jueves, 20 de septiembre de 2012

Pantanos

Las lápidas cubiertas de algas, yacían a varios metros bajo la superficie del agua. Ahora servían de refugio a carpas, lucios, cangrejos...


Este pantano será muy importante -Dijeron a los vecinos de las poblaciones afectadas-. Servirá para abastecer de electricidad a toda la comarca e, incluso ¡Se podrá exportar a otras provincias! Permitirá un control más eficiente de los regadíos situados en el siguiente tramo de río; tendréis más y mejores sitios de baño y pesca ¡Es el progreso!
 

Los años habían pasado y a nadie importaban ya los viejos cementerios, o los pueblos y campos labrados con el sudor de muchas generaciones. Nadie los recordaba, eran solo historias de viejos.
El campo es muy duro, hay que estar pendiente todos los días -Era la cantinela con la que siempre había crecido-. Años más tarde, oiría esas mismas letanías referidas a cualquier trabajo. -Así que, todo el mundo se queja...- Pensó.
Había crecido y había aprendido a olvidar. Primero con pequeñas lagunas, de forma casi inconsciente. Más tarde: con saña y premeditación. Como hicieran los ingenieros de aquellos pantanos: sepultando pueblos, cementerios y otros sucios recuerdos de aquellas comunidades aisladas e infestadas de pecados capitales.

Se convirtió en un ciudadano universal: prendió en él la llama del desprecio hacia la ruralidad, sus formas de vida y costumbres. De tanto escuchar -En la ciudad está el progreso y la abundancia. Aquí solo hay miseria-. Empezó a amar, a interesarse por todo aquello que venía de fuera, por todo aquello que estaba más allá de los pantanos. Las enormes masas de agua se le hicieron pequeñas. También la serranía sobre la que se erguía el castillo en ruinas -antaño bastión de beligerantes visires-.
Se fue. A descubrir nuevos mundos y formas de vida. Como un niño al que le están saliendo los dientes: mordía y besaba, en impulsos de amor y rabia, presionando los límites de su estrecho mundo. Hasta que cedieron...

A menudo se veía como un antiguo griego, abandonando la región del Ática, desprendiéndose de los símbolos y creencias de sus predecesores, en busca de razones. Pero en ocasiones dudaba y, como Ulises, intentaba volver a su pequeña patria: abrazar de nuevo los mitos, las leyendas y las encinas centenarias.
Nunca le importó ser contradictorio: albergar un corazón de diminuta guerra era parte de su sentirse vivo, la tensión que empujaba siempre hacia adelante.

Todos se vuelven hacia su comunidad, como todos se quejan de su trabajo. No era algo ligado al territorio. Muchas de las cosas que dicen ser propias de nuestro territorio son una falacia, una estratagema de unos pocos: para mantener sus posiciones privilegiadas -sin mover un dedo, contando con el apoyo y la simpatía de los que tienen demasiado miedo como para arriesgar sus miserias-.

***

Había algo podrido dentro de él. El olor de su aliento delataba un origen pantanoso. No eran solo los mordiscos y dientes amarillentos lo que intimidaba a los demás: eran el odio y desprecio hacia sus creencias (sus ídolos de plástico y metal).
El Dios judeo-cristiano le había marcado con su cruz y corona de espinas. Tanto como todos los moralistas que le rodearon desde su más tierna infancia, empeñados en entrometerse en cada aspecto de su vida, para juzgar y aconsejar, con la envidia y la codicia como únicas guías -Sí, lo fácil es dar consejos a los demás-.

Y aunque había aprendido a olvidar, los recuerdos seguían estando allí. Como las lápidas bajo el cauce -contenido por la grotesca presa que unía las dos orillas en la estrechez montañosa-. Como un torniquete en la rodilla, coagulando la sangre, obstruyendo la arteria de las dehesas.

Periódicamente llegan años de sequía, para exponer al sol abrasador restos deformes de civilización. Los miramos con desprecio, porque están muertos, superados. Mientras, el alma se agita: al comprender que seguimos dominados por supersticiones y cuentos de viejas; que hemos cambiado las gallinas por monedas y petróleo; los dioses por banderas; los reyes por banqueros; los burros por humeantes amasijos de plástico y metal...

Así, también a él le asaltaban veranos calurosos y secos. Aireando sus miserias y el olor a podrido de las falsas creencias.
Se sintió engañado: como aquellas gentes a las que convencieron para inundar sus pueblos, para dejar paso al progreso. Se sintió enfadado, con el ego hinchado, por haber sufrido y haber ganado...


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Como Alfredo Landa en "Las verdes praderas":
-¿Qué piensas?
-En nada.
-No se puede pensar en nada. Eso me dices tú a mí.
-Quién coño me mandaría a mí meterme en La Confianza, estudiar económicas y perder la juventud y la vista en unos libros que no valen para nada.
-¿Y eso?
-Eso. Llevo 42 años pensando que lo que vivía no era importante, porque era como... como provisional, como, como si estuviera esperando destino. Yo creía que iba hacia una vida maravillosa. Y mientras estaba en la cola esperando, trabajaba y estudiaba como un negro porque tenía que ser así, porque más adelante iba a llegar mi vida, mi verdadera vida ¿Y sabes qué pasa? Pues que ya ha llegado.
-Y va, y no te gusta.
-Y va, y no te gusta. ¿Qué me espera?: Ocupar el puesto de Don Enrique, para él, para toda la vida. Casar a los niños tampoco, porque para entonces no se va a casar nadie. Total, tú y yo solos, vegetando todos los fines de semana en esa mierda de chalé, todos los puentes, todas las vacaciones de Semana Santa. Arreglando la calefacción, cortando el césped, limpiando la piscina...
-¿Qué piscina?
-Pues la que terminaremos poniendo.... Y un día te mueres y se te queda esa carita de gilipollas. Y en el último momento te dices, vamos, vamos, vamos... porque es que te han llevado al huerto toda la vida… y nunca has hecho lo que tú querías. Estudia, trabaja, échate novia, cásate, cómprate un piso, un chalet, un coche y trabaja como un burro para pagar las letras, los colegios de los niños, el fregaplatos, la cortadora de césped... Y te das cuenta que has vivido para Seat, para Philips, para Banús, para Zanussi, para el Corte Inglés… para La Confianza y su puta madre.
Después de tanto desearlo no me gusta. Y me paso las noches sin dormir. Me he equivocao
-Jose, a mí tampoco me gusta esto. Esa es toda mi vida
-Pues eso es lo que me pasa a mí... Que m'he equivocao, coño. Que m'he equivocao...



sábado, 1 de septiembre de 2012

La escuela del esclavo

Pensaba en la queja actual de los padres en cuanto a la incompatibilidad de los horarios de trabajo y de los colegios.

En el fondo de esta queja subyacen dos tensiones enfrentadas:
  • Por un lado, a los afanados progenitores, les gustaría proteger a sus criaturas del salvaje mundo en el que ellos mismos se desenvuelven. Ya que, aún hoy, existe un cierto deseo de que los chavales disfruten; lo que resulta incompatible con largas jornadas escolares.
  • Por otro lado, les gustaría proporcionar a sus descendientes más y mejores oportunidades, con la intención de que no padezcan sus mismas penurias. Pero esto requiere largas jornadas escolares/extraescolares. Es decir: sacrificar la felicidad en el altar de la cultura del esfuerzo.

Quizá sea el contexto de crisis, o quizá la cultura del esfuerzo ha calado más hondo ¿A quién le importa la felicidad? La solución que parece imponerse es la de alargar la jornada de los chavales. Después de todo, en nuestras mentes, subyace la idea de que todo esfuerzo tiene su recompensa, aunque quizá no sea en esta vida (como antes se esperaba el Cielo por cumplir los mandamientos). En cambio, lo que obtenemos es el engaño que se viene repitiendo desde hace siglos: los que obtienen las recompensas siguen siendo los mismos, y no dependen de su esfuerzo o de si son virtuosos a los ojos de Dios.

Los padres, embrutecidos por el trabajo, acaban dejándose llevar por las pulsiones sado-masoquistas de muerte. El ojo por ojo: "quiero que tú sufras como yo sufro". Mezclado con la absurda esperanza que en un hipotético futuro estarás menos mal -porque habrás asumido que has venido a este mundo para que otros vean cumplidos sus delirios de poder y riqueza-. Sí, sigue existiendo una doble moral: la del esclavo o emprendedor; y la del señor, empresario, inversor... el que se beneficia de los demás.
Mientras... el ideal de un mundo mejor para todos, de iguales, se diluye en la más pura individualidad.

Las nuevas políticas de recortes en educación y derechos laborales no hacen sino acrecentar esta tensión. Horarios aún más incompatibles, que los padres han de llenar con actividades extraescolares para su prole. Más esfuerzo para los niños y más para los padres, que deberán pagar con sudor aquello que se sale de lo mínimo garantizado por el Estado, cada vez más minimalista.
Justo en un contexto en el que apenas se necesita fuerza humana para el trabajo, donde lo que se habría de hacer es repartirlo: jornadas más cortas que permitan a los progenitores participar en la educación de sus propios hijos (pero eso no sería motor de la economía y además no contribuye a la uniformidad).
Parece que hay un excedente de fuerza de trabajo, del que desde luego no se está beneficiando el conjunto de la sociedad.

La subida del precio de la cultura y de la educación superior nos retrotraen a la antigüedad clásica, donde sólo eran accesibles a unos pocos, justo los que ostentaban el poder y el excedente. El esclavo no necesita la cultura para desempeñar su labor práctica, incluso resulta insultante que pueda saber más de cine, música, historia o filosofía que los ociosos amos.
Sin embargo, a los nuevos esclavos sí se nos allana el camino al encefalograma plano: de los mismos contenidos irrelevantes, en todos los canales a la misma hora, de la pasión por el fútbol, de la religión de los Mercados y la macroeconomía. Censurando a las minorías (como ha pasado con la desaparición del programa "Carne Cruda" y otros de la radio-televisión pública). Y si no se puede censurar: se sube el precio.

El mantenimiento de esta doble moral  tiene su coste (hay que someter y controlar a la masa, uni-formarla): armas, militares, guardias, legisladores, jueces, propaganda, pan, circo... en fin: el aparato represor y adiestrador del pueblo. Pero tampoco importa mucho porque es el mismo pueblo el que lo paga.
Al final los ricos y poderosos están cada vez "más allá del bien y del mal", "por encima de la justicia", muy lejos de "el malestar de la cultura" y muy cerca de "el principio del placer".
Francisco de Goya

domingo, 8 de julio de 2012

Sueños de una tormenta de verano

Llegó la lluvia y sopló el viento desde las montañas; por un día se endureció la arena de la playa y asentó el polvo donde debe estar: en el suelo. Un día sin sudar, un día de descanso, en un verano sin tregua, de los que no dejan dormir ni descansar. El infierno es siempre un lugar cálido. Hay mitos respecto al viento: que vuelve loca a la gente; sin embargo, el calor, parece requisito indispensable para la madurez: de la fruta, del cereal... del tontito al que le falta un hervor.
El calor tiene un lado perverso y oscuro. Y no es sólo por la carne de los cuerpos que se expone sin pudor a los rayos afilados del sol. Además es el catalizador de las pulsiones de muerte, la llave de esas puertas que dejamos mal cerradas cuando preferimos olvidarnos de los traumas infantiles o adultos, para seguir adelante. Porque matar o dejarse morir es malo por igual, aunque las buenas personas prefiramos dejarnos morir...
Costaba entender porqué existía esa veneración incondicional hacia el verano. Porqué todos se dejaban arrastrar por sus instintos más destructores y se lanzaban a un ocio de sol, tabaco, alcohol, temperaturas extremas, comidas copiosas, músicas chillonas, sexo, adulterio, drogas... cáncer. Sufría, sufría por todos ellos, mientras el aire acondicionado le helaba los huesos en aquella oficina gris y oscura, después de un fin de semana de contrastes de temperatura.
Delante de la epiléptica pantalla de ordenador soñaba con vacaciones, en un lugar frío, quizá Siberia, viendo corretear los renos desde debajo de su gorro polar, mientras la nieve golpeaba con furia el grueso abrigo. De pequeño adoraba los cuentos populares rusos, recordaba perfectamente los dos tomos de pasta dura de la biblioteca del pueblo. Había leído cientos de aquellas historias de caballos semi-mágicos, expirando fuego en medio de la estepa helada, ayudando al joven de buen corazón (pero bolsillos vacíos) a conseguir el amor de la hermosa princesa. De pequeño siempre estaba en las nubes, quizá no le había dado lo suficiente el sol, de pequeño...
Odiaba el calor y el aire acondicionado; además tenía un corazón salvaje, como los jóvenes de los cuentos populares: por eso siempre estaba sudando. Quizá su fascinación por Rusia no era algo irracional, ni sus sueños marxista-leninistas... la comunión de bienes.

Una rata gorda y peluda se posó a su lado; con sus manitas pequeñas y desnudas parecía querer decirle algo. No era más que el jefe del departamento de cuentas. -¿Qué cojones querría ahora!-. Esta gente parecía no enterarse que el calor le ponía de mal humor. -De acuerdo- Le espetó -Sin ni siquiera pensar lo que le había dicho (siempre eran pequeños detalles que no le interesaban lo más mínimo)-. Le vio alejarse arrastrando su cola carnosa tras el traje negro. Fijó la mirada en la pantalla: -¡Mierda!- El protector de pantalla se pavoneaba con mil colores, ahora entendía a qué había venido ese ser agorero. Era un Lunes de Julio, después de un fin de semana de cáncer e infarto. Una salida de la autopista de la rutina, tan intenso como desconcertante. Pero el señor rata no sabía nada de eso y prefería importunarle cuando observaba inexpresivo los renos de su amada Siberia.

El infierno está lleno de calor y el mal tiene rabo. El deseo sexual se disfraza de voluptuosidad, el verdadero mal habita en mugrientas oficinas y sobre todo en las de amplias cristaleras. Después de la tormenta siempre llega la calma y le deja a uno tirado en medio de una realidad absurda, extraña, ajena... una especie de Matrix al que todos vivimos enganchados, engañados... como el Buda que no quiere saber de las pasiones.

La psicodelia del protector de pantalla le transportó a la noche del fin de semana, a la oscuridad de un antro en el centro de la ciudad donde se sorprendió mirando sus brazos, repletos de gruesas venas, como raíces de un gran árbol. Se giró para comentarlo a un colega, pero estaba en medio de un grupo que no era el suyo; una chica le preguntó algo, la música siempre estaba demasiado alta, o quizá  era extranjera; le señaló sus brazos, pero no pareció ver nada raro. Todos reían, bailaban y se movían muy rápido, así que pensó que sería el cóctel de drogas; que había llegado el momento de buscar al hombre sin química, aquel que habita más allá de los sueños, al otro lado de las sábanas, en el mediodía siguiente. Se fue a casa, sin despedirse, tampoco sabría de quien hacerlo, todos le resultaban conocidos. Fumando, tosiendo y sudando, con el sol asomándose para verle abrir la última puerta; se quitó la ropa y se metió en la cama, mientras pensaba que había vivido momentos de magia, que había visitado el lugar donde nace el narco iris y juegan los pequeños ponis. El calor y la humedad fueron especialmente insoportables, así que no descansó, sólo de vez en cuando susurraba -Mañana lloverá y arrastrará al mar este onírico malestar, las imágenes ya borrosas y los sentimientos de culpa, por no haber actuado acorde a la prudencia, la razón y el decoro.

El día siguiente amaneció un Domingo de tormentas, un regalo del Cielo. Dios le amaba. Después de todo, no había sido tan malo. Aunque no hacía falta que se lo confirmaran: él sabía que era de los buenos, de los que aman; los que odian prefieren de lunes a viernes: no piensan en la felicidad ni tienen raíces en los brazos y, por supuesto, no sueñan con árboles de vida y muerte.

viernes, 22 de junio de 2012

La caló

En carne viva...
tirados en la arena infestada de ceniza:
Deformes, radioactivos y sedientos;
enterrando sucias colillas
justo bajo el Sol abrasador.

El polvo follando con la bruma, la humedad...
Plástico y medusas al compás de las olas del mar.
En los pies: diminutas lapas de oro industrial.
De fondo: horrendas canciones,
interfiriendo con cuchillos de niño
y parloteo desenfrenado;
olor a fritanga, paella, creps...
La superficie untada de orín y crema solar.

"La gente asándose, 
hambrienta y sedienta 
de obsesivo descanso antinatural"

En el interior de la ciudad:
La vida discurre pesada,
incrustada en el asfalto gelatinoso.
Se hace difícil el respirar;
la atmósfera densa de tubos de escape,
aire de vicio: húmedo y calenturiento.
Cuerpos semidesnudos y marcas de sudor,
huyendo de los motores...
Buscando un aire en condiciones.

lunes, 18 de junio de 2012

La ley natural

La ley natural (logos) es distinta de la ley que gobierna a los humanos (nomos): una obviedad como otra cualquiera. Sin embargo no es difícil escuchar, sobre todo en ciertos entornos como el comercial, empresarial, macroeconómico o político, que la que ha de imperar es la ley de la Naturaleza, la del más fuerte, la libre competencia. El capitalismo, traslada así la ley natural a las relaciones humanas. Y esto lo presentan como un gran avance, una gran revelación alcanzada en la cumbre de la mayor desigualdad social.
Entonces uno se pregunta: ¿Para qué se organizó el hombre en sociedades? La respuesta no puede ser otra que para crear un kósmos paralelo, pero gobernado por unos pocos, en lugar de los designios de los Dioses (o una razón u orden universales) que desafiaban sus apetencias.
Primero fue Heráclito hablando del logos, la lógica universal que rige el kósmos confiriéndole belleza y armonía. Los estoicos continuaron en esta línea, aceptando serenos cualquier revés del destino. Sí, la Naturaleza es sabia y dio al hombre el intelecto y la voluntad para poder elegir.
Si el hombre actuase guiado por la razón, estaría haciéndolo de acuerdo con la Naturaleza. ¿Pero actuamos guiados por la razón? ¿o por los instintos? Además, cada persona es única, no sólo en su circunstancia. ¿Nos conocemos lo suficiente a nosotros mismos como para saber cuando nos guían las apetencias?

Estas argumentaciones siempre me han causado desconcierto:
La Naturaleza es bella: las selvas, las estrellas, los ríos, los animales... Si vivimos según sus leyes, deberíamos alcanzar esa misma belleza y armonía. Es decir, ¿deberíamos regirnos por nuestros instintos y apetencias?: Seguramente así acabaríamos con la propia Naturaleza a un ritmo más desenfrenado. Además este tipo de comportamiento va en contra de todas las ideas de justicia, libertad, sostenibilidad e igualdad, que esperamos para nuestras sociedades. ¿Dónde está el error pues?
El error reside en creer que comportarse de acuerdo con la Naturaleza consiste en imitarla. Pero ya hemos dicho, que el hombre es un ser racional, también social, y actuar acorde la Naturaleza es hacerlo acorde a su propio ser.
 
Las sociedades humanas no son más que un área dentro de la Naturaleza (el kósmos, el universo), pero en lucha: porque la estrategia que hemos elegido para relacionarnos con ella ha sido la del sometimiento, no la del "junco que se dobla pero siempre sigue en pie".

¿Debemos someternos a la ley de la Naturaleza? o ¿Luchar continuamente para cambiarla? ¿Deberíamos no inventar vacunas para las enfermedades puesto que son naturales?
Quizá la pregunta debería ser otra: ¿Cómo vivir en sociedad sin destruir la Naturaleza? Aunque quizá no tenga mucho sentido -si estamos ya pensando en escapar del planeta cuando lo hayamos consumido-.

Después de todo, hemos de satisfacer nuestras necesidades. Estas son cada vez mayores y van más allá de lo fisiológico. Podría decirse que hemos conseguido cubrirlas independientemente de la Naturaleza: Sintetizamos alimentos en extravagantes lugares; tenemos experiencias sexuales de lo más bizarras; la esperanza de vida es más alta que nunca... Entonces ¿Por qué seguimos progresando, creciendo?: Porque nuestra Naturaleza nos impone otras necesidades que las meramente fisiológicas. Y aquí es donde entran en juego la libertad, la voluntad, los placeres y la razón.
Hubo un tiempo (clasicismo y helenismo ) en que se pensaba que la dirección a seguir estaba marcada por la Felicidad. Pero con la disolución de los órganos de autogobierno (polis) y la concentración del poder en cada vez menos manos y más arbitrarias, surgió la idea de que era imposible conseguir la felicidad en la vida terrena: Se intentó alcanzar después de la muerte.
Cuando la ciencia alzó la voz y empezó a sospecharse que después de la muerte no había nada, que hasta el mundo de ultratumba se había poblado de especuladores y mercaderes; entonces nos dijimos que la felicidad era el dinero: tener cada vez más, crecer, progresar... Pero crecer es siempre a costa de algo o alguien: la Naturaleza; otros pueblos; el espacio, cada vez más corto; el tiempo, cada vez más acelerado...

No tenemos mesura, ni moderación, galopamos a cojón sacado en busca de nuevas conquistas, del progreso. Y este último parece estar íntimamente ligado a la destrucción de la Naturaleza y la polarización de las sociedades, cada vez más injustas. Sí, nos hemos empeñado en unificar la ley, en someterlo todo a una sola voluntad. Y no hemos unificado sólo la ley, también hemos hecho coincidir placer y deber: El deber es hacer dinero y a la vez fuente de placer.

Esa es la verdadera crisis: la de valores morales y éticos.  Las costumbres y leyes orientadas al crecimiento y no a la felicidad de los pueblos. Nadie se preocupa por cómo ha de ser un buen gobernante, y cuando se habla de formar ciudadanos siempre subyace la idea de entrenarlos para el mercado de trabajo... El trabajo, esa pesada carga que iba a desaparecer -o al menos disminuir progresivamente- con el avance de la tecnología; otra víctima y colaboradora del crecimiento...

miércoles, 2 de mayo de 2012

Conservador

Los viajes largos dan para: escuchar música, oír la radio, observar el paisaje y hasta reflexionar. Mientras pisas el acelerador en la monótona autopista. Así, me pregunté:  -¿Qué es ser conservador? y ¿Por qué lo es  la mayoría de la población del país, europea o incluso mundial?- Políticamente hablando.
Conservador es el que quiere quedarse como está, que la situación y el contexto en el que vive no se alteren. Ahora vivimos en un contexto de "crisis" y la "mayoría" sigue siendo conservadora. -Absurdo, ¿no?-

Entrecomillo lo de "crisis", porque cansa su uso abusivo. Parece algo inevitable, una especie de glaciación que debe ocurrir de forma periódica y que afecta a todo y a todos. Lo cierto es que hay colectivos a los que les ha venido muy bien la crisis, a otros no le ha afectado lo más mínimo y otros tienen infinitos recursos para eludirla (bancos, políticos, grandes empresas, familias que mantienen su empleo...). Hay sectores que se han hundido (construcción) y han arrastrado a otros. Lo lógico sería tomar medidas para que algo así no vuelva a ocurrir, como por ejemplo: cambiar de modelo productivo y económico por algo más sostenible y no basado en el crecimiento continuo en un espacio finito.
Muchos de los conservadores no quieren permanecer en el estado de crisis, sino que quieren que las cosas vuelvan a ser como antes y tener su oportunidad de crecer y prosperar económicamente.
¿Para qué preguntarse nada? ¿Para qué hacer autocrítica? - Me aguanto como estoy, que no estoy tan mal, y ya vendrán tiempos mejores - . Viven su presente un poco pasado, no les va lo de las vanguardias.

Las comillas de "mayoría", vienen, porque vivimos en democracia, y los gobiernos los eligen las mayorías. Pero existen elevados índices de absentismo, y muchos de los que votan no les importa lo más mínimo la política  y votan guiados por los sentimientos mediatizados de masas.


Por tanto, tenemos al conservador acomodado, que ya le van bien las cosas tal cual están; el oportunista, que espera que todo vuelva a ser como antes; y el mediatizado, el que se guía por sus sentimientos (miedo, simpatía...), o que no tiene los recursos suficientes para desprenderse de sus creencias irracionales.

Seguramente se puedan establecer otras clasificaciones, pero estas son lo suficientemente genéricas, y abarcan todo el espectro de lo que, en mi humilde experiencia, he podido observar.

Hay algo común a las categorías de "conservadores": lo limitado de la comunidad a la que desean que participe del bien, las ganancias, la prosperidad. En la mayoría de los casos: ellos mismos o su familia, no más allá de los de su clase o los que están por encima de ellos (y sólo porque esperan obtener algún rédito o favor). Esto es, una actitud egoísta, competitiva, agresiva... en contra del Otro, el que no me importa mientras ande yo caliente, y al que puedo odiar, culpar o utilizar, en caso de que pase frío.

- ¡Ya está!: Los de "derechas" son conservadores, entonces egoístas, mezquinos, avariciosos y, por tanto, malos -.
Pero existen colectivos a la "izquierda" que también son conservadores, egoístas, mezquinos, avariciosos y, por tanto, malos.
Por eso mismo se encuentran confrontados, porque representan a grupos diferentes, y no necesariamente de clase social o ámbitos diferentes. Circunstancia extraña, que no lo es tanto si tenemos en cuenta que cada uno busca su propio interés, que puede depender de la persona concreta en el poder, o que está influido por medios de masas, por la tradición, por las creencias, esperanzas... Equipos que agrupan colectivos, de forma más o menos aleatoria, y cuyo único vínculo es un odio irracional a los otros. ¡Eso es la afición futbolística hoy día!... Perdón,  quería decir: la política.

Algunos mantenemos particulares creencias y esperanzas.  Tratamos de extender nuestra comunidad cada día un poquito más, a todas las personas, a las plantas y los animales -¿Por qué no?- Un mundo sin competición, sin odio, más colaborativo, bello... A eso me refiero cuando digo comunismo: Comunidad Global, el Uno Todo...
Para conseguirlo es necesario un cambio, que no tiene por qué ser brusco ni violento y que comienza por otorgar recursos suficientes a toda la población, para tomar decisiones racionales y justas, no basadas en el miedo, la simpatía o el egoísmo.

domingo, 22 de abril de 2012

Hoy solo tenía imágenes


Fantasmagóricas, de miedos y anhelos...
atrocidades y experimentos.
Dioses que nos dan la espalda,
mientras atendemos a la farándula y
hasta nos arrancamos los ojos,
evitando fijarlos en la hemorragia.

Gallos de pelea que no quieren más guerra.
El pueblo suplicando recomponer sus tripas
y un tiempo para cerrar las heridas.
¡No más banderas marcando la tierra!

La Naturaleza decapitada...
está que hecha chispas.
Condescendiente e inocente
nos regala corazones,
flores, frutos y formas 
de los más variados colores,
travestidos cordero-dragones
libélulas taurino-depredadoras...

Pero los sapos-reyes,
los vampiros de corbata:
erre que erre
- Que no se descansa!
¡lucha y trabaja! -


lunes, 16 de abril de 2012

Retales

Sobre la crisis actual: "Quizá antes no estábamos tan bien como creíamos que estábamos y ahora no estamos tan mal como nos dicen que estamos". - Oído en "la nube" de TVE2 -

"Al no existir ideales, como en el siglo anterior el Anarkismo, Comunismo, Socialismo... Los movimientos sociales, como el 15M, solo denuncian pero no avanzan en ninguna dirección, solo comparten su rabia" - Oído en "Carne Cruda", entrevista con Vicente Verdú autor del libro "la hoguera del capital". -

La denigrada "crisis", ha conseguido poner en práctica una idea que, aún hoy, a la mayoría le parece una locura: el decrecimiento económico. Ha lanzado a muchos a conseguir sus sueños, empresa que de otra forma, desde una posición de seguridad, no habrían iniciado. Ha proporcionado una justificación al "no hace falta gastar tanto", sin que te tachen de agarrado. La estrategia empleada ha sido la del miedo y, como daño colateral: el incremento de la desigualdad social.

El otro día la señora X, conservadora, pero no adinerada, me comentó con tono grave y cierta preocupación:
-¡Qué vándalos aquellos chavales en la manifestación! ¿Qué culpa tiene el pobre tendero que intenta ganarse honradamente el pan?
Ante semejante apelación, no pude contenerme y le contesté -en tono igualmente grave- algo que intuía no le iba a parecer razonable:
- Pero lo que quemaron fueron bancos y grandes superficies.
La verdad, no sé que respuesta esperaba yo obtener ante semejante afirmación. Pero me sorprendió cuando, con tono aliviado, dijo:
- ¡Ahhh! Entonces, si eran bancos y grandes superficies, es otra historia.
Mi cara se iluminó: -Por fin, algo está cambiando...

Sobre las normas del lenguaje: 
Cuando vivía en el pueblo, me decían que hablaba mal el Castellano. De mayor, que hablaba mal el Inglés. Ahora, que vivo en Barcelona, hablo mal el Catalán. A veces, uno se cansa de que le digan que lo hace todo mal, y que sean siempre los mismos acomodados los que nos dictan la norma.

Mientras el cuchillo atravesaba su cuello, la sangre pintaba de rojo la pueril lana y la tierra seca del suelo. Le miré a los ojos, se le escapaba la vida, de forma silenciosa, porque la mano decidida  de mi padre no le permitía abrir la boca. Hizo amago de levantarse, pero yo le sujetaba las patas, impidiendo que escapara, con fuerza. -¡Qué hermoso está! ¡Este va a tener buenas chuletas!-
El untuoso olor a borrego se mezclaba con el de jara y tomillo. La madre no percibía la tragedia, no lo haría hasta horas después.
En los últimos espasmos, con la mirada ya serena, tranquila, vacía... pensé en la expresión "mirar con ojos de cordero degollado" y en la experiencia de crecer libre en el campo, acarrado bajo las encinas, arrodillado mamando de las ubres de una vieja y cansada madre.

jueves, 12 de abril de 2012

El orden natural

Hubo un tiempo en que los hombres creían que existía un Orden Natural, un lógos, un nexo, una ley que regía el kósmos, el Todo ordenado -la Naturaleza-, dotándolo de belleza y armonía. Estoy pensando en la Grecia clásica.
Hoy día resulta casi imposible una concepción así: nos hemos lanzado al sometimiento de la Naturaleza e invertimos tremendos esfuerzos en sublimarla, en utilizarla como un medio, como una materia prima de la que obtener nuestros sofisticados productos.

Hace unos días, mientras salía de la gran ciudad, me di cuenta de lo difícil que resulta observar la Naturaleza como algo cotidiano o normal. Podría decirse que ha quedado como un adorno, un parque temático, un residuo o campo por explotar...

Al hombre moderno no se le ocurriría decir que "la Naturaleza es sabia". - ¡No! La Naturaleza es algo aleatorio, impredecible, sucio, molesto... y necesitamos la tecnología para evitar cada uno de sus inconvenientes - .

Lo cierto es que la Naturaleza es bella y compleja, hasta los más pequeños detalles, hasta la más insignificante de las células. Quizá eso nos causa desconcierto, no poder alcanzar su perfección, la facilidad con la que todo parece surgir: las aves elevarse en los cielos; las plantas brotar, a su ritmo, pausado; los peces surcando el mar; nuestro propio cuerpo, que intentamos reconstruir con silicio y plástico. La envidia nos corroe: también queremos ser creadores. Y nos decimos que "la Naturaleza es cruel": porque asesina y come carne cruda, porque sus leyes no las dictamos nosotros. Tenemos tremendo miedo al dolor y la muerte, no soportamos tenerlos cerca. Nos refugiamos en nuestras junglas de asfalto y de metal, esterilizamos las superficies y ocultamos la crueldad en cualquier otro lugar.

Por supuesto, tampoco necesitamos dioses que nos sean favorables, contrarios, o creadores. Nosotros somos dioses: científicos, economistas, tecnólogos... los verdaderos creadores. Vivimos en nuestro propio mundo, ya que la naturaleza permanece oculta y no es más que una enorme fuente de materias primas y alimentos. Y ahí es donde ejercemos nuestra violencia: contra la Naturaleza, que ha quedado relegada al "otro" lugar; contra los "otros" que quedan más allá de nuestro progreso; y, cuando hay escasez o "crisis", contra los "otros" que no son de nuestra clase social.
Si no se ve, no hay remordimiento ni culpa. Y, después de todo, somos dioses: podemos ser crueles, caprichosos, furibundos, libidinosos...
Quizá no nos queda más remedio que ser eso, diosecillos. Después de renegar de la armonía, luchar y esforzarnos por destruirlo todo, guiados por la ambición de unos pocos, por consumir más, ganar más, llegar cada vez más alto, más lejos y más rápido. Ya no podemos recrearnos en la belleza natural, en el nacimiento y la muerte, en esa extraña armonía que permite la existencia de contrarios.

El invierno trae los fríos; hay que enfriarse. El verano trae calor; hay que sudar. La destemplanza del clima pone a prueba la salud; hay que enfermar. Una fiera nos saldrá al encuentro en un lugar y un hombre más dañino que todas las fieras. Algo nos quitará el agua, algo el fuego. No podemos cambiar esta condición de las cosas, pero podemos adquirir un ánimo grande, digno del varón bueno, con el que padezcamos con entereza lo fortuito y vayamos de acuerdo con la naturaleza. - Séneca

Demasiado aferrados a la pureza y perfección de nuestras propias creaciones, nos olvidamos de disfrutar sin más.

Copa de Esequias (h. 530 a. C.). Antikensammlung. Munich. Viaje maravilloso de Dionisio en el mar del vino. En torno al mástil crece una vid fecunda. Los delfines saltarines, contagiados por la presencia de Dionisio, auguran una travesía venturosa.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Sangre de TIC

En el navegador siempre había una pestaña en blanco. Como en sus cuadernos, de los que no le gustaba utilizar la primera hoja. Tenía la extraña manía de no dejar nada del todo cerrado. Le causaba desasosiego no ver alguna puerta abierta, la claustrofobia de estar atrapado en el momento presente, en el lugar de siempre.
Hasta que un día, aquella pestaña comenzó a sangrar, sangre de bits, rojo sobre fondo negro. -¿Y por qué no?- Se preguntó mientras observaba impávido aquellos regueros de sangre. -Llevo tanto tiempo aquí sentado, yendo de un sitio a otro, del facebook al correo, a noticias que nunca leo completas, a pequeños pedazos de cosas que pasan fugaces por mi electrizada cabeza. ¿Por qué no se va a empañar la pestaña con sangre de TIC?-.

Y, cómo no... empezó a rascar con el dedo. Por fin algo interesante en la pantalla de su ordenador, más incluso que el fondo azul y caracteres blancos de aquel sistema operativo que un día tuvo, güindous lo llamaba. -¡Puto virus!- En su nombre había sacrificado cientos de teclados, a base de violencia mal contenida.

Al rascar, también la pantalla se puso a sangrar, su dedo se rompió y borbotones de palabras hicieron charco en su escritorio. Por un momento le invadió el miedo: Alguna vez le habían dicho que podían salir las tripas por cualquier herida. Y siempre se lo había tomado a broma, sólo que ahora, mirando el charco del escritorio, de palabras escatológicas y bits herrumbrosos vio peligrar sus entrañas. De alguna manera ya estaban allí, en aquel charco rojo oscuro de bits, caracteres, palabras... tripas. Eso era él: un destripador sanguinolento, un asesino de pasados siempre mejores y futuros estables.

Se desvaneció, uno no puede sangrar eternamente, ni estar asomado al fondo de un abismo sin acabar demente. De la demencia al desvanecimiento. -¿Quién va a rescatarme de este pantano de bits y sangre! Las palabras se han escurrido entre mis dedos y soy prácticamente un saco de muerte. ¡Tengo frío! ¡Tengo miedo! La culpa es mía por rodearme de seres inertes-. Mientras se lamentaba en el fondo de su abismo, la pestaña sangrante recuperó la cordura, otra vez en blanco y la barra del navegador impoluta ¿Qué nuevos mundos le aguardaban? ¿Qué nuevas fantasías y pornografías habría más allá del píxel en blanco?
El charco se coaguló en un pesado bloque de bits y palabras vacías, su dedo se reparó. Pero ahora el brazo derecho era más ligero, estaba fuera de control. Así que se acordó de David Lynch, de Laura Palmer y del acto de masturbación. Se sentía más violento, más humano. De repente, quería buscar trabajo, ganar más dinero y actualizar su facebook solo con casos de éxito. Así que navegó, siempre en la misma pestaña, con un objetivo entre las cejas. Sin el peso de las letras o las tripas... sin el calor de la sangre, se posó en la cima de La Montaña de cadáveres.