jueves, 6 de abril de 2023

El jeta

Tengo un amigo que es un jeta. Siempre llega tarde, no hace nunca nada por nadie y trata de sacar la mejor tajada en toda ocasión en que se hacen cosas o se pone dinero en común. Mal estudiante y peor trabajador, se las ingenia para estar en buenas posiciones, siempre a favor de la corriente, donde fluye el dinero con el mínimo esfuerzo. Tiene un ego que no le cabe en el pecho, sólo habla de sí mismo y continuamente está justificando sus comportamientos ruines ante los demás -siempre en distancias cortas, nunca en público de verdad-. Suerte que es mal orador porque, sino, podría llegar a ministro... Sí, tiene mucha jeta.

Escuchaba el programa de Carne Cruda sobre "Quién cobra las ayudas públicas" y comentaron la noticia de un alto cargo público que cobraba el bono social térmico por ser familia numerosa. Una ayuda que va destinada a familias vulnerables... El tipo, lejos de ocultarlo o amagar con devolver el dinero, trató de justificarse en público y, en una actitud muy de la España del pelotazo, argumentó que él iba a cobrar la ayuda porque era un orgulloso padre de cuatro hijos -siempre el ego por delante-. Supongo que le debemos mucho porque sus hijos van pagar nuestras pensiones.

Los jetas suelen cobrar grandes cantidades de dinero público: son un sumidero de nuestros impuestos... Y, lo peor de todo: están a la vista, dando mal ejemplo. Gente que no produce nada, recibiendo y despilfarrando. Robando ese dinero a quien realmente lo necesita - o, al menos, lo necesita más-. Para que puedan poner el lavavajillas a todas horas, la calefacción o el aire acondicionado con las ventanas abiertas... 

Algunos de estos jetas son los que van por ahí diciendo que hay que acabar con las paguitas, las pensiones, las ayudas al desempleo... Porque ellos se merecen cobrar más. Pero también los hay muy progres: defienden a ultranza el Estado o la recaudación de impuestos... Porque saben cómo sacar tajada. 

 

En el mundo laboral-empresarial creo que no me he encontrado gente así. Me he encontrado gente que escurre el bulto, que aparenta estar haciendo cosas cuando no está haciendo nada, que dicen ser expertos en algo cuando sólo tienen vagas nociones, que no responden cuando los necesitas... Pero no suele ser una situación que se prolongue en el tiempo: el  mercado laboral es muy inestable, al final esa gente acaba moviéndose a otro sitio o espabila. Al menos es así en los puestos en que yo me muevo: puestos bajos, en primera línea de la cadena de producción. Quizá los jetas se manejen por las alturas... pero el mundo de la empresa privada es muy opaco, muy turbio y muy cruel: con intrigas y luchas sangrientas por el poder -requiere otra actitud mucho más agresiva y competitiva que la de mi amigo el jeta, requiere cierto esfuerzo y habilidad en las malas artes-.

jueves, 16 de marzo de 2023

Peloche y la independencia

Buscaba información de Peloche y me encontré con esto en la Wikipedia 

"En el año de 1939 este municipio desaparece porque se integra en el municipio de Herrera del Duque..."

Una frase lapidaria: el municipio desaparece, deja de existir... Antes era un pueblo, con su ayuntamiento y sus movidas y, de repente, se convierte en un barrio residencial, o una suerte de resort turístico y reserva de exótico folklore -porque, si buscas en internet, se nos desvela como un destino de playa de agua dulce y sus tradicionales danzantes en la festividad de San Antón-. Internet se nos ofrece siempre raudo y veloz a proporcionar su particular visión de las cosas, una visión fresca, actual y atractiva -para los de fuera, porque internet nos muestra la realidad siempre desde fuera, desde un universo exterior virtual-. Pero, en lo que concierne a lo real, a sus vecinos: ¿Cuándo desapareció Peloche?

No parece que fuera algo repentino. En los últimos años de su historia ha sido  como el río que baña sus inmediaciones, el Guadiana: que aparece y desaparece y que, ahora, se encuentra oculto bajo los turbios pantanos apuntalados durante la dictadura.

Peloche tiene su iglesia, sus tradiciones, sus bares, su cementerio y su propia identidad. Salta a la vista que es un pueblo en sí mismo. Aunque haya sido desposeído de sus órganos de gobierno y de su territorio -con la disolución de su término municipal en el de Herrera del Duque y la construcción del pantano que inundó sus mejores tierras-.


La primera desaparición de Peloche que he encontrado documentada ocurre 

"En cumplimiento de una Real orden de 23 de octubre de 1867, la Diputación de Badajoz presentó el día 2 de enero de 1868 un anteproyecto para suprimir algunos distritos municipales y pueblos menores de 200 vecinos, según el censo de 1860.

Estas uniones se harían respetando el partido judicial y la diócesis a la que pertenecía cada pueblo. Dentro del partido de Herrera del Duque, Peloche, que tenía 137 vecinos*, se agregaría al ayuntamiento de Herrera (Comprendía el término municipal de Peloche 16 kilómetros y medio de circunferencia y 6 aproximadamente de diámetro. Tenía mancomunidad de aprovechamiento de pastos con Herrera, y un pósito con 400 fanegas de trigo. Los productos de los pastos que le fueron señalados, cuando se separó de Herrera, eran suficientes para cubrir sus presupuestos.)

Del capítulo Propuesta para hacer mancomunidades y suprimir ayuntamientos menores de 200 vecinos. Calderón López, Fernando (2021). La Siberia Extremeña. Crónicas del Siglo XIX. Gráficas Diputación de Badajoz

*Aquí, "vecinos", quiere decir unidad familiar o cédula de inscripción (Peloche tenía según el censo de 1860 137 vecinos que, en realidad eran 482 habitantes)


Más tarde, la Ley Municipal de Términos Municipales y de sus Habitantes de 20 de agosto de 1870 elevaba a 2000 el mínimo de habitantes para constituir un municipio. Y hasta 1924 no apareció una ley que eliminara la limitación de habitantes para constituir ayuntamiento*.

*Según el documento: Pons-Portella, Miquel (2016). Población mínima de los nuevos municipios: estado de la cuestión tras la Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local. Revista De Estudios De La Administración Local Y Autonómica

 

Así que, desde 1868 hasta 1924, la legalidad estatal no fue favorable a la independencia de Peloche. Sin embargo, parece que los pelochos se las ingeniaron para funcionar como municipio después de ser subordinados a Herrera del Duque en 1968. Ya que no parece que la anexión de Peloche a Herera llegara a hacerse efectiva o, si lo hizo, debió ser durante un período muy breve de tiempo. por lo que comentaremos en los párrafos siguientes y por los datos del INE.

Evolución de la población de Peloche según el INE. No aparecen datos en 1842, pero tampoco he encontrado indicios que apunten a que Peloche no fuera un municipio en sí mismo en esa fecha y fechas anteriores. 

 

En la Gaceta de Madrid número 34 del 3 de Febrero de 1934 se habla de 

"que la Diputación provincial de Badajoz dictó en 4 de Noviembre de 1898 suprimiendo el Ayuntamiento de Peloche [...] manifestándose en la Real orden de 1924 que el acuerdo de supresión que se confirmó en 1899 no se había cumplido hasta la fecha [1934] por el Gobierno civil de Badajoz.

Vamos, que en 1898, Peloche era, de facto, independiente y había seguido funcionando con autonomía, al menos hasta 1934 (porque la orden confirmada por la Diputación de Badajoz en 1899 de anexionarlo a Herrera no se había ejecutado).

De todas formas todo este período parece bastante turbulento, como confirma otro párrafo del texto de la Gaceta de Madrid número 34:

"La confusión sobre la existencia o no del Ayuntamiento de Peloche era general y alcanzaba a las Autoridades que con su actuación daban motivos para dudar de ella. Asimismo en el Censo del Instituto Geográfico ce­rrado en Diciembre de 1930, aparece el pueblo de Peloche constituyendo Ayun­tamiento, y el propio Gobernador civil convocó a elecciones de Concejales del Ayuntamiento de Peloche para el 12 de Abril de 1931".

 

De los años posteriores a 1934 sólo he encontrado esta nota al pie de página en el artículo La Siberia extremeña (1927-2017) de Juan Rodríguez Pastor:

"[...] el 15 de enero de 1937, en Castuera, el alcalde de Peloche, Benito Calderón, consiguió una orden del Gobernador concediendo a Peloche su independencia de Herrera (tras la guerra se deshizo la acción)".

La guerra empezó en el 36 pero las tropas del militar golpista no se hicieron con el control de Herrera y Peloche hasta prácticamente terminada, en 1939, momento a partir del cual Peloche nunca recuperó su independencia. Con franco todo quedó "atado y bien atado".


Con la democracia los pelochos realizaron algunos intentos de recuperar su autonomía, pero fracasaron. 

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Van ya varias generaciones que nos hemos criado con la cantinela de que Peloche es una pedanía de Herrera -y la de que, el lema "Peloche manda", es una chiquillada-. Sabemos que resulta un tanto incómodo para los pelochos, así que, los de Herrera, no nos jactamos de ello. Y no es sólo por respeto hacia nuestros vecinos, es porque sabemos que el poder político se ejerce de forma arbitraria, que responde a intereses diferentes a los de la población, que nadie está libre y que, si Herrera tiene su autonomía, no es porque la gente de Herrera sea más fuerte, más lista o haya luchado más, es porque otras instancias superiores -Diputación, la Comunidad Autónoma, el Estado...- así lo han decidido, o lo han estimado oportuno para sus intereses.

Peloche en 1957 y en la actualidad. Imagen extraída del portal Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura

 

En los últimos dos o tres siglos -en los que empezaron a conformarse los Estados modernos- el poder se ha ejercido siempre desde arriba hacia abajo, tanto en democracia como en dictadura -al capital no lo importan mucho los detalles de cómo se acceda al poder, mientras ese poder se ejerza y haga seguras sus transacciones-. Es sintomático cómo este tema de la independencia de Peloche continúa siendo en la zona una suerte de tabú del que nadie habla, permanece oculto, cancelado, como si no fuera relevante para nadie... Quizá, porque si se hablara, habría que actuar y, en nuestras democracias, los que actúan son los que están en las instituciones... Hasta eso nos han robado: la posibilidad de hablar, de organizarnos, de negociar y llegar a acuerdos.

Podemos afirmar, sin mucho problema, que la historia del capitalismo va de la mano de la historia de los Estados modernos, no se entienden los unos sin el otro. Y es esta una historia de desposesión. Desposesión de la autonomía de las gentes, acumulación de riqueza, monopolio -de los medios de producción, de la violencia, la cultura...-. Peloche es un ejemplo de todo esto: de acumulación y centralización de poder político, ordenación del territorio y construcción de mega infraestructuras para sostener el entramado Estado-Capital. 

Ahora Peloche tiene 257 habitantes... Y bajando. Como le ocurren a Herrera y el resto de pueblos de la comarca. No es la España "vacía", es la España "vaciada", desposeída y sacrificada para lubricar los nodos y vías por las que fluye el capital. Que no nos resulte extraño que, los mismos que se encargaron de vaciarnos -capital e instituciones-, se alíen ahora para llenar esto de cualquier cosa: minas, turistas, casinos o plantaciones de placas solares.


PD: gracias a las pelochas Isabel y Maripaz que me proporcionaron material e hilos de los que tirar.


domingo, 19 de febrero de 2023

A vueltas con el trabajo y el 25 de Marzo

Escuchaba a Jorge Javier Vázquez decir que había disfrutado mucho de su trabajo. Que, durante un período de unos 15 años, había estado completamente entregado a él. Que era algo que le divertía y entretenía mucho, que le brindaba la oportunidad de vivir una vida y unas experiencias absolutamente fuera del alcance del resto de la humanidad... Y todo lo que decía parecía verdad: los periodistas y presentadores de la tele viajan, conocen gente interesante, se rodean de lujos, fiestas, representan poses que sólo están permitidas en ese ámbito... Pero decía estar ahora en una época más calmada: trabaja menos -quizá porque el formato televisivo en el que se encuentra encasillado comienza a agotarse y hay que reinventarlo, aunque sólo sea con caras nuevas-. Decía estar contento en esta nueva etapa pero, al parar, se había dado cuenta de todo lo que había dejado al margen en esa vorágine de trabajo y breves períodos de descanso/desconexión/escapada. Había dejado al margen la vida normal que, obviamente, es mucho más tranquila pero tiene ciertas gratificaciones que la hacen más sostenible en el tiempo: hacer la compra, pasar tiempo con familiares, amigos, mascotas, cuidar de los que le rodean... No terminé de escuchar la entrevista porque ya se me hacía larga pero, os dejo aquí el enlace al podcast.

Yo me encuentro en una etapa laboral en la que no me cuesta comprender a Jorge Javier, obviamente no a ese nivel de dedicación y entrega, pero sí que estoy muy motivado -a veces pienso que demasiado-. Me entretiene mucho mi trabajo, soy una persona curiosa y me gusta aprender sobre nuevas tecnologías, desmontarlas, saber cómo funcionan por dentro... Hay muy buen ambiente con mis compañeros y eso hace que el ámbito que acapara lo laboral se expanda. Con estas premisas es fácil pasar por alto cosas como lo ético de ese trabajo -Jorge Javier también eludía abordar el aspecto moral-, o descuidar cosas que también producen sus gratificaciones (aunque no nos den dinero): cuidar de los nuestros, pasar tiempo con los amigos, los trabajos domésticos, las plantas, la filosofía...

Últimamente me cuesta mucho concentrarme en la filosofía, quizá no es sólo la motivación/implicación en el trabajo, quizá también el estar en el último curso con temas más densos y específicos y, por supuesto, el encontrarme en el pico de obligaciones de la edad adulta: las niñas siguen demandando cuidados, los abuelos se van retirando/delegando y, aunque los amigos no salimos tanto, todavía nos juntamos.

Al final, la filosofía -como esto de escribir el blog- no sirve para nada. Es más una cabezonería personal... Me gusta reflexionar, aprender cosas nuevas, saber como funcionan por dentro...

Parece que la fenomenología -la corriente filosófica en la que ando inmerso- está un poco en esa fase de la pregunta: la filosofía se ha ido desgajando en las diferentes ciencias y áreas de conocimiento... Entonces ¿Sirve para algo? ¿Tiene algún sentido? La respuesta que da es que sí, sí sirve. Porque nos descubre otra forma de conocer el mundo y relacionarnos con la realidad. Una forma más intuitiva, menos utilitarista, una búsqueda de alternativas no condicionadas por todo nuestro conocimiento y experiencia acumulados.  

La filosofía se me antoja como el único contrapunto posible a esa huida hacia adelante que son nuestros trabajos actuales y la obsesiva preocupación por el dinero, que nos convierte a todos en inversores y economistas -ya sea para ajustarse a exiguos presupuestos o para administrar el excedente en la pensión futura-. Ya no es sólo que nos relacionemos con el mundo como si todo fuesen cosas, la economización nos lleva por absurdos derroteros, irreflexivos, inmorales... que nos dejan cierta sensación de vacío... Como la de ese Jorge Javier retirado a la segunda línea.

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El otro día escuchaba un programa de flamenco donde hablaban sobre el 25 de Marzo, el presentador hacía una reflexión y repaso sobre el reparto y el acceso a la tierra en Extremadura -donde ha estado tradicionalmente en manos de grandes tenedores-. Ahora, el acceso a la tierra no es la máxima preocupación de nuestras sociedades, pero hubo un tiempo en que en las zonas rurales se vivía del y en el territorio. El sistema de propiedad fomentado desde el Estado no favoreció ninguna mejora para estas sociedades, sino que contribuyó a concentrar la riqueza en muy pocas manos. En un progresivo desposeer a los habitantes de su medio de vida -para desplazarlos a los sitios donde hacía falta mano de obra: la ciudad-. Y no es solo la propiedad, sino la continua limitación de acceso a los usos del territorio: para leña, pastos, siembra, rebusco, caza... Al final, la propiedad no deja de ser un conjunto de derechos y obligaciones sobre algo, derechos que se se pueden ampliar o restringir, que pueden ser de cualquiera: caciques, administraciones públicas, pequeños propietarios... La tendencia ha sido la desposesión de derechos y capacidad de decisión de la población sobre su medio de vida conectado al territorio -ya sea por los propietarios o las regulaciones impulsadas desde los Estados y administraciones-. Todo ello ha desembocado en que hoy se vean como deseables macro proyectos de granjas, mineros, de energías renovables, casinos... que atentan contra el territorio, porque la vida en los pueblos cada vez tiene menos que ver con lo rural y, al final, lo rural, aunque más despacio, se ha incorporado de lleno a esa huida hacia adelante de los objetos, el trabajo y lo económico.

miércoles, 25 de enero de 2023

Habitar el mundo

Para Heidegger y otros fenomenólogos vivimos en unas sociedades decadentes. Una decadencia que empezó en la ilustración con el cientificismo y el papel predominante otorgado a las ciencias de la naturaleza y la carrera tecnológica. Habríamos puesto el foco en el conocimiento de los objetos concretos: el universo, las ondas, los animales, las plantas, el cuerpo humano... Y habríamos perdido la capacidad de asombrarnos ante la existencia en sí, la capacidad de maravillarnos ante un atardecer, la lluvia, una flor que estalla... Estaríamos absolutamente entregados a la utilidad, la transformación y dominación de la humanidad y de nuestro medio. Absolutamente absortos en las posibilidades que nos brinda ese conocimiento de las cosas.

Heidegger las palmó hace ya casi 50 años... Pero creo que nadie se diría que hemos mejorado, o hemos cambiado, esa actitud que denuncia la fenomenología. Al contrario: hemos ahondado la herida. Los adjetivos que utilizamos para referirnos a nuestro mundo vivido actual así lo apuntan: turbo-capitalismo, estrés, eco-ansiedad, adicción, emprendimiento, aplicaciones móviles, hiperconectividad, privacidad, empleabilidad, turistificación, trabajo, acumulación, formación continua... Vamos a tope, estamos dopados, nos va a dar el infarto.

Y es verdad: esa importancia y primacía que le damos a las cosas, ese análisis desde la física y la utilidad, hace que, al final, todo acto y objeto no sean más que meros medios para conseguir otros fines. Unos fines indefinidos que se van posicionando como "trending topics" con el devenir de la sociedad: el dinero, la casa, el trabajo, las experiencias, la cultura, el entretenimiento, la formación, lo ecológico... Dedicamos tremendos esfuerzos para alcanzar esos fines, pero todos sabemos que son fines vacíos, que no llevan a ningún sitio, que nos causan malestar.

Quizá yo no lo cuente muy bien, ni lo haga muy ameno, pero este señor (Jesús Sáez Rueda) hace un análisis muy claro, entretenido y con muchos ejemplos de este concepto de Heiddeger de ser-en-el-mundo (dentro vídeo). 

Ya se sabe que los extremeños somos como los andaluces... pero sin gracia. Y, la verdad: no tiene mucha gracia esta contemporaneidad nuestra que nos lleva por lugares impersonales, nos sume en tareas ajenas -trabajos de mierda-, continuamente entretenidos, posando... sin apercibirnos del tiempo o del mundo que habitamos... empujándonos hacia la nada.

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En uno de los ejemplos que da Jesús Sáez Rueda, habla de talar árboles. Una actividad común, que no es incompatible con una actitud de habitar-el-mundo: no los cortas todos, seleccionas los secos, caídos, enfermos... quieres seguir vivo y cuidar los lugares que habitas, porque formas parte de ese mundo y, de alguna manera, el mundo habita en ti. 

El caso es que llevo un par de findes dedicado a la leña -hace frío-. Y es en momentos como esos cuando tengo cierta sensación de habitar el mundo: con la motosierra, afilando la cadena, aspirando gasolina y aceite, envuelto en el ruido del motor, cortando la madera, recorriendo el campo, buscando lo que ya está seco, caído, admirando lo que está verde, fuerte, grande... Pero es una actitud pasajera, la mayor parte del tiempo vivo en la actitud del mundo contemporáneo: calculando, almacenando, corriendo, trabajando, aprendiendo, planeando... buscando explicaciones científicas que no me explican nada, en una actitud en la que el mundo es un afuera de mí -y yo soy yo, y mi circunstancia es otra cosa-.




sábado, 31 de diciembre de 2022

Sobre la vida en la ciudad y el ocio rural

El otro día me preguntaron si no tenía pensado mudarme a una ciudad... Yo siempre respondo lo mismo: -De momento no, mientras las niñas sean pequeñas y puedan ir al cole aquí... Es verdad que hay más cosas que me atan al pueblo: la familia, amigxs, la tierra... Pero los pueblos están llenos de incomodidades: siempre dependes del transporte privado -y hay que ser conscientes de que llegará un momento en que no estemos aptos para conducir-, todo -excepto la vivienda- es más caro, acabas teniendo un montón de enredos asociados a disfrutar de casas y parcelas más grandes, los servicios públicos son deficitarios, la oferta cultural y formativa escasa... Sí, también tienen sus cosas buenas: tranquilidad, no hay aglomeraciones ni atascos, hay pocos sitios donde gastar -así que, al final, gastas menos-, el aire limpio, los sonidos y olores del campo... 

En estas fechas, mucha gente viene de vacaciones. Está muy bien venir al pueblo y estar absolutamente ocioso. Yo ya no recuerdo esa sensación, siempre aprovecho para hacer todas las cosas que no me da tiempo en la semana laboral: arreglar lo que se va rompiendo, podar, hacer leña, pintar... Así que, me genera cierta envidia y morriña aquellos tiempos en que yo era un forastero en mi pueblo: venir a un lugar bonito, reunirme con lxs amigxs y familia, estar ociosos, salir a tomar, a pasear, leer... desconectar. Es verdad que cualquier lugar es bueno para estar de vacaciones. Tal vez la oferta gastronómica o de ocio de los pueblos no sea muy grande pero, como todos los visitantes vienen en la misma época, es difícil aburrirse.

Para el día a día, las ciudades son más apetecibles: los escaparates, las tiendas, los centros comerciales, la oferta cultural y de ocio, los espacios comunes, los parques, servicios públicos, bares, discotecas, restaurantes, el trasiego de personas... La vida en la ciudad está sostenida sobre el deseo: de cuerpos, de consumo... No como los pueblos, que tienen más que ver con el ascetismo, la sobriedad, el trabajo, la contemplación... 

Sí, los pueblos están condenados a desaparecer, en el mejor de los casos condenados al ocio vacacional. Pero yo seguiré aquí, porque las ciudades me dan alergia, me hacen estornudar y me salen sarpullidos. 

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Ayer fuimos a ver a las niñas cantar con la escolanía -una especie de coro de iglesia formado por adultos y niñxs del pueblo-. Aprovecharon que el auditorio se había llenado con los que íbamos a ver a los familiares, para meter la actuación de una niña que canta flamenquito y rumba -Clohe DelaRosa-. Estaba muy bien pero, claro, la mayoría de la gente no había ido a ver eso. Además, el sonido era horrible, no había manera de ajustar y acompasar el volumen de los instrumentos y la voz. Yo estaba un poco angustiado por la niña, porque era muy animada y los temas que cantaba molaban un montón, el padre -que la acompañaba a la guitarra- se veía un músico con muchas tablas, Clohe tenía una expresividad y gestualidad muy modernos, descarados... parecía una mujer. Y nosotros sentados en aquel auditorio... demasiado serio para aquel espectáculo. En mitad de la actuación Clohe no pudo más y se echó a llorar, dejó de lado la actuación y volvió a ser una niña. Nadie quiere ver sufrir a una niña -los espectadores que estábamos allí tampoco-- El padre la conocía bien, después de unas reflexiones y cantes a capela, la volvió a sacar arriba y volvió a ser Clohe, la cantista -cantante y artista-. El público hicimos lo que pudimos con nuestros aplausos y risas. Siempre me ha llamado la atención la asertividad de estos músicos populares: cómo apoyan a sus compañeros y los hacen sentir que pueden con todo, especialmente en situaciones en las que el común de los mortales tendemos a reñir y hundir al otro. Contrasta mucho con lo que solemos ver en músicos de conservatorio o en educación formal -un ambiente mucho más competitivo y estricto-. 

Se hacen muchos esfuerzos para traer cultura a las zonas rurales, pero ocurren a menudo estas cosas: que los artistas, lejos de encontrarse un público entregado e interesado en el espectáculo, se topan con un muro de indiferencia o incomprensión que es muy difícil de derribar en un espacio tan breve de tiempo.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Turista en Lanzarote

Me había tocado ventanilla. Hacía tiempo que no me ocurría. Ryanair siempre solía colocarme en los lugares menos deseados. Era muy temprano y me entretenía mirando los colores del amanecer. De vez en cuando se abría un claro entre las nubes y se veía el mosaico de luces de carreteras, pueblos y ciudades. La mayoría de pasajeros dormía. A mi lado había una chica joven dando cabezazos. Al cabo de una hora empezó a apoyar su cabeza sobre mi hombro. No estoy acostumbrado a que me toquen desconocidos, pero no podía despertarla. Así que hice como si no pasara nada, seguí leyendo y subrayando mi libro -volábamos sobre el océano y todo era monótono-. Quizá no era lo suficientemente punk, quizá me duchaba demasiado, yo no me dormiría sobre un desconocido... La lectura era densa: el pensamiento de Henri Bergson y su teoría del tiempo como duración, del pasado que se proyecta y se trae desde el presente... Pero aquella cabeza apoyada en mi hombro, en un cielo en calma... Sí, el tiempo transcurría de forma extraña. Bergson decía que no, que el tiempo no pasaba, que los que pasábamos éramos nosotros. Con las turbulencias la cabeza se incorporaba sobre sus propios hombros, pero al rato volvía al mío... Debo inspirar confianza, pensé.

Era un viaje familiar a Lanzarote. Las Islas Canarias son un lugar asombroso. Es un paisaje absolutamente diferente al continental. Debe ser extraño el vivir aislado, depender del barco o del avión para alejarse un poco. Nos alojábamos en un complejo turístico, en un "pueblo" que no era pueblo: era una concentración de complejos turísticos, restaurantes, bares, tiendas y todo lo que necesitan los turistas extranjeros para seguir con vida. Estábamos a finales de Noviembre y el clima era muy agradable, podías darte un baño sin mucha pereza. Siempre me resultó extraño que la gente quisiera ir a esos lugares a pasar largas temporadas, me parecía soberanamente aburrido, encerrarse en esos chalets, sin nada que hacer... Seguro que el tiempo transcurría de otra manera así. Seguro que en unos meses envejecerías varios años.

Nosotros estábamos muy entretenidos haciendo turismo. En un par de días ya nos habíamos recorrido toda la isla, nos habíamos montado en camello y en autobuses repletos de guiris -donde comentaban el paisaje en español, inglés y alemán-. En ocasiones te sentías absolutamente ridículo, infantilizado sobremanera... No necesito pasar por esto -pensaba-. Pero la reproducción del bus seguía con sus relatos fantásticos de erupciones monstruosas y eternas. Todos tomábamos fotografías y gravábamos vídeos con nuestros celulares.

También había tierras cultivadas, pueblos y, al menos, una ciudad donde vivía gente de verdad. Fruto de la primera colonización española -la que arrasó con los primeros habitantes procedentes del norte de África-. Quizá la nueva colonización de los turistas arrase también a esta cultura hispánica. Quizá solo los volcanes permanezcan y ese persistir colonizador de plantas, animales y humanos en general.

domingo, 30 de octubre de 2022

Corre, David, corre!

El otro día fui a buscar a mi hija mayor a la salida de las extraescolares, al Palacio de la Cultura. Cuando empieza el curso escolar, por las tardes, siempre está petado de niñxs. Hay un bar-cafetería y suele haber un montón de madres que hacen tiempo entre una extraescolar y otra. El "Palacio" está enclavado en una plazoleta, diáfana con unas pequeñas gradas alrededor. Así que las niñas y los niños más pequeños se adueñan del espacio mientras esperan en su tránsito entre una clase y otra. Se transforma en un lugar bullicioso. Yo pensaba recoger a mi hija y largarme a casa porque siempre tengo muchas cosas que hacer. Pero llegaron sus amigxs y me pidieron que se quedara, que en un rato debía entrar a escolanía, con Laia -su hermana pequeña-, que venía en su bici conmigo porque no había nadie en casa. Había salido sin móvil, sin dinero... Pero como era poco tiempo -unos 45 minutos- y me perecieron majetes, cedí. Y allí me quedé, sentado en un escalón, sin hacer nada, mirando como correteaban las niñas de allí para acá... Hacía mucho tiempo que no me paraba así, sin más... No estoy preparado para la improductividad. Serán las cosas de la edad, ese tomar consciencia de que el tiempo se pasa y no conseguimos encontrar el hueco para hacer todas aquellas cosas que de jóvenes pensábamos que algún día haríamos, que fuimos postponiendo hasta que llegara una época más tranquila, en la que aparecería ese tiempo, como por arte de magia, como cuando éramos niños y nos aburríamos sin saber en qué ocupar el tiempo... Se estaba poniendo el sol y, a pesar de que el entorno era bastante feo -un pastiche de edificios comerciales, culturales y viviendas sociales-, el cielo estaba precioso. Era el cielo de un otoño caluroso y nublado que iba transitando todos los colores del espectro... hasta que se encendió el alumbrado público y la oscuridad se hizo la dueña. Las niñas entraron a escolanía y yo me fui a casa cargando con la bicicleta, contento de haber estado rodeado de niñxs felices y despreocupadxs, de haber intercambiado algunas palabras con abuelos y abuelas, de haber experimentado ese paréntesis totalmente "improductivo".

Y es que con el trabajo nuevo estoy a tope... y me gusta: me entretiene ver cómo hacen las cosas en otras empresas. Pero tengo que tomármelo con más tranquilidad, incluso por la calidad del trabajo en sí. Los compis son muy jóvenes y van muy acelerados, pero yo ya sé que las prisas no sirven de nada, al contrario, generan caos. Aún así me resulta difícil evitar contagiarme de esa actividad desenfrenada: las reuniones, los cambios de contexto, la sociabilidad, la evolución dentro del sector... Escuchaba en un programa de radio, que toda esa autoexigencia y motivación en el trabajo, nos vacía por dentro y hace posible que podamos llenarnos con los objetivos de empresa, el coaching y toda ese lenguaje con el que hablan las compañías: el lenguaje del crecimiento y el dinero como fines en sí mismos. Es fácil perderse en esa vorágine de promoción, producción, competitividad... Y olvidar todas aquellas cosas para las que de jóvenes pensábamos que algún día tendríamos tiempo: la pintura, escribir, el campo, leer, la filosofía, la familia, los trabajos manuales, la fotografía...

La sensación es bastante extraña porque, al final de la jornada, acabas extenuado, necesitas tumbarte, desconectar, realizar algún trabajo físico, deporte... El viernes me acosté a siesta, hasta que llegó la hora de salir y beber cerveza. El trabajo embrutece, lleva asociada cierta pulsión de muerte, sádica. Y ya que te sacrificas tanto, habrá que gastarse el dinero en algo. En cosas que de jóvenes no imaginábamos: artilugios electrónicos, contenidos digitales, viajes y otras vacías experiencias.

Cuando voy a las ciudades por trabajo acabo comiendo un montón de basura: shawarmas, hamburguesas, perritos... Lo hago compulsivamente, pero después del segundo atracón ya no quiero más, empiezo a sentirme pesado, inflado y triste... la vida se me representa como un sinsentido. Es similar a lo que me ocurre cuando corto de currar un día de mucha intensidad. Porque hay que cortar y descansar la mente y además hay que hacer las cosas de casa, atender a los tuyos, planificar el ocio... Definitivamente: no tiene sentido.

domingo, 9 de octubre de 2022

La timidez

No me considero una persona tímida. Pero reconozco que hay ciertas situaciones, convenciones y conversaciones que me da tremenda pereza comenzar y mantener. Y, aunque tenga momentos en que me apetece estar solo, leer, escribir, ver pelis... en general soy una persona sociable, y me lanzo a situaciones nuevas y posiblemente incómodas con facilidad. Eso sí, no soy una persona extrovertida, me cuesta mucho sacar temas de conversación genéricos, inocentes o banales. Tengo mi repertorio del tiempo, la comida... y poco más. Porque, además, se complican mucho las conversaciones cuando se abordan temas interesantes: política, actualidad, religión... La sociedad actual está muy polarizada y tampoco somos muy buenos gestionando los conflictos. Nunca conseguí aficionarme al futbol, los deportes o las series -eso me resta mucho como conversador-.

El otro día, mi empresa, organizó una especie de curso o dinámica de grupo para aumentar la confianza en nosotros mismos, aprender a focalizarnos y tener éxito -empoderarnos, lo llamaron-. Realizamos algunos ejercicios y, uno de ellos, consistía en pedir por Whatssap a amigos o familiares que nos dijeran cuáles eran nuestras debilidades y fortalezas. Nadie me atribuyó la timidez, así que podría decirse que he superado esa etapa. Oficialmente: no soy tímido -de pequeño creo que sí lo era, aunque no me supusiera un obstáculo excesivamente grave en mi desarrollo como persona-.

Entonces lo que no soy es extrovertido. Me cuesta conectar con la gente. Es verdad que también soy de esa generación a la que educaron para no expresar las emociones: los niños no lloran, hay que ser fuerte, decidido... y todas esas polladas. Ahora se incide más -también en los colegios- en la educación emocional: expresar lo que uno lleva dentro para que no se enquiste y podamos disfrutar a tope la vida... como si viviéramos permanentemente en un filtro de Instagram.

Pero yo sigo siendo de los que les cuesta expresar las emociones y sincerarse. Y no me importa que sea así. No necesito cambiarlo. He aprendido a manejarlo y, cuando veo que algo se está enquistando, o puede resultar problemático, entonces lo saco fuera. Me aburre y me desconcierta todo ese estar continuamente hablando de emociones cambiantes, como si el conocer sus flujos y giros fuese a liberarnos de la angustia de vivir, o fuese a ofrecer una explicación a nuestra efímera existencia. Por suerte podemos manejar ideas, conceptos, desarrollar teorías... Las emociones sólo son una capa más de nuestro ser: todos nos enfadamos, nos alegramos, tenemos celos, miedos, deseos, sentimos asco, lujuria, envidia, amor, odio... Sí, como tema de conversación banal, los sentimientos y emociones están bien -por esporádicas y efímeras que sean-, también como entrenamiento para abordar aquellas que se prolongan en el tiempo, nos atormentan o nos atan. No tengo nada en contra... solo, quizá, que es un tema que no me atrae, me aburre... quizá por esa dificultad mía para conectar con la gente. Me gusta más poner el foco en las ideas y las condiciones materiales: me parece un andamiaje más sólido -como aquel pasaje de la biblia que habla de fijar los cimientos de la casa en la dura roca-.

No soy extrovertido, me cuesta entrar a la gente. Pero tengo un trato agradable y creo que consigo, más o menos, adivinar si mis interlocutores se sienten cómodos o preferirían estar en otro lugar. Normalmente la gente quiere hablar de su libro. Así que, lo más habitual es que sólo me dedique a escuchar. Supongo que, normalmente, nadie cree que yo pueda tener nada que contar... y suele ser cierto ¿Por qué iba a querer hablar de lo que pienso o lo que sé? ¿A quién podría interesar? Supongo que me he tragado muchas chapas, muchos monólogos, muchas bromas... No quiero seguir sumando a eso. 

Sí, tengo habilidades sociales. No es la mejor de mis virtudes pero me defiendo y contribuyo a generar ambientes amables y divertidos.

Oí decir que los pedófilos, zoófilos, puteros y, en general, los que abusan de su posición de poder para mantener relaciones sexuales, son gente tímida, temerosos de sus iguales, incapaces de relacionarse con gente de su edad, son torpes, les asusta el juego de la seducción y buscan satisfacer su pulsión sexual de la manera más fácil. Así que, quizá es mejor invertir en educación emocional, habilidades sociales y demás parafernalia happy flower, que tener que vivir en una sociedad de inadaptados que se dediquen a infligir sufrimiento en cuanto perciben cualquier debilidad en el otro.


El desencadenante: video "La timidez" del canal Filosofía con Flow (Belén Castellanos)

sábado, 10 de septiembre de 2022

Oriente, religión, la reina de Inglaterra y la Virgen de Consolación

Esta semana me presenté al examen de una asignatura de Filosofía, sobre las sabidurías orientales de la India y China. Se está haciendo duro esto. Muy difícil de justificar. Es algo que nadie espera, ni quiere de ti -¿Para qué estudias eso si no te sirve de nada? Con todas las cosas que tienes que hacer, perder tu tiempo en eso... -Es verdad, además me cuesta la pasta y algunos sacrificios.

Estudiando encontré esta cita sobre las enseñanzas de Confucio:

"El hombre debe buscar su perfeccionamiento moral; los principios esenciales de esa moralidad son dobles. Por un lado, la virtud de la benevolencia, amor, bondad, altruismo (ren), y, por otro, la virtud de la rectitud, equidad, justicia (yi) [...] Cada individuo tiene ciertas cosas que debe hacer, porque es lo correcto, sin pensar en las consecuencias o el posible beneficio. Se opone al li (ganancia, amor a la riqueza)" - María Teresa Román. Sabidurías orientales de la antigüedad.

Y pensé que yo seguía estudiando Filosofía porque era lo que tenía que hacer, porque ando buscando ese perfeccionamiento moral y satisfacer el deseo de conocer... Porque se opone al li.

Confucio se preocupaba mucho por los asuntos políticos, la organización de las personas en sociedades, las normas morales y legales... para conseguir vivir en armonía bajo un Estado chino. La doctrina de Confucio se ajustaba muy bien a las condiciones materiales del momento: con una China dividida en regiones feudales que guerreaban entre sí por hacerse con el poder central. Se ansiaba la paz social y, aceptar y acatar las sensatas enseñanzas confucianas, podía llevar a la armonía.

Podríamos pensar que el pensamiento de Confucio ha sido efectivo: que ha conseguido sus objetivos: se ha consolidado y afianzado en la sociedad china a lo largo de los siglos. China es una potencia compacta y de peso en el tablero global, habiendo mantenido esa doctrina confuciana como pegamento de su sociedad. ¿Cómo confiar en alguien que no conoces?: Porque acepta las tesis confucianas, que son muy sensatas y respetuosas con el otro.

En Europa también teníamos nuestro pegamento: la religión. Es verdad que nos resultaría muy raro llamar religión al confucianismo, o a cualquier otra tradición de oriente. Nosotros reservamos esa palabra para las religiones del Libro -judaísmo, cristianismo e islam-, con su Dios, sus normas morales, su jerarquía, sus milagros, sus figuras humanas... Y cuando alguna de estas cosas no están, o se añaden otras rarunas, nos despista.

Pero en Europa la religión ya hace tiempo que dejó de ser efectiva, ni tan siquiera está alineada con nuestros valores morales -quizá sólo como justificación de una organización jerárquica privilegiada-. 
Tradicionalmente se ha dicho que el protestantismo sí se adaptaba bien a la individualidad, el surgimiento de la nueva clase burguesa y la acumulación de riqueza que requiere nuestra organización social y productiva actual: el capitalismo combinado con la democracia representativa. Que por ello fue derrotado el imperio español y se impuso el dominio de la cultura anglosajona a nivel global -o, al menos, en lo que llamamos occidente-. 
Hoy día, pienso, podríamos afirmar sin muchos reparos que, capitalismo y democracia, se han independizado de sus formas religiosas: que son capaces de fundamentar sus propias normas morales, leyes, formas de organización e, incluso, forjar su propia mitología. Mucha gente, hoy día, ansía conocer los secretos del mercado, seguir el sendero del empresario exitoso, hasta llegar al Nirvana de la riqueza y el prestigio absolutos. Que la ciencia y la tecnología ya resuelven la cosmogonía y mitología cristianas. En definitiva, como pregonara Nietzsche, podríamos afirmar que: Dios ha muerto. 

¿Qué podía hacer el cristianismo rimbombante, piadoso, de comunidad, mágico y culpabilizador? ¿Qué podían hacer portugueses y españoles contra la efectividad de los protestantes? Contra ese Dios al que sólo rinden cuentas en privado, con esa vía libre para transgredir casi cualquier norma moral: esclavismo, piratería, proletariado, acumulación...

Hace unos días murió la reina de Inglaterra. Tenía ya un porrón de años. Se había convertido en una ancianita entrañable: un símbolo cuqui del imperialismo británico. Un símbolo que inspira infinidad de memes. Pero, en este mundo globalizado, es también el recuerdo viviente de la explotación de recursos naturales y sociales en "los otros" territorios: "el mundo inculto" que era sólo una reserva de mercancías para la metrópolis.

Ahora hay mucha gente buscando una guía vital: libros de autoayuda, orientalismo, magia, conspiranoia, prácticas religiosas sin arraigo en la cultura propia... Parece que democracia, capitalismo y ciencia no resultan suficiente, que andamos siempre a la búsqueda de ese algo misterioso que de unidad a todo, que justifique la vida - con sus sufrimientos y alegrías-... Andamos siempre a la búsqueda de la espiritualidad, del argumento que nos conecte con el mundo: la música, los viajes, los amigos, los hijos, las batucadas, las procesiones, la fiesta... Y nos encontramos que son sólo estados transitorios, que la realidad material nos exige trabajar, ganar dinero, invertir, comprar, vender, tv, redes sociales... estar permanentemente ocupados y entretenidos. Y claro, el tiempo para la espiritualidad se reduce... Sólo hay tiempo para el comercio -que es lo único que puede justificar cualquier sacrificio, cualquier guerra, cualquier medida preventiva...-

 

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Tras la palmera, la Virgen de Consolación atravesando la plaza del pueblo -finales de agosto de 2022-.

En el pueblo todavía hay ciertas prácticas y rituales religiosos que sirven de pegamento social. A finales de septiembre viene la Virgen de Consolación al pueblo. Mucha gente sale a recibirla y, desde la parroquia se organizan para intentar que la religión sea algo vivido, algo comunitario, que pueda influir en la sociedad para hacerla mejor. Pero resulta sólo en un instante transitorio, el instante en que los devotos creen conectar con lo misterioso y la cerveza de después. En seguida vuelven la realidad material y la individualidad de las series de Netflix.

martes, 2 de agosto de 2022

Trabajos de mierda

Ya llevo un par de meses en la nueva empresa. Me ha resultado fácil adaptarme: a la gente y, también, a las nuevas tecnologías. Al final, las tecnologías no son tan diferentes unas de otras. Cambian los nombres, la apariencia... se busca siempre el golpe de efecto, lo revolucionario... más bien se busca el trending topic: convertir tu solución en viral, que todos se entusiasmen y utilicen ese nuevo lenguaje, ese nuevo control de versiones, el IDE supersónico, el software definitivo para la gestión de proyectos... Y está muy bien, la gran mayoría de novedades vienen a facilitar la vida a los trabajadores del sector, aumentar la productividad... con curvas de aprendizaje realmente rápidas. Los informáticos que estén próximos a la jubilación deben de flipar con lo rápido que ha evolucionado todo esto. La extrema atención que debíamos prestar para ciertas tareas, la memoria, la interiorización de patrones y lógicas de acción, la agilidad... Ya todo está automatizado, codificado, segmentado, protocolarizado... incluso los modelos de negocio: las consultoras, las empresas de producto, las que alquilan infraestructura... En cuanto surge un nuevo nicho, se le aplica la fórmula y se explota.

La gente de la nueva empresa es muy maja. Supongo que también ayuda que la mayoría son del sur -Andalucía-, eso hace más fácil la conexión, aunque sólo sea por el feeling climático, los lugares, expresiones y bromas comunes. Me hacen sentir un poco viejo. No es muy grande el desfase generacional -unos 10 años- pero, los más jóvenes, manejan unos referentes culturales de la infancia bastante diferentes a los míos. Tengo que hablar en inglés, pero no todo el rato. Mi inglés es bastante chusquero, no me siento seguro en ese idioma, tampoco tengo tanto dominio como para expresarme con todos los matices y la rapidez que me gustaría, así que es bastante liberador combinarlo con el español. La propia consultora fomenta cierto compañerismo y el establecimiento de lazos: con fiestas y reuniones ociosas, cursos de formación... Realmente consiguen crear un ambiente agradable -aunque la mayor parte del tiempo estés currando en proyectos externos-.

Hacía mucho tiempo que no trabajaba para una consultora. Son ambientes muy dinámicos, cambiantes, precarios... Hoy estás en un cliente, mañana te mandan a otro... La apariencia es muy importante: parecer que controlas, parecer que eres experto, proyectar una imagen de seguridad, decisión, ambición... Algo en lo que no soy especialmente bueno, yo soy más de demostrar con hechos. El proyecto en el que estoy trabajando me gusta, para mí es una especie de reto tecnológico, porque utiliza herramientas y lenguajes modernos con los que hacía años que no trabajaba. Me resulta novedoso, pero seguramente sea un coñazo excesivamente burocratizado para quien lleve mucho tiempo en el nicho de ese lenguaje de programación -Java- en entornos web: estamos migrando servicios a una infraestructura nueva, con lo que va muy bien para tener una visión global de las tecnologías y metodologías que se utilizan, y no estar únicamente con el foco puesto en la programación.

Quizá el peor punto en contra sea el tipo de negocios a los que se dedica la empresa para la que estoy subcontratado: juego online, apuestas deportivas, crypto... movidas muy chungas. Es lo que David Graeber definiría, sin ningún tipo de fisura, como un "trabajo de mierda": un trabajo absolutamente dañino para la sociedad. En cierta manera, el tipo de trabajos que siempre he desempeñado en mi carrera profesional: trabajos bien pagados, que otorgan cierto estatus social pero que, probablemente sería mejor que nadie desempeñara. Sólo que en este caso es mucho más explícito, no se trata sólo de sostener y reproducir un sistema social desigual e injusto, sino de trabajar para los peores vicios de nuestras sociedades: ludopatía, blanqueo de dinero, especulación... Obviamente no son cosas que yo vea en mi trabajo del día a día, que es meramente técnico: lo más que veo son transacciones de dinero, que podrían ser para apostar o para comprar productos de amazon.