes perseguidos por una jauría de perros de presa...
- ¡David! ¡David! ¡Despierta!- Gritaba mi mujer.

¡Vaya! Me había quedado dormido, justo cuando paramos a limpiar el vómito de la niña.
Mientras, el CD seguía reproduciendo el "Villancico del Rey de Extremadura"

"Nooooche de paz,
nooooche de amor.
todos contra todos, me cago en Dios
y del cielo una estrella vendrá:
es un cohete espacial."♪ ♫♪ ♫

lunes, 2 de diciembre de 2019

El programador prescindible

La verdad, no sé porqué acabé adquiriendo el oficio de programador. Bueno, tengo algunas sospechas: es lo que demandaba el mercado y yo nunca tuve muy claro a qué quería dedicarme. Así que, cuando todo da lo mismo ¿Por qué no hacer programas...?
Es una tarea entretenida, como hacer crucigramas -aunque creo que sólo habré completado uno o dos en mi vida-. Quizá se parezca más a diseñar crucigramas. Crucigramas tan grandes y complejos que necesites la ayuda de un equipo de personas.
 
Nunca recibí una formación específica en programación -no al menos al nivel que demandan las empresas-. Nos pasa a muchos de los trabajamos en el sector. Así que, hay que hacer grandes esfuerzos para que toda la gente que pasa por los proyectos siga unas pautas y unos estándares que hagan medianamente inteligible el código.
Por tanto, no es una tarea solitaria, tienes que estar continuamente comunicándote con los que forman parte del proyecto. Y, a la vez, requiere una gran concentración. Así que, esas dos facetas entran en conflicto -hablar desconcentra y desconcierta-.
 
A muchos programadores no les gusta hablar y, si lo hacen, es de la misma forma a como escriben el código: preciso y útil. Todo en una línea muy corta y donde cada carácter representa algún concepto -que luego hay que desglosar y desarrollar para saber qué carajos quiere decir-. Algo así como si fueran profetas de una religión revelada.
A mí, no me gusta hablar. Pero me gusta que el código ocupe su espacio, que los nombres de métodos y variables sean descriptivos, que cualquiera que lo vea sepa qué se está haciendo sin tener que buscar en los comentarios o la documentación. Claro que, hay lenguajes que no facilitan nada escribir código de esa manera. Y, además, están las preferencias y la experiencia de cada cual, los giros en la funcionalidad original, las rectificaciones...
-¡La aplicación funciona! -Decimos con voz solemne e irritada cuando alguien nos echa en cara que el código que hemos escrito es una porquería y no hay quien lo entienda.
 
A groso modo, hacer programas no es tan diferente de cualquier otra tarea que requiera un diseño y una construcción. De hecho, arquitectos, ingenieros, mecánicos, albañiles, novelistas... usan términos similares para referirse a sus oficios. Y, por supuesto, también hay mucha variedad dependiendo de a qué sector va dirigida la actividad. No es lo mismo construir rascacielos que casas a ras de suelo -o aplicaciones para un banco que para un colegio-. Y, luego, a cada uno le gusta revestirse de cierto halo místico -o especializado-: el arquitecto artista, el programador diseñador, el ingeniero humanista, el eficiente, el duro, el cruel, el que consigue los objetivos...
El de programador es un oficio con muchas posibilidades, las puedes aprovechar para ganar mucho dinero, para enseñar a otros, para ayudar -software libre-, para lanzarte a la gestión de proyectos, a la dirección de empresas...
Yo, la verdad, nunca le he dado mucha importancia. Estudié teleco y la programación era una cosa así como residual, como que no había que dedicarse a eso -hacerlo era igual a haber fracasado-. Como si un arquitecto se dedicara a construir casas, un ingeniero industrial a arreglar coches, o un informático a reparar ordenadores. Porque hay que aspirar siempre a lo máximo: a presidente de los EEUU. Tener súbditos, gente que obedezca tus órdenes mientras planificas un universo a tu medida. Que también debe ser gratificante... Pero, cuando conoces a Richard Stallman, acabas diciendo: -¡Yo quiero ser como ese! Y odias a todos los ingenieros que has conocido y se han vendido por un puñado de dólares.

Aunque soy muy forofo del software libre, siempre he trabajado en la construcción de software privativo. Porque siempre he sido empleado por cuenta ajena de grandes empresas, capitalistas de manual: se apropian del fruto del trabajo de otros para especular con él en los mercados.
En ese sentido, nunca he sido muy crítico con lo que hago: necesito la pasta y, si no lo hago yo, lo hará otro. Aceptas esa máxima como inevitable y te enfrascas en la planificación y división de tareas, en las estimaciones, las fechas límite, los puntos de integración, la configuración de equipos... y vas rellenando el tiempo documentando y tirando código lo más lógico y sencillo posible... Porque sabes que, ante cualquier problema, tendrás que retomarlo y arreglarlo tú mismo -o, peor aún: tendrás que explicárselo a alguien- y te acabará robando tiempo de tareas más novedosas e interesantes-.

El programador no fabrica armas, no vende drogas, ni contamina mucho el medio ambiente... Fabrica herramientas, que pueden ser utilizadas para hacer el bien o para hacer el mal. Vivimos en una sociedad de consumo: casi todo lo que se hace hoy día es para fomentar e incrementar ese consumo -el mal-. Trabajamos inmersos en ese sistema, trabajamos para él, para su crecimiento y expansión. Y parece que no hubiera otra forma de existencia al alcance de nuestras manos. Uno es capaz de pensar otros mundos posibles... Pero acepta la dualidad entre lo posible y lo real y asume como ineludible que el tiempo de trabajo ha de destinarse a satisfacer las necesidades del capitalismo de consumo. Incluso el tiempo de ocio parece destinado a lo mismo.

Yo tengo amigos y conocidos que hacen cosas maravillosas: arreglan todo tipo de electrodomésticos, sueldan y cortan el hierro, hacen pan, producen aceite, crían sabrosos corderos, construyen y reforman viviendas, cultivan huertos... Pueden presentar su trabajo a los demás y sentirse orgullosos porque son cosas de primera necesidad. Yo nunca he podido enseñar a mis círculos cercanos lo que hago. Lo que hago queda en el microcosmos de las empresas privadas, en la virtualidad de las redes de computadoras, y no trasciende al mundo real.
Así que siempre he tenido un cierto complejo de inutilidad, de que soy prescindible...

jueves, 14 de noviembre de 2019

Hazte socia de la AMPA de tu colegio

Tuve un arrebato de padre responsable e implicado en la educación de sus hijas y me hice miembro de la AMPA (Asociación de Madres y Padres de Alumnos) del colegio.
Mi mujer es maestra en ese mismo cole, así que yo estaba totalmente despreocupado. Ella lleva a las niñas y está al tanto de todo. Yo no tenía que responsabilizarme. Ni siquiera pisaba el edificio.

En mi afán presuroso por implicarme -y también por despiste e ignorancia- acabé metido en el Consejo Escolar... Que también está guay para enterarse de lo que se cuece en el colegio. Pero me sentía -y me siento, porque aún sigo ahí metido- como un intruso. Las familias me designaron en unas elecciones democráticas. Pero yo no me creo legitimado para erigirme en representante de nadie. Tampoco existen canales de comunicación para ejercer de vínculo entre el conjunto de familias de alumnos y el resto de la comunidad educativa.
Supongo que una sensación así debe asaltar a muchos políticos: que les han puesto ahí por haber ganado unas elecciones -en lugar de un concurso de oposición, por ejemplo-.

Después de diversos avatares, conseguí unirme a la AMPA. Gran parte de las antiguas miembro dejaban la asociación porque sus hijos pasaban al insti y había que llenar ese vacío.
Hay muy buen royo. Es una asociación. Algo relativamente informal: un grupo de gente que quiere hacer cosas por el cole, por los alumnos y por sus propios hijos. Sin jerarquías -más allá de las que exigen las instituciones para ser interlocutor para con ellas-.
La verdad que llevan acabo bastantes actividades, colaboran con los profes y ayudan al cole donde la burocracia y el dinero de las instituciones no llega -o llega tarde-. Se hace lo que se puede, teniendo en cuenta que es una asociación con pocos miembros, que los medios materiales son bastante limitados y que funciona con padres, y sobre todo madres, que tienen sus propias obligaciones y ceden de forma altruista su tiempo en estos menesteres.

La principal fuente de financiación de la AMPA son las cuotas de socios. Y, por desgracia, no hay muchos...
Tener ideas está guay pero, para materializarlas, se suele necesitar pasta. Puedes tirar de voluntarios -y la verdad que padres y madres se implican muchísimo-. Pero para actividades con grupos grandes se necesita material en cantidades industriales. Además puede resultar un tanto violento o abusivo que siempre colaboren las mismas personas sin recibir nada a cambio -más, teniendo en cuenta que todo el personal del cole y de la administración cobra su salario- y que quien suele colaborar son precisamente las personas que no tienen empleo -por los horarios lectivos-. Padres y madres lo hacen encantadas: porque pasan el rato cerca de sus hijos y compañeros en un ambiente diferente a la familia. Pero cuando hay que recurrir a personas que no tienen vínculo con el cole...
Hacer cosas por los niños está bien, pero vivimos un mundo globalizado, con terribles desigualdades y miserias: uno no puede implicarse en todas las luchas.

Otra fuente de financiación son las subvenciones. Las instituciones, que recaudan los impuestos a los más ricos, los revierten al conjunto de la sociedad en forma de ayudas económicas. Pero las subvenciones son también pequeñas trampas: porque se conceden para realizar acciones en la dirección misma que apuntan esas instituciones. Muchas veces son solo una forma de sacudirse la responsabilidad y hacerla recaer sobre el receptor de los fondos: 
-Hay que hacer esto, toma el dinero, hazlo tú y gástalo sólo en eso. 
-No, mira... es que necesitamos el dinero para esto otro.

 
En los últimos años, asistimos a una cierta dejadez de los servicios básicos por parte de las administraciones públicas. Lo que redunda en una peor calidad de los mismos.
Los que pueden permitírselo demandan mejoras y crean la ocasión para que servicios como la educación y la sanidad acaben siendo privatizados... Que no está mal, pero el problema es que, además de pagar el cole, vas a tener que seguir pagando impuestos -y sabemos que hay familias que no pueden afrontar gastos extras-.
Las AMPAs, y otro tipo de asociaciones, pueden ayudar a paliar esta tendencia, además de implicar en la solución a los afectados por el problema. Es una lucha desigual, porque las asociaciones no tienen poder ni medios... Pero es moralmente necesaria. 

El movimiento asociacionista vive malos tiempos. Los estados y sus instituciones se han hecho con el control de todos los ámbitos, también los culturales y lúdicos. Eso ha restado autonomía a las asociaciones, que tienen una gran dependencia de la administración.
Las zonas rurales y marginadas no resultan atractivas para la inversión privada, y la escasez de población hace difícil el asociacionismo para causas concretas. Así que nos hemos acostumbrado a que cualquier iniciativa provenga de ayuntamientos, autonomías... y la población acabamos por volvernos objetos pasivos, despreocupados o, a lo más, críticos con las iniciativas públicas -después de todo, es su trabajo, cobran por ello de nuestros impuestos y tienen que hacerlo bien-.
Quienes dirigen las instituciones lo hacen inmersos en sus creencias, sus ideales, sus fantasías... Tienen los medios, la autoridad y el tiempo para llevarlos acabo. Eso determina que toda iniciativa parta de estas clases gobernantes. Y la dirección que apuntan y apuntalan no tiene porqué coincidir con las inquietudes e intereses de la población general.
No son iguales las iniciativas que brotan desde la población que las que salen desde las administraciones. No son lo mismo en las formas, ni en los medios, ni en los contenidos.

Los estados te pueden obligar a pagar los impuestos. La AMPA no te puede obligar a que pagues la cuota de socio -puede constituir una obligación moral, pero no es una obligación legal-.
Para mí eso es lo maravilloso de la AMPA -y en general de cualquier asociación sin ánimo de lucro-:
-¿Quieres colaborar y abrir un camino que vaya en cierta dirección?
- Sí.
-Entonces: asóciate, haz propuestas, implícate... No esperes a que tu candidato favorito salga elegido presidente del gobierno.


Le educación es obligatoria. Los estados apremian y aprietan para que escolarices a tus hijos. ¿Vas a dejarlos en manos de burócratas y funcionarios de carrera sin preocuparte lo más mínimo de lo que se les inculca?
Niños y niñas necesitan referentes diversos. Porque ser conscientes de la diversidad y de las infinitas posibilidades que tenemos nos hace más libres, más felices.
Los colegios siguen siendo órganos del aparato de control de los estados, es comprensible que profesores y gestores no consigan pensar la diversidad más allá del marco normativo que los rige.
Alguien debió darse cuenta de estas limitaciones y, en algún momento, se decidió que las familias, y el conjunto de la sociedad, debía colaborar en esa tarea de control que supone la educación pública para, de alguna manera, contribuir a su legitimación: surgieron las AMPA, los consejos escolares y otras herramientas de colaboración.
Gracias a todo eso, la educación ha cambiado mucho en las últimas décadas: ha pasado de ser algo exclusivo de clases adineradas a extenderse al conjunto de la población. De utilizar métodos punitivos y represivos a otros más motivacionales y de refuerzo positivo. De estar controlada por la religión a estarlo por los estados y los poderes económicos.
Su función de control social se sigue manteniendo, pero incluso los que somos conscientes de ello, lo creemos necesario -aunque sólo sea en un sentido socialmente práctico-. Eso sí, tiene que ser permeable a las demandas e intereses de la población.

Es un camino difícil -el del asociacionismo-, todos tenemos nuestras propias ideas, creencias... Hay que transigir en muchos aspectos. Pero es un escenario acotado a la educación de nuestra prole. Es posible llegar a acuerdos porque todxs queremos lo mejor para lxs niñxs: que disfruten de su infancia y se les permita llegar a donde elijan ir.

Con hacerte socio y colaborar con la AMPA no vas a salvar el mundo, pero en el cole pasan mucho tiempo lxs niñxs, así que, no parece mala idea contribuir a su bienestar y abrir su abanico de referentes.

I want you for AMPA
Escultura egipcia señalando a lxs socixs de la AMPA. Neues Museum (Museo Nuevo) - Berlín - Noviembre de 2018